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ArribaAbajoLa redacción de «El Belén»

Acta de la junta celebrada anoche en la redacción de «El Belén»


En Madrid, a las nueve de la noche del 24 de Diciembre de 1857, hallábanse reunidas en el salón de recibo del piso bajo, izquierda, de la casa núm. 28 de la calle del Prado, setenta personas de ambos sexos y de varias edades, a fin de conmemorar el Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.

Morada aquella casa de un aristócrata de abolengo, al par que docto y exquisito poeta, casado con muy discreta y elegante dama (de cuya belleza no viene a cuento hablar ahora), el citado salón se distingue por su artístico ornato, tan severo como lujoso. Iluminábanlo en tal fiesta mil bujías; sonaba alguna vez magnífico piano de cola; chisporroteaba alegre fuego en la chimenea; circulaba impaciente y animadísimo el concurso, y los grandes espejos reproducían, agrupadas, figuras tan insignes, que, de haber quedado impresas en el cristal, cada luna sería con el tiempo un cuadro histórico no menos interesante que el de la Lectura de Zorrilla, pintado por Esquivel.

Casa, personas, muebles y cuanto llevamos bosquejado constituían anoche lo que se suele llamar una Redacción, puesto que allí iba a confeccionarse (voz técnica) un periódico titulado El Belén, dedicado exclusivamente a defender las prerrogativas y gollerías de la Noche Buena; periódico sin periodicidad, dado que no publicará segundo número (y no ciertamente por culpa de la censura, allí secuestrada en la persona del Sr. Nocedal, Ministro de la Gobernación); pero muy político y transcendental periódico, por cuanto en él o para él habían escrito muchos ex-Consejeros de la Corona, no pocos publicistas ministeriales, oposicionistas o neutros, y hasta algunos prohombres ya monumentales, como Martínez de la Rosa, Alcalá Galiano y Pacheco, que han personificado y dirigido en España partidos y escuelas.

Seré más claro: anoche celebraba junta general una Tertulia Literaria, que lleva ya muchos años de regocijar a las Musas españolas; o, por mejor decir, anoche era la Quinta Navidad en que se reunía bajo aquel hospitalario techo la mayor parte de nuestros más acreditados poetas, a cantar aguinaldos y villancicos al Recién nacido de Belén. Dicho se está, por tanto, que hacían los honores de la casa, como dueños de ella, la Marquesa de Molins, cuya delicada belleza (ahora viene a cuento el citarla), sumo ingenio y ameno trato son proverbiales en la Corte, y su esposo el célebre Marqués de Molins, llamado también «el autor de Doña María de Molina».

Directores natos del periódico en ciernes, y anfitriones que de por fuerza tenían que ser en la colación pascualsolemnemente prometida, los Marqueses de Molins compartían hasta cierto punto el peso de tan graves cargos con las siguientes dignísimas personas, que, por pertenecer a la familia, ocupaban ya, material o moralmente, la Presidencia de El Belén:

La señora Condesa de Villa-leal (madre del Marqués de Molins); el señor Obispo de Córdoba, el Príncipe y la Princesa Pío, la Duquesa de Uceda y sus hijos, la señorita Doña Enriqueta Roca de Togores, la señora de Roca y su hija, la Condesa viuda de Berberana y su hija, el Sr. D. Juan Roca, y los tiernos hijos de los dueños de la casa.

Componíase la Redacción de cincuenta poetas y artistas, representantes de tres generaciones literarias, contemporáneos unos de Moratín, condiscípulos otros de Espronceda y Larra, y soldados nuevos algunos en las huestes del sempiterno Apolo. Edades y categorías estaban allí subordinadas a fraternal compañerismo. Grandes de España, Ministros, Oradores de nota, Embajadores, Académicos, Próceres de todo linaje, presentaban humildemente al Director de El Belén su gacetilla o su artículo, ni más ni menos que los simples escritores de a pie. En lo demás, aquellos cincuenta articulistas o gacetilleros eran al propio tiempo autores de tantas y tantas obras célebres, que su catálogo no habría cabido en otro periódico mayor queEl Belén. Poesías que se saben de memoria todos los españoles, novelas muy estimadas, comedias y dramas aplaudidísimos, famosos discursos, libros de historia y de didáctica, artículos de crítica y de costumbres, pinturas de gran reputación, constituciones, códigos, leyes orgánicas, y, por supuesto, centenares de periódicos políticos o literarios habían brotado de aquellas cabezas...

Porque allí estaban los excelentísimos o excelentes señores:

D. Antonio Alcalá Galiano,

D. Francisco Martínez de la Rosa,

D. Juan Eugenio Hartzenbusch,

Ventura de la Vega,

Conde de Cheste,

D. Mariano Roca de Togores, dueño de la casa,

Pastor Díaz,

Pacheco,

Miguel de los Santos Álvarez,

Conde de Guendulaín,

Ferrer del Río,

Gil y Zárate,

D. Modesto de Lafuente(Fray Gerundio),

Nocedal,

D. Fermín de la Puente Apezechea,

Campoamor,

Eulogio Florentino Sanz,

Fernández Jiménez (a) Ivón,

Amador de los Ríos,

Madrazo (D. Federico),

Madrazo (D. Pedro),

Segovia (El Estudiante),

Cueto,

Cañete,

Antonio Flores,

Navarro Villoslada,

Selgas,

Marqués de Auñón,

Carlos de Haës,

Juan Valera,

Luis Fernández-Guerra,

Barón de Andilla,

Eduardo González Pedroso,

Gabino Tejado,

D. Pedro F. Carrascosa,

Ramón de Navarrete,

Conde de Ezpeleta,

Ochoa (padre e hijo),

José Joaquín Cervino,

Cayetano Rossell,

Gabriel Estrella,

Rafael Ferraz,

Latorre (D. Luis),

Eulate,

Dacarrete,

González de Tejada,

Sánchez Ramos,

Ojeda y

Gutiérrez de los Ríos.

Y también estaba allí el infrascrito, que se nombra en capítulo aparte, para que no se le tache de inmodesto...

Pues bien: por poco filósofo que fuese ni pudiera ser quien, como yo, no ha cumplido todavía los veinticinco años de edad, el hecho es que anoche no pude menos de entrar en consideraciones bastante graves al ver reproducidas y encuadradas en los amplísimos espejos las dichas cabezas, todas iluminadas por una inteligencia superior, todas creadoras, todas circuidas de la noble aureola de la fecundidad... Y pensaba, no ya sólo en los seres ideales, las escenas fantásticas, los mundos imaginarios a que aquellos hombres ilustres habían dado vida, sino también en los seres de carne y hueso, en los hechos reales y positivos, en el mundo material por muchos de ellos agitado o gobernado; en los acontecimientos de que habían sido colaboradores o protagonistas; en los períodos históricos que representaban; en las revoluciones, en las guerras, en los golpes de Estado, en las luchas parlamentarias que traían a la memoria, y en la multitud de varones del siglo XVIII que los más ancianos, cuando jóvenes, habrían conocido ya viejos, y visto luego devorados por la nunca saciada tumba... Y asimismo pensaba en los años y en las obras y en los hechos de que aún podrán ser autores o héroes los que asistían a la reunión, sobre todo aquéllos que todavía recorren la florida senda de la juventud...

En esto dio principio la lectura de los originales acopiados para el periódico El Belén, por el orden y en la manera siguientes:

I. El Marqués de Molins leyó un romance, que contenía, por decirlo así, lacabeza del periódico, el título, los puntos de suscripción, las condiciones de la misma, etc., etc.

II. Pastor Díaz dio cuenta, en varios romances, de la Parte oficial de la Gaceta, a Decreto o romance por cada Ministerio, todos relativos al gran acontecimiento del día, o de la noche; esto es, al Nacimiento del Hijo de Su Divina Majestad.

III. D. Eugenio Ochoa comunicó, también en romance, una Real Orden sobre Instrucción Pública.

IV. Un servidor de Vds. presentó el extracto oficial en quintillas de la Sesión de Cortes celebrada anoche por la Cámara de los Loros.

V. Juan Valera transmitió las noticias del Correo extranjero (en tercetos), todas referentes a grandes conflictos surgidos en tierras infieles como consecuencia del universal empeño de cenar ayer al uso cristiano.

VI. Cueto leyó una epístola en igual metro, por la que acabó de ponernos al corriente de cuanto ocurría fuera de España.

VII. Ventura de la Vega se descolgó con un artículo de fondo, de oposición, en quintillas, que tememos sea recogido!

VIII. Cañete leyó otro artículo de fondo, de esos llamados de polémica.

IX. Pedroso, un artículo (letrilla) sobre Economía política, que a todos nos llegó al corazón, cual si tratase de materia más ideal y santa.

X. Alcalá Galiano contribuyó con un suelto (en quintillas) sobre el turrón.

XI. Cervino había hecho en romance la Crónica religiosa.

XII. Hartzenbusch, una Revista de Teatros, en silva. (¡Buen metro!... y perdóneseme la falta de ortografía de este equívoco.)

XIII. Nocedal, la Revista de Toros,en noble romance endecasílabo.

XIV. Florentino Sanz, la Revista de Modas, en variedad de metros.

XV. Pacheco (el Comentador del Código penal), una Revista de Tribunalesen redondillas.

XVI. Segovia, una Revista del año, en silva.

XVII. El Marqués de Auñón, la Revista Comercial, en redondillas.

XVIII. Flores, unArtículo necrológico del Besugo, en romance endecasílabo.

XIX. Campoamor, una Dolora para el folletín.

XX. D. Pedro José Carrascosa, Presbítero 4,El pie de Imprenta, en quintillas.

Quedaban aún por leer muchas cosas; pero dieron las doce, hora del Misterio que se festejaba. Abriose entonces la puerta del Oratorio de la casa, en que por Breve de Su Santidad se permite celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, y apareció el señor Obispo de Córdoba delante del Altar, donde no faltaba el clásico Nacimiento, con sus pastores, sus reyes magos, su buey, su mula y demás indispensables accesorios.

La reunión cambió súbitamente de aspecto, como había cambiado de carácter. A las risas y aplausos que arrancaban las composiciones poéticas, sucedió profundo y religioso silencio. Las damas ostentaban sendas mantillas, que salieron a relucir como por arte de magia; arrodillose todo el mundo, y comenzó la Misa del Gallo.

El Sr. Ferraz, gran maestro de música, aunque sólo se titule aficionado, improvisó en un órgano expresivo místicas melodías, a que ponían letra las mudas preces del concurso. El alegre templo de las Musas fue, pues, durante media hora, severo templo del Dios humanado. El recogimiento y la oración habían trasladado al cielo todos los espíritus, y en verdad que ofrecían imponente espectáculo aquellas elegantes damas y lindas jóvenes, aquellos niños y aquellos ancianos, aquellos poetas y aquellos estadistas, aquellos grandes de la tierra y ministros de potestades humanas, humillados y confundidos ante el ara de la Inmortalidad.

Concluida la Misa, y visto lo avanzado de la hora, se decidió reservar para la próxima sesión ordinaria la lectura de otros originales. Lo cual quiere decir que se dio la voz de «¡A cenar!». Pero, en tanto que corrían las órdenes, examináronse los trabajos artísticos dedicados a El Belén, que eran los siguientes:

De Haës: una viñeta titulada Aventura de Noche Buena. (Lance de un viajero que la pasaba al raso, colgado de las ramas de un árbol y acechado por hambriento lobo.)

De D. Federico Madrazo: cuatro Aleluyas a la pluma, representando a unos pastores que, noticiosos del Nacimiento del Mesías, se trasladaban desde la Judea a las orillas del Manzanares, creyendo que la casa del Marqués de Molins era el portal de Belén.

Del Sr. Ojeda: viñeta-anuncio de Venta de turrones.

Del Sr. Sánchez Ramos: boceto al óleo de un cuadro fantástico, donde se veía en el cielo la Adoración de los pastores y en la tierra la Cena de Navidad.

Admirando estábamos estos preciosos trabajos, cuando se abrió la puerta del Salón-comedor, y la reunión volvió a transfigurarse como por ensalmo.

Del propio modo que a la Academia literaria había sucedido la Ceremonia religiosa, a la Exposición artística sucedió el más espléndido banquete. Porque habéis de saber, ¡oh vosotros, desventurados mortales que allí no estuvisteis! que en el Salón-comedor nos aguardaba una interminable mesa cubierta de todo lo más sólido, exquisito y caro que puede comer el hombre, y de los mejores vinos que son alegría y honor del universo-mundo.

Bendíjolo todo el señor Obispo de Córdoba, no sin dirigir antes un breve y sentido discurso a la concurrencia, y particularmente a los redactores de El Belén, felicitándolos por el saludable espíritu que aún anima a la literatura patria: con lo que Su Ilustrísima se retiró a descansar en aquel mismo domicilio (de donde era huésped), y comenzó la cena.

En ella los hijos de Apolo, y hasta los sobrinos y nietos, dieron muestra de una más quesacra fames; y (Dios se lo pague a los bienhechores Marqueses) hubo sobrado alimento para todos, y regocijo, y lícitas bromas, y brindis, y galanterías de damas y galanes y de viejos y jóvenes, y aun creo que se permitió a los incorregibles fumar en presencia de tan ilustres damas.

