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Un drama norteamericano de Clarín


Ana Cristina Tolivar Alas





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De las numerosas creaciones juveniles, principalmente dramas y poesías, que Leopoldo Alas Ureña consideró subproductos, desechos literarios, y, por lo tanto, jamás dio a la imprenta -llegando incluso a jactarse de haberlos destruido- por fortuna se ha salvado una buena muestra que, independientemente de su más que discutible valor estético, aporta unos datos biográficos y una información para los estudiosos de su obra de madurez que justifican sobradamente esta pequeña traición a la voluntad del autor.

Tal es el caso de este esbozo de drama titulado inicialmente Juan Martín y luego Juan Ruiz, quizá en un proceso de identificación de Alas -que cinco años antes había asumido la personalidad del periodista homónimo- con el protagonista de esta obra teatral concebida, según todos los indicios, en Carreño durante el verano de 1873.

El interés y la originalidad de este curioso drama embrionario estriban, a mi entender, en los siguientes factores:

La acción se desarrolla en Estados Unidos a raíz de la guerra de Secesión. El trasfondo histórico es, pues, contemporáneo, a diferencia de los demás dramas clarinianos de juventud, cuya acción suele remontarse a épocas muy pretéritas (El juglar, Nerón, Kategat, El temerario en la prueba, etc.). Por otra parte, se pone de manifiesto el interés del joven autor por una civilización, la angloamericana, de la que parece tener muy pocas referencias, en contraste con su vasto conocimiento de la cultura francesa, que ya se advierte en la comedia Tres en una (1867). Esta puede ser la razón por la que el futuro Clarín hace proceder de España y de Francia a la mayoría de los personajes, dándoles a todos nombre español1. Por otro lado, la influencia de las lecturas en francés se hace también patente en el uso de galicismos.

El planteamiento folletinesco de la extensa prótasis se asemeja al de las más exitosas telenovelas de nuestros días. El recuerdo de Los Miserables o de El conde de Montecristo, sin dejar de lado la muy probable lectura de Dickens, resulta bastante evidente; pero cabría también pensar en otras fuentes de inspiración que los expertos podrán determinar.

El carácter de la protagonista, Adelina Furton (luego Adelina Martín), cuyo exceso de virtud, rayano en la neurosis, parece hacerla más proclive a la caída, anuncia el de Ana Ozores. Por otra parte, el texto ofrece una situación análoga a la de cierto pasaje célebre de La Regenta2.

La obsesión por lo triple, por lo tridimensional (algo que destaca muy acertadamente Harriet Turner en su análisis de Adiós, Cordera, que ya está en el núcleo argumental de Tres en una, y que se refuerza en la explicación de la autoría del periódico Juan Ruiz, así como en un poema de carácter autobiográfico), se manifiesta una vez más en este conato de drama en el que el héroe asume tres personalidades diferentes3. El referente religioso de la Santísima Trinidad (tres Personas distintas y un solo Dios verdadero) se conjuga perfectamente con la exaltación de los valores cristianos que intenta promover el drama.

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El argumento plantea el tema de la educación de la mujer, pues el lugar de acción es un internado para señoritas. Bien conocidas son las ideas del Clarín maduro acerca de este asunto, ideas que a menudo se han interpretado como una manifestación de misoginia. El rechazo a que la mujer comparta con los hombres las aulas universitarias o siga el rumbo profesional de los varones no debe, a mi modo de ver, juzgarse como un desprecio machista convencional, sino como sacralización de lo femenino. Por el contexto sociocultural en el que se mueve, por su sensibilidad y por sus vivencias, Clarín no puede concebir a una mujer dedicada a actividades tradicionalmente masculinas sin que pierda esa imagen ideal, esa aureola de misterio que él identifica con su esencia «maternal».

La inclusión de un reparto de actores, encabezado por el gran Rafael Calvo en el papel del protagonista, pone de manifiesto los sueños del joven escritor, por aquel entonces estudiante en Madrid. Este habrá de esperar aún veintidós años para ver representar una obra suya -desgraciadamente sin éxito alguno- por la gran actriz del momento, María Guerrero. La modestia del joven Leopoldo le lleva a camuflar sus aspiraciones mediante la utilización de caracteres griegos.

El procedimiento narrativo del «argumento» merece un breve comentario: el conflicto se presenta «in medias res», en estilo indirecto y con predominio de lo descriptivo, aunque el autor emplee a menudo la primera persona de plural en precisiones y acotaciones, así como la exclamación apreciativa, lo que da al texto un carácter subjetivo. Interviene también el autor metalingüísticamente, interrogándose sobre el código de ese relato que habrá de hacerse drama, es decir, sobre el plano retrospectivo de aquella situación, proyectada como escénica, que él, previamente, está obligado a conocer como narrador omnisciente anticipando la anagnórisis. Esa necesidad de saberlo todo por parte del autor, se expresa de forma un tanto humorística. A continuación se inicia el «flash back» en el que empleará un estilo cercano al indirecto libre, con escasos guiones y sin comillas, pero con «verba dicendi» casi siempre pospuestos. La presencia del autor refiriéndose, a veces interrogativa o exclamativamente, a los sentimientos de los personajes y a otros pormenores, es una constante en el relato. Una vez expuestos los antecedentes remotos, se relacionan los personajes y se narran los antecedentes próximos. Seguidamente da comienzo el drama propiamente dicho -transformado en Juan Ruiz y con cambios en los apellidos de los héroes- del que ni siquiera llega a completarse la primera escena.

Dejo a los estudiosos de Clarín la valoración de esta obra, apenas iniciada, que a continuación transcribo y que se encuentra en un cuaderno de contenido sumamente variado, si bien aparecen en él otros tres dramas inconclusos. En la primera página de este cuaderno se lee, a modo de ejercicio de caligrafía: «Leopoldo Alas y Ureña: sentado es niño para escribir»4.





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