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Un programa para la crítica literaria: Sarmiento en Martínez Estrada

Elisa T. Calabrese



Creo que Echeverría, Gutiérrez y Sarmiento fueron los primeros y los últimos hombres libres en un trabajo libre...


Ezequiel Martínez, La cabeza de Goliat.                





Introducción

Estas líneas se proponen la lectura de otra lectura. Me refiero a una reflexión sobre algunos aspectos de los ensayos de Ezequiel Martínez Estrada en tanto presuponen la preexistencia de la obra de Sarmiento y otros fundadores del ensayo en nuestro país y, a partir de allí, mostrar cómo la crítica literaria era, para él, un programático modo de pensar lo que podría llamarse la realidad del país.

Para ello se imponen algunas breves consideraciones sobre el ensayo en tanto metatexto cultural. Resulta útil, para este propósito, seguir las huellas de Walter D. Mignolo1, quien propone, soslayando el intento de caracterizar al ensayo como género fijo o la polémica en torno de su estatuto ficcional, una tipología flexible. Adhiero a su enfoque en cuanto no procura determinar los rasgos constitutivos de un género, sino prestar atención en precisar los marcos conceptuales vigentes desde el momento en que se constituye el tipo discursivo que denominamos «ensayo».

Según lo dicho hasta aquí, textos tales como Radiografía de la pampa, Muerte y transfiguración de Martín Fierro y Para una revisión de las letras argentinas, de Martínez Estrada, se inscriben en los marcos del tipo discursivo ensayo por ciertos rasgos que podrían sintetizarse así: 1. Presentar el predominio de una prosa expositivo-argumentativa sobre el de una descriptivo-narrativa; 2. La inclusión de estos textos en los marcos discursivos de la formulación textual que agrupamos bajo el nombre de literatura; y, 3. El haberse ya institucionalizado, en el contexto de recepción, el cúmulo de conocimientos referidos al tipo discursivo denominado «ensayo ideológico». Esta última precisión es sumamente importante, desde el momento en que Mignolo, al explicar lo que considera como tipo discursivo disciplinariamente descentrado, permite incluir ese rasgo semántico característico con que la crítica solía hablar del tema del ensayo, cuando aclaraba que era una libre exposición de ideas sobre una cuestión cualquiera. Cabe señalar también que al referirse a «ensayo ideológico», debe entenderse que el valor de verdad en este tipo discursivo no se legitima en la enunciación de un sujeto universal, sino de un sujeto ideológico. Precisión, esta última, que parece relevante, dada la identificación que el ensayo comparte con otros tipos discursivos, como por ejemplo la autobiografía, entre el sujeto textual de la enunciación y el sujeto autoral, biográfico. Hechas estas observaciones, se habrá superado la caracterización del ensayo centrada en su vinculación con un referente extratextual al haberle restituido su rango fictivo en sentido amplio, esto es, su pertenencia a la literatura. Ya en 1933, cuando aparece Radiografía de la pampa, obra que no es el eje del presente trabajo, Martínez Estrada sorprende por una reflexión de avanzada para su época, en cuanto a lo que implica de intuición sobre la textualidad, tal como se la piensa muchos años más tarde. Escribía allí lo siguiente, reflexionando sobre el encuentro del conquistador español con lo que Echeverría llamó «el desierto»:

Había olvidado poner un vestido [...] a esta desnudez de un trozo de planeta olvidado [...]. Los campos se medían en la escritura, la autoridad se afirmaba en cédulas reales, la excelencia se adquiría en los capítulos eclesiásticos.


(Bs. As.: Losada, 1942, 11)                


Con ello se refiere a cómo el conquistador, al hallar «ese trozo de planeta olvidado», en vez de los fabulosos territorios de El dorado, necesitó -para encarar la realidad americana y de algún modo fundarla, haciéndola inteligible- recurrir a la mediación de textos previos como son, en este caso, las cédulas reales, las que a su vez se fundan y legitiman la existencia de esa posesión sobre una tierra que se ofrece como un vacío, metáfora obsesiva que recorre los escritos de Martínez Estrada. Y nada puede sorprendernos, entonces, que tan sagaz observador reitere este procedimiento en un recursus que procura resemantizar el «rellenado» de este vacío. Es así que emprende su revisión de los procedimientos de la cultura argentina y busca, en la crítica literaria, una escritura funcionalmente adecuada para formular sus duros cuestionamientos. La propuesta de lectura desplegada en estas líneas intentará mostrar que estos cuestionamientos se articulan, en primer lugar, sobre dos hipotextos que adquieren, entonces, el rango de textos fundacionales: son el Facundo de Sarmiento, y el Martín Fierro, de Hernández.






