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Un anillo ibérico

Celestí Pujol i Camps





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Anillo

Manifiesto error sería pensar que aquella poderosa raza ibera, que tan abundante variedad de letreros numismáticos nos ha legado, dejara de escribir con lengua y paleografía propias, en piedras, cerámica y metales preciosos ó vulgares. En las repetidas emisiones de su dinero, no solo hizo ostentación de los nombres de sus gentes, sino que avanzando mucho más allá, apuntaba cuidadosamente en las monedas los conciertos que realizaban las cecas entre sí, para dar circulación legal al numerario entre las regiones convenidas. Convengamos, pues, en que el pueblo que tanto adelantó, sabía sobradamente el uso de la escritura para avalorar con ella toda suerte de objetos. Si es escaso el número de los que conocemos, cúlpese al poco interés que despertaron en tiempos anteriores á los nuestros; y si un varón doctísimo, como lo fué el P. Flórez, obtuvo tan atrasados conocimientos de la numismática ibérica que equivocó en su mayor parte las pocas leyendas que dió á la estampa, júzguese cuánto se despreocuparían los indoctos de unos signos, cuya ignorancia ó desprecio infausto traía aparejada la destrucción de los monumentos que los contenían. Muchos epígrafes ibéricos habrán perecido; no hay que ponerlo en duda. Así vemos que, mientras son muy contados   —166→   los que figuran en los escritos de los antiguos arqueólogos que recogen y copian las inscripciones latinas y medioevales, la segunda mitad de nuestro siglo los encuentra y da á conocer con relativa frecuencia. Aquellos los despreciaron; hoy los recogemos con verdadera avidez; y en este movimiento científico descuella esta Academia, que siguiendo las huellas del ilustre Príncipe Pío, consigna en las páginas de este BOLETÍN cuantos rótulos ibéricos llegan á su noticia.

De uno desconocido puedo hacer mención, que he leído en el curioso anillo grabado en cabeza de estas líneas, y cuyo primer conocimiento debo al digno correspondiente de la Academia en Barcelona, D. José Puiggarí. Describiré la alhaja, relatando las circunstancias que concurrieron en su desentierro.

El anillo es de plata y lleva engarzado en el centro de un óvalo con ornamentación granular, un camafeo, labrado en un ónice de color melado, representando un personaje mirando hacia la izquierda, desnudos los hombros y con barba y pelo crespos, recogido en sortijas, á semejanza de los que se observan en las efigies de los anversos de la mayoría de las monedas ibéricas del Norte y Centro de España. En el aro, en cuyos bordes sigue el ornato que engalana el óvalo, campea repujada la leyenda siguiente: Leyenda. En la quinta letra se distingue la soldadura del aro.

Esta presea, tan genuinamente ibérica, fué encontrada del siguiente modo: Allá por el año 1844, un colono de terrenos sitos entre los límites de los pueblos de Soses y Serós, en la provincia y partido judicial de Lérida (no lejos de la confluencia del Segre y del Cinca), en la labor de un campo dió con unas sepulturas, y al curiosearlas limpiándolas de tierras, recogió varias monedas que «nadie supo leer» (es de suponer fueran ibéricas) junto con el anillo objeto de este apunte. Los ejemplares numismáticos se han perdido, pero el anillo lo recogió de un colono, vecino de Soses, el dueño de las tierras, pasando después de su muerte á poder de su hijo, de quien lo adquirió en Agosto del pasado año llevándolo á sus colecciones, el arqueólogo D. Mariano de la Concha Clará, fundador de un Centro arqueológico barcelonés, á cuya galantería debemos estas noticias junto con la fotografía de la alhaja.

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De ella he dicho ya que es de fábrica ibérica, y no es difícil señalar la época en que se construyó: pero no me limitaré á deducirla de su labor arcáica, pues pudiera imaginarse que su rusticidad era tal vez debida á inhabilidad del artífice. Puntos de partida más seguros nos ofrece el epígrafe, y á ellos atenderé, ya que habiéndose descubierto el anillo en una sepultura de la Ilergecia, la numismática de Lérida primitiva, norma de las acuñaciones del país, nos ofrece criterios cronológicos de la mayor estima, contando, como contamos, con más de dos siglos de acuñaciones ilergetes perfectamente escalonadas, y sin soluciones de continuidad que oscurezcan la historia epigráfica de la región.

