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Tres farsas francesas




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Las viejas farsas francesas son exponente indicativo de la adolescencia de Europa que irrumpe en la Historia, que luego llamaremos moderna, con su carga de infantilismo, con su ingenua picardía, con la viveza de la espontaneidad, con los prejuicios de la desconfianza. Cuando el cálculo aparece en estos personajes de la farsa, en un cálculo fácilmente previsible y penetrable, un cálculo que no encierra incógnitas indescifrables. Todavía no se ha estrenado la sonrisa astuta y falsamente amiga encubridora de la mentira. Todavía no se ha descubierto la corte inspiradora de menosprecios más o menos sinceros. La aldea, con su simpleza y su cazurrería, alterna con el naciente burgo lleno de ridículas pretensiones. Aldeanos y burgueses se yuxtaponen en amena convivencia. El listo más listo tropieza siempre con alguien que le supera, y éste lo logra, la mayor parte de las veces, por natural inteligencia puesta al servicio de una no menos natural defensa de la propia vida y de los propios intereses. El viejo espíritu burgués hace sus primeras armas en este ambiente de pueblerinos mercaderes, de suegras de caricatura, de enterados menestrales, que abren un friso donde conviven la encopetada y libresca pedantería y la más supina y sana de las ignorancias.

Ahí están en cierne, en embrión, los tipos, los temas, las situaciones anónimas, a las que luego vestirán de elegantes nombres Molière, ambos Lopes y Shakespeare. Ahí está el tesoro siempre nuevo y siempre viejo de una humanidad cargada de vicios y de virtudes, de heroísmos y de flaquezas, y ahí están prestos a recomponer el retablo de la farsa que no es más que el espejo levemente ondulado de la vida, con luces, con sombras, con contornos ora precisos ora cambiantes, pero con el fondo de verdad que entraña su propio ser.

Sus imágenes no han tenido tiempo de alcanzar el estado de momia que les confiere la porcelana o el bronce; vienen recubiertas con sus rústicos paños y sus pellizas, porque de ellas fluye todavía la vida. Y con estos atuendos llegan vivos y amables hasta nosotros.

A todos los amigos que con su entusiasmo hicieron posible la experimentación de estos textos sobre las tablas o en televisión.

Foto 1

1. ALIBORÓN.- Ha costado algo entrarle el latín, pero ahora ya no se le sale.

Foto 2

2. MIMÍN.- Virides tanquam limone tui oculi, Catherina.

Foto 3

3. JUANITA.- Si nuestro niño, mientras duerme, por miedo al coco...

Foto 4

4. JACOBO.- ¡Cómo me encanta esta sumisión! ¡Nunca me habéis gustado tanto como ahora!

Foto 5

5. PATELÍN.- ¿Gris o verde?... ¡Ah, y para un jubón harán falta dos varas!

Foto 6

6. PATELÍN.- ¿Cómo es posible que un mozo hubiera sido empleado sin darle su soldada?

1 a 4.- TEU La Salle - Blanca de Castilla- Aravaca, 1969.
5 y 6.- TVE - La Salle - Palma de Mallorca, 1968.




ArribaAbajoNoticia literaria

La farsa francesa del siglo XV es la heredera legítima de aquellas manifestaciones teatrales que con el nombre de «sotties» (de «sot», bobo, bufón) y de «farce» aparecen en la segunda mitad del siglo XIII, y entre las que hay que citar necesariamente «El mozo y el ciego» («Le garçon et l'aveugle»), precedente de nuestro Lazarillo, así como los nombres de Rutebeuf, autor del «Decir de la herboristería» («Dit de l'Herberie») y Adam le Bossu, o de la Halle, con su «Representación de la glorieta» («Jeu de la feuillée») y su pastorela dramática «Representación de Robín y Marión».

Pero en el siglo XV la farsa francesa adquiere los caracteres que la han de hacer universalmente famosa. Muchas veces no hace más que escenificar algún «fabliau» o algún cuentecillo italiano. «La tina de la colada» («Le cuvier»), en efecto, repite el tema de un «fabliau» del siglo XIII, y conserva tal simplificidad de elementos que da la sensación de ser un chiste escenificado. «La farsa de Maese Mimín» no encierra mucha complejidad, pero señala, en cambio, el nacimiento de un tipo que estará presente en Molière y en el teatro cómico italiano del siglo XVII, el maestro o doctor pedante, cargado de impertinentes latines.

En esto coincide con «La farsa de Maese Patelín», la más rica de todas las de su clase, verdadera comedia moderna ya. La sana y auténtica comicidad de esta última, con su enredo incipiente y su malicia a flor de piel, la hacen valioso antecedente de Molière. Pero común a todas estas farsas, y particularmente presente en «La tina de la colada» y. en «Patelín», es el espíritu burgués, con su típica moral utilitaria, la que literariamente heredan del «fabliau», del Arcipreste de Hita, de Chaucer y de Boccaccio, aquel espíritu que acepta como bueno lo útil y según el cual engañar al prójimo no es vicio, sino virtud. La astucia de uno sólo encuentra su contrapartida en la superior astucia del otro.

