Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Un texto antropológico de Julio Herrera y Reissig

Abril Trigo





1900 es un año clave en la conversión de Julio Herrera y Reissig al decadentismo fin de siécle. Por entonces sufre su segunda crisis cardíaca, que lo pone al borde de la muerte, al tiempo que entabla amistad con el recién llegado de Europa Roberto de las Carreras, cronista voyeur, predicador del amor libre y dandy a la medida de la «Toldería de Montevideo» desde donde compone sus «interviews voluptuosos», «oraciones paganas» y «psalmos a Venus» imaginariamente libertinas. «Yo, amante de nacimiento, hidrofobia de los maridos, duende de los hogares, enclaustrador de las cónyuges, sonámbulo de Lisette, me sujeto a tu dictamen. Oh Lucifer de Lujuria, hermano mío por Byron; Parca fiera del País, obsesión de pecado, autopsista de una raza de charrúas disfrazados de Europeos. ¡Yo imploro tu absolución suprema, oh Pontífice del libertinaje!», escribía de las Carreras en carta abierta a Herrera, publicada en el periódico anarquista El Trabajo del 20 de octubre de 1901 (64). Aun cuando difícil resulta imaginarse al enfermizo Herrera como pontífice de ningún libertinaje, la referencia probaría su autoría -bajo la enérgica influencia de de las Carreras- de Los nuevos charrúas, una monumental psico-sociología del país y, sus habitantes cuyo exacto objetivo era practicar la autopsia de la uruguayidad. El manuscrito de alrededor de 600 folios se conserva, aún inédito, en el fondo del Instituto Nacional de Investigaciones Literarias de la Biblioteca Nacional de Montevideo, no obstante haber sido conocido por la crítica al menos desde la organización del Instituto por Roberto Ibáñez hacia la década del 50. Así, Bula Píriz menciona el capítulo «Relaciones del hombre con el suelo» (90); Alicia Migdal documenta la existencia del corpus total bajo su título completo Los nuevos charrúas o Parentesco del hombre con el suelo (o Tratado de la imbecilidad del país según el sistema de H. Spencer) (416); Ángel Rama publica en La belle époque una página extraída del capítulo «Paralelo entre el hombre primitivo emocional y los uruguayos», sin señalar su fuente (151), así como algunos fragmentos del mismo y de «El pudor», más recientemente, en Las máscaras (94-103).

Aun cuando nunca acabaría el proyecto, Herrera extractó algunos párrafos en el opúsculo «Epílogo wagneriano a La política de fusión, con surtidos de psicología sobre el imperio de Zapicán», atenuada versión donde anunciaba «una extensa obra crítica enciclopédica sobre el país, que saldrá a luz próximamente», y mediante la cual procuraba romper con la política local «De un salivazo han desteñido mi caduca divisa roja, no dejando sino un débil rosicler que se halla en buenas relaciones con el siglo XX y el dandismo neurasténico» (295).

A partir de la más ortodoxa aplicación del positivismo de Spencer, fundamentalmente del primer tomo de sus Principles of Sociology, Los nuevos charrúas revela la mirada de un etnólogo-flâneur cuyo cientificismo en alpargatas apenas disimula la polémica ideológica de base. La ambigüedad subyacente a dicho conflicto postula a Los nuevos charrúas como un punto de inflexión en la producción herreriana que, más que resolver, proyecta y amplifica una crisis ideológica de innumerables resonancias: crisis personal ante la muerte [Rama, «Travestido»]; crisis de/frente a su clase, un patriciado que condena con menosprecio patricio1; crisis nacional, que entre el estrépito de las guerras civiles de 1897 y 1904 (las últimas patriadas), y en vísperas de la República Modelo de que es artífice don José Batlle y Ordóñez, exige el urgente repensar de la realidad socio-cultural del país.

