A pesar de
ocasionales llamadas a la prensa racional y a las
«luces», los redactores de El
Crepúsculo son incuestionablemente románticos.
Es muy perceptible esa cualidad en «¡Cuántas
reflexiones!», artículo en prosa que sirve de
pórtico al primer número y de que alguna manera es
una declaración de intenciones poéticas.
Esteban Tollinchi,
en su magna obra sobre la mentalidad romántica (1989)
analiza la predilección que sienten los románticos
hacia los paisajes en los que los contornos se difuminan, y el
paisaje enmarca y consigue un ambiente propio para la
meditación y la sensación espiritual y sublime. Una
representación gráfica de esta predilección es
un célebre cuadro del pintor romántico alemán
Caspar David Friedrich: Viajero junto al mar de niebla.
Las nieblas son muy abundantes en el paisajismo romántico,
pictórico y literario, como los claros de luna, los
amaneceres y los crepúsculos.
Como sostiene el
autor de «¡Cuantas
Reflexiones!» el crepúsculo es la hora ideal para el
pensamiento y la meditación: «sin ser del día
ni de la —443→
noche, sin haber luz ni sombras es la precursora [la hora
del crepúsculo] de la luz o de la oscuridad: a estos
momentos de meditación, de silencio, de insomnio, llamamos
crepúsculo... Los pensamientos se agolpan al considerar el
vasto cuadro de la creación, en medio del melancólico
silencio del crepúsculo y el alma arrebatada de un rayo de
vida celestial se despeja de cuando la liga a la tierra y se eleva
hasta el cielo». La melancolía, el silencio, la
reflexión, son valores positivos para los
románticos.
Y como estos
jóvenes jienenses bebían de las fuentes del
romanticismo europeo y al tiempo cristiano, finalizaban su
descripción crepuscular con dos ideas muy enraizadas en el
Romanticismo tradicionalista español: la meditación
como vía para llegar hasta Dios y la consideración
del poeta como el del hombre capaz de llegar más lejos en
esa meditación, por su superioridad moral sobre todos los
hombres: «En el hombre científico
son [las meditaciones] más extensas y sublimes que en el
resto de los hombres y en el poeta exceden a todos».
Los poemas
publicados en El Crepúsculo son todos
manifestaciones del romanticismo de sus autores.
Estudios
poéticos: El Cazador
Se trata de un
poema en el que se advierte claramente la presencia de la
visión romántica de la naturaleza: una naturaleza
rica, y positiva en la que la irrupción del hombre es una
desgracia. Como ocurre en muchos poemas del romanticismo europeo
hay una clara identificación con el animal.
Las estrofas son
octavillas agudas. Según Navarro Tomás (1991; 363)
fue la estrofa más usada por los poetas románticos.
En este poema Cotarelo emplea la versión que deja libres los
versos primero y quinto: es la misma modalidad que emplearon
Zorrilla en una de sus más famosas leyendas: Margarita
La Tornera8
y Espronceda en el célebre retrato de Félix de
Montemar de El Estudiante de Salamanca9.
—444→
Vela por el bosque umbroso
tras de una vida anhelante,
con mirada penetrante
un taimado cazador.
Huye a su vista un jilguero
y bendiciendo su suerte
ve en su escopeta la muerte,
en sus pisadas, horror.
Lejano está de su plomo
con el miedo enmudecido
cuidando triste su nido
fruto de caricias mil;
que oculto entre la espesura
de plumas bellas formado
suspéndese engalanado
con las hojas del abril.
Allí están sus
pajarillos
de fino algodón
vestidos,
por los ambientes mecidos
en suavísimo
vaivén;
y al silbar de los azores
engañados y contentos,
su madre llaman sedientos
y en grupo de amor se ven.
En su contorno de flores
que no infestó la
tristura
entre odorante verdura
se escucha solo cantar.
Por coloridas alfombras
y plateados arenales,
se ven derramar cristales
y entre peñas susurrar.
