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Un olor estancado a heliotropo y a cidro

Margo Glantz

- I -

En El mal -o la enfermedad: la maladie- de la muerte, Marguerite Duras efectúa un doble reencuentro con la voz. Me explico: se trata de un texto no escrito sino dictado por Marguerite Duras a Yann Andréa, el último compañero de su vida, libro concebido en pleno estado de depresión y en medio de una crisis alcohólica extrema: ella confiesa que durante el período de gestación del relato -agosto y septiembre de 1982- bebía diariamente seis litros de vino. Poco antes de finalizarlo, ya en peligro de muerte, acepta ser hospitalizada. Durante su convalecencia, después de una cura de tres semanas, corrige, escribe o reescribe -ahora sí- sobre lo dictado.

Pensada como una pieza teatral o casi como un guion cinematográfico: «Esta obra podría representarse en el teatro», acota Duras, continúa en cierta forma la búsqueda iniciada desde 1955 con Le Square, y en 1958 con el guion de Hiroshima mon amour, dentro de la serie de obras destinadas al teatro o al cine como Moderato cantabile, India Song, El camión, etc., antes de que reestablecida de su enfermedad se decidiera a volver a escribir una novela en 1984: El amante, obra que la convirtió, como ella misma decía, en escritora de fama planetaria.

Una fractura en su propia escritura.

Duras estaba obsesionada con la voz. También con el cuerpo. Pero a menudo el cuerpo se desprendía de la voz. Muchos de los personajes se desdoblan, su voz no se oye directamente, o puede ser una voz que se oye en off, una voz fantasmal. Me recuerda a la Malinche, esa indígena que Cortés recibió como esclava y a la que hizo su concubina pero a quien utilizó fundamentalmente por su voz, es decir, era un cuerpo del que se privilegiaba la emisión, el cuerpo de quien entones era llamada la lengua, la intérprete por excelencia, quien corporificaba de manera literal la figura retórica conocida como la sinécdoque, la parte privilegiada sobre el todo.

Me recuerda de igual modo a un personaje femenino del teatro de Beckett, obra escrita en 1972, intitulada Not I (¿Yo no? o ¿Yo no soy yo? ¿Seré yo? ¿Alguna vez he sido yo? ¿Yo soy un otro? No soy, seré...), materialización exacta otra vez de la sinécdoque. Beckett deseaba que la obra provocara una reacción instintiva en el espectador y no en su intelecto. Consideraba a la boca como un órgano puramente de emisión y deseaba que sus actores no se sobreactuaran.

«El mal de la muerte podría representarse en el teatro, explica Duras. Los dos actores deberían por tanto hablar como si estuvieran escribiendo el texto en habitaciones separadas, aislados el uno del otro».

Esta acotación remite al acto mismo de escritura, se trata de un texto dictado por una voz y escrito ¿copiado? por -y para- el otro. Un texto que podría representarse en el teatro pero que «se invalidaría si el texto fuese dicho teatralmente», precisa su autora.

«La persona que se revela en el abismo, dice Duras, no tiene identidad alguna. No se vale sino de eso, de ser semejante. Semejante a aquel que le responderá. A todos. Es una limpieza fabulosa que se opera desde que nos atrevemos a hablar, más bien desde que llegamos a hacerlo. Porque desde que llamamos nos volvemos, somos ya semejantes. Escribir es no ser nadie. Cuando escribimos, cuando llamamos, ya somos semejantes». La falta de identidad de los personajes se fusiona con la aparente falta de identidad del que escribe (y en este momento reescribo algo que ya había escrito), aunque en realidad quien escribe revele a gritos su propia identidad a través de su estilo -su estilo inconfundible. Escribir, dice ella, ella, Marguerite Duras, su escritura es un cuerpo de mujer, es ella quien se convierte en la amante, en los amantes. Es todo, es nada Escribir viene justamente de eso, entre un texto amnésico engendrado por la voz de la repetición, esa palabra que no cesa, una voz repetida interminablemente engendra una imagen cuyo mismo recuerdo ha sido pulverizado por la memoria, las voces no acompañan nunca -no pueden acompañarla- a la imagen visual, aunque a veces la provoquen para enseguida abandonarla o para enardecerla y provocar el orgasmo:

«Solo queda un recuerdo global del acontecimiento, / Tan completo que cada noche manifiesta la totalidad del deseo», asegura en Navire Night.