El capítulo que nos ocupa expresa meridianamente esa ambigüedad ideológica que regula el discurso herreriano. Aun cuando comienza con una rigurosa exposición del determinismo geo-biológico en boga y su esquemática aplicación al caso uruguayo, el organicismo deísta inicial va desovillándose progresivamente en un panenteísmo que debe más a Guyau que a Spencer, a Renan que a Taine, a Buckle que a Darwin. Una ironía in crescendo promueve la paulatina erosión del objetivismo cientificista por un subjetivismo ubicuo y corrosivo que termina por desactivar el plano de la enunciación hasta transmutar la selección natural en un drama cósmico-estético. La prosa tersa y prolija de momentos, ajustada a la paráfrasis de la aridez spenceriana, cede ante el suntuoso despliegue metafórico (ostensible en la hiperbólica celebración de la civilizada Europa), el acumulativo alarde adjetival, y los abruptos apóstrofes del narrador («Yo te saludo, ilustre uruguayo», etc.). Todo ello desestabiliza el discurso y sus premisas, que nunca, sin embargo, caen en la parodia. En efecto, el texto está escrito sobre un filo, en tensión entre lo dicho y lo que no, entre lo simulado y lo encubierto: parafernalia circense, tramoya zarzuelera donde, recubiertas las aseveraciones categóricas con telones pintados, sólo queda en pie la praxis discursiva y su cocina estilística, subrayadas por el porte oratorio que adopta por instantes. De este modo Herrera no sólo monta una diatriba contra la enclenque modernidad uruguaya, que quisiera distintamente moderna: la hojaldrada ironía de su texto es una esplendente exposición de la excentricidad constitutiva de la misma. Ahí precisamente residiría el mayor valor de este texto, pues así como documenta las contradicciones sociales e ideológicas que atraviesan la modernidad latinoamericana, revela los fundamentos de la redoblada excentricidad de que es portador el modernismo. Herrera, adoptando una pose académica y amparándose en el desdén del dandy, nos regala una pirueta de payaso; valiéndose de un cientificismo académicamente superado [Ardao 299], despotrica contra el atavismo ambiental en pose vanguardista; renegando de su modernidad periférica y sabiéndose ajeno a la modernidad hegemónica, se hace adalid de otra modernidad quizá imposible.

El texto que a continuación se reproduce se conserva en la carpeta 5, carpetín 3 del Archivo Julio Herrera y Reissig, en folios numerados 1-31 (interpolaciones 3.1, 3.2, 11a; faltantes 26, 29, 30), más un último folio paginado G. La presente edición comprende el grueso del capítulo, habiéndose eliminado una página inicial que comienza en medias res (sin duda conectada a algún otro fragmento que no he localizado), y los siete folios finales, demasiado seccionados a causa de los faltantes. He modernizado levemente la ortografía original, fundamentalmente en lo que respecta al uso del tilde, así como la puntuación, ya que por tratarse de una escritura nerviosa y apremiada, contiene innumerables erratas que entorpecen por momentos la lectura. Los subrayados del original han sido sustituidos por bastardilla, y el número de folio se indica mediante doble barra (//). Las palabras de lectura problemática se transcriben entre corchetes ([ ]), en tanto la presencia de ilegibles se señala con puntos suspensivos ([...]). Por último, he mantenido los anglicismos y neologismos de fácil comprensión, a fin de preservar sus resonancias connotativas.


Julio Herrera y Reissig

Los nuevos charrúas


El medio físico determina el carácter y la civilización. La naturaleza hace a los pueblos a su imagen y semejanza. La tierra que ha formado a los charrúas, ha formado a los uruguayos.


//3.2// La relación del medio inorgánico sobre la animalidad y las facultades psíquicas ocupa en los tiempos presentes uno de los grados más altos de la evidencia. También determina el medio físico toda clase de actos, particularmente morales y volitivos, cuyo nacimiento se debe a perturbaciones más o menos profundas en la naturaleza del hombre, a morbosidades del entendimiento, a depresiones del espíritu, a fatigas de la voluntad y a otras varias contracorrientes fenomenales que aparecen o desaparecen con los agentes que las producen.

La fisiopsicología y la psicoantropología se hallan unidas por un parentesco fatal al hombre sociológico y a los elementos de vida en que se agitan sus manifestaciones. La influencia de los climas y de los vientos sobre lo físico y lo moral del hombre se presentaba los estadígrafos y sociólogos como expresión matemática de una verdad científica que no se discute y de la que arrancan otras series de manifestaciones individuales que atañen en conjunto a la masa, es decir a la sociedad, pasando a formar el grupo de caracteres etnológicos que distinguen a los pueblos en su vinculación con la moral, el orden, la Historia, el Arte y la Civilización.

El hombre y el sapo son hijos de una sola madre, ha dicho un antropologista, expresando de esa manera la unidad de fuerzas de la naturaleza y la correlación de leyes invariables que constituyen el Gran Todo, la Suprema Causa y la Primera Esencia de la vida. Si el hombre intelectual es hijo del hombre físico, es decir, si la psicología es el reflejo de la fisiología, de igual modo el hombre psicológico, o lo que es lo mismo, el todo natural como le llama Bossuet, es pariente del hombre geográfico, del //2// hombre botánico, del hombre meteorológico, es decir, del hombre montaña, del hombre cerro, del hombre árbol, del hombre, viento, del hombre lluvia. Todo está unido en la naturaleza. Dijérase que un espíritu social envuelve las cosas de tal suerte que todo es uno y uno es todo. Tal planta me da a conocer un país, sus animales y sus hombres. Tal clima me representa un alma, un carácter, una costumbre; tal horizonte, tal montaña me enseñan el camino del Porvenir, me comunican con Dios. Yo veo el pensamiento de Jesús, el divino contemplador. Para el grave poeta del Calvario aquellas montañas, aquel mar, aquellas elevadas llanuras de su tierra fueron el símbolo cierto, la sombra transparente de un mundo invisible y de un cielo más azul.