La presente versión, con textos que han sido experimentados recientemente por adolescentes y universitarios, se enriquece con la presencia de melodías populares que se insertan perfectamente en la acción de «La tina» y de «Mimín». En «Patelín» se intenta evitar el corte brusco que existe en el original, donde desde el momento en que aparece en escena Corderillo desaparece Guillermina. Con simples acotaciones, patentes en el texto, se consigue que la ingenuamente maliciosa Guillermina permanezca presente hasta el final, contribuyendo con Patelín a dar unidad a toda la obra.




ArribaAbajoNotas para la puesta en escena

Se pueden montar estas tres farsas en un escenario único, sin cambio de decorados. En este caso es evidente que habrá que emplear los elementos escenográficos indicados en el texto y otros más que puedan parecerle útiles al director de escena. Para montar las farsas separadamente o para montarlas con tres escenarios diferentes el director encontrará abundante orientación en las acotaciones y en el propio texto. También pueden sugerir ideas útiles el texto y acotaciones del Pórtico.

Los escenarios, tanto el único como los tres distintos, pueden ser de tres tipos: 1.º, de carácter realista, figurativo: puertas, plaza, ventanas, casas, etc.; 2.º, de carácter simbólico, expresionista o idealista, no concreto; 3.º, simple cámara, formada por bastidores o patas y telón de fondo con abertura en medio.

Es muy útil un buen juego de luces para poder matizar los ambientes dentro de cada farsa, sobre todo para modificar el espacio escénico según las exigencias de la acción.

La representación de estas farsas puede hacerse preceder del PÓRTICO que se incluye en esta edición. Este PÓRTICO ayudará al espectador a situarse frente a la escena y facilitará el empleo del decorado número 2 o del número 3. Téngase en cuenta al emplear este PÓRTICO que el orden que seguirán las farsas será 2, 1 y 3.

Puede utilizarse también, otro. Pórtico: con cuadro plástico de los personajes puestos en escena. Con un recitado que haga alusión al carácter de cada uno de ellos. Esto consigue el efecto de preparar a auditorios poco avezados e introducirlos más fácilmente en la comprensión del espectáculo. En este caso es preferible que el presentador o presentadora actúe en el propio escenario y no por micrófono entre bastidores. Es preferible la actitud del guía de turismo ingenuo a la del presentador de televisión o al locutor deportivo. Una graciosa silueta juvenil, con traje actual de calle, paseándose entre los juegos de luces y sombras, entre los bultos estáticos de los personajes medievales produce -lo sabemos por experiencia- contraste muy agradable. Incluso en el caso en que un actor presente diversos personajes entre las tres farsas se puede hacer con notable provecho para el público infantil o juvenil. Cuídese, no obstante, que el presentador o presentadora vaya vestido de forma simpática, pero húyase de vestidos, sobre todo si se trata de una presentadora, niña o adolescente, que recuerden demasiado al público la última novedad de la moda.

Para las ilustraciones musicales se proponen las melodías incluidas en esta edición, susceptibles de fácil armonización. Un simple acompañamiento de guitarra española es suficiente. Si el elenco teatral posee conjunto musical, cosa frecuente en grupos juveniles, piano y batería bastarán para acompañar los cantos, subrayar los cambios de escena, etc., y para subidas y caídas de telón. El empleo de instrumentos electrónicos exigiría la puesta en escena de un tratamiento acorde. Siempre es preferible, si se puede, la música viva a la música grabada y retransmitida por altavoces.

El tratamiento que admiten las farsas es muy variado. Débese mantener la unidad ambiental, no obstante, en la misma representación. Pormenores insignificantes contribuyen a ello. Causa agradable efecto, por ejemplo, el canto de un pájaro de feria, al que se introduzca hábil y funcionalmente en el Pórtico al aludir a la mentira y luego se repita como musiquilla parlante cada vez que Maese Patelín, Corderillo, Guillermina, Magíster Aliborón o Juanita se sirvan de la mentira para salir adelante con la suya.

La imaginación del director y no pocas veces la de los actores, particularmente los jóvenes actores, inspirará toques y sugerencias que contribuirán a enriquecer textos como los presentes, cargados de posibilidades. A este fin se recomienda que tras la lectura en común de los textos, varios días repetida y reposada, el director del grupo -estamos pensando ahora en grupos adolescentes y experimentales- tenga una puesta en común de ideas y sugerencias con todos los elementos integrantes de la «compañía», tanto actores como regidor, tramoyistas, utilero, etc. La experiencia se mostrará fácilmente provechosa. Pero evítese prolongarla hasta los últimos ensayos. En un momento dado, la puesta en escena tiene que quedar fija y definitiva. Introducir modificaciones constantemente es peligroso.

Puede el director introducir unos pasos de danza en la puesta en escena de estas farsas. Se prestan a ello especialmente los siguientes momentos: En «Mimín», cuando todos emprenden camino hacia la casa de Magíster Aliborón o a su regreso. En «La tina», cuando Juanita, después de haber vencido a Jacobo, se dispone a hacer la colada. En «Patelín», cuando éste y Guillermina celebran alborozados la ganancia del paño. El ajuste de la danza con la acción es el propio de cada caso.

Es de efecto contraproducente pronunciar los nombres de Mimín o Patelín a la francesa, cuando todos los nombres que aparecen en esta versión están escritos a la española.




