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ArribaAbajo De un epistolario

Ricardo Güiraldes


Todos los que hacen esta revista fueron amigos de Ricardo Güiraldes.

Todos sabemos que él hubiera estado hoy aquí.

Sur se honra al reproducir algunas de sus cartas -elegidas expresamente por Adelina del Carril- que forman parte de un epistolario inédito.

En el próximo número publicaremos tres nuevas cartas.




Carta a Victoria Ocampo

Agosto 1917

Samedi soir.

Un chico cualquiera ha tenido una mala sorpresa, ha recibido un disgusto o sufre una decepción inmerecida. Mejor dejarlo, pues una palabra emocionada de nuestra parte, dándole a entender un sentimiento hermano, hará que el chico, creyéndose con derecho a una sobrehumana congoja, ponga a nuestro cargo la tarea de consuelo.

Usted me ha dicho, con un gesto de blando acobardamiento en los hombros, que Raucho era muy triste y yo   —102→   me he sentido sauce, durante cinco días, llorando mis hojas sobre el cauce de un río seco, hélas! nada, del agua que esperaba en mis raíces sentimentales para enorgullecer el ascenso de mis ramas, ha venido y confiese que es poco humano decir al chico la palabra fraternal para luego mezquinarle los brazos.

Dimanche a. m.

He recibido su carta esta mañana, Victoria, con esto quedaría todo dicho, si no fuera la necesidad por mi parte de decirle algo.

Qué error hace usted en decir que no está presente en la conversación. Puede ser que diga bien en cuanto a la palabra, pero usted tiene des yeux comme on a du talent sin contar lo demás y le garanto que yo he sentido esa presencia al grado de sentirme le petit enfant consolable.

Yo no había pensado nunca que Raucho fuera triste. Mi orgullo de gaucho siempre me dijo que el macho no llora y desde mi punto de vista del dolor, Raucho no es nada, pues ignora la angustia de luchas más complejas,   —103→   sólo aptas a disecarle a uno los nervios en esfuerzos inútiles.

Pero está el papel, se acuesta una frase en la blandura frígida de una página, sintiendo fuerte, y más tarde otra cara, a la misma distancia, cerebra a la inversa los mismos sentimientos y es lo que fue uno, ¿no es ya una maravilla?

Así su carta ha sido para mí, cinco hojas de block empaquetando un poco de alma... de alma unísona y grande que me ha hecho comprender cómo se puede escribir para otros. Yo sólo lo había hecho para mí como un placer, contento ya de hacerlo después de escrita mi juventud en el vacío.

Cuando yo tenía la ingenuidad, aún no mezquinizada por el trabajo, de desenterrar almas por las páginas muertas, me iba a la librería como a un templo, compraba un volumen (un par de alas), y volvía a casa, donde, en la cama, me dejaba volar en todos los ritmos de pasiones y formas. Era un lector fácil y la mínima luciérnaga me era estrella a la cual remontarme. Después dormía, con mi libro entre brazos, soñando que si algún día me era dado ser para otra persona lo que el autor era   —104→   para mí, colmaría todas mis más cariñosas aspiraciones. Ser alma en un libro e irse así, hacia otra, me parecía más que todas las materialidades.

Evóqueme así, idealista y crédulo, y verá que aquel yo, más fervoroso y puro que el presente, sentía como su más alto destino y gloria besar sus buenas y queridas, manos que han sabido poner en mi frente el lauro de una espiritual caricia.

Ricardo.

Imagine, en lo que de esta página queda en blanco, todas las palabras de afectuosa gratitud.

Vale mucho.



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A Valery Larbaud

Buenos Aires, 8-VI-1921.

Mi querido Valerio:

He faltado a mi promesa de volver a París para el mes de junio. Llegado el momento de embarcarme (con pasajes tomados) me amilané ante la idea de volver a vivir en trenes, trasatlánticos y ciudades. No sé si me estoy lastrando de años o si es un sentimiento pasajero pero me parecía que me arrancaba a una tranquilidad necesaria. En lugar de cruzar el charco, emprendo viaje al interior de mi tierra a fin de mes y allá veremos si he tenido razón de hacerlo así.

Lo que más siento en verdad es no verlo a usted y privarme de los buenos ratos de su conversación. Es lamentable no poder dejar una rama de vida en los lugares en que vive gente que uno quiere.