Acabó la cena... ¿Y creerán Vds. que nos marchamos a la calle? ¡No, señor! ¡Aún podía ir más lejos la bondad de nuestros huéspedes! ¡Aún podía mudarse otra vez la decoración de la fiesta! El Liceo, el Templo, el Museo, el Triclinio... (esto es académico puro), ¡aún podían convertirse en salón de baile! ¡Después de leer versos, de oír Misa, de ver cuadros y de cenar como Dios manda y hasta prohíbe, aún podíamos bailar la polka! La bailamos, pues.

Y lo que ya reflejaron los grandes espejos, no fue calvas de estadistas, ni canas de poetas, ni arrugas de diplomáticos, sino talles flexibles, caras bonitas y pollos impertérritos; ya no sonaba la grave voz del órgano, sino la muy alegre del piano; ya no se leían versos ni se rezaba: ya se decían madrigales en prosa, vulgo piropos...

Eran las cuatro de la madrugada cuando salimos de aquella inolvidable fiesta, recordando versos de los Decretos leídos por Pastor Díaz, que, a juicio de todos los redactores de El Belén, fueron lo mejor que se oyó anoche en casa del Marqués de Molins, exceptuando la Misa.

1857.

Post-Scriptum. A los pocos días del de Noche Buena se recibió en la redacción de El Belénuna carta notabilísima del inmortal Duque de Rivas, nuestro Embajador en París, que publicamos ahora en la sección de Correo extranjero, ya que entonces, por no haber llegado a tiempo, dejara de insertarse en el periódico. Dicha carta, que con el tiempo recordará muchísimo los retratos poéticos del Viaje al Parnaso de Cervantes, es una verdadera joya literaria.

También se inserta al final de este tomo otra carta, sumamente discreta, que Don Tomás Rodríguez Rubí dirigió al Marqués de Molins el 24 de Diciembre de 1857, excusándose de asistir aquella noche a la cena de los redactores de El Belén.




ArribaAbajoAmistades Hispano-americanas

En nuestra hoja del Lunes publicamos hoy unas cartas de los Sres. D. Pedro Antonio de Alarcón, Senador del reino; D. Carlos Holguín, Ministro plenipotenciario de Colombia, y D. Miguel Antonio Caro, miembro fundador de la Academia Colombiana, que bien podrían aparecer también en esta otra hoja, por lo que tienen de políticas y de transcendentales para los intereses de la patria.

No necesita decir La Época el regocijo con que se asocia a las nobles y fecundas declaraciones de fraternidad hispanoamericanas que contienen tan autorizadas epístolas, en cuyo espíritu ha escrito ya varios artículos y se propone seguir trabajando, hasta lograr los altos fines, compatibles con la independencia de cada Estado, que tantos días de prosperidad y gloria han de valer a la raza ibera.


ArribaAbajoCorrientes de simpatía

Sr. Director de «La Época».

Mi muy querido amigo: Hace un mes que, con ocasión de algunas palabras que tuve la honra de pronunciar en el Senado, favorables a la concordia de todos los iberos de ambos mundos, publicó V. en su ilustre periódico un artículo titulado Corrientes de simpatía, que indudablemente habrá tenido gran resonancia en las vastas regiones hispanoamericanas, así como logró desde luego generales aplausos en la Península española.

No es otra la razón de que me atreva a remitir a V. el adjunto cuaderno de El Repertorio Colombiano, que acabo de recibir de Santa Fe de Bogotá, por si V. cree oportuno copiar las cartas que inserta bajo el título de Bolívar y los Incas, y en las cuales dos insignes americanos del Sur rinden ferviente culto a los enunciados sentimientos de fraternidad ibérica.

Queda de V., como siempre, afectísimo amigo y atento servidor Q. S. M. B,

P. A. de Alarcón.

Madrid 22 de Agosto de 1884.




ArribaAbajoBolívar y los Incas

Cartas de D. Pedro Antonio de Alarcón, D. Miguel Antonio Caro y D. Carlos Holguín.


I

Carta del señor Alarcón al redactor de: «España y América».

En una publicación colombiana, destinada a festejar el centenario de Bolívar, leí hace poco tiempo ciertos gallardos versos en que el literato más distinguido de Bogotá menciona a tan famoso general y repúblico con el dictado de Vengador de los Incas.

Por mucho que lo pienso, no puedo discernir el significado de esta calificación. Antes bien, sigo preguntándome en son de protesta: ¿Qué era Bolívar? ¿español o indio? ¿A quiénes libertó de la tutela de Madrid? ¿a los quichuas, casapuchos y chiquitos del Perú y a otras razas indígenas de la América meridional y central, o a los descendientes de los mismísimos españoles que habían conquistado los imperios indios y derribaron sus tronos y altares, no restaurados todavía, que yo sepa? ¿Quién ejerce hoy el poder en el Perú? ¿los sucesores de Atahualpa y Tupac-Amaru, o los herederos de aquellos Pizarro, Almagro, Martínez, Fernández, Pérez, López, etc., que acabaron con la dinastía y el pueblo de Manco-Capac? ¿En qué, pues, y cómo, y a qué título pudo vengar Bolívar a los Incas, al sustituir el Gobierno españolcon otros gobiernos de españoles?

Celebraría que la nueva publicación titulada España y América, cuyo propósito es tan noble y elevado, aclarase bien este asunto, a fin de que nunca renieguen de su sangre, creyéndose de raza india, ni desconozcan las glorias y responsabilidades que han heredado con su apellido, nuestros caros hermanos de aquellas tierras trasatlánticas que fueron colonias o provincias españolas, los cuales, llegados luego a su mayor edad, dejaron la casa paterna, se declararon independientes y pusieron casa aparte. Esta separación (¿a qué negarlo?) irritó y dolió mucho durante algún tiempo a la severa madre España, tan celosa siempre de autoridad y poderío; pero hoy es un hecho inalterable y aceptado cordialísimamente, cuyas consecuencias vemos los españoles de Europa con el antiguo cariño de familia, pidiendo a Dios que haga prósperas y felices en su nuevo estado a todas aquellas naciones, hijas de nuestra patria, que siguen hablando la lengua de Castilla y cuya denominación general en el mundo entero es todavía la de América española. No hay, por tanto, ni siquiera motivos de enojo para que el dicho poeta colombiano haya incluido a Bolívar entre los héroes Incas, o sea entre los enemigos naturales de España.

P. A. de Alarcón.

Madrid 19 de Noviembre de 1883.




II

Carta del señor Caro al señor Holguín.

(Fragmento.)

Hacienda de Palermo, Enero 17 de 1884.

Veo que el Sr. Alarcón, y otros a quienes no menciona V., han extrañado en una oda firmada por mí aquel verso


Tu diestra de los Incas vengadora,

y quedo aguardando la carta que sobre este punto iba a dirigir el mismo señor Alarcón a no sé qué periódico. Cosa buena será y sabrosa de leer, como de ingenio tan feliz; y de todas suertes mis versos quedarán muy honrados con la crítica de un escritor de alta nombradía, que aunque haya de pronunciar fallo adverso, de hecho ha estado cortés con ellos haciéndoles materia de examen, amén de tratarlos, como no dudo que los habrá tratado, con generosa benevolencia.

Pero no me conformo con la inteligencia que da él, según colijo, al verso copiado, porque esto me da a entender que ha parado mientes en un pormenor insignificante más bien que en el espíritu y tendencias de la oda tomada en conjunto. Me figuro que el Sr. Alarcón se ha desentendido del contexto, no sólo de la misma pieza, sino del himno a la Reconciliación que se publicó al mismo tiempo (Romancero Colombiano)y que le sirve de complemento.

Aunque no he visto las razones que alega el Sr. Alarcón, yo hago mi composición de lugar, y en desahogo confidencial con V. anticiparé algunas de las que me asisten para defender el asendereado renglón métrico. Yo dividiría mi sermón apologético en partes y probaría tres proposiciones:

1.ª La frase que yo empleé está sancionada por los mejores poetas, y recibirla por todo el mundo como un modo poético de aludir a la emancipación del Perú.

Como en este campo no tengo libros, pondré a prueba mi memoria para traer algunas citas.

Baralt dice en un soneto a Bolívar:


   Y al ver la antigua afrenta ya vengada,
De los soberbios Andes en la cumbre,
Las sombras de los Incas sonrieron.

Bello, refiriéndose a las armas colombianas:


   La cuna de los Incas libertaron.

Y Bolívar mismo, en uno de aquellos rasgos hiperbólicos tan frecuentes en su estilo, dijo que el vencedor de Ayacucho debía ser representado sobre los Andes, tendiendo los pasos de cumbre a cumbre, y llevando en sus brazos la cuna de los Incas.

También hablamos de los hijos del Sol refiriéndonos en lenguaje poético a los peruanos, y la imagen del astro padre de la luz se conserva en los emblemas de aquella nacionalidad, sin que impliquen idolatría estas figuras de una mitología hipotética o simbólica.

2.ª La frase de que se trata no sólo es poética, sino moralmente verdadera.

La alusión a los Incas es, en general, un recuerdo poético. Decir que los sangrientos hechos de armas que trajeron la independencia del Perú dieron venganza a la memoria de los Incas, es una afirmación conforme, además, con la filosofía de la historia.

Si aquellos soberanos indígenas hubieran resucitado, y si prestamos a sus sombras sentimientos consecuentes con lo que ellos fueron en vida, seguramente que se habrían regocijado de ver abatidos y arrojados del territorio a los sucesores de Pizarro.

Y aun sin eso, bajo cualquier concepto que se contemple la guerra de independencia, los Incas se habrían gozado en ver la raza conquistadora dividida en bandos y despedazándose en mortal contienda.

De una y otra parte la sangre que corría en aquellos campos era, toda casi, española; así que dicen más de lo que su autor pensó aquellos versos de Bello:


   Saciadas duermen ya de sangre ibera
Las sombras de Atahualpa y Moctezuma.

¿Fue nuestra guerra de independencia espantable destrozo intestino de la raza conquistadora? Si lo fue, debió también de ser grande (aunque tardío) desagravio para la raza conquistada.

¿Cuál es la nación santa, inmaculada, que no mereció castigo? Castigo grande es la guerra civil. Pero una cosa es el castigo y otra la repudiación. Pudo Dios castigar a la nación española, sin quitar a la raza hispana el cetro que le confió sobre el Nuevo Mundo.

La conquista fue obra providencial, y Dios no se ha arrepentido de su obra.

El error de Olmedo, que yo mismo he censurado con la mayor energía, está en no haber hecho esta distinción; en decir que no hubo más español honrado que Las Casas, y que por ello mereció ir al cielo de los Incas; en no ver en la conquista sino matanzas y robos, y no el triunfo y dilatación de la civilización cristiana; en confundir la emancipación política con la restauración de la antigua barbarie e idolatría.

En suma, y concretándome a una sola idea, el error de Olmedo no consiste en hablar de venganza y castigo, sino en añadir reparación y gloria.


Venganza y gloria nos darán los cielos.

3.ª Cualquiera que sea el valor intrínseco de la proposición discutida, el autor de la oda a la estatua de Bolívar no la consignó en estilo directo como suya, sino en estilo indirecto como pensamiento de Olmedo.

El plan de la oda se reduce a enumerar varios puntos de vista en que ha sido admirado el libertador y que no fijaron, empero, la atención del estatuario; y en indicar luego el aspecto que Teneranni eligió como glorioso y como punto de partida de su creación artística.

Es evidente que el poeta aprueba la intención del escultor, o mejor dicho, la intención que al escultor, con fundamento o sin él, atribuye, y por lo mismo desecha, sin aprobar ni desaprobar, los puntos de vista de otros admiradores del libertador. Parece que el Sr. Alarcón no se habrá fijado en esta consideración.

La primera estrofa expresa el género de admiración de Olmedo, y es una condensación del Canto a Bolívar.

Hay allí un verso copiado literalmente de Olmedo como para indicar al lector que aquella estrofa está, en cierto modo, entre comillas. Traducida en prosa, diría:

Bolívar: hay varios modos de admirarte, de que no participó tu escultor. Uno de ellos, el de Olmedo. El cantor de Junin te contempla como a semidiós tonante y vengador de los Incas...

¿Es esto estilo directo o indirecto?

Y yo extraño muchísimo que un escritor como Alarcón, maestro en el arte de dialogar y de decir las cosas de un modo rápido y sugestivo, no haya apreciado el sentido indirecto de la primera estrofa de mi oda. Allí hay un diálogo, una discusión implícita, y el primero que habla es Olmedo.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Miguel Antonio Caro.




III

Carta del señor Alarcón al señor Holguín.

Madrid 30 de Marzo de 1884.

Excmo. Sr. D. Carlos Holguín.

Mi muy querido amigo y compañero: Por formalidad cancilleresca, le devuelvo la carta de su hermano político, el ilustre miembro fundador de la Academia Colombiana, que tuvo V. la bondad de entregarme para que la leyese; pero, al propio tiempo, le suplico me envíe, cuando menos, copia de ella, para guardarla entre mis mejores papeles literarios. Y, ahora, prepárese a resistir mi verbosidad, si por acaso resulto más extenso de lo que conviene a sus muchas ocupaciones.

Ante todo y sobre todo, me complazco infinito en que tan profundo literato y digna persona como el sabio prologuista de las obras de Bello, me dé las señaladas pruebas de benevolencia que hallo en la indulgente carta a que respondo, y agradecería muchísimo a V. que se lo escribiera de mi parte, ofreciéndole juntamente las seguridades, que decimos hoy, de mi sincera admiración y pobre amistad.

También desearía que el Sr. Caro me perdonase si en algo le han molestado las líneas que escribí en España y América, más atento al bien que pudieran proporcionar ciertas publicaciones a los iberos de ambos continentes, que a consideraciones de compañerismo y respeto, de lo que no habría prescindido mi pluma en ningún otro caso.

