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ArribaAbajoSegunda parte

De la derrota del alcalde provincial de Concepción en el viaje desde el río Chadileubu, lindero de los peguenches con los indios de Mamilmapu, hasta la capital de Buenos Aires



ArribaAbajoJornada XXIII

Desde Chadileubu hasta el Desaguadero


(Mayo 25 de 1806)

El 25, bien temprano, se pidieron las caballerías, y a las nueve tuve las mías aparejadas, con sólo la falta de un mozo que buscaba dos mulas mías, y una de la expedición; a Manquel le faltaban todas las suyas, y viendo que ni unas ni otras parecían, les dije que sería mejor nos adelantásemos al otro río, quedándose él con el capitán, esperando sus bestias, las que parecerían, mientras se pasasen mis cargas, y las de los demás indios. Convino, y a las diez y diez minutos de la mañana, salimos de la orilla de Chadileubu tomando al este sudeste, hasta descabezar una laguna hermosa, circundada de carrizales, que dista del río como cosa de seis cuadras7, desde cuyo lugar tomamos al estenordeste, y por senda de médano carril, muy montuoso de arbustos. A una y otra parte llegamos a la orilla de otro río, a las once y cuarto, de mas anchura, y al parecer, de mucha más agua que el antecedente. Este río, dice Puelmanc, como antes hice mención, es el desaguadero del Diamante, corre de norte a sur, haciendo muchas vueltas, y formando lagunas. Desde una alturilla bien grande, se divisa que la laguna anterior nace de este río, y otras que hay más abajo de este puerto, que a las primeras vistas parecen independientes.

El terreno que hay, entre uno y otro río, es inútil para siembras, a no ser muy tempranas, todo de médano, esto es, en lo que respecta al camino, y lo que se comprende con la vista; y también muy montuoso de arbustos.

En este río hay mucha más abundancia de aves, pues sin embargo   —118→   el tropel de la comitiva, su crecido número de animales, los gritos de los arrieros y bullicio de los indios, he visto muchos patos, coscorobas, y los más primorosos cisnes. Luego que me desmonté, logré tirar a uno que cayó: su hermosura y pellejo son de codicia.

Así que estuvieron las cargas en el suelo, hice pasar las caballerías, y noté que todo lo que hace la caja del río nadaron. Luego se botó la balsa, y se empezaron a pasar cargas. Duró balseándose hasta las ocho de la noche, quedando Molina con sus cargas de la otra banda. En la última balsada, llegó el lenguarás Montoya, que con recado de Manquel vino de Chadileubu; quien dijo, que Manquel me suplicaba le mandase los balseros y la balsa, para que pasasen dos mocetones en seguimiento de seis caballos que le faltaban; pues mi mozo que buscaba mis bestias, se echó a nado siguiendo las huellas, y sólo alcanzó cinco caballos suyos; y por haber pasado desnudo y sin avío, se volvió dejando el rastro de sus otros animales, y de los míos, que seguía para adelante. Di orden que muy temprano pasase la balsa por Molina, y luego se desarmase y llevase a Manquel para los fines expresados.

El 26, antes de venir el día, estuve a recordar los balseros, y apenas se manifestó la claridad, cuando empezó a correr la balsa. A las nueve medí la anchura del río, que fue de ciento diez y seis varas, y de profundidad seis, y desde que estuvo desocupada, a la misma hora, fue llevada a Manquel por los balseros y Montoya, con recado que así como pasasen sus mocetones se me trajese la balsa, y él se viniese con su familia a esta estancia, que por razón natural los animales se alcanzarían hasta mañana, y entonces volvería a ir a pasarlos, y hoy serviría aquí para que él se pasase a esta parte. Que la separación de nuestras personas era muy mala, pues no nos podíamos valer en ningún caso, y más estando río por medio.

A las diez montó a caballo, por correr este terreno; es igual al de la otra parte, todo médano montuoso de arbustos, y pocos pastos, encontré una mata de tuna, con fruto, pero de espinas mucho más grandes que las que tienen las de Chile, y el fruto de éstas morado, y aquellas verde. Muchos rastros de animales caballunos, que deberán ser de los que dejan cansados los viajeros. Llegué hasta la ribera del otro río, la que es igual a la de este, y del otro anterior. Todo se compone de lagunas a una y otra parte, pues corriendo sobre el haz de la tierra como los pasados, donde encuentra bajo se extiende; cubiertas sus aguas de pájaros, en especial de cisnes, que lo hacen digno de verse. Los carrizales imposibilitan la entrada hasta   —119→   la orilla, porque el piso está pantanoso y con agua. Por esta causa me fue imposible acercarme a tirarles, por más que anduve de abajo arriba más de media legua.

A la una y media de la tarde llegué a mi tienda, y encontré que los indios Manquelipi, y un hijo de Puelmanc, que también habían montado a caballo, estaban allí, cada uno con una yegua que habían laqueada. Al poco rato mataron la más gorda; con la sangre se lavaron todos la cabeza, y siguieron en la despresadura para partirse la carne.

A las cuatro de la tarde estuvo Manquel de la otra parte, y al cerrarse la noche con toda su familia, a excepción de Montoya y de mi mozo, que ellos fueron los que pasaron a seguir sus bestias y las mías. Llamé a Manquel y a su mujer que viniesen a mi tienda para consolarlos, y darles mate. Jamás he visto hombres con más sentimiento que el que manifestaban por la pérdida de sus caballos, y en especial su mujer, que ponderaba las excelencias del de su silla. Por último la conversación se concluyó con que le prestaría dos mulas para sus cargas, y caballos, cuando le faltasen los que le quedaron, caso que no pareciesen los desgaritados.

El 27, no hubo cosa notable, ni parecieron los seguidores de los caballos de Manquel; pero después de las oraciones, uno de los rondadores de mis caballerías llegó con la novedad, que de la otra parte del río que nos queda, divisó un indio de vigía, sobre una alturilla, que le hizo señales y gritó, pero no le contestó, sino sólo observaba que si él subía, el indio lo mismo por la otra banda; y si bajaba, lo propio. Le pregunté qué anduvo haciendo por aquel lugar; y me respondió, que buscando dos caballos que se le dispararon de la tropa.

Hice llamar los caciques a mi toldo, les comuniqué la noticia, y me contestaron que serían indios de Mamilinapu que vendrían de Guiñantu, esto es para trasladarse a las cordilleras. Les dije, que era de presumir, pero no de asegurar, y que importaba averiguar por la mañana qué indios eran; pues si eran amigos, los pasaríamos en la balsa, que la mandaría luego; y si no lo eran, nos prevendríamos. Quedaron en ir por la mañana a reconocerlos.

A las doce de la noche, ya que estábamos acostados, empezaron a ladrar los perros, y a desprenderse de nuestro alojamiento como para el norte. Parecía que cargaban con gente, y como podría   —120→   ser que anduviesen indios en esta isla, internados de los que vio un arriero, me levanté, o hice se reconociese el campo, y se previniesen las armas. Nada se encontró, pero lo pasamos en vela el resto de la noche.

El 28, a las siete de la mañana, llamé a Puelmanc, y Manquelipi, y les dije que cuanto antes montasen a caballo para ir a saber de los indios; me pidieron caballos para ir, y dándoselos al poco rato estuvieron de vuelta con cuatro ranquilinos, o de mamilmapu, y el uno de ellos sobrino de Manquel. Vienen de viaje, según dijeron para pasarse a las cordilleras; que traen sus haciendas, y están situados una legua para abajo de nuestro punto a la otra banda del río; que ayer subieron hasta ponerse a nuestro frente por una quemazón que columbraron, y pensando podrían ser peguenches que venían, deseaban verlos, para saber el estado de las paces entre ellos. Que estas tierras están inhabitables con los malones, y actualmente se hallan en ellos los ranquilinos. Manquel tuvo mucho gusto de ver a su sobrino, y de que se fuese con haciendas para sus tierras. Puelmanc tuvo sus sentimientos, pues los forasteros le comunicaron, que en estos días pasados había muerto en un malón un pariente suyo, y después de comer se retiraron con uno de los mocetones de Mariñan, que fue a ver a una parienta que venía entre ellos. El río lo pasaron nadando, como que vinieron en pelo, y cuando fueron estos indios a buscarlos, ya los encontraron de esta parte.

A las seis de la noche llegaron los que han buscado los caballos de Manquel y míos, con sólo estos, y no los de él, sin haberlos encontrado sino los vestigios que pasaron de Puelce para adelante. Volvieron a hacer nuevos sentimientos, y a llorar mucho; sin embargo que les hice la reflexión de que dentro de dos días estarían en Butacura; que los vendría a encontrar en sus tierras gordos y descansados a su regreso; que ya los tendría libres de pérdida por estos lados de que se maltratasen y quedasen cansados, como he dejado yo ya cinco caballos, y dos mulas, y dejaré aquí todos los que no puedan vencer el atravieso de Menco sin agua. Previne al capataz la salida para mañana, y que diese orden a los arrieros que madrugasen con la tropa.



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ArribaAbajoJornada XXIV

Desde el Desaguadero hasta la orilla del pajonal de Tripaque


(Mayo 29 de 1806)

A las nueve y tres cuartos de la mañana, salimos de la orilla del Desaguadero, después de haber estado desde que salió el sol esperando el que pareciesen las bestias de los caciques con nuestras caballerías en disposición, y tomando al nordeste, atravesando un médano montuoso de arbustos y con pasto, a las 24 cuadras estuvimos en otro río, gancho del que hemos dejado, cuya ribera está cubierta de carrizales, y a una y otra parte viene formando lagunas preciosas y grandes; lo pasamos a vado con el agua a la cincha, y de anchura tendría 40 varas. En esta isla que, según dicen los indios, tendrá 6 leguas de sur a norte, hice dejar 6 caballos que venían muy maltratados, porque aquí pudieran hallarse convalecido a la vuelta, por razón del agua, que adelante no la hay.

Luego que estuvimos de esta parte, pregunté a Puelmanc, que si había más adelante agua, y respondiome que sí. Hice caminar; tomamos en este lugar el rumbo nordeste, cuarta al este, y siguiendo por igual clase de médanos dejamos a las 6 cuadras al lado del sur una hermosa laguna dependiente del brazo, y continuando 28 cuadras más, alojamos a la orilla de un pajonal de otra laguna, que se llama Tripaque, y también nace del río y otras muchas que le siguen hacia el sur.

El sitio que comprenden estos ríos es muy parecido al de las lagunas de Guanacache, que pinta el Abad Molina, desde los 30º hasta los 33º de latitud, y 309º de longitud; con la diferencia que Chadileubu las hace por separado en una línea hasta las juntas con el Desaguadero, que está al sursudoeste de nuestros alojamientos, por 5 ó 6 leguas. También en que aquellas tienen el desagüe de este río, que titula el Desaguadero, y el de éstas se resume por 15 ó 20 leguas de camino más, al mismo rumbo, con el nombre de Chadileubu en una hermosísima y profunda laguna que ya he dicho se titula Urrelauquen, que es decir, Laguna amarga.

Él pone en su mapa que el río del Diamante entra al del Desaguadero en los 352º, y siendo así no puede ser cierto lo que Puelmanc dice, de que el que hemos pasado es el Diamante; a no ser que sea ya unido al Desaguadero, y en este caso el Desaguadero debe perderse, pues todas estas aguas se resumen sin la menor duda.

También en su mapa pone al Diamante como el penúltimo al sur,   —122→   que nace de las cordilleras al oriente, y el de Naguelguapi, el último; siendo cierto que corre Chadileubu al famoso Cobuleubu, y Neuquen hasta Limaileubu, que pudiera ser el de Naguelguapi.

Es de notar también que hay algunos indios que aseguran, y especialmente el peguenche Tripainan, que este río de Chadileubu, más al sur, pasado una travesía de médanos, va a brotar en unos menucos, u ojos de agua, que ya vuelven a formar un considerable cuerpo que corre hasta el mar. A las 8 de la noche entraron los caciques a mi toldo, con el objeto de tratar sobre los expresos que debían anticiparse a Carripilun, de lo que hasta ahora no se ha vuelto a hacer mención, porque don Justo Molina ha estado enfermo. Se le propuso a Puelmanc, y contestó que Molina hasta ahora seguía indispuesto, y no estaba capaz de marchar a la ligera, que él es conocido de todos los habitantes de Mamilmapu y es precisa su persona en el atravieso de Meuco a lo de Pilquillan, por si acaso se encuentran algunos indios que podrían extrañar la comitiva, y quererla ofender, que en estando en lo de aquel indio, se adelantará, y quedarán con más seguridad nuestras personas. Le pregunté ¿que si Carripilun, y los otros cabezas no tendrán a mal que nos entremos a sus tierras sin avisarles? Me contestó, que viniendo él en nuestra compañía no lo tendrían a mal; que él les diría, que no quiso dejarme solo hasta no dejar mi persona con las recomendaciones necesarias. No me pareció mal el proyecto, porque debiendo siempre parar en lo de Pilquillan, lo haríamos entretanto él se adelantaba a lo de Carripilun.