Se ven abejas sin cuento
poblar la ruda corteza,
y partir con agudeza
y arrobar de flor en flor.
—445→
Se ve la perdiz altiva
seguir su rauda carrera
buscando su compañera
que la convida al amor.
Y un día claro y sereno
con brisas que dan la vida
y celajes en huida
y estrellas en
dispersión
y por el monte vecino
los corderos pasturando
a los arroyos bajando
en alegre confusión.
Todo a la vista es hermoso,
todo es risueño y
florido,
solo es allí
empedernido
el pecho del cazador.
Que de hito en hito siguiendo
las aves, del bosque ornato,
llenarle quiere insensato
de luto desolador.
De un olmo en la hermosa
frente
al pie de un ligero arroyo,
feble una rama es su apoyo,
se asienta un mirlo a trinar.
Negro azabache es su manto
de miel hinchado su cuello,
de oro su pico. Más
bello
no osó en el bosque
cantar.
Canta llamando a su lado,
fiel, a su esposa sencilla.
respira cantando y brilla
en el verde su charol.
Llama y convida a las aves
a formar coros divinos,
pero descuellan sus trinos
como entre nubes el sol.
—446→
Goza feliz en su canto
repetido por su amada
y oculto con la enramada
su enemigo llega al fin.
De sus ojos hasta el mirlo
dos hilos corren con
saña,
cual los dirige la
araña,
con pensamiento ruin.
En sus mortíferas manos
eleva traidoramente
henchida de plomo ardiente
con silencio el arcabuz.
Y el mirlo miró un
instante
entre la luz de las hojas
chispas siniestras y rojas,
destellos de infausta luz.
Rotas las alas y el pecho
cayó azotando las ramas
ensangrentando las gramas
el canto cambió en
gemir.
Pió tres veces herido
los ojos abrió tres
veces
bebió del dolor las
heces...
¡Ni suerte tuvo al
morir!
Bárbaro allí el
asesino
hacia la víctima pisa
contemplando con sonrisa
su funesta habilidad.
Mientras que lleva la esposa
ayes de horror por el prado
y su acento lastimado
llenó la fragosidad.
Así es el hombre; así
vive,
así su genio insolente
subyuga o hiere inclemente
al que placeres le da.
—447→
Así por vivir alegre
llena de luto la esfera...
¡Y lleva el nombre de
fiera
quien a sus plantas
está!
Juan José Cotarelo
El
Insomnio
El respeto a la
sensibilidad, la creencia en que el hombre más
romántico es el que más hondamente siente y el que
más en profundidad acusa estos sentimientos es una constante
en la literatura romántica europea. De aquí que nos
encontremos con frecuencia con personajes en extremo estado de
excitación, alucinados o enloquecidos, debido a la hondura
de sus sentimientos. Los estados mentales en los que el hombre
está más tenso, con las sensaciones más a flor
de piel son descritos con frecuencia y el protagonista
lírico de muchos poemas románticos es con frecuencia
un personaje en esa situación.
El insomnio es uno
de estos estados y en cierta forma representa una imagen que el
romántico tiene de sí mismo: mientras la
mayoría del mundo duerme, el romántico, un ser
excepcional y único vela, piensa y muchas veces
sufre10.
López y
Paqué emplea, al igual que Cotarelo en el poema anterior, la
octavilla aguda, pero combinándola con versos de pie
quebrado, versos que también fueron cultivados con
abundancia en el romanticismo como se puede ver en un poema que
Espronceda incluyó en su novela Sancho
Saldaña: «Canción a una dama
burlada»11.
Son las horas del reposo
y aún el sueño
su narcótico
beleño
no ha esparcido sobre
mí.
Porque estás, ángel
hermoso,
refulgente,
ilusionando mi mente
aunque estoy lejos de ti.
—448→
Tu alma pura cual aurora
de albo día
encanta mi fantasía
y ahuyenta de mi el dolor.