Quiere esto decir que juzgué desde luego, y sigo juzgando, que el asunto en cuestión llegará a ser muy útil, si una persona tan distinguida e influyente como el Sr. Caro reconoce, publicándolo por de contado, que los españoles de ambos hemisferios no debemos considerar esta palabra españoles como signo político de la pasada dominación de un determinado Gobierno en ciertos países de América, sino como un apellido de familia que todos llevamos con igual título; ¡como el apellido de la familia que descubrió, conquistó y civilizó las Indias occidentales! Los colombianos, por ejemplo, son en conjunto uno de los hijos del conquistador: emancipose este hijo al llegar a la mayor edad, y puso casa aparte, no sin que precediera gran reyerta con sus progenitores, como la habrá siempre que ocurra una de estas separaciones, y como yo deseo que la haya hasta correr nuevos mares de sangre el día que Cuba, Puerto Rico y las Filipinas quieran abandonará España por la fuerza y en pro de nuestros enemigos comunes. Pero se hicieron las paces entre España y Colombia, y reconocida y aceptada la emancipación en términos amistosos, hemos vuelto a ser una sola y verdadera familia, establecida en dos hogares distintos; de tal modo que nosotros, los padres o abuelos, nos complacemos en visitar y abrazar a Vds., que son nuestros hijos o nietos, deseándoles mil prosperidades en esa su ya propia morada, donde tienen independencia, libertad, autonomía, bolsillo aparte, etc., etc., bien que siempre el mismo apellido, la misma sangre y la misma historia que los que políticamente o por antonomasia continuamos llamándonos meramente españoles.

En lo demás, si Bello, Baralt, Bolívar y otros a quienes también admiro o respeto con la debida sindéresis, han dicho lo mismo que el Sr. Caro, sancionando poéticamente la especie inexacta comprendida en el verso


   Tu diestra de los Incas vengadora,

esto significa únicamente que, en vez de ser uno, han sido varios los que han incurrido en error... disculpable durante la lucha y el enojo, e indisculpable después de la paz y la amistad. Nada más común, en efecto, que oír a los mencionados hijos, cuando desean casarse y los padres se oponen y luchan con éstos por consiguiente, hablar pestes hasta del heredado apellidoy de los blasones de su ascendencia, dando la razón a los antiguos adversarios de la casa, etc., etc.; y también los padres suelen en tales circunstancias propalar horrores contra los mismos hijos a quienes adoran... Pero, como ya he dicho, vienen luego la celebración del matrimonio, el nacimiento de los nietos, la reconciliación, los intereses mutuos, y reaparece con más brío que nunca el amor de familia, jamás extinguido en el fondo... que es lo que hoy pasa, y de lo cual, Sr. D. Carlos de mis pecados, recibe V. diarias muestras en Madrid, donde todos, chicos y grandes, académicos y próceres, pollos y viejos, estamos prendados de usted... ¡y hasta le toleramos que nos gane el dinero al tresillo! ¡Entonces, el antes atufado hijo se arrepiente de todo lo que habló contra sus padres y abuelos, y riñe de nuevo con todos los tradicionales enemigos de la casa!... Por eso dice sabiamente el refrán: «Entre padre y hermanos no metas tus manos.»

Confiese, pues, el insigne Sr. Caro haber sido arrastrado a error de expresión por los precedentes poéticos del segundo período de discordias (meto en cuenta las del tiempo de Pizarro), y diga al esclarecido Baralt (cuando le vea dentro de muchísimos años en los Campos Elíseos) que no tuvo fundamento alguno para figurarse que


Al ver la antigua afrenta ya vengada,
Las sombras de los Incas sonrieron...

puesto que Bolívar y sus compañeros de gloria y fortuna eran tan españoles como Pizarro y Almagro, y siguieron, y siguen en su descendencia, teniendo bajo sus pies a los Incas.

Diga asimismo a Bello, al egregio Bello, al autor de la Silva que recuerdo todos los días mientras tomo café o chocolate, que se equivocó al asegurar que los enemigos de Fernando VII


La cuna de los Incas libertaron,

dado que esa cuna no ha sido nuncalibertada por nadie, y sigue y debe seguir siete estados debajo de tierra.

Y al propio Bolívar (que tenía todas las cualidades y virtudes de un gran caudillo español), dígale, igualmente, que nadie guerreó en su tiempo «llevando en sus brazos la cuna de los Incas», supuesto que aquellos insurgentes no tremolaban la bandera de Manco-Capac, ni los herederos de Atahualpa y Tupac-Amaru pensaron entonces en restaurar su raza, sus leyes ni su religión... Por el contrario, todavía hoy... Pero doblemos la hoja.

Borre, en fin, por su parte el docto señor Caro aquel párrafo de la carta a que contesto en que asegura que las sombras de los Incas se habrían regocijado de ver abatidos y arrojados del territorio a los sucesores de Pizarro... y debe borrarlo inmediatamente con magnanimidad, porque jamás han acontecido semejantes hechos; porque los sucesores de Pizarro siguen dentro del Perú; porque son los gobernantes de hoy; porque continúan imperando allí sobre los Incas; porque representan la misma, mismísima conquista del siglo XVI que suponen caducada y vengada aquellos poetas, olvidándose de que se llamanPérez, López, Rodríguez, o Bello, Caro, Olmedo... etc., etc., sin contar a Holguín... apellido cuya cuna está asimismo en España.

Cuando únicamente acierta su hermano político de V. y expresa la verdad con terrible elocuencia, es cuando indica en la mencionada carta que las sombras de los Incas gozarían y se creerían vengadas al ver la división y lucha de la raza conquistadora. ¡Oh sí! ¡Eso sí! ¡De tal modo solamente hemos vengado todos a los Incas! Pero ¡por Dios, que no se repita el caso! ¡No los venguemos nunca más! ¡No volvamos a reñir los iberos de uno y otro continente!

Ni hay para qué. Ni sucederá. Lejos de eso, con hombres como Caro, como V., como los Presidentes de las repúblicas americanas que nos honran ingresando en la Academia Española y como tantos otros esclarecidos varones que ya recuerdan con amor y veneración a la noble madre que dejaron en el hogar paterno y a la cual bendicen desde el propio hogar, no puede reproducirse la discordia cuya última sangrienta página fue el Callao... Antes bien, esos nuevos pueblos y el pueblo secular que los engendró; Vds. y nosotros unidos, como apretada falange de deudos, podremos hacer muy grandes cosas en la paz (¡quiera el cielo que sea en la paz!) o en guerra contra otros...; quiero decir, en guerra contra los Incas de ahora; contra los que actualmente nos disputan la preponderancia en América; contra los enemigos comunes que hoy tenemos en ambos mundos; contra Londres y contra Washington... ¡Por mi parte pierdo muchas noches el sueño pensando en los filibusteros de Nueva York y en la usurpación de Gibraltar!

Adiós, amigo, y compañero. Perdone que le haya calentado tanto la cabeza, y mande a su afmo. servidor Q. B. S. M.

P. A. de Alarcón.




IV

Contestación del señor Holguín al señor Alarcón.

Madrid, Abril 12 de 1884.

Excmo. Sr. D. Pedro A. de Alarcón.

Mi querido amigo: Tengo el gusto de enviar a V. la copia de la carta de mi hermano político D. Miguel A. Caro, que me dice V. desea conservar; y a nombre de Caro y anticipándome a sus deseos, le doy mil gracias por los benévolos conceptos con que V. le honra.

Mucho celebro que a Caro se le hubiese ocurrido reproducir en su inmortal oda a la estatua de Bolívar la idea aquélla de Olmedo:


Tu diestra de los Incas vengadora,

que les ha dado ocasión a V. y a él para escribir esas páginas llenas de gracia, erudición e ingenio, que así harán las delicias de cuantos las lean, como darán testimonio del sentimiento patriótico y del amor fraternal que nos ligan hoy a los españoles de ambos continentes.

Ahora, si V. me permite decir dos palabras en la materia por Vds. dos discutida, diré que, a mi juicio, en ésta, como en casi todas las cuestiones que se debaten, ambos tienen razón. ¡Qué raro es tropezar con alguna controversia en que una de las partes tenga toda la razón y la otra carezca de ella en absoluto!

Los hispano-americanos tenemos en realidad dos nacionalidades: la del nacimiento, que es América, donde hemos visto la luz primera; y la de extracción, España, donde se mecieron las cunas de nuestros padres.

Con ambos países nos ligan vínculos de amor sagrado, aunque naturalmente en casos de conflicto se manifieste más intenso y prevalezca el que sentimos por el suelo en donde vimos correr los primeros años, cuyos recuerdos conservan su color de rosa y su aroma por todo el resto de nuestra vida. La humanidad ha sentido siempre del mismo modo, y hace ya siglos que Ovidio decía:


Nescio qua natale solum dulcedine cunetos
Ducit, et inmemores non sinit esse sui.

La guerra que nuestros padres sostuvieron en la segunda década del presente siglo con el objeto de fundar un Gobierno propio independiente de la Península, se resintió de esa especie de dualidad de nuestro modo de ser político. De suerte que si por un lado aquélla fue una guerra civil y fratricida desde el punto de vista de la raza a que pertenecían ambos beligerantes, por otro era internacional, si se tiene en cuenta su objeto y las condiciones geográficas de los dos países. Considerándola en su primer aspecto, V. tiene razón, y mucha fuerza cuanto expresa en su carta de fecha 30 del mes pasado.

Pero si se atiende al objeto de aquella colosal contienda, que en el fondo era la afirmación, por parte de los españoles nacidos en América, de su derecho a gobernarse a sí mismos, independientemente de todo poder constituido fuera de su territorio, hay que reconocer que Bolívar y los que sus estandartes seguían eran herederos y representantes del derecho que habían sustentado Manco-Capac y Moctezuma contra Pizarro y Hernán Cortés.

Y de que aquello no era una mera ficción, hallará V. la prueba en el hecho de gozar los indios, después de la independencia, entre nosotros, de todos y los mismos derechos de que gozan los blancos y de estarles igualmente abiertas todas las carreras. ¿Se figura V. que las listas de hombres que se distinguen por allá, así en las armas como en las letras, en la política como en la magistratura, son todas listas de hombres blancos? Pues ha de saber V. que en ellas figuran muchísimos indios que han ocupado todos los puestos de la república, hasta los más eminentes, sin exceptuar la presidencia.

Siendo todo esto así, es indudable que los ejércitos que arrojaron del territorio americano a las huestes peninsulares y a las autoridades españolas europeas por ellas sostenidas, vengaban (y siento muchísimo no encontrar otra palabra menos malsonante) a los primitivos americanos que, sustentando con las armas aquel mismo derecho, habían sucumbido tres siglos antes en las batallas de la conquista. Y prueba evidente de que esta idea ha estado en el fondo de todas las conciencias americanas, es que el pensamiento de Olmedo se halla reproducido bajo diferentes formas por hombres que, como Baralt y Caro, no han desmentido un solo día su amor a España, y antes bien han sido celosos adoradores y preconizadores brillantísimos de sus glorias, de su grandeza y de sus inmortales tradiciones.

Pero hay en el punto de que tratamos dos circunstancias que, en mi concepto, y perdóneme V. esta franqueza que puede revestir humos de pedantería, ofuscan hasta cierto punto la clara inteligencia de V., hiriendo, tal vez por no haber parado mientes en ellas, su susceptibilidad nacional. Es la primera el uso del verbo vengar, que, sobre ser en sí odioso, parece implicar el concepto de una repudiación de los beneficios de la conquista. Pero aquí la falta es imputable al idioma, más bien que a la intención del escritor. He pensado mucho en ello, y no acierto con otro verbo que pudiera sustituirse con propiedad, aun explicando el pensamiento del verso como yo lo entiendo. Que por lo demás sería hasta ridículo ensayar decir nada en abono de los que emplearon aquel verbo, cuando América toda, por el órgano de ellos y de otros muchos oradores y poetas, canta un himno eterno de alabanza y gracias a la nación española que nos envió con la luz del Evangelio sus leyes, su hermosa lengua, su gran civilización; que nos dio carne de su carne y vida de su vida, y que, infundiéndonos su espíritu caballeresco, nos enseñó también, con el ejemplo de sus egregias virtudes, el amor a la libertad... ¿Cree V. que pueblos que hoy gozan de aquellos beneficios pudieran, ni por un momento, renegar de la obra cristiana y civilizadora del descubrimiento y colonización de América por España?

Permítame ya que hablo de esto, y como un desahogo personal, citar aquí una página de un estudio histórico mío sobre la Independencia, publicado en 1878, cuando no existían entre Colombia y España las relaciones de cordial amistad que hoy cultivamos, y que a nombre de mi Gobierno tuve el alto honor de iniciar y reanudar en 1882. Dice así:

«La conquista de América se manchó con excesos y crímenes que acaso no estuvo en manos de nadie impedir; pero es innegable que sacar un continente del caos a la vida, de la barbarie a la civilización, darle forma, leyes, lengua, religión, fue hacerle un inmenso beneficio, casi tanto como haberle dado la existencia. Y de ese beneficio somos deudores a España. La palabra madre patria no era simplemente una metáfora tratándose de nosotros, pues nada menos que madre fue España para estas regiones. Crecimos amamantados a sus pechos, aprendimos, su idioma, nos enseñó a conocer y amar a Dios: nos dio cuanto tenía. Para nosotros fundó ciudades, Universidades, colegios y escuelas; erigió templos, abrió caminos, echó puentes, envió misioneros, introdujo el régimen municipal y fomentó el desarrollo de todas las industrias. Con solicitud y tino admirables determinó las diversas producciones espontáneas de nuestro suelo, y fijó reglas inapelables para la aclimatación de las industrias, sin que nosotros hayamos podido después hacer otra cosa que continuar su labor. Algunos se quejan de que no nos dejó ferrocarriles ni telégrafos; otros de que nos trasmitió su fanatismo religioso, y muchos de que se llevaba el oro y la plata de nuestras minas; en una palabra, se quejan de que no trastornó las leyes morales y físicas que rigen el mundo, de que no hizo milagros como Jesucristo.

