Escena III
|
|
SIDNEY; la
DUQUESA, que entra por la puerta de la cámara
de la reina, pálida y agitada.
|
SIDNEY.-
¿Qué he hecho yo para merecer tanta dicha,
miladi?
|
DUQUESA.-
Escuchadme, Sidney. Sin duda la amistad que profesáis a
la reina, la que me profesáis a mí acaso, os ha obligado a
intentar una prodigiosa competencia con Buckingham.
|
SIDNEY.-
Por vos, señora, ha sido, por vos sola. Sin vos, de buena
gana abandonaría este título de favorito a cuantos le envidian.
¡Necios! Ignoran lo que es pasar la vida entera entre la intriga y la vil
adulación de los cortesanos. ¡A eso llaman poder y felicidad!
¡Ah! Yo no conozco otra felicidad que la de merecer vuestro amor, ni otra
ambición que la de agradaros.
|
DUQUESA.-
¡Sidney! ¿Y si viniera yo a implorar ese mismo
poder que tanto os pesa? ¿Si tuviera que pediros un favor?
|
SIDNEY.-
¿A mí? ¡Oh! ¡No abuséis de mi
credulidad!
|
DUQUESA.-
Sí: vengo a implorar vuestra compasión. Sabed que
esta mañana el duque de Besford ha tenido la desgracia de matar en duelo
a sir Lexter, el sobrino de Buckingham. Bien sabéis cuán
terribles son las leyes sobre los desafíos desde que se hicieron tan
comunes en el reinado de Isabel; y sabéis que Buckingham es inexorable;
vos lo podéis todo en el ánimo del rey; pedidle que se ahogue
este asunto; pedidle prórrogas a lo menos para que Besford pueda huir y
librarse de sus perseguidores; en fin, Sidney, ¡salvadle, salvadle!
|
SIDNEY.-
Es la reina, señora, quien toma un interés tan
grande por el duque de Besford, o sois?... Perdonadme; pero esa
turbación, ese dolor..., mis temores son injustos sin duda alguna.
|
DUQUESA.-
Milord Sidney, vos poseéis mi amistad; pero mi
corazón debe cerrarse para cualquier otro sentimiento: mi deber me lo
prescribe.
|
SIDNEY.-
¿Vuestro deber? Sois viuda, y yo os creía
dueña de vuestra mano. ¡Ah! No sois ingenua. Más hubiera
valido confesarme que tenía un rival, y un rival preferido, que no
fingir participar de unos sentimientos que no experimentáis.
|
DUQUESA.-
¡Ah, conde, con cuánta dureza me echáis en
cara el interés que os he manifestado! Ved aquí nuestra suerte,
infelices mujeres; os apoderáis de una palabra, sorprendéis una
mirada, dais tormento a nuestras ideas, interpretáis nuestros
sentimientos, y después os creéis con derecho para reconvenirnos.
Cuando estáis seguros de haber leído en nuestro corazón,
cuando la menor conmoción nos vende, ¡oh!, entonces os
lisonjeáis de haber conquistado una declaración, en la cual suele
no haber tenido parte alguna nuestra voluntad, sin dárseos mucho de que
pueda ofender nuestra buena fama, sin averiguar siquiera si nos hemos hecho
semejante confesión a nosotros mismos.
|
SIDNEY.-
¿Consideráis como ultraje el ofrecimiento de mi
mano?
|
DUQUESA.-
¡Ah! Conde, ¿sabéis vos por ventura si la
mía es libre?
|
SIDNEY.-
¿Qué decís?
|
DUQUESA.-
¿Sabéis si acaso soy yo culpable dando
oídos a vuestras galanterías? ¿Sabéis si tiene por
ventura el duque de Besford un derecho a todos mis pensamientos?
|
SIDNEY.-
¿Derecho?... ¡Ah!, sí..., los juramentos que
le habéis prestado...
|
DUQUESA.-
Son sagrados, conde; es mi esposo. Dos años hace ya que
estamos casados en secreto.
|
SIDNEY.-
(Abrumado.) ¡Casada!
|
DUQUESA.-
Después de la muerte de milord Salisbury, yo me
negué al principio a contraer nuevos esponsales, pero mi familia lo
exigió y fue preciso ceder. El duque de Besford ha ocultado hasta el
día esta boda por temor del canciller, que quería a todo trance
casarme con su sobrino, ese mismo sir Lexter que ha perecido esta mañana
en ese funesto duelo a manos de mi esposo.
|
SIDNEY.-
¡Casada!
|
DUQUESA.-
Ahora bien, conde, ¿os admiráis todavía de
mi dolor? ¿Os negaréis a servirme?
|
SIDNEY.-
No, miladi, no. Una sola palabra ha destruido todas mis
esperanzas; sin embargo, no temáis, yo sabré sofocar mi dolor
dentro del pecho. Pero, ¿de qué manera puedo seros útil en
este momento? Milord Ricardo, duque de Besford, acaba de ser arrestado.
|
DUQUESA.-
¡Arrestado!, ¡ah! El canciller me lo ha ocultado. Al
rehusarme la gracia que le pedí, ya sabría que no se le
podía escapar su víctima. ¡No hay esperanza ya!,
¡Dios mío!
|
SIDNEY.-
¿No estoy yo aquí, miladi? ¿No
habéis contado conmigo?
(Se oye una trompeta venatoria.)
El rey entra en palacio; voy a arrojarme a sus pies. Dios me dará
fuerzas para ablandar su corazón. Pedirle la impunidad para el duque de
Besford es lo mismo que pedirle la separación de Buckingham. Muchos lo
han intentado que se creían como yo en vísperas de triunfar;
todos lo han pagado con su cabeza. ¡Oh!, no: esto no me espanta; os he
sacrificado mi tranquilidad y mi bienestar; también os sabré
sacrificar mi vida. ¿Qué me importa? Adiós, miladi.
(Hace ademán de entrar en la
cámara.)
|
DUQUESA.-
Conde de Warwick, no os separéis de mí de esa
manera; no me dejéis con la horrible idea de que yo puedo ser causa de
vuestra perdición. Vuestras expresiones, vuestras miradas me agobian.
¿Qué queréis que os diga? Mi esposo es a quien pueden
conducir a un cadalso; mi esposo: al pediros su perdón no hago sino
cumplir con el más sagrado de todos los deberes.
|
SIDNEY.-
Sí, miladi. ¿Quién osaría
reconveniros? Además, ¿no es él quien ha tenido la dicha
de agradaros?
|
DUQUESA.-
Sí, conde, sí.
|
SIDNEY.-
¿No es él que habéis preferido a los
demás?
|
DUQUESA.-
(Casi involuntariamente.) Vos no
estabais entonces en la corte.
|
SIDNEY.-
¡Ah, miladi, cuánta falta me hacía
oír esa expresión!
|
DUQUESA.-
(Con viveza.) No he dicho nada
que os autorice a pensar...
|
SIDNEY.-
¡Oh, tranquilizaos! Vuestras palabras quedan grabadas
aquí, aquí, en mi corazón: nunca saldrán de
aquí. Esperad en esta pieza. Adiós, miladi.
(Entra en la cámara del
rey.)
|
Escena V
|
|
La
DUQUESA;
DRYDEN,
SALFORD, que entran por el fondo.
|
DRYDEN.-
(A
SALFORD.) Muy temprano llegamos, Salford.
