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Una muestra de eclecticismo de Ramón López Soler: «Las señoritas de hogaño y las doncellas de antaño»

Enrique Rubio Cremades





Ramón López Soler representa uno de los ejemplos más interesantes y a la vez más curiosos del quehacer novelístico romántico. Si tuviésemos que definir su talento periodístico a lo largo de su corta vida, observaríamos que su postura ecléctica sería el rasgo más significativo. Si esto sucede en sus múltiples artículos dados a la prensa1, otro tanto ocurre con sus novelas publicadas, narraciones de muy dispar significado y adscritas a las múltiples corrientes novelísticas de los años treinta. Si R. López Soler es conocido hoy en día como el introductor de la novela histórica, fiel imitación de las narraciones de W. Scott2, se desconoce, por ejemplo, que también es el primer escritor que ensaya en España nuevos contenidos novelísticos de gran interés y aceptación en décadas posteriores. Por ejemplo, su novela Jaime el Barbudo3, supone el primer intento de novelar las hazañas de un célebre bandido, personaje que más tarde aparecerá como protagonista en numerosas novelas y representaciones teatrales4. Otro tanto ocurre con su desconocida novela El Pirata de Colombia5, auténtica rareza bibliográfica que inicia el ciclo de relatos que tendrán como protagonista las andanzas y desventuras de un ser que, al igual que en la anterior novela, reúne todos los rasgos del bandido noble y generoso.

No queremos hacer una exhaustiva relación de las novelas de Ramón López Soler. Digresión que nos apartaría del verdadero contenido de este trabajo. Tan sólo manifestar que dicho autor no solamente se muestra hábil y capaz para la narración de aventuras, tanto caballerescas como coetáneas a su época, sino que también desarrolla otros contenidos temáticos -inspirados en sucesos actuales al autor- que suponen la defensa de un ideario estético y de contenido completamente distinto al de sus anteriores relatos. Esto, lejos de ir en detrimento de su personalidad literaria, hace posible que podamos definir al escritor como hombre ecléctico, reconciliador tanto en la teoría -recuérdense, una vez más, sus artículos de crítica literaria- como en la práctica.

En Las señoritas de hogaño y las doncellas de antaño el autor censura, precisamente, el tipo de novelas que él con anterioridad había escrito, como, por ejemplo, El Pirata de Colombia. En la «Advertencia» que figura al frente de la novela objeto de nuestro estudio, los editores manifiestan claramente que su objetivo no es otro que el de exponer una lección moral. El tono didáctico marcará, pues, la pauta en este relato de López Soler: «Nadie dejará de convenir en que la entretenida lectura de Las señoritas de hogaño llena completamente el objeto de tan oportuna crítica y la utilidad moral que nos hemos propuesto en la presente Biblioteca»6. La crítica se dirige, principalmente, hacia aquellas personas que hacen gala de una desmesurada fantasía y viven absortas en un mundo desbordante de ilusiones inalcanzables. Lances caballerescos, amantes apasionados, seres marginados de la ley, reyertas, raptos, paseos nocturnos por solitarios lugares, etc. jugarán un papel primordial, acrecentando no sólo la imaginación del lector, sino deformando también la realidad del contexto social en que vive dicho lector. Presencia, de igual forma, de galanes, seductores y calaveras cuya única misión en la vida es la de conseguir un matrimonio ventajoso. Para ello fijarán su atención en ricas herederas, entregadas a las lecturas de relatos románticos y fácil presa de un deformado idealismo y un misticismo propios de la escuela romántica. Como contrapunto a estos prototipos, López Soler introducirá a los verdaderos héroes de la novela. Por un lado, el personaje de gran reputación, militar que ha combatido contra el francés, hombre que ha conseguido honores gracias a su bizarría. Su pundonor y heroicidad, así como su fortuna y entrega al prójimo, serán las principales características de este héroe de ficción que no duda en ayudar, incluso, a su modelo antagonista al final de la novela. En lo concerniente a su heroína se podría afirmar que representa el prototipo de la virtud, de la honestidad y de los valores tradicionales. Mujer que se ruboriza al oír el nombre del ser deseado, hacendosa, trabajadora y representante de la mujer que ama con cordura y amor sincero; de ahí que para ella estén de sobra la belleza y el ingenio, cualidades que con humildad confiesa no poseer, cuando la realidad es bien distinta, pues puede competir con su antagonista tanto en galanura como en gallardía y hermosura.