«Sería más que injusticia, ingratitud, no reconocer la previsión y sabiduría con que España legisló para estos países; las providencias saludables que dictó para salvarlos de la rapacidad voraz de los aventureros; y el incomparable beneficio de haberles legado tres unidades que pueden ser salvadoras para todas las repúblicas de este continente: unidad de religión, unidad de lengua y unidad de legislación.»

Dije antes a V. que iba a citar mi propia autoridad en son de desahogo personal, porque el escrito de donde tomo esta página me fue devuelto una vez por nuestro amigo Moraza con una cartita en que me decía que no podía continuar aquella lectura porque, estando enfermo, le agravaba el ver apasionados conceptos lanzados contra España por escritores extranjeros. Y vuelvo a la cuestión.

La otra circunstancia a que enantes me refería, como perturbadora de su clara visión de V., es el error harto común aquí y allá de considerarnos a los sur-americanos de hoy hijos de Vds. Este mismo error que se ha deslizado en su sabrosa carta de V., y se trasluce en los ejemplos en ella aducidos, prevalecía indudablemente a principios del siglo y contribuyó no poco a prolongar y encrudecer la guerra de la Independencia. Si V. relee los documentos públicos de aquella época, notará que no escaseaban frases como las de «hijos desnaturalizados», «hijos ingratos», «hijos que querían sacudir el suave yugo de la santa autoridad paterna», y otras por el mismo estilo.

Tan evidente me parece aquel error, que lo que no comprendo es cómo ha podido medrar y arraigarse. Jamás, fuera de nuestro caso, he oído sostener a nadie que los descendientes de hermanos que se establecen en casas, lugares o provincias apartadas, vengan después, en ninguna de las generaciones subsiguientes, a considerarse, unos respecto de otros, hijos, padres o abuelos. Primos o parientes es todo lo que pueden ser, y primos o parientes es lo que en realidad Vds. y nosotros somos. Nuestros antepasados eran hermanos de los de Vds.: los nuestros se fueron para América, y los de Vds. se quedaron aquí. Las primeras generaciones que se siguieron fueron naturalmente primas hermanas; luego primas en segundo y en tercer grado, y así sucesivamente, hasta que al fin ha quedado una masa de individuos de común origen, parientes por supuesto, llenos de recuerdos de familia, pero viviendo los de cada rama en su casa, en regiones apartadísimas.

No veo en nada de esto las relaciones que se suponen de padres a hijos, y mucho menos derecho en ninguna de las dos agrupaciones de gobernar a la otra a título de autoridad paterna. No hace a mi propósito discutir ahora los títulos con que España gobernaba en América, que probablemente eran los mismos con que todos los Gobiernos gobiernan en el mundo, ni qué títulos asisten a los Gobiernos cuando no tienen la fuerza, aunque no gobiernen con la fuerza.

Lo único que sostengo, y que creo que V. no me negará, es que la autoridad de España no imperaba en América sobre el principio de la constitución de la familia cristiana con que V. gobierna a la suya y yo a la mía. Por eso cuanto V. dice sobre efectos desastrosos que han de seguirse, y mares de sangre que deben correr el día en que los hijos, por haber llegado a la mayor edad, quieren poner casa aparte, se me antoja ininteligible y consecuencia de aquel erróneo concepto, único que ha podido engendrar criterio tan inseguro para apreciar las relaciones de pueblos de común origen.

Vea V. las cosas como en realidad son, y convendrá conmigo en que a este respecto se ha llevado la ficción demasiado lejos. A menudo decimos nosotros, siempre que la ocasión lo requiere, y con mezcla de gratitud y orgullo, que España es nuestra madre, y madre patria la llamamos, como V. lo ha visto en los párrafos de mi escrito antes citado. Usted comprende que con esto queremos decir que reconocemos en España la casa solariega de la familia, la heredad de nuestros mayores, y por eso venimos aquí a no considerarnos extranjeros y a ver en cada español un hermano nuestro. Pero ni a V., ni a Catalina, ni a Menéndez Pelayo, ni a Moraza, voy a considerarlos por ende padres ni abuelos míos, ni cosa que se parezca; ni fue muy fraternal que digamos el recibimiento que les merecí el día que nos conocimos en el Monasterio de Piedra, de donde me hicieron ustedes venir cantando. Y no que no sea muy sincero y muy grande el amor de familia que me une a Vds. y a muchos otros que V. conoce, del cual es una prueba lo pronto que olvidé aquel desaguisado, y lo a menudo que me siento a compartir la sal y el pan en su mesa de V., en donde, si no ya aquel amor, me lo habrían hecho olvidar con su exquisita amabilidad la señora Doña Paulina y la encantadora Paulinita con toda su gracia.

Prescinda V., pues, mi amigo, de esas dos preocupaciones; no insista en ver la acepción odiosa del verbo «vengar»; déjese de estar creyendo que la guerra de nuestra independencia fue el alzamiento de unos hijos desnaturalizados en rebelión contra la autoridad de sus padres, y verá que el verso


Tu diestra de los Incas vengadora

o pasa de ser, como muy bien ha dicho Caro, una frase hecha, especie de medalla acuñada con el consentimiento universal de todos los escritores americanos, para aludir en forma poética a la guerra de emancipación.

Y si todavía el más delicado oído español europeo percibe algo de malsonante en aquella frase, debe tener en cuenta, para apreciar su verdadero significado y alcance, las opiniones y sentimientos notorios de quienes la emplean.

De Bello y de Baralt, así como de Caro y de mí, que también la he usado, y que sólo por esa consideración me permito unir al de ellos mi obscuro nombre, puedo afirmar que hay muchas pruebas preconstituidas de que jamás hemos desconocido ni dejado de agradecer y ensalzar los títulos que a la gratitud americana tiene nuestra madre España; que para nosotros la independencia jamás ha significado otra cosa que un mero accidente en las transformaciones políticas por que están llamados a pasar todos los pueblos. Pues por lo demás, aquéllos estuvieron y nosotros estamos hoy más unidos a España por relaciones de familia, por simpatías de raza, por comunidad de sentimientos, por aficiones literarias y por idéntica aspiración a ver crecer y prosperar y ser felices a cuantos pueblos llevan en sus venas sangre española, que no lo estaban nuestros padres el siglo pasado, cuando sólo los ligaban a ella lazos de fuerza que la fuerza pudo romper tan fácilmente.

Y si esta carta, en que mi pluma ha corrido con tanta libertad, ha resultado demasiado larga y va a causarle a V. demasiada fatiga su lectura, llévelo V. en amor de Dios, que para eso estamos en Semana Santa, y justo es que de cuando en cuando haga V. alguna penitencia.

Su buen amigo y estimador sincero, Q. B. S. M.,

Carlos Holguín

Postdata.

Sr. Director de «La Época».

Se extrañará acaso que dejara yo sin contestación la sutil y amable carta del Ministro plenipotenciario de Colombia, Excmo. Sr. D. Carlos Holguín; y como ya no exista el riesgo patriótico que entonces quise evitar a toda costa, pues recientes manifestaciones políticas y literarias impedirán hoy cualquier interpretación torcida, debo explicar la causa de mi repentino silencio en aquella controversia, del propio modo que se la expliqué oportunamente de palabra al distinguido diplomático de Bogotá en la antesala de la Real Academia Española.

«Ha llegado (le dije) nuestra discusión a un punto de cordialidad y claridad tan apetecibles, que no me conviene llevar más adelante la polémica, por temor a que fuésemos menos útiles a España y Colombia en sucesivas argumentaciones. Prescindiendo, pues, de la complacencia de amor propio que tendría al demostrar a V. por escrito cuán erróneo es todo aquel párrafo de su carta en que se propone convencerme de que Colombia no es hija de la España actual, sino prima más o menos remota, fundándose en la especiosidad o inadecuada alegación de que a nadie ha oído V. sostener que los descendientes de hermanos que se establecen en casas, lugares o provincias apartadas vengan después, en ninguna de las generaciones sucesivas, a considerarse, unos respecto de otros, hijos, padres o abuelos. Contestaría yo a esto diciéndole a V. que el ejemplo fuera oportuno, si España hubiese muerto como nación, y sólo existieran hoy descendientesde ella, establecidos en tal o cual parte del globo... ¡Ciertamente, el único vínculo que habría ya entre nosotros sería ese parentesco divergente o colateral, que la multiplicación debilita y extingue, y comparable al que pueda existir entre los israelitas de Tetuán y los de Liorna!... Pero la nacionalidad española no ha perecido, como pereció la antigua nacionalidad hebrea: España vive; España actúa; España es el propio Estado europeo, la mismísima nación de hace cuatro siglos o de hace sesenta años, y, por consecuencia, ni las repúblicas ibero-americanas están huérfanas en la Historia, ni son parientas colateralesde ninguna huérfana europea de la antigua España. Podrán esas repúblicas españolas de América ser primas o sobrinas unas de otras; pero de España, de la constante España, de la España de antes y después, son hijas, nietas, biznietas, tataranietas, lo que V. guste, en grado sucesivo; pero siempre sus descendientes directas, siempre sus retoños, siempre sus crías: todo lo cual, en buena literatura de nuestra casa (señor académico correspondiente), se llama hijas de un modo genérico, y exige amor y respeto y hasta obediencia... en cuanto no pugne con la autonomía conquistada. Por eso Vds., señores colombianos (lo mismo que los mejicanos, y los chilenos, y los del Perú, y los de Venezuela y tantos otros), a fuer de piadosos hijos, y pasados ya los días de discordia, siguen diciendo que España es su madre, y madre patria la apellidan, según que V. propio lo reconoce y confiesa noblemente, tres párrafos después, como la cosa más natural del mundo. Repito, sin embargo, que no quiero dilucidar hoy esta cuestión en epístolas que, según parece, van a publicarse, bastando como basta a mi propósito el que americanos tan insignes como V. y como el Sr. Caro hayan hecho las cordialísimas declaraciones que a todos nos aconseja un interés común, muy compatible con la forma y con la independencia de cada Gobierno.»

Como el Sr. Holguín es tan discreto y tan justo, éste mi raciocinio, fundado en la subsistencia o permanencia de aquella Nación Española que descubrió y conquistó las Indias Occidentales, debió de sacarle de su error, pues dio otro giro a nuestro diálogo y comenzó a hablarme en muy dignos términos de la definitiva personalidad propia y autonómica de cada república hispano-americana; terreno a que yo le seguí sin esfuerzo alguno (dado que no son devoluciones de territorio, sino progresos de amor y amistad los que deseo para España desde la frontera de los Estados Unidos hasta el Cabo de Hornos); con lo que nuestra conversación terminó, como siempre, entre fraternales apretones de manos y con una cita para jugar al tresillo.

Es, señor Director de La Época, cuanto tenía que añadir para completar la presente historia; así como por lo tocante a mi querido amigo el Sr. Moraza, me cumple indicar el recelo de si el Estudio histórico que le dio a leer el Sr. Holguín, escrito en América, allá en los tiempos de incomunicación y discordia, contendría algún párrafo no tan dulce como los copiados y que explicase el genial arranque de amistosa franqueza y puntilloso patriotismo del antiguo Director de La España... Sea como quiera, ha llegado el caso de olvidar cuanto pueda separarnos a los iberos de ambos continentes, sabiendo dar a cada tiempo lo que fue suyo y dedicándonos todos ahora a preparar o aconsejar tratados de unidad profesional, literaria y aduanera, que conviertan en una poderosa familia de Estados independientes a tantos y tantos pueblos como antes constituyeron un solo Estado.

P. A. de Alarcón.

Madrid 22 de Agosto de 1884.

Excmo. Sr. D. Pedro A. de Alarcón.

Muy distinguido señor y amigo: Una catástrofe espantosa acaba de envolver en luto a un pedazo de mi patria: la provincia de Buenos Aires, rica y floreciente, ha sido inundada de una manera que no se conocía en aquel país, quedando sin techo y sin pan millares de familias, arruinadas en las corrientes de tan lamentable desgracia.

Para mitigarla en lo posible, las almas nobles inician allá suscripciones populares; y no pudiendo yo aquí imitar el ejemplo de mis compatriotas, siento el deber y el deseo de asociarme a ese hermoso sentimiento de la caridad.

Con este fin he resuelto hacer un número especial de mi periódico España y América, cuyo producto se destine a las suscripciones de que acabo de hablar.

Al concebir esta idea, no cuento tanto con el producto material de lo que será, sin duda, una joya literaria, sino con el efecto moral que producirá en mi patria el saber que sus infortunios y dolores han encontrado eco generoso en el corazón de los escritores y poetas españoles, agregando así un anillo de oro a la cadena de simpatía que hoy liga a los hijos del Nuevo Mundo con la heroica y caballeresca madre de su raza.

