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Favonio. Nombre mitológico de un viento, al que se suele llamar también Céfiro entre los griegos. Se dice que es un viento de efectos positivos, que hace nacer y crecer flores y plantas. El sentido del verso siguiente indica que el viento es conocido como favorable, «franco», pero que en esta ocasión no sólo es algo que se dice o se comenta, que la fama indica que es de verdad así, «sólo voces», sino que actúa efectivamente contribuyendo a difundir olores, sonidos y calidez («lumbre», el viento corre por la tarde desde el principio del verano hasta el fin del estío); de esta forma el ambiente del lugar se asemeja al del cielo («poniendo al mundo en celestial costumbre»). (N. del E.)



 

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Silveria. Encontramos en la convención de la égloga cuatro parejas, formadas por pastores enamorados de hamadríades, aunque algunas de estas divinidades ofrecen rasgos marcadamente pastoriles, como Fenisa, que tiene rebaños. Las cuatro parejas son las que forman Felicio y Silveria, Silvano, «reformador del Bético parnaso», y Silvana, un pastor ya fallecido («el que ya gozó ufano / del aire y cielo libertado y raso», vv. 34-36) y Fenisa, además de la central del poema: Pilas y Tirsa, en honor de la que se hacen las ceremonias fúnebres. El pastor fallecido de la tercera pareja señalada debe ser Damón, que aparece en la Égloga II, «Juntaron su ganado en la ribera», igual que Pilas; cada uno canta a su amada, «uno [Pilas] loando a Tirsa, otro [Damón] a Fenisa»; Rodríguez Marín, op. cit., p. 808. Así Damón canta: «¿Por qué escondes, Fenisa, el rostro tierno, / más dulce que las sombras del estío / para mí, y más que soles del invierno [...]?», (ibid.). Desde el punto de vista de la coherencia interna del relato, esta égloga es anterior a la de las hamadríades, puesto que tanto Damón como Tirsa están vivos y en la que analizamos han fallecido. También en esta égloga segunda hay una amplia referencia a la muerte de Gregorio Silvestre y a la de su amada María, sin el disfraz pastoril que se adopta en la égloga de las hamadríades, donde, como se ha señalado, se mitifica el hecho convirtiendo a María en Tirsa, la ninfa muerta, y a Gregorio Silvestre en el pastor Pilas, como propone Lara Garrido.

Las estrofas en que se trata la realidad del hecho son las siguientes:


«Allí el padre Silvestre, rodeado
de blancas ninfas, muerto, helado y frío,
de floreciente yedra coronado
por las musas que trajo a aqueste río.
¡Oh medio cuerpo a mi solaz hurtado!
¡Oh casi el alma del contento mío!
¿Por qué no me llevaste allá contigo,
o cómo te partiste de conmigo?
Allí también su ninfa celebrada,
su cara y su dulcísima María,
cuanto la luna cumple su jornada
y se vuelve a henchir como solía,
tanto tiempo antes que él se vía privada
de la vida, y gozar de la alegría
eterna, do en lo bien que se aguardaron
nos quisieron mostrar lo que se amaron»


(op. cit., pp. 804-805). Para esta composición, cfr. Joaquín Forradellas Figueras, «Juntaron su ganado en la ribera»: una nueva versión de la Égloga de Luis Barahona de Soto, Criticón, 18, 1982, pp. 5-27. En la versión que incluye este artículo falta la segunda octava, referida a María, y en lugar de «el padre Silvestre», aparece «mi dulce hirmano», art. cit., pp. 14-15. Curiosamente en esta versión, cuya segunda parte es completamente distinta de la que conocemos, Damón cuenta la muerte de Silvano, cuya amada, María, ha muerto antes que él. Los intentos de interpretar las claves bucólicas resultan siempre sumamente aventurados. Cfr. José Lara Garrido, «Sobre la validez de las claves bucólicas (Examen de algunos ejemplos)», Analecta Malacitana, IV, 1982, pp. 393-400. (N. del E.)



 

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Amor. Espinosa registra amor, con minúscula, pero restituimos la mayúscula inicial por entender que se trata de la conocida divinidad mitológica y armonizar el texto en lo posible con otras referencias similares, como la de Favonio. El sentido de la frase parece ser que las hermosas ninfas enamoran al mismo Amor («al Amor prendiendo») con el cabello suelto por las espaldas (que sería la «nueva aljaba») y con sus canciones («por sus gargantas despidiendo la corriente») que serían «los nuevos pasadores», teniendo en cuenta que pasador es un «género de saeta, porque pasa el escudo y lo que topa», Covarrubias, op. cit., p. 855. Resulta casi ocioso recordar que el Amor llevaba aljaba y flechas: «Píntanle mozo o niño, desbarbado, desnudo, con alas, ceñido una aljaba de saetas y un arco, y teniendo hachas encendidas, y con corazones colgados de la cinta; los ojos tapados con una venda que le priva de la vista», Juan Pérez de Moya, Filosofía secreta, [1585], Barcelona, Glosa, 1977, I, p. 277. (N. del E.)



 

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Silveria. Aparece omitido en Espinosa. (N. del E.)



 

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tejida; así Espinosa, aunque las necesidades de la rima, como indica Rodríguez Marín, y como ya vio antes Quintana, exige tejidos, para rimar con gemidos. (N. del E.)



 

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inextricable. Espinosa, por errata, trae inexplicable, que carece de sentido aplicado a la hiedra. Restituimos la lectura que propone Rodríguez Marín. (N. del E.)



 

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picaza. Se trata de la urraca que, efectivamente, camina a saltos, de una forma característica, no muy frecuente entre los pájaros. Barahona conocía bien las costumbres y cualidades de los animales, especialmente los que son objeto de caza y los que conviven con ellos, como se ve en los Diálogos de la montería. (N. del E.)



 

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corneja. Los agüeros que provoca la aparición de la corneja se documentan en la literatura española ya desde el Poema de Mío Cid:


a la exida de Bivar ovieron la corneia diestra
e entrando a Burgos oviéronla siniestra.


Poema de Mío Cid, ed. Ian Michael, Madrid, Castalia, 1976, p. 76. Para este editor del antiguo poema «Cuando el Cid y sus caballeros ven la corneja a la derecha de su camino al salir de Vivar, parecer ser señal favorable de su éxito futuro, pero la corneja que ven a la izquierda al entrar en Burgos es agüero de que se les va a acoger mal en la ciudad», ibid., nota. (N. del E.)



 

28

frecuentada. El sentido del final de esta estancia lo aclara así Rodríguez Marín: «Ni si retumba el llano con otro eco que con el del nombre de Tirsa, llamada frecuente, aunque inútilmente», op. cit., p. 792. (N. del E.)



 

29

ligustres. Otra de las enumeraciones florales a las que tan aficionado se muestra Barahona, como se ve a lo largo del poema. Los ligustres se conocen más con el nombre de alheña. (N. del E.)



 
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