En una concepción sincrética de la naturaleza un país constituye una sociedad de seres y propiedades comunes que se ligan, como para un filósofo un hombre no es sino una sociedad de células vivientes y de conciencias rudimentarias. De otro punto de vista, el hombre, la planta y el valle son una cosa de muchas cosas, cuyo espíritu converge al centro de la circunferencia vital donde reside el carácter común de toda la masa. Ese punto de contacto //3// de los individuos habla de la reciprocidad de sus relaciones generatrices y de sus corrientes modificadoras.

Admitida la familia del todo, aceptamos como un hecho la semejanza de las partes. Pieza por pieza se conocen las que en la máquina activa juegan su acción sobre todas, como también se adivinan las conexiones de todas para mover una sola. Por mi parte, así como un estuche me da la idea de la joya que contiene, la topografía, el clima, y las condiciones hidrográficas de una comarca me señalan el carácter de sus habitantes.

A un lado el principio antropológico y la influencia del ambiente social, la psicología de un pueblo coincide perfectamente con la psicología de su territorio. El alma, en un sentido naturalista, no es una entidad puramente humana, sino una fuerza individual, un espíritu complementario, resultante del organicismo personal de todos los seres. Hay que imaginar el yo de las cosas y penetrar suavemente en ese mundo subjetivo cuya real idealidad interroga a la metafísica y abre una puerta a la estética. Invirtiendo los términos, y en un concepto [...] de su naturaleza, ese universo interior es idealmente real. Una aurora científica anuncia el arte de un astro nuevo que alumbrará las almas de todos los seres dando relieve y color al pensamiento activo de la naturaleza. Yo creo que tienen alma las plantas y los animales, y hasta las cosas llamadas inorgánicas en un sentido superficial. Tal cerro y tal mineral existen y eso me basta para que les crea sujetos a la sociabilidad de la sustancia, amén de susceptibles //4// al magnetismo que ejerce el todo sobre las unidades. Yo los imagino con cierto movimiento pasivo que los hace entrar con más o menos intensidad en la mecánica del conjunto. Ellos tienen un alma como todas las cosas, una voluntad, un sentimiento, una expresión y una idea. ¿Por qué no creer en una repercusión, en un eco, en una reflexibilidad mutua y común? Se sabe que varios fenómenos de la naturaleza, como los terremotos, las erupciones volcánicas y los hundimientos insulares, no sólo vienen precedidos de anuncios atmosféricos y convulsiones marinas, sino de inquietudes y rarezas fisiológicas por parte de ciertos animales que se manifiestan por un malestar, una tristeza y una serie de manifestaciones cual más anormal y extraña. El mundo de la sensibilidad, es tan inmenso como ignorado. Acaso el hombre es un espejo de sensaciones que se proyectan confusamente en él determinando sus actos.

Del modo que Descartes, para explicar la unión del alma y el cuerpo, ha imaginado los espíritus animales, que en sentido fisiológico no son sino partes sutilísimas del organismo, yo me imagino, para explicar la conexión de los cuerpos unos con otros, la existencia de espíritus naturales de sociabilidad común, igualmente sutiles y vaporosos, compuestos de una materia extraña que existe en todos los seres de la naturaleza, desde los minerales hasta los animales. Esto me explica //5// que los seres mineralógicos influyan tan poderosamente sobre la animalidad.

Ahora bien, ¿la unión de estos espíritus, o lo que es lo mismo, la materia de que se componen, ¿no forma, por decir así, el ama universal de las cosas? ¿No es acaso la naturaleza plástica concebida por Gudworth?... De un punto de vista estético, Guyau explica la simpatía del hombre por la naturaleza inorgánica del modo siguiente: «Los objetos que llamamos inanimados son mucho más vivientes que las abstracciones de la ciencia, y es por eso que nos interesan, nos conmueven, nos hacen simpatizar con ellos. Un simple rayo de sol evoca en nuestro pensamiento las imágenes sonrientes de dos amigos. Tomemos el paisaje: nos aparece como una sociedad entre el hombre y los seres de la Naturaleza»2. Es el caso de preguntar si unos seres que nos interesan y nos conmueven llegan o no a sugestionarnos. Desde luego la respuesta es afirmativa.

