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Tres en una

Pieza en un acto (1867)


Leopoldo Alas Ureña



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ArribaAbajoPresentación

De los clásicos al clásico Clarín


Tras la lectura de Tres en una, casi se podría concluir que para llegar a ser un clásico contemporáneo como lo es Leopoldo Alas «Clarín» basta con leer... a los clásicos (Moratín o Les travailleurs de la mer de Víctor Hugo), o sea, a todos aquellos autores que luego se estudian en clase...

No cabe duda de que el muy joven Leopoldo -Polín le llamaban en casa-, como cualquier aprendiz de escritor y dramaturgo, se formó y empezó lo que vendría a ser una carrera literaria, leyendo y estudiando a los autores consagrados, imitándoles, traduciéndoles y practicando la escritura -con ortografía muy correcta para sus años-, percibiéndose ya una propensión a incorporar expresiones familiares en el registro más subido del arte, y un buen dominio de las técnicas dramáticas con sus apartes, el cómico de repetición, etc. Como observa en su pulcra transcripción del manuscrito Ana Cristina Tolivar Alas, bisnieta de Clarín y muy conocedora de esos pinitos del joven poeta, traductor o dramaturgo, Tres en una podría titularse El sí de los niños...

Imitación, pues, y también reproducción, entre reverente e irreverente: con el teatro casero, la pandilla de amigos estudiantes y actores aficionados que acompañan a Leopoldo Alas, reproducen en su propia esfera juvenil las prácticas de sociabilidad de sus padres, miembros de la buena sociedad, espectadores de las representaciones dadas en el pequeño teatro de Oviedo (capital de provincia con unos 30.000 habitantes y sólo 9.000 alfabetizados), pero espectadores también de la puesta en escena de Tres en una en una cocina o en un comedor, con presencia de criadas y criados como el Ramón en la comedia, casi tan aficionado a los refranes como Sancho Panza.

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Con Tres en una y muchos más ensayos, algunos sólo esbozados y en su gran mayoría no conservados, que se reseñan en las Notas Preliminares de Ana Cristina Tolivar Alas, podemos, como ocurre con los héroes, ir escribiendo de forma recurrente los primeros años de una vida que para la historia de la literatura parece que sólo empieza con la pública notoriedad, pero que también se ensaya en la precoz y juvenil escritura literaria. Superada la emoción el descubrimiento del manuscrito de la obrita entre los papeles guardados por unos padres o por el propio Clarín, y felizmente salvados de la destrucción gracias a una familia legítimamente orgullosa de ese legado, procuramos, pues, incluir esta pieza e interpretarla en un proceso de formación, buscando en la expresión del adolescente lo que ya puede anunciar y prefigurar al hombre y escritor hecho y derecho, maduro.

Con sus 14 ó 15 años, empieza el futuro Clarín a afirmar su personalidad de futuro adulto, manifestándola en las tablas al representar, con su pequeña estatura, el papel de un personaje de 20 años (Tomás). Pone ya en solfa el mundo de la convención escolar (de los libros de texto que sirven para aprender francés, su futuro pasaporte intelectual para Europa), de la convención social (los matrimonios impuestos) o de la convención estética (la regla de las tres unidades), acatándolo. Se opone -cosa muy propia de sus años y, en alguna medida, necesaria- a la autoridad paterna, cuestionándola («¿Quién le manda a usted disponer de mí sin más ni más? ¿Yo soy acaso una mercancía?», le espeta Tomás a su padre), y llega incluso a afirmar que «no tiene padre», sugiriendo así -tal vez- cuánto le pesa la ausencia de un padre gobernador civil en varias capitales fuera de Oviedo y cómo está deseando... su autoridad. Se proyecta, desde sus primeras experiencias poéticas de escritor más bien «privado», en un futuro próximo de «escritor público», como se decía entonces, como «gacetillero y folletinista», como periodista con seudónimo: de lector de la prensa recibida en su casa, pasará a publicar el único ejemplar semanal de un Juan Ruiz íntegramente manuscrito, exclamando, como Larra, «¡ya soy redactor!», y, tras los preludios de 1875-1880, pronto se oirán y leerán los solos de Clarín. Se prepara con lecciones de esgrima recibidas del capitán Eleuterio para batirse en futuros duelos que no serán sólo de comedia. Se ensaya para la declamación y los discursos, pero ya no con un sermón aprendido, como hiciera a los seis años desde un púlpito en la iglesia de San Marcos de León alternando con un jesuita, un tal padre... Goberna, que se encontrará más tarde en La Regenta. Se burla, protestando desde la convención teatral moratiniana, de aquellos que «tratan a los jóvenes como si fuesen objetos de comercio» al querer casarlos contra su voluntad; pero también deja que se trasluzcan sus primeras emociones o anhelos de adolescente en unas conversaciones, desde la ventana, con Lola, su «vecinita de enfrente». Utiliza incluso la tradicional despedida final -de la que se mofa de antemano- para hacer que el pícaro, tuno e insolente Tomás acabe por saludar muy formal y convencionalmente (en versos) al público, como actor y como autor; y ser   —5→   autor es ya, en alguna medida, ser un demiurgo, por muy pequeño y humilde que sea el engendro...

De toda esa ya compleja personalidad de un adolescente que se manifiesta como tal al incluirse -por medio del arte- en la norma adulta, de esa mezcla de conformidad y rebeldía, ingenuidad y frescura, con una gran maestría y, en todo caso, una impresionante precocidad, de todo esto da cuenta esta obrita, Tres en una, que se ofrece hoy gracias a la Consejería de Educación y Cultura del Principado de Asturias, como una invitación a leer también La Regenta o los inmejorables cuentos, invitación hecha posiblemente a algún futuro clásico o alguna futura clásica: pues, ¿quién le iba a decir, en 1867, al joven Leopoldo A. y U. (Alas y Ureña), estudiante del Instituto de Segunda Enseñanza de Oviedo, que llegaría a ser algún día el famoso y clásico Clarín a quien celebramos en este centenario de 2001?