El motivo principal de mi permanencia aquí es la necesidad de ponerme en contacto con las cosas que pueden servir de base a mi obra literaria. Me parece que hay tanto por decir en este país, que me desespera no ser un hombre orquesta, capaz de desentrañar el aspecto poético,   —106→   filosófico, musical y pictórico de una raza inexpresada. No pretendo por esto ser capaz de hacerlo; hablo sólo de una tentación.

En Europa el problema está en ver las cosas bajo el prisma de un temperamento interesante. Muchos se torturan en buscar una forma de arte novedosa. Aquí todo el secreto estaría en apartarse de normas ajenas y dejar que los sujetos mismos fueran creando en uno la forma adecuada de expresarlos. ¡Y pensar que en cada una de las formas del arte hay un alma que está esperando su palabra! En los yaravíes y los estilos está la rudimentaria expresión de la montaña y la pampa.

En tejidos, ponchos y huacos está el criterio interpretativo de la forma y el color.

En el lenguaje pulcro y malicioso del gaucho el embrión de una literatura viva y compleja. Todo estaría en ser capaz de llevar estas enseñanzas a una forma natural y noble.

Lo desesperante es que no puedo llamar a nadie en mi ayuda y me paso a veces días y días con los brazos abiertos, temiendo tomar estos tesoros con manos de dilapidador.

Los horizontes que se me abren a cada paso harán   —107→   que siempre esté como un pobre empampado, buscando el rumbo con la ilusión de verlo en todas direcciones. Por suerte otros vendrán que crucen sin titubear el páramo en que me habré perdido sin dejar más que el mojón de mi esqueleto, que en este caso es mi esfuerzo. Si sirve de guía ya no será tan inútil mi inquietud.

¿Ve usted cómo estoy divagando y cómo echo sobre mis hombros cargas demasiado pesadas?

El imposible puede en el fondo ser base de una religión bastante aceptable, y si uno, en su persecución, va dejando alguna huella...

Todo esto no es sino para explicarle el retardo de mi viaje a Europa. Tal vez no gane nada con ello sino postergar una fecha de placer... Como usted todo lo entiende desentrañará de estas líneas mi sentir.

Le mando La Nación con mi traducción de Dolly. Temo haber hecho una cosa muy inferior al original. La ilustración es lamentable y no expresa en absoluto el alma de nuestra heroína. Málaga Grenet es el dibujante del suplemento literario de La Nación y yo nada puedo contra eso.

Le enviaré también otro número del mismo suplemento en que han salido unas cosas mías. Como usted verá   —108→   hay dos errores gordos. Uno de ellos se debe a alguien que me ha corregido, pareciéndole mejor poner sale donde dice nace. Estoy seguro que usted no está de acuerdo con esa lección que me da algún «cagatinta».

Salude con toda mi simpatía a Fargue y Monnier. Para usted un abrazo de su

Ricardo




A su madre

Salta, julio 22 de 1921.

Mi querida viejita:

Estamos en Salta desde antes de ayer, después de un viaje bastante penoso, pues llegamos a las dos de la mañana, con cinco horas de atraso.

Esto es muy lindo y Adelina está encantada. Hasta ahora hemos tenido la suerte de no tener más frío que en Tucumán y como poseemos un buen calentador de kerosene el cuarto está siempre agradable.

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Ayer por la tarde, una vez satisfecha nuestra hambre y descansada nuestra fatiga, salimos a dar una vuelta en automóvil. Dimos ángulos rectos por muchas esquinas, fuimos al Banco a sacar unos pesos y salimos a tomar sol por el camino a San Lorenzo, que es un caserío situado en la falda de unos cerros a unos cuarenta minutos del centro. Allá sabía yo que tenía su casa Juan Carlos Dávalos, pero me había decepcionado un tanto el saber que éste vivía momentáneamente en Salta por tener a su mujer enferma. Cruzamos el antiguo campo de batalla. El campo está amarillento y las llanuras y lomas del valle cantan en claro dentro del límite azul brumoso de los cerros que los circundan, como un paño a un reñidero de tierra arenosa.