Mientras estábamos en esta junta llegó el mocetón, que fue ayer, con los ranquilinos que cité, a ver a una parienta; y avisó, que antes de venirse, llegaron indios a la otra parte del río; pero no supo de que nación eran, sino solo que venían armados, porque vieron algunas lanzas desde esta banda. La noticia era de entidad, pues en las dos siguientes jornadas de Meuco se nos han anunciado los mayores riesgos por quilliches y llamistas, y más viniendo por camino poco usado. Ellos se sorprendieron bastante; yo les fui a la mano diciéndoles, que pudieran ser amigos y venir armados, o temiéndonos por las novedades que a ellos les contarían de nuestra expedición, o por temor de otros enemigos. Que la puerta de esta isla en que estábamos, nos aseguraba un costado, y nuestros animales, que para pasar un atravieso sin agua de dos días, era conveniente dejar las caballerías descansar donde tuviese bastante agua; que pararíamos mañana, y mandaríamos bien temprano a saber qué gente era, y con qué destino venía a estas tierras; qué número y qué fuerzas traía; que ellos y yo les mandaríamos el bien venido, y que si su destino seguía para adelante, que nuestra voluntad y protección estaba pronta para que si gustaban se viniesen a incorporar con nosotros.

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Quedaron gustosos con el proyecto, y al mismo mocetón, que ya era práctico del lugar, le di un mazo de tabaco, para que bien temprano saliese con su mensaje.

A las 4 de la mañana salió, y a las 12 del día estuvo de vuelta, avisando que los indios eran llamistas, que no traían novedad, y que ya venían para acá; que él los encontró, y recibiendo las razones que llevaba, venían gustosos.

Al poco rato estuvieron en el alojamiento siete indios mozos, y uno como de 50 años, los que trajo a mi toldo a las seis de la noche Manquel y Puelmanc. El principal se llamaba Lincopay, Guilliche del lugar de Lonquimay, vasallo de Millalen, que ya he nombrado en distintas partes, por las conexiones que tiene con estos peguenches. Sus siete compañeros vienen con él a conchabo a estas tierras de Mamilmapu, y su destino es la reducción de Carripilun.

Me ha asegurado viene con otros cinco, y el que hace cabeza en ellos es Caminillaquien, trae una hermana a ver a otro hermano, llamado Autequin, que vive en la misma tribu de Carripilun, y los que le acompañan es a comercio. Ha prometido que mañana nos alcanzarán, pues hoy no lo pudieron hacer, porque viene enferma la mocetona de una caída de caballo.

Así que tomé estas razones de él, le pregunté que si venían otros guilliches, o llamistas para Mamilmapu detrás de él; y me contestó, que sólo otro indio, llamado Gurla, que trae el camino que da vuelta por el resumen de este río.

Le manifesté extrañaba que no viniesen llamistas y más guilliches, cuando tenía noticia que todos los años pasaban reducciones enteras para Mamilmapu, por permutar los ponchos por haciendas. Contestó, que era cierto, y que este año hubieran venido también, si no hubiera sido por el peguenche Caullan, que pasó a los llanos, en donde hizo junta de indios para darles noticia que los peguenches estaban alzados con los españoles, que todos venían a Buenos Aires, con determinación de acabar con los guilliches y llamistas que encontrasen. Que por esta razón se temieron, y dejaron sus viajes para el venidero.

Manquel y Puelmanc, que oyeron estas razones, se rieron, y les dije: Caullan es, Manquel, de tus peguenches, y es él que nos llevó las últimas noticias de que Guerahueque y los llamistas estaban unidos para impedirnos el tránsito por estos caminos; y es el mismo que a mí me dijo   —124→   que doscientos guilliches armados habían salido de las cordilleras con Llanquitur y Cunaquen con sólo el objeto de acabar con mi expedición. Este es, amigo, un sedicioso, un infame, y debe desterrarse de las naciones un hombre que fomenta con sus enredos guerras. Nos pudo poner en tal estado con fingir en una y otra parte que querían maloquear. Vosotros debéis dar a ese peguenche una reprensión que no le deje en aptitud de continuar con su genio, y que escarmienten otros. Así se deben dar las satisfacciones al público y a las naciones amigas. Puedo aseguraros, que si mientras estuve en vuestras tierras, hubiera sabido el ardid de ese mocetón, yo os hubiera hecho ver allí cuál era su delito, y cómo debían haberlo castigado, para que no infestase vuestros terrenos; pero ya que lo hemos sabido tan distante, confío en vosotros sabréis tomar las satisfacciones que debéis. Recibieron muy contentos los consejos, y volviendo a Lincopay le dije: Ya estáis satisfecho que lo que os dijo de nosotros, nos dijo también de vosotros, y con verme aquí deberéis creer que no recibí bien sus razones, ni lo di crédito. Hizo muy mal Guerahueque, y los demás caciques que querían venir, de suspender su determinación, por las razones de un mocetón sin crédito de sus jefes. Yo hubiera celebrado encontrarme coa ellos por aquí, así como tengo gusto de que estéis vos y tus compañeros conmigo. Los hubiera tratado con mucho amor, pues deseo conocerlos, y darles pruebas que solicito sus amistades.

Estos pasos que doy; este verme en campos desconocidos, y tratando con gente que sólo por noticias sabía que habían, es con el motivo que desean mis superiores, obedeciendo a varias reales órdenes, se trafique amistosamente por estas tierras, desde la Concepción a Buenos Aires. Es en buenos términos, solicitar hacer una unión de nuestras fuerzas con los habitantes de las tierras; y es en fin que desea nuestro soberano hacernos un mismo cuerpo, y que por ese arbitrio merezcan su real protección, como logran de ella nuestros amigos los peguenches. Yo espero que a las primeras palabras que hable sobre materia tan importante, empezarán a conocer las ventajas que se les ofrece, y que esta internación mía a sus tierras, les franquea. Con nuestra protección se harán poderosos, respetados y fuertes. No habrá nación que les perturbe sus derechos de propiedad; ya se les acabarán los malones, pues la paz se extenderá a todos los límites de estas tierras. Y andando en pasos tan útiles para todas las naciones de este continente, ¿cómo debía presumir me sucediese un destrozo que sólo merecía un bandido? No, Lincopay, son tus compatriotas racionales, y no hay hombre que no se dé a la razón. No habrá alguno que proteja mi comisión, que yo no lo recomiende como merezca. Una noticia de un río, de un estero, un nombre de un cerro, de un llanodo asiento en un papel citando el autor que me lo dio. No me contento con quedar yo solo agradecido, sino que quiero que mis jefes, sepan vuestro buen   —125→   modo de proceder con fidelidad. El que intenta transitar por tierras desconocidas debe inquirir los nombres de los lugares, de los ríos, de las lagunas, sus situaciones, y todos los objetos notables. Mis peguenches te dirán que tenemos nuestras conversaciones sobre el particular, y que en el momento tomó la pluma para trasladar cuanto me dicen, a noticia del Señor Capitán General, y Señor Virrey de Buenos Aires, a cuya ciudad he de pasar a dar cuenta de mi expedición. Así se hacen los hombres conocidos, sin que se pongan a la vista, y se hacen merecedores de la memoria de esos grandes hombres. Si Guerahueque y Millalen estuvieran aquí, tuviera la satisfacción que me instruyeran de todos esos terrenos que ocupan; que hasta ahora desconozco: me dieran razón de los grandes ríos que se descuelgan de los montes, y del origen de Limai Leubu, que hasta ahora lo ignoro, como su cuerpo y curso.

Me contestó, que decía muy bien, y que aunque hubieran salido armados a cortarme los pasos, en habiendo sabido el objeto de mi viaje, se presumía, no sólo me hubieran franqueado el camino, sino también me hubieran auxiliado. Que sentía mucho no hubiesen venido sus caciques, porque hubiesen celebrado conocerme, y no hubieran sido menos que los peguenches en comunicarme todas las noticias que les hubiese preguntado. Que por lo que toca al río de Limaileubu él me daría razón de su nacimiento, pues lo sabía; como que salía de sus tierras.

Como toda mi conversación no se reducía a otra cosa, le admití la oferta; y reconviniéndole por ella, me dijo, que nacía de una hermosa laguna, llamada Alomini, que está en medio de las primeras cordilleras del poniente, hacia la derecera de Maquegua: que en su origen era río mediano, y después se hacía formidable, por los esteros que le entraban.

Manquel dijo, que ya sabía de la laguna que era muy grande, por cuya orilla había andado muchas veces, y que día y medio se caminaba por su ribera. Que al río que salía de esta laguna, le entraban a su caja, en medio de las cordilleras, los esteros, Matañanc-leubu, Rucachonoi-leubu, Quelguen-leubu, Pichi-leubu, Mayen-leubu, Naguelguapi-leubu, y que la laguna está situada en medio de las cordilleras Miquen y Guenueo. El guilliche confirmó ser cierto cuanto Manquel aseguraba, y seguí: ¿Que si tenían noticia, o conocimiento de la laguna de Naguelguapi? Me dijeron, que no había tal laguna de Naguelguapi. Les insté que como no, ¡cuándo como cosa de quince leguas más al norte del volcán de Rucachavi, estaba esa laguna! Que era muy dilatada, y tenía una hermosa isla enmedio, cubierta de lindísimos árboles, y de la que dimanaba un famoso río, llamado Naguelguapi?

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Respondió el guilliche, que ni hay otro río que se descuelgue a los llanos de esta parte en tierras de ellos, que el citado Limaileubu; muy caudaloso, y que se introduce al mar; ni otra laguna grande que la que ha dicho de Alomini; que esta tiene una isla en medio con varios chacayes y hermosos pinos, y no otra. Que Naguelguapi se llama un mallín que hay en las tierras del cacique Quiñillan; que de este mallín nace un estero que toma su nombre, y se introduce a Limaileubu, como que pasa muy inmediato, y por esta causa me habrán contado que hay otro río del nombre de Naguelguapi. A todo convino Manquel que según ha asegurado, es muy práctico, de aquellos lugares.

De aquí es que al Abad Molina no le dieron con la debida exactitud las noticias de la laguna, así como tampoco las de Neuquen, que se introduce a Limai de Cobuleubu que gira a la costa patagónica, y Chadileubu que se resume en estas pampas, tres ríos grandes que tienen su curso, a esta parte, y los he pasado yo con toda la comitiva.

Ninguna otra razón me dio este indio por más preguntas que le hiciese; asegurándome, que en solas sus tierras ha trajinado, y para estas tierras de Mamilmapu, que jamás paso a Limaileubu. Me hizo presente que venía caminando dos meses, que ya los víveres se le habían acabado, y que le hiciese favor de darle bastimento, que se incorporaría con mi comitiva hasta Meuco. Convine en uno y otro gustoso. Manquel me dijo, que habían traído unos parientes suyos dos caballos de venta, que debía darles cabalgaduras, y que los comprase. Los vi, y aunque sólo eran buenos para suplir necesidad, los compré, el uno por un freno, y el otro por un par de uples, y de ellos tomó uno Dª Carco para su marcha. Se despidieron, advertidos que al siguiente día caminábamos.




ArribaAbajoJornada XXV

Desde Tripaque a un plan en la travesía de Meuco


(Mayo 31 de 1806)

A las siete y tres cuartos de la mañana, continuamos nuestra marcha, prevenidos de aguada por seguírsenos la travesía. Tomó la delantera el cacique Puelmanc, guíandonos, como ha acostumbrado, desde Tilqui; y prosiguiendo, por médano parejo y con los mismos arbustos expresados entre los ríos, siguiendo el mismo rumbo del nordeste, cuarta al este. A las cinco horas y cincuenta minutos, alojamos   —127→   en un prado, pasado un atravieso de árboles grandes de curimamil, porque ya venía la tropa muy fatigada, y se había cansado una mula.

El cacique Puelmanc, con la comitiva de guilliches que iban delante, se alejaron, y así alojaron en otro lugar más adelante.

Aunque todos aseguran, que en estos terrenos no hay agua; pero yo lo dificulto, porque hay muchos taros, gallinazos, trinquis, halcones, águilas, muchísimas perdices chicas, y otras varias avecillas que no los habitarían sin ella.




ArribaAbajoJornada XXVI

Desde el Plan de la travesía hasta México


(Junio 1.º de 1806)

Como habían quedado tan maltratadas del medanal8 las caballerías, les sería más aliviado caminar de madrugada, a las doce de la noche estuve en pie, e hice que se rodease la tropa y trajese al alojamiento: a las dos y media, y a las cinco en camino nosotros, siguiendo el mismo rumbo. A las dos leguas estuvimos en el alojamiento que tuvo Puelmanc, quien ya había caminado, pero dejó allí a Manquellipi para que nos guiase. En este sitio mudamos rumbo al estenordeste, y continuando por médano mucho más pastoso, algo desparejo, y más sólido, a las cinco leguas llegamos al lugar de Meuco, que es una veguilla pastosa, en donde hay dos fuentes de agua permanente, y algunas cortas lagunillas, que aseguran suelen secarse. La vega está rodeada de médanos que forman cerrillos. Todo lo que hoy hemos andado serían siete leguas por cómputo, pues aunque llegamos a las dos de la tarde, trajimos paso muy corto, e hicimos dos paradas de media hora para aliviar la tropa. Mucha más abundancia de pájaros que ayer vi hoy, y especialmente perdices chicas, que llaman sello los indios, conformes a las de Chile.

