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Un fragmento narrativo inédito en un cuaderno de trabajo del joven Leopoldo Alas


Ana Cristina Tolivar Alas; Agustín Coletes Blanco



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El propósito de estas líneas es presentar a los lectores de Ínsula lo más sustancial de un cuaderno de trabajo inédito del joven Leopoldo Alas. Inédito pero no aislado, puesto que en cierto modo forma conjunto con otros dos que igualmente esperamos dar a conocer en un futuro. Tienen en común los tres cuadernos -todos ellos, recientemente aparecidos- el hecho de que aquellos de entre sus textos que se encuentran fechados, lo están en Carreño (Asturias) entre 1873 y 1874; con justedad, pues, podría llamárseles los cuadernos carreñenses del joven Alas. Como se verá en las líneas que siguen, el cuaderno concreto que aquí analizamos contiene material de tipo tanto escolar como literario; este último incluye un fragmento narrativo que se da a conocer por primera vez en el Apéndice de este trabajo. Nos ha parecido que dicho material ofrece un claro valor como ilustración concreta de algunos de los intereses y ocupaciones característicos del joven Alas, y que el fragmento narrativo en cuestión presenta el atractivo añadido de constituir un antecedente, en cierto sentido al menos, del drama Teresa, la polémica obra teatral del «Clarín» maduro.






ArribaAbajoCaracterísticas

El cuaderno, tamaño 15 x 20 cm., ha llegado hasta nosotros en buen estado de conservación, aunque carente de tapas y sin la primera hoja. Consta de 18 hojas de papel rayado, en su mayor parte utilizadas en recto y vuelto, encontrándose en las mismas textos diversos y algunas ilustraciones, todo ello indudablemente original del joven Leopoldo. Hay que añadir que la letra de Alas, siempre difícil, presenta en casos como este -borradores o escritos de índole personal- dificultades de interpretación a veces insalvables.

El cuaderno muestra además una curiosa peculiaridad. Se trata de una libreta que Alas utilizó por partida doble. Primeramente empezó a escribir en la misma por su parte inicial. Posteriormente le dio la vuelta y comenzó por el final. En consecuencia, hay una serie de páginas (como, por ejemplo, la que ilustra este trabajo) que contienen, solapados, textos en la disposición habitual, y otros que para el lector se presentan invertidos.

Página del cuaderno a que se refiere este trabajo

Página del cuaderno a que se refiere este trabajo

En la parte más tempranamente escrita del cuaderno nos encontramos, en primer lugar, con unos inesperados apuntes de hebreo, que ocupan las páginas numeradas, por el propio Alas, como III a XII. Más en concreto, los apuntes están divididos en las secciones «Filosofía de las letras», «Vocales», «Acentos» y «Mutación de puntos», momento en que quedan interrumpidos y se inicia, a renglón seguido, una poesía de la que nos ocuparemos más abajo. Antes de producirse dicha interrupción, concretamente en nota al pie de la página VIII, advertía el propio escritor que «desde aquí se sigue ya exactamente la gramática del Dr. G. Blanco». En efecto, entre los libros que pertenecieron a «Clarín» y que han llegado hasta nosotros se halla el titulado Análisis filosófico de la escritura y lengua hebrea, de Antonio M. García Blanco, editado por el madrileño Eusebio Aguado en 18461.