¡Ah!, perdonad, hermosa ladi, no os había visto. Estábamos
muy lejos de creernos tan felices; pero supuesto que os hemos encontrado los
primeros, podemos jactarnos con razón de ser los más felices de
todos los
gentlemens que han de asistir al baile de
la reina.
|
SALFORD.-
Y eso que asistirá toda la nobleza de Inglaterra. Un
baile en palacio es un acontecimiento, es casi un prodigio.
|
DUQUESA.-
En efecto.
|
DRYDEN.-
Dicen que el rey asistirá en persona.
|
DUQUESA.-
No sé si..., lo ha prometido.
|
SALFORD.-
Eso da cierto aire de alegría a esta pobre corte, tan
triste desde que está al frente de los negocios el canciller.
|
DRYDEN.-
Era preciso que enfermase todo un canciller para que nos
divirtiésemos.
|
DUQUESA.-
(Nada oigo todavía, nada.)
|
SALFORD.-
Por San Jorge, creí que viniera el canciller a aguar
nuestros placeres, porque acabo de ver entrar en la cámara del rey a un
oficial de sus guardias. Debe traer algún mensaje de importancia.
|
DUQUESA.-
(¡Cielos! ¡Todo se acabó!)
|
SALFORD.-
Felizmente nuestra presencia y esos preparativos nos
tranquilizan.
(Se oye una campanilla tocada con
violencia en la cámara del rey.)
|
DUQUESA.-
Ha llamado.
|
DRYDEN.-
¿Parecéis estar indispuesta, miladi?
|
SALFORD.-
En efecto; no habíamos notado hasta ahora esa
agitación.
|
DUQUESA.-
No es nada; no es más que una ligera
indisposición: el cansancio acaso producido por los preparativos de esta
función. ¡Esta idea ha sido tan repentina! La reina no ha pensado
más que en el placer del baile.
|
DRYDEN.-
Y ha descansado en vos acerca de la ejecución.
|
DUQUESA.-
Cierto, cierto, eso ha sido; pero nada se olvidará, lo
espero; desempeñaré mis funciones del mejor modo posible.
|
Escena VIII
|
|
CHESTER,
DRYDEN,
SALFORD, señores ingleses.
|
CHESTER.-
Buenos días, Dryden. ¿Qué se dice de nuevo
en el palacio del canciller?
|
DRYDEN.-
Nada de particular. Vos que sois un esgrimidor, Chester,
podíais instruirme en los pormenores del duelo de esta mañana
entre el duque de Besford y sir Lexter. Según parece, la cosa se hizo en
regla, y Lexter se ha hecho con una soberbia estocada. ¿Ha muerto?
|
CHESTER.-
Poco menos; y su médico se ha encargado de concluir con
él.
|
DRYDEN.-
¿Y Burleig, su padrino, no le ha vengado? Es un excelente
tirador.
|
CHESTER.-
Burleig se las había con otro más fuerte que
él, con el joven jurisconsulto Roberto Overbury, que de un botonazo le
ha dejado muerto en el sitio. El partido de Besford ha llevado lo mejor. Ha
sido un triunfo completo.
|
SALFORD.-
¡El joven jurisconsulto Roberto Overbury!
¿Sabéis que es el diablo ese jurisconsulto? Apenas tiene bozo, y
he aquí ya el tercer desafío que ha tenido en este mes.
|
CHESTER.-
¿Qué queréis? Es un segundón de una
buena casa. Le han obligado mal su grado a vestir la toga a sus años, y
él se bate hasta que se la desgarren. Ha aprendido leyes para poder
infringirlas todas. Pero justamente aquí viene en persona.
|
SALFORD.-
¡Por San Jorge!, ha perdido el juicio. ¿A
quién diablos le ocurre venir a Windsor por la noche después de
haber ayudado a matar al sobrino del canciller por la mañana?
|
Escena X
|
|
CHESTER,
OVERBURY;
BURKER, que entra por el foro;
DRYDEN,
SALFORD; otros señores; y después
SIDNEY que sale de la cámara del rey.
|
BURKER.-
¡Gran noticia, señores!, noticia positiva que
será confirmada mañana. Buckingham ha caído.
|
TODOS.-
¿Qué dices?
|
OVERBURY.-
(Riendo.) No nos engañes;
eso sería delicioso.
|
DRYDEN.-
He aquí a Sidney que sale de la cámara de Su
Majestad. Él puede decirnos... ¿Qué crédito debemos
dar a las voces que corren, conde? ¿Es cierto que ha sido depuesto el
primer ministro?
|
SIDNEY.-
Así dicen; yo, sin embargo, no tengo más datos
positivos que los demás.
(Se sienta en un sillón cercano a
la cámara del rey.)
|
CHESTER.-
(Bajo a los otros.) Hace el
discreto: la caída es indudable.
|
OVERBURY.-
(Con el mayor atolondramiento.)
¡Gracias a Dios! Ya nos vemos libres de ese maldito canciller. Por todos
estilos nos estaba haciendo mal tercio. Figuraos que hace ya algunos
días que estaba en relaciones con la mujer más linda de
Londres.
|
CHESTER.-
¿Hablas sin duda de la joven Ana Arundel? Te
engañas, Overbury; porque no ha querido admitir las veinte mil libras
que el canciller le ha ofrecido por medio de...
|
OVERBURY.-
No es esa, no.
|
BURKER.-
¡Ah!, ya, la sobrina misma del canciller.
|
OVERBURY.-
Nada.
|
DRYDEN.-
(A media voz.) Este maldito no
respeta a nadie; apostaría yo a que habla de la misma...
|
OVERBURY.-
Menos; no das en ello.
|
CHESTER.-
Al fin daremos.
|
BURKER.-
¡Ah!, una del teatro.
|
SALFORD.-
¿Pues quién es?
(SIDNEY se acerca con
curiosidad.)
|
DRYDEN.-
Dejadle, por Dios; vais a ponerle en el caso de que diga
algún disparate; ya le falta poco para...
|
OVERBURY.-
¿Quieres callarte, Dryden? Vas a hacernos sospechar que
se trata de tu mujer.
|
DRYDEN.-
¡Overbury!
(CHESTER le sosiega
riéndose. Risa general.)
|
OVERBURY.-
(Todos le rodean.) ¡Vaya!,
¿me prometéis guardarme secreto?, porque no quisiera
comprometerla.
|
CHESTER.-
Sí. ¿Quién lo duda?
|
OVERBURY.-
¡Pues bien! ¿Conocéis todos a la condesa
viuda de Salisbury?
|
SIDNEY.-
(Atraviesa rápidamente la escena y
se dirige a
OVERBURY.) ¿La condesa viuda de
Salisbury? ¿Estáis seguro, señor letrado?
(Todos se apartan.)
|
OVERBURY.-
Muy seriamente lo tomáis, señor conde. Sin
embargo, os puedo decir que hoy mismo la he visto entrar misteriosamente en el
palacio del canciller.
|
SIDNEY.-
¿Y no tenéis más pruebas que esa para minar
de esa manera su reputación? ¿Sabéis por ventura la causa
que podía obligarla a ver a Buckingham?
|
OVERBURY.-
No tengo el honor de estar tan al corriente de sus negocios como
el señor conde.
|
SIDNEY.-
Sabed, pues, que iba a pedir una gracia para uno de sus
parientes.
|
OVERBURY.-
Sí, y de una manera muy propia para conseguirlas,
señor conde.
(Risa general.)
|
SIDNEY.-
¡Eso es ya demasiado! Puesto que aquí no hay nadie
que se atreva a tomar la defensa de una mujer para vengar su reputación
indignamente calumniada, yo seré, señor letrado, yo mismo quien
os dirá en vuestra cara que mentís.
|
OVERBURY.-
A fe de caballero, señor conde, me daréis una
satisfacción de este insulto.
|
SIDNEY.-
(Echando mano a la espada.) Ahora
mismo.
|
OVERBURY.-
(Apoderándose de la de
BURKER, que está a su lado.)