ArribaAbajo Pórtico

 

Se apagan las luces de la sala a medida que se oye el redoble de un tambor que se va acercando. Sólo queda iluminado el proscenio. Sin levantarse el telón, delante de él, aparece, haciendo cabriolas, un personaje que llamaremos JUGLAR, pero que puede ser un arlequín o payaso que anuncie el espectáculo a grandes voces:

 

JUGLAR.-  ¡Paso a la farsa!  (Se oye un toque de clarín. Él lo finge solamente.)  ¡Paso a la farsa! Ante vosotros el maravilloso espectáculo de la farsa.  (Cabriola.)  Aquí llega la farsa montada en una carreta como aquellos viejos cómicos de la legua, cansados y polvorientos de todos los caminos.  (Toque de clarín como antes.)  ¡Paso a la farsa! Aquí vienen y aquí están, dispuestos a haceros reír un poco y a haceros pensar..., porque estos aldeanos truhanes y sencillos, con sus ademanes toscos y sus rozados pellejos, con su voz hueca y fingida, son un dechado de ciudadanos honrados y amantes de su prójimo.  (Toque de clarín.)  ¡Paso a la farsa!  (Cabriola.)  En medio de sus desplantes y cabriolas, que arrastran años y siglos, sólo tienen una preocupación:  (Baja la voz y se adelanta. Confidencialmente al público.) sólo quieren ver si son capaces de conseguir engañaros a vosotros, como intentan engañarse entre ellos.  (Toque de clarín que le sorprende desprevenido, como en falta. Finge volver a la mecánica actitud de antes.)  ¡Paso a la farsa!  (Prolonga la última sílaba más que las otras veces, mientras se levanta el telón.)  Cuando llegue el carro de los cómicos lo primero que veréis será  (El telón está levantado por completo. A media luz se ve a JACOBO tumbado en el suelo. El JUGLAR lo ignora.)  al buenazo de Jacobo que anda discutiendo con...,  (Se oye un grillo que sorprende al JUGLAR y le molesta.)  que anda discutiendo con...,  (Sigue sin parar el grillo.)  que anda dis...  (Se vuelve y se da cuenta de que JACOBO está allí durmiendo. Luz total. Confidencial al público.)  ¡Oh!, no anda..., está dormido...  (Se sigue oyendo al grillo, que no cesará hasta que lo haga callar JACOBO.)  ¡Chit! Me voy...  (Desaparece de puntillas por el lado donde esté colocada la tina. Vuelve furtivamente y dice.)  Y ésta  (La señala.)  es «La tina de la colada»...

 

(Empieza la farsa. Después de representada la farsa «La tina de la colada», redoble seco de tambor. Se levanta el telón y aparece el juglar. Media luz.)

 

JUGLAR.-    (Como antes.)  ¡Sigue la farsa!  (Cabriola.)  Ahora, distinguido público, dejemos ya a Jacobo en su casa, contento y satisfecho con su victoria y su pergamino. Y vayamos saltando de un lugar a otro y de un escenario a otro. Imaginad, amable público, la calle que lleva de la casa de Mimín  (Aparecen compungidos y en actitud de marcha GUILLERMO y LUBINA y quedan estáticos.)  a la casa de...  (Echa un suspiro ingenuo.)  Catalina,  (Aparece RAÚL MACHÚA, zapatero, y se sienta en la puerta misma de la casa, de espaldas al público y con el martillo en alto.)  y por lo que más queráis...  (Toque de clarín como antes.)  ¡Sigue la farsa! Seguid imaginando, si no queréis llevaros una sorpresa, que a mi izquierda está la casa de Magíster Aliborón,  (Aparece por la izquierda. Queda estático con su bonete y su librote.)  que allá en la ciudad se empeña en...  (Toque de clarín.)  ¡Sigue la farsa! Magíster Aliborón, que allá en la ciudad se empeña en...  (Martillazo del zapatero. El JUGLAR da la vuelta y casi se desmaya al ver a RAÚL MACHÚA. Corre hacia la derecha y suelta un ¡Ay!, al ver a GUILLERMO y LUBINA. Corre hacia la izquierda. MAGÍSTER ALIBORÓN habrá desaparecido sin verle él. El JUGLAR desaparece sacudiéndose las manos.)  ¡Es «La farsa de Maese Mimín»!  (Golpes de martillo de RAÚL MACHÚA. Luz total.) 

 

(Empieza la farsa. Después de representada «La farsa de Mimín», doble seco de tambor. Se levanta el telón. Media luz.)

 

JUGLAR.-   (Como antes.)  ¡Sigue la farsa!  (Cabriola.)  Excusate, amantissimi spectatores...  (Corrigiéndose.)  ¡Oh!, se me ha pegado... Perdonadme, amadísimo público, porque ahora, mientras el gran Mimín descifra uno de sus mamotretos, os voy a tener que pedir otro poco de imaginación, ya que hemos de cambiar otra vez de escenario. Nos encontramos en una plaza.  (Gesto de dar la sensación de amplitud.)  Una plaza de la villa donde viven Maese Patelín y su esposa Guillermina. Maese Patelín.  (Toque de clarín. Mecánicamente y cansado el JUGLAR.)  ¡Sigue la farsa! Maese Patelín es un abogado sin pleitos, autor de las mayores marrullerías que se conocen en la comarca... Pero aquí, a mi derecha, está la tienda  (Señala el tenderete.)  de Maese Guillermo, rico y gordo mercader de paños.  (Toque de clarín. Más cansado y con menos voz.)  ¡Sigue la farsa!  (Amaga una cabriola, pero desiste, como si el cansancio se lo impidiera.)  Y aquí, a mi izquierda, la casa de Maese Patelín con su arcón vacío y su mujer,  (Aparece GUILLERMINA y se sienta a coser. Estática.)  empeñada en remendar sus raídos vestidos...  (Entra PATELÍN y queda en pie, parado, como cavilando. Lo ve el JUGLAR, y con gesto de compasión mueve la cabeza a la vez que se dice mientras se retira.)  Y ahora sí que ¡empieza la farsa!

