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ArribaAbajoJornada XXXI

Desde Curalauquen a Rinanco


(Junio 9 de 1806)

Aunque la madrugada que di, fue de las mayores que he hecho, pero nada pude avanzar, porque amanecieron cuatro bestias perdidas, y era preciso domar cuatro mulas que se habían cambiado de las fatigadas por lobas. A las cinco de la mañana estuvo Carripilun conmigo, diciéndome, que la jornada era muy corta, y no tenía que apurarme. Le respondí, que ya vería como sólo en buscar los animales, y domar las mulas se iba la mañana. Hice enlazar el mejor caballo de mi silla que traía, y se lo regaló a Carripilun, para que tuviese experiencia de los bríos chilenos. Se retiró un momento con el caballo, mientras encontró a su hijo y lo hizo ensillar.

Le dejé en encargo las especies referidas que hice acomodar anoche con este destino, y también cuatro caballos y dos mulas de la real hacienda; un caballo mío al cacique Quechereu, otro caballo de mi silla a otro indio, llamado Antequen, y otra mula mía.

A las once y media, después de haberme despedido de todas las indias e indios, monté a caballo con mi comitiva, menos Molina y el capitán Jara, que quedaron esperando unas bestias, y salió Carripilun acompañándome; y tomando al estenordeste, por camino parejo y llano todo de trumau, y los campos pastosos de coirón, a las veinte y ocho cuadras estuvimos en un sitio, que se conoce haber sido de población de indios, con tres pozones de agua, desde cuyo punto ya el lugar se llama Rinanco, y dejándolo, continuamos por una vega que tiene un espeso monte de chicales al norte, y lomas muy bajas al sur, hasta llegar al sitio de nuestro alojamiento; muy parecido, no sólo en el nombre, sino en su situación y aguada, al antecedente, con ocho cuadras que completaron legua.

En estos árboles de chicales ponderan los indios hay muchas abejas, y aseguran que sacan porción de miel. Entre estos indios hay cinco españoles, de ellos uno con una mujer, que dice que es casado, y un negro que se afirma fue captivo de muy chico. A todos los protege Carripilun, y estos le sirven de cuidar sus haciendas, llegando aquí, he encontrado a dos de ellos.

El 10, a las diez del día tuve a mi Carripilun de visita con su hijo; me dio expresiones finas de su mujer y familia, y me trajo de   —158→   obsequio un caballito muy chico, de los que llaman mampatos o llauchas. Se lo recibí, porque sus instancias fueron grandes. Con él vino Molina y el capitán. Al poco rato llegó su capitanejo, y lo dijo que ya estaba de marcha, y que lo diese sus órdenes. Me avisó que lo iba a mandar adelante, a lo de los caciques Neyen, y a Oyquen, previniéndoles que no se ausentasen, que él se movía de sus tierras para Buenos Aires, en compañía de un caballero, que había venido de Chile a pedirle sus terrenos para abrir camino por ellos, y una paz firme y segura, que tenía admitida por razones que ahora no podía explicarles. Me pidió dos sombreros para mandarles y pañuelos, y no quedándome sino uno, dio el suyo, y les mandó en mi nombre el obsequio. El recado lo dio con una gravedad extraña, y concluyó: Dile también a Oyquen, que yo le mando decir que ese genio inquieto que tiene, lo sosiegue, y que en volviendo nosotros de Buenos Aires, será tratado como debemos hacerlo; pero que entre tanto, aunque se vea agraviado, no tome las armas, porque la paz ha de extenderse a todos los butalmapus. Esto fue, porque estaba en actuales malones con los guilliches.

Me hizo darle tabaco al emisario, y después de comer, se retiró para sus toldos, y el capitán acompañado de dos mocetones, continuó su viaje.

Manquel vino a pedirme permiso, para ir con este capitán a ver unos parientes que tiene adelante, y que me saldría al encuentro; le dije que en muy buena hora, y aprontado con toda brevedad, le siguió.

El 11, me mandó Carripilun a su hijo, para que me acompañase, previniéndome que al siguiente día, debía caminar bien temprano, que él me alcanzaría luego, y dejándome ya de marcha, su hijo se adelantase a avisar al cacique Payllaquin, que íbamos de camino, que aprontase su gente, y mandase convocar al cacique Quillan que deseaba conocerlo, y tratarle de mi expedición.




ArribaAbajoJornada XXXII

Desde Rinanco a Calchague


(Junio 12 de 1806)

A las siete de la mañana salimos de este lugar, guiando nuestra   —159→   ruta el cacique Puelmanc; tomamos el rumbo nordeste, cuarta al este, por el que caminamos tres leguas hasta pasada una montaña de muy hermosos chicales.

Desde este sitio mudamos nuestra dirección al este, cuarta al sudeste y andadas como ocho cuadras de terreno limpio, volvimos a entrar a otra montaña de los mismos árboles, cuyo atravieso fue de más de tres leguas, hasta el lugar de Calchague, que es un plan hermoso; y caminando hasta las dos de la tarde, estuvimos en una llanada, que al sur, a distancia de una cuadra del camino, tiene una loma baja al oeste, por donde pasamos, una corta mancha de los referidos árboles; al norte, otra mayor y tupida; al nordeste, otra mucho mayor; al este, otra rala y mediana, y al sudeste, un árbol solo, redondo y frondoso que se distingue por su figura, y estará del alojamiento que lo tomamos, en el mismo camino, ocho a diez cuadras.

En este sitio no hay agua, pero la hay diez cuadras más atrás del camino, y en varias partes hay humedades, que haciendo pozos se descubrirán otras muchas.

La mayor parte de tierras que hemos hoy andado, son muy buenas para trigos, y lo mismo para crianza de animales mayores y menores. Las maderas son inagotables, porque los dos cordones que hemos pasado, de sur a norte, se extienden hasta donde la vista alcanza, y los hemos cortado en su menor latitud. Los árboles son todos muy grandes, pueden muchos tener tanto grueso como el vuelo de una gran rueda de carreta, muy ganchudos, y leña a propósito, para el fuego, por su duración, y para cercos.

Todo el camino fuera carretero, si algunos árboles no ofuscaran la ruta; pero para cargas es bien franco. Desde que salimos hemos traído senda trillada, y palpable como de mucho trajín, y ha sido la misma que Molina trajo, según me ha dicho su hijo, ya notaré donde nos separamos de ella. En estas tierras abundan los matacos, venados y vizcachas; muy pocos pájaros, y todo despoblado.

A las seis de la noche llegó un mocetón, que adelantó Carripilun, avisándome que venía de marcha, pero que hasta mañana me podría alcanzar. Éste me ha asegurado, que muy cerca hay agua más adelante, y está cerca también lo del cacique Payllaquin, a donde le dijo Carripitun que debíamos ir a alojar mañana.



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ArribaAbajoJornada XXXIII

Desde Calchague a Puitril Malal


(Junio 13 de 1806)

A las seis estuvo toda mi gente a caballo, y tomando al estenordeste, por camino bueno, parejo, sólido, pastoso y de maderas, a las doce cuadras topamos una laguna, y una fuente rodeada de estacones, que para la mejor conservación del agua tendrán puesto los indios. Aquí saciaron su sed nuestros animales; y, mientras bebían, estuvo con nosotros el cacique Carripilun, su mujer, un hijo casado, su nuera, dos mujeres más, un hijo soltero, un yerno y dos mocetones. Nos dimos las manos, y me dijo: Qué violento venía por alcanzarme, y merecer otra vez de mi compañía. Le retorné sus expresiones, y habiendo hecho en este lugar una estación de media hora, continuamos la marcha por igual camino, y a las nueve mandó Carripilun un correo al cacique Payllaquin, diciéndole ¿que si no le mandó el día antes a su hijo, avisándole que venía con una persona de entidad, para que ya estuviese con su gente en el campo, esperándolo para recibirlo?

No tardó mucho en volver el chasque con su hijo, que ayer se adelantó, y le dijeron, que su gente no había llegado, porque tarde de la noche llegó el mensaje, y sólo ahora la andaba convocando. Se puso enfadado como una fiera, y por apaciguarlo, le dije: Carripilun, las honras que me quieres hacer, las estimo como tus buenos deseos, y también celebro el que el cacique, por falta de su gente, no me obsequie con su recibimiento, pues no teniendo, como te he dicho, agasajos más que los que te he referido, me veo en la necesidad de no poder corresponder sus atenciones. Así, amigo, caminemos luego, que yo quiero irlo a ver a sus propios toldos.

Caminamos, y como cosa de seis cuadras, antes de estar en ellos, salió con catorce mocetones bien montados, y dando terribles balidos, pasó a darme cuatro vueltas en circunferencia, que concluidas, tomó mi frente, y dijo: Las atenciones que se merece este caballero, ya se conocen con sólo verlo acompañado de mi jefe, y las honras que nos hace, con experimentar, que a su sombra y a su derecha lo lleva, a presencia del Sr. Virrey. Aquí me tenéis, Señor; nada tengo que ofrecerte, que mi tío Carripilun no sea de ello dueño, y que ya te habrá ofrecido. Tengo mucho gusto de conocerte, y aunque quise recibirte como era debido, mi desgracia quiso que el chasque me halló durmiendo; y vos de madrugada.