¡Enhorabuena!
|
CHESTER.-
(Pasando al lado de
SIDNEY y apartando a todo el mundo.) A un
lado, señores, a un lado. Que vean lo que hacen. ¡Sitio!
|
DRYDEN.-
(Arrojándose enmedio.)
¿Qué hacéis aquí? ¿Dentro del palacio?
¿Casi en presencia del rey?
|
VARIOS SEÑORES.-
Deteneos.
(Los separan.)
|
SIDNEY.-
Bien, pero mañana en James-Street a las seis.
|
OVERBURY.-
Donde gustéis, con tal que yo vea cruzadas nuestras
espadas cinco minutos no más.
|
SIDNEY.-
Nos batiremos antes de salir el sol, señor letrado, para
que no se eche a perder vuestra tez.
|
CHESTER.-
(Bajo a
OVERBURY.) Esto te enseñará
a ser un tanto más circunspecto en tus habladurías. No sabe uno
las más veces con quién habla.
|
BURKER.-
(Bajo a
OVERBURY.) Esto te corregirá.
|
OVERBURY.-
(Ídem.) ¿Dos a la
vez para enseñarme una virtud palaciega? Convenid conmigo en que esto ya
es demasiado.
|
Escena XI
|
|
DRYDEN,
SIDNEY,
BESFORD,
CHESTER,
OVERBURY,
BURKER,
SALFORD.
|
|
Durante toda esta escena y hasta el fin del
acto se llenan los salones de personas de todos sexos en traje de corte o
enmascaradas. Algunas en sus trajes representan diosas del paganismo.
|
BESFORD.-
(Entra por el foro.) Por fin os
encuentro, conde.
|
TODOS.-
¡Besford!
|
OVERBURY.-
¿Cómo diantres te has compuesto para salir de tu
cárcel?
|
BESFORD.-
Preguntádselo a mi libertador el conde de Warwick, que ha
conseguido mi perdón. ¡Qué agradable sorpresa me
habéis causado! En menos de una hora paso de un calabozo lóbrego
y triste a una brillante función. No creía salir de él
para ir a un baile; podéis contar con mi agradecimiento a todo trance;
mi vida es vuestra; sólo temo no poderos pagar jamás lo que os
debo.
(SALFORD sale por el
foro.)
|
DRYDEN.-
Vamos, milores; las salas de Windsor se llenan de gente;
tendremos comparsas preciosas: la reina y un gran número de
señoras han adoptado trajes de las diosas de la mitología; el
baile presentará una perspectiva encantadora.
|
SIDNEY.-
(Solo.) ¿Podía yo
permitir que la ultrajasen? No; era un deber mío defenderla. El letrado
Overbury pagará bien caras sus calumnias.
|
BESFORD.-
(Que ha estado hablando con un grupo,
dirigiéndose vivamente a
SIDNEY.) ¡Por San Jorge!
¿Qué acabo de saber, amigo mío? Os batís
mañana con Overbury? ¡Ah!, me tendré por dichoso si llego a
tiempo para serviros de segundo.
|
|
SIDNEY.-
Gracias, señor duque, gracias; Chester vendrá
conmigo.
|
BESFORD.-
Necesitáis dos y no os ha de sobrar nada. Overbury es el
rey de los esgrimidores; su osadía y su fortuna le han hecho
célebre.
|
SIDNEY.-
No importa. El cielo se pondrá de mi parte.
|
BESFORD.-
Perdonad; no podéis sin ofenderme rehusar mis servicios;
os debo la vida. ¿No he recurrido yo también a vos? Sé la
deuda que he contraído; permitidme que empiece a pagárosla.
Overbury, mañana voy con el conde de Warwick.
|
OVERBURY.-
Como gustes, Besford. Ya sabes cómo te he servido esta
mañana: sin duda te has cansado de vencer.
(Habla con
BURKER y otro señor.)
|
BESFORD.-
Eso es lo que hemos de ver mañana, señor
jurisconsulto. Chester, contadme la ocasión de este desafío.
(Se oye no muy cerca la música de
los salones, que no cesa de tocar hasta el fin del acto.)
|
Escena XIII
|
|
SIDNEY,
DRYDEN, la
DUQUESA,
SALFORD,
BESFORD,
CHESTER,
OVERBURY,
BURKER.
|
SALFORD.-
Burker tenía razón, milores. La caída del
lord canciller ya no es un misterio; la reina acaba de anunciarlo en alta
voz.
|
UN GRUPO DE CORTESANOS.-
¡Viva el rey!
|
DRYDEN.-
¡Adiós mi capitanía!
|
BESFORD.-
Por Dios, que estoy en el día más feliz de mi
vida, supuesto que ya nos vemos libres de ese maldito Buckingham; permitid,
milores, que os presente a la duquesa de Besford.
(Movimiento de sorpresa.)
|
OVERBURY.-
¿Qué dices?, ¿tu mujer?
|
BESFORD.-
Hace dos años, Overbury; esto es lo que tú no
habías adivinado.
|
OVERBURY.-
En verdad que no; te felicito sinceramente.
(A
CHESTER y a los demás.) Ahora tiene
esto más gracia.
|
BESFORD.-
(Acercándose a
SIDNEY.) -Mañana, ¿a
qué hora?
|
SIDNEY.-
Pero..., permitidme, Besford, que no os exponga a...
|
BESFORD.-
¡Silencio!, mi mujer nos escucha; está loca por
mí, y si llegase a sospechar la menor...
|
CHESTER.-
(Bajo a
OVERBURY y a los demás.) ¡Y
yo que iba a contarle al marido la causa del desafío! Está visto
que aquí no se puede hablar sin hacer un disparate.
|
Escena III
|
|
SIDNEY,
OVERBURY, asomando la cabeza.
|
OVERBURY.-
Soy yo, excelentísimo señor.
(Entra con una espada ceñida y dos
pistolas en el cinto.)
|
SIDNEY.-
¿Qué significa esto, sir Overbury?
(Señalando al reloj.) Son
las cinco y cuarto, ya lo veis, y nuestra cita es a las seis.
¿Dudáis por ventura de mi exactitud?
|
OVERBURY.-
No ignoro vuestra reputación, señor conde.
Sé muy bien que a las seis en punto os hubiera encontrado en el sitio
designado con la pistola o la espada en la mano, dispuesto a escarmentar todas
mis extravagancias.
|
SIDNEY.-
En ese caso, ¿qué objeto tiene esta visita? Nos
faltan todavía tres cuartos de hora.
|
OVERBURY.-
Esa es precisamente la causa de mi venida.
|
SIDNEY.-
Explicaos.
|
OVERBURY.-
Trascurrido ese tiempo no podré consagraros ni un
segundo.
|
SIDNEY.-
¿Por qué?
|
OVERBURY.-
Porque a las seis tengo otro asunto tan importante como este, al
cual no me es posible dar cumplimiento en el mismo sitio, y no encuentro medio
alguno de estar a una misma hora en dos puntos distantes.
|
SIDNEY.-
¿Cómo?, ¿otra cita?
|
OVERBURY.-
Precisamente.
|
SIDNEY.-
Tranquilizaos. Es probable que tengáis que faltar a la
una o a la otra.
|
OVERBURY.-
(Riéndose.) Tengo
más confianza en mí que el señor conde, y por esto
quisiera conciliarlo todo.
|
SIDNEY.-
(Con impaciencia.) Sir Overbury,
haceos cargo de que yo he sido el que os he provocado; la otra persona
esperará.
|
OVERBURY.-
No hubiera vacilado para proponérselo si me las hubiese
con una simple mortal (ya veis que es una cita amorosa), pero precisamente es
una divinidad del Olimpo: la he dirigido mis oraciones, he sido escuchado, y
una diosa, por pequeña que sea, no es mujer que aguarde. Y esta sobre
todo: la blanca Diana que brillaba esta noche deliciosa en medio de un enjambre
de ninfas...
