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21

Cfr. Russell, Temas de «La Celestina», Barcelona, 1978. En cualquier caso, lo cierto es que toda la entrevista respira erotismo: Rojas da algunos indicios para que el lector identifique el trasfondo erótico en que se mueven las dos mujeres; es la creación de un ambiente mediante sobreentendidos y dobles sentidos que marcan el carácter de la negociación; M.ª R. Lida señaló el valor simbólico que tiene el cordón que Celestina obtiene de Melibea para Calixto; únicamente cabría precisar que la «enfermedad» de Calixto es un dolor de muelas y la oración, a Santa Polonia: el doble sentido resulta claro si tenemos en cuenta lo que significa «sacarse una muela». Y cfr. Costana, «a un cordón que le dio una dama».

 

22

Libros de caballerías, novelas sentimentales, etc. Algunos críticos, como M.ª R. Lida, J. M.ª Aguirre, etc., han querido ver en la pareja un ejemplo más de amantes cortesanos. Dice la investigadora argentina: «...para tal pasión la literatura medieval disponía de un solo arquetipo, la historia amorosa que, moldeada por la concepción del amor cortés, excluye como desenlace el matrimonio, a la vez que excluye el amor del matrimonio. La condesa María de Champaña... es un esquema de marcado carácter literario que no llega a armonizar con la admirable representación realista del ambiente social coetáneo, y con la motivación natural, basada en la lógica interna, esencial en La Celestina y no tiene justificación plena dentro del drama, sino fuera de él, en los supuestos culturales de sus autores y lectores» (La originalidad artística de «La Celestina», ed. cit. pp. 214-215, y vid. pp. 216-217). Dejando ahora lo discutible de ver en la opinión de Andreas Capellanus o de María de Champaña un código generalmente aceptado, lo cierto es que si Rojas condena el amor entre Calixto y Melibea tiene muy buen cuidado en hacer que sean los mismos personajes quienes, precisamente, rechacen y condenen el adulterio. Así, Melibea dice: «No piensen en estas vanidades ni en estos casamientos; que más vale ser buena amiga que mala casada. No quiero marido, no quiero ensuciar los ñudos del matrimonio ni las maritales pisadas de ajeno hombre repisar, como muchas hallo en los antiguos libros que leí o que hicieron más discretas que yo, más subidas en estado y linaje. Las cuales algunas eran de la gentilidad tenidas por diosas, así como Venus, madre de Eneas y de Cupido, el dios del amor, que siendo casada corrompió la prometida fe marital. Y aun otras, de mayores fuegos encendidas, cometieron nefarios e incestuosos yerros, como Mirra con su padre. Semíramis con su hijo, Cánace con su hermano y aun aquella forzada Tamar, hija del rey David. Otras aún más cruelmente traspasaron las leyes de natura, como Pasife, mujer del rey Minos, con el toro. Pues reinas eran y grandes señoras, debajo de cuyas culpas la razonable mía podrá pasar sin denuesto» (XVI, p. 206), donde lo sofístico del razonamiento y disculpa no invalida el valor real de la gradación adulterio-incesto-bestialismo.

Por su parte, Calixto explica y justifica la muerte de Celestina sólo por dicha causa: «Permisión fue divina que así acabase en pago de muchos adulterios que por su intercesión o por su causa son cometidos» (XIII, p. 108).

 

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E. Asensio señala: «Por aquellos días Sancho de Muñón retrataba en la Tragicomedia de Lisandro y Roselia la feroz venganza de los aprientes de Roselia, consumándose en la misma noche el pecado por amor y el crimen por honor. Rojas el jurista, Muñón el canonista, ambos hombres de leyes, no creían en el amor caballeresco: sabían que la pasión lleva a la catástrofe, que un abismo llama a otro abismo. Fue Feliciano de Silva, el caballero de Ciudad Rodrigo, quien rompiendo la tradición dio a la pasión caballeresca un remate afortunado, casando a Felides y Polandria. Diferente es el mundo del jurista y del caballero. Por eso no ha de extrañar que Ferreira de Vasconcellos, enemigo de Bártolo y Baldo, creyese con juvenil entusiasmo en el poder de la pasión sincera» (Comedia Eufrosina, Madrid, CSIC, 1951, p. 144).

 

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Y no es el único: «agora en este tiempo tenemos y reputamos por virtudes los vicios y pecados y los tales nombres les ponemos, ca llamamos a la lujuria de la carne y al adulterio amores y bienquerencias» (Libro de la consolación de España, ed. Agapito Rey, Symposium, 9, 1955, p. 249). E. Asensio señala un tipo equivalente de alienación, bien que más romántica: «El galán es descendiente de Calixto y del Felides de la Segunda Celestina de Feliciano de Siva. Es alto como una giraldilla, sabe trovar y cantar y es de temperamento melancólico, el más distinguido de los cuatro tradicionales: «nam ha contentamento de pouo que valha a sombra de uma tristeza particular», «nam trocaria o ser triste duas horas por quantos prazeres ha na vida». La expresión del amor la ha aprendido en sus lecturas de los Cancioneros, en la Cárcel de Amor, en las lamentaciones jeremíacas de Garcí-Sánchez de Badajoz: sus monólogos serán de un tono enfático y barajarán muerte y amor...» (op. cit., p. XII).

 

25

E. J. Webber, «The Celestina as an arte de amores», MPh, LV, 1958, páginas 145-153.

 

26

Servio, In Vergilii Carmina Comentari; Aen., I, 720, vol. I, Leipzig, 1878, pp. 200-201. Habría que tener en cuenta también el posible significado de otros nombres propios. Vid. Curtius: Edad Media europea..., I, p. 368, sobre Melibea.

 

27

Rojas ha sabido captar la ironía ovidiana en el desenlace de la Comedia en XVI actos: la primera vez que se encuentran los enamorados, mueren. El recuerdo de Piramo y Tisbe creo verlo, sobre todo, en la conversación que, a uno y otro lado de la puerta, mantienen Calixto y Melibea.

 

28

Arnalte y Lucenda, Madrid, Castalia, 1973, p. 111, vid. supra e infra.

 

29

Cfr. cómo justifica Melibea su yerro (XVI, p. 206). Celestina la había convencido con una argumentación semejante (acto IV).

 

30

Bataillon escribe lo siguiente, traduzco: «Sin duda Rojas y su antecesor han querido, como Boccaccio, como el autor de la Cárcel de Amor, afirmar los títulos de nobleza humanística del género que cultivan haciendo reinar entre sus personajes el tuteo latino universal, sin usos de cortesía [...]. El contraste, voluntariamente querido, entre esta faceta actual y las reminiscencias mitológicas, entre los nombres de personajes de apariencia latina o griega y los sabrosos modismos de su castellano, es el picante de toda la tradición humanística moderna [...]. Por ella sola, esta disonancia contribuye a desorientar al lector lo estrictamente necesario para hacer más picante el juicio sobre la más inmediata actualidad.»