 

(Mientras queda pensativo PATELÍN, se oyen despacio los compases de la música y se hace luz total. Empieza la farsa.)

 




ArribaAbajo Farsa de Maese Mimín

Anónimo francés del siglo XIV


Versión libre de Juan Cervera


PERSONAJES
 

 
LUBINA,   madre de Mimín.
GUILLERMO,   padre de Mimín.
RAÚL MACHÚA,    padre de Catalina.
MAGÍSTER ALIBORÓN,   maestro.
CATALINA,    prometida de Mimín.
MAESE MIMÍN,    estudiante.

La acción transcurre en una aldea en el siglo XIV.

A la derecha, la casa de Raúl Machúa.

A la izquierda, la casa de Magíster Aliborón.

Planta del escenario

Planta de escenario
A: Casa de Raúl Machúa.-B: Calle.-C: Taburete de trabajo de R. Machúa.-D: Casa de M. Aliborón-E: Atril de Mimín. F: Puerta.-G: Ventana.-H: Posición de la jaula

 

Frente a la casa de RAÚL MACHÚA, zapatero. La casa estará entreabierta, pero no se verá a nadie dentro hasta que hayan entrado LUBINA y GUILLERMO.

 

LUBINA.-   (Desde fuera, con recelo.)  Entra tú primero.

GUILLERMO.-   (Mismo juego.)  No, no. Llama tú. Tuya fue la idea de venir a ver a Raúl Machúa.

LUBINA.-    (Airada.)  Y tuya la de mandar a Mimín con ese Magíster Aliborón.

GUILLERMO.-   (Resignado.)  Está bien, al final, como siempre, tendré que hacer lo que tú quieras.  (Golpea la yerta.)  ¡Ah, de la casa!

RAÚL MACHÚA.-   (Apareciendo y haciéndoles pasar.)  ¡Dios te guarde, Maese Guillermo! ¿Qué os trae por mi casa, vecinos y casi consuegros?  (No deja hablar.)  Y mi señora Lubina, pero ¡qué hermosa está!  (Gesto de los visitantes para empezar a hablar.)  ¡Ah, no digáis, no digáis..., ya adivino.  (Se oye cantar dentro alegremente a CATALINA. Sólo tonadilla. Melodía 1.)  Explicaos, amigos míos; mi hija  (Gorgoritos de ella.)  tan hacendosa como siempre, está preparando los guisotes.  (Sin dejarles hablar.)  ¡Oh, un suculento pavo con...!

GUILLERMO.-   (Con misterio.)  Bien. Que siga. No hace falta que nos oiga.  (Lo atrae bastante lejos de la puerta del fondo, que tendrá cortina a través de la cual se verá fisgar de vez en cuando a CATALINA, que seguirá cantando de forma intermitente e inoportuna.) 

RAÚL MACHÚA.-  Y ¿qué tal? ¿Cómo sigue vuestra tía?  (LUBINA y GUILLERMO quieren hablar.)  ¿Sigue tan esbelta como siempre, a pesar de sus años?

GUILLERMO.-    (Algo amoscado.)  No, no se trata de eso.

RAÚL MACHÚA.-  ¡Ah, ya; se trata de tu padre, Maese Guillermo! ¡Pobre hombre, me da mucha pena!

GUILLERMO.-   (Impaciente.)  No, no, tampoco es eso. Lo que ocurre...

RAÚL MACHÚA.-  Pues entonces será algo grave,  (LUBINA a punto de estallar.)  ¿verdad, Maese Guillermo?

GUILLERMO.-  ¡Claro! Lo que ocurre...

RAÚL MACHÚA.-   (Interrumpiéndole.)  Te escucho, Maese Guillermo, o a ti, mi señora Lubina... Ya, ya veo. ¿Algún incendio?

LUBINA.-    (Casi se desmaya.)  ¡Oh!

RAÚL MACHÚA.-  ¡Ah, claro! Un incendio y nosotros aquí charla que te charla. Corramos todos a apagar el fuego.

GUILLERMO.-   (Sentándose vencido.)  ¡Compadre, déjame por fin que te cuente el caso!

RAÚL MACHÚA.-  ¡Pardiez!. Hace tiempo que lo espero con impaciencia. Charlamos como mujeres.  (LUBINA, que estará con el pañuelo entre manos y la cabeza gacha, la levanta ahora despectiva.) 

GUILLERMO.-  ¡Basta ya! Se trata de nuestro hijo Mimín.

RAÚL MACHÚA.-  ¡Cómo! ¿Que vuestro hijo Mimín prendió el fuego?  (CATALINA al oír el nombre de MIMÍN saca la cabeza.) 

GUILLERMO.-  ¡No! Escúchame de una vez y no interrumpas.