Aplicando otra frase de Guyau a la conexión que se observa entre el carácter del alma y de la naturaleza, puede decirse: la simpatía es una forma refinada del contagio. Ahora bien, probado que el contagio existe y da lugar a la simpatía, se sigue que toda simpatía es armónica, sociable y susceptible de mayor o menor intensidad. El águila simpatiza con la montaña, el pescador con el mar, el beduino con el desierto, el salvaje con la selva, el mono con el árbol, el //6// mecánico fabricante con el carbón, el literato con la tinta, el naturalista con la planta, el pintor con el paisaje, etc. Cada país sugestiona su naturaleza al pueblo que la habita y de ahí la perfecta igualdad de temperamentos entre la masa y el hombre. La montaña hace pastores, el mar navegantes, el desierto vagabundos, el valle agricultores, la bruma metafísicos. Asimismo, el frío hace a los hombres flemáticos, sobrios y reflexivos, y el calor los hace guerreros, apasionados y astutos.

Taine atribuye el genio artístico de los griegos a los efectos de una naturaleza prodigiosa, que reunió en una pequeña comarca todos sus favores, todos sus encantos, todas sus inteligentes insinuaciones. En aquel paraíso de genio flota el hálito de los dioses; el cielo es una paleta; las líneas de sus tierras, la elegancia de sus horizontes, la vivacidad de su cielo, revelan los más hermosos secretos de las artes plásticas.

La literatura y el carácter de los hijos del septentrión se explican por las eternas neblinas, por el gris melancólico y lleno de suspiros de su cielo enfermo. Quién no recuerda el apóstrofe de Schiller: en vano el sol de la Jonia centellea soberbio frente a la maldición caída sobre el Norte [que] embarga tu espíritu taciturno.

//7// Como lo hace Darwin, el doctor Wallace aplicó el principio de la selección a las razas de la humanidad, reconociendo la eficacia de la naturaleza en la formación de las variedades que son el fruto del país que habitan. La coloración que distingue a los diversos grupos, los accidentes antropológicos, y hasta su psicología tienen por causa la adaptación al medio de los más resistentes al clima y a las enfermedades, sucediendo que los idóneos prevalecen definitivamente, mientras los poco sufridos decrecen con rapidez que pasma, no a causa de efectos físicos que los destruyen, sino también por su absoluta incapacidad para contender con sus vecinos. Por otra parte, el predominio de las razas más poderosas de la humanidad se halla suficientemente probado, para que insista sobre una cuestión tan evidente.

Desde los comienzos de la Historia hasta nuestros días, se ha visto sucumbir al débil bajo la cabalgadura del conquistador. Particularmente desde la [entrada] de los septentrionales en los imperios del sur de Europa, los distintos grupos de la humanidad se han entremezclado, se han fundido, se han transformado, se han compenetrado, perdiendo los antiguos caracteres o asimilado otros nuevos, depurándose en el crisol complejo del intercambio sexual, dando sitio a una tumultuosa germinación de carne sana, vigorosa y nueva que ha formado en definitiva los aluviones sociológicos contemporáneos, las falanjes sincréticas del Progreso, los esclarecidos rebaños que se agitan en las grandes naciones y rigen triunfalmente la mecánica del mundo. //8// Una conjunción cosmopolita de elementos prominentes ha dado lugar a esas grandes razas europeas, tan fecundas en arquetipos, estrelladas de victorias, de grandezas, de adelantos y de honores.

Los consorcios providenciales de unas familias con otras fueron, por decir así, confluencias majestuosas de sangre, de ablaciones, desagües de vinos fuertes sazonados en odres de oro. El fruto de tan divino himeneo ha sido que Europa despierta al mundo con el donaire de Diana, con el gran vigor de Hércules, con la autoridad de Ares, con el aplomo de Edipo, con la prudencia de Minos, con la perseverancia de Sísifo, con el genio de Melanio, y con el alma de Orfeo. Los grupos neo-latinos-franco-esclavos, tudescos y anglo-sajones, son el resultado de un cruzamiento estático, mirífico, salubérrimo, determinado por leyes históricas ineluctables que dependen a su vez de ese gran poder centrípeto de la naturaleza, que por medio de la selección y de la lucha hace cada vez más nobles a los individuos y más perfectas a las especies.