Jean-François Botrel
Catedrático de la Universidad de Rennes (Francia)



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ArribaAbajoNotas preliminares

El hallazgo de Tres en una, «pieza en un acto» fechada en 1867, no sólo significa la aparición de la más temprana obra dramática de Clarín que ha llegado a nosotros, sino el encuentro con la creación más precoz del autor conservada en su integridad. A todo ello se añade el mentís que supone a reiteradas afirmaciones del propio Clarín quien, como se verá más adelante, aseguraba, casi con jactancioso espíritu autocrítico, haber destruido la totalidad de sus ensayos teatrales de infancia y juventud.

Seguidamente haremos referencia a algunos aspectos de interés para una adecuada contextualización de esta comedia.


ArribaAbajo1. El manuscrito y su aportación a la biografía de Clarín

La comedia Tres en una está escrita en un cuaderno escolar en el que aparecen también fragmentos de otra obra dramática titulada El juglar, así como diversos textos dialogados sin duda pertenecientes a otras creaciones escénicas de adolescencia.

Al concluir esta «pieza dramática» y tras una relación de personajes y actores -ligeramente rectificada con relación a la expuesta al comienzo de la obra, al cual se trasladan posteriormente las correcciones- se lee «Oviedo 26 de 1867 - L. A. U.». Conocemos, pues, el año en que se escribió Tres en una, incluso el día, un 26, en que se da por concluida, o tal vez por representada, la obra. Sin embargo, ignoramos el mes, por lo que Leopoldo Alas, nacido el 25 de abril de 1852, tendría catorce años si ese día 26 corresponde a los meses de enero, febrero o marzo, o quince años, de referirse a meses posteriores.

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Transcurre la comedia a lo largo de catorce páginas manuscritas a dos columnas, con una letra relativamente clara y sin apenas tachaduras, lo que nos lleva a aventurar que tal vez se trate de la copia de una versión anterior -quizá concebida durante su estancia en Guadalajara entre 1865 y 1866, puesto que las referencias a esta provincia son explícitas- y, por lo tanto, aún más temprana en lo que a la cronología literaria de Clarín se refiere.

Don Genaro Alas, padre de Leopoldo, se había instalado con su mujer y sus hijos en Oviedo en 1859, si bien se sabe que posteriormente ocupó el cargo de gobernador civil en León, donde consta que se trasladó con su familia; luego en Pontevedra (1863), donde residió el pequeño Leopoldo tres meses y fue al colegio de primera enseñanza, según el propio escritor declaraba en Madrid Cómico de 21-XI-18961, en Guadalajara (1865), y en Toledo (1866). No hay constancia, en cambio, de que el futuro autor de La Regenta haya vivido, al menos temporalmente, en alguna de estas dos últimas ciudades, si bien su permanencia de unos seis meses en Guadalajara (desde septiembre de 1865 hasta febrero de 1866) queda atestiguada por boca del protagonista del cuento Superchería, además de por sus conversaciones con Adolfo Posada. Tampoco hay testimonio del regreso definitivo de Leopoldo Alas a Oviedo hasta que el 8 de marzo de 1868 comienza la redacción de su periódico manuscrito Juan Ruiz. No obstante, se suponía que la familia había fijado su residencia en Asturias desde el verano de 1867. La aparición de Tres en una podría adelantar ligeramente esa fecha, al tiempo que la alusión a un padre habitualmente ausente, puede hacer pensar en un don Genaro destinado en Toledo y que deja a su familia en Oviedo. En cualquier caso, es Guadalajara -un pueblo de la Alcarria en concreto- la provincia evocada en Tres en una, pues don Hermógenes, padre del protagonista, es un hacendado alcarreño que ha enviado a su hijo a estudiar Leyes a Madrid para que luego regrese como abogado al pueblo. Éste y otros detalles de carácter autobiográfico que aparecen en la obra, vienen a arrojar luz sobre una de las etapas menos conocidas de la trayectoria vital de Clarín.




ArribaAbajo2. Clarín y el teatro

Todos los biógrafos de Clarín han puesto de relieve la atracción irresistible del autor, desde su niñez, por el arte escénico. Una atracción «fatal» si consideramos que hubo de depararle uno de los grandes sinsabores de su vida, el fracaso de Teresa (1895), una obra en la que había puesto la mayor ilusión tras un paréntesis de más de veinte años de inactividad dramática, y que significaba su primera -y, a la postre, única- incursión en el teatro profesional.

Sabido es que desde su llegada a Oviedo, el pequeño Leopoldo había empezado a trabar amistad con un escogido grupo de compañeros estudiantes, que con el   —9→   tiempo se convertirían en relevantes personalidades de la literatura, la música, la política, etc., todos ellos muy aficionados a representar dramas y comedias. Así, parece ser que en casa de los hermanos Anselmo y Emilio Martín González del Valle, en la calle Cimadevilla, estrenó Alas una comedia en verso titulada El cerco de Zamora -representándose también en una fiesta juvenil en el Ateneo, en sustitución de un drama de Zorrilla- y, posteriormente, una pieza burlesca al estilo clásico que llevaba por título Una comedia por un real y que escenificaba las peripecias de la propia pandilla de adolescentes cuando se ve obligada a pagar una deuda de honor.

En Apolo en Pafos (1887) afirma Clarín «a los ocho años hacía ya comedias; las hice hasta los veintidós». En 1888 escribía el autor al crítico catalán José Yxart: «en mi vida he representado en teatros caseros ni públicos después de los doce o catorce años, pero a los diez decían cuantos me veían representar que era yo una maravilla y por lo que recuerdo, y lo que más tarde he hecho a mis solas (sobre todo cuando escribía dramas -más de 40, todos perdidos- y me los declamaba a mí mismo) tenía sin duda gran disposición y un poder de apasionarme y exponer la pasión figurada con gran energía y verdad [...] Actor y autor de dramas esto creí yo que iba a ser de fijo hasta los diez y ocho o veinte años. Y ahora [...] confieso que me divierte poco el teatro, como no haya música». Ese mismo año, escribe a Benito Pérez Galdós: «A veces, leyendo lo que hacen en París con las novelas de Zola y Daudet, se me ocurre sacar dramas y comedias de las novelas de usted. Le chocará a usted esto, pero debo advertirle que yo hasta los 22 ó 23 años escribí docenas de obras dramáticas todas herméticamente quemadas, como dijo el otro. Desde los 10 a 15 representé yo en la cocina o en el comedor de mi casa casi todos los días un drama en tres actos en verso en gran parte. A los 10 años, en León, se puso en escena un drama mío titulado Juan de Hierro con una segunda parte, Juan resucitado, por una compañía de aficionados, en el Gobierno de la provincia. En fin, yo no sé cómo a estas horas no soy un Herranz o un Cavestany. Gracias a mi proverbial buen sentido». Queda patente aquí la actitud autocrítica de Clarín ante sus propias producciones dramáticas, actitud que al tiempo le sirve para propinar un varapalo a otros autores.