LUBINA.-  Tu hija Catalina es una buena moza.

RAÚL MACHÚA.-  ¡Oh, sí! ¡La más hermosa del lugar!

GUILLERMO.-  Y nuestro hijo Mimín...

RAÚL MACHÚA.-  No, no. Mimín no tanto.

LUBINA.-  Decimos que Mimín...

RAÚL MACHÚA.-  No, por favor, Catalina es más hermosa que Mimín.

GUILLERMO.-   (A LUBINA.)  ¿No habrá manera de meter baza?  (Enérgico se dispara.)  Pues sí, como los dos están prometidos en matrimonio, quisimos que Mimín fuera el más sabio de la aldea.

LUBINA.-   (Señalando culpablemente a GUILLERMO.)  Y éste le mandó a la ciudad a estudiar con...

GUILLERMO.-  Magíster Aliborón.

RAÚL MACHÚA.-   (Interrumpe como de costumbre.)  Obraste cuerdamente, Maese Guillermo, porque bien merece mi hija Catalina...

GUILLERMO.-  No, tampoco es eso. Lo que ocurre es que nuestro hijo es tan inteligente que descifrando pergaminos latinos día y noche ha olvidado nuestra lengua.

LUBINA.-  ¡Y no habla más que en latín!

RAÚL MACHÚA.-  ¿Y eso es una desgracia? ¡Eso quiere decir que ha progresado mucho! Porque descifrar pergaminos no será nada fácil...

LUBINA.-  ¡Ay de mí!

GUILLERMO.-  Pero, Maese Raúl, que Mimín y Catalina tienen que casarse.

RAÚL MACHÚA.-  Me parece normal, porque si ellos son jóvenes y se quieren...

GUILLERMO.-  Pero, ¿cómo van a entenderse si él habla sólo en latín y ella en español... y están en vísperas de desposarse?

RAÚL MACHÚA.-  ¡Ya! Ahora caigo:  (Recapacitando.) latín, español, latín, español, latín.  (Repiten todos el juego a coro, volviéndose alternativamente hacia un lado y otro: latín, español, etc. CATALINA sale descaradamente y sigue desde atrás a los tres, que repiten como enajenados.)  Latín, español, etc., ¡latín, latín, latín!  (CATALINA se retira oportunamente y vuelve a cantar para disimular.) 

RAÚL MACHÚA.-   (Grave.)  ¡Un momento! No hay tiempo que perder. Voy a prevenir a Catalina. ¡Es tan jovencita!  (Se retira.) 

LUBINA.-    (Gimotea.)  ¡Ay, sí! Es una niña.

RAÚL MACHÚA.-   (Como quien dicta una sentencia, mientras sale con CATALINA.)  Iremos todos juntos a la ciudad a ver a Magíster Aliborón.

CATALINA.-   (Haciendo falsos pucheritos.)  Yo a quien quiero ver es a Maese Mimín.

LUBINA.-  Hija mía, dame la mano y vayamos juntas a buscarle.  (Ademán de empezar la marcha.) 

RAÚL MACHÚA.-  ¡Pobre niña! Tan linda, tan cariñosa.

GUILLERMO.-  ¡Pobre Mimín! Tan inteligente, tan estudioso.

RAÚL MACHÚA.-   (Parándose.)  Pero, ¡Maese Mimín debe de parecer un salvaje hablando una lengua tan extraña!

CATALINA.-   (Volviéndose hacia atrás.)  Padre, voy a echarme un manto encima y corramos a ver a Maese Mimín. Y además llevaré mi muñeca.  (La coge.) 

GUILLERMO.-  ¿Tu muñeca?

CATALINA.-  Sí, me la regaló Mimín antes de irse a la ciudad.

LUBINA.-  ¡Hay que ver cómo se quieren! Le regaló una muñeca...

 

(En casa de MAGÍSTER ALIBORÓN. En escena MAESE MIMÍN y el MAGÍSTER. Se pasean con grandes volúmenes. GUILLERMO observa desde fuera y comunica sus experiencias a LUBINA, RAÚL y CATALINA.)

 

MIMÍN.-   (En tono salmodiado que termina en falsete.)  Mundum mirabilius et nunquam potabilius sed periculosum navigare. Omnes divitias in capite habeo et nihil comparabo scientia cerca de rebus multis in capitulo octavo.

GUILLERMO.-    (Se vuelve y les comunica.)  Parece una procesión. Canta devotamente. Llevan como un ropón negro.

MIMÍN.-   (Repite.)  Mundum mirabilius, etc., octavo.

MAGÍSTER.-    (Transportado de admiración.)  ¡Bellísimo lenguaje, Maese Mimín! Tú me honrarás, tú serás el más grande de los doctores, entre los de mayor fama. Podrás reírte de los vientos, de las tempestades y de las tormentas, porque el sabio es el dueño de la tierra y del mar. Respóndeme: ¿qué libro lees?

MIMÍN.-  Non respondebo tibi, nisi latine, quia linguam hispanam olvidavi in aeternum.

GUILLERMO.-    (Aparte.)  No sé qué ha dicho, pero no me parece cosa buena.