Sarmiento y Hernández: fundaciones y antagonismos

La vinculación entre el ensayo crítico de nuestro autor y el poema hernandiano es evidente de suyo; no es otro el objetivo del subtítulo que se dice: «ensayo de interpretación de la vida argentina». Con esta articulación explícita ante el hipotexto se evidencia ese procedimiento que apuntaba en las líneas precedentes al señalar cómo la crítica literaria, centrada en el análisis de un texto al que se imprime rango fundacional, desplegando una doble estrategia: por un lado, situarse desde una mirada que inscribe su propio discurso crítico en una tradición ya institucionalizada, desde Juan María Gutiérrez hasta Rojas, y en la cual se incluye; por otro, desde ese espacio ya consagrado, re-semantizar la crítica precedente y globalizarla en un afán totalizador, como lo marca el subtítulo mencionado.

Es así que la estructura argumentativa se articula sobre la confluencia de tesis que emergen de la lectura crítica del poema. Esta lectura ofrece a los significativos que permiten captar sus presupuestos. Desde una definición de «contexto» en la cual se evidencia que la misión programática de toda crítica literaria es «formar conciencias»:

La comprensión total de Martín Fierro es imposible sin un contexto que represente en la literatura una conciencia del ser argentino auténtico...


(Bs. As.: CEDAL, 1983, Tomo IV, 980. El subrayado es mío)                


pasando por el estudio de los temas, los personajes, la supervivencia del concepto de lo gauchesco y los fenómenos de la recepción del texto hernandiano. Al leer al personaje -el gaucho de Hernández- como un símbolo ajustado al ambiente que lo engendra (hipótesis de la estructura argumentativa), es posible para él proponer la formación de una conciencia cierta de la realidad argentina fundada en parámetros auténticos que no se funden en un prejuicio alienante (conclusión de la estructura argumentativa). De tal modo, el título y el subtítulo se subsumen en una doble intencionalidad: por un lado centrar en su modelo de análisis del poema un nuevo programa para la crítica literaria; por otro, constituirla como escritura axial de reflexión sobre la realidad del país. En esta última cuestión no me detendré sino para apuntar algunas breves consideraciones. Líneas más arriba, ya había consignado la metáfora del vacío como matriz obsesiva que recorre la ensayística de nuestro escritor. La pampa es así la versión paisajística del vacío, de la nada constitutiva. Esta visión planetaria, se podría decir, sin duda se inscribe en un ideologema de tipo esencialista, metafísico.

Así lo ha señalado un estudioso de las utopías sobre la parte sur de este continente, Fernando Aínsa2, cuando explica que -para el enfoque de Martínez Estrada- ese trauma inicial provocado en el conquistador español ante el desengaño por la inexistencia de Trapalanda, la fabulosa tierra mítica de incontables riquezas, marcó para siempre con un sentimiento de fracaso la historia argentina. Quisiera señalar, sin embargo, que esta visión no impide a Martínez Estrada la detección de ciertas condiciones concretas de nuestra formación política e histórica, tales como mencionar como rasgos determinantes la posesión de la tierra y la herencia cultural hispánica en el prestigio del militarismo y la función burocrática. Con la misma lucidez explicará la serie de coloniajes que marcaron nuestro devenir histórico, pasando de haber sido una colonia española a la denominación económica de Inglaterra primero y luego de los Estados Unidos, hijo de aquélla.

Menos obvio es, posiblemente, advertir cómo interactúa el Facundo en el tejido intertextual de la reflexión crítica de Martínez Estrada. Lo primero que viene de inmediato a la memoria es su famosa frase con la que caracteriza al texto de Hernández como el «anti-Facundo», pero debemos interrogarnos, en un rastreo que remonte a la constitución del ensayo sarmientino, sobre la conformación del mismo como matriz textual, si bien implícita, de una escritura como la que me ocupa.

