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Una estocada a Lautréamont

Ricardo Gullón





El erudito Maurice Virou asesta a Lautréamont una estocada certera en el artículo «Lautréamont y el doctor Chenu», publicado en Le Mercure de France. Virou, persuadido de que la obra de Lautréamont no ha sido estudiada hasta la fecha con el necesario rigor, se acercó a ella en actitud crítica, dejando a un lado las hagiografías partisanas, sin conmoverse por la virulencia de los ataques ni por las excomuniones lanzadas por los surrealistas contra quienes juzgan Los cantos de Maldoror como si fuera simplemente un producto literario y no el testimonio de la nueva revelación.

Al señor Virou le movía una desconfianza instintiva, un recelo terminante: se resistía a creer que hombre de la edad y circunstancias de Isidoro Ducasse pudiera tener los conocimientos de Historia Natural puestos de relieve en los Cantos, e incitado por la curiosidad que los ducassianos de estricta observancia calificarán acaso de malsana (aunque el adjetivo esté pasado de moda), comenzó a buscar de modo sistemático las fuentes de algunos pasajes descollantes. Estableció una lista de los pasos incriminados y trató de encontrar las condignas referencias en los diccionarios y obras manejados por Lautréamont.

La paciencia del señor Virou tuvo su recompensa. Ciertas páginas de los Cantos estaban copiadas de Buffon. Entusiasmado por este éxito, el malicioso investigador continuó trabajando, y pudo comprobar que Lautréamont no había tomado los textos buffonianos directamente de las obras del gran naturalista, sino de la Enciclopedia de Historia Natural compuesta por el doctor Chenu, que los reproducía indicando su origen. Los préstamos de Lautréamont son considerables y permiten pensar en la posibilidad de ulteriores descubrimientos que devuelvan a sus legítimos dueños otros fragmentos de la famosa obra. Entre los restituibles a Buffon figuran los párrafos del canto quinto, sobre el vuelo de los estorninos, en donde dos críticos (Marcel Jean y Arpad Mazei) advirtieron geniales conexiones ocultistas, reveladoras del parentesco existente entre lautreamontismo y ocultismo. Puntualicemos ahora que los hallazgos y revelaciones de monsieur Virou no disminuyen tanto como él cree la importancia de la obra ducassiana ni tienen la trascendencia que les atribuye, por ignorar (como ocurre algunas veces a quienes se entregan al apasionante deporte de la pulverización de los textos, tan agudamente practicado por el erudito investigador) en qué consiste la grandeza de esa obra, ciertamente original y renovadora por lo audaz de su concepción y el sostenido vigor con que el poeta transforma los materiales utilizados, transmutando lo ilógico y lo insensato en una deslumbradora fantasía que es, en conjunto, avasalladora. El bestiario de los Cantos, estudiado por Gaston Bachelard en el sustancioso librito que ha dedicado a Lautréamont, y las sorprendentes transformaciones de Maldoror, siguen pareciéndome testimonios de una imaginación poderosa. Quienes salen maltrechos y ridiculizados de la aventura son los críticos Jean y Mazei, que montaron especulaciones de insoportable pedantería sobre el fragmento tomado a Buffon. Merecido castigo a quienes toman la obra de arte como pretexto para juegos que, pretendiendo ser -o parecer- metafísicos, no pasan de petulantes y hueros. Y en cuanto a Lautréamont, convengamos con monsieur Virou en que acaso nadie le ha definido con tanto acierto como Albert Camus cuando, en L'homme révolté, le llama «un escolar casi genial».





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