- II -

¿Teatro? ¿cine? ¿novela?

La ambigüedad en la que Duras sitúa sus textos, textos que transitan, que evaden cualquier inserción en un género escriturario o visual específico suscitó en la artista visual Haegue Yang, nacida en Corea del Sur en 1971, el deseo de experimentar con su obra y específicamente con El mal del amor, donde como Duras misma decía, refiriéndose a alguna de sus películas: «Esta obra no reposa únicamente sobre la palabra, alguien lee, alguien escucha, es (por ello también) una imagen». Esa apertura, la posibilidad de jugar con el texto, de hacer visible la palabra leída y representar visualmente el proceso de una escritura le permitieron a Yang desarrollar varios proyectos, entre ellos la puesta en escena -la lectura representada- de la obra en Paris con la actriz Jeanne Balibar, vestida de rojo, y luego, en México, recrearla, darle una nueva y extraordinaria dimensión, con la actriz mexicana Irene Azuela, vestida de blanco.

- III -

Yann Lemmé descubre en 1970 Los caballitos de Tarquinia de Marguerite Duras. Su lectura lo obsesiona: «lo dejé todo... y comencé a leer sus libros». En 1975 la conoce en su ciudad natal, Caen, donde se exhibe India Song e inicia con ella una relación epistolar, a la que Duras al principio no responde. En el verano de 1980 Lemmé viaja a Trouville para verla: ella escribe allí crónicas para el periódico Libération. En Les Roches noires, donde Marguerite residía, se inicia una relación que terminará con la muerte de la escritora en 1996.

Nacido en 1952, estudiante de filosofía y homosexual, Lemmé confiesa haber sido rebautizado por Duras: «suprime el apellido de mi padre, mantiene mi nombre de pila y añade el apellido de mi madre y me dice: con este nombre estarás tranquilo, todo el mundo lo retendrá, es imposible olvidarlo». Uno de los libros de Marguerite Duras se llamará Yann Andréa Steiner, como una alusión a su novela Aurélia Steiner y a su obsesión por el holocausto y la judeidad (Le ravissement de Lol V. Stein, Abahn Sabana David... ): «Mi única nostalgia es no haber nacido judía».

Yann se ha vuelto el hijo de dos madres. ¿Un doble incesto?

- IV -

¿Cómo representar el texto, leerlo, apoderarse de él, ponerlo del revés, destruir el diálogo y reducirlo a un monólogo en donde la mujer alucine como si estuviese encerrada en una habitación ficticia con un hombre que no sabe y no puede amar? Esa fue la tarea de Haegue Young.

Haegue Yang encontró por primera vez el texto de Duras en 2005, durante una residencia en Utrecht. Desde entonces decidió interpretarlo, recrearlo, proyecto que cristalizó en 2010. Un largo proceso, y como dice Andrea Hickey que trabajó con ella: «El esfuerzo involucraba una serie de condiciones específicas: la representación fue el resultado de un largo proceso de experimentación, la parte final de una residencia intensiva y experimental de la artista».

Hang le dio vida a una idea central de Duras, hacer visible el proceso de escritura del texto, hacer teatro y con todo eliminar las convenciones teatrales, como la escritora lo había hecho al convertir algunos de sus textos en obras de teatro o películas que causaron conmoción, suscitando en los espectadores reacciones contradictorias extremas, de entusiasmo o de rechazo.

La decisión de Haegue Yang de prescindir del personaje masculino y darle el papel principal a la voz femenina le agregó una gran intensidad al texto, Intuyó que ese había sido quizá el deseo secreto e implícito de Marguerite Duras.

