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ArribaAbajo Retórica, pensamiento crítico e institucionalización cultural

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ArribaAbajoApologías y defensas: discursos de la marginalidad en el Barroco hispanoamericano

La interpretación y valoración contemporánea de los textos coloniales, concentrada en general en la reconstrucción historiográfica y en la recuperación total del texto en tanto instancia comunicativa (determinada por historia, tradición y condiciones de producción cultural), asume en general la forma literaria como parte de un repertorio de recursos estructurados cuya evolución, si bien puede ser estudiada diacrónicamente, aparece fijada en cada época, estableciendo un pacto de lectura cuyo sentido y funcionalidad no siempre se desentrañan con exhaustividad.

Sin llegar a proponer una «sociología de la forma», que se resuelva privilegiando el valor intrínseco de ésta -escindiéndola de su correspondiente elaboración temática o compositiva, o considerando la ideología del texto colonial como un «valor agregado» al literario-, es innegable que el análisis de modulaciones genéricas y utilización de formas retóricas o modelos de composición literaria resulta imprescindible a la hora de establecer tanto la vinculación del texto poético con respecto a las estructuras de poder como el papel del productor cultural dentro de los conflictos de su tiempo. En efecto, el modo específico en que se organiza una obra determinada, las estrategias discursivas a través de las cuales se nos acerca un determinado mensaje, son inseparables pero discernibles de lo comunicado; un dato no sólo relevante sino esencial en la interpretación del complejo proceso de producción de significados.

El objetivo de este trabajo es proponer una lectura ideológica de apologías y defensas en tanto textos fundacionales en el proyecto   —260→   de construcción de la identidad criolla y en tanto discursos que, a través de una retórica específica, interpelan al sujeto virreinal e impugnan el orden ideológico e institucional de la época, desafiando el hegemonismo de los discursos dominantes desde una perspectiva descentralizada y cuestionadora.


Apologías, poéticas e historiografía colonial

El género retórico de la apología y la defensa surge del discurso panegírico que, junto con el discurso forense y el discurso político, constituye, según indica Ernst Robert Curtius, una de las divisiones de la materia artis412, proveyendo un modelo retórico que se entroniza en la poesía medieval principalmente en la poesía de alabanza tanto seglar como eclesiástica, proyectándose luego a la tradición renacentista413.

Durante la Colonia la apología y la defensa aparecen de manera constante integrando tanto el discurso hoy clasificado como literario (desde las crónicas hasta los escritos independentistas, con temática ya religiosa, cortesana, «social») como el biohistoriográfico (confesiones, memorias, biografías, «bibliotecas», catálogos) incluyendo textos donde se realiza la defensa de lo americano, la exaltación de la naturaleza o la cultura del Nuevo Mundo, o donde se efectúa el relevamiento de la producción cultural de los criollos o la celebración de individuos significativos dentro de la sociedad de la época.

Otra manifestación del discurso apologético que merece especial consideración es la que integran una serie de textos que ejemplifican una «modalidad manierista y barroca de tratar asuntos de poética»414. Dentro de este corpus se destacan el Compendio apologético en alabanza de la poesía que acompaña la conocida Grandeza mexicana (1604) del español Bernardo de Balbuena, el Discurso en loor de la poesía (1608),   —261→   texto peruano de poetisa anónima, la Invectiva apologética (1657) del neogranadino Hernando Domínguez Camargo, y el Apologético en favor de don Luis de Góngora (1662), del erudito cuzqueño Juan de Espinosa Medrano, el Lunarejo. Según ha sido indicado, «se trata de obras en prosa en las cuales los propios autores explican sus poemas para encarecer la erudición propia y dignificar su objeto; o para denostar al imitador y defender la propia obra frente a la imitación ajena»415. Es interesante anotar de qué modo el discurso apologético se aplica entonces ya como procedimiento de exaltación y elogio ya, como en el texto de Domínguez Camargo, «con el signo contrario, el del vituperio»416, pero siempre unido a la intencionalidad de legitimar y defender posiciones específicas con respecto a temas que pugnan por obtener reconocimiento público o afirmar una determinada posición ideológica o cultural dentro de la sociedad de la época417. El denominador común en los textos mencionados es la celebración de la productividad cultural americana tratando de demostrar a través de la loa, el análisis literario o la simple enumeración de autores y temas poéticos, los méritos culturales y la capacidad crítica del letrado colonial418.