La antítesis de ese mejoramiento ascendente no es otra que la degradación mortífera de los grupos orientales de //9// tipo caucásico y mongólico, que se han eslabonado tumultuosamente dando origen a estólidas sub-razas cuya barbarie etnológica constituye una ignominia social, un lunar de vergüenza, una hemorragia de sombra en medio a la civilización contemporánea, que brilla en la frente zodiacal del mundo con la ilustre, egregia, eximia y benemérita Europa, orgullo del pensamiento y patrimonio del alma. En Asia como en África, los animales humanos han empobrecido ignominiosamente, porque lejos de aliarse con individuos de castas superiores, se han mezclado entre ellos mismos burdamente, a capricho, rehusándose al injerto, desechando el reconstituyente milagroso que los hubiera salvado, el óleo de la civilización que el europeo les ha ofrecido con evangélica generosidad.

Por desgracia, la plebe atómica de los degenerados es inmensa, y la selección histórica tiene una gran misión que cumplir; no está lejos el momento en que las razas vigorosas arrollarán como trombas formidables estas familias de bimanos embrutecidos, granujas, [...], títeres, detritus, retales de la civilización, salamandras del remanso oscuro del //10// abandono, morralla ignominiosa que se debate impotente entre el légamo infecto de la estulticia y el crimen.

En analogía con los procesos de naturaleza, y así como han desaparecido para siempre de la superficie del globo naciones enteras de plantas y animales que fueron absorbidas por grupos respectivos de seres superiores mejormente organizados, de igual modo muchas familias de la humanidad que se hallan sumidas o con propensión a la barbarie en Asia, América y otros continentes, tendrán que desaparecer por fuerza, dando lugar a que se cumpla la ley regeneradora de la selección humana, y que sea un hecho incontrovertible la cultura elevadísima a que tiende la sociedad, realizándola por grados en virtud del mecanismo ingénito que hace del hombre el destructor del hombre.

La raza hispano-indígena que señorea el mundo de Colón es una de las que están particularmente destinadas a desaparecer, por falta de aptitud vital que la impulse a desarrollarse triunfalmente en el juego armónico de la civilización. Es una raza inferior, inepta, sosa, enjuta, huraña, anémica, versátil, virulenta, torpe, melindrosa, inculta, farandulera, charlatana, chocarrera, perezosa, ruda, inadaptable, taimada, pedestre, de una vacuidad inmensa, pletórica de estupidez, revoltosa, bobática, retrógrada y pedante. De la raza española no ha heredado sino las peores condiciones, en cambio que ha heredado todas las excelentes de su abolengo indígena, con excepción de la antropofagia. Aplicando el principio científico de la selección a esta sub-raza, nos hallamos con un dilema de acero, que es el siguiente: será exterminada y absorbida por un grupo superior en circunstancias de guerra o desaparecerá por su comercio social con los elementos inmi-//11//grantes de otras razas superiores, o lo que es lo mismo, por el vínculo fisiológico a que da lugar el cosmopolitismo, que es lo que sucede actualmente en la Argentina, o México, Chile y algunas otras nacionalidades que tienen ventiladores a [la] civilización europea.

La infortunada República del Uruguay es, entre todos los embriones de América, el país que representa una sociedad más atrasada, más anémica de intelecto, menos susceptible de civilizarse, más sutilmente grosera, de una idiosincrasia oscura, con ventajosas disposiciones para ser una distinguida salvaje. Se explica: ciertas naciones de América, México, República Argentina, Chile, Perú, han sido fundadas con elementos aristocráticos de la raza de Cervantes, procedentes de Madrid, Andalucía, Cataluña, Valencia, provincias vascongadas, etc., a más que en dichos países se han dado, cita en número considerable gentes de buena cepa, anglo-sajones, germanos, franceses, y de las provincias más apreciables de Italia, Suiza, cuyos descendientes forman hoy día una gran extensión genésica del sedimento social. En estos países la selección obra favorablemente en el sentido de la conservación de ciertos caracteres de la raza primitiva, cumpliéndose el principio darwiniano que da a los naturales conquistados por los extranjeros reaccionando de repente contra los intrusos, en el momento en que han sido ventajosamente modificados por sus rivales de sangre.

No sucede así en el nuestro: en primer lugar //12// porque la emigración de elementos superiores no se ha efectuado hasta el presente, y en segundo porque las primitivas causas generadoras de nuestro medio social no han podido ser menos favorables al desarrollo de un temperamento, de una modalidad amorfa e inexistente que llegase a constituir la periferia de una etnología.

Bien sé yo que desde la época gestatoria de nuestra sociedad hasta el momento en que escribo estas líneas, el Uruguay, bastante adelantado en la funambulia, se ha dignado honrar al porvenir emprendiendo un maravilloso salto atrás, lo que prueba que está de regreso a las tolderías indígenas, a la muy noble y leal metrópoli del cuero.