ArribaAbajoDatación y localización

Como decíamos más arriba, los apuntes de hebreo dejan paso, sin solución alguna de continuidad, a una poesía. Dicha poesía, añadamos ahora, lleva por título «A una paloma mensajera» y ocupa la mayor parte de la página XII y la totalidad de la XIII del cuaderno. Presenta esta composición poética, de tono explícitamente anacreóntico, la peculiaridad de ser el único texto de todo el cuaderno que se encuentra fechado: «2 agosto 1874», se lee al pie de la misma. Esta datación es un elemento clave para localizar temporal e incluso espacialmente el resto de lo escrito en la libreta. Por lo que se refiere, de momento, al lado que nos ocupa, la hipótesis más plausible sería que los apuntes de hebreo que figuran inmediatamente antes de «A una paloma mensajera» de la manera que ya sabemos, habrían sido escritos por Alas en Madrid, durante algún momento del curso académico 1873-1874 en la Universidad Central. Según es bien conocido, el joven Alas, ya licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo en junio de 1871, se instalaría en Madrid a partir de octubre de ese mismo año con el fin de cursar una nueva licenciatura, Filosofía y Letras, y hacer el doctorado en Leyes. Era cuestión ya sabida que sus estudios de lenguas antiguas habían incluido el latín y el griego; no conocíamos hasta ahora, sin embargo, el interesante dato de que otro tanto había sucedido con la lengua hebrea2. En cuanto a la aludida poesía «A una paloma mensajera», es prácticamente seguro, teniendo en cuenta su datación en plena canícula, que hubiera sido escrita en la casa familiar de Guimarán de Carreño (Asturias), ya por entonces lugar habitual de veraneo de nuestro escritor3.

Tras los apuntes y la poesía van otras cuatro páginas. Para empezar, las señaladas por Alas como XIV, que se encuentra en blanco, y como XV, que es la última que está numerada en todo el cuaderno, y contiene una curiosa miscelánea escolar: a saber, unos textos presentados como «El Génesis-Traducción del texto hebraico» (hay en efecto un par de párrafos del libro bíblico vertidos al español) y, entre el título y la traducción, una serie de pequeños dibujos y ejercicios caligráficos realizados probablemente con posterioridad a dicha traducción. Seguidamente, hay una nueva página en blanco por lo que a este lado se refiere (pero que contiene ya, circunstancia que se da aquí por primera vez, un texto en sentido inverso que nada tiene que ver con estas materias escolares), y otra página más con el rótulo manuscrito «Programa de una Introducción a la Metafísica» (que también   —34→   contiene texto inverso). Dado el carácter académico de este material, podría deducirse que lo escrito en las cuatro últimas páginas mencionadas (al margen de los textos inversos, de los gire nos ocuparemos más abajo) lo habría sido con posterioridad a la poesía de agosto de 1874; es decir, en algún instante del siguiente curso académico, el 1874-1875, y nuevamente en Madrid: Adolfo Posada contentaría en su momento la importancia que tuvieron para el joven Alas las clases de Metafísica de Nicolás Salmerón y de Urbano González Serrano; este último, buen amigo suyo andando el tiempo4.

Pero no acaba aquí la parte «escolar» del cuaderno, siempre en la disposición original que nos ocupa. Si seguimos pasando páginas (nueve más en concreto, sin numerar por Alas, y en blanco por este lado, pero ya todas ellas con textos inversos), nos encontramos con una nueva carilla escrita, que incluye dibujos, palabras griegas en caracteres latinos y ejercicios caligráficos, amén del correspondiente texto inverso; todo lo cual se reproduce en la ilustración que acompaña a este artículo. El dibujo central de la página recuerda a la casa familiar de Guimarán, ya mencionada arriba, con el palomar como elemento distintivo5. Nos parece lo más probable que las nueve páginas no utilizadas estuvieran reservadas para el «Programa de Metafísica» que Alas no llegó a escribir o más bien transcribir, y que las palabras griegas, los dibujos, etcétera, se hubieran realizado en algún momento del mencionado curso 1874-1875. Ahora bien, a modo de hipótesis alternativa, hay que señalar que tampoco es imposible que todo este lado del cuaderno -tanto el material escolar como el literario- hubiera sido redactado en Carreño durante el verano de 1874: según esperamos ampliar en un futuro, en otro de sus cuadernos carreñenses el joven Alas apunta como parte de su rutina veraniega cotidiana el estudio de las gramáticas griega y hebrea, así como la traducción al español de textos de ambas lenguas.