Que olvida mi bien ahora,
la desgracia
que con harta pertinacia
me ha probado su rigor.
Solo veo un ser divino
con que el cielo
proclama al gienense suelo
gloria del suelo andaluz
ya tus labios examino,
ya tu frente,
ya tus ojos que un torrente
derraman de viva luz.
El silencio aún sepulta
mi dolencia.
aun ignoras la vehemencia
de mi amorosa pasión.
Pues mi timidez te oculta
que anhelante,
bajo apático semblante,
late ardiente corazón.
¡Oh! Si mi afecto
acendrado
penetraras,
y, piadosa, no miraras
mi cariño con
desdén,
a tus plantas animado
me rindiera
y unido a ti no temiera
de la fortuna el
vaivén.
En el aroma amoroso
de tu aliento,
como la abeja al sustento
en el jugo de la flor,
—449→
así aspirase anheloso
yo la vida
¡y fuera feliz, querida,
dándome vida tu amor!
Joaquín María
López y Paqué
Estudios
poéticos. El Cruzado
Es ya un
tópico, pero no menos cierto, la preferencia de los
románticos por el ambiente medieval. Aquí tenemos un
ejemplo más, aunque sólo sea un mero marco donde
situar el diálogo amoroso que es el tema del poema.
Cotarelo usa tres
estrofas diferentes en este poema: la redondilla, la quintilla y la
octavilla aguda en versos tetrasílabos. La redondilla la
podemos encontrar sobre todos en el teatro romántico:
Hartzenbusch, García Gutiérrez, Bretón de los
Herreros, Zorrilla... También es muy abundante en el teatro
romántico la quintilla, que además aparece en una de
las más célebres leyendas de Zorrilla: El
capitán Montoya. Pero la más célebre
estrofa romántica, sin duda, es la octavilla aguda en
tetrasílabos que Espronceda creó en La
Canción del Pirata.
-«Diera por ti, Laura
hermosa,
por tu aliento seductor,
por tus mejillas de rosa
y por tu boca aromosa
de mi pecho, lo mejor.
Que tu aliento
es ambrosía,
y tus labios
son amor.
Y tu boca
Laura mía
es el seno
de una flor.
Diera por ti, por tu encanto,
la prenda de más valor:
diera la cruz de mi manto.
Y todo por ti quebranto
si me prometes amor.
—450→
Que más valen
tus amores
que la insignia
que gané.
Y no envidio
los honores,
si en tu pecho
viviré.
No por perlas, ni por oro,
ni por diamantes de luz,
doy mi cruz, ni por tesoro.
Y si me dices te adoro
te doy mi vida y mi cruz.
Que mi vida
tuya sea.
Mi divisa
sólo amar
y el tesoro
que yo vea
tu hermosura
sin cesar».
Y Laura que atenta oía
las ofertas del cruzado
bella, con rostro turbado
como aceptarlas quería.
Suspiraba,
sonreía,
parecía
el mismo amor.
Pronunciaba
recelosa,
temerosa,
con rubor:
-«Dame la cruz; dame
sí
la divisa de tu manto
—451→
y será recuerdo santo
del amor que hube de
ti».
-«En un signo
de victoria
tu memoria
llevaré.
Y a mi pecho,
siempre unida,
nueva vida
sentiré».
-«No, no hay perlas, ni
tesoro
como tu cruz; ningún
bien.
Si me la das, yo te adoro
si no, te adoro
también».
Juan José Cotarelo
Los
Contrabandistas
Otro de los
tópicos románticos: los personajes, libres
independientes, que no respeten las leyes de la sociedad, que solo
son fieles a sí mismos y que disfrutan de la alegría
de la libertad. Como el capitán pirata de Espronceda, este
contrabandista de Cotarelo canta, alegre, su libertad, su
independencia y su desprecio de las leyes.
El poema comienza
con la octavilla aguda, tan usada por los autores de El
Crepúsculo, pero el resto de las estrofas están
formadas por una combinación de una cuarteta
octosílaba con rima aguda en los pares y una redondilla
octosílaba con el segundo verso de pie quebrado de cuatro
sílabas.