Aunque la actividad de la compañía de teatro casero que dirigía el joven Leopoldo se detenía con la llegada del verano y la dispersión de los actores (Tomás Tuero se quedaba en Oviedo, Armando Palacio Valdés se iba a Entralgo, Pío Rubín a Cangas de Onís...), no por ello cesaban las inquietudes dramáticas del futuro Clarín quien, durante el verano de 1870, siendo ya universitario, emprendió en su veraneo de Guimarán (Carreño) nada menos que la traducción del teatro completo del gran trágico francés Jean Racine, empresa que quedó truncada en el Acto II de La Tebaida. Pero el retiro de Guimarán y el recuerdo de una fuerte vivencia allí experimentada, habrían de ser el desencadenante, muchos años después, del retorno de Leopoldo Alas a la actividad de dramaturgo.

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La pasión de Clarín por el teatro suele ir acompañada de una alta dosis de sarcasmo. Esta paradójica relación de amor-odio con el arte escénico se evidencia en el personaje de don Víctor (La Regenta), tan alienado por el drama calderoniano como Don Quijote con las novelas de caballerías; o en el no menos patético Bonis (Su único hijo), fascinado hasta la perdición por el ambiente operístico. Si las representaciones teatrales desempeñan un papel clave en el desarrollo argumental de las dos grandes novelas clarinianas, no hay que olvidar que también son muchos los relatos de temática teatral que escribe el autor: Avecilla, El hombre de los estrenos, Un documento, Las dos cajas, Amor è furbo, Superchería, Un viejo verde, La Ronca, El dúo de la tos, La Reina Margarita, La imperfecta casada, Cristales, Ordalías, La tara, González Bribón, Un voto... Por otra parte, son numerosísimos los trabajos críticos que Clarín dedica a las obras y autores dramáticos, así como a los actores de su tiempo.

El deseo de Clarín de retornar, ya en la madurez, a los orígenes teatrales de su vocación literaria, queda plasmado en estas palabras de su amigo y compañero de claustro universitario Rafael Altamira con motivo de la visita de ambos a Galdós la víspera del estreno de Realidad (14 de marzo de 1892): «Mientras el tranvía de Hortaleza subía perezosamente la cuesta de Santa Bárbara, tuvo Alas una de aquellas confesiones y me habló de su teatro, del pasado, cuya luz brillaba perpetuamente en su espíritu. Y habló también de volver a él, de terminar su evolución literaria en el mismo punto de partida». Dos años después, comunica Clarín a su amigo Adolfo Posada que el reecuentro fortuito con la musa inspiradora del proyecto teatral que culminaría en Teresa, le había conmovido. Autores como Echegaray, Galdós, Picón, y actores como Vico, Mario, Mendoza, Tuiller y, muy especialmente, María Guerrero, animarán a Alas a reanudar aquella actividad iniciada a los ocho años y detenida a los veintidós, a aquellas comedias que, como escribiría tras el estreno de Teresa a un empresario «vuelven ellas solas con gran fuerza, juicio, plan, propósito firme, hondo y precisado».

Por fin, el 20 de marzo de 1895 se estrena el «ensayo dramático» Teresa en el Teatro Español de Madrid, siendo fría e incluso hostilmente acogida por un sector del público y buena parte de la crítica. Clarín regresa precipitadamente a Oviedo alarmado por la noticia de la enfermedad de su hijo primogénito, Leopoldo, quien, felizmente, se repone tras el fracaso de esta otra hija de la imaginación. La obra, de fuerte contenido social, es retirada del cartel tras la segunda representación. El 15 de junio del mismo año se escenifica en Barcelona con algo más de éxito, si bien es tildada de «especie de lectura de artículos de periódico socialista...».

Los elogios que Teresa recibió de prestigiosas personalidades, entre ellas el   —11→   obispo de Oviedo, Fray Ramón Martínez Vigil, con quien años antes había polemizado a propósito de La Regenta, contribuyeron a que no decayera el ánimo del autor quien, días antes del estreno, había escrito a María Guerrero, protagonista de la obra, que si esta triunfaba «me animaría a escribir este verano mi Esperaindeo». Tras el fracaso de Teresa, cambia de idea y escribe el 22 de abril: «Clara fe será mi palenque de este verano». Finalmente, el 16 de junio se refiere Clarín a dos nuevos proyectos teatrales, Julieta y La millonaria, considerando en una carta fechada ocho días después que La millonaria sería «la de más probabilidad de éxito». De estos entusiastas propósitos, alentados principalmente por Galdós -a quien Alas rindió cuentas sobre los mismos hasta pocos meses antes de morir-, sólo parecen haberse conservado algunos fragmentos de La millonaria.




ArribaAbajo3. Los actores

En 1863, Leopoldo Alas inicia el Bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Oviedo (actual IES «Alfonso II»). Allí hace amistad, como ya hemos visto, con Pío Rubín, Tomás Tuero, los hermanos Anselmo y Emilio Martín González del Valle -recién llegados de Cuba-, y Armando Palacio Valdés, entre otros. El 10 de agosto de 1869 se le concede el título de Bachiller no sin que antes hubiera de firmar, junto con 45 compañeros, una solicitud al ministro para no verse afectados por el decreto de 25 de octubre de 1868 que daba una nueva organización a la segunda enseñanza. De no haber sido estimada la solicitud, esa nueva organización habría impedido a Leopoldo Alas iniciar los estudios de Derecho durante el curso 1869-70.