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El mencionado Discurso en loor de la poesía efectúa, por ejemplo, el elogio de poetas americanos en el contexto de un canto a la poesía y a sus grandes exponentes clásicos, cumpliendo con la idea de que la poesía es «el más encomiástico de todos los logoi»419. Los poetas americanos y particularmente los peruanos de la Academia Antártica que funcionaba para entonces en Lima, aparecen así integrando un Parnaso universal, llegando a veces a superar los méritos de Homero, Tasso o Dante420. Por otro lado, la Invectiva apologética de Domínguez Camargo, defiende la creación del romance «A la Pasión de Cristo», compuesto por el mismo autor a la manera de Paravicino, al tiempo que ataca a sus imitadores juntando en un mismo texto elogio, vituperio y defensa. A su vez, el discurso apologético presente en los textos de Espinosa Medrano y Balbuena es importante principalmente como procedimiento de afirmación cultural dentro del proceso de surgimiento del pensamiento crítico-historiográfico en la Colonia.

La obra de Bernardo de Balbuena es el mejor ejemplo de aplicación del tópico de «alabanza de ciudades» al caso americano, el cual puede ser articulado, en varios niveles, al proceso de formación de la conciencia criolla421. En efecto, tanto la mencionada Grandeza Mexicana como el Compendio apologético en alabanza de la poesía, el cual nos informa de la concepción poética del autor, son representativos de la transición del Renacimiento al Barroco, en lo que tiene que ver con la utilización del discurso panegírico y con la fundamental importancia concedida por el autor al valor fundacional y legitimador de la palabra poética422.

La poesía es en sí misma, según nos indica Balbuena en su Compendio apologético, el amplio territorio en el que se encuentran y consagran tradiciones y obras del presente. A través de su obra lo americano es celebrado como una realidad que participa en la fiesta barroca de   —263→   los universales. Aunque el texto sirva en una primera instancia como confirmación del proyecto imperial de unificación y homogeneización cultural, el exotismo manifiesto en su visión metropolitana no deja de cumplir la función de re-descubrimiento de un mundo colonial que se levanta en ultramar con una inusitada imponencia, donde la Colonia no es ya mera reproducción de la metrópolis, sino asiento de una originalidad y una heterogeneidad que abren impensados horizontes a la imaginación europea. Su profusión de imágenes y descripciones cumplen con la función de conferir con la palabra un estatus de realidad a la circunstancia social y cultural americana, que aunque ocupa aún para el Viejo Mundo el paradójico lugar de la utopía, comienza a distinguirse de ésta adquiriendo la materialidad de lo distinto. En un discurso que discierne entre verdad histórica y verdad poética, la artificiosidad del celebratorio texto barroco tiene, en este sentido, un valor fundacional: contribuye a la constitución del imaginario social de América, formalizando un espacio social -un orbe ordenado de acuerdo a los principios del Imperio pero también de acuerdo a su propia «racionalidad»- en el que la «conciencia posible» del criollo ubicará su identidad diferenciada a través de discursos que a la vez reproducen y desafían las convenciones y bases ideológicas dominantes.




Apologías, defensas e impugnación del orden imperial

Aparte de textos como los mencionados que se articulan en torno al tema específico de la creación poética, con gran frecuencia el discurso encomiástico y de defensa actualiza, dentro de la cultura virreinal, la tópica del panegírico personal asumiendo la forma de «alabanza de los contemporáneos»423 o vinculándose al discurso forense cuando se elabora la defensa personal como mitigado autoelogio o intento de legitimación de posiciones diversas a las dominantes. La vinculación con el discurso político es también evidente en este tipo de composiciones, aunque el proyecto ideológico dentro del cual éstas   —264→   se insertan permanece en general retóricamente enmascarado o mimetizado dentro de los parámetros de los discursos dominantes424. Ya en la segunda mitad del siglo XVII las apologías y defensas que dan expresión al discurso criollo tienen un papel particularmente relevante en cuanto se articulan estrechamente a las tensiones ideológicas y culturales de la sociedad barroca, apartándose considerablemente del tono preponderantemente celebratorio y canalizando de manera cada vez más expresa contenidos ideológicos «no canónicos» que socaban o al menos impugnan, en mayor o menor grado, los fundamentos ideológicos del sistema imperial.

