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Una virtud relevante en la guerra: la constancia en «La Araucana» de Alonso de Ercilla1

Patricio Serrano Guevara






Introducción

En su libro El Renacimiento europeo, Peter Burke sostiene que, de acuerdo con la óptica renacentista, una de las ideas valóricas axiales de la filosofía estoica era la «constancia». Imagen predilecta de la época relacionada con aquella virtud «era la de un hombre afrontando el desastre con tanta calma como un árbol o roca en la tormenta» (2000: 179). Burke ejemplifica en el ámbito de la literatura con la novela Arcadia de sir Philip Sidney, cuando presenta a la heroína Pamela «como la roca en medio del mar, batida por el viento y las olas, pero inmóvil» (2000: 179). Y en la tragedia en torno a Juan Bautista, de George Buchanan, se asimila al héroe «con un roble que resiste firme en la tormenta» (2000: 179). Tal virtud capital en la guerra, y particularmente frontera a la muerte, aparece radicalmente fracturada en la persona del capitán Pedro de Valdivia, de acuerdo con la visión crítica de Alonso de Ercilla en el poema épico renacentista español La Araucana (1569, 1578 y 1589).




Séneca y la virtud de la constancia

Retornando a las huellas de Burke, en su opúsculo El Renacimiento declara que los lectores de aquel periodo se sintieron singularmente seducidos por el estoicismo, y de un modo especial por el filósofo estoico imperial Séneca, debido a «su consejo de preservar la serenidad de ánimo o la entereza frente a la tiranía, la muerte, o lo que Hamlet llamaba "los golpes y dardos de la insultante fortuna"» (Burke, 1999: 75). En efecto, Séneca se vale de las imágenes de la roca soportando las arremetidas del mar embravecido y del árbol aguantando la violencia del viento con el fin de persuadir a sus lectores acerca de la práctica de la constancia como virtud adecuada ante el desastre provocado por las fatalidades exteriores. Me referiré a una sola de las imágenes mencionadas: la de la roca incólume ante la arremetida de la tempestad. La imagen en cuestión se sitúa precisamente en el ámbito de la guerra y sus avatares. Uno de los distintivos contenidos en la virtud de la constancia es la valentía encarnada por el fortis vir, el hombre valeroso; esto es, a quien ni la guerra ni el poder enemigo le causan temor, tal como «algunas rocas que, elevadas desde lo profundo, quiebran la furia del oleaje y ellas mismas no muestran ninguna fisura, aunque hayan sido golpeadas a lo largo de siglos» (Séneca, De constantia sapientis, III, 5)2.

Ahora bien, desde una perspectiva filosófica moral e intentando abarcar con una sola mirada totalizadora la doctrina estoica acerca de la constancia propugnada por Séneca, cito un breve pasaje de su referido tratado sobre la constancia, en el que el filósofo romano presenta ante nuestros ojos el postulado más decisivo que un hombre constante pueda ejercitar: «El ataque de las adversidades no derriba el espíritu del hombre valeroso. Persiste inconmovible en su propio estado y toda circunstancia que se le presenta la interpreta de acuerdo a su aspecto real; en efecto, es más potente que todas las circunstancias externas. Y no afirmo que es insensible a ellas, sino que las vence y, además, sereno e inalterable se eleva frente a sus arremetidas. Considera que todas las adversidades son experiencias para probarse» (De constantia sapientis, II, 1-2,). Este supuesto nos revela, por consiguiente, la idea fundamental del estoicismo romano imperial transferido conceptualmente al Renacimiento: la persistencia en un estado de quietud resistente ante los descalabros externos y la muerte en el escenario de la guerra.




Un paradigma de constancia fracturada en La Araucana: el capitán Pedro de Valdivia

Con Pedro de Valdivia se da real y preciso inicio a la acción épica y heroica conquistadora en las tierras de Chile. Efectivamente, Valdivia es el tercer y único pretensor que alcanzó la gloria, hasta ese momento fracasada, de establecer su dominio en la zona de Arauco. Así lo entona Ercilla en el Canto I:


A solo el de Valdivia esta vitoria
con justa y gran razón le fue otorgada
y es bien que se celebre su memoria,
pues pudo adelantar tanto su espada.
Este alcanzó en Arauco aquella gloria
que de nadie hasta allí fuera alcanzada;
la altiva gente al grave yugo trujo
y en opresión la libertad redujo.


