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Viajar en el viento o en el tiempo

Antonio Rodríguez Almodóvar





La necesidad de una literatura para niños y jóvenes descansa en un principio psicológico que solemos olvidar: la necesidad de ordenar el caos del mundo mediante ideas, sentimientos e imágenes coherentes. «El mundo es un bosque de símbolos», ya lo dijo Salustio, y luego lo repitieron Baudelaire, Bécquer y Machado, entre otros. Cierto. Y lo va a ser siempre. Pero la literatura, aunque ilusoria, sirve para poner un orden mínimo, un consuelo mental y emotivo, en la turbulencia terrible de la realidad. Por eso el remoquete de «literatura de evasión» casi nunca es acertado, pues, antes que a la fuga, responde a esa necesidad de articular un sentido. Puede ser trágico, cómico o tragicómico, pero un sentido. Así es como la cabeza de nuestros alevines aprende a pensar, alejando de paso la angustia del desorden, viajando en un tiempo histórico o ficticio, o en el viento de la imaginación pura.

Este comienzo de curso nos abrimos de nuevo a las ofertas que hacen las editoriales, pensadas para cubrir esas ansiedades entre adolescentes. Empeño siempre encomiable, aunque el resultado sea a veces poco sólido. De tres libros, que sí lo son, vamos a hablar.

La editorial La Galera ha lanzado, con curioso despliegue publicitario, Las andanzas de Kip Parvati, ópera prima del periodista Miguel Larrea (Madrid, 1966). Lo de 'curioso' viene, sobre todo, porque el editor, Xavier Blanch, anuncia en la solapa: «Esta obra fue rechazada por once editoriales. Estoy convencido de que se equivocaron absolutamente». Sin duda quiere acogerse al prestigio de las grandes obras, muchas por cierto, que en su día fueron rechazas por eminentes editoriales. Sin hacer de futurólogos, algo de eso puede haber en este caso, pues el buen estilo de la novela, y su extensión, no encajan precisamente en las exigencias de algunos editores que, sin empacho alguno, confiesan preferir una literatura menos elaborada, para un mercado poco exigente (al que ellos también tienen acostumbrado), de lectores poco hábiles. Vamos, que, siendo para niños y jóvenes de hoy, no me venga usted con florituras. Si ya se nutren de salchichas, para qué buenos filetes. Así está el patio.

La narración de Larrea se apunta a lo mejor de los libros de aventuras exóticas, con Kipling como mentor, en algún remoto país del Océano Índico. Su protagonista, Kip, se enrola también en la no menos significativa saga de los grumetes sobre frágiles embarcaciones azotadas por los monzones y por otros vientos fatales de la vida. Bien trabado, bien conducido a través de múltiples peripecias, el relato mantiene ese aliento.

Un hoyo profundo al pie de un olivo, de M. Carmen de la Bandera, se adentra con valentía en el escabroso mundo de las luchas de religión en la Sevilla del siglo XV, en plena vorágine histórica de la Inquisición, la expulsión de los judíos y las capitulaciones engañosas de Santa Fe. Un cóctel fatídico con el que se inicia la modernidad en España, o mejor dicho, se aleja por mucho tiempo la verdadera modernidad. Será bueno que el lector adolescente, a través de una hermosa historia de amor imposible entre Carmen y Samuel, se acerque a comprender de dónde vienen los lodos actuales de Israel, Palestina, Irak y otras tragedias, todas bajo el signo de la intolerancia, pero eso sí, en nombre de Dios.

En tono más amable, El mapa de los sueños, del extremeño, afincado en Sevilla, José A. Ramírez Lozano, nos invita a otra clase de viaje sin salir de casa. Es la historia de un muchacho que comparte la secreta pasión de su abuelo por los trenes, sobre un gran despliegue de mapas por el suelo, sorteando, cómo no, los avatares cotidianos de una familia de oligarquía obrera a la que sólo le han dejado eso, la facultad de viajar en sueños hasta Vladivostok, la última estación que a todos nos aguarda, y a la que más vale irse acostumbrando.





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