¿Me quiere V., señor, mandar unas líneas para este número especial de mi periódico?

No seré yo únicamente quien lo agradezca a V., sino mi patria, y aquellos desgraciados en cuyas mejillas abatidas vaya quizás la inspiración española a enjugar una de las lágrimas que las humedezca.

Hasta el día 31 del corriente esperaré con ansia el valioso contingente que, en nombre de la más dulce fraternidad, me permito pedir al hombre de talento y de gran corazón.

Acepte V., señor, la expresión respetuosa de mi profunda simpatía.

Héctor F. Varela.

Madrid 23 de Octubre de 1884.

P. A. de Alarcón

Senador del Reino

B. L. M.

a su querido amigo el Exmo. Sr. Don Héctor F. Varela, y tiene el gusto de enviarle los renglones que desea, agradeciéndole el amistoso recuerdo y aprovechando esta oportunidad para reiterarle las seguridades de su más distinguida consideración y aprecio.

Madrid 26 de Octubre de 1884.

La mejor amiga.

¿Quién es esa interesante beldad, independiente y valerosa, cubierta hoy de repentino luto, que, rodeada de amigos y deudos de ambos continentes, llora los estragos de espantosa catástrofe y excita la compasión de todos los pueblos generosos? Es la provincia de Buenos Aires, una de las estrellas de la constelación argentina.

¿Y quién es esa noble y siempre bella Matrona, de altiva faz y soberano aspecto, que, profundamente conmovida, penetra en el Palacio de la gentil americana, y a cuya presencia todos se inclinan con respeto y veneración? Es la inmortal España; la excelsa madre de la afligida Princesa; la antigua Emperatriz de dos Mundos que acude del otro lado del Océano a estrechar contra su corazón a aquella amadísima y atribulada prenda.

Dejémoslas hablar a solas, en la intimidad del más sagrado y tierno cariño. ¡No hay para tamaños infortunios consuelos como los maternales! Además, cosas muy dulces, en medio del llanto, tienen que contarse las dos reinas, y seguro es que no habrá prueba de amor que la magnánima y piadosa madre no dé a la angustiada hija, aun siendo tantas sus desventuras propias...

¡Bendito el dolor, cuando de ese modo contribuye a renovar sentimientos de familia, por cuya virtud la forzosa separación en que habrán de seguir viviendo gentes que ayer tuvieron un solo hogar, será en adelante, no ya motivo de rencor ni de tibieza, sino razón de más solícito afecto y de recíproca confianza!

P. A. de Alarcón.

Madrid 25 de Octubre de 1884.

Felicito cordialísima a la Revista titulada Los dos Mundos por el noble empeño a que se ha dedicado de fomentar inteligencias y alianzas entre la Nación ibera de Europa y sus amadas descendientes las naciones iberas de América.

Urge, sobre todo (no lo olviden Vds., estimadísimos compañeros), la celebración de fraternales Tratados literarios,que tanto contribuirían en ambos hemisferios a la ilustración y cultura, y, consiguientemente, a la prosperidad y bienandanza de cuantos pueblos bendicen al Creador en la incomparable lengua de Castilla...

Por lo que a nosotros, los escritores de oficio, toca peculiarmente, baste decir, aunque a primera vista parezca algo contradictoria la especie, que esos convenios producirían al par dos faustos resultados correlativos, que hoy envidiamos a Francia y a Inglaterra: abaratar la librería hispano-americana, y enriquecer a todos los buenos literatos que escriben en español a uno y otro lado del mar de Atlante.

P. A. de Alarcón.

Diciembre de 1884.








ArribaAbajoLos Lunes de «El Imparcial»

Sr. D. José Ortega y Munilla.

Mi distinguido amigo y compañero: El libro titulado Los Lunes de El Imparcial, que ha tenido V. la bondad de enviarme, renueva, y como que resume melancólicamente en mi corazón, el placer semanal que había experimentado durante algunos años al leer cada uno de los artículos que ahora veo juntos en confusa y pintoresca amalgama. No otra emoción se siente cuando, después de recorrer con cicerone las calles y plazas de alguna gran ciudad, sus iglesias, fábricas, palacios, puentes y paseos, sube uno al más alto campanario que la domina, y ve de golpe, reunidas en apretado y gracioso grupo, tantas y tantas cosas como allá abajo le entretuvieron horas y horas y le interesaron diversa y separadamente.

«¡Cómo se condensa lo pasado! ¡Cómo se borran las líneas divisorias de los hechos! (he exclamado yo, al mirar este precioso volumen, lo mismo que al abarcar toda una ciudad de una sola ojeada). ¡Cómo las desiguales y caprichosas partidas se convierten en inalterables sumas! ¡Cuántos pormenores dejan ya de apreciarse! ¡Cuántos desaparecen por decantación en el mudo fondo del olvido! ¡Qué abismo es el mar de nuestra común o individual historia!...»

Pero no se refiere a semejantes melancolías lo que yo pienso decirle a V. No ha sido para eso para lo que me he valido de la citada imagen, sino, muy a la inversa, para comparar el jubiloso efecto que causa el nuevo libro con la delectación y alegría que nos produce el pintoresco y abigarrado panorama de Valencia o Murcia... (fijémonos en Murcia), visto desde la altísima torre de su catedral... ¡Qué variedad y riqueza de colores! ¡Cuánta luz y cuántas risas en el cielo! ¡Cuánta animación y lozanía en el campo! ¡Qué filigrana pérsica la de aquel apelmazado caserío! ¡Cómo se dibujan las palmeras en el azul de la atmósfera! ¡Cómo reluce el río entre el arbolado de las huertas! ¡Qué elegantes líneas las de los malecones y caminos! ¡Cuánta colorada naranja y cuánto dorado limón, rivalizando con las flores de los vergeles! ¡Qué eterna juventud en todo, hasta en los tugurios, que, vistos de cerca, serán feos y viejos! ¡Cuán lisas y limpias parecen calles y plazas! ¡Cuán diminutas e inofensivas las gentes! ¡Cuán armonioso el conjunto de sus pregones y de sus ayes!... ¡Cuánto gozarán los zánganos de aquella colmena! ¡Qué dulce es vivir! ¿Quién habló de la desaparición del Paraíso Terrenal? ¿En dónde mejor edén que el de las orillas del Segura?

Mas tampoco debería yo expresarme así para analizar su libro de V. en una carta con honores de artículo, probablemente destinada a la publicidad... ¡Tal vez sería preferible dejarme de hipérboles y metáforas, a fin de que los naturalistas en crudo no extrañasen que los literatos cultivemos la literatura, que los artistas amemos el arte y que los poetas usemos el lenguaje de la poesía! Quizás pareciera más real, verdadero y positivo el que también yo prescindiese de que tengo alma, o como ahora se llame, y de lo más noble y puro que en ella siento, y del aspecto ideal de las cosas, y de los espontáneos entusiasmos de mi imaginación, reduciéndome a copiar los fenómenos que no se ocultaron ni al mismo Sancho Panza, la parte vulgar y pedestre de la vida, las miserias que tiene olvidadas cualquier practicante de hospital, lo que copia la máquina de cualquier fotógrafo. Sin embargo, prefiero cierta impopularidad entre los iconoclastas de moda a cierta degradación ante mi fuero interno, y continuaré hablándole a V. en el tono y de los asuntos que son y han sido siempre propios del Arte, aunque haya musas, afortunadamente repulsivas al público distinguido y de gusto, que apelliden romántico, falso y sentimental todo lo que sobresale algo del nivel de lo cursi, ramplón y grosero.

Torno, pues, a mi tan repetida metáfora, y digo, en elogio de V., que por la prontitud y viveza del discurso, por el fulgor del calificativo, por la concisión de la sentencia, por la voluptuosidad del sentimiento y por la variedad y subido tono de las galas retóricas,Los Lunes de El Imparcial pertenecen al género semítico, en su matiz más caliente o vistoso; al estilo natural de África, que es el mismo de Murcia; al de las muchas y muy enérgicas y contrastadas tintas; al de las mantas, zaragüelles y monteras que allí constituyen la hermosa vestimenta del indígena, y al del exaltado y espléndido lenguaje que usan todos aquellos paisanos de la seda, de los dátiles y de las rosas. No será V. oriental en Los Lunes al modo de los árabes místicos y taciturnos, vestidos únicamente de blanco, o de blanco y negro, que plantaron sus tiendas y luego sus ciudades al extremo del Atlas, por el lado de Tetuán, Fez y Tafilete; pero lo es V. al modo de aquellos lujosos y alegres argelinos (y aún me extiendo a los opulentos moros de Túnez y de Trípoli), cuyo traje luce todos los colores del arco iris y en cuyo adorno entran todos los metales y todas las piedras preciosas.

Así es que, pintando las maravillas de la naturaleza, las obras del arte, las costumbres de la vida, las creaciones del ingenio, todo ese mundo real, pero no siempre material, y nunca ordinarioni antiartístico, que palpita en sus animadas crónicas, da V. constantes muestras de ser algo mucho más alto y lúcido que el afanado noticiero de otras secciones del periódico; es V. a todas horas el buscador de oro y el buzo de perlas; es V., el instruido artífice, cincelador de primorosas frases; es V. el elegante mago que viste con fantásticos atavíos la triste verdad, para hacerla más grata y recomendable, es V., en fin, el poeta de los tropos y las figuras, como los autores de esas kásidas y odas que nos han traducido Gayangos, Lafuente Alcántara y Simonet, donde pocas cosas aparecen con su adocenado nombre o con su ruin estatura, sino idealizadas y agrandadas por el arte. ¡Sí! V. pertenece a aquella raza de escritores, esencialmente pintorescos y parafrásticos (refiérome a Ibn Aljathib, Abulwalid, Almaccari, etc.), que dieron noventa y nueve nombres a Dios; que llamaron a la vega granadina cuento de los viajeros y conversación de las veladas, o mar de trigo y mina de azúcar y seda; que denominaron a sus jóvenes hermosuras lunas nuevas o lunas llenas, según la precocidad; que apellidaron a Málaga ciudad de la salud, rival de los astros, frente de mujer seductora, reparo de contratiempos; a Granadaesposa que sale a vistas, y cuyas regiones son su dote, y a Guadix tierra en que nadie languidece, excepto el aura de la primavera; poetas insignes, en medio de su propio sensualismo hiperbólico, que escribieron en el Patio de los Arrayanes de la Alhambra: Si la luz de las estrellas es trémula, sólo lo es por miedo al rey Mohammed V, y en la Fuente del Patio de los Leones: Confúndense a la vista el agua y el mármol, y no sabemos cuál de los dos es el que se desliza, y para quienes los habitantes de Cártama eran gentes sin resignación en las calamidades, cuyas manos se veían atadas por la avaricia, y cuyas espadas estaban siempre desnudas para las mutuas reyertas.

De aquí, mi buen amigo, el que sea usted tan admirado y envidiado generalmente, y de aquí también el que sirva V. como nadie para la literatura rápida, vivaz, conceptuosa y espléndida del folletín a lo Jules Janin, al propio tiempo que acredita V. meditación más sosegada y estilo más diserto en sus famosas novelas, de que no necesito hablar en esta carta, pues que ya sabe V. cuánto me deleitan y complacen, no obstante mi fama de intransigente y el pasajero culto que ha rendido V. en algunas, a fuer de joven, a la pícara y variable moda... ¡No se advierten estos resabios en Los Lunes, ni aun en los casos en que V. se lo propone deliberadamente o lo exige aquello mismo que elogia! Siempre es V. en ellosidealista: no hay fenómeno positivo del espíritu humano, por quimérico o soñado que parezca, que se escape a la atención y al respeto de V. Comprende, por elevación de instinto, que lo extraordinario es el adecuado patrimonio de la poesía; que, ni aun en casera tertulia, cuenta nunca nadie lo insignificante y trivialen que sólo intervienen medianías vulgares; que el cuadro, la estatua, el drama, la novela, siempre versaron acerca de lo excepcional, heroico y peregrino, y que si alguna vez el genio, en sus humoradas, trata lo feo y lo sucio, lo hace monumentalmente y por contraste, como Víctor Hugo en Cuasimodo, para lucimiento de la propia potencia artística, o en son despectivo y burlesco, sin más transcendencia que la de toda caricatura, como nuestro Quevedo en El Gran Tacaño y en otras de sus inmortales obras.

Pero nadie pensó nunca en hacer una heroínade tal o cual desaseada maritornes o pobre señora de cuarto tercero, a quien nada de particular ocurre. ¡Fuera demasiado fácil la tarea de crear estos tipos para que pudiesen constituir título de gloria! O la literatura y el arte no son nada, o son algo distinto de la prosaicarealidad conocida por todos. Porque hay otra realidad: la de las regiones superiores del alma y de las cosas, tan verdaderay tan humana como la no cantable ni contable. Quédese, pues, para la estadística, para las clínicas y para los juzgados de primera instancia el estudio y censura de lo simplemente atroz o sangriento. El arte sólo registra parricidios como el de Guzmán el Bueno o el de Lucio Junio Bruto, trances amorosos como el de Francesca o el de Cleopatra, ferocidades como las del Tetrarca de Jerusalén, demencias como la de D. Quijote, suicidios como el de Lucrecia; pero los crímenes del Canal o de las Vistillas, resultado de móviles mezquinos o despreciables, no salen de la esfera de la causa criminal de oficio, a la cual ya se ha dado la necesaria solemnidad con el juicio oral y público.

