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Capítulo IV

San Francisco



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- I -

     El día 5 de enero de 1850, a pesar de una espesa bruma, un marinero que estaba ocupado
en aferrar una vela, gritó:

     -¡Tierra!

     Sin embargo, durante toda la jornada del 6 se buscó inútilmente la bahía que debíamos pasar.

     Hasta la mañana del 7 no pudimos reconocer la entrada.

     No obstante, la niebla se había disipado el día anterior, permitiéndonos reconocer el aspecto del país, que se elevaba ante nosotros en forma de anfiteatro.

     En primer término vimos magníficas praderas, cubiertas de pastos, donde se alimentaban numerosos rebaños.

     En segundo término, espesos bosques de pinos altísimos, de nogales y de encinas.

     Cerrando el horizonte la cima de las montañas, dominadas por la elevada cumbre del monte del Diablo.

     Pasamos la noche navegando de vuelta en vuelta y con el temor de tropezar en medio de la oscuridad con uno de los numerosos buques que, como nosotros, buscaban la entrada de la bahía.

     Para evitar este peligro se mandó poner un farol en el tope del palo de mesana.



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- II -

     Todo el mundo estaba alegre, pero con una alegría grave y silenciosa.

     Para nosotros todo era desconocido en aquel mundo nuevo que íbamos a tocar, y aunque en Valparaíso habíamos adquirido algunas noticias, no eran éstas tan exactas como hubiéramos deseado.

     Hicimos nuestros preparativos para desembarcar en la mañana del 7.

     No se trataba allí, como en Valparaíso, de pasar en una ciudad algunas horas de distracción y de alegría, sino de algo más serio, de pedir a la tierra trabajo, y lo que es más, la remuneración del trabajo.

     El más indiferente de todos nosotros hubiera mentido al decir que su sueño había sido tranquilo; en cuanto a mí, desperté diez veces durante la noche, y antes del amanecer todo el mundo estaba de pie.



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- III -

     Por la mañana volvimos a ver la tierra, pero bastante lejos de ella todavía, no pudimos distinguir la entrada de la bahía.

     Desde las cinco de la mañana hasta el mediodía permanecimos bordeando. A esta hora empezamos a percibir la profunda cortadura que formaba el puerto.

     A la derecha vimos una línea de rocas escarpadas en su base, que se elevaban sobre una playa de arena blanca y brillante como polvo de plata. Hasta cerca del fuerte Williams no se empezaba a ver la alfombra de verdura.

     A la izquierda se distinguían montañas peligrosas en las faldas, pero cubiertas de pastos a un tercio de su altura, donde vagaban numerosos rebaños de ganado mayor y menor.

     Sin embargo, pronto abandonamos el examen del costado izquierdo, en que nada hay interesante más que la Saroleta, pequeña bahía donde fondean algunos navíos, concentrándose toda nuestra atención en el lado derecho.



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- IV -

     Nos acercábamos al fuerte Williams.

     Pasando el fuerte se encuentran dos islas, la de los Ángeles y la de los Ciervos.

     Entonces empezamos a ver algunas habitaciones que formaban un pueblecillo en medio de un campo cubierto de verdura, pero sin un solo árbol: era el presidio.

     Alrededor de esta especie de aldea viramos por primera vez caballos y mulas.

     Sobre una montaña más elevada que las otras se destacaba el telégrafo, con sus brazos negros y blancos, siempre en movimiento para indicar la llegada de los buques.

     Cerca de él se veían algunas casas de madera y unas cincuenta tiendas de lona.

     Enfrente del telégrafo está el primer surgidero, donde hay un inmenso edificio; es el lazareto, en el cual hacen cuarentena los buques sospechosos de contagio.

     Nosotros no habíamos tocado en ningún puerto sucio, y por consiguiente, una vez reconocidos por la sanidad, se nos concedió el permiso para saltar en tierra.



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- V -

     Acto seguido muchos pasajeros saltaron en tierra para buscar un lugar en qué plantar las tiendas, que se construirían con las telas de nuestros lechos. En cuanto a las prometidas casas de madera, no había que pensar en ellas.

     Nuestros compañeros, con Ganthier y Mirandola a la cabeza, marcharon en busca de un sitio, llamado el campo francés, donde se habían establecido todos los emigrantes franceses.

     No tardaron en encontrarle y eligieron un lugar a propósito para nuestro objeto.

     Al día siguiente todos los pasajeros desembarcaron, haciendo uso de una chalupa perteneciente a uno de los asociados, que la había puesto a nuestra disposición.

     Eran las ocho de la mañana del 8 de Enero.

     Apenas estuvimos en tierra, empezamos los preparativos de instalación.

     Mi capital se reducía a cuatro cuartos y una deuda de diez francos que me había prestado un compañero.

     Esta era toda mi fortuna; pero había alcanzado mi objeto.



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- VI -

     Dos palabras sobre esta tierra en que nos esperaban tantas decepciones.

     Hay dos Californias, la nueva y la vieja.