Ese amor que no encuentra cuerpo...

Un atardecer de enero de 2016, la actriz Irene Azuela representó -leyó- sobre una balsa, ante un número reducido de espectadores y en un recinto natural impresionante, el cenote Tza-Ujun-Jat de Yucatán, El mal de la muerte. Los fantasmas de Marguerite Duras se intensificaron, la elección del sitio, la oscuridad natural, interrumpida apenas por la tenue luz que ilumina el cuerpo frágil y elegante de la actriz evocan como en abismo los escenarios recurrentes de la escritura de Duras, la naturaleza salvaje de su Indochina natal, las olas del mar que rompen violentamente contra el absurdo dique que la madre ha construido para preservarse. Permitieron además materializar el deseo de Duras: el texto se ramifica, se prodiga, se renueva, se convierte en algo múltiple, proteiforme, en un experimento conceptual.

Irene Azuela, vestida tenuemente de blanco -cerca, un libro abierto- sobre un inestable escenario, como recién surgida de las aguas, se inclina, se sienta, se levanta ¿lee? ¿actúa? este texto sobre el origen, la violencia natural, la enfermedad de la muerte.

Y estas son las frases finales de El mal de la muerte:

«De toda la historia no conservas más que ciertas palabras que ella pronunció en el sueño, esas palabras que nombran aquello que padeces. Mal de la muerte».


Las palabras que no encuentran cuerpo.

- V -

«El 16 de agosto nos quedamos encerrados en Les Roches Noires», cuenta Yann Andréa en M. D., un libro escrito por él sobre la enfermedad de Duras y publicado en Les Editions de Minuit, una de las editoriales preferidas por Marguerite. «Los postillos blancos dejaban filtrar la luz. Usted me dictaba una página. Hoy usted lo abandonaba todo, hoy escribía usted. Es así siempre, brutal. Y cuando llega, lo sé, la escritura se produce delante de mí. Usted dice en voz alta las palabras. Inmediatamente las escribo a máquina. Unos segundos separan las palabras entre ellas. Queda escrito».

«Oigo la palabra, oigo su voz y después la inscribo sobre la hoja, prosigue. No comprendo, oigo solamente el sonido de la voz. Me da miedo detenerla, el miedo de hacerla repetir, el miedo de perder la palabra. El miedo de confundir una palabra por otra sobreviene y también el miedo de no poder seguirla a usted; usted olvida de inmediato lo que me acaba de dictar, usted siempre estará con las palabras que seguirán.

Usted está ausente. La conozco desde siempre, reconozco esa mirada que no mira nada en apariencia; esa fijeza y el movimiento que hace surgir la palabra. Nada existe más que la frase que se hace y la que vendrá. Estamos delante la mesa oval, separados.

La página se termina, y entonces el silencio empieza de nuevo en la habitación iluminada».


Una recreación de la producción de un texto -el mal, la enfermedad, de la muerte- y la mimetización extrema en la que cae el relator, el que relata con la voz del otro, Andréa pretende apoderarse de esa voz negando el cuerpo, aunque este aparezca en el texto -sobre todo el de la mujer-, desnudo, bello, pasivo, anhelante, y sin embargo viejo, del que se desprende un olor estancado, un olor a heliotropo y a cidro, un cuerpo femenino siempre en espera: «Ella espera una dicha soñada de estar llena de un hombre, de ti, o de otro, o de otro más».

- VI -

Otro recuerdo literario: Yo el supremo de Roa Bastos, el Dictador dicta sus memorias al escritor, las palabras dictadas en voz alta se convierten en un libro memorable, en la verdadera historia escrita como ficción a través del dictado de quien dicta, en este caso preciso el del Dictador, el Dr. Francia, el personaje principal de Yo el supremo.

Solo que en esta novela, el dictador, disfrazado de Dictador, y el que escribe, son la misma persona.