Voy a concluir. En la amable carta a que contesto me pregunta V. por qué no escribo. No es, como V. se imagina, según las bondadosas frases que me dirige, porque el público me parezca definitivamente pervertido. En primer lugar, nunca he dejado de tener sólidas razones para entender lo contrario. En segundo lugar, veo ya claramente que el ciclón pasa. La avenida de cieno, de aquel cieno que oportunamente anegó a mi cuitado héroe de La Pródiga, baja, y baja hace ya algún tiempo. El clásico y profundo Cañete y el denodado y elegante Luis Alfonso (sé que V. se alegrará de ello) están a punto de cantar victoria en su brillante campaña crítica contra el naturalismo sin conciencia y sin blasón estético... ¡Pronto volverá a reconocerse universalmente que no sólo de pan vive el hombre, y que hay en nuestra alma realidades máspositivas y hermosas que las que ven los ojos de la cara de un cualquiera en la mujer o en el dinero de su prójimo!

Si no escribo es por falta de tiempo; pero podré volver a escribir, después que Dios, Nuestro Señor (¡qué tontería! exclamarán no pocos sabios al leer este saludo), sea servido de procurarme arbitrios y medios para que mis hijos no tengan que meterse a literatos el día que yo les falte. ¡Harto siento, entre tanto, el que la literatura no produzca en España lo suficiente para el sostén de dos generaciones de una familia, ni aun gozando el metido a escritor, como yo he gozado hasta ahora, de la más decidida protección del indulgente público; protección que, dicho sea por lo que valga, sigue prestándome en estos días de prueba para las letras, no obstante la prodigiosa actividad con que algunos pobres hombres han dado hace tiempo en la flor de aconsejar a nobles publicistas, indiferentes a nuestras luchas, que se guarden y abstengan de seguir anunciando en sus periódicos (aunque sea sin ninguna alabanza, como yo se lo pido) la incesante reimpresión de mis inofensivas y afortunadas obras!... ¡Uf! ¡qué asco! ¡Esto sí que es naturalismo de la envidia y la impotencia! ¡Esto sí que pertenece a la escuela pornográfica! Afortunadamente, los mencionados publicistas no obedecen, por lo regular, a sus consejeros, ni consideran que hay razones de patriotismo para estorbar la expendición de novelas en que no se deshonra al género humano.

Con que adiós, mi buen compañero. Reciba V. mil plácemes y mande a su afectísimo amigo, que de veras le quiere,

P. A. de Alarcón

Madrid 27 de marzo de 1884.




ArribaAbajoPensamientos sueltos

(De un legajo de notas y apuntes para libros que no llegó a escribir.)

Los melancólicos, por natural instinto, semejante al que designa a los irracionales las medicinas de sus dolencias, se complacen en el estudio de la Historia y en la contemplación de las ruinas. El espectáculo de tanta muerte y de tanto olvido les hace más llevadera la propia amargura, por cuanto su tristeza pierde en profundidad todo lo que gana en extensión. Dijérase que han dilatado su herida para mejor curarla.

Los exámenes de imaginación son tan útiles como los exámenes de conciencia. Y aún más, porque tan luego como descubre uno la raíz o fuente de sus propios errores, puede prevenirlos y evitarlos, en lugar de verse obligado a correcciones y enmiendas, muchas veces tardías.

La felicidad de los tontos consiste en que no saben ni pueden saber que lo son. En cambio los medio tontos, quiero decir, aquéllos que simultáneamente tienen conciencia de sus pocas luces y la bastante necedad para pretender que se los crea listos, pasan una vida de perros. ¡Los hay literatos y artistas, y hasta profesores, ministros y jueces! Pero terminan como principiaron, despreciados por unos, compadecidos por otros y avergonzados de sí mismos.

¡Cómo se arrepentirán los cobardes de haberlo sido, cuando vean que irremediablemente va a matarlos, sin devolverles la perdida honra, un cólico, un cáncer o cualquiera otra repugnante enfermedad, más dolorosa casi siempre que el temido golpe del hierro o del plomo!

Cuando los filántropos europeos os hablen de las crueldades cometidas por los españoles en América, recordadles las espantosas piraterías que durante más de un siglo (todo el XVII y parte del XVIII) consintieron franceses e ingleses a los bucanerosque asolaban el Istmo de Panamá, si ya no es que aquellas naciones las fomentaban secretamente, como aseguran algunos historiadores de Indias.

Tenemos tal afición los españoles, desde que el mundo es mundo, a rompernos unos a otros la crisma (sin perjuicio de rompérsela también al vecino, y al no vecino, tan luego como criamos una poca sangre o reunimos un poco dinero), que todos los sucesos algo dramáticos ocurridos en nuestro país, de que pueden aprovecharse los aficionados a composiciones históricas, resultan coetáneos o dependientes de alguna guerra civil, ya sea entre magnates y magnates, ya entre los magnates y el rey, ya entre el rey y las comunidades o municipios, ya entre los varios reinos en que casi siempre ha estado dividida la Península española, ya entre moros y cristianos, ya entre inquisidores y herejes, ya entre absolutistas y liberales, ya entre monárquicos y republicanos, ya entre republicanos y federales, ya entre federales y petroleros. Dijérase que los nacidos en esta tierra de garbanzos somos capaces de todas las virtudes cívicas y de todos los afectos privados, de todas las grandezas y de todos los heroísmos, excepto del amor fraternal.

¿Qué es mejor?, suelen preguntarse los casados: ¿tener hijos o tener hijas?

Yo he creído siempre que lo mejor es tener hijas, por más que todo buen padre deba amar igualmente, en el fondo del alma, a los varones y a las hembras que Dios le envíe.

Explicaré lo que tengo visto y entendido en el particular.

Los varones de la desgraciadísima época a que hemos llegado dan señales muy luego del siniestro espíritu de rebeldía contra la autoridad paterna (y, por supuesto, contra toda otra autoridad divina o humana), que acabará harto pronto con nuestra decantada civilización. Tiembla uno, pues, desde que se casa, al pensar en las cosas que cuentan muchísimos padres acerca de ingratitudes, desobediencia, recriminaciones y hasta desmanes con que suelen afligirles sus hijos, no bien les apunta a éstos el pícaro bozo. Y no tiembla sólo presintiendo iguales amarguras para sí mismo, sino pensando en el triste porvenir de sus descendientes, condenados a toda una vida sin temores, respetos ni vínculos morales.

Con las hijas, rarísima vez acontecen estos horrores. Las mujeres, por su constante proximidad a las madres, conservan todavía, y han de conservar aún durante mucho tiempo, especialmente fuera de Francia, la bendita religiosidad y todos los puros afectos que de ella proceden, única base de las felicidades posibles en la tierra, así para las propias afortunadas hembras como para cuantos viven en su amor y compaña.

Quiero decir que las hijas son más piadosas, más obedientes, más tiernas, más temerosas de Dios y más apegadas a sus padres que los aventureros hijos. La madre viuda hallará en ellas la protección y asiduidad que son tan raras en los varones, y aun el mismo padre se sentirá siempre más jefe y tutor de sus hijas que de sus hijos. Porque los mozuelos de ahora adquieren pronto, o creen adquirir, tanta personalidad como su progenitor, aumentada (presumen los muy cándidos) por no sé qué soñado progreso continuo del alma humana; de donde acontece que, mientras el padre suele vivir y morir siendo perpetuo novio de sus hijas, así cuando las ve en la cuna como cuando las halla casadas y con hijos y aun nietos, los tales varones, no bien empiezan a ser aguiluchos, vuelan ya por las regiones de la ingratitud y la autonomía, sin procurar ninguna dulzura al corazón paterno, a lo menos deliberadamente.

Se dirá que no hablo tanto de la conveniencia de las hijas como de la de los padres, y que esto es discurrir con feroz egoísmo... No hay tal cosa. En primer lugar, ya indiqué antes las ventajas que a las mismas hembras les proporcionan siempre su religiosidad y consiguiente apego a sus padres, a la virtud y al hogar doméstico... Pues añádase que, por estas razones y por otras, toda mujer puede llegar a considerarse feliz, sin ser rica, mucho más fácilmente que su hermano en igualdad de circunstancias. La ambición es demonio que tienta casi exclusivamente a los varones.

Por último, las mujeres dignas de este santo nombre, las nobles depositarias del pudor y de la piedad, no han incurrido todavía en la simpleza de querer ser fiscalas, ministras, polizontas,soldadas ni verdugas, ni están expuestas, por consiguiente, a las tragedias, locuras y crueldades que llenan la vida de los magistrados, de los héroes y de los tribunos.




ArribaAbajoDiciembre


ArribaAbajo- I -

Aspecto natural


Con sobradísima razón dejó de ser Diciembre el décimo mes del año, como lo era en la antigua Roma, según nos advierte su misma etimología, y con harta razón también, aunque ya con impropio nombre, descendió al puesto de duodécimo o último de los meses.

Dígolo, atendiendo a que, tras la melancólica agonía del Otoño, la Naturaleza llega en los postrimeros días de Diciembre al extremo grado de empobrecimiento y fealdad, por lo menos, si se la mira desde ésta nuestra viejísima Europa que, durante miles de años fue (¡vergüenza da pensar en ello!) el únicomundo conocido en unión de tales o cuales regiones del Sudoeste de Asia y de las costas del Norte y Nordeste de África...

Ocasión oportuna parecería la actual para discurrir horas y horas acerca de lo muy reciente que es nuestro aún no entero conocimiento del globo terráqueo... ¡Menos de tres siglos hace que toda América, desde los Esquimales hasta el Cabo de Hornos, y casi todo el Continente de África, y toda la Oceanía, y por ende la inmensidad del Atlántico y la aún más extensa del Pacífico, es decir, casi toda ta redondez del Planeta habitado por la humana especie, era un profundo misterio geográfico que ni tan siquiera se presumían las orgullosas Universidades cristianas, como tampoco lo habían presumido las soñadoras Academias gentílicas!... Pero dejemos tan humillantes consideraciones, que en nuestra modestia y humildad nunca olvidamos los verdaderos filósofos de este pobre átomo del Universo, y fijemos la espantada vista en el aspecto físico de la Naturaleza europea durante el mencionado mes de Diciembre.

Con sobradísima razón, vuelvo a decir, se ha establecido en nuestros almanaques que entonces es cuando verdaderamente termina el año; pues no me negaréis que, si careciéramos de experiencia y de memoria, únicos fundamentos de la esperanza, todos juzgaríamos llegado el fin y remate del mundo, al ver el suelo cubierto de nieve, helados los ríos, sin hojas los árboles, muertas las flores y ausentes o callados los pájaros... «El Sol se va... La Tierra se enfría... El agua se convierte en piedra... La vegetación desaparece... Se acerca el día del Juicio final...», gritaríamos con hondo pavor, creyéndonos en la situación descrita por lord Byron en Las Tinieblas, a no saber, como sabemos, que, habiendo emprendido el Sol la vuelta a nuestra zona desde el Trópico de Capricornio, por donde anduvo los días del mal llamado solsticio, muy luego tendremos nuevas violetas en las umbrías y naranjas y limones en las solanas.

Entre tanto ¡oh dolor! la inopia de los hijos de Adán, en punto a postres para sus almuerzos y comidas, no puede ir más lejos... El dórico mantel parece cubierto de pastas momias... El tieso orejón y la arrugada ciruela-pasa, la cautiva nuez y la tostada almendra, el proscrito dátil y los enfadosos dulces de la confitería, reemplazan en los fruteros sin adjetivo a las alegres fresas de Mayo, a las brillantes cerezas y guindas de Junio, a las hinchadas brevas de Julio, al vistoso albérchigo de Agosto, al aromático melón de Septiembre, a la sazonada uva de Octubre y a la amarilla pera de Noviembre, salvo el abuso de aquellos sacrílegos tragaldabas que, aun en los meses denominadosmayores, se atreven a hincar el diente a semicadavéricos frutos de cuelga, milagrosamente escapados de la natural podredumbre, bien que a costa de su color y de su fragancia!

En cuanto a los irracionales domésticos (caballos, bueyes, bestias de carga y ganados), sabido es que, a falta del menudo verde del otoño o de las yerbas largas primaverales, tienen que apechugar en Diciembre con la fría paja o con el heno seco, que de seguro les desagradarán tanto como a nosotros las lentejas y demás semillas cuaresmales, máxime cuando ellos no van ganando cielo ninguno en su abstinencia y sacrificio... Pero prescindamos también de reflexiones tan estrafalarias, que podrían ser muy del gusto de los evolucionistas a la moda, y continuemos pintando la fisonomía natural del pugústulo de los meses, o sea de aquél en que el Sol le tiene vuelta la espalda a la Tierra, si no miente el placer con que solemos decir al llegar Enero: «¡Éste es otro mundo! ¡Ya se conoce que alargan los días! ¡Ya viene el Sol de cara!».

Todos reconoceréis, en efecto, que la cortedad de los días representa el más característico rasgo de los Diciembres del hemisferio boreal; y divido con la línea del Ecuador los Diciembres, por cuanto sé que nuestros escritos de Europa son ya también leídos en el hemisferio austral, donde naturalmente todos los fenómenos astronómicos ocurren en época inversa a la de por aquí, y resultan el día de Noche Buena en pleno verano y el día de San Juan en pleno invierno; cosa que, dicho sea con perdón, no suelen saber todos, enteramente todos los literatos almanaqueros de la Península.