(I, 55)                


¿Cómo obtiene tal gloria el capitán español de acuerdo a lo entonado por el poeta de La Araucana? Primeramente debemos distinguir dos circunstancias en que va a poner a prueba su «designio y ánimo valiente» en superar «el largo y áspero camino» de la conquista. La primera tiene que ver con la resistencia somática ante las adversidades, y la segunda con resistir el «rigor de la guerra». Los primeros infortunios que Valdivia y sus conmilitones deben arrostrarse cifran en la idea de «trabajo», esto es, las penurias y quebrantos producidos por el hambre, la sed y el frío. Por consiguiente, la primigenia lucha épica y heroica se dará contra las calamidades intrínsecas a la fragilidad de los cuerpos españoles y las inclemencias del clima hostil. Así lo versifica el poeta:


Viose en el largo y áspero camino
por hambre, sed y frío en gran estrecho;
pero con la constancia que convino
puso al trabajo el animoso pecho,
y el diestro hado y próspero destino
en Chile le metieron, a despecho
de cuantos estorbarlo procuraron,
que en su daño las armas levantaron.


(I, 57)                


Ercilla insiste en el esfuerzo heroico que significa la manutención de los sufridos cuerpos de Pedro de Valdivia y sus tropas, cuando canta sin sensiblería: «Y de incultas raíces desabridas / los trabajados cuerpos mantuvieron». De esta manera lo modula el aedo:



Tuvo a la entrada con aquellas gentes
batallas y recuentros peligrosos
en tiempos y lugares diferentes
que estuvieron los fines bien dudosos;
pero al cabo por fuerza los valientes
españoles con brazos valerosos,
siguiendo el hado y con rigor la guerra
ocuparon gran parte de la tierra.

No sin gran riesgo y pérdidas de vidas
asediados seis años sostuvieron,
y de incultas raíces desabridas
los trabajados cuerpos mantuvieron,
do a las bárbaras armas oprimidas
a la española devoción trujeron
por ánimo constante y raras pruebas,
criando en los trabajos fuerzas nuevas.


(I, 58-59)                


Lo que explica y vincula ambas circunstancias en las que se pone de manifiesto el valor heroico de don Pedro de Valdivia y sus compañeros de armas es la virtud de la constancia y firmeza, de tonalidad senequiana y renacentista. Ciertamente, la gloria alcanzada por el capitán extremeño y sus conmilitones en la subyugación insólita de la «altiva gente» de Arauco, se funda estrictamente en la fuerza moral o valor anímico inquebrantable de la referida virtud estoica, desplegada frente a aquella doble dimensión circunstancial de adversidades, vale decir, conquistadores activos cuya muerte es siempre inminente en la guerra y pacientes sufridores en sus cuerpos frente a las desventuras de la fragilidad propia y los rigores de la naturaleza, preservando severamente la entereza y serenidad ante aquellos ásperos y duros golpes contrarios. Por consiguiente, en estas octavas de Ercilla las penurias del cuerpo y la fatiga de la guerra y sus desastres representan la columna vertebral de la conquista de Arauco, diseñada desde la perspectiva de acciones y experiencias épicas vitales. Los padecimientos de la guerra y «el trabajo» poetizados por Ercilla se concentran en torno a la figura y el áspero camino de un conquistador que ha alcanzado las alturas de un prototipo épico (exemplar).

Los hechos hazañosos cantados estriban, por tanto, en las acciones guerreras y en la resistencia de «los trabajados cuerpos» frente a los infortunios impuestos por el rigor bélico y el clima hosco de esta tierra, juntamente con las precariedades corporales, para, en definitiva, vencerlas. Esta gloriosa y memorable victoria sobre ambas adversidades para la conquista de Chile, eleva a Pedro de Valdivia a la categoría de un paradigma estoico romano excepcional de la virtud de la constancia y firmeza, ahora bajo el sello español, Sin embargo, la pasión del miedo -en una quinta experiencia- perturbará el antes sólido cimiento interior del estoico capitán y de sus camaradas en el instante en que se presenta un «indio amigo» y los pone en alerta sobre la resistencia de «veinte mil conjurados» (III, 17) araucanos dispuestos a inmolar la vida en defensa de su libertad. La pasión del miedo recorre sus ánimos desconcertados, ya que «la triste muerte en medio se les puso». Sin embargo, el capitán español domina el miedo. La persuasión razonable se impone a la imaginación inconsistente surgida de la turbación: «Caballeros, ¿qué dudamos?, /¿sin ver los enemigos nos turbamos?» (III, 18). El gobernador extremeño, espoleando resoluto su caballo, prosigue la ruta prevista y «de los miembros el miedo sacudiendo / le sigue la esforzada compañía» (III, 19). No bien habían avanzado un breve espacio cuando descubrieron las defensas de Tucapel asoladas hasta los cimientos por los escuadrones araucanos. Tocado por el aniquilamiento del fuerte de Tucapel, Pedro de Valdivia lanza un franco y recio discurso final ante su mesnada:


