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Un matrimonio de intelectuales

Concepción Gimeno de Flaquer





Los dos abrieron los ojos a la luz mental en las márgenes del Plata: Carlos López Rocha en la nación Argentina. Adela Castell en la República Oriental. Ráfagas fluviales transportaron de una a otra orilla fulgores de sus cerebros, emanaciones de sus almas fusionadas en himeneo de belleza. Encontráronse para rimar la vida con idílicos acentos, para aromatizarla con líricas inmarcesibles rosas. Polimnia reveloles el secreto de la excelsa poesía, inicioles en sublimes misterios reservados a los escogidos, a los que flotan sobre la multitud, como nívea espuma del oleaje humano.

La feliz pareja intelectual vive la vida del sentimiento y el arte encerrándose en su torre de marfil rodeada de puentes levadizos, aisladores del vulgo: allí enciende inextinguible lámpara votiva en ofrenda a los más altos ideales, allí quema el incienso del entusiasmo en los altares de lo bello.

¡Cuán hermosa es la colaboración intelectual, entre los cónyuges! ¡Qué encanto, qué vitalidad presta al amor! Si sufrir juntos es amarse, compartir la emoción estética es llegar a la cima de la felicidad. Identidad de ideas es identidad de sentimientos.

Adela Castell y Carlos López Rocha funden su amor en la devoción al arte. Cuando el poeta argentino declama alguna de sus hermosas estrofas, brilla en los ojos de su mujer la llama del entusiasmo; cuando Adela recita versos, busca en el gesto de su marido una opinión que teme más que a la del público.

El matrimonio López Rocha siente ardientemente el arte: seméjase a aquellos atenienses contemporáneos de Pericles, rezadores de letanías estéticas, cuya plegaria formulábase exclamando: ¡Oh dioses, inspiradnos el sentimiento de lo bello!

Carlos López Rocha cultiva el arte por el arte, convencido de que el arte cumple su misión produciendo lo bello sin buscar lo tendencioso. No rompe moldes, ni atropella respetables cánones literarios; no alardea de arcaísmos ni de neologismos; no figura en ninguna de esas escuelas innovadoras que pretendiendo de originalidad incurren en extravagancias. Los escritos de López Rocha ofrecen más ideas que sensaciones, revelan estados de alma colectiva; este poeta no abusa del subjetivismo tan censurado por los parnasianos que universalizan reflejando la Naturaleza, o evocando el alma de un ayer que no se pierde en las brumas de remota lejanía.

La estética de López Rocha es ingenua, sincera; en su ejecutoria literaria, hállase un árbol genealógico de raíces clásicas, que respira por sus más altas ramas simbolismo sano de abolengo bíblico. Poeta delicado, exquisito, de estilo elegante como arabesca filigrana, su musa es casta: viste la blanca impoluta túnica de la Beatriz dantesca, y como la divina doncella va siempre precedida de una nube de flores. El poeta argentino describe lo vago, lo misterioso, lo etéreo, lo psíquico, la ilusión, el ensueño, lo inefable. Poeta erótico por excelencia, no despierta hervores de sangre ni palpitaciones voluptuosas; su inspiración envuélvese en púdico velo platoniano. Cultiva todos los géneros, habiendo obtenido éxitos de comediógrafo en importantes teatros, Julio Herrera y Reissig denomínale poeta nuevo para América.

Adela Castell es arpa eólica a la que arranca el sol del sentimiento sonoras estrofas, vibraciones de piedad, hálitos de conmiseración. Dotada de gran erudición, su alto pensar exteriorizase en manifestaciones científicas. Fruto de su cultura, son sus dogmáticas conferencias dadas en Montevideo. Conócesela en los pueblos rioplatenses como autora de brillantes páginas reveladoras de la morfología espiritual del niño, ese capullo de la flor humana que tanta atención merece, porque puede ser propulsor de nuevas generaciones.

Cultivadora de la poesía científica, su estro posee gran encanto; aúna erudición y amenidad. Adela Castell es mujer de espíritu delicadamente femenino, uniendo a su ternura vigorosa visualidades científicas de gran alcance. Sus tendencias literarias son realistas: su estro reposado, sereno. Canta lo bello, pero lo bello humano. Nuestro siglo tiene muy desenvuelto el sentido de lo real; a tal siglo, tal poesía. La cantora uruguaya, piensa que la poesía moderna no es la de las Cloris y Mirtilos; no es la poesía que se pasea por los jardines de Academus, serpentea por la Arcadia, sacia su sed en Helicona o se postra ante Flora; Adela Castell cultiva la poesía esencialmente humana.

Nuestro siglo es eminentemente científico, mas no podréis separar a la ciencia de la poesía. Poético es el telescopio remontándose hasta la luna para besarla con sus miradas; poético el cable submarino que extiende su lengua políglota por los mares estrechando en fraternal abrazo a los antípodas; poéticos los aeroplanos que se atreven a escalar el cielo. No puede tacharse de antipoético a un siglo que arranca sus secretos a la luz, a la electricidad, al magnetismo.

Dícese que nuestro siglo es completamente industrial, que es el siglo del tráfico y el agio; pero ni el agio ahogará en sus estrechas fauces a la poesía, ni el mercantilismo la tronchará con sus rudos aquilones, ni el tráfico la arrollará con sus remolinos, ni la industria la asfixiará en el denso humo de sus calderas, ni ha de pulverizarla el progreso con su demoledora piqueta. La poesía tendrá detractores entre los escépticos y pesimistas, mas ella, se alzará con omnipotente majestad, y al presentarse la diosa enmudecerán los ateos.





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