Digo, pues, que aquí, en nuestra decrépita Europa, los días llegan en Diciembre al mínimumde su duración, así como las noches al máximum, lo cual es otra de las causas de que, al acabar el año, parezca que se va acabando el mundo... ¡Y qué tristes son esos días tan cortos! ¡qué negras esas noches tan largas! Ni el sol ni la luna suelen lograr impedirlo, aunque a las veces se lo proponen... Espesas nieblas roban su diafanidad al aire, o densas nubes encapotan el cielo, y sólo se sabe algo de la luna y del sol por conjeturas del calendario de Castilla la Nueva... Silba entre tanto lúgubremente el viento diurno y nocturno; y como consecuencia de ello, el mar, el proceloso mar, henchido de náufragas barcas, da formidables embestidas a la tierra...

¡Declaremos, señores, aunque sea fuera de propósito, que raya en herejía pedir, como en Madrid pedimos por Navidad, que con tiempo tan espantoso estén baratos los besugos! ¡Y, sin embargo, lo están, dicho sea en loor de la intrepidez de nuestros pescadores, cuyo debido elogio no había yo tenido ocasión de hacer antes de ahora!

Con que basta por hoy de Historia Natural.




ArribaAbajo- II -

Aspecto social


Diciembre tiene de común con los demás meses de Invierno una porción de cosas interesantes: las pieles de Marta del rico; los ulcerados sabañones del pobre; las noches de moda en el Teatro Real; las pasadas sin lumbre ni lecho en desmantelada buhardilla; las escandalosas sesiones de Cortes, en que Ministros y Diputados se ponen como hoja de perejil, tratando asuntos de moralidad; la indignación del infortunado obrero que, falto de jornal y con el hambre consiguiente, se pasa la tarde en la Tribuna pública aprendiendo todas aquellas historias...

Pero no creo deber continuar hablando en semejante tono; pues no están los tiempos para que nadie se divierta en la contemplación y pintura de esos fieros contrastes, demasiado sabidos ya de todo el mundo y harto utilizados ahora en contra de la paz social, según diré más adelante... Abandono, por consecuencia, la pluma del escritor pesimista y sarcástico, y voy a coger otra más suave y consoladora que preste aliento a los caídos y contribuya al honesto recreo del alma humana.

Diciembre es el mes en que con mayor afición y empeño funcionan los centros literarios y artísticos, o sea los Ateneos, los clubs, los teatros, las Academias, etc. Allí pasan la noche, bastante abrigados, cuantos anhelan la vida del alma y buscan en el culto de lo ideal compensaciones a las desventuras del mundo de la materia... ¡Imaginémonos, pues, el desencanto de los pobres y de los inocentes, y sobre todo de los jóvenes que entran en la vida con los ojos cerrados, si en esos centros se les enseña que el espiritualismo es una locura; que no hay más realidad que la triste prosa; que el más grosero naturalismo constituye la únicaverdad, patrimonio digno del Arte, y que urge renegar de aquel otro naturalismo sublime, absurdamente denominado hoyromántico, que reconoce en la especie humana nobilísimas facultades y aptitudes superiores y extrañas al mundo físico, o sea la capacidad de sentir lo heroico, la de sacrificarse generosamente, la de ejercer la santa caridad, la de creer en un sumo Dios y la de preferir el fallo de la conciencia propia a toda sanción externa de nuestras acciones!

¡Dichosamente para la dignidad de las Letras y de las Artes, asegúrase ya, hasta en el degradado París, según nos han dicho en reciente sesión pública de la Academia Francesa, que en el mes deDiciembre del actual año de 1887 terminará el pontificado de los Zola, Goncourt y demás profanadores del buen gusto, por haberse verificado ya la deseada reacción contra lo vulgar, lo indecente, lo feo, lo pornográfico, lo sucio en todos sentidos, y haber vuelto la mismísima Francia a tener hambre y sed de poesía, limpieza, castidad e idealismo! ¡De ver será, pues, en Enero próximo, lo chafados y mustios que se quedarán aquellos escritores que en naciones tradicionalmente soñadoras, como la nuestra, han gastado el tiempo y el papel plagiando desabrida y desgarbadamente las porquerías, algo ingeniosas en medio de todo, de las más infames novelas de París, o sea tomando los caprichos de la voluble moda francesa por cristalización y forma definitiva de la Literatura contemporánea!

Pero hablemos también un poco de las Academias y del Teatro. De las Academias, especialmente de la Española y de la de Bellas Artes, que son las relativas al punto de que tratamos, sólo cosas buenas tengo que decir, puesto que guardan los debidos respetos a la espiritualidad del hombre, y no tendrán nunca que arrepentirse de haber transigido ni tan siquiera un día con las abominaciones mencionadas. Mas, por lo que toca al Teatro, si bien nuestro público lo ha contenido, en fuerza de un consuetudinario pudor, dentro de los límites de la pulcritud, no negaremos que ha delinquido contra exigencias más elevadas de la Moral, rindiendo tributo a teorías disolventes en lo respectivo a las leyes sociales, y olvidando los nobles ejemplos dados por Ventura de la Vega, Ayala y Tamayo en El Hombre de mundo, El Tejado de vidrio y La Bola de nieve, para entregarse a la promulgación de todo género de absurdos, basados en el crimen y la impiedad.

Y dicho esto, volvamos a nuestro primitivo tema, que es, según recordaréis, el mes de Diciembre, y estudiémoslo, si no lo lleváis a mal, bajo su




ArribaAbajo- III -

Aspecto religioso


No se tema que, llegado a este punto, me deje arrastrar de ciertos sentimientos propios y parafrasee lo que ya escribí hace muchos años respecto de la Noche Buena, ni menos se recele que vaya a comentar devotamente el Año cristiano en lo relativo a otras festividades eclesiásticas. Me reduciré, por el contrario, a lo meramente popular y nacional, para hablaros de la forma y modo en que se celebran algunos santos de Diciembre; con lo que mucho ganará, cuando menos, la originalidad del presente artículo.

El día 4 es Santa Bárbara,virgen y mártir, que, por una sucesión de hechos meritorios, pero incoherentes, ha venido a ser en España patrona y abogada de los Artilleros. Dedícanla, pues, solemne función los Jefes y Oficiales de este Arma, y en el sermón correspondiente salen a relucir, como es natural, Daoiz y Velarde, ínclitos héroes del 2 de Mayo de 1808, y honor y gloria de nuestra Artillería. Por ésta y otras razones, durante el resto de Diciembre, menudean las visitas del público al Museo del benemérito Cuerpo, donde hay mucho que ver y que admirar, distinguiéndose, entre otras cosas auténticas, la tienda de campaña del Emperador Carlos V y la que fue del Príncipe Muley-el-Abbas durante nuestra última guerra en Marruecos.

Es cuanto puede interesaros saber ahora sobre la vida milagrosa de Santa Bárbara. No diréis que he abusado de vuestra paciencia y patriotismo.

Y a propósito de Artillería: El 8 de Diciembre, al amanecer, despierta a los madrileños el estampido del cañón, cual si a las puertas de la Corte se riñese alguna batalla campal. Pero no es eso: es que comienza el día de la Purísima Concepción, Patrona de las Españas, que se decía cuando había en el mundo más de una España, como se dice hoy en la Guía de forasteros «Emperador de todas las Rusias.»

Por lo demás, y reduciéndonos a la España de la Península, fuerza es reconocer que lo del patronato o padrinazgo no está mal discurrido, dado que siempre hubo grandes concomitancias entre la Santa Virgen y nuestra Nación. Recuerdo, por ejemplo, que la Virgen del Pilar de Zaragoza tiene los tres entorchados de Capitán General; que la Virgen de los Desamparados de Valencia está condecorada con el Toisón de Oro y posee el bastón de mando de D. Alfonso XII, y que otras célebres Vírgenes españolas llevan la Banda de María Luisa... ¡Pues nada digo de las advocaciones de la Virgen del Carmen y de la Guadalupe y de la Montserrat!... ¡Tuviera yo a mi lado quien refrescara mi memoria, y mucho más diría acerca del asunto! Pero, sea como fuere, quede establecido que la Virgen María, ya que no es natural de España, está naturalizada en nuestro patrio suelo, cuya parte más esplendorosa y bella se llama por algo la tierra de María Santísima.

Continúo. Desde el día de la Concepción en adelante, principian los anuncios de la Noche Buena, o sea principia el Advientopopular, y los muchachos callejeros, a quienes Dios bendiga, tocan tambores mañana y tarde, mientras que, en tiendas fijas o improvisadas, comienza el mercado de especiales juguetes y baratijas, de dulces y frutos, de nacimientos y de otras cosas propias de la Pascua de Navidad.

Como la Purísima Concepción es también Patrona de las escuelas, los niños de los colegios y los alumnos de las Universidades sólo piensan desde el día 8 en las futuras vacaciones, por donde en los pueblos pequeños y hogares campesinos tampoco se sueña con otra cosa que con la próxima llegada de los estudiantes.

Así pasa la medio fiesta de Santa Lucía, abogada de la vista (fecha de gran importancia en las patriarcales casas de otros tiempos, por los amasijos y otras tareas que se empezaban entonces para surtir de roscos, mantecados, alajú y tortas las respectivas despensas), y así llega el gran día de vigilia, que es a la par el de la comilona clásica del año; así llega, en suma, el celebérrimo día de Noche Buena, tan festejado hoy por muchos pueblos a pesar de todos los pesares, como se festejaba en los más devotos siglos del antiguo régimen.




ArribaAbajo- IV -

Las pascuas


Varias son las solemnidades que se celebran bajo este nombre.

Celébrase en primer lugar el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, durante cuatro días, que principian en el mencionado de Noche Buena, víspera de primera clase, y continúan el 25, 26 y 27, por más que de último estado, y a petición del comercio español, el intransigente Sumo Pontífice Pío IX redujera al día 25 la obligación o precepto de oír Misa. Óyenla, sin embargo, el 26 y el 27 las cristianas viejas (lo cual no es lo mismo que las viejas cristianas), y surgen de aquí ciertas disensiones con los maridos de manga ancha (que yo llamaría de manga perdida), quienes las acusan de querer enmendar la plana a Su Santidad; pero ellas saben que las dispensas no son obligatorias, y resulta de todo ello que el propio marido tiene que oír también las dispensadas Misas, si no quiere que su casa se vuelva un infierno.

Lo mismo estos días que los siguientes hasta fin de año, y que los del año nuevo hasta después del de los Santos Reyes, todos los buenos españoles se dan las Pascuas unos a otros, por el correo aquéllos a quienes separa la ausencia, y en persona los que residen en un mismo pueblo. Las cartas que llegan a Madrid o a tal o cual ciudad de relativa importancia, vienen acompañadas del correspondiente aguinaldo; pero estos regalos no se pagan nunca con otros que vayan de las capitales a los pueblos pequeños... ¡Tal es el constante privilegio de los superiores! En las visitas de presente reina más igualdad, y todo el que da las Pascuas tiene opción, por ley de añeja costumbre, a recibir algún ligero obsequio en bandeja preparada para estos casos desde el amanecer de cada día.

Por las mañanas, mucho antes de rayar la aurora, hay en las Iglesias, especialmente en las de poblaciones agrícolas, función de Pastorela, o sea Misa de Pastores, con acompañamiento de zambombas, panderos y villancicos... Son como anuncios o recuerdos de la Misa del Gallo de la Noche Buena, que duran desde mediados de Diciembre hasta el 6 de Enero... y los viejos, los niños y los novios se despepitan por ir a tales funciones y aun por tomar parte en ellas... Los casados prefieren oír Misa más tarde.

Pero íbamos por el tercer día de Pascua. Celébrase después el de los Santos Inocentes, fecha temible en que todas las personas de buen humor se dan la inocentada, reducida a bromas o chascos mas o menos soportables. En los teatros suelen cambiar de ropa las actrices y los actores, y también los periódicos han heredado la gracia de divertirse este día con el público. La noche es muy aparente para bailar: de confianza, en Madrid; con buñolada, en los pueblos, y, en todas partes, con el fin de darse cuenta y explicación de las inocentadas que salieron bien o de las que se frustraron desdichadamente.

Llega después otra gran fiesta popular, que es la de San Silvestre, la del último día del año, la de la Noche Buena de año nuevo, así como al cabo de cinco días vendrá la denominada Noche Buena de Reyes, según ya os habrá referido el escritor encargado de la monografía del mes de Enero... Pues bien: en la velada melancólica de San Silvestre se echan los años para el futuro ejercicio, y los jóvenes, sobre todo, se afanan mucho por ver con quién salen y por salir bien, cual si hubiesen jugado a la lotería su mano y su felicidad...

En esto principian a dar las doce, y todo el mundo cuenta religiosamente las campanadas, término de un día, de un mes y de un año, cuando no lo son también de un siglo, y disuélvese la habitual tertulia, diciéndose unos a otros: «¡Feliz año nuevo! ¡Salud para verlo acabar!»




ArribaAbajo- V -

El fin del mundo


Como la sociedad actual tiene por distintivo y carácter la melancolía, cual si toda ella presintiese la próxima hora de su disolución, os habrán parecido insubstanciales y pueriles los recreos públicos o domésticos a que hemos pasado revista en los capítulos anteriores. ¡Es muy verdad! Esas alegrías y esas solemnidades se han hecho ya antiguas para muchísimos españoles, y hasta podría decir que para todos, si la Nación se redujese a Madrid, Barcelona, Sevilla y Valencia, cuyos infortunados hijos seguramente no las conocen sino de oídas.