Valdivia aquí paró y dijo: «¡Oh constante
española nación de confianza!
Por tierra está el castillo tan pujante,
que en él solo estribaba mi esperanza;
el pérfido enemigo veis delante,
ya os amenaza la contraria lanza;
en esto más no tengo que avisaros
pues solo el pelear puede salvaros».


(III, 20)                


En este discurso entonado podemos vislumbrar una resonancia respecto del ejemplar héroe estoico que Séneca describe con los estigmas característicos de la constancia y firmeza ejercitada en las acciones bélicas. En primer lugar, Pedro de Valdivia, aunque siente perturbación junto con sus soldados ante la amenazadora muerte, preserva su serenidad y entereza frente a aquella, lo que le permite razonar sobre tal pasión, eliminando de esa manera el temor y miedo delirante que por fracciones de segundo les habían obnubilado la sensatez. A continuación, rompe el miedo ante la cercanía de los batallones araucanos y, por último, finiquita con el discurso propiamente tal, donde le atribuye el epíteto «constante» a la «española nación» con el propósito de luchar, único camino para preservar la vida.

Esta adversidad extrema que sufren Pedro de Valdivia y sus compañeros de armas en Tucapel está regida por el signo de la nación que ostenta en grado sumo la virtud estoica de la constancia, significada bajo el inherente epíteto de constante. En efecto, una nación distinta de la española caerá doblegada y vencida sin la menor resistencia al rigor de la guerra y sus funestas consecuencias para la preservación de la vida. El valeroso capitán percibe que en este trance la «española nación» debe poner a prueba la virtud de la constancia en batalla. El miedo no puede subvertir su ánimo, que debe soportar heroica y estoicamente las contrarias lanzas de los ejércitos araucanos. Por consiguiente, el valor supremo e inconmovible de la española nación consiste en un ánimo resistente situado por sobre toda calamidad y desastre. En este discurso final y épico, el gobernador extremeño se esfuerza en establecer la supremacía estoica de la nación hispana por encima del resto de las otras naciones, y de esa manera la singulariza, con el propósito de proyectarla como paradigma universal de un heroico y épico estoicismo español originado en el Nuevo Mundo, llamado Chile.

Heroica resistencia de los escuadrones españoles frente a los espesos batallones araucanos que, a pesar de su fulminante ataque, quedaron al borde de la rendición; no obstante, Lautaro dio un vuelco al «incontrastable y duro hado» cuya balanza se había cargado contraria a los destacamentos indígenas. Así lo canta el rapsoda:


Este el decreto y la fatal sentencia
en contra de su patria declarada
turbó y redujo a nueva diferencia
y al fin bastó a que fuese revocada.
Hizo a Fortuna y hados resistencia,
forzó su voluntad determinada,
y contrastó el furor del vitorioso,
sacando vencedor al temeroso.


(III, 46)                


Fueron sucumbiendo los regimientos de Pedro de Valdivia hasta rendir valerosamente la vida, con un último fulgor de la estoica virtud de la constancia como impronta superior de universalidad de la española nación, relegando sus individuales vidas ante la ineludible muerte. Veamos cómo lo canta el aedo español:


De dos en dos, de tres en tres cayendo
iba la desangrada y poca gente;
siempre el ímpetu bárbaro creciendo
con el ya declarado fin presente.
Fuese el número flaco resumiendo
en catorce soldados solamente
que constantes rendir no se quisieron
hasta que al crudo hierro se rindieron.


(III, 60)                


«Solo quedó Valdivia acompañado / de un clérigo que acaso allí venía» (III, 61). El capitán extremeño, sin embargo, no había quedado incólume, pese al ejercicio de la estoica constancia y firmeza y al valor heroico y diestro en el uso de las armas en el glorioso campo de batalla, sino que el miedo y el temor lo arrastran a la fuga, al ver la débil compañía de aquel indefenso clérigo y a sus regimientos aniquilados:


Y viendo así su campo destrozado,
el mal remedio y poca compañía,
dijo: «Pues pelear es escusado,
procuremos vivir por otra vía».
Pica en esto al caballo a toda priesa
tras él corriendo el clérigo de misa.


