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ArribaAbajoJornada V

Desde Rime Mallin a Butacura


(Abril 19 de 1806)

Bien temprano hice aprontar la venida de los animales para marchar, y, aunque reconocidos, faltaban veinte y dos que se habían desgaritado aquella noche, a las ocho de la mañana, dejando este buen sitio, por la misma vereda que entramos a él nos pusimos en el punto donde quedó la mensura el 12. Y continuando el rumbo, por calidad de terreno poco parejo, y de alguna piedra redonda, se enteró legua sobre las diez y seis cuadras, que quedaron pendientes frente a unos pretiles de piedra, que hacen cima al cerro, del lado del sur.

Caminamos por el mismo rumbo veinte ocho y media cuadras, que se completaron al entrar a un faldeo pedregoso, y de trecho de dos cuadras que se estrecha al río: en cuyo sitio, mudando de rumbo, se dirigió la caravana al este, cuarta al sueste.

Continuamos la marcha por buena senda, con sólo el atravieso del río, que lo pasamos por buen vado de piedra menuda, y hasta unos sauces, y un carrizal que hay al norte de dicho río, se completó otra legua. Este sitio es una hermosa vega, donde hay un frondoso mamano, y siguiendo media cuadra más, nos alojamos a las 11 de la mañana. El lugar se llama Butacura.

En este vega hibernan regularmente algunos indios, así por el pasto que hay en sus contornos, como por la poca nieve que cae. Y al poco   —50→   rato de estar alojados, llegó el gobernador Manquel con parte de su toldería y familia; y apenas se desmontó, cuando se vino a mi toldo, dejando a su mujer armando el suyo.

Su visita se redujo, a que se había venido con toda su familia, y le seguían sus parientes para lograr el gusto que les proporcionaba mi vista y buenos consejos. Que todas las tierras y buenos pastos tenía a mi disposición para mis cabalgaduras; que había de parar algunos días con ellos, así como debía ir a otro lugar a esperar a los dragones y peguenches que debían acompañarme. Le di los agradecimientos debidos, y que todo sería de mi gusto en su compañía, la que me proporcionaría la ocasión de no hacer cosa que con él no la consultase.

Al poco rato nos pusimos a comer, en cuyo tiempo llegaron tres indios al toldo de Manquel, y el uno de ellos cubierto de una lloyca de guanacos, cuya noticia en su idioma, se la comunicaron con bastante susto entre cinco, o seis mocetones, que a la puerta de mi carga estaban tendidos: pero es imponderable la suspensión de ánimo que Manquel padeció al oír de que venía con pieles vestido. Medio se entrelevantó, y me dijo: Curreo guilliches, lengua, lengua. Me reí, y llamé al dragón Baeza, quien al punto vino, que se hallaba en el fogón, y apenas lo vio, cuando se explicó que había llegado correo de los guilliches, y me preguntaba qué contendría. Le respondí: Que vendría a darme parabienes por mi feliz llegada, y a él, porque estaba también acompañado con una comitiva de españoles. Que el Gobernador se me mandaría ofrecer como era regular, solicitando el que lo ocupase, y deseándome felicidad, hasta la conclusión de mi comisión. Soltó la risa y siguió comiendo, y yo dándole por el susto que le daba un indio empellejado de día, de paz, y en medio de sus mocetones, que ya después sabría lo que contenía el expreso, y que viniese a conferenciar conmigo sobre la respuesta, si era materia que pudiese confiarme. No quiso moverse hasta que yo le dije que fuese a recibir al embajador, y parándose, me respondió: Que iría después, que, me hiciese presente una súplica que traía, y que lo perdonase. Hice decirle que pidiese, pues bien sabía que deseaba complacerle, y me hizo relación de un caballo que en fines de noviembre le había robado, del cual había tenido noticia por un español, nombrado Bruno Jara, que paraba en poder de un mayordomo de don Manuel Riquelme, vecino de Chillán; y así que escribiese al comandante de Tupacel, para que lo hiciese entregar al teniente de amigos, Felipe Mellado. Le prometí que luego lo haría, y que le mandaría la carta así que estuviese escrita; la que al poco rato le llevaron.

En todo el resto de la tarde no pareció Manquel a mi toldo, ni yo quise indagar sobre el contenido del correo.

  —51→  

Al tiempo de cenar, me contaron los dos tenientes asociados que habían ido a visitarlo cerca de la noche, y hallaron a Manquel sentado con los tres indios forasteros. Que el uno Boroano: y así como se hicieron presentes, sin interrumpir la parla que tenían, les hizo señas se entrasen a su habitación. Y como ellos preguntaron a Dª Carco, si aquellos eran los guilliches; Manquel les contestó: También sabe uno de ellos hablar español. Advertencia del indio, a fin de que no hablasen algo que no les sonase bien.

Al siguiente día temprano, tuve a Manquel con sus tres huéspedes en mi tienda, que venían acompañados del capitán. Éste se adelantó, y me dijo, que si les daba licencia para entrar de parte de Manquel. Les respondí que sí, y habiéndolo hecho con ceremonias de formalidad, se sentaron, y Manquel dijo: Mi amistad, y la de este cacique (mi pariente), vienen a franquearte un mocetón, para que, llevando recados de mi parte y la suya, podáis tener mejor pasaje por Mamilmapú.

En el momento que los vi entrar, conocí que uno de los forasteros era el cacique Millatur, que también salió de la junta de los Ángeles, de que he hecho mención, y quien entonces ofreció dar un mocetón de auxilio en este viaje.

Le contesté: Que su voluntad la tenía conocida por experiencia; que cada día le recibía nuevos favores, y este se lo agradecía tanto, como a su compañero y pariente, a quien ya me parecía haberle visto en los Ángeles, y también haberle oído ofertar un vasallo para que me acompañase, que su nombre debía ser Millatur, y de estos mismos peguenches que gobernaba. Que no me olvidé de él en Antuco, ni tampoco después, en estas tierras, que lo eché menos, y si no pregunté por él, fue porque supuse el que se hubiese arrepentido de aquel propósito, y no se pensase que el interés del mensajero, más que la inclinación, me había hecho recomendarlo a la memoria. Con bastante desembarazo se explicó de esta suerte: Las razones que supe vertir por mi boca, a favor de los españoles, siempre fueron nacidas de mi corazón, y las supe cumplir como que procedía conforme a mi voluntad. Si en esta ocasión hubiera faltado, la causa hubiera sido otra, y el culpado yo para tu pensar. No tengo la fortuna de adivinar, y no podía saber de la junta de Antuco, ni de tu venida sin esta virtud, no dándoseme parte de ello. Citaron a todos los caciques, menos a mí, y no sé hasta ahora qué razón hubo: si fue porque allí esperaban socorro, y les parecía que no alcanzaría para ellos yendo yo, hicieron mal, pues jamás tuve interés, sino en servir alguna vez a quienes siempre nos auxiliaron. Si fue por desacreditarme, obraron peor,   —52→   porque jamás supe desacreditar a mi nación, sino antes bien recomendarla. Corrió ahora la voz de tu llegada a nuestras tierras; corrió la novedad que deseabas caminar cuanto antes; y apenas lo supe, cuando monté a caballo con un sobrino cual es este, que así lo nombro, porque está casado con una sobrina mía. Él es nacido en Boroa, y de muy mediano se fue a las Pampas, donde se crió en lo de Quinchepi. Fue a buscarlo un hermano después de muchos años, y por retornar con su asistencia los bienes que había adquirido o merecido de aquel cacique, no quiso tener el gusto de venir a ver sus parientes, hasta que él mismo se lo mandase. Se llegó este tiempo, y se vino para lo de los guilliches, cuyas tierras debía pisar para pasar a las suyas. Allí estaba su suerte, como dicen. Allí estaba una sobrina mía, cautiva desde mucho tiempo ha; y éste, aficionándose de ella, y sabiendo que era mi parienta, se la robó, y se vino con ella a mis toldos, donde la tomó por mujer, con mi gusto y el de todos mis parientes. Tiene éste, parientes y amigos en los pampas. Ha estado muchas veces en Buenos Aires, y es práctico de los caminos y riesgos, donde pudieran ofrecerse para precaverlos.

De toda esta narración podrás inferir, que es fiel y agradecido, pues no quiso desamparar al que lo crió por venir a lo de sus parientes, y que así sabrá corresponder la estimación que de él hagas. Y también que, habiendo tenido valor para robar la mujer que hoy posee, será cona, y en cualquier peligro podrá defenderte, hasta rendir la vida. Aquí está Mariñan, que así se llama: recíbelo de mi mano, si te parece bien, que ya lo tengo bien aconsejado, a fin de que te guarde el respeto debido, y haga por ti, a mi nombre y el suyo, los mejores oficios de amistad, para que se te facilite y ceda cuanto apetezca tu buen deseo.

Me paré, y recibí de su mano la de Mariñan, diciéndole: Millatur, de tu mano, amigo, recibo la de tu sobrino, que apreciaré como lo merecen tus expresiones. Por ellas conozco un talento superior, y que aventaja al de otros muchos de tus paisanos; sino es que el mejor explicarte deba provenir de tu mayor fidelidad, y mejor voluntad que nos tenéis. Ninguno ha hecho lo que vos. Tú me has venido a buscar, y yo he buscado a los otros. Tú te vienes a disculpar, cuando otros me culpan porque los solicito. Tú me vienes a presentar tu sobrino para que me acompañe, cuando otros se valen de pretextos frívolos para no ir. Tú vienes sin interés, cuando otros ni por hartos se hallan satisfechos. No tengo expresiones para corresponder de parte de mi nación las que tu corazón ha vertido por tu boca, pero nuestras acciones te sabrán hacer ver nuestra gratitud. Esta acción generosa la recomendaré a mis superiores, para que llegue al trono de nuestro Soberano; y supongo que tu Gobernador que me oye, y que diariamente ha presenciado todo lo que ha pasado   —53→   de estos días, se alegrará que así me exprese, para de algún modo retornar las finezas que te acabo de recibir. Doy a él también las gracias por la parte que tiene en haberte traído, y ved si soy de algún modo útil alguna vez para servirte, que sabré con gusto acordarme de esta hora, para emplearme en complacerte.