Si -de acuerdo con lo señalado por Wolfang Iser3- «el texto de ficción debe contener igualmente convenciones y procedimientos», conviene recordar que las primeras son las que este autor denominará repertorios, mientras que los segundos son los que llama estrategias. Respecto de los repertorios, el contexto de producción del Facundo, tal como lo ha rastreado Ana María Barrenechea4 al ocuparse de la génesis del texto, manifiesta la emergencia de las famosas antítesis sarmientinas en su producción periodística precedente. Ya en un artículo de El Mercurio del 10 de agosto de 1841, por ejemplo, se define el conflicto de dos fuerzas: se trata de la elección de un sistema jurídico-institucional «legal», en oposición a un a-sistema dictatorial «ilegal». Esta argumentación manifiesta claramente cómo las oposiciones sarmientinas, tan mentadas por la crítica, se gestan sobre el trasfondo implícito de una analogía: el poder absoluto es igual a la barbarie. Si bien la barbarie es la campaña, la naturaleza, América y Facundo, no lo es por estas cosas en sí mismas, sino porque ellas conllevan en sí el poder.

Este modelo del mundo, fraguado por el imaginario de Sarmiento, construye una visión de la realidad, implica una determinada ideología. Si líneas más arriba postulé la voluntad programática de Martínez Estrada en el desarrollo de la escritura de crítica literaria, no es difícil leer el funcionamiento del hipotexto de Sarmiento en este propósito: la voluntad de alterar el campo ideológico que existe previamente. Pese a sus frases de dura demostración hacia Sarmiento cuando señala que no advirtió que civilización y barbarie eran dos aspectos opuestos de una misma realidad; pese a su admonitoria actitud cuando reclama la necesidad de integrarlos para que nos conozcamos a nosotros mismos y podamos vivir unidos en salud, la dicotomía sarmientina permanece inalterada para Martínez Estrada, sólo que ahora se intenta revertir su valoración.

Y ahora sí se puede ensayar una pregunta y una de sus posibles respuestas: ¿Por qué es el Martín Fierro el anti-Facundo? O mejor: ¿por qué se instala, según la lectura de Martínez Estrada, el texto hernandiano en el eje de la barbarie? Porque representa el desarraigo social y la marginación del gaucho que marchaba hacia su extinción, contrapuesto, ya desde el pasado, con el texto de la civilización: el de su metamorfosis en la sociedad civilizada y siempre por el mismo proceso de ocultamiento con que fueron relegados por una minoría europeizante. Entre los dos polos textuales, la mediación del ensayo ideológico y la programática misión de una crítica desveladora. Esta manera de pensar en antinomias y en un juego entre presencias y ausencias o, si se prefiere, exclusiones e inclusiones, no le permite sin embargo, mantenerse fuera de un campo así constituido. Ello explica, por ejemplo, aseveraciones críticas donde no puede evitar ubicarse en una instancia que él mismo procuró denunciar. Así es el caso de ciertos rasgos específicos del poema hernandiano -y de la gauchesca en general- como es el hecho de estar escritos en verso. El ensayista se ubica en una perspectiva áulica o académica de la cultura, puesto que al tener que explicar el recurso formal del verso se lamenta que esta literatura que -y aquí sí diagnostica con exactitud- está escrita desde «fuera de la literatura» no tuviera una tradición previa que se permitiera acceder a un valor estético más alto. Es decir que esa dificultad teórica acertadamente captada como el tener que pensar una serie literaria desde un margen de la cultura es, a su vez, una dificultad de evaluación que en su caso se traduce por su perspectiva: para solucionar este dilema se le ocurre pensar que la «bastardía» de los versos es porque sus autores pensaban en prosa y efectuaban, entonces, una suerte de «traducción»5.




El ensayo de crítica literaria

Contemplada desde esta perspectiva, la obra ensayística de Ezequiel Martínez Estrada se despliega, a lo largo de los hitos cronológicos de su publicación, como una línea de amplificación programática de su objetivo crítico-ideológico. Si ya desde Radiografía... se abría una mirada que intentaba penetrar -como en la metáfora de los rayos X- la realidad nacional, de allí se pasaba a encarnarla en una dialéctica textual jugada entre dos hipotextos parcialmente antagónicos, para culminar en Para una revisión de las letras argentinas (1967), donde se postula la configuración de un vasto horizonte para la crítica literaria.

