Un discurso coherente

Gonzalo Pérez de Olaguer

La muerte de Antonio Buero Vallejo cierra un capítulo del teatro de este país, e ilustra de manera rigurosa y brillante el compromiso de un creador consigo mismo y con la sociedad de su tiempo. Un compromiso que se inició con el estreno en 1949 de Historia de una escalera y se cerró el pasado año con el de Misión al pueblo desierto. Más de 30 obras estrenadas, mejores unas que otras, pero todas ellas sometidas a la coherencia de un compromiso ético, moral, de su autor.

Buero, reconocido con su ingreso en la Real Academia Española y con el Premio Cervantes, expresa el goteo de una obra que explica un discurso por la libertad del individuo, y que fue particularmente difícil en pleno franquismo. Pero él encontró los resquicios donde impulsar su lucha. El teatro de Buero tiene noches memorables, sobre todo, con los estrenos, por ejemplo, de El concierto de San Ovidio, Un soñador para un pueblo y La Fundación. Y con actores difíciles de olvidar, como José María Rodero y José Bódalo, fuertemente ligados a su teatro.

La calidad de su escritura, unida a la categoría moral de su discurso -recordemos que permaneció en la cárcel durante más de seis años y vivió durante ocho meses con una condena a muerte sobre su cabeza-, conforman una de las mejores aportaciones al teatro de este país imaginables.