|
SIDNEY.-
No os pregunto quién es.
|
OVERBURY.-
Me es indiferente: además de que mañana lo
sabrá toda la corte.
|
SIDNEY.-
Lo sentiré por vos, sir Overbury; pero, ¿y si yo
no quisiese variar la hora de nuestro desafío?
|
OVERBURY.-
Tendría paciencia, señor conde; pero confesadme
que eso sería una crueldad. En igual caso yo no me negaría a
prestaros este pequeño servicio.
|
SIDNEY.-
Enhorabuena. Vamos, pues.
|
OVERBURY.-
No esperaba yo menos de vuestra generosidad.
|
SIDNEY.-
(Dándole un papel.) Tomad
vuestro salvoconducto.
|
OVERBURY.-
(Leyéndole.) Si vuestra
excelencia tuviese la bondad de poner dos nombres. Porque, ¿quién
sabe si mi diosa querrá endulzar el rigor de mi destierro?, y como es
casada...
|
SIDNEY.-
Eso es cuenta vuestra.
(Señalando las pistolas y la
espada de
OVERBURY.) ¿Son necesarios todos
esos preparativos?
|
OVERBURY.-
Esto quiere decir que podéis elegir armas.
|
SIDNEY.-
Os cedo la elección.
|
OVERBURY.-
¡Oh!, a mí me es indiferente.
|
SIDNEY.-
Mejor; entonces a caballo.
|
OVERBURY.-
A caballo.
|
SIDNEY.-
Con espada y con pistola.
|
OVERBURY.-
Tengo ambas cosas.
|
SIDNEY.-
Hasta que quede uno de los dos en el campo.
|
OVERBURY.-
¿Eh?
|
SIDNEY.-
¿Este desafío os asombra, sir Overbury?
|
OVERBURY.-
No le propongo nunca, pero lo acepto siempre.
|
SIDNEY.-
Vamos.
|
Escena VI
|
|
SIDNEY, la
DUQUESA.
|
DUQUESA.-
(Arrojando su careta.) Soy
yo.
|
SIDNEY.-
¡Vos, señora! ¡Ah!, si esto es un
sueño, no me despertéis jamás. No me robéis mi
felicidad.
|
DUQUESA.-
Insensato, ¿habláis de felicidad, y no veis la
muerte delante de vuestros ojos?... Huid. Buckingham ha recobrado todo su
favor.
|
SIDNEY.-
¡Buckingham! Es imposible; he vuelto a ver a Su Majestad
durante el baile, y el recibimiento que me ha hecho...
|
DUQUESA.-
¿Y no conocéis a Jacobo I? ¿Yo soy quien he
de recordaros las causas que existen para hacer imposible una caída
completa de Buckingham? ¿Creéis que le costaría tanto
sacrificar a su antiguo privado la cabeza de un favorito de dos horas, con tal
que tuviese el menor viso de justicia? ¿Imagináis por ventura que
puede faltar un pretexto?
|
SIDNEY.-
¡Oh!, eso sería una ingratitud.
|
DUQUESA.-
Creedme. Al saber su desgracia, el canciller se ha hecho llevar
a Windsor; ha esperado al rey en su gabinete. El rey le ha visto, le ha
hablado, y ha cedido; ha temido sin duda.
|
SIDNEY.-
¡Buckingham! ¡Buckingham!
|
DUQUESA.-
Este suceso es un misterio todavía; nadie lo sospecha en
la corte: sólo la reina ha podido saberlo en el acto. Me ha llamado
aparte; todo me lo ha contado: he recorrido todas las salas, os he buscado, he
preguntado por Chester, vuestro amigo, para que os avisase: a nadie he
encontrado; los dos habíais desaparecido. No sabiendo entonces de
quién fiarme, y temiendo dar con un enemigo vuestro, he cogido
precipitadamente en el cuarto de la reina este dominó y esta careta, y
lo he abandonado todo por salvaros.
|
SIDNEY.-
¡Oh, Isabel, sois un ángel! Pero nada tengo que
temer. Mi ministerio de dos horas no ha hecho daño a nadie, y puede
haber hecho mucho bien a alguna persona.
|
DUQUESA.-
Sí; pero el canciller os acusa de traición contra
el estado, y a sus instancias acaso os acusará también
mañana el parlamento. Ha hecho creer al rey que estáis complicado
en la conjuración que tiende a poner la corona de Inglaterra en la
cabeza de Arabella Estuardo, su prima.
|
SIDNEY.-
Es una infame calumnia: tendrá que presentar pruebas.
|
DUQUESA.-
¿Pruebas? ¿Creéis que no sabrá
inventarlas? ¿Ignoráis su facundia? El rey lo ha creído, y
en este caso no ha podido menos de obrar como rey justo. En fin, ¿no me
habéis comprendido? Buckingham os acusa y pide vuestra cabeza. Y la
obtendrá, vos lo sabéis mejor que nadie, la obtendrá si no
la salváis.
|
SIDNEY.-
¡En buen hora! Que envié por ella.
|
DUQUESA.-
¡Oh! ¿Qué decís? No será esta
vuestra resolución, no; lo decís sólo para atormentarme,
porque yo soy quien os he precipitado en este abismo; vos no querríais
dejarme este eterno remordimiento: ¿es verdad que no, Sidney? No; eso
sería horroroso. Nunca he deseado el mal para vos. ¡Oh, Sidney,
vos no habréis pensado bien lo que habéis dicho!
|
SIDNEY.-
¡Isabel!
|
DUQUESA.-
No, no lo habéis pensado bien. Una carroza os aguarda
abajo, y la reina ha despachado delante postillones para auxiliar vuestra
fuga.
|
SIDNEY.-
(Mirando el reloj.)
¡Enhorabuena!, que parta el carruaje, y que me espere en la puerta de
Market. Dentro de una hora le alcanzaré.
|
DUQUESA.-
¡Dentro de una hora! ¿Y por qué esta
dilación? Dentro de una hora ya no será tiempo. Va a amanecer, y
al salir el sol ya os habrán preso. Partid inmediatamente o sois
perdido.
|
BESFORD.-
(Entre bastidores.)
¡Sidney!, ¡eh!, ¡Sidney!
(La
DUQUESA se detiene aterrada.)
¿Dónde diablos estáis?
|
DUQUESA.-
¡Mi esposo!
|
SIDNEY.-
¡Besford! ¿Dónde os ocultaré?
Allí, en el gabinete, en mi armería... Venid, no temáis
nada.
(Coge del brazo a la
DUQUESA, que ha quedado inmóvil, acometida
de un temblor convulsivo, y la empuja dentro del gabinete.)
|
Escena VII
|
|
SIDNEY,
BESFORD.
|
BESFORD.-
Apostaría cualquier cosa a que está durmiendo...
¡Ah!, me he llevado chasco.
|
SIDNEY.-
Milord duque, me parece que no era el sitio designado...
|
BESFORD.-
¿Para reunirnos, no es verdad? Cierto: perdonadme mi
impaciencia: he querido probar mi exactitud. Me tenéis a vuestras
órdenes; este es el día más feliz de mi vida, pues voy a
emplear mi espada en servicio vuestro.
|
SIDNEY.-
Hablad más bajó, os lo ruego; más bajo.