Si en el ensayo precedente he procurado señalar cómo la crítica se ejerce como una práctica que toma como personaje -símbolo de la realidad nacional, en Para una revisión... la estructura argumentativa se funda en un campo cuyo sustento implica una concepción de la literatura como problemática social. Ya se había consignado, al comienzo de este trabajo, que una de las misiones de la crítica era formar conciencias, ahora este propósito se amplifica y, a la vez, se puntualiza. En primer término, la «palabra literaria» debe fundar, o mejor, un espacio para ejercer tal misión. ¿Cómo concretar esa de conciencias? Mediante la coparticipación del discurso crítico-literario en el devenir histórico. El modo de operar de tal coparticipación se debe ejercer mediante la reflexión y las valoraciones que se atribuyen a los acontecimientos histórico-culturales, entre los que la literatura ocupa un lugar privilegiado.

¿Cómo cumplir tan ambicioso programa? En primer término como evaluación puntualizada de los hitos literarios vistos desde una periodización que se remite implícitamente a la cronología histórica. Esta periodización es ambiciosa: no hay recortes específicos, sino que se sustenta sobre una concepción de «historia literaria» cuyo eje pasa por la valoración. Se revisa la institución literaria desde sus orígenes -la Colonia- hasta la contemporaneidad, esto es la década de los años '50 y la lectura a que esta serie literaria es sometida pasa frecuentemente por la denostación o la invectiva. La mayor parte de las «glorias consagradas» ha sido un fraude; su estética se configuró sobre el plagio o la reiteración complaciente; su condición y valor estético: la crasa mediocridad.

El repertorio contextual ubica en una misma categoría sean las pautas intrínsecamente formales de los textos, sea a sus autores o a sus críticos, esta nivelación que no admite criterios de especificidad indica que se ha globalizado en esa crítica a la institución literaria misma en todos sus aspectos. El punto de partida de los argumentos es fuertemente apelativo y dibuja un lector modelo al que le pudiera interesar un estudio «imparcial»; esta misma atribución funciona como procedimiento de exclusión, por cuanto remite al lector a una devaluación que debe aceptarse como condición necesaria, si bien implícita.

El segundo ideologema fundamental sobre el que se instaura la escritura crítica para Martínez Estrada, podría resumirse así: estética = ética. Si bien no lo he señalado en su momento, al referirme a su ensayo sobre la obra de Hernández, emergía de lo consignado en cuanto a la tarea de formar conciencia. En continuidad con esa primera idea, parece casi necesario que una de las conclusiones sobre el valor de esa obra se expanda en una aseveración de orden más abarcador, cuando destaca la excepcionalidad de las obras populares, de las cuales el poema gauchesco sería el paradigma.