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Le contesté: Payllaquin, tus expresiones son finas, y por hacérmelas vos más las aprecio, con sólo que me hayas dicho que eres sobrino de Carripilun. Éste es un sujeto digno de todo aprecio, y no puede distinguir a personas que no sean muy merecedoras. Celebro conocerte, y por tener esta satisfacción, me veis en tus tierras, mandado por el Señor Capitán General, que solicita vuestras amistades.

Carripilun dijo, vamos a alojarnos, que ya hablaremos; despacio. Seguimos todos hasta llegar a la orilla de una laguna del tiempo, cuya agua, estaba espesa de lo trillado de animales. La reconocí y pregunté, que si no habían pozos de mejor agua; me dijeron que no; y así nos alojamos, habiendo andado dos y media leguas.

Luego que se puso el toldo, entró a él Carripilun, el cacique Payllaquin, y los cabezas, Pilquiñan, Millatur, Guenchullanca y Maliquenú; y así que se sentaron, dijo Payllaquin: Caballero, no es poca novedad para nosotros, y será también para las demás naciones, ver a un español de tu porte, por nuestras tierras, apaciguándolas facilitando la comunicación de los españoles con nosotros, y en un tiempo en que estábamos avisados de no permitir transeúntes por estos terrenos, a consecuencia de la noticia que el español Morales dio a mi tío Carripilun, de que Molina vino a hacerse práctico para maloquearnos con los peguenches. Ya teníamos dispuesto que si éste volvía de Chile con cualesquiera otros que fueran, de desmontarlos y botarlos a pie para atrás. Así lo hubiéramos hecho sin otra consulta, pues lo teníamos ya acordado. Y peores cosas tenía dispuestas Payllatur, que a mí mismo me las tenía comunicadas.

Guenchullanca siguió: Y no es menos de nuevo el que nuestro jefe te acompañe; pues de su vuelta no podríamos confiar, si no lo viéramos ya en camino; tus promesas habrán sido seguras cuando él se ha resuelto a caminar. ¿Qué haríamos nosotros sin esta cabeza, que nos ama como a hijos, y nos gobierna con una circunspección imponderable? Él sabe meterse en las mayores dificultades, y sin más armas que sus razones, salir venciéndolas. La paz es su objeto, y mediante él estamos libres de malones y enemistades: gozamos con quietud de lo poco que tenemos, andamos sin recelo por todas partes; y así, si llegara a perecer entre los españoles Carripilun, no se nos podría hacer mayor daño. Todos los cinco hablaron un gran rato sobre el punto, y luego que concluyeron, le contesté.

-Mi venida, caciques, nada tiene de nuevo, habiendo sido bien   —162→   admitido por vuestro General, y viniendo ahora con él. A sus toldos llegué como mandado de los superiores de Chile, para tratar con él cosas de importancia para toda vuestra nación; y si os acordáis que en los mayores ardimientos de la enemistad los mensajeros se admiten con franqueza de una a otra parte, nada hay de reparo en mi venida, y mucho menos no teniendo novedad, ni nosotros con ustedes ni ustedes con nosotros. Si hubieras hecho con Molina lo que habéis dicho, hubieras traspasado las leyes de la humanidad que sabéis observar muy bien; y sin justicia, pues por el dicho de un español de mala fe, y que será de muy poca consecuencia, no se procede a perjudicar a un vasallo, que por obedecer anduvo en estas tierras. Y de no, respóndeme: ¿Qué mayores motivos teníais para creer a Morales y no a Molina? Me dirás: Porque a Morales conocen, y a Molina no. ¿Y por qué entonces procedíais a obrar sin conocimiento del delito, y si Molina decía verdad, como es cierto, y Morales no? ¿Por qué castigabas al inocente? Vuelvo a deciros, que tu hecho hubiera sido criminoso, y te hubieras hecho digno de la indignación de nuestros jefes y Monarca. Que vuestro gobernador vaya conmigo a presencia del Señor Virrey, nada tiene de extraño, porque en eso acredita su prudencia. Se ha enterado de mi comisión, y aunque me la ha contestado, quiere hacerle presente a Su Excelencia las respuestas que me ha dado. Tiene que tratar con él de puntos de importancia, y quiere cerciorarse de muchas cosas en que yo no puedo satisfacerle, porque carezco de facultades que se hallan en el Señor Virrey. Yo solicito la paz y franqueza de terrenos para abrir un camino por estas tierras franco y seguro, me lo ha concedido Carripilun, pero el Señor Virrey, como principal encargado para esta empresa por el Rey Nuestro Señor, le hará presente cuantas cosas son necesarias para el completo desempeño de su deseo, las que yo ignoro. Yo soy un comisionado, soy un mandado, y de mi diligencia debo ir a dar cuenta al Señor Virrey, viniendo encargado para que lo lleve, a fin de que tratando los dos, se ajusten, y queden firmes en su resolución. Se le franquea la seguridad con mi venida, se me ha mandado para que no recele de la verdad, y que no les quede que temer ni a él, ni a ustedes. ¿Respondedme, si alguna vez se mandó algún español como yo, a sacar algún cacique? Sus capitanes u otros españoles o indios son los que entran a sacarlos; y así debéis todos vosotros estimar las honras que se os hacen, en haberme a mi comisionado, que ha sido también haceros ver de una vez el buen tiempo, la serenidad de nuestros deseos, y que llegó la época feliz para vosotros, que contéis con la protección de nuestro Monarca.

Me dieron las gracias, por medio de un razonamiento bastante   —163→   artificioso, el que concluyeron, recomendándome la persona de su cacique y familia.

Esta visita duró hasta cerca de las oraciones, que llegó el chasque que había ido a comunicar al cacique Quillan de mi venida. Este trajo la respuesta de que por mañana estaría a visitarme, y que pasaría lo menos dos días, pues tenía mucho que hablar conmigo.

A esta hora me puse a comer con Carripilun, y al poco rato entró un español, llamado Francisco Castillo (alias Puntano) saludándome, y diciéndome, que el comandante del Portillo, en la luna pasada que allí estuvo él, lo quiso matar, y le dijo que mil pares de pistolas, y hasta pólvora y balas tenía para acabar con los indios con quienes no quería amistad, y así que ¿cómo quería llevar al Señor Cacique para que le sucediese alguna desgracia? Ya puede considerarse la suspensión que haría en el ánimo de mi compañero esta noticia. Le pregunté: ¿Que si no estaba borracho cuando ese comandante le prometió esas pistolas y balas? Que quizá le diría que las tenía para favorecer a los indios, y volviéndome a Carripilun, le dije: no creas a este indio o español, que sólo conque lo veas en estas tierras, ya puedes inferir qué clase de sujeto será. Jamás prestes oídos a personas de poco honor, que procuran siempre engañar con mala fe e intención. Éste, bien conoce que viéndome aquí no hay novedad, y por este medio injusto, quiere meterte susto, como si en el pecho de un General como vos, cupiera temor.

Esta conversación duró hasta las diez de la noche, y otro español que andaba por defuera se dejó también decir que sería bueno nos cortasen la cabeza, así que me lo dijeron salí en su solicitud, y no pude dar con él. Mi ánimo era traérselo a Carripilun, y decirle que supuesto estaba en sus tierras lo castigase, pues no podía sufrirse ni disimular tal maldad.

Para que Carripilun me dejase, me valí de que quería ir a ver a su mujer, que ya estaría acomodada su casa, y así se movió. Estaba a todo campo, la noche mala, amenazando agua; pero ella muy serena. Le mandé acomodar un toldo de pellejos, y me retiré.

El 14, a las dos de la mañana estuve en pie por lograr de un rato de quietud y poder escribir, y estando en esto, a las tres y media, tuve a Carripilun a la puerta llamando, hermano. Lo hice entrar; venía con su mujer; nos pusimos a tomar mate, y pidió al lengua. Vino Montoya, y le dijo: Dile a mi hermano que mi mujer no ha   —164→   podido dormir esta noche de miedo, y está resuelta a no ir a Buenos Aires, ni sus hijos, y quiere también que yo no vaya, porque anoche llegó a mi alojamiento un mocetón, que ha andado estos días en el Sauce con varios indios, y a uno llamado Numunir, lo mataron los españoles, cortándole la cabeza por robarle sus caballos.

Le aseguré que sería mentira, o que el indio iría a robar, y por esta razón lo matarían, así como ellos lo hubieran hecho, si hubiesen pillado algún español. Dijo que no, porque el mocetón le contó que el indio fue a buscar sus caballos, que los tenía maneados, y viendo que tardaba, fueron a buscarlo los compañeros, y lo encontraron descabezado, y el rastro de los caballos que se los habían quitado.