Por una estrecha vereda
de uno en uno en noche clara
sin que nadie los estorbara
una cuadrilla cruzó
alegre canto seguía
que llevaba el viento blando
de boca en boca alternando
así en el bosque se
oyó.
Tenemos fama y dinero
y crédito en Gibraltar,
—452→
y caballos jerezanos,
y faluchas por el mar.
trota, trota, jerezana.
Tordo mío,
lleva la carga con brío
hasta llegar a Triana.
Cuando echamos un alijo
hay en la playa un
festín.
Y más cuando hay a la
vista,
enemigo, un bergantín.
¡Ay! Arriba, jerezana
jaca hermosa;
que me espera hoy afanosa
mi morena de Triana.
Contentos entre dos mares,
en su velero bajel,
surquen nuestros camaradas,
los del barrio de Perchel.
Que es mejor en tierra llana,
media hora,
ver la gloria que se adora
entre Gandul y Triana.
De mi jaco y mi retaco,
bobería, no me apeo.
Y desde Ronda a Sevilla
por entre guapos paseo.
No tropieces, alazana
jaca mía.
Trota, que al rayar el
día
veré mi sol de Triana.
En Osuna me conocen
y me hacen lado al pasar.
«Allá va Curro, el de
Utrera»
me dicen en Gibraltar.
Alza jaca soberana
alza, andando,
—453→
que nos están esperando
los ojillos de Triana.
Ganen fama capitanes
con el mapa y guerrear,
que yo sé dos mil
veredas
que llegan a Gibraltar.
Anda jaquilla serrana,
pies divinos,
a ver los ojos indinos
que valen más que
Triana.
Juan José Cotarelo
La Casa de
Laura
En 1849
está fechada una poesía de José Selgas y
Carrasco: La dalia. Tal vez Selgas había
leído algún número de El
Crepúsculo, tal vez fuera mera coincidencia, pero lo
cierto es que es notable la similitud rítmica12
que existe entre esa composición y La casa de
Laura: serventesios en versos de doce sílabas con la
rima del 1º y 3º aguda.
Del campo entre flores se eleva
orgullosa
la casa dichosa que Laura
habitó:
—454→
alegre era entonces, risueña
a mi vida;
¡oh casa querida que a Laura
ocultó!
Las flores y ramas que adornan tu
suelo,
regó con anhelo su mano
también;
frondosas cual nunca las viera al
verano,
que presta su mano la gracia y el
bien.
Raudales hermosos sus plantas
lamían;
las brisas gemían con grato
rumor.
Alegres pastores cantando a la
aurora,
la hicieran pastora de gracias y
amor.
En tono impaciente volaban las
aves;
sus ecos suaves alzaban sin
fin.
Aquellos acentos a Laura
calmaban
y ledos brotaban el mirto y
jazmín.
Ya todos es silencio; ya no hay
alegría;
los ecos que había son
flébiles ya.
Las rosas marchitas no prestan
olores
ni cantan pastores, ¡que
Laura no está!
Con ella se fueron la paz y
hermosura;
cesó, no murmura ruidosa el
raudal.
Sus aguas dispersas el brillo
perdieron,
y en cambio nos dieron un triste
arenal.
Ambiente dichoso que a Laura
besabas,
¿el bien que gozabas no
vuelve por Dios?
A ti la tristeza dejó en su
partida,
y en penas mi vida: ¡lloremos
los dos!
Juan José Cotarelo
Fragmento
Según dice
una nota en la página 180 de El Crepúsculo
se trata de un fragmento de una composición titulada En
la soledad del campo. Como ocurre en otras ocasiones en los
escritores románticos españoles hay una curiosa
mezcla de elementos románticos y neoclásicos.
