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Valle, Bagaría, Ramón (A propósito del estreno de «La Marquesa Rosalinda»)

Ignacio Soldevila Durante





En la noche del estreno de La Marquesa Rosalinda, el 5 de marzo de 1912, los Reyes estaban presentes en el palco de honor. No hay que pensar que para honrar a Valle, sino al muy ilustre comediante Fernando Díaz de Mendoza, en cuyo homenaje estaba organizado el estreno, y que había escogido lucirse con el papel de Arlequín. Como así fue, si damos crédito a los reseñadores madrileños. El estreno fue precedido por una inusual campaña publicitaria, y diarios como La noche, ABC y La Tribuna anticiparon información gráfica en la que el actor ocupaba el lugar preferente, desde la antevíspera. El mismo día 5, en La Tribuna, le dedica Enrique de Mesa un artículo titulado «La figura del día». Unánimes los reseñadores en aplaudir la interpretación del actor, y en dar detalles sobre el homenaje y fin de fiesta con que culminó el estreno. En el aplauso general, la nota discordante la dio Valle-Inclán, no compareciendo en la escena. Los reseñadores se interrogan sobre lo que entonces se veía como ruptura de una tradición. Sólo J. Arimón, en El Liberal, explica que no salió «por la sencilla razón -según dijo Díaz de Mendoza- de que no se hallaba en el teatro». Tan insólito era el hecho que dio lugar a una encuesta periodística en los siguientes días a propósito de dicha tradición. José Francés afirma categóricamente en La Noche que Valle ha dado un ejemplo lleno de lógica que debería imitarse. Lo que no sospechaba era que Valle se había ausentado por estar en pleno desacuerdo con la interpretación que se había hecho de la obra (Dougherty, Un Valle Inclán olvidado, 72). En 1915 volvió Valle a aludir a la cuestión respondiendo a una encuesta de La Tribuna («¿Qué obra suya le gusta más?»):

«No sé cuál es la que me gusta más; pero aquellas que desgraciadamente he visto ejecutadas en el teatro de la Princesa son las que me gustaron menos. En estos días, precisamente, con motivo de las nuevas ediciones de mi Opera Omnia, hago ánimos para volver a leerlas. Mejor dicho, he leído ya La Marquesa Rosalinda y confieso que no me ha parecido aquella que vi sobre el tablado. Bien pudiera decir, sin mentira, que es de todas mis obras la que me gusta más».


(La Tribuna, 3-abril-1915, p. 10)                


La crítica del estreno debió de molestar a Valle, porque, a su pesar, es unánime en aplaudir el trabajo de los actores, pero tibia al juzgar el texto dramático, aunque concordara en aplaudir los valores literarios de sus versos. La nota más discordante la daría Ramón Gómez de la Serna:

«Reciente el estreno [...] no queremos dejar de escribir una alusión clara y definitiva compatible con toda la claridad de este mes. La Marquesa Rosalinda tiene el Pierrot, el Arlequín y todo el carro de la farsa hasta los grandes y aristócratas Hospederos, pasando por toda la galantería y la funambulería del conflicto, de la obra de Jean-Louis Vaudoyer, La noche persa, estrenada en el Teatro de las Artes el año pasado; y en un asunto tan contrastante, tan convencional, tan fantástico y tan decorativo no hay la disculpa de la documentación como tratándose de pasiones y hechos comunes y esenciales, además de que hasta en el atrezzo se han sometido los actores a los dibujos deliciosos de Dresa, que sirvieron para aquella obra.

Como se trata de un joven del cual la traducción es aún anacrónicas (sic) en competencia con un viejo lleno de alevosías, queremos hacer notar esta sorpresa nuestra ante una obra que recargó su original con un acto más y con tópicos líricos de una ranciedad y de una hibridez desesperadas y ansiosas. Palabra de honor».


(Prometeo, XXXVII, 1912)                


Con mucha más prudencia y términos ambivalentes se expresó Tomás Borrás, entonces íntimo amigo de Ramón, en «Retratos: Don Ramón, artista del tapiz» (La Tribuna, 5 de marzo). Ahí alude a la calidad orfebreril de la técnica valle-inclaniana, técnica de artista cuya intención es pulir, burilar y miniar a partir de elementos procedentes de la literatura y no de la realidad. Lo que en nuestros tiempos ha sido valorizado y bautizado como «literatura de segundo grado» tenía aún entonces relación evidente con el prejuicio decimonónico sobre el «plagio», en el que Casares se fundaría poco después para atacar las Sonatas.

La prensa de talante liberal o republicana, aun reconociendo los valores de la obra, insiste en preferir otras cosas de Valle-Inclán. España Nueva acepta «transigir con estas evocaciones aristocráticas cuando las hace un espíritu tan disolvente y tan rebelde en el fondo». Y en La Noche, José Francés manifiesta sentir «la nostalgia de esas otras obras rudas, audaces, que en vez de buscar el cerebro, atacan al corazón y a los nervios», refiriéndose concretamente a Romance de lobos y a Voces de gesta (6 de marzo).