     La vieja, que aún en el día pertenece a Méjico, forma una larga península bañada al Este por el mar Bermejo, que debe este nombre al admirable tinte de sus aguas en la postura del sol, al Oeste y al Sur por el Océano Pacífico, y unida por el Norte a la Nueva California por un istmo de veintidós leguas de ancho.

     Fue descubierta por Hernán Cortés el 13 de agosto de 1521; después de haber conquistado el imperio mejicano, el célebre aventurero hizo construir dos carabelas, tomó el mando de la expedición, y el primero de Mayo de 1535 recorrió la parte oriental de la gran península; el 3 fondeó en la bahía de la Pax por los 24º 10º de latitud Norte y 113º 20º de longitud Oeste y tomó posesión de la comarca en nombre de Carlos V, rey de España y emperador de Alemania.

     ¿Qué origen tiene el nombre de California, que lleva esta tierra desde la época de su descubrimiento en la obra de Bernal Díaz del Castillo, compañero de armas e historiador de Hernán Cortés? Según algunos, viene de Calida Fornax, o más bien, como cree el padre Venegas, de alguna palabra india cuya significación no han trasmitido los conquistadores.

     Su antigua capital era Loreto, que no cuenta en la actualidad más que trescientos habitantes; la capital moderna es Real de San Antonio, que tiene ochocientos.

     Toda la población de esta península, que puede tener doscientas leguas de longitud, no pasa de seis mil almas.



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- VII -

     La Nueva California, llamada por los ingleses y americanos Alta California, está situada entre los 32º y los 42º de latitud Norte y los 110º y 127º de longitud occidental.

     Su extensión de Norte a Sur es de doscientas cincuenta leguas, y de Este a Oeste, de trescientas.

     La Nueva California, como la vieja, fue descubierta por los españoles, o más bien por un portugués al servicio de España.

     Este portugués se llamaba Rodríguez Cabrillo. Partió el 27 de enero de 1542, con el objeto de intentar el descubrimiento del famoso paso que cuarenta y un año antes Gaspar de Cotereal creía haber encontrado a través de la América del Norte. Este paso no era otro que el que en la actualidad se conoce con el nombre de estrecho de Hudson y que da paso a la bahía del mismo nombre, que es un verdadero mar interior.

     El 10 de Marzo de 1543, Rodríguez Cabrillo reconoció el gran cabo Mendocino, al que dio este nombre en honor del virrey de Méjico, marqués de Mendoza.

     Descendiendo luego hasta el 37º percibió una gran bahía a la que dio el nombre de bahía de los Pinos, que es probablemente la de Monterrey.

     En 1579 el navegante inglés Francisco Drake, después de haber destruido unos cuantos establecimientos españoles en el mar del Sur, reconoció la costa de California entre la bahía de San Francisco y la punta Rodega, y tomó posesión de la comarca en nombre de Isabel, reina de Inglaterra, dándola el nombre de Nueva Albión.

     Veinte años después Felipe III puso los ojos en este bello país, de que había oído contar maravillas, y dio al vizconde de Monterrey, virrey de Méjico, la orden de formar una colonia.

     El virrey encargó esta comisión a uno de los más hábiles marinos de aquel tiempo: este marino se llamaba Sebastián Vizcaíno.

     El 5 de Marzo de 1602 partió de Acapulco, remontó la costa hasta el cabo Mendocino, que reconoció, descendió luego hasta la bahía de los Pinos, penetró en ella y dio al punto en que tocó la tierra el nombre de Monterrey.



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- VIII -

     M. Ferry, en su sabio libro sobre California, cita las siguientes líneas, que trasladadas de la relación del viaje del Sebastián Vizcaíno, y aún en el día se puede conocer lo exacto de esta relación, escrita hace doscientos años:

     «El clima de este país es dulce, -dice el navegante español;- el suelo, cubierto de yerba, extremadamente fértil; el país bien poblado, y los naturales tan dóciles y sencillos que será fácil convertirlos a la fe cristiana y someterlos a la corona de España.

     Después Sebastián Vizcaíno, habiendo preguntado a los indios y a muchos otros que encontró es la orilla del mar sobre una gran extensión de costa, supo por ellos que más allá de su país había grandes ciudades y mucho oro y plata, lo que le hacía creer que se podían encontrar cuantiosas riquezas.»

     A pesar de estas noticias, España desconoció siempre el inmenso valor de su colonia, contentándose con enviar a ella gobernadores y misioneros, que estaban protegidos por esos establecimientos militares que aún en el día llevan el nombre de presidios.

     Poco a poco los indios se separaron de la metrópoli; los unos fueron conquistados por los ingleses y holandeses, y los otros se constituyeron en reinos independientes. Así continuaron las cosas hasta la independencia de la república mejicana, a la cual se reunieron las dos Californias.



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- IX -

     Bien pronto la mala administración de la república hizo que se alejasen de ella las provincias. Tejas se declaró independiente en 1836, y en 12 de abril de 1844 propuso a su Congreso un tratado de anexión a los Estados- Unidos.

     Este tratado, rehusado en un principio por los Estados americanos, fue definitivamente adoptado por las dos Cámaras en 22 de diciembre de 1845.