Con todos estos precedentes es claro que el público de la época podía rememorar las obras teatrales de corte moratiniano, representaciones que en la época de aparición de la novela gozaban del aplauso y admiración general7. El público español había visto con frecuencia en los teatros situaciones idénticas a las descritas por López Soler. La presencia de petardistas, lechuguinos y, sobre todo, seductores que alardeaban de una posición social -que luego resulta ser falsa- para deslumbrar a progenitores o damas de buen tono en edad casadera era harto frecuente en el teatro de la época. Desgraciadamente el engaño del falso galán de López Soler se descubrirá cuando se ha realizado el matrimonio, de suerte que una vez consumado el hecho -esposorio entre el seductor y la dama de buen tono-, el desenlace tendrá para la doncella de hogaño tintes melodramáticos. Como se puede observar nos encontramos frente a un modelo negativo a fin de que los tutores o jóvenes estuvieran prevenidos en el caso de aparecer en sus vidas un ejemplo como el aquí descrito por el autor. Los precedentes literarios no son tan remotos. Recordemos La Mojigata de Moratín, comedia en la que, como bien es sabido, se cotejan dos sistemas educativos bien distintos. En esta ocasión, el joven galán y calavera hará gala de todo su ingenio y tretas para conseguir su propósito. Incluso en Las señoritas de hogaño y las doncellas de antaño observamos un paralelismo entre la falsa apariencia del personaje moratiniano que da título a su comedia -El Barón- y el antagonista de Ramón López Soler, pues tanto uno como otro se erigirán en dueños de la casa ofrecida por los correspondientes anfitriones8. A diferencia de Moratín el matrimonio sí se realizará, de ahí los ya funestos resultados apuntados con anterioridad.

Si bien es verdad que la huella de Moratín es patente en este relato de R. López Soler, no menos cierto es que la influencia más significativa y destacada corresponde al autor francés Scribe, pues en la Advertencia de los editores se señala que «ofrecemos al público esta imitación de uno de los más selectos partos de la pluma clásica de Scribe. Su trama es sencilla, sus caracteres bien dibujados, y el desenredo natural y sin violencia, como suceder debía en una novelita de tal clase»9. Este hecho, mención del escritor francés, sería de suma satisfacción para aquellos seguidores del teatro de Scribe, autor que gozaba del beneplácito del público y empresarios10. Si bien es verdad que la obra de R. López Soler imita a dicho autor -suponemos que se trata de la comedia La demoiselle et la dame, ou avant et aprés, estrenada en París en el año 1822-, no menos cierto es que también aparecen en la obra del escritor español sutiles matizaciones y sugerencias que no encontramos en la obra de Scribe. La misma tonalidad ético-docente propia del teatro moratiniano afluye con total espontaneidad en su novela, siendo estos dos ejes el verdadero soporte de la obra. El significado y alcance de Las señoritas de hogaño y las doncellas de antaño es harto significativo. Frente al ayer tradicional se encuentra el presente actual, plagado de falsos caracteres y modas que lejos de enriquecer espiritualmente a las mujeres, las deforman y conducen a un lamentabe estado. De este cotejo entre el ayer y el hoy es fácil conocer cuál de estas épocas va a soportar las críticas y diatribas del autor, al menos si nos atenemos a los postulados desarrollados por los escritores pertenecientes a esta generación. Recordemos la visión o el tono condescendiente y elogioso de los autores costumbristas, en especial el corpus literario de Mesonero Romanos; e incluso, la significativa y no menos expresiva obra de Antonio Flores titulada Ayer hoy y mañana11, colección de cuadros de costumbres dirigida al análisis de tipos y escenas que abarcan todo el conjunto social de dos generaciones. No olvidemos tampoco a Larra que si bien se muestra crítico y mordaz con ciertas costumbres del pasado12, censurará, por el contrario, los matrimonios insensatos e impulsivos, al igual que en la obra de R. López Soler. Tema que, como es bien sabido, lo abordará con pesimismo y tristeza en su artículo Casarse pronto y mal, publicado, precisamente, en la misma fecha de la aparición de la novela de R. López Soler13.

En Las señoritas de hogaño y las doncellas de antaño aparecen también claramente delineados una serie de tipos que años más tarde serán analizados detenidamente. Hacemos alusión a la primera colección costumbrista publicada en España, Los españoles pintados por sí mismos14, que ofrecerá a los lectores una amplia visión de todos los tipos existentes en la España de 184315. De esta forma el novelista bosqueja unos tipos que son receptores y, al mismo tiempo, portadores de una singular educación. Si ya habíamos señalado con anterioridad la funesta deformación que provocan las lecturas de novelas sentimentales, también cabe señalar que el autor utilizará para ello cuatro modelos básicos; por un lado, los héroes, los que representan el tradicionalismo; por otro, los antagonistas, los educados en lecturas extranjeras y con hábitos de la vecina Francia. Existe en R. López Soler el cruce psicológico de una época en que la sociedad española saturada de lo francés en todos los órdenes de la vida española, pretende reaccionar contra la influencia, que considera desnaturalizadora, de Francia. Para ello, trata de afirmarse en el entusiasmo por la conservación de las formas más características de la tradición. Tanto R. López Soler, como la gran mayoría de los escritores del momento, suelen indignarse al verse descritos por autores extranjeros, especialmente franceses; de ahí que los literatos españoles conscientes de que la vida social española es un reflejo servil de la de Francia, adoptaran una actitud de animadversión a todo lo que rezume francés. R. López Soler introduce por ello a un personaje de suma importancia para corroborar nuestra apreciación: Matilde, mujer que «las costumbres de Francia le habían inspirado una decidida inclinación a vestirse de amazona, montar a caballo y hacer alarde de cierta impavidez que parecía ajena de su humor naturalmente pensativo y melancólico»16. Heroína casquivana que «había tenido la maldita ocurrencia de irse a París [...] verdadero centro de la lechuguinería y el sentimentalismo»17. En la novela las alusiones a Francia siempre tienen estas connotaciones negativas, sabedor R. López Soler de que los sectores sociales pertenecientes a la mesocracia española solían enviar a sus hijas a París para ser educadas. Esta influencia no sólo fue denunciada por el autor, sino también desde las páginas de la colección costumbrista Los españoles pintados por sí mismos. Un coetáneo de R. López Soler, A. Flores, afirmará, precisamente, que «malo es, tan malo que casi puede llamarse pésimo, que se traduzcan literalmente al castellano las leyes, los reglamentos y las ordenanzas francesas; abuso y no flojo cometen los que declaran obras de texto español ciertas traducciones pésimas, y cosa es que horripila ver una señorita española pidiendo a Dios, en francés, el pan nuestro de cada día; pero todas estas cosas y las otras que nos obligan a tener la cocina francesa, el aya nacida en Francia, el cochero francés y todo afrancesado...»18.

