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Una mirada argentina de la revolución mexicana. La gesta de Manuel Ugarte (1910-1917)1

Pablo Yankelevich


Instituto Nacional de Antropología e Historia-Escuela Nacional de Antropología e Historia

Lo que piensa y siente el pueblo de México respecto de Nosotros [Estados Unidos], es una especie de lente a través del cual nos contempla el resto de América Latina. Para ellos, México es el escenario central en el cual ven cómo se libran sus propias luchas [...] por eso México conecta o desconecta la solidaridad latinoamericana.2







A principios de la década de los cuarenta, Anita Brenner, con adecuada precisión, describió el entramado de sentimientos que la revolución mexicana generó en el espacio latinoamericano. En efecto, lo que en un principio se creyó una revuelta más, entre los tantos enfrentamientos armados que recorren la geografía política continental, poco después se convirtió en una guerra de considerables dimensiones, que no sólo se extendía en el tiempo, sino que además, amenazaba con trascender sus fronteras.

En América Latina, la revolución mexicana alertó, pero también alentó, y al calor de este doble movimiento se fue tejiendo una red de vínculos político-intelectuales que cubrieron un escenario cargado de tensiones.

Argentina no fue la excepción. Los hallazgos más lejanos que hemos encontrado se remiten al periódico Regeneración, de amplia lectura en los círculos anarquistas rioplatenses desde por lo menos 1906. Por otro lado, la renuncia de Porfirio Díaz en 1911 fue motivo de una aguda observación por parte de analistas políticos argentinos preocupados por la suerte de un régimen fundado en el fraude y la exclusión y que, al igual que el mexicano, mostraba signos de claro agotamiento. En este sentido, por los intersticios de un debate nacional en torno a la necesidad y características de una reforma electoral, se fue constituyendo un clima especialmente sensible a los informes que se recibían de que una insurrección armada había echado por tierra la supuesta solidez del porfiriato3.

Sin embargo, cuando en abril de 1914 las tropas estadounidenses ocuparon el puerto de Veracruz, en Argentina la revolución mexicana dejó de ser sólo noticia y motivo de reflexiones especulativas en las planas periodísticas, para convertirse en objeto de preocupación en un extendido espectro político. Las razones eran tan variadas como los sectores involucrados. El abanico se extendió desde las más altas esferas del gobierno nacional4 hasta la misma jefatura del movimiento anarquista5. Y entre estos dos extremos, la revolución mexicana quedó instalada en el seno de partidos políticos, agrupaciones estudiantiles, núcleos literarios, en la cátedra universitaria y en organizaciones de carácter educativo, mutualista y barrial.

Hacia 1910, los perfiles político-culturales de la nación rioplatense comenzaban a mostrar las primeras grietas después de tres décadas dedicadas a la construcción de la Argentina moderna. El país alcanzaba el cénit de su expansión económica. La élite gobernante, eufórica por sus logros materiales, había conseguido constituir un juego de referencias y validación de comportamientos sociales que tenía a Europa como único punto de referencia. En este entorno comenzó a actuar una nueva generación de intelectuales.

Para la llamada Generación del 900, Argentina vivía una situación crítica, y para enfrentarla propusieron una serie de soluciones de índole moral e intelectual. En primer término, la aparición masiva de elementos desconectados del pasado nacional, producto del aluvión inmigratorio, fue conceptualizada como un verdadero riesgo. Ricardo Rojas expuso estas preocupaciones en La Restauración Nacionalista, publicada en 1909. En segunda instancia, aquellos hombres se mostraron inquietos por el espíritu materialista, por la falta de ideales, por el afán desmedido de riqueza que consideraban la contrapartida inevitable del progreso material generado por el proyecto oligárquico vigente desde 1880. Manuel Gálvez planteó estos problemas en El diario de Gabriel Quiroga publicado en 1910. Y por último, un tercer elemento se abrió paso en la conciencia de esta generación: una postura crítica al capital extranjero y de la mano de Rodó, el temor a Galibán. Manuel Ugarte sintetizó estas cuestiones en El porvenir de América Latina, editado en 1910.

La denuncia del peligro que entrañaba la expansión estadounidense, trasunta toda la prédica ugartista. Desde coordenadas espiritualistas, Ugarte escudriñó en la historia latinoamericana para erigir el concepto de raza latina en el elemento distintivo de su civilización. Para Ugarte, América Latina aparecía como un espacio donde «con ligeros matices, el medio social, las costumbres, las inclinaciones, los sentimientos y los gustos son idénticos. Desde el punto de vista de la raza, las repúblicas de origen hispano no pueden ser más semejantes»6. Diferencias de «espíritu» volvían irreconciliables las sociedades ubicadas a ambas márgenes del río Bravo.

Frente a las agresiones estadounidenses, Ugarte enarbola una propuesta defensiva sintetizada en la fórmula de unidad latinoamericana. El desafío consistía en trabajar por el establecimiento de vasos comunicantes entre las balcanizadas repúblicas del continente. El esfuerzo principal debía dirigirse a «concientizar el espíritu público»7. La unión latinoamericana, convertida casi en una obsesión, acompañará todo su accionar desde entonces y hasta el fin de su azarosa existencia8.