(BESFORD le mira
asombrado.) La habitación de mi madre está inmediata, y
pudiera oírnos.
|
BESFORD.-
(Bajando la voz.) Tenéis
razón: ¡pobre condesa!, respetemos su sueño; todas las
precauciones serán pocas. Lo mismo me sucede a mí con mi mujer;
¡si supierais cuánto trabajo me ha costado callarle todo este
asunto! Felizmente me he salido del baile muy temprano y sin que ella lo echase
de ver. Por otra parte, pasará regularmente toda la noche con la reina;
es imposible que conciba la menor sospecha. ¡Qué noche tan
deliciosa! Vos erais allí el héroe, señor conde; vuestro
nombre andaba resonando de boca en boca; todos querían veros y
felicitaros. Vuestro reinado ha empezado con una brillante función.
|
SIDNEY.-
Pronto pudiera acabarse.
|
BESFORD.-
¡No lo quiera Dios!, ¡oh!, será largo, porque
estáis muy querido, sois generalmente bien quisto, y vuestro poder no
engendrará envidiosos.
|
SIDNEY.-
(Cuya impaciencia y turbación se
aumentan por grados.) Perdonadme, milord; tengo todavía que
tomar algunas disposiciones...
|
BESFORD.-
Sí, sí; os ruego que no os incomodéis por
mí de ninguna manera; haced cuenta que no estoy aquí.
(SIDNEY, viendo que no se
va, se sienta a la mesa y hace como que escribe;
BESFORD se sienta. Momento de silencio.) A
propósito, ¿qué arma elegís?
|
SIDNEY.-
Si os parece nos batiremos a caballo con pistola y espada.
|
BESFORD.-
(Levantándose.) De muy
buena gana; eso es más animado y más divertido; es casi una carga
de caballería.
(Llega a la mesa y examina las armas de
SIDNEY.) ¡Lléveme el diablo!,
esta es una espada de baile. El menor golpe de una mano medianamente ejercitada
la hará pedazos; casi va a saltar entre mis manos. ¡Oh!,
tenéis veinte mejores en vuestra armería.
(Se dirige hacia el
gabinete.)
|
SIDNEY.-
(Con viveza.) Esta me acomoda
más; es más ligera. Marchemos, os lo ruego; he concluido.
|
BESFORD.-
¡Por mi alma!, no permitiré en manera alguna que os
expongáis con una arma de esta especie. Es un deber mío el...
(Da un paso hacia el
gabinete.)
|
SIDNEY.-
(Deteniéndole.) Deteneos,
milord duque; se pasa la hora; es preciso partir.
|
BESFORD.-
(Reparando en la careta que está
en el suelo.) ¡Ah! Esto es otra cosa. ¡Diantre!, no
había yo visto.
(Sonriéndose.) Sí,
sí, efectivamente; esta espada es muy buena... Además, Chester
nos prestará otra; subiré al paso a su casa
(Recoge la careta con un
bastón.) y la escogeré.
(Se prueba la careta.) Muy
incómodo debíais estar aquí dentro; es muy pequeña.
(Examinándola.) Me parece
haberos visto antes, señora careta, bailando en la comparsa de la reina.
(Levantando la voz y mirando hacia el
gabinete.) ¿No ibais con un vestido de color de violeta, con
guarniciones de color de naranja?
(SIDNEY le hace una
seña con la mano.) Sí..., hablemos bajo, vuestra madre
pudiera oírnos.
|
SIDNEY.-
Vamos, duque, vamos.
|
BESFORD.-
A la verdad, ¡soy el hombre más indiscreto y
más torpe!..., ¡entrar a las cinco de la mañana en vuestra
habitación sin anunciarme antes! ¡Qué enojado debéis
de estar conmigo! Voy a esperaros en la puerta de la ciudad; Overbury
será también exacto sin duda; de paso me reuniré con
Chester, nuestro testigo.
(Volviendo.) ¡Ah!, dos
palabras nada más. ¿Es esta la primera vez que viene
aquí?
|
SIDNEY.-
¡Oh!, os lo juro por mi honor, la primera.
|
BESFORD.-
¡Santo Dios!, ¿qué he hecho yo?, no tengo
disculpa. Os pido mil perdones, mil: me retiro; quedaos; no salgáis;
quedaos aquí, señor conde.
|
Escena VIII
|
|
La
DUQUESA,
SIDNEY.
|
SIDNEY.-
He creído que moríamos aquí los tres.
(Echa el cerrojo de la puerta del foro y
corre hacia la del gabinete.) Venid, Isabel, venid. ¿No me
oís? ¡Isabel!
(La lleva a un sillón y la
sienta.) Volved en vos, nada tenéis ya que temer.
|
DUQUESA.-
No, ya no tengo nada que temer, ¿no es verdad?
¡Ah!, otro golpe como este y soy muerta. Ahora estoy salva ya,
¡salva enteramente! ¡Dios mío!
(Llora.)
|
SIDNEY.-
Por Dios, tranquilizaos.
|
DUQUESA.-
Sí; es preciso que yo me marche al momento.
|
SIDNEY.-
¿Y podéis marcharos en el estado en que os veo?
Esperad aún algunos minutos más.
|
DUQUESA.-
¿Esperad decís? ¿Y si volviese?
¿Sabéis que no me volvería a esconder? No; no me
escondería. No le pondría yo mismo en ridículo segunda
vez; no atraería el desprecio sobre su cabeza; mejor querría que
me matase. ¡Besford!, ¡ese hombre tan noble, tan generoso, tan
lleno de pundonor! Se chanceaba él mismo con su propia deshonra; se ha
marchado riéndose delante de una mujer cuya presencia no ignoraba;
¡y esta mujer es la suya!, ¡esta mujer lo oía todo, y no ha
muerto de vergüenza o de desesperación!
|
SIDNEY.-
¡Isabel!
|
DUQUESA.-
Todo lo he oído, ¡os lo repito!, el motivo de su
visita, y el que le ha obligado a salirse.
|
SIDNEY.-
¡Pues bien!, maldecidme a mí; yo soy quien os he
deshonrado a vuestros propios ojos, y entretanto vos estabais pura y no
habéis dejado de serlo; pero mi amor es fatal y lleva consigo donde
quiera el dolor y los remordimientos. ¡Cuán desgraciado soy yo!
Yo, que hubiera dado mi vida por ahorraros un sentimiento, y que os entrego a
la desesperación; yo, por quien lo habéis arrostrado todo, y que
no puedo dejaros siquiera el consuelo de haberme salvado.
|
DUQUESA.-
¿Y por qué me habéis de negar hasta ese
dulce consuelo?
|
SIDNEY.-
¿Estará en mi mano concedéroslo dentro de
una hora?
|
DUQUESA.-
(Levantándose.)
Tenéis razón; ese desafío, ese..., debéis asistir a
él, y si os libráis de vuestro adversario no os libraréis
del vulgo. ¿Pero qué os importa?, no dejáis muriendo
ningún pesar, ninguna memoria...
|
SIDNEY.-
¡Isabel! Basta, yo sólo suplico: ved que bien he
menester todo mi valor.
|
DUQUESA.-
¿Y yo no le necesito?
|
SIDNEY.-
(Mirando el reloj.) ¡Ah!,
se ha pasado ya la hora.
|
DUQUESA.-
(Deteniéndole.) Un
instante todavía. ¡Dios mío! Un instante nada
más.
|
SIDNEY.-
No, no; me es imposible: no me detengáis.
|
DUQUESA.-
¿Queréis, pues, morir?
|
SIDNEY.-
El cielo decidirá de mi suerte.
(Se arroja hacia la puerta.)
|
DUQUESA.-
(Deteniéndole.)
¡Sidney!, ¡por vuestro amor, por el mío, por el mío,
conde!...
|
SIDNEY.-
¿Y seré yo digno de ese amor si me quedo
aquí más tiempo?
|
DUQUESA.-
Ya ha pasado la hora; vos lo acabáis de decir; ya ha
pasado.
|
SIDNEY.-
Sí, y cada segundo que marca nuevamente aquel minutero se
lleva consigo un pedazo de mi honor. Venid, salgamos.
|
DUQUESA.-
¡Salir! No; yo me quedo aquí.
