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Un sudamericano en París. La percepción de la modernidad europea en Manuel Ugarte

Margarita Merbilhaá





El argentino Manuel Ugarte fue uno de los escritores de entresiglos que de distintos modos hicieron confluir de manera estrecha experiencia viajera y vida literaria, desde la figura del cronista integrado a la cultura de la gran ciudad hasta el intelectual profeta. Abordaré en este trabajo las crónicas que desde París Ugarte envía a El Tiempo, El País y La Nación de Buenos Aires, que estuvieron motivadas por su descubrimiento de la actividad artística parisina, la Exposición Universal de 1900 y la cultura política francesa, y que fueron luego reunidas en un volumen en 1902, Crónicas del Bulevar.

Ugarte tenía 23 años al llegar a la capital francesa, en 1897. Disponía de una renta familiar que le permitía financiar su estadía, aunque aspiraba a convertir su vocación literaria en profesión, lo que implicaba dosis iguales de actitud diletante frente al conocimiento1, la producción de textos breves pensados para vender a los periódicos, y el ethos bohemio de rigor, que combinaba la burla frente a toda solemnidad, la errancia callejera, el sensualismo y el desdén por «la gloria o por la aprobación burguesa»2.

Las 28 Crónicas del Bulevar publicadas en 1902 abordan aspectos muy variados de la vida cultural, política y social de la capital francesa. Fueron escritas entre 1900 y 1901, al calor de los grandes acontecimientos y de las noticias de un día, pero en todas se reconocen los rasgos enunciativos y discursivos de este género finisecular: la apelación directa o indirecta al lector, el tono ligero, la construcción del yo que combina la intimidad del observador con la figura del testigo y el cazador de datos de primera mano, obtenidos en la calle o en los círculos literarios, artísticos o mundanos. No falta tampoco la mirada distanciada, moralizante en unos casos, irónica en otros. En este sentido, incluyen una perspectiva crítica respecto de algún aspecto de la vida moderna, testificando de este modo el impacto que pudo significar para Ugarte la experiencia de su migración a la gran capital europea. A la vez, se esbozan muchas inquietudes que lo ocuparán durante la primera década del nuevo siglo, y más allá. Fieles a la tendencia del género en el fin de siglo, las crónicas ensayan reflexiones en torno a la cultura y la política, y entrecruzan esos dominios, proponiendo una concepción que se quiere renovada del arte, y que pretende articular vanguardia política con producción artística.

Escritas para un lector extranjero, alejado de París, no transmiten una visión sublimada de la vida parisina sino que construyen un diálogo implícito, donde el yo se presenta como un observador periférico y universal a la vez, en tanto aborda cuestiones o señala aspectos que interesan por la calidad de sudamericano del cronista, lo que explicita a sus destinatarios; al mismo tiempo procuran sistematizar tendencias de la cultura y la política francesas. De hecho, se desprende de las crónicas que es el carácter moderno de las tendencias examinadas el que suscita la visión del intelectual, sea cual sea su lugar de origen. Ugarte se dice/escribe como un sujeto que por estar inmerso en los debates políticos, sociológicos, filosóficos, toma partido. Algo de esa impresión tendría en mente Darío quien, ya en las primeras líneas de su prólogo a las Crónicas, califica de «modesto» el título elegido, sugiriendo que el libro supera la crónica pasajera y el mero periodismo3. Sin duda, la mirada de Ugarte se inscribe en la experiencia que Beatriz Colombi ha definido en términos de reconquista del espacio europeo y de formación letrada (175-6).

En las que dedica a la 3ra Exposición Universal4, se autorrepresenta como habitante parisino más permanente, conocedor del día a día de la ciudad. En «Parisienses y extranjeros» (229), por ejemplo, se distancia del juicio ligero del extranjero visitante de la Exposición, que sólo «ha recorrido dos veces el bulevar». Allí opone la «vida de labor» del parisino a la «vida inútil» de los «ociosos» que pasean por el predio de la Exposición, durante la cual «las Universidades siguen funcionando, las sociedades científicas no cesan de estudiar y resolver problemas vitales, las bibliotecas están abiertas, las revistas discuten asuntos de arte, en los ministerios se trabaja como siempre, la Sorbona no cesa sus conferencias, los obreros madrugan como de costumbre» (231). A la vez, fija su posición al margen del evento, viéndolo como se mira un espectáculo vivo e intentando someterlo al estudio sociológico: al describir el predio de la exposición o detenerse en su aspecto de feria popular, busca interpretar el fenómeno de la concurrencia masiva, más allá del proyecto estatal de celebración de un encuentro entre naciones, basado en el discurso de la unión y la paz supuestamente garantizadas por la dinámica del progreso.