Al rato que estuvimos alojados, hice llamar a los indios, y estando juntos les dije que ya era tiempo de que se adelantasen a dar la noticia de mi venida, así a Carripilun como a Pilquillan, a Paillatur y a Quillan, pues podíamos encontrar algunos indios, y formar novedad de ver la caravana con tanta carguería y comitiva. Me contestaron que decía   —128→   bien, y que en la noche se trataría de la materia, después que comiese y me acomodase; porque sería bueno parase un día para refrescar las caballerías.

A las seis de la noche volvieron los caciques, y estando en mi carpa, les dije: Ya os he dicho cuánto importa, y que nos es preciso adelantar noticias a estos habitantes de nuestra llegada a sus tierras. No demos motivos de sentimientos, sino de gratitud, a los que necesitamos. Aunque mañana pare aquí, es forzoso se adelante Puelmanc con don Justo Molina; y siendo el más cerca que tenemos, según vosotros mismos me habéis dicho, Pilquillan, vuestro amigo, a lo de este pasarán primero; le comunicarán me hallo en este sitio, y haciéndole ver que vienen conmigo el gobernador Manquel, y los otros caciques, le suplicarán venga a visitarlos, o mande algún mocetón a enterarlos del estado de estos lugares, y que éste nos conduzca a sus toldos, para que allí nos orientemos de cuanto importe a nuestra seguridad.

Allí podré esperar la contestación de Carripilun; allí podremos encontrar guías que lleven Manquel a lo del cacique Paillatur y a lo de Quillan, cuya vista nos importa, porque la derecera del camino a Buenos Aires es por tierras de estos, y no por lo de Carripilun, que queda muy al norte, y que sólo necesitamos por ser la cabeza principal de estos terrenos; y allí nos surtiremos de carnes y cabalgaduras, que de uno y otro venimos días ha necesitados. De todo lo que le tratará Puelmanc, para que solicite de sus compatriotas estos auxilios, que se les pagarán por el precio que pidiesen.

Contestaron, que todo estaba bueno, y que saldría Puelmanc con Molina bien temprano, que pasarían a lo de Pilquillan, a quien harían venir, o que mandase a verme; que estando allí, se dispusiese la separación de Manquel. Pero que no había necesidad de que esperase la contestación de Carripilun, sino que siguiese mi marcha, que en el camino encontraría su respuesta; y cuando no fuese como deseamos, Puelmanc debería volver con celeridad a llegar antes que nosotros pudiésemos movernos de lo de Pilquillan. No me pareció mal el proyecto; hice llamar a Molina, y quedando ya advertidos que bien temprano saldrían, se retiraron.

A las tres de la mañana tuve a Puelmanc en mi toldo, después de haberse llevado en parla la mayor parte de la noche con sus compañeros tratando de lo que había de hacer, y los recados de cada uno que debía dar. Me dijo que ya deseaba salir, y no veía la hora que llegase el día; que esperaba esta ocasión diese Carripilun pruebas de la   —129→   mucha amistad que siempre tuvieron, que le hiciese favor de darle a él el agasajo que le mandaba para captarlo más, y que a él le diese un freno y un pañuelo, que el freno que traía estaba quebrado, y el pañuelo ya viejo. Hice cuanto me pidió, y poniéndome a escribir a Carripilun; llegaron a las cuatro Manquel y Mariñan, con quienes se puso a conversar hasta ser de día.

A esta hora vino Molina a ver lo que mandaba: le entregué el pasaporte del Señor Gobernador Intendente, para que se le interpretase, y una carta mía, cuyo contenido es el siguiente:

«Nuestro Católico Monarca (que Dios guarde) tiene recomendado a los Señores, Virrey de la capital de Buenos Aires, y Capitán General del reino de Chile, te hagan ver el amor que os tiene, y te den pruebas de su benevolencia. Para cumplir estas reales órdenes, he sido comisionado por el referido Señor Capitán General, y me hallo en los umbrales de tus tierras, con la comitiva que te darán a entender las credenciales que incluyo.

»Espero sólo tu permiso para internarme hasta esos toldos, en donde deseo verme cuanto antes, y proponerte bienes que luego conoceréis por su valor. Para merecerlo, mando con ésta al cacique Puelmanc, y a don Justo Molina; uno y otro le dirán algo de mi trato y buen corazón, por lo que deberás prometerte mayor seguridad en cuanto diga. De ésta necesito también para proseguir sin recelo por tus tierras, y espero me la franqueareis, como mi persona y comisión lo exigen.

»Puelmanc te entregará por sus manos un obsequio que mi voluntad adelanta a los que tiene destinados, para que recibas de las mías. Espero lo tomes en prueba de mi buena fe, y deseo que tengo de servirte.

»Nuestro Señor te guarde muchos años.- Meuco, y junio 2 de 1806,

Luis de la Cruz

»Señor cacique, gobernador Carripilun, en las tierras de Mamilmapu».

Para que interpretase la carta y pasaporte, que como credenciales le incluí, comisioné al español Marcelo Molina, y se despidieron bien instruidos de cuanto debían obrar. A las cuatro de la tarde llegó al alojamiento de Manquel un indio   —130→   de estas reducciones, y después de las oraciones lo trajo a mi toldo. Me lo ofreció, diciéndome era su sobrino, que no lo conocía, porque era oriundo de estas tierras, y hacía más de cuarenta años que no veía a su madre, que fue peguencha, y también pariente de Treca. Que Pilquillan no venía por hallarse en otro lugar que el que Puelmanc dijo vivía, que a este mandó para que fuésemos mañana a parar a su toldo, y que allí saldría también Pilquillan.

Recibí al indio con el agasajo que era regular, y habiéndomele ofrecido, y ponderado cuanto gusto tenía en haberle traído su tío Manquel, gobernador de los peguenches, y saber que era también pariente de Treca, cacique de toda mi estimación, le empecé a preguntar por los principales de su nación, sus habitaciones, ¿dónde las tenían, y en dónde se hallaba Carripilun y Quillan. Me contestó, que Carripilun vivía en el lugar de Maribil, dos días y medio distante de aquí. Que Quillan, cuatro días, cerca de las salinas de Buenos Aires; que Paillatur, en Chaquilque, a las dereceras de Buenos Aires; y así que todos los caciques estaban separados con sus reducciones. ¿Que si ha estado alguna vez en Buenos Aires? Me contestó, que sólo en una ocasión, pero que es muy práctico del camino más recto, atravesando los llanos. ¿Cuál era el camino más derecho, y cómo se llaman los lugares que se atraviesan para llegar en menos jornadas a Buenos Aires? Que saliendo de aquí por donde venía la luna, que era al este, cuarta al norte, es el más recto. Que primero se llegaba al lugar de Chaquilque, y después a Chiyen, a Malcuaca, a Quilquil, a Cololanquen, a Tuay, a Aldirinanco, a Lelbun-Mapu; que ya ahí son las castas a Leubuco, a Catrilechi-mamil, Trilis, a Moncolo, a Mallin-lauquen, a Pichiloo, a Cumaloo, a Chalac, a Gualanelú, a Butanguencul, a Leubu-Mapu, y a Loncoguaca; y de aquí ya está en tierras de españoles, y que con mis cargas, despacio en 10 ó 12 días estaría en Buenos Aires. ¿Que si hay aguas estables por todo el camino? Que todos los lugares que ha nombrado son aguas perpetuas, y que cerca una de otras como de aquí a sus toldos, y algunas poco más. ¿Que si son corrientes las aguas, o de lagunas? Que son lagunas. ¿Que si hay leña? Que sí, hay mucha leña y gruesa hasta más de la mitad del camino, y de ahí para adelante algunos arbustos, y dos días sin leña, que se hace fuego con achupalla. ¿Que si todos los terrenos son parejos, capaces de rodar carretas, y si son pastosos? Que si hay arenales, o son de tierra firme todos los campos? Que todas las tierras son llanas, muy pastosas, y de tierra firme; que por todas partes pueden rodar carretas sin el menor embarazo, porque no hay zanjones, ni barrancas, ni otro estorbo, que algunos árboles en este atravieso hasta lo de Quillan, que puedan por la vereda impedir el tránsito. ¿Qué si hay camino trajinado por los lugares que me ha nombrado? Que hasta   —131→   las castas hay camino real, y de ahí para adelante se corta derecho a Luján. ¿Que si podría llevarme por ese camino? Que si me llevaría, pero que yendo a lo de Carripilun, me iba mucho al norte, y sería mucha vuelta. Que este camino lo sabía Puelmanc, y otros muchos indios, que me traerían por él a la vuelta, pues estaba muy cerca, como lo experimentaría, y que era mejor que los otros que van por lo del difunto Quintrepi, y otro para las fronteras del Sauce, porque tienen menos aguas y leñas. ¿Que si este camino, que dice, está cerca del de las Salinas? Que está cerca, a distancia de dos días, o día y medio al paso. ¿Que si habrá recelo por ese camino, de que los indios nos sujetasen? Que en captando a Quillan, que es el más alzado, y la cabeza principal, ya los demás no valen, y están yendo todos los días a la frontera, y a las Salinas, cuando vienen españoles; pero que Quillan jamás se allegó ni a las Salinas. ¿Que si en todos estos lugares, o en algunos viven indios, que me exprese los que están poblados? Que en Cololanquen vive Cayupan, que en Tuay, Manquechen, y en Aldirinanco, Quillan; y de ahí para adelante todas son tierras despobladas. Que indios hay muchos afuera del camino, pero él no sabe decirme el número que habrá; que Pilquillan me dará más razón de todo cuanto desee saber, pues él es mocetón, y tiene pocos conocimientos.

Le pregunté a Manquel. ¿Que como tiene en estas tierras tantos parientes, y desde qué tiempo? ¿Qué si siempre han sido estas tierras pobladas de indios, o fueron sólo pobladas cuando se vinieron los ranquilinos de la Cordillera a habitarlas? Que en estos terrenos habitan indios desde tiempos inmemoriales, que así le oyó a sus antepasados, y siempre estas naciones fueron enemigas de los otros guilliches, que hoy gobierna Canigcolo. Que Quiñepil fue gobernador peguenche, y tan guerrero, que siempre estuvo con la lanza en las manos, maloqueando a los guilliches y llamistas, y aun a estos. Que encolerizadas estas tres naciones se comunicaban las lunas en que los habían de asaltar, y así a un mismo tiempo y a una misma hora, les entraban por diferentes partes, y los fueron destruyendo. Que hubo ocasión en que doscientos y más peguenches que andaban guanacando por el lugar de Auquinco, (los que se alojaron en la aguada en que nosotros mismos nos hospedamos) de madrugada llegaron allí estos ranquilinos, y acabaron con todos, sin que hubiese quedado uno que lo contase, sino los cuerpos en el campo como bestias, y los rastros de estos nacionales, para conocer que ellos habían sido los del destrozo. Que así, pues, se fueron despoblando sus terrenos de hombres y de mujeres, llevándoselas cautivas; y varias familias que vivían por Ranquel, otras por Treuco, y otras por Cobuleubu, tomaron el partido de venir a implorar el asilo de estos mismos enemigos, por no morir en manos de ellos en aquellos montes. Que llegaron a Chadileubu,   —132→   y de allí mandaron mensaje a estos indios, avisando, que allí estaban; y venían a vivirse con ellos, y a ser esclavos voluntarios. Que entonces fueron a recibirlos, y se los trajeron; desde cuyo tiempo se vino la madre de este mocetón, y otros peguenches que aquí han procreado, y han llenado estas tierras. Que la mayor parte de habitadores, que en el día hay, son descendientes de aquellos montes.

Que él se acuerda, que desde Tilqui hasta Cobuleubu, había una reducción de más de seis cientos peguenches; en el Tocaman, Treuco, etc. otros tantos. Que en la Capilla y Codileubu más, y que eran tantos que no se conocían, sino las cabezas principales. Pero todos fueron muertos por los brazos de los enemigos. Que se consumieron sus padres, parientes, amigos y paisanos; que las haciendas saciaron la codicia de los guilliches, y de estos, y en fin que sólo con lágrimas puede contarse tan lastimosa escena; y hacer memoria tan triste no es para este tiempo.

Le hice presente que esas consecuencias eran precisas a las guerras, y al no tener conducta en ellas; pero que ya se les acabó ese tiempo de infelicidad; que ahora son nuestros amigos, y con nuestra amistad, no sólo son respetados, sino también temidos; no sólo son queridos, sino que se ven granjeando las amistades de todas las naciones, pues nosotros, no sólo tenemos armas aventajadas, sino prudencia para hacer conocer y distinguir la razón. A este tiempo avisaron a Manquel que sus cabalgaduras no habían parecido, y se despidió con su nuevo pariente, prevenido de que bien temprano marcharíamos.




ArribaAbajoJornada XXVII

Desde Neuco a Tolvan


(Junio 3 de 1806)

A las nueve de la mañana montamos a caballo, y continuamos el rumbo y misma calidad de médano, sin ninguna madera, hasta una laguna llamada Gualico, donde se completó una hora. Desde este sitio mudamos el rumbo al nornordeste, por el que caminamos tres leguas y seis cuadras, hasta la una y doce, que llegamos a los toldos de Angueñan, que es un sitio de médano con una fuente de agua dulce, y algunos árboles de algarrobos.

