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Un retrato de William Faulkner

Ricardo Gullón





La concesión del Premio Nobel al novelista americano William Faulkner dio lugar a múltiples trabajos literarios referentes a su obra y su persona. Pocos tan interesantes como el retrato que del novelista ha esbozado su íntimo amigo, el escritor Harvey Breit, a quien debemos interesantes detalles sobre el carácter y costumbres de aquél. Por él sabemos que la mujer de Faulkner llamó por teléfono desde Mississipí a Nueva York para encargar el traje de etiqueta que «Bill» había de vestir en la ceremonia académica de Estocolmo, y que, al fin, el que llevó en tal ocasión el laureado no era suyo, sino de alquiler.

Dato intrascendente, se dirá, pero en realidad revelador de un carácter. Obra con sencillez y se conduce sin temor a las conveniencias, nos dice su amigo. Le distingue principalmente el sentido de la integridad, y esta característica es, según parece, la que más impresiona a cuantos le tratan.

En Nueva Orleans, frecuentaba Faulkner a la mujer de Sherwood Anderson, y al enterarse un día de que éste era escritor, pareció impresionado: «Cuando se es escritor se lleva una vida estupenda -dijo-. Por la mañana se escribe; por la tarde se da una vuelta por la ciudad y se ven las cosas; a última hora se cena, y por la noche uno ve a los amigos. No está mal» . Y sin demora comenzó a escribir su primer libro, Soldier's pay.

Breit combate las falsas leyendas puestas en circulación con referencia a Faulkner. Así, lejos de ser iletrado, es lector voraz e intenso: la Biblia, Shakespeare, los novelistas rusos...; de chico leía cuanto libro pasaba por sus manos. Es cortés y no arrogante ni rudo. Cortés al modo sudista, con leve matiz satírico. A veces sabe ser deliberadamente ingenuo y hasta un poco simple. En cierta ocasión -refiere el narrador-, hallándose en Hollywood, preguntó a los jefes de su oficina (estuvo empleado en un estudio cinematográfico) si no podía hacer «en casa» su trabajo. Le respondieron afirmativamente, dando por supuesto que se refería al departamento que ocupaba en Hollywood; pero él pensaba en su casa de Oxford (Mississippí), y allí marchó.

Faulkner -afirma Harvey Breit- es de una asombrosa lealtad con los escritores de su generación. Recientemente, un joven atacaba en su presencia a Across the river, la última novela de Hemingway; «Bill» le interrumpió bruscamente: «No he leído esta nueva novela. Y aunque pueda no ser la mejor cosa que Hemingway haya escrito, yo sé que estará cuidadosamente hecha y que tendrá calidad». Y la réplica fácil del gran escritor se acredita igualmente en otra de las anécdotas narradas por su cronista: En el aeropuerto, camino de Estocolmo, a una joven periodista que le preguntó cuál era la cosa más decadente de América (a William Faulkner le acusan en los EE. UU. de escribir narraciones decadentes), le respondió: «Lo que está usted haciendo, señorita».





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