Aquí Cotarelo presenta un tema que entra dentro de la
tradición de la poesía del siglo anterior: el lamento
amoroso de un pastor. Y eso lo lleva a cabo por medio de dos
estrofas, —455→
ninguna de las cuales había sido utilizada por los
poetas dieciochescos: unas sextillas de pie quebrado y la octavilla
aguda tetrasílaba, que ya vimos antes en El Cruzado
del mismo autor y que como también dijimos antes es la forma
métrica que Espronceda consagró en La
Canción del Pirata.
Por estas selvas amenas,
de azucenas,
hice un ramo para ti.
Y supieron las mis penas,
las arenas
de un arroyo en que
bebí.
Vi tus ojos cristalinos
y divinos
en sus ondas de cristal.
Y al besarlos cien
dañinos
remolinos
hizo el agua del raudal.
Y se oyeron sus sonidos,
confundidos
con el viento en mi gemir.
Que tus ojos eran idos
y perdidos
entre el agua y el zafir.
A su fuga murmuraron
y tornaron
los arroyos a correr.
Y sus aguas los buscaron
y lloraron
su fatal desparecer.
Allí náyades
posaban
y besaban
a la espuma y a la flor.
Allí tórtolas
volaban
y arrullaban
con su acento de dolor.
Allí cantan los
pastores
sus amores
—456→
y los celos de su bien.
Allí esmaltan sus
colores
agua y flores
y mil pájaros
también.
Allí adora primavera
la pradera
y bendice su reír.
Allí bala lastimera
la cordera,
si a otro valle ha de partir.
Allí canto entre los
lirios
mis delirios
por la hermosa que
adoré.
Y también oyen los
lirios
mis martirios
cuando dudo de su fe.
Que tus ojos, con las fuentes
complacientes,
son esquivos para mí.
Y los besan insolentes
sus corrientes,
como al sol que vive
allí.
Pastorcillo,
de mi junto
huye al punto,
huye de aquí.
Porque sigue
curva huella
esa estrella
en que nací.
En el campo
te enamora
tu pastora
y tu redil.
Y a mi triste
ni las flores
—457→
ni pastores
ni el Abril.
Cuando digas
en tu lecho
mi despecho
y mi penar.
Di que vivo,
moribundo,
en el mundo
del llorar.
Que no hay árboles,
ni cielo,
ni consuelo
para mí.
Y me marca
infausta huella
esa estrella
en que nací.
A una
paizanilla
La quintilla, uno
de los metros más tradicionales y populares del verso
español, es el metro elegido por el autor de este poemita,
en el que hay un acercamiento al lenguaje popular que sería
más abundante en la segunda mitad del siglo XIX, que en los
años en los que se publicó El
Crepúsculo.
¡Juí! ¡Paisana
zalerosa
cuerpo güeno, zá
pulía!
Tú eres la lus e mi
vía
y la más gayarda mosa
e titica Andalusía.
Con eze taye... ¡zalero!
Con eze garbo... ¡hui mi
já!
Echoste zon que me muero.
Viva un cuerpo zandunguero
viva la gente zalá.
El que quiea ver la lus
e la grasia zoberana,
—458→
la joya el zuelo andaluz,
que venga a ver a mi paizana,
una jembra e Jabalcús.
Y verá e Dios la gloria
y ayí queará
rendío,
que en too el mundo
conosío
mi prenda canta vitoria
por que el sielo lo ha
querío.
Y zu grasia a jerramao
en mitá aquel
cuerpesito.
¡Vaya un morde rezalao!!
¡Qué pierna!..
¡qué aquel!... bendito
zea el zeñó que la ha
críao!...
Pues no ne jigasté
ná
del señorío y la
elegansia
e la mantilla encarná.
¿Jan iventao algo en
Fransia
que ze puea compará?
El zombrerito... ¡Esta es
güena
una dama esgalichá
embutía en una
cormena!!...
Puez hombre, ¡zi me da
pena
e mirarla ayí
encerrá!