En Argentina, la revolución mexicana adquirió una presencia insoslayable gracias a la obra de Ugarte. Los límites necesariamente estrechos de este trabajo nos impiden recorrer su prolongada y rica vinculación con el medio mexicano. De manera más modesta, daremos cuenta de un derrotero que, en la segunda década de este siglo, consiguió colocar a México en el centro de una movilización popular de desconocidos alcances en la Argentina de entonces.

Dos cuestiones nos interesan; la primera, demostrar que México y su Revolución sirvieron de catalizadores para que los contornos de una primigenia posición antimperialista emergieran con claridad en la arena política argentina. La segunda, mostrar que la aproximación de Ugarte a la realidad mexicana estuvo muy lejos de ser lineal, y que su definitiva adhesión a la Revolución estuvo mediatizada por una campaña publicitaria ideada por hombres del constitucionalismo. Ugarte, entre otros intelectuales latinoamericanos, fue interceptado por aquella campaña, que enderezó sus opiniones, hasta convertirlo en un ferviente partidario y extraordinario publicista de la causa liderada por Venustiano Carranza.

El escritor argentino alcanzó dimensión continental no precisamente por su frondosa producción literaria -más de treinta títulos entre obra poética, narrativa y ensayística9-, sino por la colosal gesta que emprendió a favor de la unión continental. Para ello, no ahorró esfuerzos ni recursos. Así, entre febrero de 1911 y diciembre de 1913 recorrió una veintena de naciones latinoamericanas, haciendo pública su voluntad de construir «el andamiaje de un sistema de defensa continental contra el imperialismo anglosajón»10.

Como parte de este periplo, desembarcó en Veracruz en los últimos días de 1911. Contactos previos con los redactores de la Revista Moderna y las elogiosas críticas que miembros del Ateneo de la Juventud dispensaron a su libro El porvenir de América Latina, indicaban que aquella escala estaba bien encaminada11.

Sin embargo, maniobrando en la compleja realidad política de México, Ugarte se convirtió en la figura central de un conflicto que alcanzó importantes dimensiones.

El carácter «denuncialista» de su discurso le permitió ganar una considerable simpatía en los círculos universitarios12. Simpatías a las que luego se sumaron las de otros grupos antimaderistas, junto a la mayoría de la prensa capitalina.

Antimaderistas y neoporfiristas, parapetados en puestos clave y gozando de las ventajas de tener a la prensa de su parte, atacaron constantemente al gobierno, y entre los distintos argumentos que esgrimían apareció con insistencia la acusación de que la Revolución había sido financiada con dinero estadounidense. Este argumento resultó coincidente con la naturaleza de las arengas de Ugarte, y éstas, en consecuencia, coadyuvaron a fortalecer posturas nacionalistas en México, además de que sirvieron para legitimar el discurso de los opositores al gobierno de Madero.

A pesar de que Ugarte manifestó «ignorar por completo las cuestiones políticas internas de México», no pudo permanecer ajeno a ellas, ya que al mismo tiempo declaraba su intención de «contrarrestar la infiltración de los Estados Unidos en América Latina»13.

La procedencia y amplitud de las muestras de apoyo orillaron al gobierno mexicano a tomar una prudente distancia. El Ateneo de la Juventud revocó su compromiso de patrocinar sus actividades, y el periódico Nueva Era se encargó de aportar mayor confusión a una atmósfera de por sí enrarecida14.

Esta situación llevó a Ugarte a denunciar una «campaña desde las alturas, para obstruir la marcha del que sólo desea que nuestras tierras se coordinen para resistir la absorción yanqui»15. Estas declaraciones terminaron por provocar un verdadero escándalo. Su nombre pasó a ocupar las primeras planas de la prensa capitalina, y fue usado para «confirmar» la existencia de «acuerdos» entre Washington y el gobierno mexicano16.

Estudiantes, periodistas y opositores de turno cerraron filas alrededor de Ugarte. Desde los balcones de su hotel y más tarde en la tribuna de un teatro capitalino, arengó a sus seguidores:

Cada vez que permitimos al yanqui intervenir en nuestros asuntos internos, atentamos contra la raza [...], debemos defender en nuestros campos la integridad territorial, y trabajar por que se lleve a cabo la unión latinoamericana17.



El orador no hacía distingo alguno. El enemigo era «aquel que capitula, y se inclina ante la raza rival»18. Con estas apelaciones, resultó fácil generar un amplio círculo de seguidores.