La decisión de esta escritura crítica es la de ubicarse así como lo había hecho el Martín Fierro, en un espacio contestatario respecto de los juicios «consagrados» -palabra a la que se debe leer como fatalmente denigratoria en el contexto de su escritura. Es así que el dictamen de Martínez Estrada con los juicios que han consagrado, incorporando a la institución literaria a la mayor parte de las obras consideradas valorables parta de acusar a esos mismos juicios y, por extensión, a quienes los han proferido, de hipócritas, plagiarios, fariseos e indulgentes. Para demostrarlo, se detiene en un somero examen de las antologías de época, como por ejemplo, las de Borges y Henríquez Ureña. Si antes se había planteado que la historia literaria debía corresponderse con las demarcaciones de la historia general, podría decirse ahora que la ética que «debiera» tenar la literatura se funda en el arraigo de toda escritura con su época. Cómo concibe Martínez Estrada en lo específico tal tipo de literatura es sólo deducible de las obras que considera rescatares cuyo arquetipo -como ya se dijo- es la obra de Hernández, puesto que el modus operandi crítico del ensayista es el entrecruzamiento escritural de juicios de valor aunados en una intertextualidad legitimatoria. En efecto, cada aseveración, cada juicio que constituye la estructura argumentativa interactúan en el texto con nombres provenientes del pasado que lo avalan. Marcos Sastre, Paul Groussac, Sarmiento y Alberdi, Ricardo Rojas y Lugones son quienes sustentan la cohesión de la exposición, si bien no se preocupa por afinar demasiado el juego de matices o ubicar en su correspondencia epocal o recíproca vinculación esas lecturas, que su propio lector debe aceptar de buena fe. En este sentido, cabe señalar que si bien es frecuente que el sistema de citas explícitas de una escritura crítica funcione como criterio de autoridad, este manejo en Martínez Estrada es casi obsesivo. Probablemente se me permita una nueva vinculación con las estrategias de los textos sarmientinos, donde su objetivo básico es probar la competencia intelectual del propio discurso. Estas citas no son exclusivamente del repertorio de nuestra serie cultural, sino que incorporan autores extranjeros. Uno de ellos es Francis Bacon, quien aparece corno referente de una expresión de la cual el texto se apropia: los «idola fori». Con tal apropiación, ya prestigiada por su referente autoral, el texto elabora una estrategia de tesis abarcadora mediante la cual se cubre un campo semántico amplio que podría caracterizarse como los mitos del lenguaje, aquí «mito» en su significación peyorativa; esta denotación se contextualiza a partir de la concepción de cultura que subyace el texto. Así, por ejemplo, sirve para censurar la impostura generada en torno de la literatura que él llama «folklórica» y que desde su óptica, aparece como matriz cultural legitimada y prestigiosa desde la Colonia hasta la actualidad. Esta constelación ideológica plural se manifiesta por ejemplo, en el dibujo de problemáticas culturales manifiesto en «Cepa de la literatura rioplatense», donde el registro de la propia voz del sujeto textual intenta socavar y demoler esa mitología errónea que pesa, sobre nuestra cultura y literatura en especial, como si se tratara de una culpa originaria.

Para esta visión que bien podríamos llamar «Apoclíptica» en el sentido que Umberto Eco6 da a ese término, la falta de originalidad, entendiendo esta condición como la aceptación de lo dado, la dificultad para pensar pristínamente, manifiesta la persistencia de la herencia hispánica -de nuevo, aquí la marca sarmientina- apuntan a la escasa voluntad de rebeldía del intelectual y forman parte de una constelación de factores para cuya elucidación intenta crear un sistema de casualidades explicativas. Las raíces del mal, que Martínez Estrada insiste en que deben rastrearse desde lejos, parten de la idiosincrasia de un pueblo cuyos referentes identificatorios carecen de respaldo histórico, por ello esa de originalidad ya señalada, pero, lo que es peor aún, «ni siquiera existía la base humana indispensable para sustentarla al creérsela después» (Ezequiel Martínez Estrada: Para una revisión de argentinas Bs. As.: Losada, 1967, 31).

Este hueco, este vacío inicial está comparado con un modelo al que ya me he referido: los EE. UU., donde el cuadro de situación cultural fue claramente opuesto; allí sí que la literatura había surgido en correlación con las fuerzas actuantes en la conformación de polos de poder:

[...] mucho antes de la Independencia tuvo escritores, críticos sociales y de costumbres, políticos y religiosos, rebeldes y bandidos, sectarios y anarquistas metafísicos...


(Ibidem, 20)                


Baste lo citado para apuntar que, más allá de sus consideraciones -en el ensayo antes comentado- sobre el Martín Fierro como el anti-Facundo, el texto de Sarmiento sigue interactuando como matriz de un esquema subvalorativo de la cultura de origen hispánico en nuestra América, frente a la del país del norte, y aquí se advierte la presencia del Sarmiento de Conflictos y armonías de las razas en América, más aún que el de Facundo, como puede refrendarse por el lugar privilegiado que ocupa en el sistema de citas.

No es posible detenerme -dado el espacio de este trabajo- en los análisis puntuales que Martínez Estrada efectúa de la institución literaria argentina. Sí cabe consignar algunas consideraciones generales. Le actitud que genera su examen es severamente admonitoria frente a un rasgo que se presenta como esencialmente negativo para la tarea intelectual: la hipocresía. Esta crítica tan acerba se inscribe en una concepción histórico-política de la práctica literaria y se presenta en la superficie textual de su escritura, mediante la configuración de sus recortes analíticos, efectuados, precisamente, en orden a la equivalencia entre el momento histórico y su manifestación literaria. Así, por ejemplo, el Salón Literario de Marcos Sastre es evaluado en función al lugar que le asigna la lectura dentro del espacio político y que era, ser instrumente del gobierno ilustrado. Del mismo modo, la situación de exilio para la producción literaria del período de la dictadura de Rosas condiciona la emergencia de una escritura de resistencia que pone en la escena política la conformación de un espacio de disidencia.

