Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Una etopeya

Ricardo Gullón





  —69→  

En edición limitada nos llega el último libro de Jaime Torres Bodet. Su rótulo: Estrella de día. Una obra tan limpia como suelen serlo las de este primoroso escritor: la descripción del carácter y costumbres de un hombre; una etopeya, dicho brevemente.

Cuando conocemos a este hombre, a Enrique, apenas si de la vida aprendió otra cosa que el asiduo laborar, navegante en la penumbra, incapaz de fuertes determinaciones, como vértice que es de lo enconado, cruce del áspero carácter materno con la bondadosa indecisión de fugas del padre; soñador con nostalgia de un pasado que ha de inventarse por el reflejo de los sueños en él, buscador de una vida que se le huye por entre las horas hasta que un día la sorprende, clavada en la fresca boca de una «estrella», y allí mismo se la   —70→   guarda, al viento de la mañana su erudición como la cáscara seca de una fruta exprimida.

Torres Bodet, como en otra temperatura Aldous Uxley, domina el arte fino de la alusión. Cuaja el relato entre cosas apenas dichas, sutiles como la huella de un lirio, ceñidas a la trama, sedimento de la mejor cultura, con un temblor en ellas que huele a poesía, a cosa íntima que se insinúa en acentos líricos, en reservados tonos que es preciso delicadamente escuchar.

Sin renunciar a una forma depurada, en cada nueva obra conseguida con más aparente simplicidad, esforzándose por conseguir la desnuda y difícil sencillez, Torres Bodet va nutriendo con preferencia el esqueleto de sus libros, la cálida entraña que en definitiva fija la tensión última. En Estrella de día, ni uno solo de los pliegues de este espíritu de Enrique queda por revisar, la pluma se hunde en todos los rincones, en los de plena tiniebla como en los iluminados por el sol del mediodía, y al regresar trae ensartada la pieza requerida, justamente la que hacía falta; tan fácil nos parece su labor desafectada que el total logro resulta previsto, indudable.

Cada sensación como una flor. Piedad es precisa y por eso está; la necesita Enrique y aparece en su momento con el aire de quien estaba cerca, esperando no más que le llegasen signos de llamada, como el buen actor junto a las candilejas aguarda la señal que ha de llevarle a escena. El monólogo pudo aquí hacerse diálogo, y si no cuajó fue porque en el propósito -dicho queda- Piedad no era sino un elemento más gracias al cual conocemos una variante en el perfil de Enrique que lo completa.

Es necesario que Torres Bodet se lance de un brinco a la novela; bien pertrechado está para ello: hábito de construir seres humanos y lógicos -tan deshumanizados como conviene y no más-, prosa dócil al sentimiento que lo conduce, amor al detalle que es cifra, clave del tema. Así pues, hacia la peripecia con brumas de misterio. Desde la orilla nuestro saludo y nuestra esperanza.





Indice