La experiencia mexicana reafirmó en el viajero tanto la certeza de sus denuncias como la validez de su propuesta. Su horizonte «doctrinal» mediatizó la caracterización del proceso que echó por tierra los 30 años de gobierno porfirista. Ugarte se adhirió acríticamente a los argumentos nacionalistas de los opositores de Madero. Sobre esta base, reflexionó acerca de la Revolución, para escribir tiempo después:

El general Díaz tuvo que abandonar el poder, después de haber hecho de México durante su dictadura un país próspero, por tres razones: porque se negó a arrendar a los yanquis para una estación militar, la llamada Bahía de la Magdalena, porque intentó un tratado de defensa y alianza con Japón, y porque permitió, enviando un barco, que el general Zelaya, última resistencia de Nicaragua contra la absorción norteamericana, saliera con vida de su país [...]. Para derrocar a Díaz, que no quería hacer de su país un feudo de Estados Unidos, la Casa Blanca inventó una Revolución [...]19



Esta opinión pronto resultó efímera; sin embargo, como resultado de esta visita, Ugarte construyó el pilar que sostuvo toda su campaña solidaria, esto es, el convencimiento de que México constituía un bastión privilegiado en el diseño de políticas tendientes a la defensa de las soberanías nacionales:

Al levantar la voz en esta tierra mexicana, creo poder gritar al continente entero que nuestra América está salvada, porque sus hijos más amenazados, son los primeros en erguirse en la propia línea de demarcación, para decir a los yanquis: ¡hasta aquí!20



Ugarte estaba en Buenos Aires cuando los marines desembarcaron en Veracruz. En aquella coyuntura, su prédica encontró un vivo ejemplo en el caso mexicano. La reciente visita a México pronto lo convirtió en referente obligado para una prensa ávida de informaciones. Consultado por los periódicos, denunciaba una campaña norteamericana tendiente a desacreditar a México:

Estados Unidos están empeñados en presentar a México como un pueblo semibárbaro, con instintos sanguinarios [...], cuando en realidad, el país hermano se debate heroicamente en una lucha monstruosa ante el más terrible de los atentados21.



Mientras en el Departamento de Estado y en las cancillerías del ABC comenzaba a fraguarse el plan mediador, Ugarte se dirigía a la diplomacia argentina para señalar:

Nuestra política exterior debe hablar claro. Decir nuestra contrariedad ante el atentado incalificable, y tratar de que la vergüenza no caiga sobre nosotros. Hacer lo posible para que en la Historia no figuremos como cómplices22.



Ugarte había cosechado éxitos significativos a lo largo de su gira continental. Después de una larga ausencia, regresó a Argentina en 1913. La situación mexicana se reveló muy útil para medir el grado de influencia que sus ideas tenían en una realidad que no era otra que la de su propio país.

Entre el incidente en el puerto de Tampico y la invasión a Veracruz, su voz se hizo presente en decenas de declaraciones periodísticas. A raíz de ellas, el escritor argentino comenzó a recibir millares de cartas de adhesión a su conducta y a la causa mexicana23.

Esta asombrosa correspondencia prueba que las apelaciones ugartistas hicieron mella no sólo en su reducido núcleo intelectual de la capital argentina sino en un espectro social amplio, que abarcaba militantes políticos, círculos literarios, líderes y estudiantes universitarios, organizaciones barriales, prensa del interior del país, núcleos intelectuales de Uruguay y Chile, y en hombres y mujeres anónimos, de humildes orígenes, que en la mayoría de los casos reconocían una nacionalidad española.

Junto a firmas de «relieve»24, la mayoría de las cartas fueron anónimas, carentes de la prosa característica de las comunicaciones epistolares de la época, pero reveladoras de una asombrosa disposición para librar una batalla solidaria. Muestra de ello, es la siguiente carta firmada por «un obrero español»:

No puedo, por menos, que tenerle que escribir, estas, mal, trazadas, letras, para que, si, preciso fuera, el, tener, que formar, una, guerrilla, para hir, a pelear, a defender, nuestros hermanos de megico, para que salieran hairosos, de la inbasion, Norte, A. Mericana [...] le escribo, estas letras, para que, si preciso fuera, podran, contar con, migo, estando dispuesto parair y luchar, asta, derramar mi ultima gota de sangre para bien de los megicanos. Esto es cuanto le puedo, ofrecer, porque soy un pobre obrero [sic]25.



Ugarte tradujo en una organización solidaria esta extendida red de comunicaciones. El 25 de abril de 1914 quedó constituido el Comité pro México, como producto del «movimiento de simpatía hacia la noble nación mexicana que sirve actualmente de rompeolas en todo el continente»26.

El comité fue presidido por Ugarte27, y en la primera sesión quedó integrada una comisión de finanzas «encargada de organizar una suscripción nacional con el fin de enviar recursos pecuniarios al pueblo mexicano»28. De igual forma, se acordó iniciar gestiones para la realización de una manifestación pública.

Como consecuencia, comenzó a llegar una nueva avalancha de cartas: instituciones educativas, sociedades mutualistas, asociaciones profesionales, clubes sociales, organizaciones estudiantiles comités políticos, enviaron su adhesión acompañando hojas cubiertas de firmas. Los remitentes indican una extensa distribución territorial. En su mayoría provenían de la ciudad capital y la provincia de Buenos Aires, de Santa Fe, Córdoba y Mendoza. Uruguay y Chile volvieron a estar presentes, e incluso llegó una carta remitida desde Perú, que firmó el teniente R. Rebsamen en nombre de la Escuela Militar de Chorillos29.