Ezas momias extranjeras
metías en un armason,
ni aquello tiee caeras
y quisás ni el
corasón
lo yevan puesto e veras...
No a juera estravagansias,
juera e too lo estranjero
ni Ingalaterra, ni Francia,
ni titico el mundo entero
ná viene a ce en
zustansia.
Cuando tira mi chiquiya
e zu mantilla encarná,
—459→
ze quea por bajo Zevilla,
las manolas e Castiya,
y las mosas e Graná.
Por ezo, morena mía,
aunque gente ezaboría
me jiga: «ganso,
avestruz»
yo quieo pasar mi vía
ala sombra e Jabalcuz.
La Hurí de
Jaén. Letrilla
Otra de las
características del Romanticismo español, fue su
gusto por cultivar las formas poéticas tradicionales, por lo
que tenían de populares. Por eso no es raro que poetas
románticos cultiven formas como el villancico, la quintilla
o la letrilla. Pero en este caso, aunque el autor presenta este
poema como letrilla, nos encontramos de nuevo con la octava aguda,
ahora en versos octosílabos y repitiendo en todas las
estrofas el último verso a la manera de estribillo.
Soñara yo un tiempo...
¡Ensueños
falaces!...
De amor los solaces
gustar en su edén.
Pero ¡ay de mí!,
esquiva
me ve la que amo,
la virgen que aclamo,
Hurí de
Jaén.
Allá el Manzanares
oyó mis querellas,
y mil y mil bellas
mostrome también.
Más sólo del
Betis
la orilla yo ansiaba,
que esbelta adornaba
Hurí de
Jaén.
Llegué al suelo
bético,
y crudas me agitan
las penas do habitan
—460→
las hadas del bien.
Que altiva, si hermosa,
te ostentas conmigo
¡Y aún te
bendigo,
Hurí de
Jaén!
Contrario el destino
fue siempre a mi anhelo.
Mis ojos el cielo
de amor nunca ven.
Acaso otro amante
te desvela en tanto
que humilde te canto,
Hurí de
Jaén.
Vergeles amenos
te ofrecen sus flores.
Depón tus rigores
y ciñe mi sien.
Mi pecho ahora triste,
mansión de delicias
le harán tus caricias
Hurí de
Jaén.
Joaquín María
López y Paqué
El Lagarto de
Jaén (cuento)
La leyenda, la
tradición, el cuento popular fueron fórmulas
narrativas muy cultivadas por los escritores románticos.
Muchas de las narraciones que desarrollan a lo largo de esos
años parten de esas tradiciones y no es raro que un mismo
asunto aparezca en varios autores; es el caso por ejemplo de la
leyenda antequerana de La Peña de los enamorados
que fue tratada como relato, como obra teatral y como leyenda en
verso13.
Los autores de
El Crepúsculo, como buenos románticos
volvieron sus ojos a las leyendas de su tierra y, como no
podía ser menos, se fijaron en la historia del lagarto de la
Malena o lagarto de Jaén. Esta versión que firma
López y Paqué en 1842 quizás sea la
versión puramente literaria más antigua
—461→
que existe de la novela, ya que Eslava Galán, en su
amplio y pormenorizado estudio (1992) comenta que la versión
más antigua conocida es de 1889: El Lagarto de mi
Pueblo, que apareció en El Norte Andaluz,
Periódico de intereses morales y materiales, el 27 de
Junio de ese año. La versión de El
Crepúsculo es, por lo tanto, 47 años
anterior.
Queda claro, a la
vista del citado estudio de Eslava Galán, que López y
Paqué se apoya por completo, para su cuento en verso, en la
obra de Pedro Ordóñez de Cevallos, Historia de la
antigua y continuada nobleza de la ciudad de Jaén, que
fue publicada en 1628 por Bartolomé Jiménez
Patón. La versión de El Crepúsculo
sigue al pie de la letra las informaciones que aparecen en la obra
de Cevallos: el lagarto que devoraba hombres y animales, el apuro
de los pastores, el pastor que engaña al lagarto con un
cabrito ensangrentado relleno de yesca encendida, el monstruo que
lo come y estalla, y la colocación de un relieve en una
piedra de la fuente para perpetuar la memoria de la hazaña.