En todo caso, es claro que a partir de un momento determinado de 1874, o del año siguiente, el estudiante Alas abandona la libreta, predominantemente «escolar» y que hasta entonces estaba utilizando por un solo lado: las siete carillas aún disponibles están en blanco por lo que a tal lado se refiere. Y es igualmente claro que el joven Leopoldo vuelve a hacer uso del cuaderno más tarde, pero ya indudablemente -el empezar ahora en el sentido opuesto no puede ser más significativo- utilizándolo a modo de cuaderno «literario», para poesías y esbozos narrativos. Vamos pues con la parte más marcadamente literaria de la libreta.




ArribaAbajoA Pepín Quevedo

 «Clarín»

«Clarín»

Dicha parte da comienzo con el poema «¡Dios te la guarde!», dedicado «A mi amigo José Quevedo». Ocupa las cuatro primeras carillas, y se trata de un romance en que el poeta, que ha perdido a una hermana, hace votos para que a su amigo nunca le pase lo mismo. Hay una referencia expresa a este poema, de clara base autobiográfica y que se creía perdido, en la carta IX del epistolario del joven Alas a su íntimo amigo Pepín Quevedo6:

«Cuando yo estuve en Avilés contigo conocí a tu hermana [...]. Una tarde [...] tocaba tu hermana el piano y cantaba a media voz [...]. Vuelto a Carreño te dediqué unos versos, que no has leído, en que te hablaba del consuelo que te daba tu hermana, y de haberla perdido yo, la mía, antes de llegar a la edad de los amores. Era un romance que se titulaba 'Dios te la guarde' (a tu hermana); si lo encuentro te lo mandaré».



La carta anterior está fechada en «Candás, el día del Cristo» (es decir, el 14 de septiembre), pero sin especificar año. Ahora bien, teniendo en cuenta el conjunto de la serie epistolar a Quevedo, así como ciertos detalles de esta carta concreta, el año más probable de su redacción sería 1877. Por la propia misiva se deduce que el poema fue escrito en Carreño (cosa que Alas dice expresamente), siendo más difícil determinar cuánto tiempo antes que la propia carta: si ese mismo verano, o quizá el anterior. Teniendo finalmente en cuenta que es de todo punto lógico pensar que los poemas y otros textos que figuran a continuación de «¡Dios te la guarde!» (y que veremos enseguida) habrían sido compuestos después de este, llegaríamos a la conclusión de que el lado inverso del cuaderno habría sido escrito en 1876 o 1877, por el verano y desde Carreño.




ArribaAbajoPoemas entre lo erótico y lo religioso

Tras «¡Dios te la guarde!», y hasta la página del cuaderno que haría el número 8, hay cuatro nuevos poemas: «Dos penas», uno sin título que empieza «En Dios tan sólo confío», «Pruebas» y «Tu firma». Luego, desde la página 9 hasta la 13, figura un interesante texto en prosa del que nos ocuparemos más abajo. A continuación hay cinco carillas en blanco y, en fin, cuatro nuevas poesías que ocupan de la página 19 a la página 23 de la libreta: «Como dijo una santa criatura», una sin título cuya primera línea reza «Mi buena madre una vez», «Tus sueños» y, en fin, «Suspirillos germánicos».

Razones de espacio impiden reproducir aquí estos poemas del joven Alas, que en alguna ocasión puntual presentan serias dificultades de transcripción por la enrevesada letra de su autor. Se trata de versos -romances como regla general, más alguna cuarteta o redondilla por añadidura- sin excesivas pretensiones estéticas o filosóficas, de gusto campoamorino o a lo fray Luis de León, probablemente concebidos como ejercicio o entretenimiento personal más que otra cosa. Eso sí, tienen el indudable interés de que casi todos ellos presentan la mezcla, algo angustiada a veces y que es típica del joven Leopoldo por esta época, entre lo erótico y lo religioso, los amoríos más o menos efímeros y la divinidad trascendente, sin olvidar las constantes alusiones a la figura de la madre. Distinto es en este sentido el titulado «Suspirillos germánicos» -paródico, humorístico, más en la vena «preclariniana» ya presente en el juvenil Juan Ruiz.