     Aquella desmembración de su territorio era cosa grave para Méjico, y su gobierno resolvió levantar un ejército y disputar la propiedad de Tejas a los Estados-Unidos.

     Un ejército de cuatro mil hombres, mandado por los generales Taylor y Scott, se puso en marcha para mantener los derechos de los americanos sobre Tejas.

     Los mejicanos, por su parte, reunieron un ejército de ocho mil hombres.

     El 7 de mayo de 1846 los dos ejércitos se encontraron en la llanura del Palo alto. Empeñado el combate, los mejicanos fueron batidos, repasaron el río Brabo y se refugiaron en la ciudad de Matamoros.

     El 18 de mayo Matamoros se rindió.

     Al mismo tiempo los americanos habían enviado al comodoro John Lloat con una escuadra para hacer la guerra en las costas, al mismo tiempo que el general Taylor la hacía en el interior.

     El 6 de julio de 1846 la escuadra americana se apoderaba de Monterrey, capital de la Nueva California.



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- X -

     A fin del año, el ejército americano ocupaba las provincias de Nuevo Méjico, Tamaulipas, Nueva León y Cohahuela, y la escuadra la California.

     Marchando hacia la capital, el general Taylor declaró las inmensas provincias que atravesaba conquistas del gobierno americano y pronunció su reunión a los Estados-Unidos.

     El 22 de febrero de 1847 los dos ejércitos se encontraron de nuevo en Nueva León, entre la extremidad Sur de la sierra Verde y las fuentes del León, en la llanura de Buena-vista.

     El ejército americano era fuerte de tres mil cuatrocientos infantes y mil caballos.

     Después de dos días de escaramuzas el ejército de Méjico se vio forzado a retirarse sobre San Luis de Potosí, dejando dos mil muertos sobre el campo de batalla. El número de heridos no se pudo saber porque recogieron una gran parte.

     Los americanos habían perdido setecientos hombres.

     «Otra victoria como ésta, y soy perdido», decía Pirro.

     En estos mismos términos, con corta diferencia, escribió el general Taylor a su gobierno.

     El congreso de Washington votó nueve regimientos de voluntarios, y a cada uno de estos voluntarios que hubiese servido un año en la guerra de Méjico se acordó una concesión de ciento sesenta acres de tierra o cien dollars de renta al 6 por 100.

     La misma ley aumentó el sueldo del ejército regular, que era ya de cuarenta y tres francos por mes.

     Para atender a los gastos de esta guerra se creó un nuevo papel hasta la cantidad de veintiocho millones de dollars.



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- XI -

     La escuadra americana debía apoderarse de Veracruz como se había apoderado de Monterrey.

     Veracruz es la llave de Méjico.

     El 22 de marzo de 1849 un ejército de doce mil hombres, secundado por la escuadra del comodoro Perry, puso sitio a Veracruz, y en breve empezó el bombardeo.

     Después de cinco días de fuego rindióse la ciudad y con ella el castillo de San Juan de Ulúa.

     El 16 de abril el general Scott abandona su posición y marcha sobre Méjico con diez mil hombres.

     El ejército mejicano, fuerte de doce mil hombres y mandado por el general Santa Ana, le esperaba a dos jornadas de Veracruz, en el desfiladero de Cerro Gordo, verdaderas Termópilas donde debía ser destruido el ejército mejicano.

     El camino estaba cortado por una zanja, detrás de la cual se aprestaba a jugar una formidable artillería.

La montaña, desde su base hasta su cima, no era más que un inmenso atrincheramiento.

     Los americanos atacaron de frente; la lucha fue terrible y duró cuatro horas. Al cabo de cuatro horas el desfiladero había sido forzado, y los mejicanos dejaban en poder de sus enemigos seis mil prisioneros y treinta piezas de artillería.

     El día 20, Jalapa había sido tomada, y ocho días después el castillo fuerte de Perote se rendía a su vez.

     El general Scott marcha sobre Puebla y la toma.

     No estaba más que a veintiocho leguas de Méjico.

     El 19 y el 20 se apodera de las provincias de Cerro-bajo y el Charaburca.

     El 13 de setiembre el general Scott ataca las provincias de Capultepec y de Molins del Rey.

     En fin, el 16 de setiembre de 1847 los americanos, vencedores en todos los encuentros, realizaban su entrada en la capital des Méjico.



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- XII -

     El 2 de febrero de 1848, después de tres meses de negociaciones, la paz fue firmada entre Méjico y los Estados-Unidos, mediante la unión del Nuevo Méjico y de la Nueva California por la suma de quince millones de dollars.

     Además, los Estados-Unidos se encargaban de responder a las reclamaciones que elevaran contra Méjico los acreedores tejanos o americanos, hasta la suma de cinco millones de dollars.

     El cambio de ratificaciones tuvo lugar el 3 de mayo de 1848.

     El 14 de agosto siguiente el Congreso americano expidió un decreto que extendía a los pueblos de California los beneficios de las leyes de la Unión.

     Ya era tiempo: Inglaterra hubiera comprado la California a Méjico, y probablemente Méjico la hubiera cedido, si en aquel momento, como acabamos de ver, las comarcas californianas no hubieran sido ocupadas por los americanos.

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