Apología y defensa deben ser entendidas entonces como cara y contracara de un mismo fenómeno, en el que se conjuga -en un mismo texto o en textos que dialogan entre sí, explícita o implícitamente- el discurso del encomio (panegírico o celebratorio) y el de la (auto) justificación. Alabar al otro, al igual que defender lo propio, son operaciones que remiten, dentro de la cultura del Barroco, a distintos niveles de la controversia epocal entre autoridad y subalternidad, fe y razón, escolasticismo y humanismo, centralismo y marginalidad425.   —265→   Las antítesis, claroscuros y máscaras barrocas, encuentran expresión a través de esta dialéctica que elogia hiperbólicamente al Otro al tiempo que impugna sus bases ideológicas, o afirma la identidad del Yo haciendo uso de los recursos de la modestia afectada o adhiriendo a los ritos de la celebración y la obediencia.

El problema del Poder -ideológico, político, cultural- es, por tanto, inherente a este debate, en el que restricciones, acusaciones y sospechas tienen como contrapartida un discurso contracultural a través del cual se canalizan intentos de legitimación o reivindicación de posiciones antihegemónicas e innovadoras que amenazan la unicidad del absolutismo y la ortodoxia.

En su libro Trials of Desire, Margaret W. Ferguson define la defensa (apology) como el «género de aquellos a los que les falta poder», o de quienes buscan obtenerlo y mantenerlo426. Situado temática y retóricamente en el terreno del adversario, ese discurso de la (auto)defensa deja de manifiesto la subalternidad de quien lo ejerce; es un discurso reivindicativo destinado a «remediar las fallas o carencias de la comunicación» y a iluminar aquello que «perturba la norma», mostrando sus razones y su lógica interna427.

Justo es destacar entonces el didactismo inherente en el género de la defensa428. Vinculada en general a preocupaciones teóricas tanto como a problemas de interpretación o prácticas sociales, la defensa expone una determinada postura epistemológica que enseña al otro los fundamentos de la verdad propia, mostrando un nuevo   —266→   ángulo de conocimiento, una nueva -o al menos no dominante- fórmula de acercamiento al tema, tácita o expresamente controversial, que motiva la defensa429. Es justamente ese reclamo de verdad, ese intento por desencubrir y legitimar un nivel de realidad diverso al promovido desde los centros de poder el que inspira textos como la Apologética historia sumaria de Bartolomé de las Casas, o su Apología latina contra Sepúlveda, en las que se revisan y desmontan las bases doctrinarias que legitimaban las guerras de conquista y la explotación del indígena en el Nuevo Mundo430. Esta búsqueda de la verdad a través del género de la defensa desmiente las connotaciones de frivolidad o falsedad a veces adjudicadas a esas modalidades discursivas, recordando la vinculación originaria de estas formas retóricas con la literatura bíblica y la hagiografía431.

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El discurso del elogio y la defensa adquieren particular relevancia en el Barroco hispanoamericano en el contexto de las restricciones impuestas por la ideología absolutista y contrarreformista, en medio de la cual comienzan a vislumbrarse los primeros indicios del proceso de emergencia de una conciencia criolla diferenciada. Si bien el tópico de la alabanza y el sobrepujamiento llegan hasta el Barroco a través de una larga tradición, la articulación de esas formas retóricas al proceso de surgimiento y consolidación de la identidad criolla adquiere un carácter ideológico específico en el contexto de la sociedad y la cultura virreinal del siglo XVII, prolongándose hasta el periodo independentista, por ejemplo, en los escritos de fray Servando Teresa de Mier, quien en sus Memorias, a comienzos de 1822, usa la apología como uno de los vehículos para la canalización de aspectos relacionados con su ideario emancipador y la defensa de las bases en que se asentaba la identidad criolla y la propia, exaltada identidad del fraile mexicano432.