Íbamos haciendo montaña rusa por las lomas mondas; atrás centro del valle, núcleo de los campos, clareaba el caserío de la ciudad e hincaban sus campanarios. A la vera del camino serpentino como un arroyo, algunos espinillos y arbustos achaparrados esperan desnudos la primavera. El aire es claro y sutil. Algunos hombres y mujeres montados en mulas, cubiertos de ponchos coloreados, nos cruzan y saludan. De pronto no sé por qué...   —110→   Tal vez el chambergo aludo entrevisto en alguna fotografía, tal vez la silueta alta y fuerte, tal vez un simple aviso del instinto, nos hace reconocer en un jinete a Juan Carlos Dávalos. Adelina me lo dice y nuestro conductor que conoce a todo el mundo nos afirma en nuestro pálpito.

A todo esto, hemos pasado de largo y el hombre ha quedado unos metros atrás sufriendo el insulto de la polvareda, que le echamos encima, en saludo poco cortés.

Me bajo para acercarme de a pie. Dávalos monta un caballo zaino obscuro grande, enjaezado a la moda salteña. Bajo su gran chambergo la cara conserva su tranquilidad impasible y con calma curiosa contesta a mi saludo.

-Debí traer unas cartas de presentación para usted -le digo-. Bermúdez me escribió hace poco diciéndome que si pasaba por aquí viniera a verlo en su nombre. Soy colega suyo... Güiraldes.

-¿Güiraldes?

-Sí, señor.

A su expresión curiosa sucede una sonrisa franca y simpática.

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-Usted es un gran gaucho -me dice dándome la mano.

Y nuestra amistad queda pactada. Me habla de su próxima conferencia en el Jockey, me dice sus tribulaciones e inquietudes; quiere preguntarme detalles sobre el público. Y me da una cita para la mañana siguiente en su casa, a fin de que charlemos.

La casa de Dávalos está sobre un cerro de la falda, dominando el valle. Es una construcción de tipo antiguo, levemente modificado. Una pequeña acequia crea el silencio.

El poeta salteño se ha construido un cuarto de trabajo, amplio como un taller de pintor. El sol entra por las ventanas grandes, plasmando al azar cuadrados de calor sobre el piso, la mesa de trabajo, las paredes blanqueadas a la cal o la encuadernación de algún libro viejo.

Después de mis explicaciones sobre el local en que va a dar su conferencia, quiere saber qué rostro tiene el público. Satisfecha su curiosidad, saca unas cuartillas de entre las muchas escritas que se entremezclan tapizando la mesa, y dice que va a leerme la introducción de su trabajo, para luego explicarme su trazado general.

Tiene una voz viril y suave con esa entonación especial   —112→   de los salteños que alarga los párrafos como una plancha quita arrugas. Ustedes oirán esta lectura. Sólo puedo decirles que mientras leía, sus palabras iban despertando un eco de emoción muy íntima en mí.

Las horas se fueron; cayó la noche; Adelina, que había quedado tomando sol por los cerros, vino como un resultado natural del momento que empujaba las cosas hacia la intimidad y hasta tarde seguimos nuestra plática, oyendo los versos que parecían sonar en la boca de Dávalos como un eco de los cerros mismos. Pachamama, la madre tierra, respiraba en poesía la sugestividad de su hora crepuscular.

Volviendo hacia Salta, trazábamos en la noche la pasajera parábola de una inicial escrita en el agua.

Nada más. La suite au prochain numéro.

Un cariñoso abrazo del hijo

Ricardo.



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A Valery Larbaud

La Porteña, octubre 22 de 1921.

Mi querido y grande amigo:

¡Qué trabajo resulta al fin esto de tener que adaptarse a ambientes nuevos, sin más intervalos que dos o tres meses! Cuando estoy hecho a París, me vengo a la Argentina; cuando me estaba aclimatando en Salta, vuelvo a la estancia... Mi pobre cabeza resulta un aparato fotográfico que nunca está enfocado.

Martín Fierro dice:


Vaca que cambia de querencia
Se atrasa en la parición.



No solamente me atraso sino que no llego nunca a parir. Lo digo para que no me rete por mi manía de tocar y retocar mis obras, hasta hacerlas a un lado por aburrimiento.

Xaimaca está casi pronta y Don Segundo Sombra va a entrar en período de actividad. ¿Por qué me empacho de todo trabajo que a su principio fue un placer?   —114→   La explicación debe estar en mi vida ambulatoria. ¿Cómo continuar en unidad de espíritu (cosa necesaria para la coherencia de una obra) cuando todo cambia alrededor?

Concluiré, me parece, por no hacer sino poemas breves, para no andar arrastrando mi literatura como una preñez sin solución.