Tal como ya se ha indicado anteriormente, el grupo o pandilla de amigos de este Leopoldo Alas entre niño y adolescente, se caracterizaba por su afición a representar obras dramáticas en sus domicilios, muchas de ellas escritas por el joven Leopoldo. El teatro en casa seguía siendo una práctica relativamente habitual entre las familias de cierto acomodo y con inquietudes culturales en la sociedad de la época. No es difícil imaginar, en el caso que nos ocupa, la amenización de los intermedios con virtuosísticas interpretaciones al piano de Anselmo González del Valle que, sin duda, a los catorce años (tenía la misma edad que Alas) era ya un consumado artista que anunciaba al futuro gran compositor y académico de la Real de San Fernando. En su edad adulta, don Anselmo ejercerá con gran acierto el mecenazgo cultural, y su hermano, Emilio Martín, una año más joven, se convertirá en primer marqués de la Vega de Anzo y en un destacado político, poeta y escritor.

En el caso concreto de Tres en una, se inicia la obra con un reparto en el que el autor (Alas y Ureña) se asigna el papel de don Hermógenes, un ricachón de la Alcarria, padre del protagonista. Don Eleuterio, el capitán, será encarnado por un   —12→   tal Real, sin duda compañero de estudios y amigo de Alas, pero que no figura en la relación de firmantes mencionada al comienzo de este epígrafe. El papel de don Claudio, director del periódico «El Neutral», corre a cargo de Anselmo González del Valle. El de Tomás, el joven protagonista de la pieza, se atribuye inicialmente a Valdés. Es de suponer que se trate de Armando Palacio Valdés, ya que, aunque en la lista de firmantes antes aludida aparece un Joaquín Valdés, se sabe que el actor de la compañía juvenil e íntimo amigo de Alas desde los doce años, era el futuro novelista. Finalmente, el papel de Ramón, el criado, es encomendado a un actor cuyo nombre, ilegible, aparece tachado.

Al final de la obra, sin embargo, se lee un nuevo reparto: Alas y Ureña le ha quitado el papel protagonista a Valdés, lo que sin duda también ha obligado a un retoque, sin enmienda aparente, en la conclusión de la comedia, donde se pide el aplauso para el «autor» y «actor». Anselmo González del Valle pasa a ser don Hermógenes, Valdés queda relegado al papel del criado Ramón, Real encarna a don Claudio y, en el «rol» del capitán don Eleuterio aparece un nuevo actor, Buylla. Todo hace pensar que se trate de Adolfo Álvarez-Buylla y González-Alegre (1850-1927) que, aunque unos años mayor que sus compañeros, bien podía formar parte de aquella divertida «troupe». Con el tiempo, Buylla llegará a ser catedrático de Economía Política y Hacienda Pública, promotor de las reformas sociales en España, además de académico de Ciencias Morales y Políticas, después de haber sido una de las más destacadas personalidades de la Universidad de Oviedo cuando Leopoldo Alas y Rafael Altamira formaban parte de su claustro.

La rectificación final del reparto se traslada al comienzo de la pieza, tachándose los nombres que no proceden y superponiéndoles el de los actores que definitivamente asumieron los distintos papeles.




ArribaAbajo4. Significado de Tres en una

Desde el punto de vista literario, nos encontramos ante una comedia de corte neoclásico. La estructura dramática se ajusta perfectamente al principio de la verosimilitud impuesto por la disciplina clásica francesa y codificado en la regla de las tres unidades: lugar, tiempo y acción. El respeto a estas tres unidades es absoluto en Tres en una, y su joven autor se complace en subrayarlas cuando, por ejemplo, en la escena quinta, pone en boca del protagonista: «Cuántas variaciones en un mismo día», una forma de hacer patente la unidad de tiempo muy común en el teatro dieciochesco español de inspiración transpirenaica.

Esas fuentes neoclásicas se concretan, en lo que concierne a la trama, en un referente muy preciso: Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) y sus dos obras   —13→   maestras, La comedia nueva (1792) y El sí de las niñas (1806). De la primera de ellas toma el nombre de dos personajes, don Eleuterio y don Hermógenes. De la segunda adapta el hilo argumental de tal manera que Tres en una viene a ser un remedo de la comedia moratiniana, hasta el punto de que bien hubiera podido titularse El sí de los niños. Si la adolescente Doña Francisca es obligada por su madre, en la obra de Moratín, a casarse con un hombre que casi le cuadruplica la edad, en la comedia de Alas el joven gacetillero Tomás se ve triplemente coaccionado al matrimonio de conveniencia por su padre, por el director del periódico en que trabaja y por un militar. El muchacho se rebela en un principio («¿Yo soy, acaso, alguna mercancía?»), pero acaba claudicando ante un porvenir incierto y la presión del «espíritu del siglo: oro, más oro, más oro, igual oro», concluyendo cínicamente: «Si me habré vuelto filósofo». Por fortuna para él, la aclaración del enredo que da título a la pieza, pone un final dichoso a Tres en una, al igual que la magnanimidad del «viejo» don Diego propicia el feliz desenlace de El sí de las niñas2.

El entusiasmo de Clarín por el gran comediógrafo neoclásico seguirá presente, a modo de homenaje, en uno de sus últimos cuentos, El viejo y la niña (1899), título tomado de una obra de Moratín estrenada en 1790. Los dos protagonistas del cuento clariniano se llamarán igual que los de El sí de las niñas: Paquita y don Diego. Clarín lamentará en uno de sus artículos la repatriación simultánea de los restos mortales de Moratín y de Goya, al considerar que la fama del pintor iría en detrimento del recuerdo de su admirado don Leandro.