Ese tipo de textos ejemplifica, por tanto, una tensión que remite a una problemática vinculada a la cuestión de la representación de la   —268→   identidad y la alteridad dentro de la cultura colonial, sugiriendo una serie de preguntas que tocan al tema de la funcionalidad social del texto literario en esa etapa de la historia cultural hispanoamericana.

¿En qué forma se articula el «género» de la defensa o el elogio con el valor interpelativo de los textos? ¿Cómo se produce la transición de la mimesis (o la «mímica» de que habla Homi Bhabha) de los modelos dominantes a la elaboración de la diferencia a partir de la cual el sujeto colonial accede a su propia identidad? ¿En qué momento pierde la escritura del colonizado su carácter ancilar para constituirse en expresión de pensamiento crítico independiente, articulado a una identidad social diferenciada? ¿Qué estrategias, qué conducta cultural permite que los modelos retóricos e ideológicos del dominador sean utilizados y redimensionados hasta llegar a potenciar la posición del subalterno? Finalmente, ¿en qué momento y a través de qué procedimientos se pasa de la defensa al alegato, de la respuesta a la interpelación, del elogio del Otro al Yo que se autodefine por contraposición o identificación con la imagen de aquél

Para comenzar una aproximación a estas cuestiones, es interesante anotar de qué modo los más conspicuos ejemplos de apologías y defensas producidos en el siglo XVII, por ejemplo por Juan de Espinosa Medrano y sor Juana Inés de la Cruz se vinculan, aunque con modulaciones diferentes en cada autor, a la oratoria. Margaret Ferguson indica en su citado estudio que la retórica de la defensa vincula las formas orales al discurso escrito, formalizando y fijando a través de la escritura las estrategias argumentativas del sermón y el discurso forense433.

Las consecuencias de esta transición de la oralidad a la escritura son múltiples, principalmente en los niveles de producción y recepción del mensaje ideológico. Por un lado, es obvio que la escritura no sólo concreta sino que refuerza los contenidos de las formas orales, exponiendo las áreas más vulnerables de la ideología hegemónica así como las técnicas de la persuasión y los métodos de la persecución   —269→   ideológica y la censura. Por otro lado, el discurso escrito extiende el campo interpelativo desde los círculos limitados de la predicación o el debate eclesiástico o cortesano hacia un público cada vez más amplio, sacando a la superficie las polémicas y enfrentamientos singulares, y creando las bases para una praxis social crítica e innovadora que promueve el debate y redefine la relación entre espacios públicos y espacios privados en el interior de la ciudad letrada.

Siguiendo así el principio retórico de que «el discurso es la base de todo orden social», y como parte del proceso de institucionalización literaria en el mundo colonial, el lenguaje verbal se va formalizando a través de formas de escritura que socializan lo individual insertándolo en lo colectivo, de acuerdo con la idea aristotélica de que «las palabras habladas son símbolos de experiencias mentales, mientras que las palabras escritas son símbolos de las palabras habladas»434.

En este sentido, el ejercicio del ars dictaminis (arte epistolar), así como los textos que anuncian la constitución de un pensamiento crítico-historiográfico en el mundo colonial no sólo implican la apertura de nuevas formas de conocimiento sino que se establecen como una actividad pedagógica a través de la cual el letrado ilumina e interpela a la sociedad colonial acerca de temas de interés colectivo promoviendo formas de conciencia social de enorme alcance social e ideológico.