Añadamos en fin lo siguiente, por lo que a estos poemas se refiere. Es claro que en determinado momento a Alas se le ocurre que parte al menos de los mismos, más algunos otros, podrían integrar un pequeño ciclo poético: ello explicaría la relación de títulos que en un momento dado escribe en el margen izquierdo de la última página que utiliza del lado inverso del cuaderno, que haría la número 23. La lista en cuestión es como sigue: «A Moreno Nieto», «Cantares», «Tus sueños», «¡Una hermana!», «A Garrido», «Anacreóntica», «Dos penas», «De Dios a ti», «Pruebas» y «¡Tu firma!». Como puede apreciarse, hay una correspondencia parcial entre los títulos de los poemas ya escritos en el cuaderno y los incluidos en la lista. De aquellos pasan a la relación «Tus sueños», «Dos penas», «Pruebas» y «¡Tu firma!»; quizá también, con cambio de títulos, «¡Dios te la guarde!» y «A una paloma mensajera», que podrían corresponder a «Una hermana» y «Anacreóntica», respectivamente. En cuanto a «De Dios a ti», es con toda seguridad el título pensado para el poema carente del mismo que comenzaba «En Dios tan sólo confío» y que, añadamos ahora, termina precisamente con las palabras «... de Dios a ti». No pasan pues a la   —35→   lista «Como dijo una santa criatura», la poesía sin encabezamiento cuya primera línea rezaba «Mi buena madre una vez» ni «Suspirillos germánicos», aunque sí se incluyen los títulos «A Moreno Nieto» y «A Garrido», que no están entre los poemas de hecho escritos en el cuaderno (salvo que se refieran a algunos de los últimos mencionados). Si todo ello indica un plan para volver sobre las poesías, ordenar, y seleccionar cara a una presumible publicación, no parece que dicho plan haya pasado en ningún momento a la práctica.




ArribaAbajoEl fragmento narrativo

«Clarín», dibujo del escultor Víctor Hevia

«Clarín», dibujo del escultor Víctor Hevia

Finalmente, y según adelantábamos más arriba, nos centraremos ahora en el interesante fragmento narrativo, escrito en primera persona y de tono autobiográfico, que ocupa las páginas centrales del cuaderno por su lado inverso, y que se reproduce íntegramente en el Apéndice que acompaña a este trabajo.

Este relato inacabado, que si nuestras deducciones de arriba son correctas habría sido escrito en Carreño, verano de 1876 o de 1877, lleva por título «Macema». Este extraño vocablo, que aparece rectificado en el título, representa un nombre propio de mujer. Teniendo en cuenta que estamos hablando de un cuaderno con apuntes de hebreo y de griego, es posible que se trate de un nombre simbólico, a partir del griego ma/qhma (ciencia, conocimiento). No deja además de sonar parecido a Marcela y de ahí Marcelina, nombre este último que atribuiría Alas, andando el tiempo, a un personaje de La Regenta (posiblemente, la propia protagonista) en el esbozo inicial de la novela7. Macema es aquí, en todo caso, una chica «del pueblo», que habita en una pequeña villa, puerto de mar, en que paso la canícula», y a la que el narrador dice haber visto por primera vez «el día en que este pueblo celebra la fiesta de su patrono». En el plano real, las referencias anteriores y otras similares también presentes en el texto encajarían a la perfección con Candás, la villa costera capital del Concejo de Carreño en que efectivamente Alas pasa habitualmente «la canícula», y su fiesta mayor del Cristo, el 14 de septiembre. Y hace Macema, indudablemente, pensar en aquel amor juvenil carreñense de Alas que con los años daría título a su obra teatral de madurez, Teresa -si bien, para Juan Antonio Cabezas, la Teresa real habría sido natural de Avilés, campesina, de corta estatura y vecina de una aldea cercana a Guimarán; y no alta y natural de la villa de Candás, como Macema8.