Más de veinte y cinco indios mocetones, de buenas presencias, y bien montados, me esperaban en distintas puntas de cerrillos, con   —133→   varios trozos de yeguas y caballos. Luego que me desmonté, me trajo Angueñan un ternero de regalo, para que tomase. A más de que era preciso agradecer la fineza, se la estimé como que hacía algunos días que no tomaba carne fresca; se la correspondí, dándole añil, chaquiras, un pañuelo y un sombrero.

A las tres de la tarde se puso a la vista una cuadrilla de indios, sobre un cerrillo de arena, de los muchos que circundan esta estancia. Al poco rato vino un mensaje a los indios, diciendo que el cacique Naupayan estaba con algunos mocetones a la vista; que ignoraba qué españoles eran los que estaban en este sitio; que si había novedad, pues, por novedad le contaron casualmente, que Molina, y el cacique Puelmanc se habían internado para lo de Carripilun, sin hacer juicio de él; que había oído que venía un caballero, y antes de llegar a saludarlo, fuese uno de los indios que lo conducía a darle razón de quién era, a qué venía, y para dónde caminaba. Así que los caciques recibieron el recado, me lo pasaron, y mandé con Manquelipi, al dragón Baeza, y al capitán Jara, diciéndole, que con sólo saber que venía del reino de Chile, debía inferir que no tenía conocimiento ni de estas tierras, ni de estos habitantes, ni de los caciques que los gobernaban. Que mi deseo ha sido no faltar a las atenciones que debo en tierras extrañas; y por esta causa anticipó a Molina y a Puelmanc a lo de Carripilun, para que me permitiese pasar adelante, pensando era la única cabeza en estas reducciones; que desde este lugar fue a encontrarme el dueño de esta estancia llamado Angueñan, quien me aseguró podía seguir mi marcha sin la menor desconfianza. Que confiado en sus razones, me trasladé a este sitio, en el que tengo el gusto de divisarlo; y siendo servido de llegar a mi toldo, lo trataré un rato, me conocerá, y será enterado de cuanto desea saber. Tuvo un largo rato de parla con los del mensaje, y se dejaron venir a toda carrera, dando una media vuelta a mi toldo. Hice disparar tres tiros de pistola, y habiéndose apeado, vino a abrazarme con su capitanejo, y dos indios de respeto. Los entré al toldo, y le dije: No creo debo hacerte presente, Naupayan, otra prueba de mi voluntad que tengo a estas naciones, y de la importancia de las noticias que os conduciré, que el dejarme ver en tus tierras tan distante de las mías; cuando he hecho esta acción, en que ya podréis regular las incomodidades que he pasado, ¿por qué podría excusar la atención de mandarte un mensaje, avisándote mi llegada? Piensa bien en esto, y deberás disculparme, como que un forastero no conoce, y por esto no incurre en defectos de atenciones, que no pudiera prevenir sin ser adivino. Molina y Puelmanc fueron mis enviados, y aunque suponga que estos   —134→   te conocerían por haber andado en estas tierras, pero no sabrían donde ahora vives, y por eso, ni me lo previnieron, ni advirtieron pasar a verte. Así, debéis disculparme, y perdonar a ellos. Ya me tenéis aquí, estoy en tus tierras, deseo hacerme tu amigo, y no hemos de empezar la amistad con sentimientos de poco fundamento, que acortan el tiempo con que debemos daros a conocer. Me respondió, que así como supo que Molina había pasado para lo de Carripilun a darle parte de un caballero que traía, dijo: Carripilun, es el sol de estas tierras, irá a darle con celeridad la noticia; de mí no ha hecho juicio para pasarme a ver, menos lo haría para ponerme en noticia de ese guinca que viene. Así, pues, éste no tiene culpa, y voy a encontrarlo para conocerlo y ofrecerme; y también le haré presente que Molina, cuando pasó el año pasado, recibió en mi casa mil favores, se los hicieron también mis mocetones; les prometió, y a mí darnos cuanto se le previno, y ahora con desprecio se pasa por nuestras puertas sin hablarnos y sin preguntarnos cómo estamos. De nuevo le respondí, que no podía saber en dónde vivía, sin estar en el camino, y que yendo a lo de Carripilun, en donde deben juntarse los caciques de estos distritos, para que oigan los mensajes que traigo de mis superiores, allí esperarían verlo, tener la satisfacción de saludarlo, y corresponder sus finezas. Me contestó, que estaba muy bien; y sería cierto lo que le decía; que él no iría a lo de Carripilun, pues no era chiquillo para andar más pasos. Que para cumplir comigo era ya bastante con haber venido, y el sentimiento que tenía con Molina no podía quitárselo con palabras, porque éste lo había engañado, prometiéndole regalos para granjearle obsequios que entonces le hizo. Le contesté, que ya yo me le mostraría, regalándole alguna cosa, pero que quisiera fuera sin resentimientos a lo de Carripilun, porque en estos casos deben los hombres ceder de su derecho por mirar lo conveniente a su patria. Que yo ignoro si debe ir o no a lo de Carripilun; pero que siendo mi destino allí le estimaría fuese sin etiquetas. Me respondió que alojaría, y me respondería por la mañana. Acepté y se retiró a alojar.

Seguidamente llegaron a visitarme porción de indias, con la familia de Pilquillan. Las más, vestidas de paño de segunda, y en su rito muy bien adornadas. Reparé en ellas, además de venir más pintadas que las peguenchas, que muchas eran lagañosas, y con los párpados hinchados, que continuamente se tiraban las pestañas; y preguntándoles que ¿por qué era allí tan común en las mujeres la enfermedad de la vista?; se rieron, y una me respondió que no era enfermedad, sino que para parecer bien, se adelgazaban las cejas, y se arrancaban las pestañas. Pudiera haberme sido sospechoso el axioma,   —135→   si no hubiera notado, que las más jamás eran las más escasas de este natural adorno.

Cincuenta y cuatro indios se juntaron en este sitio en el resto del día, prueba de los que habrá en estos lugares. Las precauciones tomé conforme al número de mi gente, y lo que más me recelaba, fue que me robasen las caballerías. A todos les hice dar tabaco y bizcocho.

A las siete de la mañana entró a mi toldo Pilquillan, me saludó, y echó una relación, como acostumbran los peguenches, ofreciéndoseme y pidiéndome. Le di un sombrero, chaquiras, llancatus y tabaco. Al poco rato entró Naupayen, y después de los primeros cumplimientos, le pregunté ¿que cómo se hallaba para acompañarme a lo de Carripilun? Me contestó, que sólo hubiera ido a lo de Carripilun por conocerme; que ya había merecido esto, y lo excusase; que me acompañaría hoy con toda su gente hasta el alojamiento, y entonces se retiraría a sus toldos. Le pregunté, que si no asistiría a la parla que debía hacerse en lo de Carripilun. Me contestó: Que diciéndole yo su contenido, me sabría responder según su intención, que era hombre formal, y no sabría variar. Le expresé, que mi venida ha sido, con el objeto de reconocer el camino por que anduvo Molina, y otros que se conociesen por más rectos y mejores, con el fin de entablar una franca correspondencia desde la Concepción a Buenos Aires, y desde Buenos Aires a la Concepción. Que esta correspondencia debía presumirle el principio más seguro para unirse con nosotros, de tal modo, que debíamos unos y otros formar un cuerpo, que lograrían la ventaja de tener a nuestra poderosa nación por amiga, y de consiguiente de protector a nuestro soberano; que mirándolos con la mayor ternura ha expedido sus reales órdenes a fin de que se ponga en uso este trato, comunicación y comercio. Que por este arbitrio quería hacerles ver su paternal amor y su real amparo y protección; que ya vería cuán útil sería a su nación esta buena correspondencia, y las ventajas que de ella se lograrían. Me contestó, que celebraba la noticia que le daba, y me agradecía las pensiones que habría pasado por venir hasta estas tierras, que por su parte no había embarazo al buen cumplimiento de mis deseos, y que cuanto hiciese Carripilun sobre la materia, él lo daría por bien hecho, y sabría cumplir por su parte cuanto él prometiese. Hablamos mucho rato sobre el asunto, sin que él acordase cosa que no fuese a la mayor seguridad y franqueza de los tránsitos, y concluí la conversación dándole una chupa, llancatus, cintas y añil; y a sus dos capitanejos Llaminanco y Apeles, chaquiras, añil, tabaco y cintas.



  —136→  

ArribaAbajoJornada XXVIII

Desde Tolvan a Butatequen


(Junio 4 de 1801)

A las nueve y cuarto estuvo la caravana en camino; me despedí de Anqueñan, y siguiendo el rumbo al norte, cuarta al noroeste, con el acompañamiento del cacique Naupayan y toda la indiada, seguimos el camino atravesando por la abra de uno de los cerrillos, que circundaban el lugar; entramos a un plan parejo de trumau, pastoso y sin leña; a las veinte cuadras llegamos a una laguna, nombrada Butalauquen. Prosiguiendo por igual senda a la misma distancia, pasamos a la ribera de otra, llamada Manibil; poco después dejamos otras dos chicas, que la una era salada, como las dos antecedentes, y la otra dulce; y caminando por camino igual, a la legua y treinta cuadras estuvimos en la laguna y lugar de Butatequen, que seis cuadras al este de ella tomamos nuestro alojamiento al lado del oriente de la toldería del capitanejo Llaminanco, junto a un pujio de agua dulce. Este capitanejo es la segunda persona de Naupayan.

Una porción de yeguas y caballos estaban inmediatos a su toldería; me han asegurado es costumbre de estos habitantes hacer manifestación de sus haciendas a los forasteros, para que formen de ellos concepto de ricos.

Todo el tiempo que se tardó en descargar y acomodar las tiendas, se mantuvo a caballo Naupayan y su comitiva, y luego que estuve desocupado, se apeó a darme un rato de conversación. Me reiteró sus ofertas y franqueza; le repetí mis anteriores encargos, y se despidió con la mayor parte de los indios. Ya el capitanejo tenía comida prevenida, y fueron todos a comer allí.

La mujer del capitanejo vino al poco rato con un cordero; la recibí con mi mayor cariño, la obsequié, y pasada media hora fui a pagarle su visita. Repartí porción de agujas a todas las mujeres de sus toldos que componen el sitio; me celebraron cómo que les complacía el deseo, y me devolví a mi estancia. En estos toldos vi dos hijas de este capitanejo, que eran donosas.

A las 14 de la tarde nos pusimos a comer, y poco después avisaron del mensaje que había llegado de lo de Carripilun. Le hice entrar, y llamando al capitán Jara para que interpretase su razonamiento, me dijo: «Que el corazón de Carripilun estaba como una fiera   —137→   contra Molina, porque le habían asegurado que vino el año pasado a registrar sus fuerzas y tierras con objeto de venir a maloquearlo; que así tenía mandado, que luego que pasase sus primeros terrenos lo matasen, o botasen de ellos; pero así como recibió mi carta, sintió la tranquilidad que debía. Que este consuelo yo se lo he traído, y me esperaba, con deseos imponderables de que cuanto antes llegase con felicidad a sus toldos, que me ofrecía con toda su buena voluntad. Que juntara sus caciques y mocetones para que todos juntos con él reciban los consejos que de parte de mis jefes traigo. Pregunté al mocetón que ¿quién era, y qué órdenes traía de su superior? Me contestó, que era el capitanejo de Carripilun, que se llamaba Payllanancú, y las órdenes que traía eran de no separarme de su persona hasta no ponerme inmediato a la presencia de Carripilun. Le hice dar de comer muy bien, y poniéndole su alojamiento entre los míos, se retiró a visitar a todos los caciques de mi comitiva.

A las ocho de la noche tuve de visita de la viuda del difunto Tricao, de quien hice mención en aquellas tierras: fue muy regalada, y ella me obsequió con unas semillas de lancú, del que traté con la captiva en Pulce, y es un grano inútil de pasto; y unas frutas del árbol chanal o chical, que es una graciosa avellana, y del gusto del dátil su comida.




ArribaAbajoJornada XXIX

Desde Butatequen a Rimeco


(Junio, 5 de 1806)

A las nueve, y cuarto monté a caballo, acompañándonos el capitanejo Payllanancú, y su mocetón, y enseñando la ruta que debíamos tomar, nos dirigimos al nordeste, cuarta al este, por senda pareja y con suficientes maderas, por los contornos de chicales, muy hermoso árbol, muy útil, tanto por el fruto, como por sus maderas, que serán tan durables como los espinillos de nuestro Chile, que no les aventaja el fierro en duración, y así merecen todo aprecio para cercos y otros destinos, por la experiencia de que duran siglos. A poco más de una legua pasamos por la rivera de una laguna, llamada Riganco, en cuyo lugar nos salieron al camino dos indios a vender corderos, y por hablarlos y obsequiarlos, paré por media hora. Continuamos la marcha al nordeste, cuarta al norte, subiendo una loma trumagosa y baja, capaz de rodar carros; y descendiéndola, llegamos a otra del nombre Chadilanquen, que en la cabecera del sur tiene una vertiente de agua dulce que le confluye, y ella es salada; proseguimos por   —138→   su playa, como para el norte, estando llena de patos, y algunos arbustos y separándonos de ella y de su cajón, que es muy poblado de árboles de la especie referida, ascendimos a otra loma baja, desde cuyas alturas por cualquiera parte que se extiende la vista, se columbraban multitud de árboles de los referidos. La descendimos por igual clase de camino, y estuvimos en un bajo, en que se encuentra otra laguna llamada Metanquil, que pasada, y un retazo de buen camino de terreno más firme aunque siempre trumagoso, llegamos al lugar de Rimeco a la una y tres cuartos de la tarde, en el que se encuentra otra laguna; y al lado del norte de ella tomamos alojamiento, al abrigo de unos árboles de los mismos. En esta ribera hemos encontrado muchos caballos, vacas y yeguas de Carripilun. Me ha dicho el capitanejo, que ya la toldería está cerca, y que antes de medio día, podremos llegar a ellos.