Me dice usted que trabaja un poco. ¿En qué? ¿Cuál es la obra a editarse este año? Le hago notar, mi querido amigo, que usted es demasiado parco en explicaciones de este género. ¿Su conferencia sobre Nuestros autores está vertida al francés?

¡Cuánto me satisface su impresión sobre Dolly! Yo también hubiera dado con gusto una conferencia (íntima) para desahogarme hablando de los simbolistas, de ustedes... Más que Rimbaud y Mallarmé, para los cuales existen ya comentarios mejores que los que yo pudiera hacer, me hubiera dedicado a mi Laforgue, a Tristán Corbiére, Isidore Ducasse. Luego hubiera sacado de ellos consecuencias americanas: Herrera y Reissig, Lugones. Después hubiese deseado no ser incomprensivo ante ustedes tratando de Larbaud, Fargue, Romain, Saint-Léger Leger.

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Pero, ¡oh sueños de oro! ¿Quién me habría invitado a hacerlo?

Le escribo desde la cama acompañado por Levet y la última publicación que de Jules Laforgue hace La Connaissance.

Afuera hay una primavera agria y húmeda. Las lluvias han venido demasiado tarde y las plantas rabian en jugo mayor. Es una diarrea por hartazgo. Las vacas mueren empastadas. Sus cadáveres de panza hinchada son pequeñas cúpulas de carne en quiebra. El dueño se lamenta en pesos moneda nacional.

Nuestra estadía en Salta ha sido una gloria. El poeta Dávalos ha ganado mucho en mi estima literaria, tanto es así que sus cosas, ahora identificadas con los lugares y tipos que describe, me resultan casi palpables (como las llaves o portamonedas que nuestras manos encuentran todos los días en el bolsillo). ¿Le he mandado algo de Dávalos?

¡Viera lo que es la estancia del Rey en la frontera de Salta y Jujuy! Un valle de unas setenta mil hectáreas con cerros altos, llanos, ríos, bosques, vacas, tigres, antas, corzuelas, loros, buitres, tábanos, sachamonos, tastás, osos meleros, gauchos, lazos, guardamontes y otras   —116→   mil cosas diversas, sin contar el cielo que es de todos, según Jules Laforgue.

Hemos pasado doce días, de los cuales tres en las selvas del cerro, durmiendo en nuestros recados, al amparo del fuego que defiende del frío y de los bichos (jaguares).

La ciudad de Salta es de una tranquilidad indecible. En ninguna otra parte del mundo he vivido más al margen del tiempo.

¡Qué maravilla el reñidero de gallos, al que iba todos los domingos!

Usted tiene que venir, Larbaud, para que hagamos un viaje juntos. Dormiremos al claro de luna en un lugar que se llama El Socondo, nos bañaremos en el Arroyo de las Doncellas, viajaremos por el valle de Humahuaca, cruzando pueblos que se llaman Tilcara o Purmamarca, iremos por las punas a San Antonio de los Cobres o Abra Blanca. Cruzaremos caravanas de burros cargados de sal, compraremos algún cuerito de chinchilla o negociaremos un lote de vicuñas, y si usted lo quiere, se hará regalar alguna preciosa chinita de catorce abriles, tímida como una corzuela, de quien tendrá los huesos menudos y dócil   —117→   como los gatos de San Juan, de quienes tendrá los ojos sesgados.

¡Y qué bien pondría usted su grande alma de poeta a los pies de esa carne simple!

He traído de mi viaje un hermosísimo quillango de vicuña, un lujoso par de espuelas de plata cincelada, a la manera de los antiguos plateros de Potosí, y me está haciendo un par de lazos el gaucho Isea, rubio como un Cristo, barbudo como un Moisés, que sabe muchos cuentos de Pedro Urdimales, de Magia Negra y Magia Blanca y del tiempo en que los animales hablaban.

Mi querido Larbaud, hágase presentar por Adán Diehl al poeta Zapata Quesada. Es un buen amigo mío y sus versos tienen un empaque y una audacia de lo más simpático, y a fe que suenan las estrofas como un acero curiosamente labrado. Yo lo quiero y estimo mucho. No sé en verdad por qué mi estupidez no le ha hablado antes de ese talento.

Muchos recuerdos a Fargue, Monnier, Beach and Company. Estoy harto de mí y privado de ustedes.

Lo abraza a la criolla su amigo

Ricardo Güiraldes.