Los copleros hicieron también comentarios al estreno. Luis de Tapia en La Correspondencia de España, sin mencionarla expresamente, alude el día 6 a los dramaturgos que hacen literatura con naderías, y el Cancionero gedeónico dice: «¿Qué te ha parecido, Juana, / La Marquesa Rosalinda? / -Un tarro de porcelana / lleno de almíbar de guinda» (Gedeón, 850, 2). Y el seudónimo «Gedeón Moreno» abunda en el sentido de Luis de Tapia:

«En la Princesa nos hemos recreado con las escenas versallescas o aranjuecescas, si se quiere, del siglo XVIII. Como ves, el mundo marcha. Que nos vengan ahora, Calínez de mi alma, con que el teatro moderno debe llevar a la escena los problemas de nuestro tiempo, la vida de nuestros días, la realidad, la verdad y todas esas monsergas».


Y tras aclarar que lo de «farsa sentimental y grotesca» no es insulto, sino autodefinición de Valle, responde a si gustó la obra:

«¡Qué preguntas tienes, Calínez! A mí me gustó porque a mí todas esas intrigas de marquesas, abates y comediantes lujosos, empolvados, bien olientes, entre místicos y perversos, pero refinadamente elegantes, me gustan sin poderlo remediar. Ya sabes lo aficionado que soy a los abanicos antiguos. Pues imagínate que todas las figuritas de una de esas cabritillas pintadas, que se extienden sobre el rico varillaje de nácar, se animan y empiezan a moverse y a hablar, y tendrás una leve idea de lo que son los personajes de esta farsa. [...] Al público le entretuvo lo que la obra tiene de entretenido, le agradó lo que tiene de vistoso, le gustaban las cosquillas de la ironía y le sonaban bien las rimas y discreteos, pero del ambiente de la obra no compartía más que la frivolidad, porque no le dio ni frío ni calor».


En cuanto a la información gráfica del estreno, abundan las caricaturas, de las que destacamos las de ABC, España Nueva, La Tribuna, y las fotografías de La Noche, ABC, Mundo Gráfico y Comedias y Comediantes, en las que se significan Alfonso, Irañeta y Vilaseca. De toda esta información gráfica destaca aún hoy la caricatura de Bagaría en La Tribuna, de la que todavía en 1941 se acordaba Gómez de la Serna al escribir su biografía sobre Valle:

«Por una caricatura de Bagaría en que se pintaba en cuatro viñetas un árbol, un cuervo y al fin la figura de Don Ramón bajo el epígrafe de "Cómo se hace un novelista", viajaron por todas las redacciones unas postales en que el escritor decía cosas muy mal habladas de "Cómo se hace un caricaturista"».


Esta caricatura, que no han reproducido los biógrafos, ni se menciona en un recentísimo estudio de Antonio Elorza sobre Bagaría, se corresponde muy mal, como se ve en nuestra reproducción, con el recuerdo que de ella guardó el genial Ramón, el inmemorioso y antípoda de Funes. En cambio, la «tira» caricatural de Bagaría se corresponde muy bien con el texto ya mencionado de Tomás Borrás. Esa figura de «armazón de un maniquí que espanta a la chiquillería» con «la nariz-promontorio, las barbas de estopas, las gafas quevedescas en gurupa sobre la nariz», ese personaje «negro, feo y postizo» es lo que visualiza el lápiz de Bagaría. El texto de Borrás no resulta ofensa, sino llamamiento a quitar la corteza espantable para penetrar en el sustancioso meollo. No así la caricatura de Bagaría, y la réplica del ofendido ya la preveía Borrás: «Su lengua es a modo de daga que mata sutilmente al enemigo. Guardaos de Valle-Inclán si le habéis hecho una caricatura». Revisada pacientemente toda la prensa madrileña de los treinta días posteriores al estreno, podemos asegurar que (a falta de consultar El pensamiento español, no disponible en las hemerotecas y la Biblioteca Nacional en los días de la investigación) ningún periódico se atrevió a publicar el texto de las postales de don Ramón. Es La Mañana el que da más importancia al incidente, publicando a dos columnas la nota titulada: «A lápiz y a florete. Valle-Bagaría».

«Hemos de dar cuenta a nuestros lectores de un incidente que ha tomado cuerpo entre los que viven en las cumbres del Arte. Escritores y caricaturistas se disponen a lanzarse unos contra otros... En nuestro colega La Tribuna se publicó anteanoche una caricatura de Don Ramón del Valle-Inclán. El público celebró la gracia del dibujo y no paró mientes en más detalles. La obra del lápiz de Bagaría se encaminaba a festejar el estreno de La Marquesa Rosalinda con que celebrara su beneficio Fernando Díaz de Mendoza. ¿Qué ha encontrado en la caricatura el señor Don Ramón del Valle-Inclán para montar en cólera y enviar un cartel de reto al ático artista Bagaría? Misterio que nos es vedado y asunto que por andar en gestión entre ellos dos se hurta a nuestro comentario. Pero es lo cierto que el excelso autor de las Sonatas ha remitido al de su caricatura una tarjeta en la que se han escrito gravísimas ofensas.