Ramón López Soler es consciente de que su personaje de ficción, al poner en práctica todas estas lecciones aprendidas de Francia, atraería a un público xenófobo, ávido de lecturas modélicas y portadoras de los valores tradicionales, para poder así alertar a los jóvenes del mal del momento: la galomanía. Es por ello que la presentación de estas situaciones haría posible que el lector tomara claro partido por los héroes de ficción educados según el modelo tradicional; por el contrario, los personajes denominados despectivamente gabachos merecerán al final del relato el justo castigo. Tema repetitivo que ya con anterioridad había aparecido en el siglo XVIII, época en la que también se fustiga a los tipos que hablan, visten y se comportan según las costumbres del país vecino, como el conocido caso de Cadalso en sus Cartas Marruecas19.

En esta galería de personajes negativos aparece el joven esposo de Matilde, Perceval, prototipo de aquellos caballeros que buscaban un matrimonio ventajoso para poder así llevar una vida cómoda y regalada. Su presentación, ademanes y porte están en consonancia con el tipo idealizado por Matilde. Embustero, embaucador y fatuo que anda «de Ceca en Meca atisbando viudas, persuadiendo doncellas, suavizando padres y tutores...»20. Al final se descubrirá su personalidad: se trata de un caballero de industria21, apelativo que según definición de la época era una persona que escudada en una falsa reputación -tal como sucede en López Soler- se introducía en los altos círculos sociales para poder así beneficiarse de sus ventajas económicas; prototipo, también, del vago y estafador. El candido tutor de Matilde, don Alberto, será en este caso el personaje perjudicado por los acontecimientos, impotente ante el vertiginoso correr de los hechos y víctima, de igual forma, de la estrategia de Perceval. Él será también el representante del sector tradicional, hombre bondadoso y solícito padre que observa con dolor la educación que ha recibido su hija en París. Su amor por España y su odio a Francia será una constante en la presente novela, pronunciando en reiteradas ocasiones párrafos como el aquí ofrecido: «Esa Francia que nos ha venido a quitar el reposo y la industria después que por sus maquiavélicas tramas nos hallábamos sin escuadra naval y sin tropas [...] Españoles sin doblez y sin esas monadas extranjeras que deslumbran a los bobos»22. Su dolor nace, precisamente, al comprobar que lo más odiado, el afrancesamiento, se ha adueñado de su propia hija. Frente a esta galería surgen los personajes generosos, con un alto concepto del honor y capaces de dar su vida por una causa justa, como es el caso de don Luis. En lo que respecta al modelo de mujer deseado por R. López Soler, el lector encontrará todas las cualidades en la figura de Leonor -la doncella de antaño-, joven discreta, apacible y virtuosa. Exponente fiel de la tradicional educación española. Al concluir el relato, la finalidad didáctica se cumple a la perfección tal como indicábamos con anterioridad. Los seres generosos serán de esta suerte recompensados con un final feliz; por el contrario, aquellos que han desoído los sabios consejos de sus progenitores o tutores caerán en la más absoluta desgracia. Las palabras del propio R. López Soler al finalizar la novela son harto significativas: «¡Sirva a lo menos su desgracia de aviso a los padres y de ejemplo a los tutores para que prefieran a la brillante y peregrina cultura de las señoritas de hogaño, la honesta, sencilla y piadosa educación de las doncellas de antaño!»23.

El propósito moralizador es claro y manifiesto. Intencionalidad del novelista que provocará el repudio y el rechazo de lecturas sentimentales y románticas. Relatos, en definitiva, que desvirtúan la realidad de los hechos y provocan falsas pasiones. Este es el mal del siglo, el pecado de las doncellas de hogaño, pues una vez víctimas de tales lecturas serán fácil presa del primer pisaverde, lechuguino, petimetre, petardista o caballero de industria que las corteje.





 
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