El corolario científico del salto atrás tiene su perfecta aplicación a esta comarca, cuya reducida inmigración ha sido una sociometorragia, una demosdisentería que representa en el problema de la reproducción un coeficiente antropodegenerativo; una inmigración, en fin, que es la conductora de un sinnúmero de morbosidades que se aíslan o son repudiadas por la civilización europea hacia estas playas misérrimas, donde se han ayuntado con su congéneres típicos hispano-indígenas, dando lugar a un estado patológico que se traduce en todas las manifestaciones vesánicas del país, como ser idiotismo, ninfomanía, neurastenia, demencia, histerismo y melancolía.

//11a// Como si esto fuera poco para su rápida eliminación, ha tenido la honra de agregarse un sinnúmero de factores morales de índole disolutiva que nadan en el ambiente europeo, y todos los bagazos patológicos que en la ciénaga del vicio han echado en estos tiempos la miseria y la prostitución, cuyos son los agentes segregadores de la especie, las estratificaciones morbosas que amenazan resquebrajar los antiguos cimientos de la sociedad. La raza barcina de Sud América, con estar apenas abocetando en la vida del pensamiento, siendo como es una cagarruta fresca de familias promiscuas, un bandullo grosero del organismo humano, una bazofia de todos los desperdicios de la civilización, una bellotada montañosa de hombres inferiores, es precoz hasta el exceso, en el sentido de asimilarse todos los burrajos de Europa, todo lo peor del progreso, los bacillus disolventes, los elementos etnológicos de las calamidades que afligen al universo. De este punto de vista, la América tiene la bizarría, el garbo, la gentileza de un prematuro decrépito, de un sifilítico afectado de idiocia, lleno de obnubilación y próximo a la locura. Es forzoso que una familia tan inferior y degenerada se renueve o desaparezca en el plazo más perentorio. Tiene que alejarse del osario con rumbo a la piscina de las abluciones. Si la ley evolutiva no triunfa, se extinguirá rápidamente.

//12// Se explica la regresión de esta sociedad, que no ha recibido de la civilización europea inyecciones hipodérmicas que la impulsaran a progresar, teniendo presente que el principio darwiniano que se refiere al salto atrás, expresa que «toda variedad domés-//13//tica abandonada a un estado primitivo retrocede gradualmente a su tronco natural» (Darwin)3.

Por otra parte, ningún país de América, ha tenido la honra de tener como factores generatrices de su sociabilidad a dos familias superhumanas, a dos razas eminentes, intelectuales, que constituyen el blasón adamantino de nuestro heroico pueblo. Estas nobles familias de alta alcurnia son, como nadie me lo negará, los gallegos y los charrúas (Me descubro con respeto ante la señora Pardo y el ilustre Yamandú4). Lo original en este caso es que se hayan ayuntado felizmente dos razas que son una sola, que se confunden por sus caracteres emocionales, que riman a perfección el gran verso de la bravura; que tienen los mismos gustos no obstante que la segunda jamás quiso entender de teología. Confluencia histórica de sangre ilustre; divina copulación de semidioses que ha fructificado honrosamente, ofreciendo al Porvenir del mundo el arquetipo ideal, el protoplasma del genio, el sapientísimo gladiador del arte, el ilustre uruguayo de estirpe olímpica, de espíritu esmerilado, que ha nacido sobre una peana, bajo el peplo sublime del arrayán, enguirnaldado de luz, teniendo sobre la frente los tentáculos del Profeta. //14// ¡Yo te saludo, ilustre uruguayo; yo me inclino hasta besar el divino suelo que tú pisas con respeto!

Mis compatriotas descienden por línea recta de los charrúas, los salvajes más salvajes de América, y los gallegos, los salvajes más salvajes de Europa. Los últimos, degenerados de la raza de Sem y de Jafet, aquellos, ejemplares nacidos en la frontera que separa al bruto del bruto, se unieron por un capricho de la Historia para formar el ilustre super uòmo, la diversidad mestiza del Uruguay: matrimonios de la Muerte y el Vacío, como dijo Michelet de la alianza de los sulpicianos con los jesuitas.

Me inclino a creer que hubo una cópula incestuosa entre los gallegos y los charrúas, porque ambos tienen que haber sido hermanos. Efectivamente, los gallegos son los charrúas de Europa y los charrúas son los gallegos de América. Reduciendo esta expresión al grado más simple, hallo que los gallegos-charrúas de España son hermanos por parte de la Barbarie y la Estupidez de los charrúas-gallegos de nuestra comarca.

¡Quién podrá ser el ilustre criador que en detrimento de la dignidad humana ha querido jugar al mundo tan mala broma! No lo sé, pero de la carraspera de mi indignación un trueno bronco redobla furiosamente contra el imbécil Zabala5, tropero estólido, //15// adelantado esotérico de la estupidez más crasa, que introdujo en los baches de la procreación los animales más ruines de Galicia, que determinó criminalmente la cópula de las anáforas, enarbolando sobre las tiendas charrúas, junto a los rompecabezas y percutores, la gaita rústica y el tabardo, la pañoleta y el zoclo. ¡Me siento vengado!