Tampoco hay que olvidar que, al igual que Moratín, Tomás, el protagonista de Tres en una, es un declarado afrancesado. La pasión de Leopoldo Alas por la cultura francesa se pone ya de manifiesto en esta obra tan temprana, cuajada de galicismos, llegando a lo caricaturesco en la escena duodécima de la pieza, en la que el protagonista, Tomás, hilvana una retahíla nada menos que de treinta y cuatro autores transpirenaicos, contraponiéndolos a los españoles «que huelen a rancio». De nuevo aparece aquí un detalle autobiográfico: Tomás se dedica a traducir obras francesas igual que su creador emprenderá tres años más tarde la traducción de las obras completas de Racine, empeño que se detiene en los inicios. Sin duda Alas venía practicando desde niño la traducción del francés, una actividad que reanuda al final de su vida con la versión de Trabajo de Zola. De nuevo el Leopoldo adolescente, dramaturgo y traductor, prefigura en Tres en una al último Clarín.

Los personajes de esta «pieza en un acto» son hasta cierto punto arquetipos literarios que no pueden, sin embargo, desligarse del contexto sociopolítico. Tomás es un joven que se debate entre la rebeldía y el acomodamiento; don Hermógenes, un hombre ignorante enriquecido que busca el apoyo de la ley para perpetuar sus privilegios; don Eleuterio, un militar frustrado en su carrera que, con la alegría del desenlace, no vacila en proclamarse implícitamente carlista brindando por el   —14→   «Rey»; don Claudio, el oportunista director de «El Neutral», encarna un tipo de periodismo objeto de feroz sátira por parte del autor, un periodismo lleno de «barbaridades» y «sandeces», que quedan ocultas bajo seudónimo, y en el que la palabra «neutral» equivale a «ministerial». No cabe duda de que «El Neutral» es un trasunto de «El Imparcial», periódico fundado en 1867 -el mismo año en que se escribe Tres en una- que, aunque liberal y progresista, daba pie con su nombre a la ironía. Por último, Ramón, el criado sentencioso y cantarín, manifiesta una actitud totalmente servil hacia su joven amo. ¿No es todo ello reflejo de la España del momento? El país vive en problemática transacción, en falso equilibrio entre una monarquía desacreditada y unas perspectivas políticas revolucionarias. Desde 1866 los diversos grupos de oposición se habían fundido bajo el mismo programa: sistema democrático, sufragio universal y, en nombre de estos principios y ante los graves problemas sociales que provocarán el descontento incluso entre los propios moderados, estallará la revolución de 1868, la «Gloriosa», destronando a la reina Isabel II que hasta entonces contaba con el apoyo del general Narváez. El joven Leopoldo Alas se identificará entusiásticamente con el movimiento revolucionario, despertando en ese momento su vocación periodística y militancia republicana.

Por último, no hay que desdeñar las referencias religiosas de la pieza, desde la velada alusión a la Santísima Trinidad en el polisémico título hasta la cita, en clave humorística, de personajes bíblicos (escena cuarta) pasando por la parodia de los sermones sobre el infierno, mezclada con la sátira del tópico romántico del suicidio. Contrasta aparentemente esta actitud crítica con las inquietudes místicas del autor en esta temprana etapa de su vida, inquietudes que se ponen de manifiesto en composiciones poéticas de adolescencia así como en declaraciones del propio Alas maduro, sin olvidar su expresión a través de personajes literarios coma la Regenta niña. Pero la dicotomía entre profunda espiritualidad y crítica mordaz al clericalismo, con diversos matices según las diferentes etapas, será algo que perdure a lo largo de la vida y obra de Clarín.




ArribaAbajo5. La transcripción

El criterio que se ha seguido a la hora de presentar esta primera edición de Tres en una ha sido el de modernizar la ortografía, obviando fluctuaciones e incluso errores ortográficos que aparecen en el manuscrito, aunque conservando algunas formas de expresión escrita que pueden tal vez chocar al lector. Las palabras dudosas o ilegibles van seguidas de un signo de interrogación entre paréntesis. En los casos en que parece oportuno, se comenta en nota a pie de página la particularidad gráfica.

Ana Cristina Tolivar Alas





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ArribaAbajoBreve referencia bibliográfica

ALTAMIRA, R., «Leopoldo Alas», en Anales de la Universidad de Oviedo, 1901, pp. 377-380.

BESER, S., «Siete cartas de Leopoldo Alas a José Yxart», Archivum, X, 1960 (pp. 385-97).

CABEZAS, J. A., Clarín, el provinciano universal, Madrid, 1936.

CLAVERÍA, C., «Una nueva carta de Clarín sobre Teresa». Hispanic Review, XIII, pp. 163-168.

COLETES BLANCO, A., Un rincón de hojas y hierbas. Candás y el Concejo de Carreño en la vida y la obra de Leopoldo Alas «Clarín». Candás, 1995.

DIEGO LLACA, F., FERNÁNDEZ PÉREZ, A., RECIO GARCÍA, T., VAQUERO IGLESIAS, J. A., Instituto Alfonso II: Siglo y medio de historia. Oviedo, 1999.

FERNÁNDEZ JORDÁN, Pedro F., «Aportación a la biografía de 'Clarín': Leopoldo Alas en Guadalajara» Actas del Simposio Internacional «Clarín y La Regenta en su tiempo». Oviedo, 1984, pp. 125-140.

MARTÍNEZ CACHERO, J. M., Las palabras y los días de Leopoldo Alas (Miscelánea de estudios sobre Clarín). Oviedo, IDEA, 1984.

MARTÍNEZ CACHERO, J. M., «Los versos de Leopoldo Alas». Archivum 2/1, 1952.

ORTEGA, S., Cartas a Galdós. Madrid, Revista de Occidente, 1964.

POSADA, A., Leopoldo Alas, Clarín. Universidad de Oviedo, 1946.

ROMERO TOBAR, L., Introducción biográfica y crítica a la edición de Teresa, Avecilla, El hombre de los estrenos. Madrid, Castalia, 1975.

TOLIVAR ALAS, A. C., «El joven Leopoldo Alas traduce a Racine. Aspectos trágicos en La Regenta». Actas del Simposio Internacional «Clarín y La Regenta en su tiempo». Oviedo, 1984, pp. 1099-1124.