Al poco rato que estábamos alojados, llegó el capitanejo de Naupayan, de cuyos toldos hoy salimos, que seguía también para lo de Carripilun, con el objeto de hallarse en la junta, a que dijo había sido hoy citado con precisión, después de haber salido nosotros.

A las ocho de la noche llamé a mi toldo a Payllanancú, y te dije: «Ya estoy por tus razones enterado que me hallo cerca de la toldería de tu jefe Carripilun. Mucho lo celebro, pues deseaba conocerlo y tratar con él, y confío que mañana se verán cumplidos mis deseos y solicitud. En haberte mandado Carripilun a recibirme y auxiliarme, ha recomendado tu persona, pues con esta sola acción, me ha mandado decir que sois su segunda persona, que eres toda su confianza y estimación, y por lo mismo creo que así será, y que sabrás agradecer el aprecio que de ti haga. Te regalo esta chupa, este sombrero, estos llancatus, y este añil, que todo se aprecia en tus tierras. Mañana te vestirás con este traje, para llegar, anunciando que te he recibido bien, y te he apreciado como mensajero de tu Gobernador; y será bueno que antes que caminemos, mandes adelante a tu mocetón, dando noticia que estamos caminando, y presto llegaremos. Pero para que procedamos con acuerdo en todo de nuestros amigos caciques peguenches, por la mañana trataremos de la ceremonia que ellos quieren usar, según sus costumbres que yo ignoro.

Quedó tan agradecido Payllanancú al obsequio, que con expresiones más que finas lo manifestó, y me contestó, que hablaríamos con los caciques supuesto yo lo quería, pero no porque él viniese sujeto a la disposición de ellos, sino mía. Yo le hice ver que estos caciques eran mis amigos, compañeros, y el auxilio que traían de los montes, y que no sería posible hacer cosa sin que ellos tuviesen intervención, mucho más en materias de sus ritos, a que yo no faltaría por más proporciones que se me franqueasen.

  —139→  

El 6, bien temprano, volvió el capitanejo, y se juntaron los caciques en mi toldo, y fueron conformes en mandar con el mozo de dicho capitanejo, a avisar a Carripilun de mi llegada a sus toldos, y salió en el momento.




ArribaAbajoJornada XXX

Desde Rimeco a Cura Lauquen


(Junio 6 de 1806)

A las nueve y media de la mañana, monté a caballo con toda mi comitiva y más de veinte y cinco indios, que llegaron en diferentes partidas a mi toldo, de los citados para mi recibimiento; y continuando con el rumbo del nordeste, cuarta al norte, por buen camino, pero siempre trumagoso y de iguales maderas, por una y otra parte de la senda, a la media legua encontramos seis indios, entre ellos Llancanau. Tenía seis corderos de camarico; me saludó con arrogancia, y me hizo presente me tenía allí destinado dos, en señas de lo bien que apreciaba mi venida a estas tierras. Le di los agradecimientos por su agasajo y expresiones; e incorporándose en la comitiva, continuamos la marcha. Al poco rato me vino a encontrar el hijo de Carripilun, con cuatro mocetones, vestido de un fraque encarnado de paño de primera. Pasamos por la ribera de una laguna salada, que tiene dos fuentes de agua dulce a la orilla, y a las seis cuadras había seis indios de vigía, que así como se vieron, largaron las riendas a sus caballos, y se nos quitaron de la vista por entre unos árboles, pero no habríamos andado cinco cuadras, cuando se presentaron cerca de cien indios, de los que se separaron cuatro, y los demás a todo correr de sus caballos, dando balidos empezaron a rodearnos, cortándonos la marcha hasta habernos circundado cuatro veces; en cuya ceremonia hice tirar cuatro tiros de pistolas. Se retiraron a juntarse con los cuatro, entre los cuales estaba Carripilun vestido de la chupa que le mandé, en un famoso caballo, como un cuerpo adelante, moviéndose a saludarme. Todos mis indios retornaron la ceremonia, tirándose en cada vuelta otro tiro, y concluida nos encontramos, dándonos las manos; y con arrogancia majestuosa, me dijo, que el gusto que había tenido desde que supo mi entrada a sus tierras ni le había dejado dormir ni comer con sosiego, pues como un caballo fogoso estaba su espíritu por salir a recibirme de una vez, que mi tardanza le incomodaba; pero ya tenía sus deseos cumplidos, y que le era feliz la hora y de entero gusto; y yo podría tener la satisfacción, que era el primer español que pisaba   —140→   sus tierras, pues no se contaría de otro antes que don Justo Molina, a quien miró como indio, hijo suyo; pero había la distinción que él pasaba de un modo, y yo venía de otro. Que si los Toquiquelos no hubieran mandado a una persona de su posición, desde luego no hubiera permitido que pasase, ni le pisase sus terrenos, pues el dueño podía disponer a su satisfacción de lo suyo.

Le contesté: Que si él se alegraba de verme, yo me alegraba de su satisfacción, complaciéndome también de conocerlo; que en el hecho de venir solicitándolo, podría ya pensar el deseo que tendría de llegar a sus toldos, y lo persuadido que vendría de ser bien recibido. Que mi comisión no merecía otro recebimiento, que el que el buen discurso me hacía, pues un embajador de unos jefes, como los que me mandaban, debía ser bien recibido con la mayor atención. Que por esta razón, más que por otros respetos, me hacía acreedor, de sus honras; pero por todos términos se las estimaba. Que mis superiores quisieron también valerse de mi persona, para que no le quedase a él, ni a ninguna de las otras cabezas que tenían jurisdicción en estas tierras, la menor duda de sus palabras; y que le estimaría, no siendo la presente hora oportuna para tratar de tan importante materia, citase a toda la gente que le acompañaba, para el siguiente día en que tendría el gusto de volverle a ver, y de que oyesen mis razonamientos. Me repitió, que las noticias que el cacique Puelmanc le había dado de mi manejo y procedimientos, y demás circunstancias que condecoraban mi persona, ayudaban a hacer más respetable la comisión. Le repliqué: Carripilun, el primer favor que os pido es que me conozcáis, para que puedas hablar con fundamentos, Deseo el tratar despacio contigo, y el que me franquees un corto recinto de tus tierras para alojarme. Yo sé estimar las finezas, y mucho más cuando la persona que las hace es más digna, sé lo que me queréis decir, y yo quisiera en esta ocasión cumplir con mis deseos, más que con los tuyos. Pero te habéis de hacer cargo que vengo de muy distantes tierras, y que he venido granjeando voluntades para merecer la tuya, que conseguida, el tiempo te dará a entender quién es el que solicita en esta ocasión la tuya, y cuántos bienes se esperan de su venida. Que el sitio donde debía alojarme me lo tenía destinado mil veces y muy cerca de su habitación, para lograr de mi compañía y moviéndose todo el concurso, nos dirigimos a un plan arenisco, como lo era todo el contorno, de su toldería, la que distaba cuarenta varas, con varios árboles de chicales. Así que llegamos, se apeó, y me preguntó, que si me acomodaba el sitio, que la agua estaba cerca, y pasto había por todos los contornos. Le contesté que estaba muy bueno, y como yo deseaba, cerca de sus toldos. Se allegó a   —141→   que me apeara, y tomamos la sombra de un árbol, formando toda su gente un círculo de una fila. Me trató de las incomodidades que había sufrido en el viaje, de las distancias que tenía vencidas, de varios sueños que antes tuvo de la llegada de un español, a quien no podía menos que recibir con obsequio, que viajaba a Buenos Aires y volvía con felicidad, con solo la pérdida del casquillo del bastón que se lo robaban. Le hice presente las incertidumbres de los sueños y las causas que tendría para haber soñado con la venida de algún chileno, e ida a Buenos Aires que le sería de consiguiente, y llegando mi tropa, me separé de él, para acomodarme y poderlo obsequiar. Ya que estuvieron las cargas en el suelo, le hice llevar una caja de dulce, y una porción de bizcochos. Todo lo repartió entre su gente, probándolo y haciéndoles ver los favores que le dispensaba. Puesto mi toldo, lo convidé a mate; el que tomó con abundancia, y se despidió prometiendo volver con presteza.

Al poco tiempo regresó, y me dijo, que esperaba toda aquella gente mis órdenes, y que estuviese cierto que estaba tan seguro como en mi casa. Le contesté, que a su gente sólo necesitaba yo para que estuviesen en su presencia al tiempo que le hiciese saber la causa de mi venida, y que esto sería al siguiente día, si lo hallaba por conveniente, pues ya era tarde y aún no había desayunádome. Me respondió, que le acomodaba, pero esperaba de mi buen corazón supiese acreditarme de franco en la primera ocasión que los veía, porque sus vasallos tendrían a mal su benevolencia si no quedaban contentos.

Le contesté, que lo que traía para agasajarlos se lo repartí con dictamen suyo; que él sabría lo que venía, y me diría a quiénes le había de dar más o menos, expresándome las mayores recomendaciones de algunos vasallos, y en especial el número de caciques que tenía en el concurso. Me aseguró, que sólo el cacique Quechureu estaba en la junta, y que Naupayan vendría luego; pues al primer mensaje que le mandó, se excusó, y que le había retornado otro, que sin excusa se pusiese en el día a su vista. Que la repartición debía yo hacerla para que quedasen satisfechos de mi humanidad, y de su integridad.

Le di razón de lo que me quedaba después de haber obsequiado a los peguenches, y que era precisa dejar para dar a los caciques, que me restaba que ver hasta llegar a Buenos Aires. Me dijo que era poco; y que sólo dos caciques había en el resto del camino. Le prometí, que yo proporcionaría los agasajos para contentar a todos; y conociendo que su interés era tan grande como el de   —142→   los peguenches, mudé conversación, y pedí la comida, convidándolo, para la que me acompañó.

Ya que estuvimos solos, lo enteré de las conveniencias que venía a ofrecerle, con sólo tratarle de la franqueza que solicitaba de sus terrenos, para transitar libremente por ellos, y abrir una segura comunicación de los dos reinos de Chile y Buenos Aires, y que de ningún otro modo mejor podría el rey Nuestro Señor haber discurrido mostrarles su paternal amor. Que con este proyecto, haciéndole palpable los tesoros que les proporcionaba, y la gloria que a él y a sus hijos se le esperaba, de que en su tiempo se facilitase, y consiguiese un bien imponderable, como el que se le ofrecía. Me respondió, que así sería, y que el tiempo sería quien lo desengañase, y procurando mudar de asunto, lo dejé con su idea, por lograr de mejor ocasión, y se retiró.

Para quitarle que pudiese tratar con los suyos, y especialmente con sus viejas, cuya autoridad es respetable entre ellos, al muy poco tiempo lo fue a visitar, llevándole a su mujer y a sus hijas, agujas, añil, abalorios y otras frioleras de las que apetecen. Fui muy bien recibido, me pusieron el asiento acostumbrado, de un pellejo, cerca del que él tenía arrimado al fuego. Estaba ya allí el cacique Naupayan, con quien traté de que cómo había vencido las excusas que me pasó antes de venir: le hice varias reflexiones sobre lo conveniente que era a los hombres darse a la razón, despreciando sus infundados caprichos. Me entré a la averiguación del número de su familia; me dio a conocer tres hijos que tenía, con el que fue a encontrarme, y dos hijas casadas en su mismo toldo, y me dijo, que otra tenía casada entre los peguenches. El toldo es de la misma calidad de todos los demás, y no pudiendo sufrir el humo y fuego sin desagrado más tiempo, me despedí, prometiendo repetir mis visitas.