Se dice que el dibujante no quiere acudir al terreno en que lo requiere don Ramón y ha iniciado un procedimiento contra su modelo y ofensor. Esta anécdota, que recuerda las violencias de Don Francisco de Goya y las recias acciones de Ribera, tiene el interés que da a sus determinaciones el exquisito prosista, penetrante poeta y alto dramaturgo Don Ramón María».


(La Mañana, 7 marzo 1912)                


Esa misma noche, en La Tribuna, aparece esta nota de Bagaría:

«UNA ACLARACIÓN. Algunos periódicos comentan en sus columnas unas graves ofensas que el señor Valle-Inclán me ha dirigido después de la publicación de una caricatura que apareció en La Tribuna el día 5 de este mes. Las postales donde la pluma del señor Valle-Inclán escribió las ofensas fueron enviadas por éste a otros periódicos, para que no se limitase su conocimiento al propio interesado. Hoy presenté en el Juzgado de Guardia una querella por injurias graves que se halla en tramitación. He puesto mi honor bajo la salvaguardia de la Justicia porque la calidad de las ofensas, dada la manquedad del Sr. Valle-Inclán, me impedían plantear la cuestión en otro terreno. El comentario de algunos periódicos me causa dolorosa sorpresa. Este es un asunto que afecta a todos los profesionales que no deberían celebrar ciertos actos como rasgos de un sutil ingenio».


El día 8, España Libre transcribe el texto de la nota de Bagaría. Es la última información sobre el episodio, del que no dan cuenta ni los semanarios satíricos de Madrid en las semanas siguientes. Queda por recuperar el expedienten de la querella, en el que se encontrará -suponemos- el corpus delicti, y los términos en que se resolvió el conflicto. Bagaría haría luego nuevas caricaturas de Valle que, por su claro afecto, implican la reconciliación. Ésta no le fue tan fácil a Gómez de la Serna, tras sus acusaciones de las que todavía en 1917 se hacía eco Cansinos Assens. Lo que de cierto hubiera en ellas está también por aclarar. Al parecer, se ha perdido el rastro de esa obra teatral de Vaudoyer, que valle-inclanistas franceses como los Lavaud podrían recuperar tal vez, para aclarar el enigma. El acercamiento de Ramón a Don Ramón debió de ser paulatino y penoso. La primera versión de las maneras en que perdió Valle su brazo no es la de 1923 en el homenaje de La Pluma, sino la recogida en 1918 en Muestrario, donde aún se mezcla la admiración por el artista de la palabra con el rechazo de su estética y de sus opciones políticas y el miedo a sus atrabilis (v. particularmente pp. 273-274 de Muestrario). Ramón no era olvidadizo ni desmemoriado, sino desmemorioso. Su tarea de reconciliación con los prohombres del 98, a los que sin excepción había gravemente ofendido en sus años de «joven turco», se iniciaría con el acercamiento a Azorín. En la biografía de Valle-Inclán, Ramón llega a escribir este párrafo:

«De esa generación se han dicho absurdidades con gran petulancia, y los muy jóvenes de un modo vulgar y monótono celebran con ella su primera agresión. Es indignante esta actitud injusta con los que ya no exigen respeto porque se adelantaron a ellos faltando al respeto a todo, pues no creían que la estimativa intelectual deba atenerse al respeto. Es más reprobable esta actitud de protesta de los advenedizos porque estos escritores del 98 fueron abnegados y vivieron mal, además de escribir una obra más caudalosa que esos medio-hombres, que han sido unos señoritos que han vivido bien, pues sus padres tenían emolumentos y gratificaciones, si no se casaron, además, con mujeres que tenían algo».


Párrafo absolutamente acertado y respetable, salvo que el autor del mismo formó parte en otros tiempos de los que ya habían hecho lo mismo, y eran entonces señoritos con padres registradores y altos funcionarios. Basta revisar las páginas, a veces incompletamente reproducidas, de Morbideces (1908, pp. 79-82) para encontrar un muestrario de tales «absurdidades». No hace falta recordar que Ramón no quiso nunca reeditar este libro primerizo, y que procedió a una constante poda de todo lo que fue reeditando y reutilizando, no movido por el mismo e incurable prurito de perfección estética, como su coetáneo Juan Ramón, sino por razones poco decorosas, como fue costumbre entre algunos colegas prosistas igualmente insignes de su tiempo. (Véanse nuestros trabajos en Revista de Occidente, núm. 80, enero 1988, y en Studies on R. G. de la S., edited by Nigel Dennis, Ottawa, 1988).





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