Seguimos tratando más de una hora, entre los cuatro, acerca de la expedición. Hice varias preguntas a Mariñan sobre los indios pampas, patagones y guilliches: no me dio respuesta de importancia. Le di a cada uno de ellos chupas, pañuelos, sombreros, añil y tabaco; y emplazados para la junta, se retiraron, quedando Manquel conmigo muy contento, ponderándome la fidelidad, de Millatur.

A Manquel le reconvine sobre el encargo que le hice de que me consultase sobre la respuesta que había de dar al correo de los cuilliches. Me respondió que los mocetones lo habían engañado. Le aseguré, que muchos días antes tenía conocido que a cada instante padecía errores, y todos los de su nación: que ya iría tratando a españoles formales, y hombres de bien; con el tránsito y franqueza de sus tierras, y con esta comunicación, adquiriría mejores conocimientos. Con mucha afabilidad me confesó, que así había visto, que cuanto le había yo asegurado había sido cierto, y salido como se lo prometía. Que con las antecedentes novedades, sino me hubiera hallado en sus tierras; se hubiera originado una general perturbación y movimiento.

Le pregunté, que si Millatur no le había traído alguna cosa nueva. Me respondió que no, y queriéndomelo asegurar más, le insté que me confesase la verdad, pues tenía experimentado, que cuantos venían de otros toldos llegaban con esa introducción, y por eso los recibían, poniéndoles asiento, y sentándose a la redonda a escucharlos. Me confesó que algo de guera dungo, esto es de mala novedad, había traído. Le di el pésame, y le supliqué me contase sus trabajos, que procuraría consolarlo. Respondió que no; porque yo no creía, y luego me reía de él, y a este tiempo la llamaron de sus toldos.

El 31, estuvo Laylo a visitarme, y me prometió traer a su mujer y familia que querían conocerme. Le insté que lo verificase, aunque tenía muy escasas ganas de ello, porque a este indio le había notado un no sé qué, que ni puedo explicar, y podrá colegirse de la narración del viaje.

No tardó mucho tiempo en volver con su mujer, una cuñada, dos parientas, dos nueras, y una gavilla de chicos, independiente de tres de pecho, que   —54→   las madres traían en brazos. Los obsequié con todo lo que en esta ocasión mis facultades alcanzaban. Conversamos mucho sobre la fertilidad de estas tierras y de sus habitantes, que ya irían conociendo cuánto les importaba la paz, que gozaban del regazo de tus mujeres e hijos, que los alcanzaban a criar y a ver grandes. Que así se multiplicarían, y que si antes tenían el gusto de verlos nacer, en la misma hora debían considerarlos esclavos, o víctimas de sus enemigos.

En este estado me avisaron de una mula que se había desgaritado de la tropa, y que habiendo llegado al toldo de un indio no quería entregarla, sino antes bien la había ocultado. En la misma actualidad llegó Manquel y Treca, y le dije al primero lo que me acababa de referir el arriero, y que hiciese en el momento entregar la mula; que ni yo ni los míos ofendíamos, ni perjudicábamos a sus mocetones, sino antes bien los tratábamos con agrado, y los regalábamos, y que estuviese advertido, que si el indio no le obedecía en entregar el animal, yo sabría hacerle entender el atrevimiento que había cometido en guardarse lo ajeno, y en no obedecer las órdenes. Contestó Manquel, que mandaría un mocetón por la mula, y no la dejaría de traer. Se verificó, y le di los debidos agradecimientos, ponderándole, que entre nosotros el delincuente ya padecería la infamia de ladrón, y no hubiera quedado sin castigo. Y vamos a otra cosa, que ya esto lo habéis remediado del modo posible. Contadme el guera dungo de Millatur, cuya curiosidad me trae inquieto. Sonriéndose, me prometió que si lo haría; pero antes de verificarlo, le había de conceder una gracia, que era de no salir de sus toldos hasta el miércoles, porque esperaba un correo ciertamente de los guilliches, y quería tenerme a su lado para entonces. Le dije, amigo, ese correo que decís será como el del otro día, no lo esperes tan luego. Yo me perjudico con estas demoras. Traigo víveres para dos meses y medio solo. Todo se va acabando con las tardanzas de ustedes para moverse; y para que no digáis que no cedo a tu solicitud, sí haré lo que pedís, y vamos al cuento que lo empezó.

Millatur es hombre de verdad, y me aseguró que sabía que el guilliche Guerabueque estaba mortalmente herido por un hijo; pues estando éste en un cuarto de una mujer de su padre a deshoras de la noche, fue sentido, y levantándose Guerahueque a matarle, él lo recibió dándole una puñalada, de la que ya habrá muerto. Le dije: Manquel, si es muerto o no, no lo sabes, pues tampoco debes creer esa novedad, cuyos principios no son razonables. Millatur está engañado, y tú también. Yo te estimo y deseo no vivas confuso de tanta mentira y novedad en lo de adelante: examina bien lo que te cuenten para creerlo, y dentro de pocos días no te darán razón sino de lo cierto, porque temerán el que descubras los enredos.   —55→   Me prometió hacerlo así, conviniendo también Treca en ello, que nos había estado oyendo. Permutaron dos caballos por dos frenos, y dos corderos por un mazo de tabaco, y se retiraron.

El 22, recibí un mensaje del cacique Calbuqueu, sobre que su hermano, que debía acompañarme, salía el 23, pará pasar a juntarse con mi comitiva dentro de cinco días; que le mandase decir el camino que seguía, y el lugar donde quería esperarlos, para que fuese prevenido, y les avisase a Pulmanc y a Manquelipi, que los pasaba a llevar de sus toldos. Que también me comunicaba, de que Guerahueque estaba en paz con Canigcolo, y que si me parecía bien que ellos también la solicitasen, que le mandaría a dicho Canigcolo una embajada sobre el particular. Que me había oído en Rime Mallin, que les sería muy útil tratar amistosamente a aquel indio, frecuentar sus tierras, y comerciar libremente; y que si era de mi aprobación el proyecto, aconsejase a Manquel para que se cumpliese, que él daría mocetón y lo remitiría cuanto antes.

Obsequié al del recado, y le contesté: Que estaba muy bien el que su hermano saliese por mañana; que mi dirección era por la ruta de Molina, hasta conocer su calidad, y si era mala, como me lo habían asegurado, vendría a desengañarme de la de Cudileubú. También que en Triuquicó, o en Tilqui sería el lugar donde me juntaría con los peguenches, y el signo de mi estada sería una quemazón que haría mantener de continuo, la que los guiaría sin pérdida de terreno. Que sobre el proyecto de paz que quería entablar con Canigcolo, le aseguraba era el mejor partido que debía tomar, y con todas sus fuerzas protegiese su determinación hasta ponerlo en práctica; pero con el bien entendido, que la paz había de ser correspondiente a las naciones amigas de una y otra reducción o tribu, con franqueza de comercio y trato libre, para poder entrar y salir sin temor de traición, ni pérdida de intereses, ni vidas. Que la menor infracción que se experimentase, o por cabeza, o por vasallos, sería toda la nación obligada a entregar los delincuentes, para que fuesen privados de la vida con ignominia por los agravios; y en caso de no hacerse así se entraría a nuevos tratados. Que la amistad de nosotros les es inseparable, y la más útil que puedan desear, y por el tanto la deberá admitir Canigcolo entre los límites de los puntos citados, debiéndonos recomendar desde ahora, para que no se embarazase en este punto, que le hará el tiempo conocer ser el más ventajoso. Que de esta materia había tratado conmigo, yendo de camino para Buenos Aires, y había convenido en ella con sumo gusto, y que si acaso se encontraba con mi comitiva, o algunos de sus vasallos que transitan las tierras intermedias, me recomendase como a hermano para que me protegiese y auxiliase, en cuanto fuese preciso, de cuya acción quedaría agradecido. Que por lo que respectaba a Manquel yo lo aconsejaría hasta   —56→   persuadirlo a ello, y que le daría un obsequio para que se le mandase Canigcolo en mi nombre.

No tardó mucho Manquel en venir, y con descuido le entré en conversación, de lo muy conveniente que le sería una paz entablada sólidamente con él, y que no debía omitir diligencia alguna a este fin. Me contestó, que siempre pensaba enviar sus palabras a lo de Canigcolo. Yo le aseguré, que Calbuquen era del propio sentimiento, y podrían unirse los dos para verificarlo: se retiró ya con esta tentativa después de comer.

A la tarde se me llenó el toldo de mocetones, mujeres, y chicos al último socorro: a todos contenté, y los despedí diciéndoles, que estaba ocupado, como que debía salir al siguiente día.

A las seis de la noche, me fui con el capitán de amigos de intérprete2 para lo del Manquel, a quien hallé a la orilla del fuego, con su mujer, y diez individuos más, entre hombres y mujeres, chicos y chicas que formaban una rueda, o círculo. Se pararon para recibirme, y poniéndome un pellejo de asiento, lo tomé y les dije: Que la gratitud en que les estaba, y el trato que habíamos tenido habían engendrado en mi cariño que me hacía sentir su separación; que mi marcha con el favor de Dios sería bien temprano, y podían ir viendo en lo que me ocupaban, porque deseaba complacerlos. El indio y su mujer me hicieron un expresivo razonamiento tal, que habiendo tenido Manquel sus pesares en los días antes de mi llegada, me aseguró que el gozo que había tenido su alma con mi compañía, le había podido borrar aquellos sentimientos, que cundieron tanto en su ánimo, que quiso dejar el mando, y abandonarse al desprecio de los suyos. Que mis instrucciones, manejo y consejos, lo han llenado de ideas más altas, lo han ensanchado, y desde luego, quisiera por algunos días más no separarse de mí: que no sabía cómo dejarme allí en la invernada. Que me deseaba toda felicidad en mi expedición, y si volvía por sus tierras, en señas de su voluntad, a mi regreso me iría a encontrar a lejas distancias, para darme un fuerte abrazo, y llevarme víveres.