Los sosegué, asegurándoles su seguridad, con mi persona; que aún había que dudar de la relación, y que siendo cierta, habría sido el matador algún salteador, que también los hay entre nosotros, como entre ellos; y que le daríamos cuenta del hecho al Señor Virrey, a fin de que hiciese averiguar el delincuente, que entonces sería castigado y satisfecho. Que no era regular que su mujer, estando de camino ya, suspendiese marchar, ¿y qué se diría de él y de mí? que si entre nosotros hubiera novedad, no hubiera yo venido a meterme entre ellos etc. Al poco rato vino el cacique Payllaquin, con las mismas noticias; en dos horas no me era posible reducirlos. Al fin, cedieron, y para que no repitiesen en lo mismo, le di una chupa al cacique, y le dije me había de contar todas las tierras que había corrido, porque su arrogancia me daba especies de que tenía muchos conocimientos.

Me respondió, que era cierto; que había andado mucho, que es nacido en Guayli, cerca de Meuco, y que de mocetón se fue para los Puelches del sur, con su padre; que era hermano de Carripilun, y éste tenía conocimiento de aquellas tierras, y por esta razón lo llevó: que entre ellos se crió, y tuvo muchas amistades.

Le pregunté, ¿cómo se llamaba el lugar donde se crió y en cuáles otros estuvo, y qué tan lejos de los guilliches se hallan esas tierras? Que en Pulpalguí, Catapulig, Catapulis, que es Malal-Guerhuguegun, Butacura-Malal, Pilo-Limatal, Nanquilico, en el Malal de Lepeten, que en todos estos lugares vivió, y es práctico de ellos. ¿Que a cuantos caciques conoció? A Tritriguen a Payniguina, a Quinile, a Guilnichine y a Coline, que todos son muertos, menos Coline, que es mozo. ¿Si sabe a Limay-leubu, y si de esta   —165→   parte, o de la otra están los lugares que ha nombrado? Dijo, que sabe a Limay-leubu, porque en la orilla de esta parte fue donde estuvo. ¿Que si sabe el nacimiento de Limay-leubu? Dijo que sí, porque ha visto que su origen es de la laguna Alomini, que es muy hermosa, y tiene una isla en el centro. ¿Si está bien cierto de esto, pues yo tengo noticias que sale Limay-leubu de la laguna de Naguelguapi? Que Naguelguapí no es laguna, sino mallín; que de él nace un esterillo, que entra al río de Limay-leubu. ¿Que si estos terrenos de los montes, hacia el sur de la laguna de Alomini, no vio otra laguna grande, y que de ella saliese algún río que también se llamase Naguelguapí, y tuviese su curso por esta parte? Que se conoció otra laguna bien grande, que se llama Guechulauquen; que ahí habitan muchos guilliches; que su cacique era Melinaquel y Epumaquel, que esta nación está en medio de los muluches y guilliches. ¿Qué ríos entran a Limay-leubu? Guechulauquen, y los demás que cité en la jornada 24. En este estado avisaron que el cacique Quillan ya venía. Pedí la comida, y acabando de comer se comunicó que estaba cerca. Carripilun me dijo que sería bueno montase a caballo, para parlar con él, según era costumbre, cuando venía alguno de fuera, y que debiéndome yo computar como dueño del terreno, cuando se me había franqueado, esperaba me tomase la pensión sin repugnancia. Le contesté que yo era forastero, y Quillan venía a visitarme, circunstancia que no pedía esa atención; pero supuesto que así era la costumbre no quería variar de ella, y montaría luego. Pedí caballo, salí con él, con mis caciques, el intérprete y Molina. Caminamos una cuadra de nuestros toldos, y puestos allí firmes, vino Quilan con treinta y tantos mocetones chibateando, y se pusieron a distancia de cuatro varas a nuestro frente, puesto él un corto espacio adelante de los suyos. Su figura era la más ridícula que jamás vi: muy chico y viejo, los ojos ya gastados de mirar, y los dientes de comer; la cara teñida de negro, desde las cejas a la boca, un sombrero de lana negro viejísimo, con una tira de cotense muy puerca y vieja; un vestido de librea que sería encarnado, un poncho ordinario negro, un avío que no era sino grasa, y un caballo negro, flaco y viejo, competente a su ridícula persona, que me movió a risa mirarlo.

Nos adelantamos el terreno que fue preciso, para darnos las manos, y hecha la ceremonia, le dije: Que celebraba conocerlo, y me tenía en sus tierras cumpliendo las órdenes del Señor Capitán General, y Gobernador Intendente, que ya sabía le había comunicado mi amigo Carripilun. Me contestó con la cara torcida, que él también celebraba conocerme, y por tener este gusto había montado a caballo para venir a solicitarme y oír de mi boca las razones que   —166→   por el mensajero de Carripilun había recibido. Le hice una breve relación de mi expedición; le ponderé sus buenos efectos que tendría, habiendo sido bien recibidas y aceptadas mis propuestas por su General, quien me acompañaba hasta la presencia del Señor Virrey, en cuyo tribunal se trataría con mayor formalidad y solidez de los puntos esenciales para consolidar los tratados concernientes a nuestra mutua comunicación, y a la seguridad requerida. Dijo, que le era a él tan de nuevo el que Carripilun hubiese admitido bien mis razones, como el verme en tierras, que no se usaba fuesen pisadas de españoles que antes de mi llegada, poco tiempo ha, se pensaba en quitarle la vida a Molina, si volvía, esto es, sin pensar que él viniese con solicitud de camino y demás añadiduras que yo he pedido, y que de repente se trastornó aquella disposición. Que nunca pensaron en que su jefe se pasase a Buenos Aires, pues tenían pruebas bien ciertas, que lo querían echar al otro lado del mar, y que los esfuerzos e instancias que se le hacían eran por esta razón, y que al cabo se vería la mentira del camino y paces. Que los llamistas le habían mandado decir que nosotros estábamos alzados, y queríamos acabar con todos, y por eso había sido yo mandado.

Puedo confesar que mi espíritu jamás ardió en tanta cólera como cuando oí expresiones tan picantes, y de boca de una figurilla tan ridícula y fea, que podría llamarse monstruo hecho. Le respondí que o yo me engañaba en persuadirme que Carripilun era hombre de razón y entendimiento, o él no tenía discernimiento para conocerlo, y por eso decía le tomaba de nuevo el que hubiese aceptado mis propuestas; y que lo mismo debía decirle sobre el extrañamiento de mi entrada a estos terrenos. Que de uno y otro le daría los motivos, y eran que viniendo yo a ofrecerles comodidades que no podían esperar sino de un padre, como son las que se le proporcionan en nuestra comunicación y unión, que el Rey Nuestro Señor les franquea por medio de un camino y comercio, las que sólo unos hombres rudos, desagradecidos, sin razón ni medianas luces podrían desecharlas. Que ni al Rey mi Señor, ni a nosotros se nos aumentan comodidades, ni proporciones, como las que a ellos deben redundarles; que nosotros no necesitamos de sus productos, que sólo se reducen a cuatro caballos y vacas; y ellos necesitan de nuestras cosechas, de nuestros efectos de Castilla y hechizos, y de nuestras artes o industria para adquirir algunos conocimientos y utilidades, y salir de los errores de abusiones en que están imbuidos, que es el primer motivo, para que sean dignos de la conmiseración de un Soberano piadoso, como es nuestro Católico Rey. Que Carripilun penetró desde que me oyó, hasta donde podía felicitarse su nación con este arbitrio, y por eso admitió la propuesta, y más siéndole   —167→   consiguiente la paz y unión. ¿Que si él ni otro alguno de estas tierras puede ignorar las riquezas de los españoles y sus fuerzas? Que sólo la provincia de Chile tenía más gente que todas las tribus de indios, y que con cuatro o seis soldados que se les franqueaban a los peguenches eran temidos, sin embargo de que son un puño de indios, y así asolan a sus enemigos, y ¿qué fuera si les dieran mil o dos mil soldados? ¿Qué si ya han echado en olvido lo que muchos de los que me oirían padecieron, y por qué causa se ven aquí? ¿Que de dónde podrá hombre racional discurrir, que quería el Señor Virrey desterrar a su jefe, y para qué cometería ni él ni yo ese engaño y alevosía? Que cuando fuesen reos de graves delitos, para escarmentarlos no necesitaban mis jefes de ardides, ni embustes, sino tomar venganza justa, pues sus armas y fuerzas son superiores a las de ellos, y saben hasta dónde alcanzan los fueros de la naturaleza; que nosotros no sabemos mentir, ni podemos hacerlo sin grave delito, e infamia en materia de tratos; y así solo por no saber él lo que había dicho en decir que se vería la mentira, podía dispensársele y tolerársele; que supiese distinguir los sujetos y tener más moderación en sus palabras. Que me pusiese presente al llamista que le trajo la noticia de que nosotros queríamos acabarlos, para que a su vista fuese convencido. Respondió: Que ya estaba satisfecho, que él no había tratado con español de suposición, ni había salido a los españoles, ni a las Salinas, por no tener conocimientos con extranjeros que lo engañasen.

