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Un juicio sobre Gide

Ricardo Gullón





¡Qué difícil resumir en pocas líneas un juicio sobre Gide! Pues este hombre, contradictorio y libre, no vaciló en parecer inconsecuente y tornadizo cada vez que la consecuencia y el cambio fueron necesarios para expresar su sentimiento con sinceridad. Hablando de León Blum, dijo en alguna parte que juzgaba las cosas según sus opiniones y no según su gusto. Él, no: las opiniones no le retenían ni le forzaban a falsear sus preferencias. Excelente ejemplar de intelectual, capaz de subordinar a la sinceridad los beneficios que se derivan del disimulo, y de proclamarla sin pensar en que pueda perjudicarle; mejor dicho, incluso a sabiendas de que puede perjudicarle.

Con la proclamación de «la sinceridad», Gide perseguía libertar al hombre de sus prejuicios, y en lo que se refiere a sí mismo, no cabe duda de que lo consiguió. Las audacias de Rousseau en las CONFESIONES palidecen cuando se las compara con las suyas, y además, y por si fuera poco, Gide no se confiesa como penitente, sino exigiendo se le reconozca el derecho al impudor.

Entre los escritores actuales, ninguno personifica tan justamente las constantes del espíritu francés: claridad, lógica, medida. Su obra, realizada en condiciones de independencia y seguridad que en el futuro serán casi inconcebibles, se desarrolló armoniosamente dentro de la diversidad de inquietudes, por las que sentíase arrastrado. Humanista en la más exclusiva acepción del término, atravesó algunas crisis religiosas, que entre 1916 y 1919, época de la redacción de NUMQUID ET TU, parecieron acercarle a la conversión. El amoralismo wildeano y la sobrestimación del individuo marcaron su carácter y su obra.

Desde el principio, desde LOS CUADERNOS DE ANDRÉ WALTER, opera en carne viva, en la propia. Durante sesenta años anota en el DIARIO sus reacciones, sus sentimientos, observándose escrupulosamente para conocerse y darse a conocer. Egotismo, sin duda; pero junto a ese egotismo recuérdese la lección transmitida a sus discípulos: abandonad al maestro, desdeñad los descubrimientos del maestro y seguid vuestro propio camino. Su influencia, muy grande en los tiempos de la Nouvelle Revue Française, sirvió para impulsar a los escritores hacia sendas nuevas, no para procurarle discípulos, que nunca deseó. El profesor Clouard ha señalado que la inspiración antifamiliar de ciertos personajes novelescos de Roger Martin du Gard es de origen gideano, que Schlumberger ha continuado estudiando problemas planteados en LA VUELTA DEL HIJO PRÓDIGO. Cierto. Y aún más: la sensibilidad de los escritores franceses de entreguerras debe mucho a las ideas de Gide, y no me parece una casualidad el que TIEMPOS DE DESPRECIO, de Malraux, vaya precedido de un prólogo suyo.

La gloria tardó en llegar. Mas desde el comienzo, Gide fue reconocido por los mejores como un igual. Estuvo situado en magnífica posición para conocer y juzgar a sus contemporáneos. Su DIARIO es un testimonio impar sobre una época y sus hombres. Y como el resto de sus escritos, es un libro lúcido, exigente y profundo. En Gide se dio un feliz acuerdo entre la sensibilidad y la inteligencia; sus textos son experiencias en torno a un suceso, a un libro, a una pasión; manifestaciones de vida, tanto como obras de arte; trozos de vida, palpitantes en su complementaria contradicción. ¡Nadie pretenda considerar esta compleja sustancia a través de una visión unilateral y sistemática! Lo mejor de Gide le escapará de entre las manos, y en ellas apenas quedará un resto deformado y paupérrimo, dos o tres ideas que, por no estar situadas en la complejidad del matizado pensamiento que las fecunda, sólo servirán, analizadas aisladamente, para deformar la imagen de este escritor, que en sus obras no puso solamente su enorme talento, sino su complejísima alma.





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