¡Ah! ya no hay costumbres; ya no hay más que intereses. Todo lo tradicional ha venido en desuso, y únicamente se piensa hoy en la utilidad real de las cosas. ¡Caducaron los más sagrados respetos ideales, y el mundo va convirtiéndose en un campo de batalla, donde sólo se disputa el dinero!

Considerando, pues, que el presente artículo ha de ser el último del tomo en que verá la luz pública, juzgo convenientísimo insistir sobre estas sumarias consideraciones para que la obra de los doce meses no carezca de una especie de recapitulación, que tendrá por tema, no precisamente el fin del mundo físico, sino el fin del mundo civilizado, o sea lo que pudiéramos llamar mes de Diciembre de la actual sociedad europea.

Tiempo hace ya (por lo menos veinticinco años) que comencé a enunciar la apocalíptica profecía de que ese Diciembre de los últimos diez y nueve siglos está ya muy cercano; profecía de que hallaréis terminantes indicaciones en mis libros De Madrid a Nápoles y La Alpujarra, sin contar con otros pronósticos que figuran en las restantes obras mías. Creo yo, con efecto, aunque el vaticinio parezca exagerado, que nos hallamos en una época sólo comparable a la caída de la civilización pagana, aunque mucho más grave y peligrosa, por cuanto entonces había ya echado raíces el Cristianismo en varios pueblos de Oriente y de Occidente, mientras que ahora no se vislumbra ni se cree posible o natural que ninguna creencia nueva sustituya en bastante tiempo al régimen moral cristiano.

Porque no perdamos de vista que la primitiva causa, la principal, la única del gran trastorno que hoy ocurre en nuestra sociedad, es el descreimiento religioso de la plebe. No los sabios ni los filósofos, sino la masa más ignorante del pueblo, influida por los impíos del siglo XVIII y por los materialistas del siglo actual, que halagan insensatamente sus pasiones, ha dejado de tener fe en Dios y en otra vida y hasta noción de la existencia del alma, proclamando el derecho animal a todo linaje de goces físicos, a la propiedad antes llamada ajena, a lo heredado o adquirido por otros seres más felices, y, en la previsión de que esto no pueda lograrse mediante un ordenado cambio en las Leyes, anuncia, predica la anarquía, la liquidación social, el nihilismo...

¿Qué falta para el triunfo de esta falange de bárbaros, perfectamente organizada en todos los pueblos de Europa y en los Estados Unidos de América? ¿Qué falta para que venzan universalmente los enemigos de toda autoridad y de toda ley, que ya son millonadas de hombres, según los recientes censos y estadísticas publicados por todos los periódicos? ¡Pues falta únicamente la simultaneidad en el movimiento de ataque; falta que el virus corrosivo de la disolvente doctrina acabe de transcender a los jornaleros del campo; falta que los soldados de todos los ejércitos del mundo ingresen en las filas con el propósito de volver sus armas, en un momento dado, contra todo lo constituido, contra sus Jefes, contra los legisladores, contra los Gobiernos, contra las personas ricas o meramente acomodadas, y de estasimultaneidad, aterradora por lo incontrastable, se encargarán los clubs, los periódicos, el correo diario, el telégrafo, todos los elementos y recursos de la propia civilización!

Ferozmente lógico será tan pavoroso cataclismo: si no hay más vida que la terrenal, ¿cómo desconocer la justicia con que el desheredado pedirá su cubierto en el banquete de la vida, o procurará acelerar a todos los europeos el día de la muerte? Podrá acontecer, y acontecerá de seguro, que, interviniendo de pronto en el conflicto razas salvajes, ora africanas, ora asiáticas, atraídas por la miseria y disolución consiguientes a tales horrores, se reconstruya en cierto modo Europa; pero esa reconstrucción se verificará en nombre de ideales distintos de los de la cultura moderna y a costa de las más preciosas conquistas del mundo cristiano.

«¡Exageración! ¡locura! ¡delirio!...» exclamarán los optimistas y los superficiales al leer estos negros pronósticos... ¡Ah, señores! ¡lo mismo, exactamente lo mismo, pudieron exclamar los sibaritas del Bajo Imperio, la víspera del tremendo día en que los Bárbaros del Norte acabaron con todas las Instituciones de la Gentilidad y convirtieron el viejo Continente en un mar de sangre y en un montón de ruinas! La única diferencia consistirá ahora en que la primera falange de Bárbaros, los más terribles, los iniciadores de la demolición, no vendrán de remotos países, sino que surgirán de entre nosotros, brotarán del suelo que pisamos, saldrán de nuestras fábricas y de nuestras minas, acudirán de nuestros campos y montañas, serán, para decirlo de una vez, esos que hoy figuran taimadamente en las huelgas, o aquéllos que ya se atrevieron un día del presente año a lanzarse contra las tiendas y hoteles de Londres.




ArribaAbajo- VI -

Justificación


Conque ahí tienen Vds. todo lo que a éste novelista retirado se le ocurre pensar y decir a propósito del mes de Diciembre. Ahí tienen bosquejadas en breves rasgos desde las inocentísimas fiestas y alegrías de mi primera edad hasta las más lúgubres alarmas de mi vejez. Quisiera que mis ideas sobre el porvenir hubiesen sido menos aterradoras; pero esas había dentro de mi alma, e indeliberadamente han resultado estampadas sobre el papel. Por fortuna, mi encargo se reducía a pintar el mes de los hielos y de la casi perpetua noche, y desde este punto de vista no desconoceréis que el retrato tiene algún parecido.

P. A. de Alarcón.

1887






ArribaAbajoVersos


ArribaAbajoA la Marquesa de Vadillo



   Oye, cristiano tesoro,
Las cosas que el otro día
Pensaba de ti aquel Moro,
Cuando versos te ofrecía
Entre Pinto y Valdemoro:

   «Dice que nació en Granada,
Y a Aranjuez va acompañada
De sus hijos y su esposo,
Salud buscando y reposo
Para su prole adorada.

   »¡La debí reconocer
Cuando aún no la conocía;
Pues tan gallarda mujer,
Discreta, amorosa y pía,
De Granada había de ser!

   »Porque sólo allí se hermana
La virtud con la dulzura,
Y el cielo en hacer se ufana
Un ángel de una criatura
Mixta de mora y cristiana.

   »Que allí es linda la piedad,
Graciosa la devoción,
Bonita la santidad,
Y plácida diversión
La sublime caridad.

    »De allí, pues, es la gentil
Madre y modelo de esposas
Que marcha en ferrocarril
Cubierta de frescas rosas,
Como el rosal en Abril...

   »¡La debí reconocer
Cuando aún no la conocía;
Y, pues lo llego a saber,
Bendigo a la patria mía
En tan gallarda mujer!»

   Tales, cristiano tesoro,
Los conceptos singulares
Eran de este viejo Moro,
Cuando te ofreció cantares
Entre Pinto y Valdemoro...

   Y si aquí te los confiesa
Es por cumplir su promesa,
Poniéndolos a tus pies,
Encantadora Marquesa,
Con permiso del marqués.
Mayo 1886.




ArribaAbajoLa Virgen de las Angustias

(Recuerdo de Granada)




    Allí donde cercada
De perlas y de aromas
Yació vilipendiada
y esclava la Mujer;
Allí donde los Moros
Gozaron sus amores
Y alzaron entre flores
El Templo del Placer:

    Al pie de la colina
Que aún muestra por corona
La Alhambra granadina
Palacio del Amor,
Alzaron los Cristianos
Morada más divina,
La casa de la Virgen,
El Templo del Dolor.
    En él está la Madre
De todos los que lloran...
Rendidos a sus plantas,
Extáticos la adoran...
    La tímida doncella
La busca por dechado:
Perdón aguarda de ella
La triste que ha pecado.
    La lluvia providente
Le pide el campesino;
La vuelta del ausente
La esposa del marino;
Salud el pobre enfermo,
Victoria el campeón:
El huérfano infelice
Fiado en su amor santo,
«¡Ampárame (le dice)
Debajo de tu manto!»
    Demándale el pechero
Que postre a su enemigo,
Justicia el caballero,
Consuelos el mendigo,
Puerto seguro el náufrago,
El vate inspiración.

    Y al ver aquellas lágrimas
Que en las mejillas mustias
De la celeste Madre
Revelan sus Angustias,
Todos los tristes hallan
Alivio a su penar.
    Que es el dolor la fuente
Del bien y la alegría;
Y de la cruz pendiente
El Hijo de María,
Trocó en mérito y gloria
La dicha de llorar.

    Lúbrica siempre, corazón de piedra,
Formidable mujer, bella y temida,
Imagen eres de la aciaga hiedra,
Cuyo abrazo mortal roba la vida.
    Libres ya de tus garras, aún arredra
A tus amantes, en su larga huida,
Pensar que navegaron con tal furia
Por el aciago mar de la lujuria.




ArribaAbajoOtra carta

Escrita dos años después a los poetas que en ella se mencionan, los cuales me habían dado los días en unos preciosos versos cojos, hechos mancomunadamente.

Valdemoro 30 de Junio de 1880.



Mis muy queridos Velarde,
Campo, Herranz, Palacio y Grilo:
Que el cielo benigno os guarde
Y que estrenéis cada tarde
Un traje entero de hilo.

    Que paséis todo el verano
Tomando horchata de chufas
Las horas del meridiano,
Y cuando el sol dé de mano,
Jamón y pavo con trufas.

   Que os bañéis donde queráis,
Vayáis donde proyectéis,
Muy lindas cosas veáis,
Con pocos tontos habléis
Y muchos versos hagáis.

    Que llegada otra estación
Traigáis cada levitón
Que le diga a Dios de tú
Y debajo del surtout
Muy alegre el corazón.

Que si os faltase dinero
No os falten amor ni calma:
Que viváis un siglo entero
Sin arrugas en el alma
Y sin gasa en el sombrero.

    Que así os sorprenda la muerte,
Pues que preciso es morir;
Pero que muráis de suerte
Que entre vivir y morir
El mundo a escoger no acierte.

Tales cosas os deseo,
Hermanos del alma mía,
Cada vez que ufano leo
Vuestra gallarda poesía
Que ayer me trajo el correo.

   En ella, insignes cantores,
De vuestro diverso numen,
Juntáronse los fulgores
Como en la luz se resumen
Del iris los resplandores.

   Mas, como herido el cristal
Hace que la luz deshecha
Muestre su vario caudal,
Así mi mente sospecha
Lo que escribió cada cual.

   De Herranz la austera expresión,
De Grilo el canto suave,
De Campo la inspiración,
De Velarde la pasión,
De Palacio el genio grave.

    Del uno el sano consejo,
Del otro el afecto niño,
De cuál el dulce gracejo,
De éste el naciente cariño,
De aquél el cariño viejo.

   Todo lo discierne y ve
Con inefable alegría
De mi gratitud la fe
En esos versos de un pie
Con que me obsequiáis mi día.

    Y cuando yo vuelva a Madrid, que será
dentro de tres o cuatro días, trataremos
de arreglar el que vengáis por aquí a
comeros un arroz a la granadina con
vuestro afectísimo amigo
P. A. de Alarcón.

   Me parece que esta última quintilla es
la que me ha salido mejor.




ArribaA los señores D. Guillermo Escribá de Romaní y Doña Ramona Quintana, su esposa

En la consagración del templo erigido a sus expensas para restablecer el culto público de la antigua imagen de Nuestra Señora de la Blanca.



¡Mal haya el desalmado,
Maldito el monstruo sea
Que al mundo viene armado
Del hacha o de la tea
Y en los paternos bosques
Se ensaña sin piedad!
¡Mal haya quien aterra
Los cedros seculares!
¡Mal haya quien destierra
Sus sombras tutelares!
¡Mal haya quien destruye
Su pompa y majestad!

    ¡Y, en cambio, Dios bendiga
Las ansias y el anhelo
De quien la sombra amiga
Del bosque vuelve al suelo
Y trueca yermo páramo
En próspero plantel!
¡Bendito quien sustenta
La planta decaída!
¡Bendito quien aumenta
Las flores de la vida,
Y el valle de las lágrimas
Convierte en un verjel!

   ¡Mal haya el que inclemente
Destruye o aminora
La dicha del creyente,
Las fuerzas del que llora,
Los sueños del espíritu,
La fe del corazón;
Y en pago nos da sólo
Rencores y tristeza,
La vida como un dolo
Que en el nacer empieza,
La muerte como término,
La nada en conclusión!

   ¡Y bien haya del cielo
Y amor y venturanza
Quien siembra en este suelo
Semillas de esperanza
Y aliento da a los míseros
Proscritos del Edén!
¡Bien haya quien mitiga,
Tras luengos despoblados,
La sed y la fatiga,
Mostrando a los Cruzados
Las palmas y las torres
De la eternal Salem!

    ¡Benditos, sí, benditos
Vosotros que, en la senda
De males infinitos,
Plantasteis vuestra tienda
Donde cayó en ruinas
La Casa del Señor!
¡Vosotros, que a su gloria
Alzáis nuevos altares,
Do, en nombre y en memoria
De sus antiguos lares,
Reine la Santa Efigie
Del Maternal Amor!

   ¡Benditos, sí, del cielo
Seáis y vuestros hijos,
En premio de desvelo
Y afanes tan prolijos
Y tanto amor al prójimo
Y fe tan ejemplar,
Vosotros que a MARÍA
(La madre del que llora,
Del que en su amor confía,
Del que su ayuda implora,
Del huérfano y del náufrago)
Volvéis su sacro altar!

1883.