Puelmanc le preguntó, ¿que si no lo conocía, que si no sabía quién era? ¿Que si no era él de estas mismas tierras, que si no era hermano de todos, que si no lo tenía por de verdad? ¿Que si siempre no los aconsejó, y procuró su honradez y paz? ¿Que si él no sosegó estas tierras en sus mayores fuegos, y conquistó todas las cabezas para que el Sr. Teniente Coronel don Simón Goroldo viniese a una junta que se celebró en Luanlauquen? ¿Que si no oyeron todas aquellas palabras ciertas y promesas que les hizo, las que hasta ahora no se han falsificado? Que la razón porque temen a los superiores es porque no quieren dejarse de robos, de traerse las haciendas de los españoles y cuanto pillan. ¿Que si ya han olvidado que por los llamistas casi fueron asolados y consumidos?; y hablándole a Quillan, le dije: ¿Te has desmemoriado Quillan que te escapaste como zorra de las garras de los peguenches auxiliados de españoles? ¿No te acuerdas que por creer a los llamistas, abandonaste a tu nación peguencha, cuya recomendación da algún aprecio a tu persona? No te dijeron entonces los llamistas, y a mí también, que los españoles estaban alzados; corrieron la noticia, y sólo algunos peguenches no se alzaron; y estos por fieles a los españoles, con su auxilio nos acosaron y nos hicieron   —168→   desamparar nuestras tierras. ¿No te acuerdas de este tiempo, Quillan? ¿No te acuerdas de aquellas aguas tan buenas, de aquellos pastos, de aquellos mallines? ¿Los vendiste, los diste por tu voluntad, los di yo, los dio Carripilun, etc.? No fue así. Los desamparamos por nuestras pocas fuerzas, por nuestro error, por los llamistas; ¿y así vienes con novedades de ellos? Ya eres viejo como yo, puedes hablar con experiencia. Yo me retiré a mis antiguos terrenos; estoy gozando de la tranquilidad, y de mis propiedades, que sólo el corazón de los españoles me pudieran proporcionar. Tenemos cuando queremos soldados que nos favorezcan, y con este servicio que hago a mi Rey, ¿quién se me atreverá? Vengo con dos hijos que tengo, para que toda mi casa logre del mérito y ¿discurrís, que cuándo se trató de la venida de este caballero, allá no corrían también novedades? También nos decían que nos iban a matar a todos, que por todas partes iban a entrar tropas; y con todo, despreciando a nuestros patriotas, salimos a los Ángeles, y vimos a nuestro compañero, a nuestro comandante, en quien no pudimos conocer sino su buena intención, su realidad y su corazón amable, y prometimos acompañarle, hasta la presencia del mismo Rey si era conveniente, y ¿qué te diremos, y qué te pueden decir estas gentes de tu nación que ya lo conocen? Nada más que lo que antes te dije. En fin le dijo tanto a él, y a los demás de su partido, que se tardó más de una hora en su parla, y quedó tan enronquecido, que apenas se le oía las últimas expresiones. Carripilun siguió con otra relación, apoyando las razones de Puelmanc, y a las grandes causas que le movían a seguirme, y a franquear sus tierras, porque veía que era lo que les convenía, y pidiendo perdón Quillan de lo que se había pensado, y diciendo que ya estaba satisfecho, nos venimos a nuestros toldos.

Entró al mío Carripilun, Quillan, un zambo que traía a su lado, dos capitanes, Puelmanc, y otros cuatro o cinco indios de los más viejos y más feos. Les hice pasar mate, se comían la yerba; y después tomaron la conversación de tal modo que hasta las diez de la noche me duró la parla; que es en unas voces tan recias y forzadas que sólo el que las experimenta puede conocer su destemplanza. Tuve que comprar una yegua para que cenara el señor Quillan y su gente, la que en un momento, entre-cruda se pusieron a comer.

Quedé bastante cansado de la visita, y a las dos de la mañana, que hice encender vela y me levanté, tuve un mensaje del señor Quillan, que le mandase cigarros y leña para el fuego. Le contesté, que estas horas eran destinadas para el reposo, y las que yo tenía asignadas para el cumplimiento de mi obligación, que si quería cigarros, que pitase de los   —169→   que por la tarde le di, que le daría tabaco para que llevase a su casa, y si no tenía leña que la mandase a buscar con sus criados o sus mocetones; que no me volviese a mandar mensaje hasta que no fuese de día. El mocetón se fue temblando, pero escarmentó porque no volvió, y a Carripilun que venía bien temprano, le debió decir que yo le había mandado aquel recado, y se volvió también.

Luego que estuvo claro, di orden de que se trajesen los animales de carga y las caballerías para salir de aquel sitio, en que a toda hora teníamos indios, que ya alcanzarían a ciento entre los que habían llegado de Payllaquin y los que trajo Quillan. Se habían robado la carne, y un cuchillo; y apenas se descuidaban mis españoles, cuando ellos ponían su atención en solicitar y robar. Me constaba que el tiempo estaba muy malo y podía llover, cuando llegó Carripilun a hablarme con Quillan. Les dije que pensaba en caminar, y Carripilun me contestó, que muy bien, pero que fuese un poco más tarde, porque él esperaba un caballo. Convine, y di la orden que, en estando Carripilun complacido, se aparejase. Nos entramos a la carpa, y después de haber tratado de las amenazas del tiempo, lo adelantado del invierno, y que aún no había caído ningún aguacero fuerte, y de la calidad de aguas tan malas, y especial este barro que aquí bebían, le dije a Quillan: Ya habréis conversado bastante, amigo, con tu Gobernador y compañeros. Ya estaréis libre de tus seducciones, y estaréis también cerciorado de que yo no soy embustero, ni mis jefes deben mentiros, ni a mí engañarme. No eres tan sin entendimiento, que dejéis de conocer que en cualquiera época la mas crítica que sea, deben las cabezas de los pueblos, o naciones, tratar por medio de chasques, o de comisionados, los asuntos que les ocurran, y estos tienen lugar, y salvo conducto en medio de las armas, para entrar y salir con franqueza; así no es de extrañar, ni debéis sorprenderte, porque me veis aquí, y bien hospedado. Yo traigo aquellas credenciales precisas para que me atendáis, y respetéis, y me franqueéis auxilios (que te advierto, por ahora, no necesito) en estas tierras; y podéis estar cierto que sólo nuestro Soberano, que debe ser de amor para vosotros, os puede proponer arbitrios tan ventajosos, para que os hagáis felices, después que nos habéis saqueado las haciendas, cautivado gentes, hecho salteos y otros excesos, en cuyos hechos habéis dado motivos para que fueseis dignos de su ira, y que os hubiera consumido, porque te traspasaste tantas veces de los fueros naturales. De todo esto se olvida, y lo echa fuera de sus sentimientos, por haceros conocer con bienes su poder y clemencia. Para esto soy yo mandado; pero vos que te halláis siempre con delitos, como dices, teméis y receláis, que siendo nosotros ofendidos, podamos por este arbitrio tomar desquite. No lo creas, porque el desquite de nuestra corona sólo se dirige a que abráis los ojos de la razón, y conozcáis con nuestro trato y   —170→   amistad lo mal que hicisteis, y que vuestros hijos criándose en mejor tiempo, disfruten de comodidades que apenas vos en tu vejez merezcáis. Y por si acaso el haberte ayer explicado en aquellos términos groseros, que lo hiciste, fijé por exagerar tu tolerancia o representar mérito para que yo te quedase más agradecido a fin de que te diese más, porque te ponderarían que yo venía vistiendo caciques, te advierto, que perdiste razonamiento laborioso y despreciable, porque apenas por casualidad conservo una chupa y un bastón, que aquí lo tenéis y recibirás de mi manto, para que cubras con más decencia tu cuerpo, y el bastón, para que empuñándolo en tus manos, acordándote del Rey mi Señor, a quien deberás ser fiel de hoy en adelante, mandes a tus vasallos, los sujetes y reprimas, y como buen padre los aconsejes que sepan conservar nuestra amistad, intimándoles que serán castigados siempre que a ella falten. Aquí tienes también tabaco, añil y agujas para que lleves a tu familia y repartas entre tus mujeres e hijas. Todo lo recibió con prontitud, y me dijo, que traía dos hijas consigo que querían conocerme, y diciéndole que las llamase, vinieron al punto. Me fue preciso darles otra porción, y pasar un rato de conversación con sus mozas. Me dijo: Este bastón que me habéis dado me asusta, porque para recibirlo y sostenerlo necesito de mucha protección. Es imposible sujetar a los mocetones sin que ellos vean que somos favorecidos del Rey, cada uno es un jefe aquí, y en todas nuestra tierras y Carripilun le dijo: Esos son cuidados míos, Quillan, yo voy a hablar con el Sr. Virrey, voy a buscar su mano derecha, su protección; me convida con su auxilio, su amistad; recibe lo que te dan, que yo te ayudaré a sostener ese bastón, y no creas sino la que este Guillmen te dice, y lo que yo te aseguro. Nos conviene la paz, que es el mejor bien que puede proponérsenos, Payllaquin continuó haciendo varias reflexiones sobre lo mismo, y al poco rato avisando a Carripilun, que ya estaban ahí sus animales, se despidieron, diciéndome, que así que viniese su jefe de Buenos Aires se les debería hacer un parlamento para oír todas las disposiciones del Sr. Virrey.