López y Paqué, que no es un folklorista sino un
escritor, adorna la historia con una complicación
sentimental, que también entra dentro de la literatura
popular, con la cual el pastor no sólo consigue eliminar a
la fiera sino también la unión amorosa que
anhela.
Formalmente nos
encontramos con una leyenda, es decir con una
narración en verso donde predomina la polimetría,
como indica Díaz Larios (2001). El relato esta dividido en
tres partes: la presentación de la situación, con la
angustia de los pastores y la decisión de que uno de ellos
se enfrente al monstruo, narrada en un romance; la
descripción del héroe y la muerte del lagarto,
vertidas en redondillas y en serventesios dodecasílabos; y
la celebración del éxito y la recompensa del
enamorado vencedor, en quintillas.
I
En la ciudad de Jaén
y su sitio de la Imagen,
allá en tiempos muy
remotos,
juntos veíanse una
tarde
varios hombres que mostraban
ser pastores por el traje.
Una profunda tristeza
denotaban sus semblantes,
y a su vez encarecían
todos ellos los desastres
que causara en sus
rebaños
un lagarto formidable.
—462→
Su guarida éste pusiera
entre espesos matorrales
que dominaban la fuente
de aguas claras y abundantes
(fuera entonces de poblado
en lugar no muy distante)
a la falda del castillo
y mirando hacia levante.
Obligados se veían
a llevar los rabadanes
sus manadas a otros sitios
lejos de aquellos raudales,
careciendo así el
ganado
del copioso y tierno herbaje
que en aquellas
compañías
solían gozar enantes,
y sufriendo algunas veces
durante las sequedades
del angustioso verano
las anejas ansiedades
y azarosas consecuencias
de la sed intolerable.
Los vecinos se encontraban
en la precisión
constante
de rodear largos trechos
para ver las heredades,
que eran a corta distancia
yendo por aquella parte,
é igual perjuicio
sufrían
los de pueblos colindantes
que a la ciudad con frecuencia
tenían que encaminarse.
Abandonados, en fin,
fueron de sus habitantes,
por aquel lado del pueblo,
los extensos arrabales.
Sobre tales circunstancias
hablaban en dicha tarde
—463→
los pastores congregados
en el sitio de la Imagen,
cada cual allí
exponiendo
el remedio que a su alcance
era el más
proporcionado
a cortar tamaños males.
Después que en proyectos
varios
gastaron el tiempo en balde,
al cabo se convinieron
en que la suerte indicase
cuál de todos los
presentes
debiera solo arriesgarse
á disponer aquel medio
que su ingenio le dictare
para dar muerte al lagarto,
causa de tantos azares,
y manantial tan perenne
hacer así practicable.
II
Sólo transcurriera un
día
cuando se vio caminar
un mancebo hacia el lugar
do el lagarto se
escondía.
Era un gallardo pastor
a quien Natura obsequiara
y por quien Luisa exhalara
más de un suspiro de
amor.
Luisa, de forma hechicera
y de corazón de fuego,
cuyo padre con despego
tal cariño le
prohibiera.
Que aun conservaba en su pecho
cuando quedara viudo
y aspirara al sacro nudo,
de sus hijos á
despecho,
—464→
con una joven honesta
del mismo pastor hermana,
quien con otro amante ufana
desechara tal propuesta.
Por eso terco el anciano
impidiera abiertamente
que á la del firme
Vicente
uniera Luisa su mano.
Mas por lo mismo ha crecido
su querer apasionado,
pues que siempre lo vedado
será mas apetecido.
Ignoraba la doncella
la arriesgada comisión
que á su objeto de
afición
le tocara por su estrella.
A saberlo, su dolor
se aumentara y en su anhelo
continua plegaria al cielo
dirigiera con fervor.