(III, 61)                


La sexta y final circunstancia probatoria de aquella pasión experimentada por Pedro de Valdivia, frontero a la muerte, ante la que ya no opondrá más estoica resistencia, ni serenidad, ni entereza, es la que confirman las últimas palabras del gobernador español, que anuncian la posterior ruptura del modelo épico y estoico de la constancia que hasta ahora ejercitaba. Finalmente, y después de una implacable persecución, «murió el clérigo luego, y maltratado / trujeron a Valdivia ante el senado» (III, 63). Comparece, por último, ante Caupolicán. De este modo lo entona el bardo:


Caupolicán, gozoso en verle vivo
y en el estado y término presente,
con voz de vencedor y gesto altivo
le amenaza y pregunta juntamente;
Valdivia como mísero captivo
responde, y pide humilde y obediente
que no le dé la muerte y que le jura
dejar libre la tierra en paz segura.


(III, 64)                


Ercilla suprime la voz discursiva del capitán extremeño en forma definitiva, y únicamente relata en forma impersonal, entonando los avatares ulteriores que padece el «mísero captivo». La abrogación del discurso elimina una potencial muerte consciente, y esta privación de inteligencia y alocución transforman a Pedro de Valdivia en un animal en el momento de su muerte vacía de gesta:



Cuentan que estuvo de tomar movido
del contrito Valdivia aquel consejo;
mas un pariente suyo empedernido,
a quien él respetaba por ser viejo,
le dice: «¿Por dar crédito a un rendido
quieres perder tal tiempo y aparejo?».
Y apuntando a Valdivia en el celebro,
descarga un gran bastón de duro nebro.

Como el dañoso toro que, apremiado
con fuerte amarra al palo está bramando
de la tímida gente rodeado
que con admiración le está mirando;
y el diestro carnicero ejercitado,
el grave y duro mazo levantando,
recio al cogote cóncavo deciende
y muerto estremeciéndose le tiende;

así el determinado viejo cano
que a Valdivia escuchaba con mal ceño,
ayudándose de una y otra mano,
en algo levantó el ferrado leño.
No hizo el crudo viejo golpe en vano,
que a Valdivia entregó al eterno sueño
y en el suelo con súbita caída
estremeciendo el cuerpo, dio la vida.


(III, 65-67)                


El símil construido por Ercilla respecto de la disposición anímica con que muere Pedro de Valdivia, corrobora lo que hemos afirmado en las líneas anteriores. En efecto, el toro podemos situarlo perfectamente, gracias a su envergadura, fuerza y agresividad combativa, en un escalón elevado de jerarquía zoológica en relación con la imaginería heroica. No obstante, la reflexión metafórica de sello moral que el poeta entona mediante el símil en cuestión, induce a pensar que más bien presenciamos una muerte radicalmente «antiheroica» y «antiestoica». Ciertamente, el potencial discurso que pudiera haber restaurado la fractura de la imagen épica y estoica del capitán español se transforma en un bramido, y el ademán de una potencial muerte con estoica serenidad muta en un estremecimiento propio de un cuadrúpedo garroteado.






Conclusión

Para concluir insistiré en que las reiteradas y persistentes experiencias de miedo y temor van erosionando el paradigma épico y estoico que simbolizaba Pedro de Valdivia. Este exemplar sufre, desde sus fundamentos, una ruptura y destrucción evidentes en su imagen heroica que hasta entonces se mantenía íntegra. La virtud estoica romana de constancia y firmeza recibe su fractura definitiva con la nula gloria y heroicidad de la envilecida muerte animal en guerra del capitán extremeño.




Obras citadas

  • Burke, Peter. El Renacimiento. Barcelona: Crítica, 1999.
  • Burke, Peter. El Renacimiento europeo. Barcelona: Crítica, 2000.
  • Ercilla, Alonso de. La Araucana. Ed. Isaías Lerner. Madrid: Cátedra, 1988.
  • Séneca, Lucio Aneo. Du la constance du sage. Texto latino y francés de R. Waltz. París: Société D'édition «Les Belles Lettres», 1970.


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