A pesar del cosmopolitismo y la lejanía geográfica, un sector significativo de la sociedad argentina encontró en la demostración de simpatías a México un vehículo para materializar sentimientos de identidad y pertenencia a un ámbito nacional y continental. Muchas comunicaciones no eran sólo de adhesión, sino que además comunicaban la constitución de «Comités» locales pro México. Algunas informaban del nombramiento de representantes ante el comité presidido por Ugarte, y finalmente, otras anunciaban la fundación de centros políticos «cuyos fines y programas de acción procurarán el acercamiento de los pueblos de origen latino de este continente»30.

La campaña en busca de recursos financieros no guardó proporción con el interés que despertó la causa mexicana. Donativos aislados constituían más un motivo de celebración que aportes significativos capaces de conformar un fondo digno de enviarse a los «patriotas» mexicanos. Esporádicamente, las reuniones estudiantiles fueron matizadas con entusiastas vítores a México, cuando se daba lectura a alguna carta poniendo a disposición cierta cantidad de dinero. Pero en realidad, el financiamiento del comité corrió a cargo de los ahorros de su presidente.

La proyectada manifestación pública comenzó a planearse. Se fijó la fecha del 2 de mayo. El local de la Federación Universitaria de Buenos Aires se convirtió en el cuartel general del comité. Fue constituida una comisión de propaganda con el objeto de «solicitar el concurso franco y eficaz de los diarios metropolitanos en pro de México». Por otro lado, un nutrido grupo de estudiantes anunció la realización de una serie de conferencias en distintos barrios de la ciudad, con el fin de «esclarecer la situación, e invitar a la manifestación»31.

Ugarte, sin elogios de ningún tipo, apoyó la gestión mediadora del ABC, aunque su apuesta fue otra: «sólo la acción popular puede detener a las tropas yanquis que ocupan el territorio mexicano», declaraba a la prensa, convencido de que la manifestación pública «ratificará la acción de las cancillerías»32.

Las autoridades argentinas no tuvieron la misma opinión. Primero el jefe de la Policía Federal y después el propio canciller José Luis Murature, se encargaron de comunicar la prohibición de realizar cualquier demostración pública33.

La prensa siguió los entretelones de esta situación. La Nación, vocero oficialista, manifestó su acuerdo con la decisión de las autoridades:

La mediación impone a nuestro país la más absoluta imparcialidad. [...] sería un contrasentido que mientras nuestro gobierno ofrece para resolver el conflicto sus oficios de amigo común, nos entregaremos a manifestaciones abiertamente favorables a uno de los dos países en conflicto34.



Otros periódicos asumieron la defensa del Comité pro México. La actitud del gobierno fue calificada de «impolítica» y violatoria al derecho constitucional que garantiza la libre manifestación de las ideas35.

El 30 de abril, la dirección del comité hacía pública una declaración que, impresa en tamaño de carteles, fue pegada en las paredes del centro de la ciudad:

Traducimos la protesta de hombres de todos los partidos, y de todas las clases sociales, contra el imperialismo, contra la conquista, contra la anexión [...]. La manifestación proyectada ha sido prohibida [...], rogamos a todos los que se han adherido a ella, que continúen en sus puestos, y que intensifiquen la propaganda hasta que podamos dar a nuestra propuesta toda la amplitud que exige nuestro entusiasmo. ¡Viva México!36



Las actividades del comité prosiguieron. La comisión de propaganda resolvió publicar un folleto, el primero de una serie, sobre la actuación de Estados Unidos en México. Al mismo tiempo, la dirección del comité dirigió una solicitud a los dueños y empresarios de cinematógrafos con el fin de no exhibir «cintas de origen norteamericano, donde el papel de traidores lo representa siempre un actor disfrazado de mexicano»37.

El fervor latinoamericanista cristalizó en la fundación de la Revista Americana y en la creación de una nueva organización: la Asociación Latinoamericana. Estas dos instancias tenían una estrecha vinculación, y aunque la primera no se decía órgano de prensa de la segunda, ambas compartieron un mismo clima intelectual.

En abril de 1914 se hizo público un prospecto publicitario que anunciaba la próxima aparición de la Revista Americana. No es difícil descubrir la pluma de Ugarte en la declaración de principios:

[...] En América no nos conocemos [...]. Es un contrasentido que las noticias de América Española nos lleguen después de haber pasado por Washington [...]. El pálido reflejo de la existencia de ciertas regiones nos llega hoy con la ayuda de las líneas telegráficas enemigas [...]38.



Meses más tarde, la Revista Americana ya estaba en circulación. El cuerpo principal eran noticias y artículos sobre los países latinoamericanos. México ocupaba un lugar destacado. Tres artículos le fueron dedicados, y en nota editorial, Ugarte calificaba la conducta del pueblo mexicano, como un «verdadero parteaguas en el largo historial de agresiones norteamericanas a nuestro continente»39.

Paralelamente, el Comité pro México se transformaba en la Asociación Latinoamericana. Un manifiesto redactado por Ugarte daba cuenta de que «sentimientos cada vez más robustos de cofraternidad latinoamericana» habían dado origen a su más reciente creación40.