MAGÍSTER.-  No he visto nunca persona más ágil ni más ardorosa para el estudio. Su inteligencia al principio era algo ruda, pero hay que ver cómo la he pulido. ¡Oh, gran Mimín! ¡Alejandro de los pergaminos, César de las memorias, Cicerón de todos los discursos! Hasta los doctores de Roma pedirán tu consejo y las más famosas Universidades, como la de Salamanca y la de Bolonia, te ofrecerán sus cátedras.

MIMÍN.-  Ego volo laborare et parlare semper latine, nunquam hispaniolo.

MAGÍSTER.-  ¡Oh, Maese Mimín! Hablas el latín como los mismos apóstoles. Mimín, haz una disertación sobre el salmo que dice: «De cómo el honor del mundo pende sólo de un hilo...»

GUILLERMO.-   (Aparte.)  No sé qué han dicho del hilo.  (Gesto de sorpresa de los demás.) 

MIMÍN.-    (Después de reflexionar.)  Ego adsum. In capitulo tertio Aristetolos, Aristotelis pensavi et dixi: Vivamus in aventura, honor totius mundi pendet de fileto.

GUILLERMO.-    (Aparte.)  Esto me parece ya razonable: hablan de filetes.

MAGÍSTER.-  ¡Oh, doctus doctissimorum! ¡Qué sonoridades le das al latín! Ni Triboniano, ni Justiniano, ni Domiciano pueden comparársele.

MIMÍN.-   (Empalma otro latinajo.)  Iuta ripan aquarum sicut cedrus crescet...

GUILLERMO.-   (Irrumpiendo el primero.)  ¡En qué situación le ha dejado el estudio!

LUBINA.-  Hasta su voz ha adquirido un acento agrio... Me acerco temblando.

RAÚL MACHÚA.-   (A CATALINA, que quiere lanzarse hacia MIMÍN.)  Guarda recato, hija mía. Ponte erguida, pero baja los ojos.

CATALINA.-   (Obedece, pero haciendo pucheros.)  ¿Está bien así, padre?

RAÚL MACHÚA.-  Aún más recato, hija.

CATALINA.-  Pues si cierro los ojos no veré nada.

GUILLERMO.-  Perdón, Magíster Aliborón. Supongo que me reconoces. Soy el padre de Mimín.  (Al querer tenderle la mano le cae el mamotreto a M. ALIBORÓN.) 

LUBINA.-  ¡Dios te guarde!, Soy su afligida madre...

CATALINA.-  ¡Ah, qué ganas tengo de oírle de cerca...!

MAGÍSTER.-   (A MIMÍN, que ha permanecido enfrascado en la lectura de su libro.)  Saluda a tus padres. Pero hazlo en lengua vulgar.  (Con desdén.)  En español.

MIMÍN.-  Salve, Dómine!

MAGÍSTER.-  ¡En latín, no!

MIMÍN.-  Bene, bene. Ego hispaniolum olvidavi. Sed quid video? Filia Raúlis Machuae est hic! Cura muñeca quam dedi ad matrimonium. Salve, amici!

GUILLERMO.-   (A M. ALIBORÓN.)  No entendemos nada de lo que dice.

MAGÍSTER.-  Os da la bienvenida.

LUBINA.-  Pero no conocemos esa lengua.

MIMÍN.-  Oh, mater! Muñeca filiae Raúlis est prenda ad matrimonium.

LUBINA.-   (Suplicante.)  ¡Habla en español!

MIMÍN.-   (Con suficiencia.)  Vulgus, hispaniolo; sed sapientes, latine.

CATALINA.-  Padre, ¿puedo reírme ya? Porque estallo...

RAÚL MACHÚA.-  Recato, hija, recato.

GUILLERMO.-   (A ALIBORÓN.)  ¿De verdad es sabio?

MAGÍSTER.-  En verdad que tengo motivos para estar satisfecho.  (Señalando la cabeza.)  Ha costado algo entrarle el latín, pero ahora ya no se le sale.

GUILLERMO y LUBINA.-  Venimos para llevárnoslo.

MAGÍSTER.-  ¿Qué decís, insensatos? ¿Arrebatarle tan pronto de mis cuidados? Seis meses más y... hablará griego.

LUBINA.-    (Cae desmayada.)  ¡Socorro!... ¡Ay!

GUILLERMO.-  ¡No! No es esa lengua la que queremos que hable.

MAGÍSTER.-   (Satisfecho.)  ¡Ah, ya! ¡Apuesto a que preferís primero el hebreo! Pues le enseñaré antes el hebreo, luego el griego y luego...

GUILLERMO.-    (Furioso.)  ¡No! El español, el español quiero yo...

RAÚL MACHÚA.-  Comprende, Magíster Aliborón, que el latín, el griego y el hebreo son lenguas que se hablan poco hoy en día.

MAGÍSTER.-  ¡Es sorprendente que haya gentes que aprecien tan poco la cultura! Los progresos de Mimín eran muy rápidos.

LUBINA.-   (Ofendida.)  Sin duda. Por eso ya sabe bastante. Nos lo llevamos.

GUILLERMO.-  Pero antes de llevárnoslo haz que hable nuevamente en español.

MIMÍN.-  Aquila non capit muscas.

MAGÍSTER.-  Yo he hecho lo que he podido...

MIMÍN.-  Magister magnus est Aliboronus. Date ei pecuniam et ego parlabo graece et hebraice.

RAÚL MACHÚA.-  No, no, hispaniolo.  (Sorprendido él mismo de lo que ha dicho.)  ¡Oh!