En todo caso, que a estas alturas de 1876 o 1877 un Alas que ha tenido una relación, adulta en alguna medida, con su prima Juanita Ureña, y que seguramente ya es novio de su futura esposa Onofre, siga pensando en Teresa, no resulta particularmente sorprendente: lo mismo se refleja en otros escritos personales de la época. Por ejemplo, una carta a Quevedo de 1876 en la que Leopoldo habla de «Teresa, que no es más que una mujer», u otra al mismo destinatario, probablemente de 1877, en la que Alas afirma que «Onofre [...] quiere como yo quería a los once años a Teresa»9. A tono con estas misivas, bien pudo Leopoldo haber escrito el relato «Macema» pensando en la Teresa real, pero no refiriéndose a acontecimientos contemporáneos que haya que tomar al pie de la letra, sino a recuerdos de hechos anteriores pasados por el filtro literario. Es indudable en cualquier caso que estamos hablando de unos años aún de juventud (en torno a 1876 y 1877), en los que Alas se siente en una especie de encrucijada vital, y en que constantemente y de modo particularmente enmarañado, y a veces hasta angustioso, mezcla a Teresa, a Juanita, a Onofre, a su madre, la religión, la filosofía, la literatura: algo que puede verse en muchos de sus escritos más personales y que, en parte al menos, reflejan también las poesías más arriba comentadas.




ArribaAbajoEl «tema social»

Los primeros párrafos de «Macema» están trazados en el tono directo y confidencial con que se escribe una carta a un amigo: el «Román» al que en un par de ocasiones se dirige el narrador parece transposición de José Quevedo, y esta primera parte del relato recuerda mucho a varias de las cartas reales (hemos visto un par de muestras) escritas por Leopoldo a su íntimo amigo.

Ahora bien, añadamos que no menos interesante es el tema social, que se insinúa desde el principio y comienza a desarrollarse en los que, por desgracia, son los últimos párrafos del fragmento narrativo. Materna, como sabemos, es «chica del pueblo», y no, puntualiza el narrador, una de las muchas «señoritas forasteras» que veranean en el mismo. Cuando, al día siguiente de conocerla, el narrador-protagonista vuelve a encontrarse con ella en contexto distinto al del baile popular, Macema viste «un traje más modesto que el del día anterior», y se sonroja, piensa él, quizá por «verse humilde, casi pobre en frente del lujo y ostentación de otras mujeres» que le acompañaban. A partir de ese punto, el narrador se enmaraña un tanto con una serie de reflexiones sobre «desigualdades», «diferencias sociales» o «barreras insuperables» que, a la postre, parecen llevarle a la conclusión de que el amor entre Macema y él es imposible.

Al margen de que dicho tema indudablemente refleja realidades del momento, es también claro que su expresión literaria sigue en nuestro fragmento pautas intertextuales concretas. Por un lado, la primera parte de la narración, centrada en Macema, recuerda al cuento tradicional de Cenicienta. El ingrediente más típico es sin duda la propia joven, idealizada desde todos los puntos de vista posibles. Rubia y esbelta, es una mujer recatada, apacible y educada; de extracción humilde, es también trabajadora y responsable: todo ello remite claramente al arquetipo de la Cenicienta tradicional. Y también está presente el «príncipe» del cuento -aquí, el narrador-protagonista-, así como el baile en que ella y él se conocen y en cuyo transcurso «Macema tal vez se creyó por unas horas igual que todas las demás»10. Por otro lado, la segunda parte de la narración (el día siguiente al baile) recuerda más bien al género folletinesco, tan de moda entonces: el narrador protagonista se distancia del arquetipo principesco al autoconvencerse de que el amor entre Macema y él es imposible; pero, como en otros folletines de la época, se rebela contra la situación al no querer reducirse, en sus propias palabras, «al triste papel de cero a la izquierda» a que piensa estar condenado11.