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PERSONAS
 
ACTORES
 
DON HERMÓGENES. GLEZ. VALLE (ANSELMO)3.
DON ELEUTERIO,    capitán. REAL4 BUYLLA5.
DON CLAUDIO,   director de un periódico. 6
TOMÁS,    hijo de HERMÓGENES. VALDÉS7. ALAS.
RAMÓN,    criado. VALDÉS8.





ArribaActo único

 

Sala medianamente amueblada. Puerta al foro, otra a la izquierda. A la derecha una ventana. Una mesa de escritorio con libros u papeles.

 

Escena I

 

TOMÁS a la ventana haciendo señas y en mangas de camisa, detrás de él con una levita en la mano, RAMÓN.

 

RAMÓN.-  Pero por Dios don Tomás, póngase usted la levita que le va a dar una pulmonía. Nada, no me oye, todo se vuelve ojos. Señorito, señorito,  (Se acerca a TOMÁS que le da una patada.)  ¡Ay! ¡Ay!, he aquí el pago que recibimos los que nos interesamos por el bien del prójimo. Está visto que lo mejor es darle contra una esquina. Qué bien dijo el que dijo «quien da pan a perro ajeno las costuras le hacen llagas».

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TOMÁS.-   (Desde la ventana.)  ¿Te volverás a asomar?  (Pausa.) , pues hasta luego.  (Se quita de la ventana.)  Eres un bruto, un zangolotino.

RAMÓN.-  Bien, sí señor, pero póngase usted la levita.  (Se la pone.) 

TOMÁS.-  Lo que yo te debía de poner a ti, la albarda.

RAMÓN.-  Pero ¿por qué?

TOMÁS.-  ¿No te he dicho varias veces que cuando esté conversando con mi vecinita de enfrente no me interrumpas?

RAMÓN.-   Pero si iba usted a coger un resfriado.

TOMÁS.-  Aunque cogiese frío (?); el mal era para mí.

RAMÓN.-   Yo creí...

TOMÁS.-   Basta ya. Cuando papá salió ¿no te ha dicho dónde iba?

RAMÓN.-  No señor, pero me dijo que volvería pronto. Y a propósito, me han dado un papel para él que se me ha olvidado dárselo.

TOMÁS.-  A ver...

RAMÓN.-  Perdón.

TOMÁS.-   (Levantando la voz.)  Ramón.

RAMÓN.-   Mande.

TOMÁS.-  Venga ese pliego.

RAMÓN.-   Si es para don Hermógenes.

Ramón y Hermógenes

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TOMÁS.-   (Coge una silla.)  ¿Quieres que te rompa la cabeza de un silletazo?

RAMÓN.-  No, gracias.

TOMÁS.-   Pues entonces dame eso.

RAMÓN.-  Pero señorito...

TOMÁS.-  Qué descaro.  (Amenazándole.) 

RAMÓN.-  No, no, tome usted.  (Se lo da.) , sé que el amo me va a reñir, pero...

TOMÁS.-  Desgraciado de ti si dices una palabra.  (Lee.) 

RAMÓN.-  (Puf) (?) y qué genio tiene mi señorito. Bien que el padre también lo tiene... Bien dijo el que dijo «Tales padres, tales hijos».

TOMÁS.-    (Doblando el papel y hablando consigo mismo.)  Ya calculaba yo lo que era. En este papel dan parte a mi padre de que he cometido el número de faltas que marca el reglamento para la pérdida de curso. Mejor, así estoy, libre de la disciplina escolástica. Pero bien mirado es una injusticia porque aunque de los 5 meses de curso que llevamos yo no fui a clase más que 2 ó 3 veces, sin embargo han hecho conmigo lo que no hacen con nadie. Qué remedio. Se lo ocultaré a mi padre y el año que viene me matricularé en 3.° año otra vez, y con esta van 3 (?)9.

RAMÓN.-   Conque ese papel...

TOMÁS.-  Si este papel hubiera llegado a las manos de mi padre buena se arma, Ramón.

RAMÓN.-  (Qué será).

TOMÁS.-   Ya es muy tarde; voy a continuar mi artículo filosófico sobre el suicidio.  (Se sienta junto a la mesa.)  Cuánto más vale ser periodista que no tenerse que llenar la cabeza... Al menos en (?) esto aunque uno diga mil barbaridades, todo queda oculto bajo un seudónimo. Por   —20→   ejemplo, cuando dicen qué sandeces10 escribe el Espárrago, que es uno de los míos (?), a mí qué me cuenta usté, ¡qué sé yo quién es ese señor!

RAMÓN

 (Que habrá cogido un cepillo y estará cepillando.) 

 (Canta.) 

Niña, con tus rigores
me estás matando.
Es lo peor de todo
vivir amando.
Niña querida,
por que tú me miraras
diera la vida.

TOMÁS.-   ¿Te quieres callar, avestruz? Cuando yo estoy escribiendo una cosa tan fúnebre, que huele a azufre de veinte leguas, ¿te pones a cantar seguidillas?

RAMÓN.-  ¿Pues qué está usted escribiendo?

TOMÁS.-  Escúchame y después veremos si te quedan ganas de entonar coplas. (Leyendo.) 

El suicidio

«Satanás, prepara las garras para desgarrar desgarradamente el desgarrado hecho de un míseramente miserable suicida. Prepara tus calderas de aceite hirviendo porque en ellas va a caer de cabeza un hombre que se ha pegado un tiro con un cañón de Astron11. El suicidio, el suicidio, he ahí el monstruo más horrendo. El suicidio, oh maldito más maldito, maldito, maldito...».

¡Eh!, ¿qué te parece, no va a estar espeluznante?

RAMÓN.-   Sí señor, pero lo que va a estar sobre todo, desgarrador.

TOMÁS.-  Pues anda, canta ahora.

RAMÓN.-

Voy a ricontare:

  (Canta.) 

Dicen que el diablo tiene
en el infierno
—21→
unas cuantas calderas
de aceite hirviendo.
Sé yo de gente
que hasta el infierno iría
por el aceite.

TOMÁS.-   (Deja la pluma y se levanta.)  Ramón.