LUBINA.-  ¿Ya no volverá a hablar español?  (A MIMÍN.)  Por lo menos dile buenas tardes a tu madre.

MIMÍN.-  Salve, mater amábilis!

CATALINA.-  ¡Huy, qué finolis resulta el latín!

LUBINA.-  Dile alguna palabra graciosa a Catalina, hijo.

MIMÍN.-  Tu habes faciem, Catherina, pulchram quam lingua latina.

RAÚL MACHÚA.-  ¿Has entendido algo, hija?

CATALINA.-  No, pero me da mucha ilusión.

LUBINA.-   (A ALIBORÓN.)  ¿Qué ha querido decir?

MAGÍSTER.-  Son frases amorosas. Y no está bien que yo me rebaje a traducirlas.

CATALINA.-  Pero, ¿son galantes?

MAGÍSTER.-  ¡Galantísimas!

LUBINA.-  Está muy amable, pero qué delgado... Pone cara de ayunos y penitencias.

GUILLERMO.-  Yo también a su edad... estaba así.

LUBINA.-  Era otra época. Pero dejémonos de pláticas inútiles. Hay que buscar solución a esto de la lengua.

GUILLERMO.-  Pues lo dicho, Magíster Aliborón, ¡no salimos de aquí hasta que vuelva a hablar en español!

RAÚL MACHÚA.-  Eso, eso.

LUBINA.-  Bien dicho.

CATALINA.-  ¡Qué más da, con tal que hable!

MAGÍSTER.-  ¡Pues me parece que si cuesta tanto salir el latín como costó entrarle, mi casa se convierte en posada!

GUILLERMO.-  Pero, Magíster Aliborón, alguna receta tendrá la ciencia para curarle.

RAÚL MACHÚA.-  Y esa ciencia sin duda la posee Magíster Aliborón.

MAGÍSTER.-

 (Halagado.)  Veamos si cantando cambia de lenguaje. Esta es una regla de oro de Hipócrates. Los estorninos, enjaulados, aprenden a cantar, y las urracas y abubillas incluso llegan a hablar. Cantemos todos juntos:  (Melodía popular portuguesa. Canta él y luego repiten los demás. Melodía 2.) 

Los ojos de Catalina
son verdes como un limón.
Ay, sí, Catalina, sí ay, ay, ay.
Ay, sí, Catalina, ay, no.

 (Se produce expectación y empieza...) 


MIMÍN

 (Misma música.) 

Virides tanquam limone
tui oculi, Catherina.
Et ego parlabo tibi, bi, bi,
semper in lingua latina.

GUILLERMO.-   (Exasperado.)  ¡Si le doy un garrotazo, seguro que gritará en español!

CATALINA.-  Por San Miguel, no harás tal cosa, Maese Guillermo.

MAGÍSTER.-  Un momento. Ya sé la causa. Y cuando se sabe la causa se curan los efectos.

LUBINA.-  ¡Qué bien habla!

RAÚL MACHÚA.-  Te escuchamos. ¿Cuál es la causa?

MAGÍSTER.-   (Pedantísimo.)  Ha trabajado tanto, ha argumentado tanto, ha investigado tanto; ha leído, vertido y controvertido tanto; ha escrito tantas disertaciones y compilaciones; ha sondeado tanto en la Dialéctica, la Retórica, la Alquimia y la Metafísica, que ahora no habla más que en latín... porque se ha habituado a ese idioma.

GUILLERMO.-   (Impaciente.)  ¡Pardiez! Eso ya lo sabíamos... ¿Qué podemos hacer?

MAGÍSTER.-  ¡Nada!  (Todos se alejan de él y se acercan a MIMÍN, que se ha vuelto a enfrascar en la lectura con grandes aspavientos.) 

MIMÍN.-  Contra vim mortis non est medicamentum in hortis.

LUBINA.-   (Se vuelve. Con sigilo.)  Escuchadme. Magíster Aliborón dijo muy bien. Hay que hablarle como a los pájaros, al oído, pero hemos olvidado ponerle en una jaula.

RAÚL MACHÚA.-  ¡Pardiez! ¡Y qué romos somos!

MAGÍSTER.-  ¡Prudente juicio, mi señora Lubina! Habíamos olvidado la jaula, porque como dice Aristóteles: «Jaula est omnis divisa in partes tres».

CATALINA.-  Yo he visto una en el mercado.  (Salen CATALINA y LUBINA por la jaula.) 

 

(GUILLERMO y RAÚL sostienen la jaula. Es grande y de mimbre. Suficientemente ligera para ser manejada y bastante amplia para contener a MIMÍN, que quedará algo agachado, casi en cuchillas, cuando está metido en ella.)

 

LUBINA.-  ¡Acercaos por detrás!

CATALINA.-  No lo lastiméis.

RAÚL MACHÚA.-  Catalina, ponte delante y dile cualquier cosa amable.

CATALINA.-    (Le muestra la muñeca bastante baja.)  Esta muñequita tan bonita...

MIMÍN

  (Empieza a cantar.) 

Virides tanquam limone
tui oculi, Catherina...

  (Inmediatamente lo meten en la jaula por la cabeza, aprovechando que él se agacha para verla.) 


MIMÍN.-    (Estoicamente.)  Iustus in jaula florebit. Libros latinos non possum studiare. Sed sapientia, sicut pulchritudo, est in interiore.