(Cogiendo el sillón.)
Aquí mismo, ¿lo oís? No penséis en llevarme; yo
también quiero perderme, sí. Cuando vengan los emisarios de
Buckingham a buscaros..., ¡mejor! Le podrán contar al canciller
que han encontrado a la duquesa de Besford en la habitación del conde de
Warwick. Idos, conde; marchad; ya no os detengo.
(Se sienta.)
|
SIDNEY.-
¡Vos me hacéis temblar! Escuchadme, Isabel; bien lo
sabéis; nosotros los hombres tenemos deberes que no podemos olvidar sin
arrostrar el oprobio. Una cita de esta especie es sagrada; he insultado a mi
adversario, y le debo dar una satisfacción, aunque el habérsela
de dar me costará llevar mi cabeza a un cadalso.
|
DUQUESA.-
(Levantándose.) No
huiréis de vuestro adversario, huiréis del anatema de Buckingham.
¡Dios mío!, en los sucesos ordinarios de la vida nunca os
obligaría yo a eludir un combate que el honor exige; gemiría en
silencio: ¿pero ahora?, ahora es el cadalso, el cadalso, ¿me
entendéis? Decidme cómo queréis que os hable. Decidme
qué palabras podrán conmover vuestro corazón; decidme
qué objetos os son más caros. ¿Mi amor? ¡Ah!, no: no
puede nada con vos; no es eso... ¿Vuestra madre? Sí; vuestra
madre, a quien tanto amáis, que oirá su nombre mancillado, que
morirá de dolor... ¿No? ¿Tampoco basta? ¡Ah!, ya no
sé qué deciros yo; no lo sé, ni sé qué
ruegos emplear; mi alma se cansa, y no me quedan fuerzas sino para llorar y
para echarme a vuestros pies.
|
SIDNEY.-
Dejadme, por Dios, dejadme.
|
DUQUESA.-
No lo esperéis, Enrique. No, conde, no.
|
SIDNEY.-
¡Ah!, ¿vos no querríais deshonrarme?...
|
DUQUESA.-
(Levantándose.) ¿Y
si me deshonrase yo contigo?
|
SIDNEY.-
¡Isabel!
|
DUQUESA.-
¿Y si participase yo contigo de tu oprobio?, ¿si
partiese yo también?
|
SIDNEY.-
Calla, Isabel; ¡calla por piedad!
|
DUQUESA.-
Partamos, sí; partamos al instante. Ya nada me detiene.
Dentro de algunas horas estaremos lejos de Inglaterra, lejos de Buckingham, y
lejos en fin de todos. Estaremos solos en el mundo nosotros dos.
¿Comprendes bien toda nuestra felicidad? ¡Oh, una vida entera
llena toda de amor y de ventura, el paraíso en la tierra! Partamos.
|
SIDNEY.-
¡Desdichado!, soy perdido si te escucho.
|
DUQUESA.-
No puedes negármelo, no; no puedes negármelo,
¿lo ves? ¿Y qué es tu sacrificio comparado con el
mío? Yo no tendré disculpa; yo abandono a un esposo que me ama,
yo atropello todos mis deberes...
(SIDNEY la estrecha contra
su corazón.) ¡Oh!, sí, Enrique, sí;
rodéame con tus brazos, ocúltame a las miradas de todos, porque
estoy envilecida, porque estoy infamada.
|
SIDNEY.-
No hables así, Isabel, tú que todo me lo
sacrificas, tú que eres mía de aquí en adelante.
|
DUQUESA.-
Sí, tuya, toda tuya, enteramente tuya.
|
SIDNEY.-
¿Y qué nos importa el mundo ahora? Ya es
mía para toda la vida.
(La estrecha a su pecho y la llena de
besos las manos y la frente. Se oye ruido. Dan golpes a la puerta.)
|
DUQUESA.-
(Con el mayor espanto.)
¡Ah!, son los soldados de Buckingham que vienen a prenderte.
|
SIDNEY.-
No me prenderán vivo.
|
CHESTER.-
(De afuera.) ¡Sidney!
¡Sidney!, abre.
|
SIDNEY.-
Es la voz de Chester.
|
CHESTER.-
(Sacudiendo la puerta
violentamente.) Abre, ¡por San Jorge!
(La puerta cede y entra. La
DUQUESA se cubre el rostro con entrambas
manos.) ¿Has perdido el juicio? Besford acaba de partir para
batirse en tu lugar.
|
SIDNEY.-
¡Maldición sobre mí!
(Se arroja sobre sus armas.)
¡Y yo entretanto le deshonraba!
(Arrastra consigo a
CHESTER; la
DUQUESA cae desmayada en un sitial.)
|
Escena III
|
|
BESFORD;
SIDNEY, cubierto de polvo, en el mayor desorden,
arrojándose dentro de la habitación; la
DUQUESA.
|
SIDNEY.-
¡Ya era tarde!
(A
BESFORD.) ¡Ah, Besford, Besford, si
me hubieras esperado!
|
BESFORD.-
(Alargándole la mano.)
¿Qué queréis?, para hacer tiempo...
(A
SIDNEY, que repara en su brazo.) No es
nada.
|
SIDNEY.-
Overbury ha pagado cara esa herida.
|
BESFORD.-
¿Le habéis muerto?
|
SIDNEY.-
No, pero tendrá que hacer cama algunos meses.
|
BESFORD.-
¡Ah, pobre togado!, mucho lo siento: le estimo, le quiero.
Mas pensemos en vos. ¡Cuán dichoso soy volviéndoos a ver,
amigo mío! Temía que hubieseis vuelto a vuestra casa;
ignoráis sin duda cuanto pasa.
|
SIDNEY.-
No, acabo de saberlo en este momento.
|
BESFORD.-
¿Y qué? Ya no estáis seguro en Inglaterra;
vais a partir. Os salvaremos, a lo menos así lo espero: esperadme
algunos minutos.
|
SIDNEY.-
¿Qué hacéis, milord? ¿Y vuestra
herida?
|
BESFORD.-
¡Eh!, bagatela. En este momento no pienso más que
en vos. Os dejo con la duquesa.
|
DUQUESA.-
Milord, permitidme que me retire: ¡estoy tan mala!
|
BESFORD.-
Esperad un momento siquiera; haced compañía al
conde, os lo ruego: un instante no más. ¡Por mí!
|
Escena VII
|
|
SIDNEY, la
DUQUESA. El reloj marca las siete.
|
DUQUESA.-
Conde, ¿qué carta es esa de que
habláis?
|
SIDNEY.-
(Desesperado.) ¿Esa carta?
La escribí esta mañana antes de ir a ese desafío; era para
vos.
|
DUQUESA.-
¿Para mí? ¿Y qué decía?
¡Dios mío!
|
SIDNEY.-
Hablaba de mi amor, del vuestro; contenía confesiones que
pueden perderos.
|
DUQUESA.-
¿Qué decís?
|
SIDNEY.-
Todo está en poder del canciller, y dentro de poco
estará en poder de tu marido.
|
DUQUESA.-
¡Ah!, me matará, sí: yo tiemblo,
tiemblo...
|
SIDNEY.-
Silencio, o eres perdida. Escucha, sólo un partido te
queda: huir.
|
DUQUESA.-
Sí. ¿Cómo?
|
SIDNEY.-
Juntos.
|
DUQUESA.-
Jamás, milord.
|
SIDNEY.-
Prepárate, pues, a morir aquí; pero conmigo.
|
DUQUESA.-
¡Ah!, me estremecéis.
|
SIDNEY.-
¿Imaginas que yo consentiré en salvar mi vida
mientras que esté la tuya en peligro? ¿Prefieres la muerte?...