Me di por muy satisfecho, y como lo vi algo enternecido desde que hizo memoria de sus trabajos, me pareció oportuna ocasión para entrármele hasta descubrir algunas confianzas útiles sobre la amistad de Canigcolo, y le dije: Manquel amigo, el título de amistad es una prueba de la mayor confianza. Yo os miro, y a toda esta familia que me oye, con mucha lástima, y para que me lo creas, no necesito de otras expresiones que repetirte lo que antes oíste por tus preguntas: que soy oriundo de este reino, tu compatriota, y de cierto modo tu hermano. ¿Por qué te amáis tanto con tus compañeros peguenches, sino por esta razón? ¿Por qué defendéis sus   —57→   partidos, sus propiedades, sus fueros, sus tierras? ¿No es por esta misma causa que ambos nos liga? ¿Por qué te parece me veis en tu casa, sino por noticiarte de bienes imponderables que nuestro Monarca os promete por medio de nuestra comunicación? Dejé mis comodidades, mi mujer, mis hijos por daros este gusto, y haceros entender cuanto os conviene franquear tus tierras y solicitar las intermedias, para que todos nos hagamos unos. ¿Cuándo pensabas hacer a tu nación una, unida con la nuestra, y que se hiciese tan respetable con la protección de un Soberano? ¿Esperabas en tus días, ni en lo de tus hijos, esta gloria? Apenas, amigo, oí que el Rey mi Sr. quería haceros entender su benevolencia, cuando estuve pronto en venir a comunicárosla. Ved pues, si es esta acción digna de vuestro aprecio y de vuestra confianza; y os dijera más, si me dieras mejores pruebas de tu amistad. Me miró, y me dijo: ¿Qué quería hiciese, cuando debía estar satisfecho, que conocía los buenos oficios en que andaba, y que amaba a todos los españoles? Y ¿por qué así podría desconfiar? Supuesta pues, tu amistad, amigo, seguí diciéndole, bien podéis conjeturar que, si se abre este camino que ando reconociendo, y se entabla por él un comercio franco con los del obispado de Concepción, y los del virreinato de Buenos Aires, conoceréis a todos los comerciantes, y adquiriréis porción de amistades, como la habéis tenido ahora conmigo. Cada una de éstas os franquerá en tu casa lo que te falte, y así de día en día nos iremos amando, hasta hacernos unos ambos reinos, y unos contigo, que entre todos formaremos un cuerpo tal, que sus acciones, sus fueros y sus derechos serán unos; y este cuerpo será tanto más respetado, cuanto más sea el número de las parcialidades que lo compongan; será más feliz, cuanto más comercio corra, y cuanto mayor sea su quietud y paz. Así pues, Manquel, yo deseo fomentar nuestro reino, y el de Buenos Aires, cumpliendo con las órdenes de mis superiores que traigo. ¿Cómo no querré que se extiendan más nuestros dominios por medio de la amistad, y que nos unamos también con los pampistas, patagones, y guilliches, para que en ningún tiempo podamos tener desavenencias con estas naciones? ¿Para que ellas, como nuestros compatriotas, logren de nuestra felicidad, y también para que nuestros enemigos extranjeros, teniendo noticia de nuestra unión, no intenten despoblar a aquellos paisanos que residen en la costa a orillas del mar, en la Patagónica? ¡Ah! Manquel, viejo sois, pero eternizarías tu memoria, si tú fueras capaz de proporcionarnos amistad con esos pobres indios, poco menos que salvajes, que carecen de comunicación racional. ¡Cuándo se olvidaría tu nombre entre ellos, si de tu mano recibieran este bien! ¡Cuándo, si las comodidades que adquirirían se lo recordarían al amanecer, al comer, al beber, al vestir y en todos los términos de la vida! ¿Qué crédito no tomaría ante el trono de nuestro monarca, y cuándo se borraría tu nombre de los libros que se formasen sobre este aumento de nuestros estados? ¿No sabes que nuestros primeros padres fueron unos, y que con esta atención somos   —58→   hermanos? No tengas, pues, a novedad la lástima y el amor que les manifiesto. ¿Ignoras que los extranjeros, nuestros enemigos, surcan los mares de la costa Patagónica? ¿No sabes de sus poderosas tierras? ¿Y qué extraño sería que esta nación hiciera un desembarco en aquellas costas de muchas gentes, que por fuerza tomasen posesión de aquellos terrenos, y con soborno, o dádivas captasen la voluntad de los indios? Y entonces vosotros, que no erais enemigos de aquellas tribus, ¿qué haríais, cuando esos extranjeros, con el pretexto de favorecerlos, quisiesen acabaros por tomar vuestras haciendas y tierras? No lo dificultéis. Esos forasteros, que llamáis vos moros, tienen necesidad de terrenos; de todos modos han de procurar posesionarse de aquellas tierras. Sus habitantes son indefensos, y los han de vencer, según el orden regular, y aunque me diréis que, en caso de que os combatieran, nosotros os auxiliaríamos, te lo concedo; pero sería siempre preciso salir a la guerra, y abandonaríais tus familias, tus toldos, tus haciendas; y lo mismo nosotros. ¿Qué pérdida no origina una guerra? ¿Qué muertes no causa? ¿Cuántas familias no quedan abandonadas? ¿Y habrá quien asegure la victoria antes de ganarla, siendo iguales las fuerzas? ¿No sería mejor, amigo, poner los medios en tiempo para evitar estos desastres que podrían formarse por nuestra inacción? Los arbitrios que te propongo son fáciles, y útiles a todas las tribus. Si haces una paz firme con Canigcolo, que es vecino, y acaso amigo de los patagónicos y magallánicos; si nos recomiendas, hasta franquear su amistad y conocimiento, no dificultes conseguir el proyecto, y dime tu sentir con la confianza que yo lo he hecho.

La atención con que escuchó la traducción de la antecedente relación, me daba pruebas de que le agradaba; y así como se concluyó, me dijo, que cada instante le aumentaba su confianza, y con la mayor que jamás pudo tener, me contestaría, y siguió: Amigo, ya me veis viejo, y los años de mi vida los he contado trabajando para mi nación, y su felicidad. Apenas se cuentan muy pocos que estas manos dejasen la lanza, y estos han sido después de la paz que se entabló por el parlamento general; pues antes con ella la defendía, entregándome a la muerte, primero que mis mocetones. No me descuidé también de extender mis deseos a más, y así he llegado hasta más adelante de Mamilmapú, y hasta lo del mismo Canigcolo, sobre quien me has tratado, ya con el pretexto de conocer las fuerzas de aquellas naciones, ya por granjear sus amistades en caso de ser muy superiores. Vais por Mamilmapú, y no tengo para que decirte de lo que te desengañarán tus ojos. De Canigcolo te diré lo que nadie me escuchó sino mi Carco, que me acompañó a la expedición. Seis días caminé para llegar a Guechuguebun, donde Canigcolo estaba situado, y antes de estar en sus tierras pasé el río de Limayleubú muy caudaloso y profundo. Tiene de anchura en aquel pasaje tanto como el de Biobío   —59→   en Gualqui y Concepción. La balsa era de cueros soplados: me pasé sobre ellos, que un caballo a nado los tiraba, y mi mujer que temió pasarlo de esta suerte, amarrada con un látigo de la cintura, y con las manos de la misma balsa aterrada, lo pasó nadando. Es Canigcolo de rostro agradable, afable, y de muy buena presencia, y dice su buena contextura con su corazón. Me hospedó y recibió muy bien; me emparenté con él, y tratamos muy largamente sobre nuestros estados y conservación. Me contó de la alianza que tiene con los patagones, que son gente de a pie muy ágil y robusta, y la infantería en sus malones, armada de laques y flechas. Así también que un navío de dichos moros ingleses naufragó dentro de la boca de Limaylcubú, a distancia considerable del mar, que no lo vieron entrar los indios, sino que después, andando a las riberas del río, algunos por las huellas dieron con la gente que era bastante porción, y estaban albergados en las barrancas del mismo río, en las que habían formado cómodas habitaciones. Que dichos ingleses traían gallinas, cerdos, ovejas, y otros animales desconocidos de aquellos habitantes, y también un intérprete para que los hablase, y explicase el uso de los animales. Que quedaron allí algún tiempo, y siempre obsequiaron a los indios, dándoles diferentes cosas vistosas, y de los mismos animales que he referido, para que procreasen. Que, cuando menos pensaron, se desaparecieron, y presumía que se hubiesen embarcado en otras embarcaciones que anduviesen por aquella costa, y que alguna se hubiese internado al río. Que los cerdos, gallinas y ovejas se han aumentado: harán cuatro años ha que pasó esto. Que no dificultaba con Canigcolo, conseguir su amistad, y la de la nación. Que hablará con Calbuqueu sobre el proyecto de que me mandó tratar, y estando en él, mandará un expreso luego que se cierren las cordilleras, pues antes no puede verificarse por temor de los guilliches inmediatos, que son sus enemigos, y si encontrarán el mensaje, lo matarían, y después nos vendrían a maloquear, sin más motivo que el de solicitar su amistad.

