Estadme, señor, atento. |
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Queriendo el rey Ordoño, que
Dios haya, |
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casar a vuestra hermana doña
Elvira |
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con el moro de Córdoba,
Abenaya, |
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tan mal las paces afrentosas
mira, |
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que al tiempo que la noche en la
áurea raya |
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que deja el sol cuando al ocaso
aspira, |
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ponía el pie, que de sus
sombras viste, |
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dejó el palacio fugitiva y
triste. |
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En fin, como mujer que a Dios
temía, |
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y que del moro temerosa
estaba, |
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que al verdadero Dios no
conocía, |
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y en el profeta bárbaro
adoraba; |
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ásperos montes, por inculta
vía, |
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para oculta vivir solicitaba, |
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dejando fama en tanto
desconcierto |
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que con sus propias manos se
había muerto. |
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A mi casa llegó
desconocida |
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en hábito de pobre
labradora, |
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donde, sirviendo en. ella, fue
servida |
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de Tello, que hoy la mereció
y la adora. |
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El modo como ha sido conocida, |
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nadie, señor, presumo que lo
ignora, |
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y que, con gusto suyo como
nuestro, |
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se la dio por mujer el padre
vuestro. |
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Los años que vivió,
vos estuvistes |
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a Portugal, Alfonso,
gobernando; |
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heredastes al fin, y a León
venistes, |
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vuestra dichosa frente
coronando: |
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el parabién os di, que
recibistes |
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mis cartas y presentes
despreciando; |
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porque siempre os causó
desabrimiento |
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de la infanta el humilde
casamiento. |
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Y no es mejor el conde de
Castilla |
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que Tello de Meneses, ¡vive
el cielo!, |
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ni cuantos ciñe de una y
otra orilla |
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el mar de España ni el
celeste velo. |
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Del godo, que fue rayo y
maravilla, |
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y para el moro se engendró
en el cielo |
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de esa montaña soy centella
viva, |
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que de su misma sangre se
deriva. |
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Si he vivido entre rudos
labradores, |
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los paveses fidalgos
¿qué han perdido?; |
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que sus blasones, armas y
labores |
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ni temen tiempo ni los cubre
olvido. |
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Los abuelos de Dios fueron
pastores; |
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y pues que se honra de que lo hayan
sido, |
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y fue el oficio antiguo de
más nombre, |
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lo que Dios estimó, bien
puede el hombre. |
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Quitastes a la infanta su
marido, |
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contra la ley de Dios; pero si
efeto |
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de algún temor (aunque es
injusto) ha sido, |
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dadme la infanta y os daré
mi nieto; |
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criadle como fuéredes
servido, |
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y tened de mi fe mejor
conecto: |
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no todos somos reyes; pero
todos |
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somos reliquias de los reyes
godos. |
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Si las tortillas son blasones
nuevos, |
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en mi casa se hicieron, antes
dellas, |
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de cabezas de moros, no de
huevos, |
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hasta que vino vuestra hermana a
hacellas. |
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Mas disculpando yerros de
mancebos, |
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tales tortillas guisan las
estrellas; |
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que porque no haya diferencia
alguna, |
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bate claras y yemas la
fortuna. |
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No le quitéis por miedo o
por consejo |
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a nadie su mujer; tratad de
honrallos, |
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si vasallos queréis; que
Tello el viejo |
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tiene dineros, armas y
caballos. |
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Mirad que sois agora nuevo
espejo |
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en que se han de mirar vuestros
vasallos: |
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no le manchéis; que no es de
reyes sabios |
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entrar en la corona haciendo
agravios. |
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