Bien, con un solo golpe nos herirá a los tres.
|
DUQUESA.-
¡Ah, Sidney, me habéis perdido!
|
SIDNEY.-
¡Isabel!, no gritos, no quejas hemos menester ahora.
Óyeme. Yo voy a salir de aquí. Te esperaré en la puerta
inmediata de la ciudad; una hora te basta para alcanzarme; no te faltará
un pretexto. No es ya mi amor quien te habla, ni exijo por él tu fuga.
No; tu tío el marqués de Hamilton es gobernador de Portsmouth; te
dejaré en sus brazos; él te protegerá, y yo, yo
respetaré tu dolor, yo te daré el último adiós.
|
DUQUESA.-
Sí, yo imploraré su amparo, pero sola.
|
SIDNEY.-
¿Te atreverás? ¿Será tiempo ya? No;
yo soy quien debe llevarte.
|
DUQUESA.-
¿Vos, Sidney? ¡Ah!, ¿no soy yo ya bastante
culpable?
(Se oyen los pasos de
BESFORD.)
|
SIDNEY.-
Una palabra más y somos perdidos.
|
Escena XII
|
|
BESFORD,
DRYDEN.
|
DRYDEN.-
Su excelencia me envía, milord duque, para tranquilizaros
acerca de los sucesos de ayer. El rey había firmado vuestro
perdón, y acaba de confirmarlo.
|
BESFORD.-
Esta es una visita que debe sorprenderme; el lord canciller no
me ha acostumbrado a todas estas atenciones.
|
DRYDEN.-
Tengo el encargo de prometeros por su parte un completo olvido
de lo pasado; y se atreve a contar al mismo tiempo con la generosidad del
señor duque.
|
BESFORD.-
¡Pardiez, sir Dryden, el canciller no emplearía
más galanterías para ganarse el ánimo de una mujer
bonita!
|
DRYDEN.-
Esas galanterías pueden probaros, milord, en
cuánto precia su excelencia vuestra amistad. Bien sabe que erais
enteramente adicto al conde de Warwick; pero os conoce demasiado para sospechar
siquiera que hayáis podido tener parte en sus pérfidos
proyectos.
|
BESFORD.-
¡Oh! A mis ojos no es tan criminal. Pero hablemos sin
rebozo, sir Dryden; el canciller me halaga, me brinda con una
reconciliación: no ha podido dar sin duda con el asilo del conde, y cree
que yo se le descubriré. Pues bien, sir Dryden, decidle de mi parte que
ignoro cuál sea su asilo, y, si cree que está aquí,
añadidle que os he dado facultades para que le busquéis por todas
partes.
|
DRYDEN.-
Vuestra palabra basta, milord. No me falta más que
entregaros este paquete que se ha encontrado en casa del conde. Su excelencia
dice que no interesándole al estado esos papeles, deben seros devueltos
a vos o a la duquesa.
|
BESFORD.-
¿Con qué objeto? ¿Y por qué
razón? En casa del conde no podía existir ningún papel que
tenga relación alguna con nosotros.
|
DRYDEN.-
Sólo su excelencia ha abierto ese paquete. Yo no hago
más que repetir sus palabras. Tomaos la molestia de leer, milord; yo
esperaré.
(Sale.)
|
BESFORD.-
(Abriendo la carta.) Yo..., en
verdad..., no comprendo este misterio.
(Lee.) «Viernes a las
cuatro de la madrugada. Por fin, me amáis y yo lo sé.
Salió por fin de vuestros labios ese sí que tanto tiempo he
deseado, y que no me atrevía a esperar. ¡Ah!, envidie, envidie mi
fortuna el que no posee más que vuestra mano: yo poseo más; yo
soy amado.»
(Pausa.) «¿Os
volveré a ver? Oh, sí; soy demasiado feliz para morir
ahora.»
(Interrumpiéndose.)
¿Y qué?, esta carta..., ¿qué interés puede
tener para mí? Ignoro completamente...
(Prosiguiendo.) «He
aquí vuestro retrato; no hace mucho que adornaba todavía vuestro
brazalete; le habéis desprendido para dármele.»
(Pausa.)
«¿Habré de separarme tan pronto de él? No: no
será preciso devolvérosle; le encontraré aquí a mi
vuelta, y podré llenarle de besos, como lo hago en este instante. Hasta
mañana, pues, hasta mañana: lo espero.» Y luego...,
aquí..., el retrato...
(Abre la caja.) ¡El suyo!
¡Ah!
(Cae abrumado en un
sillón.) ¡Es el suyo! ¡Ella!..., ¡era
ella!..., ¡esta noche!... ¡Oh!..., ¡quién me diera
matarla! ¡Vamos!..., esta carta, este retrato..., aquí...
(Lo pone en su bolsillo.)
¿Quejas?..., ¿lágrimas? No; ¡sangre, sangre!
(Se levanta y se pasea con la mayor
agitación.) ¡Y estaba allí ella!, ¡me
oía! ¡Cielos!, ¡esto es increíble!
¡Vergüenza, oprobio sobre mí que les servía de juguete
y que no los asesiné!
(Viendo a
DRYDEN, que ha vuelto a entrar por el
foro.) ¿Qué aguardáis?
|
DRYDEN.-
Una respuesta, milord.
|
BESFORD.-
¿Y qué respuesta? No está aquí; ya
os lo he dicho: no está.
(Para sí.)
¡Sólo es a ella a quien tengo entre mis manos! ¡Sólo
a ella!
(Después de un momento que
recapacita.) ¡Acaba de salir!..., ¡qué sospecha!...
Su prisa, su turbación... ¡Santo Dios!.. Con él..., era con
él..., ¡él la esperaba!
(Corre hacia la vidriera que da al patio:
la
DUQUESA aparece en el fondo en aquel mismo
instante.)
|
Escena XIII
|
|
BESFORD, la
DUQUESA,
DRYDEN.
|
DUQUESA.-
(A
DRYDEN.) ¿Se me impide la salida de
orden vuestra, caballero?
|
DRYDEN.-
Perdonadme, miladi; he debido ceñirme a mis
instrucciones; no os hallabais expresamente exceptuada en esta medida general;
nadie debía salir. Ahora que he desempeñado mi comisión,
me apresuro a dejaros en libertad.
|
DUQUESA.-
Yo sabré quejarme a la reina, sir Dryden. Es imposible
que esa prohibición se entendiese con una mujer. El canciller abusa de
su autoridad.
(Da un paso para salir, pero
BESFORD la detiene con una
seña.)
|
BESFORD.-
(Sin apartar la vista de la
DUQUESA.) En efecto, eso es llevar al
extremo las precauciones.
(A
DRYDEN.) Tened la bondad de llevar mi
respuesta a su excelencia, y aseguradle que el conde de Warwick no está
escondido en mi casa. Si su prisión importa al bien del estado, pueden
perseguirle por todos los caminos.
|
DUQUESA.-
(Bajo.) ¿Cómo,
milord...?
|
BESFORD.-
(Ídem.) Os olvidáis
de que les lleva media hora de ventaja.
|
DUQUESA.-
¡Media hora!..., ¡ya!!
|
BESFORD.-
Y, por otra parte, eso es cuenta del canciller.
|
DRYDEN.-
(Saludando.) Vuestras palabras,
milord, serán fielmente repetidas a su excelencia.
|
Escena XIV
|
|
La
DUQUESA,
BESFORD. Están junto a la mesa.
|
BESFORD.-
Soy más feliz de lo que pensaba. Os creía ya lejos
de aquí, miladi.
|
DUQUESA.-
Sí, la reina me espera.
|
BESFORD.-
La reina esperará. Precisamente podéis darle una
excelente disculpa, no me había a mí ocurrido; esta misma herida
que he recibido por el conde de Warwick... Su Majestad no podrá
extrañar que os hayáis quedado conmigo. Luego..., os aseguro que
estoy triste..., padezco mucho; necesito alguna persona a mi lado, pero que me
ame,
(Desprendiendo los adornos de la
DUQUESA y arrojándolos en un
sillón.) y vos misma no querríais probablemente dejarme
solo en este estado.