Mientras prensa y gobierno argentinos celebraban el «feliz resultado» de las Conferencias de Niagara Falls, la Asociación Latinoamericana recordó lo que todos parecían olvidar: «la solución tan felizmente auspiciada por el ABC, no ha contemplado que tropas extranjeras siguen ocupando el puerto de Veracruz». Por ello, en la misma Declaración de Principios de la Asociación, se dejó asentado que las tareas de solidaridad con «la República Mexicana no pueden considerarse terminadas hasta el retiro total del ejército de ocupación»41.

El funcionamiento de la Asociación Latinoamericana se orientó hacia tareas en la esfera de la cultura. En las postrimerías de 1914 anunciaba la realización de un ciclo de conferencias. Ricardo Rojas, Manuel Gálvez, José Ingenieros y Manuel Mora y Araujo, fueron los encargados de mantener vivo el interés por los problemas del continente.

Ugarte no pudo romper el cerco informativo impuesto por «líneas telegráficas enemigas»42. Esta situación terminó por convencerlo de que México se desintegraba en una guerra civil de imprevisibles dimensiones. Tal preocupación se hizo evidente en un documento que, a principios de 1915, dirigió «A la juventud y al pueblo de México». En él hizo un llamado a la pacificación, en el entendimiento de que de ella dependía la sobrevivencia de la nación mexicana. «Prolongar la guerra -decía Ugarte- significa un verdadero suicidio nacional»43.

El estallamiento de la primera guerra mundial restó atención a México en la prensa. Mientras los diarios argentinos seguían con banderitas en los mapas las más ligeras oscilaciones en la línea de trincheras de los ejércitos europeos, Ugarte permaneció atento a la realidad mexicana.

Por los perfiles nacionalistas de sus propuestas44, Ugarte pasó a ocupar un lugar marginal en el espectro político argentino. Sólo las organizaciones estudiantiles continuaron alimentando un fervor latinoamericanista que tornó renovados impulsos a la sombra de la guerra europea.

En aquellos años, Ugarte mantuvo una posición claramente neutral frente a los ejércitos beligerantes. Con igual dureza condenó la agresión británica a navíos argentinos45 que la ocupación de Bélgica por el ejército alemán.

Aunque el discurso nacionalista generaba escasas adhesiones, no sucedía lo mismo cuando Ugarte apelaba a la causa de las naciones débiles avasalladas por las potencias mundiales. En este terreno fue donde cosechó sus mayores éxitos. Después de la prohibida manifestación en apoyo a México, la defensa de Bélgica sirvió de prueba para demostrar la capacidad de convocatoria de la Asociación Latinoamericana. Acompañada de una amplia publicidad, la asociación realizó un acto en un teatro capitalino. Las expectativas de Ugarte quedaron plenamente satisfechas, «tal fue la afluencia de público, que la policía se vio en la necesidad de cerrar las puertas de acceso al local»46.

En agosto de 1915 se reactivó la campaña en favor de México. Los detonadores fueron, por un lado, la decisión de la cancillería argentina de volver a inmiscuirse en los asuntos mexicanos, participando en la Conferencia por la Paz convocada por el Departamento de Estado, y por otro, la estrategia diplomática que hacia América Latina desplegó el carrancismo para denunciar el nuevo proyecto intervencionista47. En este contexto, el periódico La Tarde de Buenos Aires, reprodujo un editorial de El País de México: «Argentina en vergonzosa entente con los Estados Unidos [...] se alía al enemigo jurado de nuestra raza [...] ¿Qué diría ahora Manuel Ugarte?»48

Ugarte no tardó en responder: «Tiene razón El País, el ejemplo que estamos dando en América merece ser calificado de vergonzoso [...], pero nadie puede creer que la opinión de Argentina abandona a México»49. Y como muestra de ello, la Asociación Latinoamericana convocó a un acto que se realizó en la Plaza del Congreso de Buenos Aires. En la tarde del 22 de agosto de 1915, más de diez mil personas se congregaron en una manifestación sin precedentes en la Argentina de entonces.

Entre banderas argentinas y mexicanas, acompañado de líderes estudiantiles y representantes de la comunidad mexicana residente en Buenos Aires, Ugarte se dirigió a los asistentes para preguntar:

¿Con qué derecho intervenimos en México, si México expresa de manera tan definitiva su rechazo? [...] Extendamos la mano a México, pero que sea para servirlo y no para servirnos de él [...] El pueblo y la juventud argentina no apoyan la intervención. ¡Viva México!50



Dado que el acto se había realizado sin autorización, la represión no tardó en llegar. Una vez terminados los discursos, y ante la espontánea decisión de los concurrentes de realizar una marcha por las calles adyacentes, la policía «cargó contra la multitud persiguiéndola hasta en las aceras»51. Entre heridos y detenidos concluyó aquella manifestación de solidaridad hacia México.

Por su desbocado antinorteamericanismo, Ugarte terminó excluido de los círculos de la política oficial argentina52, aunque desde el extranjero continuaba siendo objeto de elogioso reconocimiento53.