Otras crónicas cruzan cultura y política, y en este sentido son claves para comprender, por un lado, los cambios político-ideológicos de Ugarte en el contacto con los debates europeos y por otro lado, el tipo de intervención intelectual que supone, al proponerse como sujeto que observa la modernidad afirmando su origen latinoamericano. Estas operaciones se destacan en dos crónicas: «La juventud francesa» y «La juventud sudamericana»5. La contigüidad y analogía del título vincula imaginariamente a las dos juventudes evocadas. Significativamente, la primera crónica provee el marco ideológico a la siguiente, en tanto se ocupa de describir en detalle las posiciones en pugna en el Congreso de la Juventud celebrado en París unos días antes de la publicación del artículo, para cerrarse con una proyección respecto de la necesaria «repercusión en España y en América» que «debe tener» el «primer resultado apreciable», a saber, la preocupación por «el bien común». La segunda adopta más abiertamente la forma de una interpelación a la juventud.

La crónica sobre «La juventud francesa» es una excusa para presentar una evaluación general del debate político de ideas, aquello que se designaba en la época como las «tendencias». El discurso pasa de una perspectiva sociológica a una enunciación propagandística amparada en la pedagogía ciudadana. Así, el marco que servirá de introducción a la reseña sobre el Congreso de la Juventud de diciembre de 1900 es la referencia a los discursos sobre la decadencia francesa de las últimas décadas del siglo XIX, que habían sido suscitados por la pérdida de Alsacia y Lorena en la guerra franco-prusiana, por la Comuna de París, y que se habían reanudado con el caso Dreyfus y los distintos conflictos sociales y huelgas del movimiento obrero local, además de las crisis de los gobiernos sucesivos durante la «IIIe République». Ugarte contrasta ese pasado reciente con un presente marcado por la acumulación de «esfuerzos generosos», y enumera indistintamente las iniciativas de formaciones políticas socialistas (la creación de las Universidades Populares, las conferencias y las cooperativas) y las políticas oficiales de los republicanos radicales en el gobierno, entre ellas, la Exposición Universal de 1900. A la vez, presenta una utopía difusa, en que la ciencia se representa como garantía de progreso capaz de organizar las fuerzas históricas. El propio modelo de análisis responde a un discurso darwinista aplicado a lo social6.

Pero sobre todo, Ugarte sienta las bases de un juvenilismo que se enuncia simultáneamente al del Ariel, publicado un año antes. De este modo, selecciona a la juventud entre las fuerzas sociales, y la contrasta con una clasificación general «de los espíritus», que el caso Dreyfus había contribuido, según él, a poner en evidencia: por un lado están los espíritus «individualistas, enamorados del principio autoritario, los habituados a obedecer o a mandar, los hombres de iglesia o de cuartel: el viejo mundo»; por otro, «los altruistas, los científicos, los habituados a razonar y a descubrir la vanidad de los dogmas: el mundo nuevo» (51). Estas dos «tendencias decisivas» se seleccionaron -según el cronista- entre las multitudes, y fueron determinadas por una síntesis entre fenómenos biológicos, fisiológicos y culturales:

La conformación cerebral, la educación, las lecturas y, sobre todo, el sistema nervioso, bastaron para delimitar los bandos [enemigos o defensores del capitán Dreyfus], de manera que los polemistas de un partido y de otro trabajaron sobre multitudes ya regimentadas.


(51)                