- VII -

Como dice Didier Eribon, el biógrafo de Michel Foucault, «Marguerite Duras nunca cesó de enfrentar en la literatura, a partir de su encuentro con Yann Andréa... el misterio y el escándalo que representaba para ella la homosexualidad masculina»; y ella escribió: «Esta historia con Yann Andréa, homosexual, me sucedió cuando yo tenía 65 años. Es quizá lo más inesperado de esta última parte de mi vida, lo más terrorífico, lo más importante».

En 1986, Duras publica Les yeux bleus, cheveux noirs, dedicada a Yann Andréa, en realidad, una reescritura de El mal de la muerte: operación habitual en ella, escribir una ficción y continuarla, retomarla, reescribirla, completarla, alargarla, darle la vuelta, reformarla, alterarla, reiterando el tema, la sintaxis, la prosodia, en este caso una prosodia encantatoria.

Ella y Él, una mujer y un hombre -ella convertida en una bella joven por el deseo de quien escribe-, dos cuerpos encerrados en una habitación deshabitada donde Él habla y Ella duerme y donde además se oye, detrás, fuera, el ruido del mar. Una pareja altamente marcada por una imposible sexualidad, una relación neutra en donde el cuerpo no interviene, una relación blanca, la única posible quizá entre un homosexual y una alcohólica de 66 años, la imposibilidad de amar ¿de él? ¿de ambos? concebida como una enfermedad mortal.

En ese juego entre autobiografía, ficción y alegoría donde se mueve Duras pueden detectarse varias coincidencias. En El mal solo se insinúa la homosexualidad del personaje, es más, por primera vez en su vida el hombre se acerca a y entra en el sexo de una mujer ¿en la realidad, en la ficción? ¿Importa?

En cambio, Los cabellos negros, ojos azules pone en escena a los mismos personajes con una anécdota más elaborada y se declara sin ambages la homosexualidad del personaje: «La homosexualidad masculina es la enfermedad de la muerte», declara en 1982 y en El mal de la muerte la mujer le reprocha al hombre que le ha pagado por pasar unos días con Él: «Usted no ama, no ama a nadie, a nada, aún esa diferencia que usted cree vivir, usted no la ama. Usted no conoce más que la gracia del cuerpo de los muertos, la de sus semejantes... Usted anuncia el reino de la muerte».

«Esa obra falsa aunque profundamente autobiográfica», declara Jean Vallier, autor de una extensa biografía de la escritora. En efecto, a lo largo de su vida, Duras rememorará su infancia en Indochina: la desaparición del padre, la locura de la madre y su pasión por Pierre, el hijo mayor, los hijos malqueridos, Paul y Marguerite (Jornadas enteras bajo los árboles), las andanzas amorosas de la joven y la perversidad de una madre que la prostituye (El amante), la lucha perpetua contra el Océano que destruye los cultivos (Un dique contra el Pacífico), el mar negro y tempestuoso cuyo sonido ambiguamente amado se reitera en varios de sus libros y reaparece en El mal de la muerte golpeando contra la pared de la habitación donde se encierra la pareja.

En un texto autobiográfico, Duras resalta de su madre los ojos terriblemente azules y el pelo excesivamente negro, características faciales asimismo del joven extranjero de ojos azules y cabellos negros de la novela de ese nombre: «La luz que reverbera de la terraza hace que sus ojos sean espantosamente azules». El rostro de sus personajes es sintomáticamente «la parte secreta», «lo que hay que disimular», lo no reconocible en varias de sus obras. Es significativo por ello, además de la alusión evidente que podríamos hacer a Freud, que haya un personaje específico que resalte entre los demás por la negrura de su pelo y el intenso color azul de los ojos. Es más, se trata de un libro donde de manera angustiosa se busca entender lo que era para ella el misterio de la homosexualidad y donde se ficcionaliza la propia pareja amorosa de Duras. El hecho de que el personaje comparta con la madre dos elementos de su rostro y su coloratura, vuelve inquietante lo autobiográfico.