RAÚL MACHÚA.-  Dadle de beber.  (CATALINA intenta darle vino a través de la jaula.) 

MAGÍSTER.-  ¡No, no! Galeno dice: «Aqua fontis clarissima, vel aqua minerale naturale.»

GUILLERMO.-  Bueno, ¿y el Galeno ese es de fiar?

MAGÍSTER.-  ¡Ah, caterva inculta!  (LUBINA le pasa el agua a CATALINA, que se la ofrece a MIMÍN.) 

CATALINA.-  Así, suavemente. Acerca el piquito.

MAGÍSTER.-  Más agua, más agua, ut mundet caput eius ab omni latinitate.

LUBINA.-  Ahora conviene hablarle sólo en español y con dulzura.

GUILLERMO.-    (Acercándose.)  Querido Mimín, habla un poquito en español.

MIMÍN.-   (Imitando la dulce afectación de su padre.)  Ego parlo Latine bene, benissime.

MAGÍSTER.-  Dejadme a mí.  (Dirigiéndose a MIMÍN.)  ¿Me conoces, Mimín?

MIMÍN.-  Oh, Magíster reverendissime, tu es qui comedebat carnem fritam, dum ego faciebat ieiunia.

LUBINA.-  ¿Qué ha dicho?

MAGÍSTER.-  Nada, nada. Una sentencia de Averroes que no viene a cuento.

RAÚL MACHÚA.-  Repite conmigo: «Desde hoy no leeré librotes, porque me trastornaron la cabeza.»

MAGÍSTER.-  Tal afirmación es grosera y descortés.

LUBINA.-  ¡Callaos todos!

GUILLERMO.-  ¿Callarse? ¿Para qué?

CATALINA.-  ¡Por favor, dejadme sola con Mimín! Todos vosotros gritáis demasiado. Mi voz será dulce y cariñosa y estoy segura de que me responderá.

MAGÍSTER.-  Esta es una gran verdad, porque, como dice Horacio: «Amor omnia vincit.» ¡Vámonos todos!  (Sigilosamente.)  Y desde fuera observaremos.

CATALINA.-  No, no quiere testigos. ¡Todos afuera!  (Se marchan todos.) 

 

(Solos MIMÍN en la jaula y CATALINA fuera.)

 

CATALINA.-  ¡Se han marchado! ¡Ahora es la mía!  (Le mira.)  ¡Mimín!  (Le mira largamente y él parece enternecerse algo.)  ¡Mimín, si hablas nuestro idioma te sacaré de la jaula!  (Siguen mirándose sin decir nada.)  ¡Mimín, si hablas nuestro idioma serás mi maridito!

GUILLERMO.-   (A los demás, afuera.)  ¡No se oye nada! Me da la impresión de que sigue hablando en latín!

CATALINA.-  Pero, Mimín, ¿no te das cuenta del disgusto que das a toda la familia, que para verte vino de la tierra?  (Los ojos de MIMÍN se iluminan al oír las últimas palabras.)  ¿Qué quieres?

MIMÍN.-   (Suavemente.)  Vino de la tierra..., vino de la tierra.

CATALINA.-   (Transportada de gozo.)  ¡Vino de la tierra, vino de la tierra! Toma, toma.  (Le alcanza un jarro que tiene a mano.)  Bebe, bebe. Es vino de la tierra.

MIMÍN.-    (Como un niño.)  No puedo, la jaula.

CATALINA.-   (Le quita la jaula de encima y MIMÍN bebe alegre.)  ¿Te gusta, Mimín?

MIMÍN.-

Mucho, linda mozuela.  (Empieza a cantar suavemente) 

Los ojos de Catalina
son verdes como un limón...

LUBINA.-   (Fuera a los demás.)  ¡Me parece que ya hablan en nuestra lengua!

GUILLERMO.-    (Emocionado.)  Entremos ya.

MIMÍN.-   (A CATALINA.)  Déjame estrechar tu mano, Catalina. ¡Maldito sea el latín! ¡Y los librotes esos!  (Le besa la mano.)  Beso tu mano.  (Entran precipitadamente todos los demás.) 

LUBINA.-  ¡Qué alegría! ¡Ya habla como nosotros!

RAÚL MACHÚA.-  ¡Qué inteligente es mi hija!

GUILLERMO.-  Habrá que celebrarlo, esto es un milagro, ¡un milagro!

MAGÍSTER.-    (Solo, aparte, al ver el porrón.)  Vinum cor hominum laetificat, sed enturbiat cerebelum.

LUBINA.-  Y mañana celebraremos la boda. Estáis todos invitados, claro, todos, hasta Magíster Aliborón.

MIMÍN.-  Muy bien. ¡Magnífico! ¡Hasta Magíster Aliborón! Y se acabó el latín para siempre.

TODOS.-  ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Vivan los novios!

GUILLERMO.-  Mientras regresamos a casa, cantemos. ¡Cantemos todos!  (Se disponen a cantar todos a las órdenes de GUILLERMO, que empieza a entonar «Los ojos de CATALINA», pero de pronto se adelanta...) 

MIMÍN.-   (Que canta solo.)  Gaudeamus igitur, iuvenes dura sumus...  (Melodía 3. Con gran estupefacción de todos.) 


 
 
FIN
 
 

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