Las noticias del ingreso de la expedición Pershing y, tiempo después, el combate de El Carrizal, inyectaron nuevos ánimos a las huestes ugartistas. A fines de junio de 1916, el «Paladín de la causa latinoamericana» volvió a colmar la capacidad de un teatro de Buenos Aires, para elevar su protesta ante la nueva invasión estadounidense54.

En el arco solidario que Ugarte consiguió articular, su percepción de la explotación revolucionaria continuaba inalterada, que se reducía a un producto de las maquinaciones anexionistas de Washington55. Sin embargo, esta aproximación no fue obstáculo para que rápidamente fuese interceptado por los emisarios de un constitucionalismo urgido por ganar apoyos internacionales56.

El carrancismo encontró en Ugarte un verdadero interlocutor, y el responsable de ello fue Isidro Fabela57. Desde su llegada a Buenos Aires, el diplomático mexicano estrechó vínculos con Ugarte, y desde entonces selló con él una amistad que los unió por el resto de sus vidas.

Fabela no tardó en descubrir las ventajas que reportaría un acercamiento entre Ugarte y el gobierno mexicano; por eso, desde Río de Janeiro, telegrafió a Carranza: «Creo muy conveniente que Ud. conozca a Manuel Ugarte. Creo que será un activo, inteligente y entusiasta propagandista de nuestra causa nacional y continental»58.

Mientras el canciller Cándido Aguilar se aprestaba a girar una invitación especial para que visitara México; en Buenos Aires, la Legación Mexicana se encargaba de organizar el ceremonial para la conmemoración de la independencia. Suspendido durante un quinquenio, en 1916 volvió a conmemorarse el «Grito de Dolores», con un amplio despliegue propagandístico. La recepción oficial tuvo a Ugarte como principal orador59.

En octubre de 1916, Fabela entregó a Ugarte una invitación oficial60. Al mismo tiempo, se ponía a su disposición la suma de 3 500 dólares para sufragar los gastos del viaje61.

Su partida estuvo precedida de una serie de actos. Uno de ellos se realizó a mediados de enero de 1917, con el fin de rendir homenaje a una delegación de estudiantes mexicanos recién llegada a Buenos Aires. El carrancismo promovió esta visita, que tenía por objeto estrechar relaciones con las organizaciones estudiantiles argentinas62. La legación mexicana en Buenos Aires presentó a los viajeros ante la Asociación Latinoamericana y la Federación Universitaria de Buenos Aires, y esta última fue la encargada de promover la reunión. En aquella asamblea estudiantil destacaron como oradores dos futuros líderes del movimiento de reforma universitaria: Gregorio Berman y José María Monner Sanz.

Los estudiantes argentinos maduraban la idea del papel que, poco después, habrían de desempeñar en el estallamiento del movimiento reformista. Las apelaciones de Ugarte hicieron mella en la conciencia de aquellos líderes, y éstos comenzaron a manifestar una firme voluntad de capitanear un movimiento de amplia regeneración política que pronto halló eco en el resto del continente.

En esta coyuntura se insertó la experiencia mexicana. México comenzó a aparecer como tierra de una nueva utopía; tierra de libertad, de reformas y heroísmo, con gobernantes interesados en afianzar la unión latinoamericana, fundamento de un futuro que se pensaba afortunado.

Para los oradores de aquel acto, América Latina estaba en los umbrales de una nueva era, y en ella, según palabras de Berman, México, después de su Revolución, encarnaba «el modelo de una democracia americana, gobernada por fuerzas de cultura y de derecho, y no por el privilegio y la conveniencia»63.

Fue en los últimos días de enero de 1917 cuando Ugarte inició su viaje64. Este volvía a asumir la forma de gira continental. Dadas las inseguridades de las comunicaciones en el Atlántico, se optó por una ruta que incluía Santiago, Lima, Panamá y La Habana.

El viajero emprendió su aventura en medio de un convulsionado escenario internacional. Los alemanes habían declarado la guerra ilimitada. Definir una postura ante un eventual ingreso del ejército estadounidense al campo de batalla europeo se convirtió en preocupación central de gobernantes, políticos e intelectuales del subcontinente. Compartiendo esta inquietud, el neutralismo de Ugarte, comenzó a virar gradualmente hacia posiciones pro germanas. Entrevistado en Santiago de Chile, expresó:

Si recordamos que América Latina aprovechó la guerra de Francia con España para emanciparse de ésta [...], no podría asombrarnos que las regiones actualmente sojuzgadas por Estados Unidos, sacaran legítimamente partido de un conflicto que tendría que aligerar fatalmente la presión que sobre ellas se ejerce65.



La intervención carrancista comenzó a mostrar sus primeros frutos. La propuesta mexicana de conformar un bloque de países neutrales fue elogiada por el argentino66, asumiendo una defensa del constitucionalismo a través de la crítica al ABC:

El ABC se mató a si mismo [...] por más que esto no se haya confesado, ni sabido, aceptó en sus conferencias a uno de los partidos en lucha, sacrificando al que resultó triunfante [...] El ABC no tuvo independencia [...], nació influenciado por una lejana paternidad67.