RAMÓN.-  Mande usted.

TOMÁS.-  Ya he cambiado de idea, ya no, no escribo en contra del suicidio. Me voy a suicidar. ¿Tienes dinero?

RAMÓN.-  No.

TOMÁS.-  Pues yo tampoco. Mira, vete a la mesilla de noche de mi padre, que allí lo hay.

RAMÓN.-  Pero don Tomás...

TOMÁS.-   Anda, vete.

RAMÓN.-  ¿Pero para qué es?

TOMÁS.-  Para que me vayas a comprar una pistola, un revólver, un cañón, cualquier cosa.

RAMÓN.-  ¿Va usted a tirar al blanco?

TOMÁS.-   ¿No te he dicho que me iba a matar?

RAMÓN.-  A matarse ¡Virgen santísima! No será el hijo segundo de mi madre el que haga lo que usted me ha mandado. ¿Ser yo cómplice de semejante crimen?... ¡Nunca! Me llevarían preso por presunción y por presunción me harían estar años y años en la cárcel, y allí me moriría de rabia por presunción.

TOMÁS.-   Pues bien, me mataré cuando tenga dinero.

RAMÓN.-  (Entonces no hay miedo que se mate.)  (Suena una campanilla.) 

TOMÁS.-  ¿Han llamado?

  —22→  

RAMÓN.-   Sí; voy a abrir.  (Hace que se va.) 

TOMÁS.-   Oye, espera. Si es mi padre, habla alto para que yo...

RAMÓN.-  Entiendo.  (Vase foro.) 



Escena II

 

TOMÁS. Luego DON HERMÓGENES.

 

TOMÁS12.-  Voy a coger un libro cualquiera de francés, por ejemplo este, y como mi padre no sabe leer más que en castellano creerá que estoy estudiando.

RAMÓN.-   (Desde dentro y muy alto.)  Señor, está estudiando. Qué luego dio usted hoy la vuelta.

HERMÓGENES13.-  No des tantas voces, muchacho, que no estoy sordo.  (Entra y ve a TOMÁS que estará leyendo.)  Qué aplicadito, ¡oh!, cuando yo digo que mi hijo es el joven más aprovechado que come garbanzos. De los tres días que hace que llegué a Madrid aún no le he visto salir de casa más que para ir al aula, ¡oh!, estoy orgulloso de tener semejante hijo.

TOMÁS.-  ¡Ah!, papá, estaba usted, ahí, no había reparado...

HERMÓGENES.-  ¿Estabas estudiando?

TOMÁS.-  Sí.

HERMÓGENES.-  A ver.  (TOMÁS le da el libro.)   (Leyendo.)  Les travailleurs14 de la mer  (Como se escribe.)  ¿En qué lengua está esto?

TOMÁS.-  En francés en griego.

HERMÓGENES.-  ¿Y de qué...?

TOMÁS.-  Es un tratado de testamentos.

  —23→  

HERMÓGENES.-  (Puf, esto va conmigo.)  (Le deja.) 

TOMÁS.-  (Se ha picado.)

HERMÓGENES.-  Y dime, ¿qué nota piensas obtener este año?

TOMÁS.-   ¡Vaya una pregunta!, como todos, sobresaliente.

HERMÓGENES.-  ¿Y a qué año andas?

TOMÁS.-   Ya os lo he dicho muchas veces, a 6.°

HERMÓGENES.-   ¿Y cuántos te faltan?

TOMÁS.-    (Impaciente.)  Hasta once.

HERMÓGENES.-  Muchos son.

TOMÁS.-  ¿Por qué me hace usted hoy tantas preguntas?

HERMÓGENES.-  Porque tengo un proyecto respecto a ti.

TOMÁS.-   ¿Un proyecto? Sepámoslo, ¿quiere usted darme dinero?

HERMÓGENES.-   No, hombre, no. ¿Qué tiene eso que ver con mis preguntas?

TOMÁS.-  Es verdad. Quiere usted hacerme el abogado de nuestra aldea.

HERMÓGENES.-   Allá veremos, pero no es de eso de lo que ahora se trata.

TOMÁS.-   ¿Qué es, pues?  (Con curiosidad.) 

HERMÓGENES.-  Quiero... casarte  (Con misterio.) 

TOMÁS.-  Sopla.

HERMÓGENES.-  Con una niña bonita y, sobre todo, muy rica; es decir, el rico es su padre, pero como no tiene más hijas que ella...

TOMÁS.-   Entiendo. ¿Y su padre quiere?

  —24→  

HERMÓGENES.-  ¡Con mil amores!

TOMÁS.-  ¿Y ella?

HERMÓGENES.-  Creo que también.

TOMÁS.-  ¿Y usted?

HERMÓGENES.-  Claro que sí.

TOMÁS.-  Luego nadie falta más que yo.

HERMÓGENES.-  Nadie más. Pero tú...

TOMÁS.-  Pero yo no quiero.

HERMÓGENES.-   ¡Cómo no!  (Asustado.) 

TOMÁS.-  Como que no. ¿Quién le manda a usted disponer de mí sin más ni más? ¿Yo soy, acaso, alguna mercancía?

HERMÓGENES.-  Lo que tú eres, un hijo desobediente, un malvado, un... ¿te atreverás a oponerte a lo que yo te diga? Supongo que no, porque de lo contrario...

TOMÁS.-  ¿Qué? Vamos, de lo contrario ¿qué?

HERMÓGENES.-  ¡Don Tomás!  (Muy cómico.) 

TOMÁS.-  Don Hermógenes  (Cómico.) 

HERMÓGENES.-   (Cogiéndolo por un brazo y llevándolo al extremo de la escena.)  Nos volveremos a ver.  (Vase izquierda.) 

TOMÁS.-  Cuando usté guste.



Escena III

 

TOMÁS solo.