El didactismo inherente al discurso de la defensa originado, como se indicara, en la oratoria civil y religiosa, se asienta entonces en la transmisión de una verdad que se descubre por una operación hermenéutica -la interpretación de la estética gongorina en el Lunarejo, la impugnación al padre Vieira en la Carta Atenagórica- que revela el estado y alcances del pensamiento crítico en la sociedad colonial. El logos trascendental deja lugar a un discurso sofístico que incorpora hipótesis acerca de la realidad, aplicándose al desmontaje de los discursos dominantes. La figura del escritor se superpone así a la del orador; la inmediatez de la dialéctica argumentativa del discurso oral se transforma y formaliza en la escritura a través de los modelos de   —270→   la retórica que enseña las técnicas de la persuasión de acuerdo a una pragmática que es inseparable de las luchas por el poder -político, cultural, interpretativo- que caracterizan a la sociedad barroca435.




Discurso apologético, defensas y «retardo americano»

En el contexto de estas luchas, el modelo provisto por el género de apologías y defensas ofrece una perfecta coartada discursiva al espíritu impugnador y antihegemónico del letrado criollo, hasta el punto que el verdadero valor fundacional de esa forma particular de la literatura barroca dentro del proceso formativo de la conciencia hispanoamericana sólo puede ser establecido plenamente en una segunda instancia de lectura, cuando el lector pone en práctica la que Paul Ricoeur llamara «la hermenéutica de la sospecha».

En efecto, nominaciones como las de «apologético», «defensa», «autodefensa» (como se titulara la carta de sor Juana al Padre Núñez en la edición de Monterrey) enfatizan más bien la cualidad reactiva de los textos, presentándolos no como actos de definición u ofensiva intelectual sino como piezas discursivas que asumen y adhieren retórica e ideológicamente a su condición subalterna. Sin embargo los textos constituyen parte de un proyecto alternativo al dominante que da cuenta de profundos cambios sociales e ideológicos en la sociedad virreinal, en la que actores sociales y marcas de identidad social se definen en torno al concepto de alteridad con respecto a los sectores y discursos hegemónicos. De esta manera, el discurso de la defensa   —271→   y el elogio a la vez encubren y canalizan la elaboración de la diferencia, vehiculizando el mensaje criollo a través de modelos que se subsumen en la retórica tradicional. Lo importante es entonces visualizar las estrategias discursivas a través de las cuales la identidad individual y colectiva se define en los espacios de la subalternidad y la marginalidad criollas.

Una de las constantes más recurridas en este tipo de textos es la del retardo americano, que aparece inclusive elaborada discursivamente casi como un motivo caracterizador del discurso criollo en los autores mencionados436. En efecto, la idea del retardo aparece como una marca de marginalidad que afecta tanto aspectos temporales como espaciales en lo que respecto a la localización del discurso criollo con relación al metropolitano. Textos como la Carta Atenagórica de sor Juana Inés de la Cruz o el Apologético en favor de don Luis de Góngora de Espinosa Medrano utilizan pre-textos que remiten a modelos canónicos -cuerpos de doctrina o preceptiva estética- como punto de partida para la afirmación de la identidad intelectual criolla. La actualización de esos pretextos tiene como función dar ocasión a una práctica hermenéutica a través de la cual el letrado virreinal se constituye no solamente en tanto interlocutor válido en polémicas de alcance universal, sino en tanto sujeto colonial, determinado por condiciones bien concretas de existencia y producción cultural437.

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El elemento del retardo o retraso con que el texto criollo inicia o se incorpora a una determinada polémica sirve para dramatizar la distancia entre el ámbito colonial y la metrópolis, entre el Yo que punga por autodefinirse y el Otro que se ubica en el núcleo de los discursos dominantes. De esta manera los textos coloniales desafían e impugnan el centralismo imperial, en un proceso que va desde el motivo del retraso o retardo en tanto marca de marginalidad, hasta la definición del Yo que ocupa ese espacio periférico y subalterno.

En efecto, la Carta Atenagórica, retrasado ejercicio de réplica al sermón del jesuita portugués Antonio Vieira, de 1650, persigue, con la reavivación de la polémica hermenéutica en torno a las «finezas» de Cristo, objetivos personales y sectoriales que superan la legitimidad teológica de la disputa, en cuanto apuntan a la definición del Yo intelectual de su autora y, por derivación, a la afirmación de la capacidad interpretativa del letrado y la mujer criollos.