Le insté sobre que viese, en siendo tiempo, a Calbuqueu, y no se olvidase de mis consejos, que le regalaría chupa, sombrero, bastón, y otras burlerías, para que las mandase en mi nombre a Canigcolo en señas que quería su amistad, tratándolo; y a él le dejaría memorias, para que no echase en olvido mi encargo. Que viniese con su mujer a mi tienda, y tomaría un buen mate, pues ya no volverían tan luego a tomarlo, sino hasta mi regreso; y con ellos me levanté, y vine para mi posada, en la que tratamos hasta las nueve y media de la noche sobre el particular. Le di los agasajos para Canigcolo, y a él un par de espuelas de plata.

El 23, a las tres de la mañana, estuve en pie con el ánimo de caminar; y a las cinco y media llegó la tropa con falta de animales que   —60→   se habían desgaritado. Por esta razón, y que era preciso buscarlos, determiné parar, dando providencias para que los solicitasen hasta encontrarlos.

A las siete de la mañana tuve al cacique Treca de visita, diciéndome que los animales parecerían, y que ya él había mandado a un mozo que los diligencias y no viniese hasta dar con ellos. Me trajo dos corderos para el viaje y una ternera. Le di los agradecimientos, y le regalé un par de uples, un tupo, un pañuelo, una corbata de mi uso, un sombrero, un mazo de tabaco, unas gargantillas, y un poco de añil. Se fue tan agradecido, que me mandó un caballo de paso para mi silla, advirtiéndome, que era bueno, y no importaba que se perdiese. Quise no admitirlo, porque no traía necesidad de él, y me convenía más dejarlo agradecido, pero me aconsejaron que lo recibiera, y lo hice, dejándole dos de los míos, para que se sirviera de ellos, que también eran buenos, y me pudieran servir para llegar a mi casa en mi regreso. Así compuse mi voluntad y la suya.

Pero después tuve a Manquel en mi presencia, y habiéndonos saludado y tratado sobre Treca algún rato, y de sus comodidades, le moví de nuestra antecedente conversación. Me hizo muchas promesas de cumplir bien con mi encargo; y que, así como fuese tiempo de mi regreso, mandaría llamar a Canigcolo, para que lo conociese y tratase con él. Que me daría noticia de todos los terrenos de su situación, hasta la costa de Chiloé, Osorno y Valdivia; como que, en esa ocasión que allá estuvo, lo había convidado para ir de paseo a Osorno, prometiéndole que en tres días estarían allá, y sin pasar más cordillera que unos lomajes cortos y bajos. Que sólo por este indio es posible adquirir aquellos conocimientos, pues aunque algunos guilliches suelen internarse, pero nunca tan adentro que puedan dar razón sino de oído, como la que él da.

Me le manifesté de nuevo agradecido por la nueva oferta que me hacía, y le ponderé que sería muy de mi gusto encontrarme aquí con ese famoso indio, a quien obsequiaría hasta merecer su amistad, y hacerme merecedor de su confianza.

Me encargó que le guardase el secreto sobre cuanto había tratado de Canigcolo, porque tenía encargo de Guerahueque para callar con nosotros hasta su conocimiento; con amenazas de que, si llegaba a saber, lo quitarían los mocetones mismos la vida.

Le pregunté, que ¿cuándo trató de esto con Guerahueque, que le puso este precepto? Contestó: que cuando por noviembre fue a sus tierras a tratar de esta expedición. Que se ofreció la conversación de Canigcolo   —61→   por los muchos malones que venía a dar a los guilliches, de que se lamentó, ponderando de que vivía en continua inquietud. Que él se ofreció a tratar de paz, o ir de mediador a lo de dicho Canigcolo, para que se verificase, y para persuadirle que podría conseguir cuanto apeteciese, le dio razón de conocerle, y ser amigo. Que entonces le dijo, que no era conveniente el que se supiese de esta amistad, pues podrían matarlo, sin que tuviese otro delito que este.

En el resto del día no hubo cosa notable, sino haber parecido los animales que faltaban, mediante la exigencia de Treca, y disponernos para la marcha.




ArribaAbajoJornada VI

Desde Butacura al río Tocaman


(Abril 24 de 1806)

A las 8 de la mañana, que ya estaban todas las cargas levantadas, y la mayor parte de los indios e indias de Manquel con nosotros, para darnos el último adiós, me despedí de todos ellos, y una india vieja, hermana de Manquel, al darme el abrazo, me dijo: Pobre caballero, que soñé anoche saciabas la sed de los guilliches, mucho siento te vayas. Así que me explicaron sus razones, les dije: Si tus gentes, si tu nación, si todos vosotros no fuerais cobardes, y temierais tanto a los guilliches, no soñarías con ellos. Yo no les tengo miedo, ni creo en sueños, ni deben hacerlo vosotros, y así confía que he de tener felicidad, y mejor que la que aquí me habéis franqueado. Todos los indios tomaron la conversación sobre el sueño, que tiene sobre ellos tanto dominio, que en sucediéndoles fatal, dejan cualquier empresa; y yo salí, pasando la vega y el río. Continuamos el rumbo del 19, y trepamos una subida algo parada y pedregosa, que tuvo diez cuadras hasta su cima.

Hace un hermoso plan arriba, y al tomando al sueste por camino carretero, y sin piedra, proseguimos midiendo, dejando al norte la toldería del cacique Carrilón, cuyo sitio es bañado de cuatro arroyos copiosos que corren al oriente, nacidos de unas vetas de piedras, que a distancia de una cuadra de la senda se miran, y al llegar al estero de Coyague, se completó legua.

Continuamos por igual camino; pasamos una cuadra muy pedregosa   —62→   de piedras grandes y medianas, y a las veinte y una cuadras, un famoso estero de bastante agua, llamado Chacayco, y siguiendo tres cuadras más el rumbo, mudamos la dirección al estesudeste. Estos dos esteros corren hacia el oriente también.

Por este rumbo y buen camino, con quince y media cuadras estuvimos en la altura del cajón del río Tocaman, al que llegamos con 23 cuadras, contando de siete y media al descenso del cajón. Este río tiene de ancho media cuadra: su piso de piedra corre de sur a norte, se introduce al de Reynquileubu, ya confluido de todos los que he referido, que hoy pasamos. Las faldas de estas cajas están llenas de arroyos, nacidos de mallinares, pajonales y carrizales: todos entran al río, haciendo el cajón primoroso y muy fértil.

Pasado el Tocaman, empezamos a subir por fácil cuesta trumaguosa, con algunos reventones; y a las siete cuadras, frente a un mallinar, dejamos la mensura, y tomamos alojamiento al pie de un frondoso manzano, por cuyo pie corre al este un esterillo de muy buena agua. Al poco rato que estábamos alojados, llegó un mocetón del cacique Carrilon, diciéndome que deseaba verme, y que por la mañana lo verificaría, si lo esperaba un rato. Le contesté que de esperar estaba cansado, porque en lo de Manquel había parado muchos días, como había él sabido, que no obstante, deseando yo también verlo, y saber de su hijo que debía acompañarme, lo esperaría hasta medio día, no más; porque no dejaba de hacer alguna jornada, aunque fuese corta.

Mientras se despedía este mensaje, llegaron con su toldería y víveres, para invernar en este sitio, tres familias de indios de la reducción de Carrilon. Se llamaban las cabezas de los toldos, Meliñan (hijo del finado Ylaman, cacique gobernador que fue de estos peguenches. Murió en malón que les dieron los de Malalque, incorporados con los peulches), Caysumilla y Traquel. Todos vinieron a verme con su gente, así que se apearon.

Traquel me ponderó haber en el río mucho pescado, y con este motivo me fui con un anzuelo a su ribera, y dispuse también preparar la balsa de lobo que traigo para pasar los ríos, y una red, y que me siguiesen los balseros, para que echasen algunos lances. Estuve a la orilla de una poza de más de una cuadra de largo, que era bien profunda, se tiraron tres lances: ni en ellos, ni en el anzuelo se consiguió pescado, y nos retiramos burlados, y entumidos de frío, porque la helada ya blanqueaba por los campos.

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El 25, monté a caballo temprano: anduve por todos los planes del cajón, que, como he dicho, son mallinares y de vertientes. El apio que hay es en mucha abundancia, y apenas habrá un chorro que no corra sobre pedernales muy buenos.

A las diez no parecía Carrilon, y temiendo que me engañase, como acostumbran, hice recoger la tropa, y que se empezase a aparejar. A las doce se levantó carga, y así que estuvo todo preparado para marchar, hice saliese la caravana de estos indios, a quienes regaló como a todos los anteriores.




ArribaAbajoJornada VII

Desde el Tocaman a Treuco


(Abril 25 de 1806)

Seguí la comitiva con la cuerda, poniéndola en el sitio que aquí finalizó la mensura, y continuando el rumbo, a las seis cuadras que estuvimos por igual clase de camino o subida, se enteró legua. En este punto hay un prado de más de cuadra de mallin, y un arroyo corriente. Proseguimos, y con veinte y una cuadras concluimos el repecho del cajón, que remata en un pedregal de diez o veinte varas de atravieso.

La bajada y subida, que forman la caja de este río, comprenden cuarenta y una y media cuadras, pero es de advertir que hay algunos trechos planos, en que sin compostura podrían rodar carros.

Puestos, pues, en la cima, dimos vista a una llanada hermosa; y poniendo la aguja para demarcar el rumbo, según nos dijo Molina, seguía el camino. Tomamos al nordeste, cuarta al este, por buena senda carretera. Caminamos media legua, y otra media, con algunos cortos y fáciles descensos, hasta un estrecho pedregoso de una punta de loma a un zanjocillo, en que corre una preciosa vertiente para el norte, en cuyo lugar se enteró otra legua. Esta aguada tiene su nacimiento en un bajo de las lomas, que dejamos al oeste, en donde hay un prado muy pastoso.