Cuando Ugarte afirma que la clasificación se dio menos fácilmente en la juventud, parece buscar razones para comprender por qué no fue ésta quien encabezó la polarización en torno a Dreyfus. Las encuentra en cierto aislamiento respecto de la «vida real», intensificado por el hecho de estar «trabajada y solicitada por filosofías y sistemas contrarios, que todavía no habían tenido tiempo de imponerse a los espíritus». De este modo, sostiene Ugarte, la juventud había sido llevada a elegir entre esas dos tendencias. El cronista les otorga por momentos rasgos transhistóricos, en base a una borrosa oposición entre temperamentos que «profesan ideas avanzadas o no»; ambos resultan, según él, análogos a lo largo de los siglos, tanto en el orden político como en el artístico, y se corresponden con «simetrías morales» que «se manifiestan en un sentido o en otro [...] según el ambiente» (53). Buscando correspondencias con lo que ocurría en la sociedad francesa, Ugarte distingue entre dos juventudes. La primera es definida con ironía como egoísta, epicuriana, bulliciosa y fácilmente «adaptada al mundo»; la segunda está conformada por los «tímidos, los estudiosos, los que habían sufrido injusticias, los que imaginaban una civilización superior a la actual». La primera se ampara en una «contramoral cínica» inspirada según él en las obras de Nietzsche, en la que encontraba «una justificación y una bandera rara», una «doctrina [que] era 'el cultivo del yo'», cuya existencia consistía en «acumular sensaciones» (54-6). El cronista no oculta su preferencia por la segunda, según él «más numerosa y considerablemente más sincera, que se inspiraba en Bakunine [sic], Karl Marx y Tolstoi. Proclamaba su fe en la vida y en la naturaleza y tenía la inmensa ventaja de ser una juventud joven».

Este pleonasmo acentúa el valor en sí dado a lo juvenil, y está asociado, sobre todo en las retóricas militantes socialistas, a un sentido político transformador atribuido a un sujeto colectivo. Supone entonces su constitución formativa y un imperativo ético asociado a su función histórica. El tópico juvenilista convoca en Ugarte modelos de acción impulsores del cambio, y en este sentido, se vincula con la noción de porvenir propia de los grandes relatos militantes (Angenot 7-14). Así, cierto sector juvenil

[...] traía una gran confianza en el porvenir y un deseo violento de reformar las cosas y componerlas de una manera equitable [...]. No era un grupo de ideólogos ni una reunión de adolescentes obstinados en ensayar una pose. Formaba una corriente de hombres sanos, que salían de las Universidades armados para la vida, con una base sólida de positivismo, defendidos por convicciones y empujados por esperanzas [...]. Eran partidarios de una evolución hacia la humanidad. Y es natural que, en el caso Dreyfus, fueran defensores de la justicia.


(Ugarte 56-7)                


Al reseñar para El País el Congreso de la Juventud, Ugarte va preparando su interpelación a «La juventud sud-americana», título de su crónica siguiente. En primer lugar, invita a una discusión sobre las modalidades del compromiso juvenil que los sudamericanos necesitarían, retomando las ideas de la crónica anterior, pero esta vez con una retórica fuertemente argumentativa. Aparecen entonces los siguientes tópicos: la clasificación moral entre los apasionados por la vida, esto es, por las reformas y por otro lado, los «desinteresados por todo»; el incremento de los estudiosos como garantía de renovación moral, o sea, una confianza particular puesta en los intelectuales; la definición de lo juvenil como atributo ético y político; la postulación de una moral de intelectual basada en la legitimidad del «estudio», por oposición a una supuesta «pereza nativa» y a una ligereza de la imitación de «ideas comunes» que ahogarían la «propia personalidad» (1902: 77).

En segundo lugar, la discusión se organiza en torno a dos argumentos de autoridad, seguidos de un manifiesto juvenilista. Este último está destinado a los sudamericanos, y enunciado desde un lugar de interpelación y un programa que parecen contrarios al mensaje arielista. Los argumentos de autoridad son por un lado, un diálogo entre un «Profesor de la Sorbona» (73) y un estudiante sudamericano, cuya identidad no se menciona, y por el otro, la referencia a un reciente folleto de Unamuno sobre la educación, que importa más, en la propia argumentación, por el señalamiento del escritor español como autoridad influyente sobre la «juventud hispano-americana» (74) que por el contenido de sus consejos humanistas a los estudiantes. Resulta significativo que no se lean advertencias de un maestro, puesto que la misma forma dialogada hace lugar al interlocutor joven: predomina una ficción de intercambio entre posiciones igualitarias que sólo se distancian por la diferencia generacional antes que nacional o socio-profesional, reforzada por marcas de informalidad de la charla que la acercan incluso al modelo periodístico reciente de la interview7.