Me vine a mi estancia, a la que tras de mí entró su hijo, el casado: le regalé una chupa galoneada y un pañuelo. Con el obsequio zafó al instante; y tras él le mandé a Carripilun un par de espuelas de plata, un tupo de lo mismo, un sombrero franjado con todos los aderezos precisos, un bastón para él, y otro para su hijo, media docena de quesos, una porción de panes esquitos de dulce, otra cantidad de bizcochos, harina tostada, cruda, y dos cajas de alfajor. Me contestó con finas expresiones, mostrándome su agradecimiento, y me mandó pedir al criado que le fuese a cebar mate a su mujer. Fue remitido muy pronto con los aperos, y volviendo tras él a darme las gracias, entró pidiendo el intérprete; y así como llegó, dijo:   —143→   Con solo las primeras miradas que di a este caballero, conocí su buen corazón y la buena intención de sus Toquiquelos que lo mandan. Nuestra rusticidad sólo se vence con la franqueza, pues como carecemos de cosas buenas, tenemos una vida de perro, y sus propiedades. El perro ama a quien le da, y le es también grato y fiel: dile, pues, que no dificulte le sea yo reconocido, y no le falte en las promesas que le haga. Soy racional, y no creo pueda otro hombre de respeto y de bien engañar a un cacique que vive en sus tierras, disfrutando de una quietud apreciable, respetado y querido de sus vasallos, al mismo tiempo que temido de los indios. No soy alzado, como otros dicen, ni traidor como otros aseguran; sólo conozco mis fueros, y cuan poderosa es la costumbre que nos gobierna. Dicen que soy alzado, porque el Señor Virrey difunto, que gobernó antes del actual, me mandó llamar, y yo le contesté a su mensaje que no quería ir, respuesta que me pareció propia al recado, porque si él me mandaba llamar como Virrey, yo no quise ir como cabeza principal de estas tierras, independiente de su jurisdicción; y que soy traidor, porque he sabido defenderme de mis enemigos, y castigarlos a tiempo. No tengo por qué ser soberbio, pues ni poseo más bienes que mis vasallos, ni tengo otro caudal ni defensa que ellos; razón que me precisa a consultarlos para proceder con firmeza en cualquiera materia de estado. Ahora los veo a todos juntos conmigo, admirados de ver a un caballero con decencia que denota su carácter; con caciques peguenches que lo acompañan; con comitiva de gente, con tanta carguería; y en fin, con un trato que nos da a entender es aquel, que antes dije soñé en mis tierras y en mis casas, y que no podía dejar de recibirlo y complacerlo. Por otra parte, conozco que los superiores que lo mandan, tendrán mucha autoridad, y que el Señor a quien sirve podrá dispensarme fortunas que no esperaba, porque el más rústico debe conocer por el criado el poder del amo. Por obedecer, no hay duda, despreció los temores de la muerte, que son consiguientes al internarse a unas tierras desconocidas de indios bárbaros, como dicen los españoles. Conque, ¿cuál será su rey por quien se desprecia la vida? Así, Montoya, dile que estoy admirado, y con mi espíritu alegre, de tal modo, que sólo ahora me creo feliz, y espero de él sea mi buen pronóstico. Hizo esta relación con tanta autoridad y desembarazo, que jamás la notó en las parlas de indios, a las que me hallé presente, y por medio del intérprete, le contesté: Carripilun, la comparación que te haces de perro, en tu modo de discurrir, me da mayores pruebas de tu buen talento. El perro es símbolo de la fidelidad y de la gratitud. Ya hubo un gran rey de Suecia, que así se explicó en cierta ocasión, regalando una caja figurada de un perrillo. Nada más quiero de ti, pues creo sin duda   —144→   tu buen entendimiento, con el que distinguirás las ventajas que te vengo a ofrecer. Ya supe desde mucho tiempo que eres cacique Gobernador, que eres alzado, pues no querías tener comunicación con españoles, y que eres bravo, porque te hacías temer de los demás indios. Celebro que por mi comitiva y corto equipaje, puedas conocer el poder de mis superiores, y el de nuestro monarca, a quien ellos se sujetan y obedecen, lo mismo que yo; pero te advierto que éste es muy corto diseño para que puedas inferir su poder y grandeza. Ese Señor se sirve de los sujetos más elevados que hay en sus dominios; estos entonces llegan al monte de la dicha, y entonces es cuando resuenan por todo el mundo sus nombres, sus poderes y sus honores. No digo vos, sino yo, nos quedaríamos admirados de ver a uno de esos grandes con el tren y criados que le son precisos para tener una decencia proporcionada a su estado. Así, puedes admirarte de la multitud de soldados, de vasallos, de gobernadores, de capitanes generales, de virreyes y otros personajes, que gobiernan reinos, ciudades, plazas, partidos etc., que todos lo sirven y de sus reales cajas tienen crecidas rentas. ¡Ése sí que es caudal inagotable! Cada uno de estos jefes manda a millares de personas poderosas Ya sabréis cuántas de éstas hay en Buenos Aires, y todas están sujetas al Señor Virrey que son más distinguidas y apreciadas, cuanto más él las emplea con sus órdenes y comisiones. Yo soy uno de los principales sujetos de Concepción, y estos dos caballeros que me acompañan, y ya me veis obedeciendo al Señor Capitán General, y señor Intendente, que gobiernan en mi patria. ¿Y queréis que os diga más? Pues sabed, que tuve mucho gusto y complacencia que me destinasen a este servicio, en que arriesgaba mi vida, la pérdida de los cortos intereses que traigo como precisos, y el abandono de mi familia, haciendas y comodidades, a que estoy acostumbrado. Sabed más, que los temores, los desvelos, las caminatas y las demás pensiones, que son consiguientes a un viajero por tierras desconocidas, y tratando con gente inculta, no le he probado su desabrido, con sola la satisfacción de que vengo en servicio de ese Rey grande, y que para ello fue elegido por mis superiores. De aquí infieres, cuán dichoso podrás llamarte si te haces digno de su patrocinio. Esto pende, amigo, de tu voluntad, pues con él te convido, y óyeme atento.

El Rey, mi Sr. D. Carlos IV (que Dios guarde), no pudiendo olvidar el que habitáis el centro de sus dos reinos de Buenos Aires y Chile, y que hasta ahora estáis privados de su conocimiento, protección, y de las utilidades que podríais conseguir con nuestra comunicación, ideaba arbitrios para proporcionaros, como padre poderoso, vuestro alivio. Al paso que lo deseaba, se veía por todas partes rodeado de dificultades, porque   —145→   siempre fuisteis amigos de llevaros en los montes retirados, ocupados o de un temor infundado, o de una desconfianza heredada de vuestros antepasados, que concibieron de los españoles, por el mismo buen trato que les dieron. Y diré más claro la razón. Vosotros fuisteis siempre pobres, porque vuestras riquezas y comodidades jamás se extendieron a más que al deseo de cazar animales silvestres para manteneros, y a sus pieles para vestiros; y después que llegaron los españoles a estos desiertos chilenos a procrear caballos, vacas y ovejas, para vuestro uso y sustento, y esto bien lo sabéis. Así pues, un pobre ¿qué podrá dar sin interés? Nada. Si da, es por esperar recompensa, y si no la consigue, queda agraviado; y como vosotros siempre visteis que los españoles procuraban vuestras amistades, y que nuestros jefes os han agasajado, discurrieron tus padres que nosotros por algún interés, y nuestros superiores por privaros de vuestras propiedades, les regalaban. Nunca fue así, Carripilun; a nosotros nos gobiernan leyes sabias, que son fundadas en la caridad. Nuestro Monarca siempre estuvo compadecido de vuestras vidas miserables, y quiso siempre desvendaros los ojos de la razón, para que conocierais hasta dónde llegan los bienes que Dios tiene prometido a los hombres, y hasta donde su poder y paternal amor, que quería manifestaros por medio de los que tiene al cuidado de estos reinos. Este fue su interés y no otro. En fin, volviendo a mi asunto; estando, pues, el corazón de nuestro Rey compadecido cada día más de veros lejos de nuestra amistad, acordó que, abriéndose una mutua correspondencia del reino de Buenos Aires con el de Chile por estos terrenos, uno y otro reino trataría con vosotros; que de uno y otro os haríais amigos; que de uno y otro os traerían los comerciantes lo que necesitáis, y que con uno y otro os uniríais, esto es, que seríais un cuerpo con los españoles, y los españoles unos con vosotros. ¡Qué amor Carripilun, tan calificado es el que nuestro monarca os tiene! ¿Qué más podríais desear, que tener las riquezas de nosotros, que lograr nuestras comodidades, que disfrutar nuestros conocimientos, que tener nuestro auxilio para ser respetados y temidos de todas las naciones, como somos? ¿Pensabais en vuestros días lograr de estas proporciones, de convidar a tus gentes con estos regalos, de hacerles estas ofertas, que el Rey mi señor os hace? Dichosos sois; y Dios que te ama, quiso que en tus días se te propusiese este proyecto. Ved, pues, si mi comisión es digna de aprecio, y ved si con conocimiento de su importancia me han mandado mis jefes. Ved si os pronostico comodidades; ved si os prometo de parte de mi Rey cuanto os podría franquear un padre. ¿No es así, amigo? Y puedo aseguraros que jamás temí en mi viaje: ya me decían entre los peguenches que doscientos guilliches me esperaban en Puelce, ya que en Meuco; ya que vosotros quedasteis sintiendo el no haber muerto a Molina, y que nos acabaríais. Yo despreciaba estas noticias, pues conocía que, viniendo a haceros bien por el orden racional, no podríais hacerme mal, ni permitirlo   —146→   Dios9. Ya tengo experimentado que el nombre de Dios lo conocéis, y, su poder también, como que en él suponéis el orden de todas las cosas, y por eso, os hablo así. También espero de ti, que a más de recibir bien la propuesta que te hago, me habéis de acompañar a Buenos Aires, pues debiendo yo pasar hasta allí, a dar cuenta al señor Virrey de mi comisión, deseo te ratifiques en su presencia, de lo que aquí me respondas, y que él con su conjunto de facultades, y superiores luces de que yo carezco, podrá de mejor modo hacerte conocer el bien que yo solo en bosquejo puedo anunciarte, se te proporciona de parte de nuestro Rey y Señor.

Quedando por un rato callado, le dijo al intérprete: Dado estoy, Montoya, dado estoy, y díceselo; dile que le creo su bonanza, y que cuanto me promete es verdadero. Que me escuche por un rato mis razones. Siempre los indios fuimos desconfiados de los españoles, porque muchas veces nos engañan, y como un solo engaño es bastante para engendrar desconfianza, no es mucho se conserve en nuestros ánimos el recelo. No podéis, amigo, negarme esta verdad, y te daré la razón y prueba de ello. Los jefes para tratar con nosotros, se valen de sujetos, que o prometen más que los superiores, o no dicen lo que se nos promete. Por consiguiente, ellos también no dirán lo que nosotros aseguramos, y de aquí nace nuestra desconfianza con la experiencia que tenemos, de que en nuestros conchabos y tratos, rara vez no somos engañados por los comerciantes. También conozco que, entablada la paz y la comunicación que solicita, tomaremos conocimiento de todos los españoles que transiten, y del precio de los efectos, que uno y otro contribuirá a que no podamos ser alucinados de la ignorancia, como ahora nos pasa. Cierto será que te amenazaban con la venida, pues tu persona, comitiva y carguería era de meter codicia en toda la tierra. Un prisionero de tu carácter es de importancia, y una muerte de un sujeto así hace tomar nombre al que la ejecuta. Venías a pasar por terrenos despoblados que nuestras naciones transitan, y en donde, si hubieras perecido, jamás hubieran sido descubiertos los malhechores: por esta razón, se hace más de aprecio tu persona y valor, y la resolución de tus jefes que te mandaron para dar más fuerza a su solicitud; y te aseguro, que si tu no hubieras venido, no hubiera pasado Molina, ni los peguenches aunque hubieran sido acompañados de otro sujeto que no fuese a lo menos tu igual. Yo estimo las honras que se me han dado, cuando un español de tu carácter se me manda. Cosa no oída. Así, he dicho a mi gente, es mi igual, y no puedo desairarlo. También un español Morales, de estas fronteras, me dijo, que Molina había pasado el año pasado por estas tierras con el designio de hacerse práctico,   —147→   y descubrir nuestras fuerzas, para volver a maloquearnos con peguenches. Lo creí, pues trata con ellos y anda con ellos; y así tenía dada orden, que como volviese, se le hiciese regresar antes que experimentase el furor de mi corazón indignado; pero como Puelmanc me hizo relación de tu trato, de tu persona, de tus comodidades, y de tus circunstancias, se serenó mi espíritu, me vi satisfecho, y con un gozo imponderable, pues no me podía quedar duda ni de tus palabras, ni de tu destino. Ahora sí que iré de buena gana acompañándote hasta Buenos Aires, y lograré hacer la voluntad del Sr. Virrey, que me tiene repetidas veces solicitado, y la tuya. Allí ratificaré en su presencia cuanto te he dicho y prometa más adelante, pues un corazón tengo y una palabra. Tú también le dirás el aprecio que de ti he hecho y haré. Me ofreceré como hijo, para que me aconseje, y obedecerle; y seré, de aquí adelante soldado fiel de ese Rey grande, que nos mira, siendo tan poderoso, como padre, solicitándonos para hacernos bien. Por ahora nada más te digo, que regaléis bien a mi gente, para que nunca me acusen de que me entregue sin beneplácito de ellos.