Continuamos por senda carretera, y a las doce y media cuadras pasamos un estero, llamado Guitalechecura, de esta parte se atraviesa una loma pedregosa, que vencimos subiéndola y bajándola   —64→   con facilidad, quince y media cuadras, hasta llegar a otro estero nombrado Treuco, en cuya orilla tomamos alojamiento por lo muy pastoso del lugar, haber leña bastante, y buenos abrigos.

Desde este sitio se mira al poniente un cerrillo con un cogollo de peñas muy grandes que forman tres ganchos. Se distingue por el nombre del estero que nombre Guitalechecura. Me ponderó Molina abundaba de piedras en forma de balas de todos calibres: fui a verlas, y aunque las hay parecidas, no con perfección. Es cosa común en muchos lugares de estas cordilleras, y en especial, me han asegurado, que al lado del oriente de las Salinas Grandes, por cuyo camino vamos andando, hay un valle nombrado Muluchemelico, que sólo se compone de piedras redondas, y de todos tamaños, que apenas podrán encontrarse algunas que no sean idénticas a los calibres usados. También al sur se ve otro cerrillo con meseta, formada de piedras que parece una corona, y al sueste, otro que remata en punta como volcán y en fin, por donde se quiera mirar, hay objetos dignos de atención y en especial los grandes mallinares entre las aberturas de lomas muy pastosas, y muchos arbustos de chacayes y michis, que aunque no agradables a la vista, son útiles para hacer fuego. Es el mejor sitio que he visto para crianzas de animales, desde que entré a los Andes.

En este sitio invernó dos años ha el cacique Manquel; y a éste, que estaba aquí cuando fue comisionado don Justo Molina para reconocer el boquete de Alico, y por el pasar estos montes, y enderezar con rectitud a Buenos Aires. Pero él lo que hizo fue pasar la primera cordillera, y tomando el cajón que hace con la de Epulauquen, que se le sigue hacia el sur, caminando, pasó el estero de Daguacque, el de Ligleubú y el de Rarin-Leubú, por el plan del lugar de la capilla que cité, cuando traté de la junta que allí hice con estos peguenches. Luego pasó Neuquen, a quien se incorporan todos estos ríos y esteros, y por estas lomas del norte llegó aquí. Es consiguiente que no verificó el reconocimiento de aquel tránsito de cordillera, que aunque no fuera tan franco como éste, pero es por línea mucho más recia desde Buenos Aires a Concepción y su puerto. Hoy mismo, tratando con él sobre los motivos que tendrán los indios para no vivir en este lugar, me contó que si inviernan3 en él; y para prueba me dijo, aquí estaba Manquel cuando he referido.



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ArribaAbajoJornada VIII

Desde Treuco a Treuquico


(Abril 26 de 1806)

A las dos y veinte minutos de la mañana estuve hoy en pie, con el deseo de hacer alguna jornada regular, y antes de venir el día estuvo aparejada la tropa, y salimos cuando se asomaba la aurora. Pasamos el estero, continuamos el rumbo subiendo una loma baja, por la que podrán rodar carretas, dejando a una y otra batida vertientes, que corriendo al poniente se incorporan en Treuco; y a las ocho y media cuadras, se tarjó legua, frente a un cerrillo, llamado Piu Maguida, que mirábamos al norte. Por este mismo rumbo y clase de camino, se enteró otra legua.

Entramos a una vega de la misma abundancia de pastos, mudamos rumbo al este, cuarta al sueste, por el que caminamos; y llegando a una vertiente de agua, que en el mismo camino sale de la tierra a borbotones, y que corre hasta una cuadra en donde se resume, se completó otra legua.

Media cuadra más, caminamos en una corta subidilla, y estando en una meseta de lomas, que por allí forman faldeo al cerro de Caycaden, pusimos la aguja, y mirando la cumbre del volcán al noroeste, continuamos nuestra marcha al este. Por este rumbo caminamos diez y ocho y media cuadras, por terreno desparejo de faldas del cerro, que todo necesita compostura para carros; y empezamos desde este punto a descender para un cajón, que hace el cerro de Caycaden con otra cordillera. Contamos por bajada diez y siete cuadras, con las que se enteró otra legua; y continuando igual camino, a las catorce cuadras estuvimos en el plan. Tiene esta bajada treinta y una cuadras, todas de faldeo pendientes del cerro, y muy paradas; el piso es pedregoso, sobre trumau de todos colores ya amarillo, ya colorado muy encendido, ya menos; ya azulejo, ya aplomado, y de los colores del terreno, las piedras. Tres arroyos se descuelgan del camino al sur, los que forman un estero en la caja, y antes de llegar a ella, hay por cuatro cuadras un atravieso de piedras de yeso, cuya veta traspasa a todos los cerros del sueste y sur. También se encuentra una mina de tierra, y piedras cardenillos, y entre los indios se pondera de muy rico este cerro.

Pasado el estero, y siguiendo su curso al costado del sur por el mismo rumbo, que traíamos, a las seis cuadras estuvimos en una quiebra, que hay una mina de piedras de caracoles, y otras con tallas de estrellas; cosa digna de atención, y de más y otras tomé algunas. Continuamos la marcha,   —66→   siguiendo el cajón; poco más adelante encontramos varios terrenos de árboles petrificados, aun estando en su misma situación, pero de una piedra como poma, sin perder las vetas, y concavidades de la primera substancia. Y llegando hasta un lugar donde el estero toma su giro al norte, en cuyo sitio se mira de la otra parte de la caja una barranca minada de cuevas de tricau, se enteró legua.

Todo el terreno de este cajón necesita de compostura, para carretas, porque es desparejo, tiene estrechos muy pedregosos, del cerro del sur a la caja, y en partes, algunas cuestecillas pedregosas y pendientes.

Desde este sitio, seguimos por senda carretera hasta estar al frente de un cerrillo de piedras y tierra colorada, en donde se enteró legua. Continuamos por igual camino, aunque en partes sus cortas quiebras, veinte cuadras, y caminamos quince más al este; pasamos el esterillo de Treuquico, que por una y otra parte está rodeado de carrizales: su curso es de sur a norte por un hermoso valle. Tomamos alojamiento en su propia ribera, al abrigo del carrizo. A las doce cuadras, poco más para el norte de este sitio, hay una cueva, cuyo centro es de sal maciza, y se llama el lugar de las Salinas de Treuquico.

Desde que bajamos a Caycaden, a una y otra parte de la senda, hemos venido dejando lomajes de tierras de las mismas calidades que en él conté. Hay muchos arbustos por todos lados de michis, chacayes, callimamines, colliguayes, quiscos, retamillas, maitenes, y algunos sauces en la orilla del estero de Caycaden.

Poco más de veinte cuadras al oeste de este lugar, dejamos una mina de tierra tan blanca como la cal cernida.

Todo este terreno está lleno de pisadas de guanacos, y los indios ponderan que hay muchísimos, y también avestruces. Siguiendo esta vega para el norte, se resume este estero a las diez y seis cuadras; y a la legua poco más, corre el río de Neuquen de poniente a oriente.

Poco después de las oraciones, a uno de los rondeadores de las caballerías se le arrancó el caballo ensillado, y fue tal el espanto de la tropa, que en el momento se desaparecieron todos los animales, tomando cada uno el costado que se le presentó. El desparramo nos causó la incomodidad de haber pasado los unos a caballo la noche, y los otros con el cuidado de la pérdida que podría experimentarse.

En toda la mañana del 26 sólo vimos los del alojamiento cinco   —67→   animales, que azorados se presentaron sobre las lomas del este, y a las once llegaron tres arrieros con setenta, faltando diez y ocho.

Yo me veía por todas partes confundido, deseaba caminar para llegar al lugar de la citación en Tilqui, pues ya en este sitio no había encontrado a los indios, que desde Butacura mandé llamarlos con el capitán Jara, y el teniente don Joaquín Prieto, a fin de que no me demorasen más. Veía que el camino en el cajón del Tocaman, y Caycaden presentaba dificultades costosas para facilitarlas, y que cada día nos íbamos separando más de la línea recta, que para tomarla tendríamos que bajar mucho, y en este estado, llamé a Molina a quien le dije, es preciso me señale usted la dirección que debemos tomar de aquí adelante, para según ella ir a reconocer el otro camino que me recomendaron pasaba por el otro lado de Neuquen, y me señaló un punta de cordillera que mirábamos al sur sueste, por cuyo pie del sur debíamos pasar; y para ello teníamos que bajar al nordeste toda esta vega hasta Neuquen, cuya caja me aseguró seguíamos. En este estado suspendí resolver, y él con el dragón Baeza, que hablaron con los arrieros, y les dijeron que diez y ocho animales que faltaban habían tomado el camino, se dispusieron a seguirlos, y tomaron su partida.

Ya determiné yo pasar todo el día así, por esperar a Jara y caciques, como por ver si los animales parecían. Anduve algún rato por la vega abajo, y en donde se resume el estero, se extiende y aumenta la anchura del mallín que hay por la orilla. El agua es salobre; pero no tanto que incomode tomarla.

A las 12 llegó Jara, con el teniente don Joaquín y el cacique Manquelipi. Les pregunté la causa de su demora, y por qué no venían los otros indios Puelmanc y Payllacura; y el teniente me contestó que Puelmanc decía, que el camino que traía era muy malo, y de mucha vuelta; que ya habría visto el camino que había andado, y para adelante me restaban retazos muy peores. Que dispusiese pasarme a Tilqui, y que allí me saldría él para guiarme por otro camino.

Le pregunté: que cómo le había parecido aquella ruta; me contestó, que era mejor que la de Pichachen.

Me inteligencié de Manquelipi de todo el camino hasta llegar a las juntas con el de Molina; y mp lo ponderó de mejores aguas, y de menos vuelta, que lo conocí por la dirección que me señaló. Me mostró hacia el nordeste, de la otra parte de Neuquen, distante la cordillera de Tilqui, cuyo cordón sigue al sur, por donde la descabeza Molina, y el   —68→   otro camino pasa por sus principios, donde nace un estero que también se llama Tilqui.