La intervención contraria a la arielista aparece sobre todo en definiciones alternativas de la identidad juvenil sudamericana, que apuntan a una politización de sus rasgos. Estos van de la exhortación a «tener opinión sobre todas las cosas» (80), a la exigencia de precisión en las ideas que haría posible erradicar el peor de los males de la «política criolla», que Ugarte encuentra en una tendencia hacia la oposición sistemática, insensata e impulsiva. Si Ariel se presentaba como un programa espiritualista, según el cual las tomas de posición de los estudiantes reunidos alrededor del maestro Próspero, se centraban en el fortalecimiento de la «voluntad individual» para preservar la civilización de los avalares del progreso material, la intervención de Ugarte se construye como programa de acción pública que requiere una «vida intelectual» (85) desarrollada. Aunque para ambos escritores, el modelo esté en Europa y en Francia, Ugarte busca particularmente los signos de aparición de «nuevas aspiraciones que fermentan» (84) que pongan en evidencia el carácter «transitorio» de la sociedad actual, ante el diagnóstico de una humanidad que había «llegado al nudo de la historia contemporánea» (85). Puede leerse una estrategia propagandística de un socialismo eufemizado, basada en la postulación de la indefectible inminencia de una sociedad futura marcada por la igualdad8.

Las crónicas analizadas permiten observar el modo en que las representaciones sobre las ciudades europeas y su vida cultural, destinadas a lectores rioplatenses, encierran preguntas en torno a la identidad hispanoamericana, buscan difundir modos alternativos de acción política vinculados al socialismo, a la vez que afirman la modernidad del propio cronista, amparada en la perspectiva «universal» de su mirada.

Esta reaparecerá en Visiones de España, que presenta como «apuntes de un viajero argentino», y donde propone una evaluación sociológica de la España contemporánea, a la que encuentra atrasada respecto a los países industrializados de Europa. Mientras afirma que la península está cerrada a «las manifestaciones del alma moderna» (129), admite en otros pasajes que el conservadurismo de la cultura española no es absoluto, pues contra el «casticismo y academicismo» se levanta un grupo minoritario cuya «concepción social» está «en pugna con lo que existe». Significativamente, Ugarte lo sitúa «bajo la influencia directa del pensamiento francés» (131). En contraste, los escritores hispanoamericanos, al haberse liberado del purismo castizo, habían emprendido la «evolución», debido a que «[su] cultura es exclusivamente francesa» (132), esto es, moderna. Esta afirmación se completa con un segundo eje argumentativo, que tiende a invertir la percepción fatalista de la falta de tradición local, convirtiéndola en una virtud. Esta permitía, según él, una mayor capacidad de adaptación a los cambios y de incorporación al «espíritu del siglo» (1904: 150). De este modo, Ugarte participa de los discursos de entresiglos que buscaban insertar definitivamente la cultura hispanoamericana en la modernidad occidental.

En este sentido, se trata de un abordaje universalista, que supone una inserción simbólica de los problemas americanos en el orden occidental contemporáneo, enfoque doblemente coherente respecto de dos discursividades que operaban en el pensamiento ugarteano: el paradigma evolucionista aplicado al examen de los hechos sociales, y el internacionalismo propugnado por las socialdemocracias europeas (Tarcus 174 y ss.):

Es evidente que para nosotros, que hemos llegado de afuera y hemos aprendido de golpe toda la civilización que los europeos han acumulado lentamente, resulta más fácil independizamos y concebir cosas mejores. No estamos arraigados. Todavía no tenemos costumbres. De ahí que nos hallemos en mejores condiciones para soñar nuevos adelantos y percibir los vicios de lo existente. Si los civilizadores se han momificado, nosotros, civilizados por ellos, tenemos otra libertad de espíritu».


(1905: 202)                


En esta perspectiva universalista y a la vez centrada en las cuestiones americanas, se cifra una representación inusual del destino continental, producto del impacto de los procesos de modernización, tal como fue pensada y vivida por algunos intelectuales rioplatenses de entresiglos9.






Obras citadas

  • Angenot, Marc. Les grandes récits militants des XIXe et XXe siècles. Religions de l'humanité et sciences de l'histoire. Paris: L'Harmattan, 2000.
  • Colombi, Beatriz. Viaje intelectual. Migraciones y desplazamientos en América Latina (1880-1915). Rosario: Viterbo, 2004.
  • Rodó, José Enrique. Ariel [1900]. Motivos de Proteo. Caracas: Ayacucho, 1976.
  • Tarcus, Horacio. Marx en la Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos. Buenos Aires: Siglo XXI, 2007.
  • Ugarte, Manuel. Crónicas del Bulevar. París: Garnier, 1902.
  • ——. Visiones de España. Valencia: Sempere, 1904.
  • ——. El arte y la democracia. Valencia: Sempere, 1905.
  • ——. Escritores iberoamericanos de 1900. México: Vértice, 1947.


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