¡Si fuera Dios, arrasaría por medio del fuego la América toda, haría llover sobre este continente estúpido los rayos fulminantes que destruyeron a Sodoma! ¡Nada perdería la estética del Mundo! ¡La faz inexpresiva y apelotonada de este continente ilota me espeluzna, me eriza de vergüenza! ¡Su fisonomía es idéntica a la de África. No tiene una facción inteligente que haga pensar en Europa. Parece formado con un cuajarón del monstruo de la Tierra: es un cairel de guano que remata en punta.

¡Colón maldito, Solís estulto!, os habéis hecho acreedores a la estrangulación hercúlea del destino; bien merecisteis, el primero que os devorase la miseria y el segundo un caníbal uruguayo. ¡No pasáis de haber sido //16// unos locos aventureros, unos soñalores neuropíricos, unos calenturientos badulaques, unos desmedrados megalómanos! ¡Mal haya vuestras conquistas, exploradores famélicos que habéis venido a esta tierra en busca del vellocino infame. ¡Hubierais arrancado en buena hora todo el metal de la tierra, pero no hubierais dicho en Europa, a vuestros amos, que habíais dado por casualidad con el maldito continente que sólo pudo soñar el tonto de Platón!

A más de los charrúas europeos y de los charrúas criollos, tienen el honor de haber formado el substratum sociológico del Uruguay, o sea los primeros depósitos aluviales del país, unos primos hermanos de los respectivos charrúas que he citado, algo más negros que los aceitunados charrúas nacionales y por ende menos inteligentes que los blancos charrúas de Galicia. Estos terceros charrúas son los negros, los últimos descendientes de Caín, del maldecido burlón, del irrespetuoso bambarria que hizo mofa del reverendo Baco-bíblico Papá Noé, príncipe de la uva y protector de todos los vinos, por uruguayos que sean.

¡Nótese qué argamasa animal tan extrañísima formada por tres clases de distintas de charrúas, a cual menos hombre y más charrúa! Los últimos degenerados de Sem, Cam y Jafet se han dado cita en esta comarca favorita de los Dioses, amante de la gloria y princesa de la fábula...

//17// Declaro que habiendo citado a Noé con beneficio de los uruguayos, me hallo inhibido de recurrir a la antropología, esta ciencia deslavazada que me presenta el cráneo de un charrúa de Galicia y luego el de un cenocéfalo, para que comprenda la concomitancia fisiológica, el parecido estrecho del mono con el hombre. En caso de que los terceros charrúas de que descienden los orientales tengan que ver más de cerca que los demás hombres con los orangutanes, mis compatriotas, me duele decirlo, tienen un parentesco más cercano que el que parece con los inteligentes acróbatas de las selvas del Sudán. Esto es ser algo más que charrúa... En cierto modo me consuela considerar que el abolengo de nuestra gente constituye una incógnita de la antropología, cuya X está formada por los apéndices de dos cadrúpedos6... Mas fuere lo que fuere, queda en claro una verdad honrosa, y ésta es que los orientales descienden directamente de tres clases de charrúas, a saber: charrúas de mármol, charrúas de bronce y charrúas de azabache.

¡Yo lamento, por la estética, más que por alguna otra cosa, que hayan venido a esta bendita tierra, procedentes de Etiopía, Sudán, Australia, y hasta de Cuba y Brasil, los horrorosos charrúas africanados, como si no hubiera habido de sobra con los que existían de diversos géneros en esta infortunada bacineta del Universo! Hoy mismo podemos prestarles //18// en cantidad a todos los continentes.

El mayor castigo que se le podría infligir, en venganza de sus infames atropellos, a la civilización europea, era enviarle una tropa de estos mastuerzos salvajes, de estos camastrones bimanos, frutos de la conmixtión grosera del siniestro connubio de tres sub-razas, de tres variedades del hombre a cual más vergonzante y estólida. Doy por seguro que al cabo del tiempo el ser humano desaparecería de aquel estúpido continente y los nietos de los charrúas y los gallegos podrían llegar a ser todo, menos hombres...

Los terrenos de aluvión, o sea los últimos depósitos cárneos de nuestra geología social, están formados por toda una balumba de extranjeros, por un batorrillo infame de seres impelidos por la miseria y el dolor hacia estas playas indígenas, por un calabacinate indigestó de inmigrantes infelices que los cargueros ultramarinos abandonan con desprecio en el torno sucio de la inmigración, seguros de qué aumentarán la delincuencia y el vicio en estas pobres comarcas, verdaderos calavernarios de mendigos europeos, buzoneras en las que el mundo arroja complacido bazas primigenias de la sociedad.