Con esta instrucción hallé por conveniente tomar el consejo de Puelmanc, y marchar en el día para Neuquen; y así hice traer la tropa y aparejar.




ArribaAbajoJornada IX

Desde Treuquico a Cudileubu


(Abril 27 de 1806)

A la 1 y media de la tarde, que ya estuvieron cargadas y en disposición de caminar las cargas, le mandé a Jara se quedase en aquel sitio, para que, cuando llegase Molina y Baeza con animales, los guiase para el lugar donde debíamos parar, que se lo explicó Manquelipi; y empezamos nuestra marcha hacia el norte por la vega abajo. Atravesamos una loma baja, y a la legua, y doce cuadras, estuvimos en la orilla del río Neuquen, que corre de poniente a oriente, ya junto con todos los esteros que desde Pichachen he nombrado. Lo pasamos por buen vado sobre piedra menuda: es correntoso, de cerca de una cuadra de ancho, de profundidad de más de vara. Y siguiendo por el mismo rumbo, a las seis cuadras estuvimos en la ribera del poniente del río Cudileubu, al abrigo de vinos hermosos sauces, donde Manquelipi me dijo debíamos alojar, y esperar a los que atrás quedaban.

Le insté a que se alojase, con nosotros; pero no admitió, asegurándome que alcanzaba a sus toldos, y sólo me señaló el rumbo que debíamos seguir, y me demarcó el sitio que debíamos tomar en Tilqui, lugar que, al nordeste del que teníamos, distaría dos leguas.

Luego que se voltearon las cargas, hice que un arriero se volviese a Treuquico a acompañar al capitán Jara, mientras llegaban los seguidores de las caballerías, y después se vinieran todos juntos.

Este río de Cudileubu, corre de norte a sur; tendrá un tercio de agua menos que Neuquen, y se le introduce como cosa de tres cuadras del vado en que lo pasamos. Estamos en la caja de uno y otro río, que ambos son de una vega bastante ancha.

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Las riberas de uno y otro y sus pisos, son de piedras redondas chicas de todos colores, a similitud de nuestras playas marítimas chilenas: la caja cubierta de arbustos de los referidos, y de unos matorrales de pajas muy espesas, y cortaderas. Pasto poco, y algunos sauces, arruinados con las continuas quemas que los indios hacen cuando transitan estos terrenos.

Nuestro alojamiento vino a estar frente al una poza de agua, que en el mismo río formaba el plan del sitio; y deseoso de ver si había pescado, hice armar la balsa, y tender la red. Al primer lance, que fue poco después de oraciones, salió una pocha, que es semejante a la trucha, y al segundo, dos cauques.

El 28, por la mañana recorrí todas estas inmediaciones. Los cerros que forman las cajas de los ríos, son areniscos y vetosos de varios colores; lo mismo sus piedras de que abundan: los pastos malos. He visto también varias matas de cizaña, yerba amarga, y maleza, que arruina en nuestras tierras los sembrados y viñas.

He encontrado algunas perdices muy grandes, y con copete en la cabeza, distintas en estas dos partes de las chilenas. No pude tener el gusto de cazar una, por los muchos arbustos e yerbas donde se ocultan, propiedad en que convienen, con mucho ardid, con las nuestras.

A las 10, poco mas, llegó el dragón Baeza, y los demás que quedaron por las bestias perdidas. Trajeron quince, dejando perdidas dos mulas, y un caballo bueno que traía el dragón. Volví a mandar otros dos mozos, que los buscasen por todos los zarzales de Treuquico, en donde pudieran haberse ocultado.

Así que hicimos medio día, hice entrar a pescar, y en cuatro lances que se echaron, salieron cuarenta piezas, entre pochas, truchas y cauques. Bastante prueba de que hay mucho pescado en este río, y mucho más habrá en el de Neuquen, que trae más agua.

En el resto de la tarde, puesto en una altura, mirando el punto de Butacura, de donde salimos el 24, el medio círculo que veníamos haciendo hasta Treuquico, y el que nos faltaba que hacer para despuntar la cordillera de Tilqui, noté la mucha vuelta que se da por el camino de Molina, y que me era preciso hacer reconocimiento del de Puelmanc, desde el mismo puesto de Butacura. Desde que llegué a mi alojamiento, mandé llamar a Molina, para que se dispusiese   —70→   para salir al día siguiente conmigo a reconocer el camino; y me contestó hallarse enfermo. Al poco tiempo estuvieron de regreso mis dos mozos, sin haber encontrado las tres bestias perdidas.

Al cerrar la noche se levantó un viento oeste, como el que experimentamos en Moncol, pero más frío, como que nos hallábamos en situación más húmeda, por el bajo de la vega, y los dos ríos; y a las siete y tres cuartos de la noche oímos un estruendo como de pieza de artillería. Pensé fuesen los dragones pedidos al Sr. Gobernador Intendente, que hubiesen llegado a Treuquico, y como no nos encontrasen, hubiesen disparado para hacerme saber su paradero, y tomar por la contestación conocimiento del mío; y luego hice disparar una escopeta. Nada resultó, y debió ser algún estruendo del volcán.

El 29, continuó el viento con la misma fuerza, y habiéndose mejorado Molina, dispuse salir con él al reconocimiento de la ruta, y que los tenientes comisionados se pasasen con la caravana a Tilqui, para lo que los informé del rumbo que debía llevarlos, y sitio en que debían parar.




ArribaAbajoJornada X

Desde Cudileubu a Tilqui


(Abril 30 de 1806)

En el intermedio de la noche, el oeste se cambió en norte, y el cielo, cubierto de obscuras nubes, amenazaba un fuerte temporal. Me era conveniente salir de esta situación húmeda y fría antes de que lloviese; y así, posponiendo mi primera determinación, hice levantar cargas, y salimos todos juntos.

Pasamos el río de Cudileubu, con el rumbo al este, así también la vega de esta parte, y llegando a unos cerros, con cuatro cuadras de tierra amarilla y piedras de varios colores, tomamos al este, cuarta nordeste, para subirlos. El repecho desde su principio fue parado, y en su cima vencimos un pretil bastante dificultoso, que pensaba el que las cargas hubiesen rodado: en fin no sucedió la menor desgracia. Tenía una cuadra.

Estando en su cima, que se compone de un plan grande, y con algunas quiebras, con el mismo rumbo caminamos hasta descenderlo por   —71→   fácil bajada, y nos hallamos en una famosa vega, en cuyo sitio nos juntamos con el camino ponderado por Puelmanc. En este punto tomamos, al estenordeste, por camino carretero, con solo el estorbo de algunos arbustos que rozan, y pasando un esterito al oriente, y de un monte de yaques, alojamos con tres leguas andadas.

Este lugar es pastoso, y su mayor abundancia es de coironales: hay muchos choygues, quirquinchos, y guanacos, porque todos los campos están con vestigios de estos animales. Sus leñas son de arbustos, de retamillas, yaques, quilos, quiscos, y otros comunes. En la orilla del arroyo, que se consume poco más al sur de nuestro alojamiento, hay romazas, ñilgues, paico y apio; y en fin, es prado alegre y grande; guarecido desde el sudeste hasta el nordeste de un cordón de cerros o cordilleras; al nordeste una abra, por donde pasa el camino que hemos de llevar; al norte una punta de cordillera, que es gancho de la que titulan Piu Maguida, y al noroeste otra abra por la que viene el camino de Puelmanc, con el que nos incorporamos luego que estuvimos en este plan. Al este, más acá de los cerros, se divisa una caja grande de un estero que corre al sur, el que se llama Tilqui, y va a entrar a Neuquen, que corre de poniente a oriente, a distancia de dos leguas y media de este punto.

En este lugar me previno Manquelipi juntarse conmigo, y como sus proporciones nos franquean la posible comodidad, y para las caballerías, mejorándose el tiempo, haré el reconocimiento del camino, parando la caravana hasta vencerlo, y que lleguen los caciques.

El 1.º de mayo amaneció lloviendo, pero siempre corriendo norte. La tupición era tan grande, que no se veían ni los cerros inmediatos. A las ocho de la mañana repuntó el oeste, se empezó a deshacer la niebla, y aclararse la atmósfera. A las doce se manifestaron los montes de Piu Maguida, de Cudileubu, los del cajón de Richachen. Éste de Piu Maguida, y la sierra Velluda, que también se ve, todos nevados; pero ninguno de los que han quedado al sur de la ruta que hemos traído desde Butacura.

Por Ia disposición, o aparato del tiempo, pensé que descargase algún gran temporal, de aquellos que experimentamos en Chile, con menos preparativos; pero como ya está desecho, es consiguiente que aquí llueve mucho menos, y nieva también menos que en las cordilleras del poniente.

El 2 de Mayo, a las siete de la mañana, estuve a caballo con   —72→   Molina, Jara, el agrimensor, y un criado para salir al reconocimiento del camino. A las tres y media estuve en la toldería de Puelmanc, y al poco rato que dejé ésta, en la de Manquelipi. A ambos citó para entre dos días que debían estar en Tilqui, asegurándoles que al siguiente regresaba yo. Al capitán Jara dejé en lo de Manquelipi para que los hiciese aprontar. Seguí el camino, o hice medio día en la ribera de un estero, inmediato al toldo de un indio, llamado Calbutripay, que me visitó en Rime Mallin, comunicándome se vino de Mamilmapú en la primavera pasada.

A las 2 y media de la tarde continué el camino hasta ponerse el sol, y alojé en la cima de una abra de la cordillera Pucom Maguida, cerca del nacimiento de un estero, que se titula Millanechico. La altura de esta cordillera es una de las nevadas. Corrió toda la noche un viento helado, y como no teníamos otro equipaje que los avíos, nos maltrató más, y puso en la necesidad de pasarlo cerca del fuego.