Yo hice aligerar nuestra despedida, y al caminar dejé encargadas a Payllaquin tres mulas y un caballo de la real hacienda, que admitió con gusto, prometiendo tenerlas gordas a la vuelta.




ArribaAbajoJornada XXXIV

Desde Putrimalal a Loncocché


(Junio 15 de 1806)

A las once del día salimos de este sitio, y con imponderable gusto,   —171→   pues todos veníamos incomodados de la impertinencia de los indios. Raros fueron los que se quedaron, y era así mucho y muy lucido de caballerías el acompañamiento.

El camino que tomamos fue al nordeste, cuarta al este, por senda amplia y muy trillada, igual a la que traíamos desde la casa de Carripilun; el terreno superior para toda clase de siembras: de muchas maderas de espinos y chicales, y muy pastoso. Y a la legua estuvimos en un plan limpio, donde hay una laguna permanente de agua clara, pero salobre; y a su inmediación estaba la toldería del capitán Guenchullan. Antes de ir a saludarlo, se despidió, Payllaquin; toda la indiada, y yo haciendo caminar la caravana, pasé a hablar con este indio, que me pareció de mucha razón, el día que salió a recibirme con Payllaquin. Luego que le di tabaco, y repartí veintisiete agujas a otras tantas mujeres, que de tres toldos que de allí había, salieron. Seguí me derrota por igual clase de terreno, aunque menos montuoso, y alcanzando mi comitiva, antes de parar, a las dos de la tarde estuvimos en el lugar de Retequen, toldería del capitán Maliquenú, a quien en cierta ocasión trasquilaron la cabeza los españoles. Inmediato a los toldos paramos, y como venía deseoso de tomar agua, pregunté dónde había, y me llevaron a un pozo, que sólo con verla, se me quitó la sed. Mucho aumenta a su mala calidad de estas aguas, el desaseo, pues botan las inmundicias dentro de los pujios, y las dejan en sus orillas, especialmente la de las carnes.

El tiempo seguía malo, y de él esperaba el socorro. Poco tardó en venir este, pues no había una hora que estábamos alojados, cuando empezó a tronar, y llover tan fuerte, que jamás lo vi. Mi cubierta sólo era la carpa maltratada, se me pasó el primer gusto de tomar buena agua, y me entró la pensión de empezarla a sufrir con todo el cuerpo y todo el equipaje, pues no alcanzando a correr tanta como caía, se alagunó el sitio y no tuve otro arbitrio que subirme al catre, en donde lo pasé hasta las diez de la noche, que cesó. Los truenos repitieron muchas veces y muy recios, y el viento sudeste cada instante era más fuerte.

Este capitán me mandó ofrecer un ternero, diciendo que ahí tenía las vacas prontas para que lo tomase. Le contesté, dándole los agradecimientos, y que mejor tomaría un cordero que le sería de menos estimación; que a mí se me mandaba, no para pensionarlos ni incomodarlos, sino para tratar con ellos de mi diligencia; que le mandaba el valor del cordero, y me mandase su gente para obsequiarla, que quería conocerla.

El 16, temprano tuve al capitán con once indias; las celebré y   —172→   obsequié a toda la familia, con añil y agujas. Recibí el cordero, y quedando muy contento, se fue a tratar con mi comitiva de indios.

Al rato vino a visitarme Chacquellan; me trajo otro cordero, le di a éste un rebozo y tabaco, y le dejé el encargo de dos mulas de la real hacienda, una mía, y un caballo de don Joaquín Prieto, con cuyos animales se regresó a su toldo.




ArribaAbajoJornada XXXV

Desde Lancoché a Reteguen


(Junio 16 de 1806)

A la una de la tarde, después de comer, salimos de este sitio, dándoles las gracias de su buen hospedaje, al capitán, y tomando siempre al nordeste, cuarta el este, por igual vereda y de tierra firme; a las dos y diez minutos, con legua y cinco cuadras andadas, llegamos a Retequen, que es una llanura hermosísima, con algunos árboles de espinos bien grandes, a la orilla de una lagunilla del tiempo. Alojamos, por asegurarme Carripilun que adelante no había agua cerca; el pasto hermoseaba el prado, y con bastantes haciendas de yeguas y vacas de Maliquenú y sus mocetones. Poco distante de la lagunilla había pozos muy puercos, y sitios donde habrían poco ha vivido indios. Todos estos terrenos, antes de una vara que se descubren, vierten agua. En este sitio hallamos muchísimas torcazas, que continuamente se cubría la orilla del agua de ellas.




ArribaAbajoJornada XXXVI

Desde Retequen a Peñingué


(Junio 17 de 1806)

A las siete de la mañana montamos a caballo, y siguiendo la senda al nordeste, por terreno muy bueno, parejo, pastoso y sin leña, caminando delanteras las caballerías de Carripilun, y él a mi lado, vino Puelmanc, Payllacura y Mariñan a decirme que tenían parientes más adelante, y con mi permiso pasarían a saludarlos, y a solicitar de ellos cabalgaduras, y dejar encargadas las que traían maltratadas. Les contesté, que en muy buena hora. Puelmanc me dijo que iría con Molina, pues tenía por donde iba algunas gentes que saludar y de las que había recibido   —173→   favor cuando vino el año pasado. Les respondí que era justo, y que no tenía embarazo por mi parte.

Le supliqué me pusiese a la disposición de todos los cabezas que viese, y de sus parientes, recomendando a todos los españoles que pudiesen entrar a sus tierras, dándoles los buenos consejos de que acostumbraba usar. Me respondió, que así lo haría, y especialmente a un hijo que iba también a ver, y que solicitaría llevarlo al Señor Virrey, para que conociese a todos sus descendientes por finos vasallos del Soberano, como antes me dijo. Le prometí que yo también lo haría, y que su persona me había dado mejores pruebas de su fidelidad, que los otros; que había trabajado con gusto, y hecho acciones dignas de recomendación. Continuamos en la conversación hasta llegar a una mancha de espinales, de diez y seis a veinte cuadras de circunferencia, en donde encontramos dos pozos al poniente de ella, de buena agua. Todos pasamos a beber de ella, y Carripilun me dijo, que pasado el monte había una laguna salada, y unos pozos de agua dulce; que allí alojaríamos. Caminamos por entre la punta del norte de la montaña, y a las diez del día estuvimos con tres leguas en la ribera de la laguna Peñingué, en cuyo sitio se empezaron a descargar las cargas. Volvió Puelmanc a despedirse, y partió con sus hijos y Payllacura. Molina vino al rato, diciéndome que no había ido, porque sus animales venían fatigados, y no tenía a que ir. Le dije lo que Puelmanc me había dicho, y me respondió que iría ya lejos, y no podría alcanzarlo. Hasta este sitio hemos venido cerca del camino que trajo Molina.




ArribaAbajoJornada XXXVII

A Pel-lanquen


A las ocho y media se puso la caravana en marcha, y siguiendo el mismo camino que ayer trajimos, variando al nordeste, cuarta al norte, por campos llanos y muy pastosos; caminamos cuatro leguas. En este punto mudamos rumbo al norte, cuarta al nordeste; y continuando por igual terreno, a las dos y media de la tarde, llegamos a una laguna nombrada Pel-lanquen; en su ribera o playa del este, hay varias manchas de chicales y espinillos en abundancia. Aquí tomamos alojamiento con seis leguas andadas. La agua de la laguna es salada, pero hay pozos de muy buena.

Este sitio está lleno de vestigios de muchas poblaciones de indios que habrá habido; y hablando de ellas con el yerno de Carripilun, me   —174→   ha contado que la toldería entera de indios que aquí vivió y murió de la peste de viruelas en estos años pasados.

El hijo del mismo cacique se enfermó esta noche de lipidia, por haber comido carne cruda, y bebido mucha agua; al fin, se ha aliviado facilitándole que vomitase, con cuya mejoría se consiguió poder continuar el camino, y que se desbaratasen las ideas del padre, que ya suponía que, las brujas le habían hecho daño al hijo.




ArribaAbajoJornada XXXVIII

Desde Pel-lauquen a Michinguelú


(Junio 19 de 1806)

A las nueve y media montamos a caballos y continuando con el rumbo de ayer, del norte, cuarta al nordeste, y misma clase de terreno sin leña, pasando a las inmediaciones de unas lagunas muy saladas, lo mismo que las del anterior alojamiento, a las dos y media horas estuvimos en el lugar de Michinguelú, que es un medanillo, que formando un corto cajón, tiene una laguna enmedio que dicen es perpetua, pero me es difícil creerlo.