El tema social, que también quedará apuntado, bajo ángulos diversos, en otras futuras obras de inspiración carreñense de nuestro autor, como la inacabada novela Palomares o el relato breve «Snob», encontrará su plasmación más lograda en el drama Teresa, que andando el tiempo «Clarín» escribirá precisamente en Guimarán. Teresa, campesina, trabaja como criada en el palacio de Soto, habitado por una madre y sus dos hijos, varón y mujer. La señora, bondadosa cristiana, trata igual a hijos y a criados. Muere su hija. El «señorito», joven intelectual, se enamora de Teresa, y es correspondido. La madre del joven, alarmada, busca marido para Teresa, y la saca de su casa. Como es bien sabido, tales son los antecedentes de la acción en Teresa; según podemos ahora apreciar, en «Macema», muchos años antes, quedaba ya apuntado un elemento fundamental: a saber, el encuentro, con su correspondiente carga de conflicto potencial, entre la chica humilde y el señorito veraneante.

De algún modo, pues, nunca olvidaría del todo Leopoldo Alas a su «Macema».





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ArribaApéndice documental12

 «Clarín», dibujo de P. Vicente

«Clarín», dibujo de P. Vicente

[1876 o 1877, verano, Guimarán, Carreño]13

Leopoldo Alas Ureña. Comienzo de la narración titulada «Macema»: encuentro entre el narrador-protagonista y el personaje femenino cuyo nombre da título al fragmento.

A.- Autógrafo. Archivo familia Tolivar Alas (Oviedo). Arriba, sangrado y en tamaño algo más grande que el texto, figura el título, ligeramente rectificado. Cuaderno de trabajo, ff. 9-13 por el final. Hay tres palabras ilegibles. Texto en castellano.

*  *  *

Macema

He encontrado una mujer. Bien sabes que cuando se ha abusado tanto de los sueños como yo, se tiene triste experiencia y con la desconfianza se desarrolla un espíritu exquisito de observación que tiene mucho de escéptico. Con todo, una vez más me atrevo a decirte que he encontrado una mujer. Macema es su nombre y habita en una pequeña villa, puerto de mar, en que paso la canícula. La primer vez que la vi fue el14 día en que este pueblo celebra la fiesta de su patrono. Macema paseaba con sus15 amigas en la alameda de la fuente. Me llamaron la atención su estatura, su esbeltez16, sus trenzas rubias muy largas y primorosamente entretejidas, la modestia de su traje, su andar pausado y continente como de una vestal; sus ojos apenas pude verlos en toda la tarde; con los míos no se encontraron ni una vez.

Por la noche hubo baile al que asistieron señoritas forasteras y de la villa y aquel día no tuvieron por desdoro rozarse con las chicas del pueblo que asistieron y bailaron también. Macema es chica del pueblo. Lo que pasó aquella noche entre Macema y yo, sin ser cosa sobrenatural, habría bastado en otro tiempo para dejarme enamorado, con poco que hubiera apreciado su valor estético. Tú, Román, tendrás muy oscura idea de lo que es una polka de dos pasos; figúrate un schotis... tiempo perdido; mejor casi que no te figures nada. Una polka de dos pasos, en fin, es un baile que se llama así. Yo bailé eso, [...], bastante mal, y Macema dio muestras de esmerada educación y apacible carácter sufriendo y disimulando mis torpezas y profanaciones; y no es que Macema juzgara cosa baladí el arte; no, que ella bailaba con primor y mucho cuidado, sino que sabía tolerar mi suma ignorancia y hasta quiso cargar con la culpa. Más favorable que la polka de dos pasos para el inexperto bailarín es indudablemente la danza, que desterrada de los salones elegantes, vegeta como puede en las tertulias cursis de [...]. Como durante la polka apenas pude hablar con Macema de otra cosa que de las peripecias del baile, volví a bailar con ella y aproveché la ocasión de una danzeta. ¡Román, qué criatura!

-Hace seis meses que me he puesto de largo y esta es la primera vez que con este traje asisto al baile. Dice usted que no me conocía, no es extraño, porque yo era una niña que apenas salía de casa y usted aunque viene todos los veranos se está aquí poco tiempo.