ArribaAbajoReconocimiento

Desde Butacura a Tilqui, por Cudileubu, el 3 de mayo


El 3, continuamos la marcha antes de aclarar, y a las ocho y media estuvimos en Butacura, sitio de donde salimos el 24 para Tocaman. Tomamos ahora al norte de donde estuvimos situados, repechamos una subida de trumau, y piedra redonda de dos cuadras, y nos pusimos en el borde de una llanura hermosísima. Aquí se puso la aguja. Al norte mirábamos una piedra tan grande, que parece un cerrillo puntiagudo. Al mismo rumbo, poco más distante, la caja, o bajo del estero de Rarinleubu, que nace al oriente de las cordilleras de Moncol. Más lejos el de Ligleubu, que se descuelga de la misma cordillera hacia el oriente; y como de las cordilleras de Chillán, llamadas Epulauquen, que mirábamos al nornoroeste, otro cajón, por donde corre al sueste el estero de Daguacque, el que se une con Ligleubu, y en un cuerpo se introducen a Neuquen, y también los antecedentes. Y al norte la cordillera de Barbarco, por donde viene el camino de Malalque; de su lado del poniente el río Neuquen, y de su oriente el de Barbarco, que se une con Neuquen. A este plano o abra hacen un medio círculo completo las cordilleras de Mancol, al oeste y nordeste. Al nornorueste, la de Epulauquen; al norte la de Barbarco, y un gancho de ella a nornordeste; y al nordeste y este la de Pucom Maguida. Es regado por todos los   —73→   esteros referidos, y los que se descuelgan al poniente de Puconi Maguida, que todos confluyen a Neuquen, que corre de norte a sur. Pero por el mismo pie del referido monte Puconi Maguida, y descabezándolo, se incorpora con el de Renquileubu y del Tocaman, y toma al oriente.

Por esta abra fue por donde cortó don Justo Molino para ir a Treuco en busca de Manquel, para pasar a Buenos Aires el año de 804, en que fue comisionado para que se internase por el boquete de Alico.

Atendiendo al camino que debíamos tomar, nos dirigimos al nordeste por camino llano pero pedregoso, de piedras redondas sobre trumau, y entrando a un cajoncillo de estero de invierno de bastante piedra, topamos dos estrechos del plan del cajón, cuyo espacio es corto, y necesita facilitarlo para carros; que vencidos al poco trecho, entramos en una vega, por donde baja Rarinleubu hasta Neuquen. Pasamos por el lugar donde tuve la junta, y cortando la vega cerca de la capilla, pasamos una corta subida suave, y al poco rato la descendimos insensiblemente, hasta llegar al río Neuquen, que por buen vado da el agua a la cincha del caballo; y tiene de ancho una cuadra: lo pasamos. Hasta esta parte contamos dos leguas.

En esta ribera pusimos la aguja, y por el estenordeste continuamos la marcha por un repecho de la cordillera de Puconi Maguida. Su elevación es de seis cuadras de piedra grande y menuda sobre trumau, y no muy parada. Desde este punto empezamos a faldear, y pasando tres vertientes, que corren al sur, y se introducen al estero de Millanechico que corre al poniente, pasamos también éste; vencimos otro repecho más tendido, y con algunas faldas suaves, hasta llegar a la abra de la cordillera donde nace el estero, en cuyo sitio dormimos anoche. Hasta aquí hay dos leguas desde el río.

En esta abra hay un malal o castillo de piedras, por naturaleza, el que se nombra Palal Maguida, y se refugiaron en él estos peguenches, en un malón que les dieron los de Malalque.

Por el mismo rumbo proseguimos bajando, y por mejor senda, aunque con varios atraviesos cortos que necesitan componerse para carruajes; a media falda nos acercamos al estero de Quilmanque, que nace de una quiebra que dejamos al sur, y llegando al plan, pasamos un estero que nace al oriente de esta cordillera, y allí cerca se une al que he nombrado Quilmanque. Y siguiendo la orilla de este por camino carretero, pasamos por tres vertientes que brotan salitre, y estilan   —74→   alguna agua salada, de las que se forma un chorrillo que corre por el mismo plan: el salado al norte, y el dulce al sur, por cuyo medio caminamos; dejando, de la otra parte del estero Quilmanque, la toldería de Pilquillan, cacique nombrado, y de la del salado, el camino que de estos peguenches va para Mendoza. Y antes de llegar a una mancha de maitenes, que se mira por la orilla abajo de estos esteros, pasado el que hay en la toldería de Calbutripay, se enteraron otras dos leguas.

En este sitio mudamos rumbo al este, estando de norte a sur con el cerro de Caycaden, y cortando los dos esteros, y una loma baja con corta subida y bajada, con veinte cuadras llegamos al río de Cudileubu, ya junto con el de Quilmanque.

Si se quiere ahorrar esta loma, se toma la vega abajo de la toldería de Manquelipi y Puelmanc, hasta llegar a las juntas de Quilmanque con Cudileubu: sigue por la caja de este, que todo es camino carretero, hasta venir a este punto, sin más vuelta que de ocho a diez cuadras.

En este sitio pusimos la aguja; y mirando a una punta de cerro, que hace risco al río, y desde donde toma su curso al sur para enderezar a Neuquen, tomamos al sueste. Caminamos, después de pasado el río, por buen plan hasta pasar un estero de agua azufrada que viene al poniente a introducirse a este río; y de este lugar atravesamos un plan pedregoso, y lo descendimos con una bajada de una cuadra tendida, hasta llegar al objeto de nuestra dirección: en cuyo frente hay una vega de tierras blancas, que pasadas, subimos una loma con cortas quiebras; y continuando la cima de unas lomas hasta un alto de trumau flojo, pasado un pedregalillo, se completaron otras dos leguas.

Desde este lugar tomamos el rumbo al estenordeste, y caminamos treinta cuadras de igual senda, hasta llegar al alojamiento.

Por la relación hecha de esta ruta, y de la del Tocaman y Caycaden, se conocerá cuan más fácil de compostura, y cuan más recta que aquella es ésta.

Toda la cordillera de Puconi Maguida es de los mismos panizos que la de Caycaden. Hay también minerales inagotables de yeso, a su levante. En el cajón de Quilmanque, preciosas piedras jaspes, y en muchisísima abundancia; y en el estero de Millanechico, muchísimo   —75→   oro, según ponderan los indios, y puede ser muy bien cierto, porque el nombre significa agua de oro.

No menos son de aprecio las abundancias de piedras aplomadas de cantear. En todo el atravieso de la abra hay buenos pastos y mallines. Aguas y leñas de arbustos comunes, sin más particularidad en esta especie, que la mancha de maitenes, y muy raros sauces.

En muchas partes hay también minerales de carbón de piedra, especialmente en las faldas de la cordillera por las cajas de esteros.

El 4, cerca de medio día llegó a mi toldo Mariñan, el mocetón de Millatur, que debe acompañarme: lo recibí con mucho comedimiento. Le acompañan cuatro mocetones, y trae veinte y dos caballos para su marcha. Le pregunté por el hijo de Laylo y de Carrilon, que ya tardaban; y me contestó, que Laylo con el hijo estaban alojados en la orilla de Cudileubu; que no se vinieron con él, porque se habían perdido dos caballos; que estarían aquí en el resto del día, pero que del hijo de Carrilon nada sabía.

Estando comiendo, llegaron Puelmanc y Manquelipi: éste con un hijo, y solos dos caballos; y aquél con dos hijos y dos mocetones, con veinte y seis caballos buenos. Tras de ellos llegó Payllacura con un mozo, y ocho caballos. Les di de comer, celebrándolos mucho, y les regalé una caja de dulce, que estimaron y ponderaron muchísimo.

Luego preguntaron por el hijo de Laylo, y les di la razón que Mariñan me había dado. No creyéndola, empezaron a murmurar de él, y de toda su casa, diciéndome que no vendría.

En el momento mandé a Baeza que lo fuese a buscar, y cuando no lo hallase en Cudileubu, lo siguiese hasta Butacura. Los indios dijeron que, en caso de que el hijo de Laylo no viniese, ellos no podrían continuar el viaje, porque ¿cómo se internarían a tierras ajenas sin mensaje de su cabeza?

Más de una hora me llevé persuadiéndolos a que vendría, y cuando no viniese, que no necesitaba de él para llevar ellos noticias de la voluntad de Manquel, pues la oyeron en las repetidas juntas hechas. Que les sería muy recomendable el mérito de acompañarme, habiéndose el otro arrepentido, y otras reflexiones. Pero nada saqué, sino que sus corazones estarían tristes, mientras no viniese el mensajero de Manquel.

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A las 7 de la noche estuvo Baeza de vuelta, porque encontró un mensaje que me mandaba Treca, con cartas del Señor Gobernador Intendente, y del Señor Comandante de los Ángeles, conducidas por un cabo de dragones, y nueve soldados, que estaban en la toldería de Manquel, desde la noche antes. En el instante estuvieron los indios a saber lo que era de Laylo, y les di por razón, que ni en Cudileubu, ni en sus toldos estaba: que no tardaría en llegar, porque se habría separado buscando sus caballerías.

Que ya tenían en sus tierras diez dragones, que pedí al Sr. Gobernador Intendente, a instancias de ellos; que viesen por sus ojos, que lo que prometían los españoles era cierto, y no faltaban a sus palabras; que del mismo modo irían experimentando cuanto les he asegurado acerca de nuestra amistad, y de la expedición. Que no sintiesen la falta del mocetón de Laylo; que a mí me bastaba con ellos, y les sería más importante ir los cuatro. Recibieron muy bien la noticia de los soldados, me dieron los agradecimientos de tan buen auxilio; pero al mismo tiempo, moralizando sobre la tardanza de Laylo, dijeron, que el no venir Laylo, y revolverse de tan cerca, contendría cosas de importancia, y la menor sería querer echar el cuerpo fuera en permitirnos pasar; y que sin saber o descubrir sus máximas, les era imposible continuar la marcha.