(Llama.) Os conozco; vuestro
corazón se rebelaría contra semejante acción.
(Al
CRIADO.) Que desenganchen los caballos; la
señora no sale ya.
(El
CRIADO sale;
BESFORD se sienta.) ¡Ah!, gran
necesidad tenía de veros; ahora estoy más contento; sentaos
aquí..., sentaos; si no, me obligaréis a estar en pie, y me
fatigo mucho.
(La hace sentar.) Ya
miráis el reloj, contempláis con pena el tiempo que habéis
de pasar aquí.
|
DUQUESA.-
¡Ah, milord!
|
BESFORD.-
Estáis conmigo como estaríais con un marido
caviloso y celoso que tome por diversión el oponerse a vuestros
placeres. Sin embargo, ¿habéis podido hacerme nunca semejante
reconvención? ¿No os he dado siempre la mayor libertad?
|
DUQUESA.-
Milord, ¿por qué me habláis en esos
términos?
|
BESFORD.-
(Apoyándose en la mesa.)
La confianza que en vos he tenido ha sido siempre tan grande, y la he
manifestado de una manera tan clara, que en el día sería en vos
menos crueldad matarme que engañarme. ¿Qué es en verdad la
muerte al lado del desprecio? He aquí, sin embargo, todo lo que
podría esperar yo, si fuese engañado..., el desprecio; he
aquí el premio que han conseguido otros en pago de sus atenciones.
¡Oh, cómo no previene y evita esta idea el adulterio! Hay en eso
motivo suficiente para contener a la mujer más impudente.
¡Entregar al ludibrio de los demás a un hombre cuyo apellido
lleváis, y que os ha prodigado veneración y amor!
¿Creéis por ventura que después de todo eso basta con
decirle
matadme y todo se acabó? No; su
venganza le satisface sólo a él; pero, ¿y ese oprobio con
que habéis marcado su nombre?, ese oprobio..., subsiste siempre
allí, siempre, y toda vuestra sangre no bastaría para
borrarle.
|
DUQUESA.-
Me asustas, milord.
|
BESFORD.-
¿Y por qué?, yo creo en vuestra virtud y en el
respeto que profesáis a vuestros deberes, así como creo en la
amistad.
|
DUQUESA.-
¡Milord!, ¡sangre!, ¿no lo veis? Corre sangre
de vuestra herida.
|
BESFORD.-
¡Ah!, con más abundancia corría esta
mañana cuando me batía por él, cuando le sacrificaba mi
existencia. ¡Si hubierais visto vos con cuánto placer hacía
yo ese sacrificio! ¡Oh!, eso os hubiera conmovido acaso, porque yo era
noble y grande en todo, os lo juro, y creo todos los corazones tan puros como
el mío.
|
DUQUESA.-
¡Infelice!
|
BESFORD.-
¿Podrá pagarme jamás lo que hice por
él? ¿Y me lo podrá pagar ahora, ahora que no está
aquí?
(Dan las ocho.)
|
DUQUESA.-
(Volviéndose hacia el gabinete con
un movimiento de espanto.) ¡Ah!
|
BESFORD.-
(Abalanzándose al
gabinete.) ¿Cómo? ¿En ese gabinete? ¡Nadie!,
os habíais equivocado, no hay nadie.
(Vuelve a sentarse, y desde este punto no
se apartan sus ojos de la puerta del gabinete.) Bien os decía
yo: ¡contáis los minutos a mi lado! Verdad es que hay ocasiones en
que cada minuto arrebata consigo una esperanza y nos trae un temor; la misma
hora mide para uno la alegría, y para otro el terror y el remordimiento.
Vuestro rostro empalidece a medida que el mío se anima. Estoy contento
ahora, yo que hace poco estaba tan triste y tan atormentado, porque me
habéis reservado una especie de felicidad..., y esta felicidad yo la
gozaré completamente. Paréceme un delirio, una alegría
celestial, superior a las fuerzas del hombre. ¿Vos no lo
comprendéis?
(Asiéndola del brazo y
sacudiéndola violentamente.) ¡Responded, Isabel,
responded! No decís una palabra ahora.
|
DUQUESA.-
Yo fallezco, milord, ¿no lo veis?, yo fallezco.
|
BESFORD.-
(Levantándose al mismo tiempo que
cae la
DUQUESA a sus pies.) No nos soltemos las
manos; clavemos nuestros ojos sobre la misma puerta, porque entrambos
esperamos.
|
DUQUESA.-
¡Piedad!, ¡piedad!
|
BESFORD.-
(Señalando a la puerta y
volviéndose a sentar.) ¡Por ahí, por ahí
debe venir! Nadie llega todavía. ¿No os parece, como a mí,
que a cada instante le vamos a ver? ¿No se os figura al menor ruido que
vuestro corazón va a hacerse pedazos para salir de vuestro pecho? Si
esto hubiese de durar mucho moriríamos aquí los dos. Pero...,
acaso no nos falte más que un minuto ya. ¿Quién sabe? Tal
vez un segundo..., un segundo.
(Se abre la puerta y aparece
SIDNEY.) ¡Ah!, ¡él es!
(BESFORD se arroja sobre sus
pistolas. La
DUQUESA permanece de rodillas casi
inmóvil.)
|
Escena XV
|
|
La
DUQUESA,
BESFORD,
SIDNEY, después un
CRIADO.
|
BESFORD.-
¿Qué os trae aquí de nuevo, señor
conde?
|
SIDNEY.-
Nada. El hastío de la vida, el deseo de librarme de
ella.
|
BESFORD.-
Sin duda no lo habéis meditado bastante..., la muerte os
espera aquí, y ya os será imposible evitarla.
(Un
CRIADO se precipita a la puerta del foro.)
|
CRIADO.-
¡Señor duque!, la casa está rodeada.
|
BESFORD.-
(Sentándose.) Ya lo veis,
conde; ya es tiempo que encomendéis vuestra alma a Dios.
|
SIDNEY.-
Voy a llevarles mi cabeza.
|
BESFORD.-
(Lanzándose a él.)
¡No a ellos!
|
CRIADO.-
Ya entran, señor; ya están aquí.
|
BESFORD.-
Detenedlos un instante.
(El
CRIADO sale. A
SIDNEY, señalándole el gabinete y
poniéndole una pistola en la mano.) Nosotros, por aquí.
Tomad, conde.
|
SIDNEY.-
No, dejadme.
|
BESFORD.-
(Asiéndole de la
garganta.) Por allí os digo. ¡Oh!, ¡no os
escaparéis!
(Le arrastra hacia el gabinete. A la
DUQUESA, que se ha arrojado a sus plantas,
rechazándola.) Rezad por su alma, miladi.
|
DUQUESA.-
¡Ah!, ¡milord!
(Se oye cerrar la puerta por
dentro.) ¡Por piedad!, ¡por piedad!, ¡matadme a
mí también!
(Se esfuerza a abrir la puerta con sus
uñas.) Nada; no hay nada con que abrir esta puerta... ¡Oh
desesperación!... La abriré, la abriré.
(Se oyen gritos afuera de:
¡Aquí está!) La llave, la
tengo... sí...
|