 

  Ahora sí que estoy completamente decidido, en cuanto tenga veinte reales me mato. Mi padre quiere obligarme a dar mi mano a una mujer que no conozco   —25→   y que regularmente será fea cuando él la eligió. Por otra parte, don Claudio, el director del periódico de que soy gacetillero, empeñado en que me case con una sobrina suya a quien tengo el gusto de no conocer. Y, por último, mi vecinita, que cada vez que la llamo hermosa o la echo cualquier otra flor, me pregunta cuándo nos casamos. Y, sobre todo, su padre, ese capitán que me parece que ya lo era en tiempo de Viriato, ese energúmeno que todo lo compone a linternazos y pegando patadas en el suelo. ¡Oh!, cuando digo que mi situación es apurada, apuradísima, piramidalmente apurada. Sí, sí, me mato, y antes de hacerlo voy a matar a mi padre, a don Claudio, al Capitán, a mis prometidas, a mi vecinita, a Ramón, que no me compra pistolas; al género humano.  (Va a salir y le detiene DON ELEUTERIO.) 



Escena IV

 

DON ELEUTERIO y TOMÁS.

 

ELEUTERIO.-  ¿A dónde va usted, caballerito?

TOMÁS.-  Iba (lo dejaré para más tarde), iba a comprar un florete.

ELEUTERIO.-  Pues ¿y el que usted tenía?

TOMÁS.-  Se me ha perdido, o roto, o...

ELEUTERIO.-  Y con este van15 tres.

TOMÁS.-  No conozco a ningún Esteban.

ELEUTERIO.-   (Dando una patada.)  ¿Tiene usted gana de divertirse?

TOMÁS.-   Para diversiones está el tiempo. Hoy no daremos lección de esgrima.

ELEUTERIO.-  Sí señor, pero será corta porque tenemos que tratar de otro asunto muy importante.

TOMÁS.-  (Ya apareció aquello.) ¡Pero si no hay armas!

ELEUTERIO.-  No valen disculpas, usted se batirá con el sable y yo con la boina.

TOMÁS.-   Pero...

  —26→  

ELEUTERIO.-    (Mostrando el sable.)  Tire usted.

TOMÁS.-   (Tirando.)  No sale.

ELEUTERIO.-  Vuelva usted a tirar.

TOMÁS.-   (Tirando.)  Nada.

ELEUTERIO.-  Otra vez.

TOMÁS.-  Tampoco.

ELEUTERIO.-  Quítese a un lado, alfeñique.  (Empujándole.)  Ve usted cómo he dado.  (Saca el sable que estará muy sucio.) 

TOMÁS.-  (Este hombre desciende por vía recta de Sansón.)

ELEUTERIO.-   Tome usted.

Eleuterio y Tomás

TOMÁS.-    (Le toma.)  Oh, sable, yo te venero y saludo, tú fuiste aquel con que David degolló al gran Goliat. Mas no, tu origen es más antiguo. Tú   —27→   fuiste el acero con que Abram iba a atizar a Isaac y que luego derramó la sangre del inofensivo y enredado cordero. Que (?) eres si yo te reconozco bendito seas, bendito, bendito.

ELEUTERIO.-   (Dando una patada.)  Basta de burlas ya, don Tomás. Yo no entiendo esa jerga, pero creo que usted se burla de mi chafarote y el que se burla de él se burla de mí, y el que se burla de mí...  (Otra patada.) 

TOMÁS.-  (Este hombre me hace bajar la elocución a los talones.)

ELEUTERIO.-  Conque, póngase usted en guardia.

TOMÁS.-  Ya estoy  (Lo hace.) 

ELEUTERIO.-  Tire usted a la cabeza.

TOMÁS.-  ¿Que se lo tire a usted a la cabeza? Con mucho gusto, hombre, ya verá usted qué chirlo. A una, a dos, a...  (Hace ademán de tirárselo.) 

ELEUTERIO.-  No sea usted tan bruto, hombre. ¿Qué iba usted a hacer?

TOMÁS.-  A tirárselo a la cabeza, según me había mandado.

ELEUTERIO.-  Vamos, está usted hoy muy torpe. Dejémoslo y vayamos a nuestro asunto.

TOMÁS.-  Sí, sí, dejémoslo.  (Cogen una silla cada uno.) 

TOMÁS.-  Siéntese usted.

ELEUTERIO.-  Usted primero.

TOMÁS.-  Nunca consentiré...

ELEUTERIO.-   Que se siente he dicho.  (Una patada.) 

TOMÁS.-    (Se sienta de golpe.)  (Este hombre me domina.)

ELEUTERIO.-  Vamos a hablar como buenos amigos, ínterin no interrumpa usted la conversación con esas sandeces que usted usa tan a menudo y que para mí están en griego.

  —28→  

TOMÁS.-  No tema usted, don Eleuterio, griego interrumpa...

ELEUTERIO.-   (Una patada.)  Yo no temo nada. Me he visto en muchas campañas y nunca, ¿lo entiende usted?, nunca he tenido asomo de miedo.

TOMÁS.-   Lo creo, lo creo.

ELEUTERIO.-  Pues claro que lo creerá usted, como que es verdad. Como iba diciendo, yo quiero que usted se case con mi hija, luego, porque de lo contrario la casaré con un estudiante muy aplicado de leyes a cuyo padre he dado esperanzas de concedérsela. Conque así, o casarse o no volver a asomar las narices por esa ventana, a hacer cucamonas a mi Lola, porque el primer día que le vea a usted...  (Una patada.) 

TOMÁS.-  Pero señor don Eleuterio, ¿cómo quiere usted que yo me case sin tener lo suficiente para poder...?

ELEUTERIO.-  ¿No me ha dicho usted que era escritor público muy conocido?

TOMÁS.-   (Por mi criado.) Sí señor, pero...

ELEUTERIO.-   Además, con mis lecciones de esgrima podía usted llegar a ser maestro y, sobre todo, yo no soy tan pobre como usted cree.

TOMÁS.-  (Esas tenemos.)

ELEUTERIO.-   Conque decídase usted pronto porque, si no, vendré dentro de 1/4 de hora por la respuesta y, si usted no se ha decidido, mi hija se casará con el estudiante o con otro periodista que mi cuñado dice que es una buena proporción. Conque hasta luego.

TOMÁS.-  Hasta luego, don Eleuterio.


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