-Y usted ¿me conocía a mí, Macema?

-Sí, señor.

Y más tarde me decía:

-Ah, sí señor, nos iremos luego, porque tengo que madrugar.

-¿Y mañana, también? ¿Después de la fatiga del baile?

-Sí, señor, todos los días.

-¿Y a usted le gusta madrugar tanto?

-Oh, dormiría más de buena gana, pero... mi madre me despierta muy temprano; ya ve usted, hay que trabajar...

-Macema, seré tal vez indiscreto acompañándoos tanto tiempo, habrá17 algún pobre joven que se pueda alarmar y a quien no quiera usted dar un disgusto.

Al oír tal pregunta, quizá un poco atrevida, no se turbó Macema, apenas sí un ligero color de rosa tiñó por un instante sus mejillas, pálidas a pesar del baile. Y respondió sin vacilar:

-No señor, a nadie le importa eso; apenas conozco a ningún hombre.

No pude acompañar a Macema a la salida del baile, porque marchó sin que la viera. Al día siguiente no la encontré hasta el oscurecer; venía de la playa con un niño en los brazos, suelta la rubia cabellera sobre la espalda, y con un traje más modesto que el del día anterior, casi pobre. Yo iba acompañando a unas señoritas;18 interrumpí la conversación para decir adiós a Macema, y ella me contestó con una sonrisa dulce y tranquila, pero no sin ponerse encarnada como una amapola. Todas las impresiones del baile no habían producido en aquel rostro pálido el efecto de aquel encuentro inesperado. Esa tarde, aquella noche no pensé más que en Macema, y aquel rubor que noté en ella al saludarnos, se me representaba bajo mil aspectos distintos: unas veces halagaba mi persona, otras creía satisfacer un sentimiento más legítimo y puro al complacerme en este recuerdo... Después pensaba, y esto me hacía mucho daño, si Macema se sonrojaría de verse humilde, casi pobre en frente del lujo y ostentación de otras mujeres -¡si Macema había pensado en mi esta noche, si por palabras, que yo no recuerdo, había creído que yo empezaba a amarla, si al verme así con estas señoritas se había ofendido su amor propio al comparar su posición humilde a la de estas mujeres que pudo juzgar ya rivales!-. Eterna vanidad, enfría en tus castillos, me decía después de pensar todo eso; y generalizando más la cuestión, haciendo desaparecer todo criterio personal y egoísta, meditaba: oh, estas diferencias sociales en las costumbres19 que son la barrera más insuperable, se finge romperlas un día, por juego, un día en que se vuelve, sin saberlo ni quererlo, a la prístina sencillez, y el engaño de algunos inocentes es el fruto que al otro día se encuentra: ayer Macema tal vez se creyó por unas horas igual que todas las demás -¡legítima creencia!- y ahora al tocar la realidad con el desengaño padece... y es el dolor de su corazón el que enrojece sus mejillas... Pero..., meditaba luego, Macema es mejor que yo pienso; estas conclusiones no son propias de aquella candorosa niña, quizá ella no echa de ver esas desigualdades, quizá por instinto les da la escasa importancia que en realidad tienen, y vive contenta en su esfera, y los sueños de amor y ventura que empiece a acariciar los encontrará en ese estrecho y modesto círculo. ¿Modesto? Sí, pero no exento de poesía, de virtud, de grandeza, y se habrá puesto colorada porque es natural que una niña se ruborice cuando la saluda un hombre.

Esta solución, la más natural y la más ventajosa para Macema, me lastimaba un tanto; de aquel círculo, de aquellos sueños, yo quedaba excluido; la conclusión era que Macema no había vuelto a acordarse de mí; y yo que antes sacrificaba a la verdad mis intereses personalísimos, no quería reducirme ahora al triste papel de cero a la izquierda a que me condenaba la lógica inexorable de mi última hipótesis.



 
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