Para evitar repeticiones, doy por reproducidas en este lugar cuantas indicaciones me fué dable exponer en este BOLETÍN relativas á la cronología de las monedas de Lérida ibérica1, y aplicando aquel estudio al letrero del anillo, notamos en él que debió escribirse en aquellos tiempos en que las formas paleográficas ibéricas no habían adquirido aquel grado de regularización en que aparecen después; en una palabra, debieron ser trazadas dentro de la segunda época de las acuñaciones, que en Lérida son coetáneas de la guerra hanibaliana. Tres letras de la leyenda nos lo demuestran. La Letra se dibuja Letra, ó sea con la forma arcáica, que comenzando en los trihemióbolios ilergete-massaliotas, continúa en las especies de peso sextantal, hasta que posteriormente se convierte en Letra componiendo el rótulo Rótulo. Lo mismo acontece con la Letra que en la regularización de las formas paleográficas ibéricas, se convierte en Letra. La antigüedad de la última letra es notoria también, pues la Letra está escrita con tilde, Letra, ó sea vocalizando la consonante para que tenga valor de Letra, como se observa invariablemente en las antiguas monedas cosetanas en las que leemos Letras. Indudable es pues, á mi entender, que el anillo fué construído por los años 528 á 540 de Roma (226 á 214 antes de J. C.).

Pero si su antigüedad puede deducirse de una comparación rigurosamente   —168→   científica, falta base segura en que apoyarnos para la interpretación de la leyenda. Esta se compone de siete letras que, traducidas al alfabeto latino, producen el siguiente epígrafe:

Epígrafe

Como solo en la séptima letra aparece una vocal, fuerza es suplir las que faltan para que digan algún nombre las seis primeras consonantes, tarea en extremo difícil, no hallando semejanza en los componentes de esta leyenda con otras cuya interpretación está averiguada. Probable es que el epígrafe exprese el nombre de una personalidad, pero ninguna de las ibéricas españolas que he compulsado, ni aun las galas que cataloga M. Luchaire en su obra Études sur les idiomes pyrénéens de la région française, encajan, sin violencia, en las letras del epígrafe, que á prevención, por si pudiera ser bustrofédico, he comparado también leyendo de derecha á izquierda. Parece que la leyenda tiene algún parecido con el nombre Halscotarris que cita dicho autor2, pero no me atrevo á amoldarlo á las letras del anillo3.

Inútil es que refiera las lucubraciones á que me he entregado en mi deseo de dar satisfactoria solución al problema, pues sus resultados son tan negativos, que he adquirido la convicción de que, no pudiendo relacionar las letras de este epígrafe con el nombre de alguna entidad teogónica ó humana ó geográfica, ni aun cuando domináramos el conocimiento de la lengua ó dialecto ibero en que la inscripción haya sido escrita, el trabajo de combinar vocales entre siete consonantes, solo podría producir conjeturas. Ninguna de ellas daría la certeza de haber averiguado lo que se escribió en el letrero.

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En igual perplejidad recuerdo que me hallé al publicar las monedas quinquenales emporitanas en la obra de mi ilustre maestro Sr. Delgado. En dicho numerario se presentan escritos los nombres de los distintos duúnviros con buen número de consonantes iniciales, y dentro de cada leyenda es muy fácil formar una serie de nombres latinos distintos, todos ellos obra del paciente ingenio, pero tales que de ninguno puede asegurarse fuera el que llevara el magistrado quinquenal emporitano.

En resolución: antes que proponer una lectura de la inscripción del anillo que conceptúo arbitraria, prefiero consignar llanamente la falta de elementos comparativos con que he tropezado para poder interpretarla, contentándome con el pequeño, modestísimo servicio, de haber dado á la estampa el letrero, allegando un nuevo dato á tan difíciles estudios.

Madrid 10 de Enero de 1890.





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