Le contesté: Yo tenía noticia de tu buen discurso, pero nunca pensé fuese tanto como ahora conozco. Dios te destinó para que usaras en esta ocasión de él, y que mediando tu autoridad, saliese tu nación de la obscuridad y vida miserable en que vive. Sea, pues, amigo, tu palabra estable. La comunicación que solicito, ha de ser perpetua y segura; esto es, que entablado el tránsito, no pueda cortarse, y que en él no se experimenten robos ni pérdidas; y para la mayor seguridad se formen fuertes, castillos y postas por el tránsito, a fin de que los correos tengan todos los auxilios necesarios, como también los comerciantes; que al cabo todos ellos serán útiles para tus gentes, y para esto tu persona ha de dar principio en servir a Su Majestad, tratando con los butalmapos de estas tierras, a fin de que todos ellos se hagan nuestros amigos, y que puedan gozar del bien que te ofrezco. Serás entonces más recomendable y más merecedor de la piedad y amor de nosotros Soberano, le darás esa prueba de tu gratitud, a consecuencia de la piedad que te tiene, y por mi boca te comunica; serás (como dijiste) como perro agradecido y fiel, y así os dispensará muchos favores. Respondió: Mi reflexión, así como es, conozco aventaja en nuestros congresos a los demás caciques, que los componen, y está advertido que lo que prometo se ha de cumplir; y así de tu asunto nada más me habléis, que mañana tendremos nuestra junta, y veréis si te doy pruebas de ello. Le manifesté estar persuadido de su verdad, y empezamos a tratar de la calidad de sus tierras, haciendas y número de indios, de que hablaré a su tiempo. A las diez y media de la noche, después de cenar, se retiró a su toldo.

El 7, a las cuatro y media de la mañana, estuvo ya en mi tienda   —148→   Carripilun pidiéndome mate, y habiéndome hallado escribiendo, me preguntó qué era lo que escribía tan temprano, y le contesté el diario de mi viaje; esto es, una prolija relación de lo que veo, hablo y trato, y os diré para qué. La noticia de los terrenos sirve para saber para lo que son útiles, y así si son buenos y de siembras, que puedan los comerciantes introducir semillas, para que tengan salida cuando te destinéis a sembrar. De los montes, para que sepan que tienen leñas para fuego. De las aguas, para que no las carguen los viajeros. De sus escaseces para que las traigan en los días que entren a los secadales. De número de ustedes y sus trajes, para que a proporción de uno y otro, os internen los efectos que usáis para vestiros, y en fin de cuanto tenéis de tus usos y costumbres, para que con completa inteligencia puedan viajar los españoles, e introducirse a comerciar, para que no se perjudiquen por falta de conocimiento, ni vosotros carezcáis de lo que hubieseis menester. Se alegró y me dijo: no en balde te mandan a vos, seas pues, el principio de nuestro bien.

Al poco rato llegó Manquel, y haciéndole dar asiento, le dije a Carripilun: este cacique y todos los demás peguenches que me acompañan debo recomendártelos, pues son, como yo, extranjeros, y los contemplo tristes, porque los he sentido muy callados entre la multitud de tus gentes. Cualquiera merced o cariño que les hagáis, lo hacéis a mi persona, y te lo agradeceré más. Si yo solicito nuestra unión y amistad, es de consiguiente la de ellos, pues son nuestros amigos; y así la misma franqueza debéis a ellos conceder y seguridad. Diviértelos, dándolos a conocer a tus gentes y recomendándolos. Respondió: Ya los he visitado a todos ayer, luego que me separé de ti el primer rato, y les repetiré visitas. Tuvieron entre los dos un rato de conversación, y Manquel se despidió, pero apenas volvió las espaldas, cuando me dijo: estos peguenches son unos lobos indomables. Me reí, y me repitió: Son lobos, porque no tienen fidelidad con nadie. Le repliqué: Ya están dados. Y me contestó: Mientras están lejos; de sus tierras; ya lo he dicho.

Salió del toldo; fue a visitar a los peguenches; estuvo con ellos mucho rato, y a las siete volvió a preguntarme, que si sería hora de la parla, le respondí que cuando mandase. Y a este tiempo entró también el cacique Quechureu, diciendo que él no podía parecer en estas fronteras sin hacer ver que era amigo, y que había prometido la paz, y camino; y así que le debía dar una constancia de ello para salir a su comercio con franqueza. Le prometí que le daría un papel que acreditase su amistad; y diciéndome Carripilun que lo hiciese, salió llamando a su capitanejo, que juntase a su gente.

En un plan cerca de mi toldo se formó en círculo toda la indiada   —149→   que pasaría de ciento y cincuenta. Él andaba en cuerpo con su chupa, chamal y su bastón, arreglándola, dando sus paseos y órdenes por todas partes, como un sargento mayor, y en donde debía cerrar el círculo, puso a los ancianos, y a los caciques Quechureu y Naupayan; y estando en esta disposición, me mandó avisar que, cuando gustase, ya era tiempo.

A las ocho de la mañana, entré al círculo por la abertura en que estaba, y dando lugar para que a mi lado lo acabase de formar mi comitiva, vino a tomar mi izquierda, y con la mayor arrogancia, dijo a los suyos: aquí tenéis este caballero a mi derecha, mandado de los superiores de Chile; a mí y a vosotros viene a visitar. Trae noticias muy favorables de nuestra nación y sus palabras debéis atenderlas como mensaje del Rey Grande, y hablad con libertad lo que sintáis del bien, o mal que para lo sucesivo discurráis de su contenido. Respondieron que muy bien, y siguió un chivalto por un gran rato, en celebridad. Puestos en silencio, les dije:

Carripilun, demás caciques y oyentes. Nuestro Católico Rey, Don Carlos IV, etc., (que Dios guarde) compadecido de saber que hasta ahora estáis careciendo del trato y comunicación de los españoles de Buenos Aires y del reino de Chile, mandó a ambos reinos que solicitasen los medios de abrir comunicación por vuestras tierras, a fin de que por este arbitrio se unan con vosotros ambos estados. En cumplimiento de su real orden, el Sr. Virrey de Buenos Aíres, destinó a don Santiago Cerro, para que pasase hasta la ciudad de Talca y Concepción, desde la ciudad de Buenos Aires, y el Señor Capitán General del reino de Chile, a don José Barros, para que reconociese los boquetes de Ancoá y Achigueno, y a don Justo Molina el de Alico y Antuco, y se internasen por estas tierras de Mumilmapú hasta la capital de Buenos Aires. Esta fue la causa de la venida de don Justo Molina, el año pasado, por estos terrenos, a reconocer si eran o no transitables, y los obstáculos de ríos y secadales que podían impedir la dirección. Vuelto, pues, Molina, y dado noticia de la franqueza de la senda, me colisionó el referido Señor Capitán General, para el reconocimiento de la ruta, y que os diga que a nombre del Rey Nuestro Señor, solicita le franqueéis vuestros terrenos, para que los españoles de ambos reinos puedan mutuamente comunicarse y comerciar con seguridad y franqueza, sin que les podáis impedir el tránsito, ni irrogarles perjuicio alguno. También la amplitud de que puedan internarse a estos terrenos todos los españoles que quieran venir con efectos que os sean útiles, ya para vuestros vestuarios y usos, ya para vuestros alimentos, sin que les deis motivos de quejas, que así también se os permitirá el que vos podáis entrar y salir con igual franqueza, y seguro a los dos reinos, a vuestros comercios y a otras diligencias que gustéis y sin que podáis   —150→   recelar el menor perjuicio, sino antes ser auxiliados y bien tratados por nuestros jefes y superiores. Y para que mejor lo entendáis, toda la intención de nuestro Soberano, es que tratemos pacíficamente, que nos hagamos un cuerpo, que unamos nuestras fuerzas, que nuestra razón sea siempre una, para que de este modo puedan allanarse las incomodidades que por naturaleza tenga el tránsito que deba abrirse, y fortificarse con fuertes, plazas y postas, si fueren precisas, como las hay en la ruta para Mendoza y Santiago; y se acaben los recelos que de vuestra separación y retiro son consiguientes. A esto es a lo que se dirige mi venida, y os suplico que reflexionéis sobre las comodidades y utilidad que se os prometen, las que espero vos mismo, Carripilun, se las hagáis ver, a fin de que no piensen que como interesado las finjo; y aquí tenéis también estos caciques, vuestros compatriotas, que a nombre de su nación me acompañan para dar más vigor a mis palabras con su presencia, y a suplicaros distingáis las ventajas que con la propuesta se os ofrecen, y que ellos ya quisieran estar disfrutando. Ya tenía de antemano prevenido al dragón Baeza, que cada vez que se nombrase a nuestro Monarca se disparasen seis tiros, y así, interpretado este razonamiento, se hizo con la debida puntualidad, y apenas salían los tiros, cuando Carripilun hacía su seña, para que continuasen sus vasallos con balidos; y contestó: Ya te dije, caballero, que mi tranquilidad y sosiego interior, sólo lo he conocido desde que llegasteis; he tenido a fortuna mía y de mi nación tu venida. Es mi corazón de los jefes que te mandan, y así estaré pronto a obedecerlos y servirlos como buen general. Esas voces que oís de mis gentes, significa que resuena en sus pechos la misma alegría que yo gozo. Sea en buen día venido y admitido el mensaje de nuestro padre el Rey, que ha buscado este medio para mostrarnos su benevolencia, y no dificulten tus superiores, que te comisionaron para esta empresa, el que sepamos cumplir con lo que te aseguro de mi parte y de la de mis vasallos. Están desde ahora francas nuestras tierras, para que puedan transitar todos los españoles que quieran, ya con comercio, ya sin él: podrán asegurar como quieran el camino; no se les hará perjuicio alguno, sino antes los favores y estimación que podamos, del misino modo que me prometisteis experimentarán los nuestros en vuestras tierras, que desde ahora se estiman. Conozco que tus ofertas, tu venida, las órdenes que se te dieron, y el origen de este enlace y nudos que se han hecho, para que pudiesen llegar a nuestros oídos, sólo pudo fomentarse en un corazón de padre, cual me ponderáis es el Rey mi Señor, a quien todos desde ahora serviremos en prueba de nuestra gratitud. Y volviéndose al congreso, preguntó: ¿Digo bien? ¿qué decí? ¿quedáis contentos con esta respuesta que doy? Hablad si algo os queda. Libres somos, y estamos en nuestras tierras para manifestar sin recelo nuestros más ocultos   —151→   pensamientos. El pueblo prorrumpió con gritos, diciendo: Muy bien, muy bien. Y mirándome, me preguntó: ¿Estáis servido? ¿no es esto lo que has venido buscando? Y le contesté: Carripilun, ¿qué tenéis que preguntarme, cuando me has complacido en cuanto deseaba?; pero no olvidéis tampoco mi nombre, que fue el primero que os ha anunciado mil fortunas de que eres digno goces, y sea larga tu vida para que las disfrutes. Sólo me resta el que estos dos caciques que tenéis a tu lado, cada uno de por sí haga iguales promesas, o digan en términos claros su sentir, y que vos sepáis debéis ratificaros en presencia del Señor Virrey, de cuanto me habéis prometido, y hagáis saber a tu gente vais con este fin a Buenos Aires, prestándome la satisfacción de tu compañía, pues debo yo ponerme en su presencia a darle cuenta de esta expedición, que para llegar a estos términos, aquí tenéis a los peguenches, que te satisfarán de cuantas juntas y parlamentos se celebraron con ellos.

Preguntó a los caciques Naupayan y Quechuren que ¿qué decían? Ambos contestaron que se hallaban satisfechos y sumamente contentos; y Manquel, saliendo al centro del círculo, hizo relación prolija del consentimiento que se les tomó para mandar a Molina, del que se le pidió para que yo viniese mandándoles que me acompañasen. Que todas sus reducciones estaban satisfechas de nuestra amistad y auxilios, y que ¿cómo podían haberse negado a una solicitud de que les resultaba beneficiosos, etc.? Y manifestándole Carripilun y Quechereu que ya quedaban inteligenciados, me dijeron. Ya creemos está esto concluido; y le respondí que faltaba el que sus vasallos, prometiesen su amistad perpetua y fidelidad, sin poner en ningún tiempo embarazo alguno, para asegurar el camino y ponerlo franco; y que sus caciques me diesen las manos, protestando ser perpetuos y fieles vasallos de nuestro rey, don Carlos IV, y de sus sucesores. Contestaron, que estaban prontos, y en altas voces, todo el concurso aseguró su fiel amistad y franquezas de sus terrenos para ambos reinos y poniendo sus manos Carripilun con las de los dos caciques, le pregunté: ¿Estas manos me entregáis en prueba de vuestra amistad y fidelidad, y en señas que no le moverán sin el consentimiento y aprobación de nuestros Toquiquelos? Que sí. Seguí: Pues tú, Carripilun, y tus caciques reciban esta mía en prueba de que deben cumplirse nuestros pactos, porque los derechos naturales son fundados sobre la razón que obliga en todo tiempo a los racionales, y resuene en estos campos hasta ahora desconocidos, el nombre de nuestro católico Monarca, don Carlos IV, (que Dios guarde). Toda mi gente gritó: ¡Viva el Rey nuestro Señor, y sean ponderados los jefes que hoy mandan los dos reinos, y el buen Carripilun! Se hicieron salvas de 24 tiros, y pidiendo dos bastones y chupa para Quechereu y Naupayan, tomando él un bastón en la mano, le dije a Naupayan: Toma, amigo, este bastón, a nombre de nuestro Rey y Señor, con el   —152→   que denotas la jurisdicción que tienes, sobre tus vasallos, a quienes como padre debes aconsejar la buena amistad y fidelidad que deben guardar con nosotros, y que no deben tomar las armas en las manos, sino con vuestro consentimiento y el de nuestros jefes, a quienes debéis consultar para resolver con su aprobación. Hice la misma ceremonia con Quechereu, y también a éste le di chupa, que ya al otro le había dado antes en sus jurisdicciones, como expresé; y volviendo a repetir en montones: ¡Viva el Rey!, me vine con Carripilun, haciéndose otra salva, a mi toldo. A las dos de la tarde les di los parabienes, me los dio él también por el buen éxito de mi comisión, y no queriendo demorar más su gente, le supliqué la hiciese venir para regalarla. Se puso toda en ala al frente de mi toldo, y repartí por mi mano ciento y cuarenta y siete atados de añil, y otras tantas sartas de chaquiras y tabaco, reservando a la gente de Carripilun para después. Se retiraron contentos y a gritos, y entraron a su puesto, setenta y ocho mujeres, las que tocaron otros tantos atados de añil, chaquiras y agujas.