Apenas estuve a pie, cuando vinieron a visitarme los caciques Millanan, y Cayunan, que ha sido de nuestros peguenches, quien se vino a estas tierras, como los otros que repetidas veces he referido. Por tres horas me tuvieron en sus arengas, que todas fueron dirigidas a elogiar a Carripilun, y a la falta que les haría si acaso pereciese en el viaje tan arriesgado que hacía; porque los hombres grandes tenían muchos envidiosos, y podrían a este hacerle daño y morirse, por cuya razón no les era fácil moverse de sus tierras sin mucho temor: pero que si volvía con felicidad, y conseguía con el Sr. Virrey algunos favores, entonces se llenaron de gusto, y se franquearía cuanto Su Excelencia quisiese. Repitieron muchas veces estas mismas expresiones, y aunque les ponderaba la seguridad con que iba, y que no debían creer en daños, era en vano, y por último Millanan añadió que estas tierras tenían indios como arenas, y si su pariente Carripilun no volvía, ya se acabarían los arbitrios de que estos terrenos se comunicasen por los españoles. Le contesté: ¿Que digáis Millanan, que aquí hay indios como arenas? Es falso porque el terreno todo es arenisco, y no todo está poblado, sino muy desamparado. Yo quisiera que fuese como dices, porque mientras más amigos, mejor, y mientras más gente, más comercio debe haber, por el mayor consumo; pero puedo asegurarte,   —175→   que en unas de nuestras ciudades hay más españoles que en trescientas leguas de vuestras tierras. Yo vengo tomando noticias de todas partes, porque por entablar comercio y paces con una nación, es punto esencial averiguar el número de habitantes y usos, para regular el consumo; y me parece sois muy pocos, y mucho menos de lo que nos pensábamos. Tu General irá y volverá sin novedad: entre nosotros no hay traición, no hay mentiras, tratamos con la verdad y decimos lo que solicitamos. Ahora las vidas dependen de nuestro Criador, y no como vos decís de tus brujas, o de las guerras; y sobre esta materia no me habléis más, porque ya os he prometido lo que debo y puedo prometer, como hombre de bien. Y si queréis pedir algo, bien lo podéis hacer de una vez, pues estoy muy práctico ya de tus costumbres, que cuando queréis conseguir algo, vuestras introducciones son dificultar las cosas de que se trata con vosotros. Contestó, que tenía que pedirme cierto favor, y era que le consiguiera un pasaporte con el Señor Virrey, para que fuese estimado y atendido por las fronteras cuando saliese a su comercio, y que los comerciantes cuidasen de que los españoles no lo engañasen, ni pidiesen más caro de lo que valen los efectos, que ellos suelen ir a buscar. También que tenía un yerno español, con varios hijos, llamado Bautista Prieto, natural del Río Cuarto, cautivo que se ha criado en estas tierras, a quien los españoles tienen prometido apresarlo, luego que lo vean entre ellos; y así mismo desea un papel, para que este yerno pueda correr con franqueza, respecto a que está casado con su hija, y que no quiere irse. También que a un hermano suyo, llamado Numuguirrí, lo mató un español en Santa Catalina, el que conoce aquel comandante, y esperaba que el Sr. Virrey diese una orden para que dicho comandante hiciese pagarle los daños y perjuicios que se le han irrogado. Le pregunté: ¿que si no deseaba conseguir otra cosa? Dijo que por ahora no. Y le contesté: Cuanto me has dicho pondré en noticia del Sr. Virrey para que Su Excelencia disponga lo que fuere de su superior agrado. Y reiterando sus instancias a fin de que no se me olviden sus súplicas, se retiró al alojamiento de Carripilun. Luego entró un español, llamado Alberto Aguirre, natural de la punta del Satice, haciéndome también presente, que él fue cautivo de muy chico, y se crió y casó en estas tierras, que tiene cinco hijos, tres mujeres y dos hombres, que se halla con conveniencia, y deseaba le diese un papel para poder salir a comercio para estas fronteras, o las de Mendoza. Le hice ver que yo no tenía facultades para darle pasaporte, y que le haría presente al Señor Virrey su instancia, para que dispusiese lo que fuere de su gusto. En este alojamiento, se juntaron veintidós indios con los dos caciques, y seis u ocho indias, entre ellas una ciega de Antuco, hermana del referido cacique Cayunan. Fue imponderable el regocijo que mostró esta india al   —176→   oírnos hablar acordándose de sus españoles y tierras, y prometió que se iba este año con su hermano para los Andes.




ArribaAbajoJornada XXXIX

Desde Michinguelu a Rinancolob


(Junio 20 de 1806)

A las 9 del día estuvimos a caballo, y tomando el camino y mismo rumbo, acompañado del cacique Millanan, el español Alberto y varios mocetones que a la media legua se separaron, a la una y veinte minutos llegamos al lugar de Rinancolob, que son unos medanillos bajos, y entre ellos una corta laguna que dicen es perpetua, en cuya orilla alojamos. El color de la agua es verde como las antecedentes. La necesidad sólo puede hacerla tomar; y aunque no es de muy mal gusto, pero se conoce que mucha parte de ella será de los derrumbes de las yeguadas que en ella beben. En todo el camino, ni en lo que alcanza la vista, ni un arbolito siquiera se ve, ni lo hay en este lugar; para calentar un poco de agua ha sido precisa recoger huesos de animales que engrasándolos arden. Yo no comprendo cómo puedan habitar estas gentes por estos páramos, y más siendo tan afectas al fuego. El terreno es muy bueno para siembras.

Antes de las oraciones estuvo a verme Bautista Prieto, el yerno del cacique Millanan, haciéndome la misma súplica que me hizo su suegro. No supo darme razón del nombre de sus padres, que me expresó ser ya difuntos, sólo me dijo que tenía dos hermanos ricos, el uno de su nombre, y el otro Pedro. Lo estuve aconsejando sobre que saliese de la vida brutal que tenía, sobre la nulidad de su matrimonio, y las obligaciones que como padre se le seguían para solicitar los bienes temporales y espirituales de sus hijos y mujer. Conocí estar enteramente su corazón radicado entre estos bárbaros. Le pregunté sobre el número de indios que habitan por estas inmediaciones: me dijo que muchos, sin saber computar hasta cuántos podían ser. Le averigüé de las malocas, y demás costumbres, y me refirió ser comunes entre unos y otros, y especialmente que los guilliches, que son los que habitan al sur del camino, de las Salinas, tienen enemistad con estos, y que en las costumbres son iguales. Le traté de las haciendas que tienen y riquezas y me contestó que las principales son las parcialidades de yeguas alcazas, que llaman cartas, de donde toman alaques cuantas pueden, y éstas las venden para todas partes de la tierra; y que también tienen crianzas de vacas, yeguas y ovejas, a que se reducen sus riquezas. Pregunté, que   —177→   si no habían por aquí tigres en estos parajes. Respondió, que a poca distancia encontraría un totoral, y que en él había tres tigres muy hermosos, que estaban haciendo muchos daños en las haciendas de los indios; que tuviese cuidado con mis caballerías, para que no se metiesen entre la totora por buscar agua, y se cazasen, algún caballo. Me instó para que le solicitase el papel de franqueza con el Sr. Virrey, y se despidió.




ArribaAbajoJornada XL

Desde Renancolob a Guaguaca


(Junio 21 de 1806)

A las ocho y media nos separamos de este alojamiento, tomando la delantera Carripilun con su gente; el camino siempre igual, igual el rumbo y los campos. La llanura imponderable, que por todas partes, a corta distancia forma horizonte, y siempre se mira uno como punto en medio de un círculo, a las dos horas justas, estuvimos en el Totoral de los Tigres, y a distancia de una y media cuadra de él me esperaba Carripilun.