- VIII -

En La puta de la costa normanda Duras cuenta cómo mientras trataba de terminar Ojos azules y de adaptar para el teatro El mal de la muerte a petición de Luc Bondy, Yann Andréa salía todas las noches a buscar jóvenes hermosos en los bares en los hoteles de lujo de las ciudades balnearias y, cómo al regresar, le hacía escenas violentas a mitad de la noche o en la madrugada.

Didier Eribon vuelve a escribir: «Y al término del combate entablado con ella misma para resolver a través de la literatura lo que le parecía insoportable en su vida, a saber la presencia de la homosexualidad masculina, Duras llegará a exaltar la heterosexualidad en La vida Material, escrita un año después de Ojos azules, la heterosexualidad concebida como un milagro, renovado cada vez que se produce el amor entre un hombre y una mujer... esa unión de los irreconciliables».

Yann Andrea de quien Duras hará un personaje novelístico, añadiéndole el apellido de una de sus protagonistas favoritas, Aurelia Steiner, acaba confundiéndose con ella, ¿reemplazándola? Y ella con él, Yann Andrea, ¿reemplazándolo?

Aurelia Steiner, una protagonista novelesca con quien Duras se funde y de la cual dijo alguna vez: «Aurelia me había reemplazado. Reemplazado».

Yann Andréa Steiner relata dos historias paralelas, su amor con Yann y un amor imaginado o quizá real que se desarrolla en un sitio marítimo entre personajes relacionados con los campos de concentración. Acentuaba así la relación genealógica fabricada por ella entre su amante y su nostalgia de la judeidad.

Nota al calce: Al morir Duras nombra a Yann su albacea literario y a su hijo, Jean Mascolo, le hereda sus bienes patrimoniales. En 1996, Jean intenta publicar un libro con las recetas de cocina de Duras. Yann logra impedir la publicación. En 2005, Mascolo demanda ante la justicia a Yann alegando que ha alterado el testamento de su madre. Del juicio sale ileso.

- IX -

La mujer de El mal de la muerte reposa desnuda frente al hombre que la mira y no la posee.

Redibujo otra analogía: La vuelvo a pensar. la vuelvo a escribir, es una reflexión sobre Las Bellas durmientes de Kawabata, ese amor que no encuentra cuerpo:

La casa donde duermen Las bellas durmientes es un lugar silencioso y secreto, conviene perfectamente a quienes lo frecuentan, hombres viejos cuya virilidad ha declinado, es decir, hombres que han dejado de serlo: su identidad viril depende de una sexualidad activa. La vejez presupone, si aceptamos la visión de Kawabata, una existencia entre paréntesis: quienes llegan a viejos han alcanzado un estado de reposo corporal, pero no han perdido el deseo.

El deseo los mantiene vivos, pero al mismo tiempo les produce un gran dolor y una enorme vergüenza. Eguchi, el protagonista de la novela ha llegado a una casa singular, diferente de los prostíbulos tradicionales: las jóvenes que prestan sus servicios son vírgenes y, por tanto y como sus partenaires, están en completo reposo, se trata de una casa donde el placer físico literal se ha abolido: los viejos ya no pueden hacer el amor y aunque pudieran hacerlo lo tienen prohibido dentro del establecimiento. Su placer es bíblico, reposan al lado de una jovencita desnuda a quien se le ha administrado un poderoso narcótico para sumirla en un sueño cercano al de la muerte.

La relación entre un viejo que ya no es un hombre y una joven drogada impide establecer cualquier 'contacto humano'.

«Con todo, dice Duras, así pudiste vivir este amor de la única manera posible para ti. Perdiéndolo antes de que se diera...».

- X -

Su reconversión en libro, en esta interminable y casi milagrosa serie de metamorfosis que la obra de Marguerite Duras provoca se debe a Yaegue Haege, Gabriela Jáuregui y Marcus Steinweg.