No menos fue la celebridad que estos tuvieron, en cuyo repartimiento tocaron las ancianas mayor cantidad, por recomendación de Carripilun, fundándose en el mayor mérito de ellas, y saber hacer daño para quitarle la vida. Yo me reí, diciéndole que todos eran artificios, que me las juntase y trajese, que las sabría distinguir como enemigas del género humano, y que me hiciesen daño. Celebró mi discurso, diciendo que los guecubos que yo traía eran poderosos, por cuya razón habría tenido valor para llegar hasta sus tierras, y que sabría muy desde antes que no podría tener novedad, ni las brujas poderme hacer daño, y por eso hablaba así. Le repliqué que los cristianos no tenían otro guecub que Dios, el que quitaba la vida cuando nos convenía. Me respondió con ligereza, que así sería.

El concurso de indios e indias a mi toldo no cesaba a ninguna hora, de suerte que ni me dejaban escribir, ni poder moverme, y le dije a Carripilun: Antes que te retires es preciso mandes a tu gente me dejen de molestar con estarme aquí entrando y acomuchándose con bullicio, en la puerta. El que tenga que hacer conmigo lo recibiré gustoso, pero el que no puede retirarse, porque mis ocupaciones no me dan lugar para estar atendiendo a tanto ocioso. Para conocerme, y para novedad, ya basta, y pasa a majadería, esto es estrecho y me sofocan. Les mandó se retirasen los que allí estaban, y él también lo hizo luego que comimos, fue cerca de la noche.

Este lugar, como he dicho, se llama Curalanquen, que quiere decir, Laguna de Piedras, por razón de que al norte de este alojamiento se   —153→   hace en invierno una laguna sobre un plan pedregoso, que es el único de esta clase que hay en todos estos lugares, en que no se encuentra una piedra. Es muy pastoso de coironales, pero amargos, que no comen los animales, pero entre él hay carricillo, y en algunas partes gualputras y alfilerillo. Hay muy buenos terrenos para chacras, y algunos planes para trigos, pero pondera Carripilun que en algunos años abunda de tal modo la langosta mediana, que todo lo agota. Los indios no tienen labranzas de tierras, sino unas cortas chacarillas de sapallos, sandías y melones, que se reducen a diez o doce varas de circuito. Dicen se dan estas frutas muy hermosas, y la fertilidad de las plantas la he visto en algunas guías secas. Las aguas de todas las poblaciones son de pozos hechos a calla; pero en cualquiera parte que se cave, a las tres cuartas, brota a borbotones, y no es mala.

El cacique Puelmanc, Carripilun y Llancanau entraron a mi toldo estando escribiendo el antecedente capítulo. Vino el intérprete, y por medio de él, me preguntó Puelmanc, qué pensaba de mi viaje, y el lugar por donde debía hacerlo. Le respondí, que mi salida sería cuando Carripilun la mandase, pues en estando él dispuesto, yo no tenía más que montar a caballo y seguirlo; y sobre la ruta que debíamos continuar, la que Molina anduvo, porque ésa era la orden que del Sr. Intendente recibí. Pero que si ellos sabían otra que estuviese desde este punto más directa, desde luego la tomaríamos; porque en este caso me previene dicho Sr. Gobernador abandonase la descubierta. Puelmac me dijo: ya te tengo dicho que el camino derecho para Buenos Aires sale de Meuco por el norte cerca de las Salinas; de aquí cualquiera que se tome es torcido. Para nuestra vuelta, vendremos en rectitud a Meuco, y conocerás que Puelmanc jamas te mintió. Le contesté: Ya lo creo, Puelmanc, y lo echo de ver también, y así me lo aseguró el mocetón Anqueñan que me mandaste a Meuco, el que fue para que me trajese a tus toldos. Me preguntó ¿te dijo que el camino iba derecho por Chaquilque, Chiyen, Malalguaca, etc.; que pasaba cerca de lo de Quillan, y salía a Lelbumapu, donde empiezan las castas, y se introducen a las tierras de los españoles por Loncoguaca? Sí, en esos mismos términos creo me lo demarcó. Repitió, pues, por ahí es, y no necesitas más práctico que yo. Yo te traje hasta aquí; yo te he acreditado; yo te he recomendado a nuestros jefes; yo he dicho a todos quién es el Rey, por lo que tú me has enseñado; y te llevaré y serviré por donde quieras y gustes; pero será bueno que de aquí cortemos al Salto, por ahí cerca de donde Molina vino, porque quiero mudar caballos en lo de mis cuñados que viven en el mismo tránsito, y quiero también llevar dos cabezas10 de mis parientes, un hijo que tengo por esas tierras, y otros   —154→   mocetones para no entrar sólo a lo del señor Virrey, para que vea que el peguenche Puelmanc sirve con amor, y con todos los suyos. Puelmanc, en todo dices bien, y supuesto que este camino que anuncias es derecho y el que trajo Molina, desde luego tendré mucho gusto en obedecer a mis jefes y complacerte a vos, pero será bueno venga Molina, para que lo tratemos con él, y yo quede enterado de tu verdad, y de lo que él produzca.

Carripilun dijo, hablándome: Hermano, el camino recto para Buenos Aires ya lo dejaste en Meuco, y de aquí cualquiera que se tome será recto a mi casa, y no a tu dirección. En este supuesto, y que hay por medio otros pasos interesantes a tu destino y voluntad, me parece atendáis a vencerlos, primero que a tu rectitud; pues las pampas y las tierras, de aquí para adelante todas son de una clase y pueden venir cuantas carretas quieran, por donde se te antoje, sin embarazo. Para que lo que has conseguido de mí quede firme, y sin que jamás hayan quejas por parte de mi nación, te vuelvo a decir, que en el atravieso de aquí a Melinque está la extensión de indios, y los más de ellos son de mi gente. Me es preciso pasar por sus toldos, y que vos mismo le manifestéis tu destino, y el de tu venida, haciéndoles ver que no me quedaron arbitrios para negarme, en vista de las utilidades que nos resultan del camino. Mas, a Quilan, que es el que manda todos aquellos terrenos desde Menco hasta Loncoguaca, lo haremos salir a una junta, para que dándole tu embajada, y conseguido de una vez, nada tengas que hacer a tu vuelta, sino internarte con franqueza, como que tienes el permiso del general. Este indio es el más alzado de estas tierras; es intratable, pero está casado en mi casa, y yo te ayudaré, debiéndote lisonjear que si lo vences, por hecho cuanto quieres. Mas, si no nos fuéramos por la ruta, que te digo, podrían hacerme daño las muchas viejas que hay entre mi gente, por cuyo temor me he estado sujetando, porque siempre me anuncian ruina en mi ida a Buenos Aires, y ahora estas viejas de mi casa han soñado que me echarán al otro lado del mar. Por el camino que quieres llevar (a este tiempo entró Molina) pudieran atravesar los guilliches, que andan en malones con estos pampas, y si nos encontraran, nos robarían todas las caballadas, y nos ponemos en riesgo sin necesidad. A más de que no es mucha la vuelta que hemos de dar por Melinqué, y son muchas las ventajas que consigues.

Enteré a Molina de cuanto da la relación de Carripilun, y del proyecto de Puelmanc, y me contestó que por Melinqué era vuelta, como lo experimentaría, pero que decía bien Carripilun, y así resolviese lo que me agradase, que él sólo no podía tampoco guiar por su camino en las Pampas, porque no había venido, y sería preciso buscar práctico para cortar,   —155→   y que con atención a la salida de Quillan, por cuyas tierras era la ruta más recta, ya se vencería toda la dificultad.

Traté con Puelmanc, y me convine en aceptar el proyecto de Carripilun, porque entró su yerno Quechudeu, y añadió: Si no vas con Carripilun nada se hace; él ha de pasar a ver a sus caciques, y sin vos, si queréis tomar este otro camino, no pienses lo dejen ir, porque ya verás cómo le meten miedo, diciéndole que se morirá, y le harán daño las brujas, a que les tiene mucho temor; y así no lo dejes de acompañar, y de irte con él, porque todo tu trabajo es perdido. Me ratifiqué en que lo seguiríamos, aunque me perjudicaba, y que Puelmanc pasaría del camino a ver a sus parientes, incorporarse con ellos, y luego con nosotros, donde le tuviese mejor cuenta, para lo que nos citaríamos en siendo tiempo.

Quedados de acuerdo sobre nuestra dirección, tratamos sobre los agasajos que me quedaban, y le dije, que sólo dos chupas y un sombrero, un mazo de llancatus, y un poco de añil. Dijo Carripilun, que eran muy pocos para hacer juntas, y lo que se haría era mandar él a su capitán, a darlos parte que yo caminaba por órdenes superiores a Buenos Aires, que venía tratando de paces y amistades con la seguridad requerida, que él tenía concedida su amistad, hasta contarse como el principal vasallo del Rey Nuestro Señor, y por lo mismo me conducía para la capital. Que por habérseme acabado los agasajos en tantas tierras que había pasado, no les mandaba suplicar juntasen sus gentes; pero que debiendo contar con la amistad que ofrecía, en señas de ella le mandase a cada uno unas piezas de estas, y que en volviendo tendríamos juntas en cada reducción, en las que trataríamos con la formalidad precisa de un asunto que tanto les importaba. Que este mensaje llevaría también sus recados, y aseguraba que tendríamos las contestaciones como deseábamos, dejando sólo la junta de Quillan. Apoyé su determinación y se retiró, despidiéndose hasta el siguiente día.

Apenas salió el cacique, y entró a visitarme la mujer del capitanejo Llamin, con dos hijas y otra india más; tras ellas más de veinte y cinco indios se entraron y pusieron a la puerta. Les hice señas que se retirasen, y lo hicieron hasta quedarse muy cerca, ya afirmándose sobre el toldo, ya estrechándose, y llegando a tanto el atrevimiento, que uno de ellos levantó una estaca de la carpa, y metió el brazo para tirarse unos manteles que estaban sobre una petaca. Así como columbré la mano me paré, y echando mano a la espada, salí de un salto a la puerta, pero en el momento se desaparecieron tan asustados, que se enredaron varios de ellos por los árboles. Así les sucedió a las indias que tras de mí salieron, y también se desaparecieron, prueba de la cobardía que los posee.   —156→   Las indias mandaron a preguntarme, que si estaba enojado, y les contesté risueño que no, que sólo por asustar a los indios me había movido, para que conociesen su atrevimiento.

No tardó un credo en entrar riéndose un yerno de Carripilun, diciéndome, que bien podían sus chinas o indias apostar plata a correr, que no sabría hasta dónde habrían llegado con el susto, pues no se habían contentado con quedarse por los alojamientos y estancias que habían en el campo, sino que se habían desaparecido. Le conté el paso y lo celebró un rato, pasando al alojamiento de las chinas, que aún les palpitaba el corazón.

El 8, bien temprano, antes de amanecer, ya tuve a Carripilun en mi tienda, riéndose, y llamando al intérprete para que le contase como había sido la carrera de sus indios; que había oído el bullicio, y cascabeles de las corredoras. Vine luego el lengua, y no podía tenerse en pie, al oír el modo con que se desaparecieron. Al poco rato hizo venir a veinte y siete mujeres, y ocho hombres de su familia, que tiene en sus toldos, y les repartí doble cantidad de agasajos que a los demás indios.

Viendo que ni él, ni sus otros caciques, ni muchos indios se movían de nuestro asiento, que tenían mi gente en vela, porque se iban desapareciendo algunos aperos y trastes; le dije a Carripilun, que su compañía me era gustosa, y por lo mismo por gozar de ella no podía atender a mis quehaceres, y especialmente al diario, en que no había trabajado por la continua inquietud que padecía con los indios, y así que esperaba de su favor me permitiese partir para el siguiente día, hasta un sitio pastoso y con agua, en donde lo esperarla.

Me respondió, que supuesto lo deseaba, había cerca un lugar bueno, para que me adelantase, en donde solía él vivir, cuyo sitio se llamaba Rinanco. Le di los agradecimientos, asegurándole que para el siguiente día estaría allá, y sin demora puse en noticia del capataz mi partida para que se dispusiese.

Carripilun no me dejó un momento desde esta hora, hasta las once de la noche, en que después de cenar me pasé a acomodar el tráfago y hacer que dejasen allí la balsa, unos aparejos, chiguas, pieles de vaca, y una carga de charque para Carripilun y su gente, que debía acompañarle en el viaje, a fin de aliviar mis mulas.