Estas declaraciones despertaron una avalancha de acusaciones. Acorralado por una prensa que no vaciló en denunciar que su campaña era financiada con dinero alemán, Ugarte, en aquella escala chilena, recibió una nota solidaria firmada por Fabela:

Quién sabe cuál será el resultado práctico de su campaña ideal, pero tanto Ud. como yo, sabemos que si nuestro afán de unir a todos los pueblos de la América Latina no tiene pronto éxito, lo tendrá mediato, habrá de tenerlo, porque vive en nuestra sangre, y en otra ley fuerte también: la conveniencia68.



Con la mirada puesta en México, el escritor continuó su viaje. A lo largo del itinerario, repetía insistentemente, lo que en efecto creía: «Mediante actos de independencia y gallardía [...] México se ha puesto de pronto a la cabeza de la política latinoamericana»69.

Ugarte llegó a México en los primeros días de abril de 1917. Contrastando con su anterior visita, en esta ocasión, «gobierno y pueblo» mexicanos tributaron, en una ininterrumpida secuencia de homenajes, el reconocimiento que el visitante esperaba70.

En Veracruz los actos se prolongaron varios días, pero además, la travesía rumbo a la capital se demoró más de lo previsto, pues en cada escala del ferrocarril, la presencia del «ilustre huésped» era objeto de demostraciones públicas.

«Una verdadera ola humana invadió los andenes de la estación», cuando el tren arribó al Distrito Federal. Entre los acordes de una banda militar, y rodeado de delegaciones de profesores y estudiantes universitarios, Ugarte sentenció: «México era ignorado en la Argentina, pero ahora se le respeta y quiere», y con estas palabras quedó inaugurado un programa de eventos que habría de prolongarse por espacio de casi dos meses71.

Una agenda atiborrada de actividades llenó las primeras semanas de su estadía. No faltaron las entrevistas con miembros del gabinete y con el presidente Carranza. Con relación a esta última, el visitante apuntó en su diario de viaje: «Me recibió sin pompas, y durante la audiencia, que duró hora y media, habló de resistencias conjuntas, de ideales amplios, como jamás lo hizo ante mí ningún otro presidente»72.

Ugarte estaba frente al modelo de gobernante que su prédica proponía, y ésta, sin lugar a dudas, se veía plasmada en aquel momento de la historia mexicana. Según su versión, de claros matices autocelebratorios, preguntó a Carranza si sería nociva para la política de México una completa exteriorización de las ideas que sostenía. «Exponga Ud. cuanto crea necesario -repuso Carranza- y tenga la certidumbre de que nunca dirá contra el imperialismo más de lo que yo pienso.»73

La noticia de su llegada a México compartía los titulares de la prensa junto a otros que daban cuenta de la determinación de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos de acompañar a Estados Unidos en su declaración de guerra a Alemania.

Un ambiente mexicano permeado de opiniones favorables al bando germano74 sirvió a Ugarte para confirmar la perspectiva con que, a últimas fechas, observó el conflicto europeo.

Ugarte comprendió y compartió los verdaderos sentimientos que se expresaban en aquel ambiente; por ello, en dos conferencias sostenidas en la última quincena de mayo75, asumió una abierta defensa de los imperios centrales. Esta situación le valió el mote de germanófilo, del que no pudo desprenderse sino muchos años después.

En sendos actos presididos por el rector de la Universidad .Nacional, directores de escuelas y representantes estudiantiles, adecuó su propuesta defensiva a los tiempos de un mundo convulsionado por la guerra. Bajo el título de «La diplomacia latinoamericana», el orador defendió «una neutralidad que como en México, no escondiera simpatías por los pueblos de los imperios centrales [...], porque una Alemania victoriosa haría contrapeso al imperialismo del norte, mientras que el triunfo de los aliados, significará un protectorado norteamericano [...]»76.

Entre una mayoritaria prensa favorable, sólo El Universal se permitió disentir. En apoyo del bando aliado, dedicó varios editoriales, pero también abrió una sección donde el público podía expresar sus opiniones.

A pesar de sus ataques, el periódico dirigido por Félix Palavicini se cuidó de no descalificar por completo la figura del «ilustre visitante», que por cierto, continuaba siendo motivo de homenajes:

Los brillantes antecedentes de Ugarte, que lleva quince años dedicados a la defensa del ideal latinoamericano, no permiten ninguna duda sobre los móviles de su conducta, si no fuera así, despertaría algunas sospechas [...], a veces se antoja estar en presencia de un agente diplomático de la Wilhelmstrasse77.



Ugarte no guardó silencio. Sus argumentos fueron pobres, pero de una eficacia que terminó por clausurar la polémica generada por El Universal:

El problema es claro, ¿debemos estar a favor o en contra de los que después de haberse apoderado de la mitad del territorio, han invadido dos veces la tierra mexicana en estos últimos años? Yo he expresado mi convicción, que los que piensen lo contrario abandonen las sutilezas, para definir su manera de ver78.