Llegando a este sitio, hice parar mi caravana, y llegándome a lo de Carripilun, le dije: Aquí es preciso, amigo, apresemos a estos ladrones, y hagamos bien a estas gentes, de quitarles estos enemigos, a quienes temen. Me enseñó luego el sitio en que estaba una bestia muerta, y frescal que tenían, pero me dificultó la empresa, y me aseguró el evidente riesgo que debía esperar de ellos, porque saltaban. Le pregunté, ¿que si estarían en el totoral? Y me señaló las huellas frescas que de la bestia al totoral habían pasado; y le dije: ¿Tú tienes miedo? Respondió, que mucho. ¿Y tu gente? También. Pues estate aquí, y me veréis que a mí nada me hacen, ni a mi gente. Llamé a todos mis mozos, y ya los traía bien montados, ensillé yo un caballo chileno, que aún viene en muy buen estado, dispuse mi comitiva de a tres sujetos, dos de lazo, y uno de pistolas, con orden que si los hallaban parados, o sentados los laceasen cada uno con su lazo, y tirasen encontrados, y el de las pistolas sobre estirado le descargase, según quisese defenderse; y si los hallaban tendidos en camada, usasen de las pistolas desde la proporcionada distancia. Cinco parcialidades formé en un momento, y nos introducimos al totoral con espanto de mi Carripilun, e indios, pero fue en vano mi esperanza y deseo que tenía de la presa, más por los cueros que por ostentar nuestra industria y valor; sin embargo que en el caso era muy útil. No los hallamos, porque a la otra parte del totoral salían los rastros para el llano, por donde   —178→   los buscamos también con bastante cuidado, y con los perros. En nuestras montañas hay leones muy grandes y feroces, y nuestros campañistas, que de ellos traigo dos famosos, a lazo los pillan y despedazan, mas luego que lo hacen con un cordero. Para la admiración de Carripilun y su gente, que son cobardísimos todos estos indios, fue suficiente el hecho de meternos al totoral, y haberlo registrado con la prolijidad que vio. Una hora tardamos en las andanzas, y a las once y media seguimos nuestra derrota, mudando el rumbo desde este sitio al nornordeste, y a la una y media llegamos al lugar de Guaguaca, que es un medanillo con varios cerrillos bajos, entre los cuales hay tres lagunas permanentes, dos de agua amargosa, una buena, y un pozo que es la mejor que he visto, y más clara desde Chadileubú, o más bien desde Tilqui. Es muy rara cosa que en los médanos que se suspenden algo sobre el plan de los llanos, y que son en realidad montones de arena floja que puso la naturaleza, se hallen las aguas que son tan escasas en los bajos de tierras más sólidas.

En este sitio vine a hallar al capitán o capitanejo de Carripilun, como decimos en Chile, a Manquel y Manquelipi, que celebraron con rostros y expresiones finísimas mi llegada, al cacique de estas tierras Roniñancú, y a 46 mocetones que lo acompañaban. Me echó su arenga celebrando mi felicidad, y estimando los pisos y pensión que en beneficio de ellos había dado y pasado, haciéndome presente estar muy enterado de mi expedición por Manquel. Le contesté como merecía su razonamiento, y haciendo tender mi carpa y acomodarla, lo convidé a mate, al que asistió mi Carripilun. Tratamos largamente del viaje, y estando para despedirse, le regalé tabaco y añil, y se me ofreció por si acaso le mandaba algo para Melinqué, asegurándome que mañana salía para allá, porque tenía viaje desde cuatro días demorado, por solo esperar el conocerme antes de su partida.

La oferta me fue utilísima, pues ya venía ideando los arbitrios de que me valdría para adelantar el pasaporte del Sr. Gobernador Intendente que traigo, a fin de que se me auxilie de prorratas en estas fronteras para mi comitiva, y así le dije que estimaba su oferta y le había de merecer fuese con un dragón que condujera una carta para el comandante de esa frontera. Admitió mi súplica, y en el instante puse un oficio a dicho comandante, incluyéndole el pasaporte; y mediante él, pidiéndole veinte animales de carga, y diez y seis de silla para mi comitiva e indios, suplicándole también que si había oportunidad de alguna ocasión para Buenos Aires, trasladase al Exmo. Sr. Virrey la noticia de hallarme ya en estas tierras con felicidad; pues debiéndola ya tener por el Sr. Gobernador Intendente de Concepción de mi salida, deberá estar recelando mi pérdida, por la demora. Le instruí también del mal estado e que vienen mis   —179→   animales, y que yo seguía mi camino conforme las caballerías podrán sufrir. Al oscurecer se despidió el indio con el dragón que llevó el pliego, con orden que él mismo volviese con la prorrata.

Aunque el cacique se fue, su comitiva quedó en este sitio, como lo acostumbra, mortificando con sus peticiones, y metiéndose hasta lo último de las carpas y cargas, pero ya más tarde se fueron desapareciendo poco a poco, hasta quedar sólo cuatro.

A eso de media noche oí una gritería, cantos y tambor a las inmediaciones de nuestro alojamiento; y averiguada la causa, era un machitum que estaban haciendo con una enferma en un toldo que distará como casa de dos cuadras de este sitio.




ArribaAbajoJornada XLI

Desde Guacagua a Guentcan


(Junio 22 de 1806)

Mientras la tropa vino al alojamiento, se aparejó y cargó, volvió de nuevo a ocurrir mucha parte de los indios, que en la noche se desaparecieron. La gente del campo se entretiene, y embelesa con cuanto objeto se le presenta a la vista; y así aunque la tropa antes de las seis estuvo pronta, no pudimos salir hasta las nueve y tres cuartos.

Se me presentaron también varios inconvenientes para presenciar el aprontamiento, porque no habiendo llegado el chasque de Puelmanc, que, como dije, en Pel-lanquen se separó de allí para lo de sus parientes con citación de encontrarnos en este punto, era preciso acordar si lo debíamos esperar o caminar, y para proceder sin dejar motivos de sentimientos, llamó a Carripilun y a Manquel, y estando juntos les dije: En este lugar fue donde Puelmanc nos prometió esperar, si llegaba primero que nosotros, y nos encargó que lo esperásemos, si él se tardaba. Tengo muy presente su fidelidad y servicios, por lo que se hace digno de que no olvidemos sus encargos, y también tengo a la vista, que todos estos contornos están talados de las haciendas de estos indios, y que mis cabalgaduras no están en disposición de demorarlas en lugar que más se atrasen; también que el tiempo, como lo veo, amenaza algún temporal, pues las nubes y viento nos lo aseguran. Puelmanc es práctico de estos terrenos, y me parece que, dejando aquí al capitán Jara para que lo esperase, nosotros tomaremos la delantera hasta un sitio (que el tiempo nos   —180→   puede esperar) en que hayan mejores pastos, y que estemos más inmediatos a la frontera para recibir los auxilios que ayer pedí, y los demás que pudieran ofrecerse. Si vosotros discurrís mejor arbitrio, estoy pronto a seguirlo, y podéis decírmelo. Contestó Carripilun, que el acuerdo era muy bueno, y que pararíamos un día en la jornada siguiente; pero que siendo Puelmanc práctico de todas estas tierras y atraviesos, y Jara no, podría Puelmanc, juzgándonos más adelante, cortar a otro alojamiento, y en este caso el capitán se hallaba confuso, sin saber el destino que debía tomar; y así que él dejaría a Puelmanc recado, haciéndole presente, cuanto yo había dispuesto, y que él tomó el partido de que Jara nos siguiese, para que no pudiese culparme de desprecio a su encargo. Recibiendo bien su disposición, y mandando la salida, los dos caciques empezaron a tratar sobre cierto daño, que una tía de la mujer de Manquel, decía Carripilun, le había hecho a un mocetón suyo, el que le causó la muerte, y debía pagarla; o pereciendo la vieja, o dando doce yeguas, y un herraje, o unas espuelas, u otra prenda de valor. Manquel quería persuadirle que era falso el daño, que al regreso de Buenos Aires, quería llevarse por los montes a toda su familia, y que su parienta daría las doce yeguas; que era pobre, y se contentase con ellas. Duró tanto la contienda, que fue preciso se saliesen de la carpa para voltearla y cargarla, y al fin no supe de su resolución. Salimos, pues, a las nueve y tres cuartos, siguiendo la senda y rumbo de ayer. La llanura, piso y pastos, iguales en toda la caminata; sólo vimos a distancia de media legua del alojamiento, dos árboles de chicales, y una legua antes de llegar a Guentcan, en donde paramos, otro. En este sitio, que también hay algunos medanillos, como en los dos anteriores alojamientos, hay una laguna estable, y un pozo de agua menos buena que la del antecedente. También como cosa de ocho cuadras al sur, hay otra hermosa laguna salada. El indio principal que aquí vive, se llama Ena, y dice Carripilun es su pariente; pero yo creo que será por Adán, pues no me cabe puedan darse vivientes con tantos parientes. Tres son los toldos que hay en este sitio, y en los tres, entre chicos, grandes y mujeres, habrá veinticinco personas. Una de las mujeres es española, cautiva, y se halla casada, con varios hijos; y según ella confesó, es Petrona Martínez, rescatada que fue por Antuco, en al famoso malón en que murió Llanquitur, en carrera malal; la trajeron con cinco españolas más a Mendoza, y de allí se huyó para estas tierras.

El 23, por la mañana, tuve de visita seis mujeres de estos toldos, trayéndome una de camarico, un rale de carne de vaca, más cruda que asada, una pierna de carnero otra, y un cordero otra. Les di los agradecimientos que debía, y las obsequié con añil, y unas pocas de las chaquiras que me quedaban. A Carripilun le pasé el asado, que se lo comió   —181→   con sus dos hijos, vertiéndole la sangre por entre los dedos y boca. Luego me dijo que le había gustado la carne, y que le diese una vaca, tuve que comprarle una vaquilla, y la tomó a su satisfacción. En el resto del día, hasta las cuatro de la tarde, no ocurrió cosa notable.