Les hice ver que nos convenía salir sin demora al siguiente día, y que yo regresaría a buscarlo; que no me volvería sin él, o Manquel, que importaría más, que mi comitiva con ellos iría caminando, y saldría yo a alcanzarlos. Esta propuesta les hice por irlos alejando de sus casas, pues bien penetraba yo que Laylo no vendría. Aceptaron, pero con la condición que yo en el día debía volver, porque no podrían pasar sin mí más de un día: convine en ello.




ArribaAbajoJornada XI

Desde Tilqui a Auquinco


(Mayo 5 de 1806)

A las 3 de la mañana ya estaba en pie, y con caballo ensillado; hice aparejar y aprontar la comitiva, hasta empezar a cargar. Traté un rato con los indios sobre el manejo que debían llevar en la marcha, y que, aun a costa de trasnochar, estaría con ellos en el alojamiento que   —77→   tomasen. Hice a Baeza y a un criado que me siguiesen, y enderecé para Cudileubu.

No perdí instante en galopear, y a las 8 de la mañana ya tenía recorrida toda la ribera de Cudileubu, en donde sólo encontré los vestigios de Laylo, de sus animales, y del fuego que tuvo; me trasladé a la de Neuquen, pero nada sacaba, sino ver huellas, para arriba y para abajo del río. Dudoso, pues, del éxito que tomaría, nos paramos en un alto; y hacia el norte, muy arriba del cajón de Cudileubu, divisamos unos bultos como de caballos, y al parecer se exhalaba un humo de una quebrada. Seguí para aquel destino, y cuanto más me acercaba, conocía ser de ciertos animales caballunos el objeto de mi atención. Llegamos al sitio: el humo eran unas tierras azulejas, y los seis animales caballos, de otros indios que estaban allí engordando.

Regresamos de aquel sitio hasta las juntas de Cudileubu, con Neuquen; y volviendo a tomar rastros, seguimos seis huellas de caballos que iban por una senda bastante amplia, aguas abajo de dicho Neuquen. Caminamos por ella más de tres leguas, y habiéndosenos perdido en una quemazón, ya dudé de que Laylo pudiese haber tomado aquella dirección.

En este punto hice suspensión, y tratando con Baeza si nos alcanzaría el día para llegar al alojamiento de la comitiva, me respondió que no; pues teníamos que desandar todo lo andado, y después la jornada del día. Le aseguré que habíamos de alcanzarla, aunque fuese en la noche; y pareciéndome, que cortando el norte por los cerros que tenía de atravieso, podía salir a las vegas de Tilqui, me entré por un cajón de dos lomas altas, y a las 16 ó 20 cuadras que anduvimos, encontramos un estrecho, que fue preciso rodearlo por las faldas de un cerro; volvimos a él de nuevo, topamos piedras, y vetas particulares, al parecer, de buenos metales. Mas adelante chorros, tracas, y caracoles petrificados, que de cada especie tomé una pieza. También un pedazo de cadera, al parecer de ballena petrificada; y saliendo del cajón nos fue preciso encumbrar un cerro parado, de tierras entre blanquizcas, de muchas vetas de las primeras piedras aplomadas, relumbrosas, y muy pesadas que vi. Vencimos la subida, pero nos encontramos en un inmenso risco, sin más bajada que por donde habíamos trepado.

Desde este alto nos pareció que otro cerro contiguo nos proporcionaba poder pasar a las subsecuentes lomas; pasamos a él con mucho trabajo, y con no menos lo subimos tres veces, y dos bajamos unos precipicios, que hasta ahora sólo serían conocidos de fieras y guanacos. Nuestras cabalgaduras fatigadas y sedientas ya no caminaban sino a un tranco   —78→   desmayado; nos era preciso aliviarlas a veces, caminando a pie, y tirándolas; pero notando que ni aun así nos sufrirían, las desensillamos un rato, para que tomasen fresco y alimentos. A nosotros también la sed y el calor nos incomodaban, y fue poco el rato que convino esperar. Seguimos por el filo de una loma, que cuanto más andábamos era más suave, y al fin descubrimos el plan de Tilqui, al que enderezamos con sumo gusto. Llegamos al sitio de donde habíamos salido por la mañana, a las 4 y tres cuartos de la tarde. En la aguada refrescamos las caballerías, y nosotros saciamos la sed. El dragón me instaba a que pasásemos allí la noche, porque no era práctico de la senda que la caravana había tomado; amedrentándome con que los animales no sufrirían la caminata. Yo le animé, asegurándole el conocimiento y experiencia que tenía de mis cabalgaduras, y que no podía faltar a los indios, y con esto seguimos a paso ligero por una senda pareja, aunque peligrosa, siempre al estenordeste, rumbo con que llegamos a la orilla del estero. A las poco más de 6 cuadras pasamos otro, nacido de la misma cordillera, y con igual curso al sur. Más adelante otro, que todos en el bajo forman uno, y consiguiendo el nombre de Tilqui, se incorporan al Neuquen.

Seguimos por una subida, que luego descendimos por terreno pedregoso y de trumau: el atravieso tendrá 4 cuadras. Trepamos otra subida de piedras, planas como tablones, que tendría cuadra y media, y la bajamos con media cuadra. Pasamos otro esterillo con varios mallines por su ribera, que nace de las faldas, al sueste de dicha cordillera, y se incorpora también al de Tilqui; y desde aquí comenzamos a subir un repecho tendido y largo, cubierto en muchas partes de piedras sueltas planas, y de todas vetas, que el arte no las hubiera puesto en tan buena disposición, para enlozar patios, y calles etc. Y llegando a la mayor altura de la loma, con sólo crepúsculos de luz, tendimos la vista, y se nos presentó al frente una hermosa llanura, con una laguna, cuya ribera albeaba, y circundada de unas faldas tan blancas como la nieve, por el nordeste, este y sueste; y en medio otro cerrillo, que dividía el llano de la misma materia. Me persuadí fueran salinas, pues no tenía razón para creer fuese nieve. Confieso no haber visto cosa más deliciosa, y que por aquel instante olvide la incomodidad que traía con las cabalgaduras, cuyas fuerzas se iban agotando. Seguí con gusto para el bajo; y antes de estar en él, se nos obscureció enteramente. Miraba por todas partes por si veía fuego, seña que me debían poner para distinguir el alojamiento de mi comitiva, y al cabo de andar titubeando, entre arbustos espinosos y médanos, columbramos un fuego hacia el norte, seña que nos hizo conocer el que andábamos perdidos. Empezamos a cortar para la hoguera, pero ya nuestros animales cedieron sus últimas fuerzas, y ya a pie, ya a caballo llegamos al alojamiento a las nueve y media de la noche.

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Así que estuve allí, pedí agua; y me pasaron un vaso, pero sin embargo de lo seco que venía, conocí al primer trago ser agria. Pregunté al agrimensor lo que había andado la caravana, y cómo se llamaba el lugar. Me respondió, que dos leguas y diez y nueve cuadras, y se llamaba Auquinco; que todo el camino fue al estenordeste.

A este tiempo llegaron a verme los indios, y enterados de cuanto hice por encontrar a Laylo, echaron fuera de sus pechos algunos resentimientos que de sus procederes tuvieron antes, y también de Manquel. Los consolé, prometiéndoles que bien temprano contestaría con el mozo de Treca, (que caminó este día con la comitiva) al Sr. Gobernador Intendente, y Comandante de los Ángeles, y al cabo, que estaba en lo de Manquel con los dragones, y encargaría a éste que hiciese nos alcanzase Laylo con su hijo. Me suplicaron no mandase a este mozo, hasta que no volviese un hijo de Molina, que de tras de mí salió esta mañana para lo del mismo Manquel, en busca de un hermano que había llegado con los citados dragones. Les pregunté: ¿que quién lo había mandado? Me contestaron que su padre; y lo hice llamar. Le reconvine: que ¿cómo había mandado a su hijo sin darme parte, para haber dado algunas providencias para la tropa, y por consiguiente sobre la revuelta de Laylo? Y que: ¿por dónde le dijo a su hijo fuese, que no se encontró conmigo, ni pasó por las juntas de Cudileubu? Me respondió que, después que yo salí, determinó el mandarlo, porque fuese a traerle un hijo que venía de Tucapel, para acompañarlo en el viaje; y que éste le mandó decir, que no tenía caballo en que alcanzarlo, y mandase por él, remitiéndole caballería. Le dije que ya estaba enterado, y a los caciques, que no devolvería al mocetón de Treca, hasta que no llegase el hijo de Molina, de quien tendríamos noticia de Laylo, y del recibimiento que Manquel le haya hecho, si se ha regresado.

El 6, antes de amanecer, recordé al capataz, y le previne hiciese venir luego la tropa, y se aparejase. Yo esperé con caballo ensillado la aurora, y llegando, monté en él, y con Baeza me fui a reconocer aquellos objetos que me deleitaron antes. Las lomas que veía albas son de yeso enteramente. La laguna es salada, y toda la playa tiene un betún de sal, tan alba como la misma nieve.

El esterillo que corre por nuestro alojamiento nace de una cordillera, llamada Puni Manguida, que está al oeste nordeste de la laguna: forma tres lagunillas en el plan, antes de llegar al cerrillo del medio del círculo. De su otra parte está la laguna grande, que aunque salada, como he dicho, su agua, pero no desagradable. Toda la vega, que tendrá por una legua de atravieso, es pastosa, y por todas sus inmediaciones hay   —80→   arbustos de los comunes. Así como volví, hice levantar cargas para marchar.