Este recorrido por los recortes que elabora Martínez Estrada y de los cuales he proporcionado apenas dos ejemplos, permite observar que la hipocresía que denuncia consiste en cómo la crítica complaciente ha evaluado la producción literaria incluida en esas demarcaciones según cuál fuere el lugar que el escritor ocupara en el campo de poder de su momento, y no por sus méritos estéticos, ni mucho menos ético-políticos. De este modo se hace patente que la crítica no ha operado según el criterio correcto que es, a su juicio, fundar la lectura en dalos que provee el contexto histórico mismo. La estructuración general de sus juicios de valor acerca de autores y obras indica que se articulan en un vasto campo semántico de oposiciones axiológicas nuevamente deudoras del modo sarmientino de pensar la realidad social. Así se plantea un sistema de valoraciones versos denostaciones que podrían resumirse así: literatura evasiva frente a la comprometida, literatura oligárquica en contraste con la popular y lo que él llama palaciego en oposición a lo patriótico. Desde esta óptica ideológica es que el ensayo de Martínez Estrada atraviesa no solamente los períodos, sino que sesga los textos, señala el papel del escritor en la red de relaciones sociales del momento; la función de la literatura su valor denunciador, la calidad transformadora de su lenguaje.




Hacia un proyecto de crítica literaria

He planteado en estas líneas una posible lectura de la obra ensayística del escritor de acuerdo con una ideología de la escritura literaria que le otorga una función social destacada, al instaurarla como marca identificatoria de la vida y cultura de los pueblos, privilegio que es, a la vez, una grave carga de responsabilidad, puesto que es posible conocer, y por ende, valorar a una comunidad mediante el conocimiento de su literatura.

El feroz intento de develamiento de nuestra institución; literaria en sus aspectos constitutivos obedece al mismo propósito que gesta su escritura ensayística desde 1933: la necesidad de un autorreconocimiento profundo para formar conciencias. La escritura crítica se inserta, entonces, entre la máscara y el rostro, arrancando lo que impide ver en profundidad. La clínica metáfora de la radiografía y el título de este último ensayo que comienza con la palabra «revisión», así lo manifiestan.

Revisar significa, para él, borrar falacias, inautenticidades e hipocresía. De allí las pocas obras que considera rescatables y aún en el caso del mismo Hernández, más por su «espíritu» -en este caso lo popular- que por sus condiciones de especificidad estética. Considerada en general, la literatura argentina no cumple con una condición imprescindible: ser la otra cara de la historia. Apropiándose de la frase de Julián Benda, al contemplar la situación sea de vacío y carencia o de ocultamiento, denuncia «la traición de los intelectuales» ya que no es posible, en su concepción, no identificar los propósitos políticos y éticos de los autores con sus respectivas producciones textuales. El consumarse de la traición equivale a soslayar, sistemáticamente, el imperativo ético del momento planteado por la situación histórica y social.

Me resta señalar que, para la lectura aquí desplegada, esta formulación programática de la crítica literaria posee un fuerte sesgo utópico7. La escritura ensayística de Martínez Estrada está atravesada por la vehemente voluntad de contraponer un SER (nefasto y empobrecedor) a un DEBER SER. Nueva oposición que se puede inscribir en una metáfora temporal: metáfora del SER de donde ha surgido la escritura tanto en el pasado histórico cuanto en el presente UN DEBER SER que es un horizonte de futuro; un proyecto, un posible espacio social diferente para la institución literaria y una ubicación también otra para el sujeto que ejerce la literatura: el escritor y también el crítico. Es precisamente esta tensión entre el impulso desiderativo, desplegada desde la tendencia proyectiva desde un pasado institucional duramente cuestionado y una mirada hipercrítica e insatisfecha del presente, la que constituye un rasgo característico de la función utópica. Más allá de la persistencia de la visión sarmientina, esa utopía apunta a la toma de conciencia de los determinantes de nuestra identidad y como su consecuencia, a la posibilidad del surgimiento pleno de las potencialidades de la escritura.





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