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Tres ciudades en la vida de Daniel Moyano. Palabras de recuerdo

José Luis Roca Martínez





Pasaron diez años desde la muerte de Daniel Moyano. A mi edad no se aprecian; son un soplo de aire que sólo percibo cuando recuerdo. Ahora nos reunimos para homenajearlo y a lo largo de los tres días habrá oportunidad de escuchar los juicios de un buen número de especialistas. A mí se me encarga darles la bienvenida y discurrir por una senda muy general; la fidelidad a la voz de Daniel, aunque no sea posible su tonadita, es mi mayor deseo.

Me centraré en tres ciudades, no hay tiempo para más, que marcaron la vida de Moyano: La Rioja argentina con su historia y su mundo físico y literario; Madrid que lo acogió en los momentos más dolorosos; y Oviedo que le proporcionó amistades y sosiego provinciano. Dejo para otra ocasión a Córdoba y Buenos Aires.


1. El comienzo riojano

Aunque nacido circunstancialmente en Buenos Aires el 6 de octubre de 1930, su infancia y primera juventud transcurren en Alta Gracia, La Falda y Córdoba. En 1960 se instala en La Rioja, lugar tranquilo en el que encuentra «una patria verdadera» que se convirtió para siempre en su espacio mítico; recreará esa realidad, nunca la copiará, en un intento de hallar una identidad. «El latinoamericano no tiene su cultura, porque esta fue mutilada [...] Buscamos porque no sabemos qué somos»1. Es una provincia castigada y derrotada por la historia a la que no se le perdona que tuviera caudillos como Facundo Quiroga y el Chacho Peñaloza. Su aislamiento y pobreza no son inconveniente para Moyano y nos dice «que cuando uno llega a poder prescindir del plano de las necesidades comienza a descubrir que es mucho más hermoso vivir en el plano del amor».

En cuanto al ambiente literario recordaré una excepcional pieza en la bibliografía moyaniana. El 7 de junio de 1964 aparecía en La Gaceta de Tucumán el artículo «Realismo profundo en los cuentos de Daniel Moyano», firmado por Augusto Roa Bastos, y que reducido a menos de la mitad se incluyó como prólogo a La lombriz (1964) y a El trino del diablo y otras modulaciones (1988). Sirva también como recuerdo y homenaje al narrador y crítico paraguayo cuyo juicio mantiene hoy absoluta vigencia. «Con Artistas de variedades, su primer volumen de relatos [...] se ubicaba de entrada entre los valores más representativos de las últimas generaciones en la narrativa del interior; los que como Di Benedetto, Ardiles Gray, Manauta, Rodríguez, Codina, Saer, Lorenzo, Lagmanovich, J. J. Hernández, T. E. Martínez, Foguet y otros (algunos sin obra reunida en libro todavía), han venido intentando una renovación de las formas y estructuras tradicionales y un reajuste de sus módulos expresivos en el cuadro de conjunto de nuestra literatura de imaginación en América. Por caminos técnicos, estéticos y aun ideológicos diferentes, estos escritores entre los veinte y los cuarenta años, sin formar grupos ni escuelas, han coincidido en la preocupación común de superar las limitaciones del regionalismo, en sus formas más epidérmicas y tópicas. Bajo el signo de una conciencia crítica y artística muy aguda, se empeñan en ahondar en los valores de su singularidad y trascenderlos a una dimensión más universal: en lograr, en suma, una imagen del individuo y de la colectividad frente a sus propias circunstancias, lo más completa y comprometida posible con la totalidad de la experiencia vital y espiritual de hombre de nuestro tiempo. A esta clase de narradores pertenece Daniel Moyano».

Diecisiete años de trabajo tenaz en La Rioja con cinco volúmenes de cuentos y tres novelas se interrumpen con el golpe de estado encabezado por el general Videla en marzo de 1976. Al día siguiente es detenido de manera arbitraria y humillante, «pues no hubo en ningún momento acusación alguna, como tampoco disculpa o justificación cuando se produjo mi liberación». En todo el país «se vivía un insensato clima de amenazas, agresiones y desordenes que nos mantenían sumidos en el temor y la incertidumbre. Y yo no quería que mis hijos -entonces tenían 14 años el varón y siete la nena- se criaran en un ambiente en donde la única ley fuera la violencia. Cuando se produjo mi liberación nos preguntamos qué hacer. Y la única respuesta posible fue el viaje [...] Íbamos a lo incierto. Llorando viajamos en ómnibus hasta Buenos Aires. Nos embarcamos llorando y llegamos a Barcelona llorando»2. Parte del mismo puerto al que había llegado su abuelo en 1904. Pero estas raíces riojanas, a las que vuelve en 1983, nunca las olvidará; se cierra el mundo físico pero permanecerá el espacio mitológico que conservará «hasta el último día»3.




2. Un gatito por la vereda de Ronda de Segovia

Libro de navíos y borrascas es el viaje hacia el exilio y su final es el tránsito entre el desarraigo y lo desconocido: «vamos a llegar de noche a Madrid [...] Me fue entrando el sueño y cerré los ojos. Me quedé pensando en la viña sin podar. La viñita. El viejo respiraba a mi lado y yo podía presentir su cabezota, su tamaño desmesurado. Era como estar entrando en España al lado de un gran caballo blanco»4.

