Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Una primavera svástica

Sergio Ramírez





Cada época tiene sus propias nostalgias, propagadas como el reguero de una vieja pólvora sentimental; las generaciones ya asentadas en sus hábitos maduros, pueden ser de pronto empujadas a un sueño en común, regresar a la contemplación de lo que fueron los símbolos de su existencia, los ardores de juventud. Sea o no meramente romántico el fenómeno, quienes lo manipulan son los sacerdotes de los medios de propaganda y comunicación colectiva, ellos definen cuáles nostalgias deben ser actividades en los millones de consumidores: los recuerdos también pueden ser productos de consumo. Alrededor de los frenéticos años de la década de 1920 se quiso montar recientemente en Estados Unidos toda una explosión de época en la moda, al amparo de una película basada en la novela El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald (la operación incluía hasta una batería de cocina Teflón de encantadora línea blanca, a lo Gatsby). Los filmes de Peter Bogdanovich han probado que la década de 1950, tan poco romántica con su guerra fría, ya está madura para la recordación.

¿Pero todas las nostalgias reactivadas comercialmente, son legítimamente sentimentales, incubadas nada más en ese territorio íntimo del corazón, tan manoseado? En una sociedad como la alemana, ocupada desde el final de la guerra en su milagro económico y entregada a la superación de sus traumas, no había habido tiempo para las nostalgias, o las nostalgias sufrían una suerte de penosa auto prohibición. Para muchos ha llegado, sin embargo, la hora de soltar el lastre de los remordimientos y acordarse del Tercer Reich; reviven en las pantallas de televisión los viejos filmes de la UFA destinados a la propaganda bélica, apareados claro está, con los de la contraparte: los noticieros antinazis dirigidos por Frank Kapra en los Estados Unidos. Se suceden una tras otra en los escaparates de las librerías, las obras sobre los personajes de la época nazi, sus vidas privadas, entretelones, complejos, amoríos, (una voluminosa biografía de Adolf Hitler escrita por Joachim Fest, se ha mantenido por largos meses en las listas de best sellers). En los kioscos, aparecen semanalmente fascículos coleccionables con la historia ilustrada del Tercer Reich (destinados a los jóvenes nacidos después de la guerra y a los cuales se trata de explicar, con sentido crítico, según los editores, cómo una nación de músicos y literatos se convirtió en un país de genocidas). Y hasta pequeños muñecos saltarines con la figura de Hitler, se anuncian en el mercado de juguetes.

Millones de televidentes siguen las aventuras domésticas de un personaje (concebido originalmente en Inglaterra, para ser justos) que es la encarnación del padre de familia autoritario y tiránico, el típico defensor acérrimo del sacrosanto principio de ley y orden: papá Alfredo, cabeza de la familia Tetzleff en el programa «Un corazón y un espíritu», y quien, además y por supuesto, es un racista visceral; por su boca se escuchan chistes discriminatorios contra los trabajadores «huéspedes» extranjeros, sin que nadie se sienta azorado. (Papá Alfredo recuerda en su físico al mismísimo Adolfo, bigotito y todo).

Y ahora, la corona de la nostalgia: el próximo mes de octubre se iniciará en Frankfurt una exposición ambulante de la pintura del Tercer Reich, cientos de cuadros hasta hoy arrumbados en depósitos clausurados en Munich, donde pasaron décadas acumulando moho y polvo después de ser retirados de las paredes de ministerios y edificios públicos a la caída de Hitler, pinturas además destinadas a los fantasiosos museos proyectados por él; los cuadros han sido recientemente restaurados, porque cada día era más creciente el número de solicitudes de parte de profesores, críticos, estudiantes, etc. para verlos a gusto. Se abrieron así los depósitos y se organizó la exposición que va a recorrer toda la República Federal, al tiempo que se publica un detenido estudio «La Pintura en el Fascismo Alemán» (Editorial Hanser) escrito por el profesor Berthold Vins, con abundantes ilustraciones.

Para quien no vivió en carne propia el nazismo y se enfrenta ahora en las salas públicas de exposición con esta pintura, difícilmente habrá podido concebir que además de horrores, el sistema tuvo un arte propio, orientado hacia formas tan apacibles como peligrosas: la exaltación de la maternidad, el amor a la patria, el orden, el trabajo, el heroísmo militar, la tradición y, por supuesto, la raza, manejados con patetismo y grandilocuencia, la misma fanática gravedad que inspiró toda una línea arquitectónica muerta y gris, pesada y funeraria de edificios públicos concebidos como mausoleos. El afán totalizador del nazismo para apropiarse de las formas de expresión cultural y decretar un arte sano y vigoroso, inmaculado de la corrupción histórica, como sus ideólogos lo proclamaban, llevó a la locura de organizar en 1937 una gigantesca exposición de «La cultura de la degeneración», para enseñar lo que no debía pintarse. No debe olvidarse que toda tiranía es un ocaso desde sus propios planteamientos, sobre todo si son artísticos.

Y uno se siente tentado a bromear, que, más que nada, el nazismo produjo naturalezas muertas.

Berlín, septiembre 6 de 1974.





Indice