Y al podar blanco rosal,
quieta un tanto no
idearía
el ardid con que podría
ver y hablar á su
zagal.
Él se acercaba entre
tanto
con gentil marcialidad
al monstruo que á la
ciudad
tuviera llena de espanto.
Un cabrito enrojecido
terciado al hombro llevaba,
y en su diestra relumbraba
mechón de tea
encendida.
Llevaba ardiendo
también
el corazón en amores,
—465→
y acrecía sus ardores
la constancia de su bien.
Y aunque le odiaba indiscreto
el anciano rencoroso,
le anunciaba amor dichoso
presentimiento secreto.
Luego, en fin, que á la
maleza
do caminaba llegó,
allí á la vista
dejó
el cabrito con presteza.
En la boca cuidadoso
la llama le entró un
momento,
y dando un grito violento
se retiró presuroso.
Cual suele dejando su artera
emboscada
cruel arrojarse guerrera
legión
á huestes contrarias,
ansiando malvada
cebarse en el fruto de infanda
traición.
Así aquel lagarto feroz,
corpulento,
tremendo vestigio de insano
mirar,
su gruta abandona, de sangre
sediento,
apenas del joven sintiera el
gritar.
Guarnido de escamas tenaces cual
roca,
su cuerpo resiste del hierro el
poder,
de dientes agudos armada su
boca,
al más bravo puede pavura
imponer.
Sus ojos más prestos que
rauda centella
revuelve una presa, buscando en
reedor
Divísala al punto,
cebándose en ella
Con ansia indecible, con gesto
traidor.
Se inflama la yesca, que en piel de
cabrito
el mozo introdujo por
público bien
y en crudos rigores del monstruo
maldito
la vida consume, salvando a
Jaén.
—466→
III
Con presteza se ordenaron
funciones en la ciudad,
donde todos ostentaron
su alegría y
disfrutaron
de la ansiada libertad.
Los pastores admiraban
a su feliz compañero,
cuya idea celebraban,
y en su obsequio se esmeraban
con placer vivo y sincero.
Uno entre todos sabía
sus amorosos azares,
por que con él
compartía
los gozos y los pesares
que su corazón
sentía.
Y del poder impulsado
de amistad y gratitud,
con franca solicitad
se propone confiado
acorrerle en su inquietud.
A sus amigos reuniendo,
les informa del afán
que en amor se halla sufriendo
el zagal á quien
debiendo
la presente dicha
están.
Y les ruega eficazmente
con un celo inexplicable,
que a favor del fiel Vicente
intercedan prontamente
con el viejo inexorable.
A pensamiento tan justo
nacido de la amistad,
sin que allí un aspecto
adusto
—467→
muestre indicios de disgusto,
prestan su conformidad.
Y sin la menor tardanza
con señales de contento
ponen por obra el intento
influyendo en su esperanza
lo oportuno del momento.
Hablan al padre de Luisa
pintando con tal vehemencia
de gratitud la exigencia,
que al fin con blanda sonrisa
calmó su noble
impaciencia.
Deponiendo lo severo
de su arrugado semblante,
condescendió placentero
en que un lazo duradero
premiase al pastor amante.
Y lució en vivos
fulgores
el instante de ventura
en que, al son de mil loores,
tan leales amadores
juraron la fe más pura.
Para perpetua memoria
de la notable victoria
que el mancebo
consiguió,
el concejo decretó
que se grabase su historia.
Y se fijó allí una
losa
que ya el tiempo ha devastado
do se veía al mozo
osado
llevar la piel engañosa
del cabrito ensangrentado.
El lagarto se llevó
a las casas del concejo
donde el pueblo le
observó
—468→
y entero se conservó
el escamoso pellejo.
Y este despojo fehaciente
vímosle en trozos
también
en dos templos igualmente,
y les llamaba la gente
EL LAGARTO DE JAÉN.
Joaquín María
López y Paqué
—469→
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