Madrid es una ciudad con muchos argentinos. «Algunos se reúnen a veces a quejarse o a llorar y a pensar en el regreso. Hay dos corrientes, digamos. Los que se la pasan llorando y los que se aíslan y tratan de integrarse al español. Yo trato de mantener un equilibrio, pero de todos modos no es fácil integrarse. En el ambiente intelectual español no hay integración»5 y sí pocos amigos. Así transcurren cinco años de amargura y de imposibilidad creadora. En algunas ocasiones se reúne con Tizón y Di Benedetto, lo que para nada contribuía a sacarlo de su estado de tristeza; en cambio sí que Cortázar le estimula a trabajar como la mejor manera de combatir a la dictadura. Al cabo de un tiempo una buhardilla le proporciona un mínimo espacio físico y el necesario aislamiento y sosiego interior para crear. Retoma la escritura con «Tía Lila»; «con este cuento volví a descubrir la fruición del lenguaje y las palabras. Después vino "María Violín" que se apoya, precisamente, en las palabras»6 y reescribe El vuelo del tigre interrumpida con la detención y que sus amigos habían enterrado en el patio de su casa riojana.

Su familia se adapta sin dificultad: Irma explica música; Ricardo estudia y enseña música y María Inés estudia; pero Daniel tiene «la mala suerte, la desgracia, de no haber tenido suficiente paciencia o visión como para dedicarme a algún tipo de tarea que estuviera más en consonancia con lo que soy [el único trabajo que encontró fue el de maquetista en una multinacional]. En estos siete años me han ido despersonalizando poco a poco, lentamente»7. Pero al fin se impone la realidad y Moyano se hace a la idea del nuevo hogar y a dudar del posible o imposible regreso.




3. Oviedo/Uviéu dende toos los sieglus hasta güey

En julio de 1982 dirigí un curso de «Narrativa hispanoamericana» e invité Moyano a dictar la conferencia de clausura; sólo conocía su profética y admirable novela El oscuro y un artículo que le había dedicado Juan Carlos Curutchet. Este fue su estreno en España y el comienzo de una imborrable amistad a la que se sumó Benito Varela. Formamos así un trío que todos los años nos reunían los cursos de verano de La Coruña (julio 1983), Vigo (julio 1984), Santiago de Compostela, León (julio 1985 y septiembre 1991), Madrid (marzo de 1983 y junio 1987) y entre las muchas anécdotas compartidas referiré una gijonesa. Daniel nunca había visto un faro por dentro, estaba redactando el capítulo XII de Libro de navíos y borrascas y me pidió visitar uno. Hice las gestiones y una tarde de niebla y agua, una de nuestras invernadas de julio, nos acercamos a la Campa Torres. Sólo nos atrevimos a salir de los coches Daniel, su hija María Inés y yo; nos dirigimos al faro y tras larga espera nos abrió un farero cojo. Durante la visita nos contó sus achaques reumáticos y una caída por la estrecha escalera de caracol. De él tomó muchos rasgos, no así del faro. Esas realidades no le interesaban a Daniel; sus faros son de otra índole. Vean lo que pone en boca del titiritero: «¿Alguno de ustedes ha visto un faro alguna vez? Porque no tengo la menor idea. Sé que es una torre, supongo que de piedra, y me parece que tiene un montón de ventanitas. Y Bidoglio le explica: para iluminar la escalera que va por dentro para poder llegar a la punta, el farero o torrero tiene que subir todos los días para encender la lámpara. Ah, claro, sigue despertándose el titiritero, porque yo conozco solamente dos faros, el de Alejandría y el de Punta Mogotes. No, no quiero decir que los haya visto, conozco los nombres, las palabras. Para mí los faros son esos sonidos, esas palabras; y las luces, claro. Yo creo que en la Argentina, aparte de esos dos, no hay noción de otros faros. El de Punta Mogotes se estudia en geografía, así que debe ser importante. Y el de Alejandría es algo que cualquiera sabe desde toda la vida, es un faro de leyendas más bien. Algún día escribiré una obra para títeres sobre el faro de Alejandría. Suena de maravilla. ¿Para qué irse tan lejos?, le digo, tenemos otra noción de faro; pertenece a la música popular, es un viejo valsecito criollo que hablaba de un viejito guardafaro...»8.

A fines de junio de 1987 tuve la oportunidad de invitarlo a un curso patrocinado por la Fundación Ortega y Gasset y desde esa fecha todos los años pasó largas temporadas en Oviedo: «es una ciudad -decía- con dimensión humana. Conecto mejor con la gente de provincias que con la de las grandes ciudades. En mi casa de Madrid, me dicen "por qué no te vas de una vez a Oviedo", porque empiezo a parecerme a mi abuelo, que siempre decía "En Brasil era mejor que aquí", pero con Oviedo. Tengo amigos y estoy leyendo en bable»9. Uno de ellos, Álvaro Ruiz de la Peña, le proporciona un piso en la calle San Vicente, al lado de la Facultad de Filología y con vistas a la catedral: «me traje La Regenta y leí la descripción de la torre, de esa piedra alada, y realmente era emocionante porque la estaba mirando con los ojos de Leopoldo Alas»10. Escribe, reescribe y prepara el taller literario que apasiona a sus alumnos. Me atrevo a afirmar que no se podrá entender la joven pero ya madura literatura de muchos escritores asturianos sin tener en cuenta los dos talleres impartidos por Daniel.







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