//19// La inmigración, en la forma en que actualmente se efectúa, constituye para el país, al revés de un adelanto, un proceso regresivo, una contramarcha ignominiosa, una operación infortunada que arroja en el balance económico de la sociedad un déficit gravoso de agitación y miseria. Los elementos europeos que se incorporan al país son la última expresión de la inutilidad, los residuos peligrosos, las cimerias de la civilización, que infortunadamente es lo único que nos depara el centro de la vida.

Nadie más partidario que yo en el sentido de extranjerizar el país, de hacer todo lo posible porque desaparezcan cuanto antes los caracteres charrúas de esta sociedad, sus atavismos africanos, indígenas y gallegos, en la cruza del ganado nacional con gentes refinadas y ventajosamente constituidas de los países más adelantados de Europa, único medio de que el Uruguay evolucione y no perezca, que es lo más probable dentro del plazo más reducido que le marca la Naturaleza. De lo contrario me placería que desapareciera cuanto antes en la vorágine de uno de esos cataclismos que favorecen al progreso y constituyen un bien colectivo de la sociedad. Pero lo que no puedo soportar es este medio término estúpido, esta caprichosa oscilación de medianía que mantiene el fiel de la //20// balanza dentro de un equilibrio desesperante. Que caiga de una vez o que se haga país, es lo que yo exijo de esta comarca. Y es por esto que execro la inmigración a nuestros lares de extranjeros que bajan de medianías, y que lejos de apresurar la metamorfosis, inclinan gradualmente, y no de un golpe como yo deseo, la balanza de la sociedad en el sentido de la degeneración y del empobrecimiento disolutivo de la híbrida sub-raza de los uruguayos.

En ciertos países de América como la Argentina, Chile, México y Nicaragua, la metamorfosis se opera rápidamente, en vía favorable al adelanto de esas regiones, y esto se explica por la inmigración de buenos elementos, de animales finos que en el connubio con otros elementos producen el hombre razonable, laborioso y activo, la pieza fuerte de la civilización. Prueba de ello es que el carácter social de esas naciones está cambiando sensiblemente, pues la característica criolla cede al distintivo sajón, rasgo francés o británico, que forman dentro del terreno virgen los gérmenes animados de una idiosincrasia reparadora, de una modalidad polítona, desagüe hialino decorrientes fecundas de Progreso.

Pero en nuestro país sucede precisamente lo contrario. La peor inmigración que pueda concebirse, un encebollado de gentuza de Calabria, Nápoles, Islas Canarias, Asturias, Bohemia, Turquía, Siria, y otras partes, ludibrio del género humano procedentes de todos los intestinos del mundo, cae de continuo en el país como un granizo de infección, como una viaraza de muerte, po-//21//blando los lupanares, conventillos, loberas, tabucos y escondrijos de la ciudad; chusma apestada y raquítica, defectuosa y harapienta, indolente y corrupta, carne de hospital, pasto de las epidemias, alimento de la meretricia, polvo del vagabundaje, lodo de las cárceles, andrajo de los asilos, cancerigenomínivo de la civilización, escarnio de la Vida.








Bibliografía

  • Ardao, Arturo. Etapas de la inteligencia uruguaya. Montevideo: Universidad de la República, 1971.
  • Bula Píriz, Roberto. Herrera y Reissig (1875-1910). Vida y obra. New York: Hispanic Institute, 1952.
  • Darwin, Charles. The Origin of Species. New York: The Modern Library, 1936.
  • De las Carreras, Roberto. Psalmo a Venus Cavalieri y otras prosas. Montevideo: Arca, 1967.
  • Guyau, M. L'art au point de vue sociologique. Paris: Félix Alcan, 1914.
  • Herrera y Reissig, Julio. Poesía completa y prosa selecta. Caracas: Ayacucho, 1978.
  • Rama, Ángel. La belle époque. Montevideo: Enciclopedia Uruguaya 28, 1968.
  • ——. «La estética de Julio Herrera y Reissig: el travestido de la muerte», Revista de la Facultad de Humanidades, 2 (1973) Río Piedras.
  • ——. La dudad letrada. Hannover, N. H.: del Norte, 1984.
  • ——. Las máscaras democráticas del modernismo. Montevideo: Fundación Ángel Rama, 1985.
  • Real de Azúa, Carlos. El patriciado uruguayo. Montevideo: Asir, 1961.
  • Spencer, Herbert. Principles of Sociology. New York: Appleton, 1901.


Indice