A las cuatro de la tarde, llegó un mocetón a lo de Manquel, de lo de sus parientes; diciéndole, que anoche había estado en lo del cacique Curichipay, y que estaba muy enfadado con Carripilun y nosotros, porque nos habíamos pasado sin pasar a verlo; y que estaba en disposición de venir a maloquearnos, o a lo menos a quitarnos las caballerías. Esta noticia me trajo el capitán Jara, la recibí riéndome, y le contesté: Jara, ya me río de las novedades de estos indios, y si le he de decir a usted la verdad, no merecen otro recibimiento que reírse, y paciencia. Carripilun me dirá lo que pueda resultar; mis bestias están en estado de regalarlas sin sentimiento, o de abandonarlas, y averigüe usted dónde vive ese cacique, para que si está cerca, vaya usted con un mensaje mío a visitarlo, y que venga Carripilun.

Volvió Jara, diciéndome que había quedado Curichipay muy atrás, y que ya venía Carripilun. Poco tardó el llegar, y le dije: Tus caciques no deben saber que mis bestias no están de codicia, o son tan ladrones, que por saciar sus deseos, roban cuanto se les proporciona; yo, me río de sus palabras, pues al que viene proponiéndoles comodidades, ¡quieren desacomodarlo! Ya sabes lo que ha dicho y ha pensado Curichipay. Sí lo sé, me contestó, y le mandé decir que así como él trata con españoles, y no me da parte, traté yo ahora contigo, y no tuve antojo de mandárselo decir. Que yo nunca me sentí, y si él está ahora sentido, que venga de carrera a quitarnos los caballos, que las balas lo harán volver de repente, y que se acuerde de sus fuerzas y las mías.

En esto estábamos, cuando llegó Puelmanc, y apenas se apeó, cuando vino a echarme los brazos, diciéndome: La pena que tuve estos días por andar fuera de tu mano derecha, tengo ahora de gusto al verme contigo, y hallarme bueno. Mucho te quiero; entre los míos no he tenido rato de sosiego. Aquí te traigo a mi hijo Leubumanque, a Imiguan y su mujer, a Quiñanancu, mi cuñado, y a Rapiñan, los que deben acompañarte hasta la presencia del Señor Virrey; pues estos son más, y faltando yo, podrán suplir mi ausencia, porque no olvidarán mis consejos fieles. Quelechalquin, Millapan y Quinchepechun, que son estos, vienen para pasar a la frontera con comercio, y te traen recados muy finos de su cacique Cheuqueñan, solicitando tu salud, felicidad en tu viaje, y ofreciéndote sus tierras y fidelidad para los españoles. Les hice a todos sentarse, les contesté a cada uno con particular cariño, pues el Puelmanc   —182→   es digno del mayor aprecio, y les hice dar mate. Duraron las arengas hasta cerca de las echo de la noche, y siguieron con Carripilun, que nunca se movió de mi carpa, y tiene particular gusto de introducirse en todas las parlas. A las nueve y más acabaron, y me fue preciso decirles que fuesen ya a descansar, que ya era tarde, y yo tenía que hacer. Todos salieron, menos Carripilun, que se esperó a cenar, y después se retiró, prevenido de que mañana debíamos continuar nuestra marcha.

El 24, amaneció una niebla muy densa, y por esta causa, así los caballos de los indios, como los míos, no pudieron hallarse temprano. A las siete llegó un mocetón de Manquel, y dijo que los rondadores de mi tropa andaban perdidos, sin poderse encontrar cada uno de dos que eran, con una tropilla de animales. Hice pronto que saliese el capataz a buscarlos con un práctico, porque no se perdiese también; y entretanto vino Puelmanc a mi toldo con su cuñado Quinchañancú, y comenzando con la acostumbrada arenga, acabó diciéndome, que su cuñado por desear mi amistad, y hacerme ver su fidelidad, había venido, y que en muestras de ello, me traía un caballo de regalo, el que estimaría se lo recibiese. Le respondí, que con sólo decirme era su hermano político, ya me decía que sería fiel, y amigo mio; que con sola la acción de querer regalarme el caballo, quedaba yo agradecido, y me llevaba toda mi voluntad; que ya sabía que mi intención no era de gravarlos, sino aliviarlos y favorecerlos; que cuando necesitaba caballos, los compraba, y que traía ya nueve gordos para mi silla, y que pudiesen servir a mi comitiva; que podría venderlo o regalarlo a otro, y así lograría por dos partes, pues yo le correspondería su fineza, y el otro el caballo. Puelmanc me instó, diciéndome: yo soy el que traigo a mis hermanos y desairas a dos amigos; ya te conozco yo, y vos también me conoces; no me dejes salir corrido y avergonzado de tu toldo, ¿qué dirán los que me vean despreciado? Será favor el que haces en recibirlo, que ya yo sé que no recibes. Le contesté: Puelmanc, no pienses quiero despreciar tu obsequio que me haces con tu cuñado, que no te recibo el caballo, sino que lo hago porque no os perjudiquéis, desacomodándote de una bestia que necesitáis. Ya habéis visto que sólo a Carripilun recibí un caballito de poca importancia, y eso porque antes le di uno de la mejor calidad, que él recibió con gusto, y si tú quieres llevarte otros de mis caballos, o el valor que quieras ponerle a ese que me traes, yo quedaré agradecido de tu fineza, y tú te irás contento con el valor. Repitieron ambos sobre que les recibiese el caballo, y mandé se tomase, previniéndoles que se lo pagaría con algún obsequio que apreciasen.

A las once del día llegaron mi capataz y arrieros, que anduvieron   —183→   perdidos, en estos llanos, por la niebla: hice aprontar la salida, y por esperar algunas caballerías de los indios.




ArribaAbajoJornada XLII

Desde Guentcan a Pichinlob


(Junio 24 de 1806)

A la una y veinte y cinco minutos de la tarde, tomando al nordeste, cuarta al norte, salimos del alojamiento por llano pastoso, y sin leña, y a las dos y treinta y cinco minutos, estuvimos en otros medanillos muy parecidos a los antecedentes, con una laguna en medio, de todo el año. El agua es mucho mejor que la anterior, y mandé se hiciese cerca de ella un pozo, y notó que a la media vara se dio en tosca, y empezó a brotar muy buena agua.

Desde este lugar empiezan a verse las yeguas alzadas, que abundan por estas tierras, según aseguran los indios, y apenas divisaron ellos una tropa, que se fueron a ellas, y mientras mis arrieros descargaron, estuvieron de regreso con un potro de año.

Ponderan que es tan crecido el número de estas yeguas, que aseguran ser un cordón, desde la costa hasta estas fronteras, que es inagotable, y su origen lo fundan en que algunas manadas de sus antepasados se alzarían, y de ahí se han procreado. Pero siendo cierto el que estos indios no conocieron los caballos, hasta la introducción de los españoles que los trajeron, y que ellos nunca han podido aumentar sus haciendas por el consumo de ellas para mantenerse, como que no usan de otros alimentos, es claro que estas castas deben haberse extendido por estos campos, procedentes de las yeguadas de los españoles. También aseguran, que en ellas se encuentran muchos animales marcados, de los que a los españoles se les alzan, e incorporan a ellas, como antes dije. Si es así, esta misma razón manifiesta que dichas yeguas fueron de los españoles, pues así como en el día se les vienen y pierden, sucedería entonces.

Yo creo, y debo presumirlo, que con el pretexto de estas yeguas, se acercan los indios a estas fronteras, y se introducen a las haciendas más próximas, y roban cuanto pueden, pues apenas he visto caballos y yeguas en todas sus manadas que no sean marcadas, y sería mucha casualidad que sólo pillasen las con marcas.

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Los llamistas, los guilliches, los peguenches y demás naciones, y tienen con estos indios de Mamilmapu, un comercio muy vasto de animales, y para mantenerlo, roban hasta donde pueden. Nuestros montañeses, y ultramontanos tienen caminos y alojamientos, que designan las grandes cantidades que conducen, y desde que salí de la cordillera hasta este sitio, pueden contarse muy pocas cuadras en que no haya osamentas de animales muertos que como maltratados y cansados los abandonan para que perezcan. La huella que hay, desde Mamilmapu hasta el anterior alojamiento, no la abriría entre el pasto tupido de coirón de que abundan estos campos, un continuo ejercicio de carros; y de aquí pueden inferirse qué parcialidad de animales no conducirán. Hasta aquí he venido viendo ponchos, mantas, chameles y otras prendas de las que usan aquellos indios, y por cada una de ellas llevan allá doce, y diez y seis yeguas.

El indio Ena, que me acompañó hasta este alojamiento, me hizo presente, que de aquí adelante ya no habían poblaciones, y que los animales que fuesen fatigados, debía dejarlos por no perderlos. Le estimé la advertencia, y así le hice entregar siete, a saber, un caballo del teniente don Ángel Prieto, un rosillo del dragón Pedro Baeza cuatro mulas, y un caballo de la real hacienda. Me pidió le trajese, o le mandase por el cuidado, un par de estriberas de alquimia, y se las prometí.