Si el germanismo de Ugarte nos parece de dudosa factura, lo fue también para Manuel Malbrán, ministro argentino en México, quien, por cierto, tenía pocas simpatías por nuestro personaje79. El diplomático argentino, testigo de aquellas manifestaciones pro alemanas, tiempo después escribió en un informe:

El verdadero sentimiento es antiyanqui, pero no pudiendo desahogarlo con gritos de «Mueran los Estados Unidos», buscan su válvula de escape gritando «Viva Alemania», sin que ese grito importe en realidad otra cosa que el de «Vivan los que enfrentan a los Estados Unidos»80.



La prolongada estancia en México permitió a Ugarte valorar por primera vez el fenómeno revolucionario. Y en función de ello, en cada escala de su ruta de regreso, fue perfilando los contornos de una campaña en favor del gobierno surgido de la Revolución.

Interrogado por periodistas en Lima, Ugarte abandonó para siempre la defensa de Porfirio Díaz, y pasó a indicar:

Durante los regímenes anteriores México había seguido una política de condescendencia [...]. Con la Revolución se han roto muchas tradiciones, y entre otras, la de vivir supeditado a lo que viene del Norte [...]. El gobierno de Carranza marca el primer momento en que una república latinoamericana se ha atrevido a erguirse ante los Estados Unidos, iniciando una política de emancipación.81



En Chile se explayó aún más: «La Revolución Mexicana no ha sido un simple choque entre jefes, ha sido una remoción fundamental de la vida del país [...]» El texto del artículo 27 constitucional mexicano fue motivo de alabanza82, pero sobre todo, y para satisfacción del constitucionalismo, Ugarte se encargó de transmitir la siguiente imagen:

He recorrido la República Mexicana [...] y puedo afirmar de manera definitiva, que México se encuentra actualmente en plena era de reconstrucción [...]. El gobierno constitucional, perfectamente legalizado [...] controla efectivamente la situación del país83.



De regreso en Argentina, la prédica de Ugarte se sumó al torrente de un discurso «juvenilista», que poco después se transformaría en voluntad colectiva para confluir en las movilizaciones de la reforma universitaria. Y en efecto, la explosión reformista de 1918 capturó a nuestro «paladín», para convertirlo en el principal orador en el acto de fundación de la Federación Universitaria Argentina. La reforma universitaria estaba en marcha, y en las proclamas estudiantiles, impregnadas de fervor latinoamericano, resulta fácil descubrir la impronta ugartista.

A pesar de lo distante y diferente, el México revolucionario dejó una huella profunda en Argentina. Frente a la quiebra del europeísmo implícita en la primera guerra mundial, en un sector importante de las capas medias, la experiencia mexicana amplió el horizonte de un reclamo tendiente a recomponer los espacios social y político. Desde esta perspectiva, la gesta de Ugarte tuvo la virtud de introducir la cuestión mexicana en una Argentina hasta entonces de espaldas al resto de América Latina, permitiendo que se decantaran reflexiones y comportamientos de claros perfiles antimperialistas.

Lo anterior se debió al diseño de una campaña publicitaria que el carrancismo emprendió con el objetivo de enderezar imágenes distorsionadas que del proceso revolucionario transmitían los cables estadounidenses. Esta campaña mostró una sorprendente eficacia, sobre todo en un sector de la sociedad argentina particularmente sensible al acontecer continental.

De entre todas las facciones en lucha, la constitucionalista fue la única que demostró una sostenida preocupación por legitimarse en el terreno internacional. Carranza y sus hombres rápidamente se percataron de que las batallas para el triunfo debían ser tanto militares como diplomáticas. Y entre estas últimas, desde 1914, el frente latinoamericano mereció una atención especial.

Enviados especiales, ministros plenipotenciarios y delegaciones obreras y estudiantiles iniciaron un recorrido permanente por la geografía latinoamericana. El interés por explicar el verdadero sentido de la Revolución pronto desembocó en la proyección de la imagen de un país en pie de lucha contra las agresiones estadounidenses. El combate por la defensa de la soberanía nacional, encabezado por la facción que a la postre resultó victoriosa, consiguió articular en el espacio latinoamericano, una red de vínculos político-intelectuales de perdurable presencia una década más tarde.

El carrancismo no escatimó recursos financieros en su esfuerzo por constituir una retaguardia solidaria. El presupuesto destinado a la «captura» de Ugarte (cerca de 10 000 dólares) resulta significativamente elevado. Pero nuestro paladín no fue una excepción. Desde 1916, campañas periodísticas llenaron planas de la prensa rioplatense, recepciones oficiales y conferencias sirvieron para hacer propaganda a la gesta revolucionaria; el envío permanente de folletería apologética engrosó acervos de bibliotecas públicas y privadas mientras se apilaban en las redacciones de periódicos y revistas. La lucha de un México amenazado e invadido comenzó a asumir contornos de «ejemplaridad». Quizás por ello, y parafraseando a Anita Brenner, la revolución mexicana permitió vincular a Argentina con los cauces de un movimiento de amplia solidaridad continental.






Siglas y referencias

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