Directamente derivadas de este texto, y al margen de las circunstancias ocasionales que las motivaron, la Carta al padre Núñez y la famosa Respuesta a sor Filotea de la Cruz apelan al género de la (auto)defensa para legitimar y expandir aquel acto de autoafirmación, dejando atrás los motivos circunstanciales que originaron la réplica a Antonio Vieira y reconvirtiendo el discurso hermenéutico en discurso autobiográfico al servicio del subyacente proyecto de construcción de la identidad del letrado criollo.

El motivo del retardo (ilustrado ya empíricamente en las cuatro décadas que mediaron entre el sermón de Vieira y la refutación de sor Juana) aparece claramente expuesto, en un nivel más especifico, en la Carta al padre Núñez, vinculado a la necesidad de justificación de la epístola. Al comienzo de ésta, sor Juana menciona el tiempo que le ha llevado iniciar su respuesta a los ataques públicos de su confesor, uniendo en su argumento el motivo del retardo al género de la defensa:

Aunque ha muchos tiempos que varias personas me han informado de que soy la única reprensible en las conversaciones de Vuestra Reverencia fiscalizando mis acciones con tan agria ponderación como llegarlas a escándalo público y otros epítetos no menos horrorosos,   —273→   y aunque pudiera la propia conciencia moverme a la defensa, pues no soy tan absoluto dueño de mi crédito que no esté coligado con el de un linaje que tengo y una comunidad en que vivo, con todo esto, he querido sacrificar el sufrimiento a la suma veneración438.



Por su parte, el Apologético de Espinosa Medrano, desfasado elogio del consagrado autor de las Soledades (muerto 35 años antes de aparecer la obra del Lunarejo) provee un magistral deslinde crítico-teórico en torno a las variantes del hipérbaton, al tiempo que evidencia la resentida conciencia de su autor acerca de la marginalidad de los criollos y los estereotipos bajo los que caen los confines virreinales a los ojos de la metrópolis. Apología (en tanto celebración, elogio), defensa de lo propio, retardo temporal y distancia geográfica aparecen unidos aquí en un texto que, en el «destiempo» propio de la marginalidad colonial, reivindica su verdad interpretativa a través de una compleja operación hermenéutica que expone la estatura intelectual del letrado criollo inscribiéndola dentro de un proyecto que apunta hacia la construcción de su identidad por contraposición con la otredad metropolitana. Dice el Lunarejo al comienzo del Apologético, en sus palabras «Al lector»:

Tarde parece que salgo a esta empresa: pero vivimos muy lejos los criollos y si no traen las alas del interés; perezosamente nos visitan las cosas de España439.



[...]

Ocios son estos que me permiten estudios más severos: pero ¿qué puede haber de bueno en las Indias? ¿Qué puede haber que contente a los europeos, que desta suerte dudan? Sátiros nos juzgan, Tritones nos presumen, que brutos de alma; en vano nos alientan a desmentirnos máscaras de humanidad440.



Asimismo, en el «Prefacio del autor» al lector de la Lógica agrega Espinosa Medrano:

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Me siento casi obligado a presentar mi Philosophia Thomistica al mundo letrado, si bien trémulo y no inconsciente de mi insignificancia [...].
[...]

Más, ¿qué si habré demostrado que nuestro mundo no está circundado por aires torpes y que nada cede al Viejo Mundo?441



Y finalmente:

Esto he dicho sólo en recomendación de la patria, pero no es que haya pretendido reseñar ni la sombra de los ingenios que en ella florecen, pues ¿quién soy yo como para atreverme a exhibir una muestra siquiera de tantos y tan grandes hombres que sobresalen en el Perú en letras, en ingenio, en doctrina, en amenidad de costumbres, y en santidad?442



Y puesto que nosotros, por vulgar error llamados «indianos», somos considerados bárbaros; no sin razón me recelo de que tales vicios y solecismos recaigan contra el autor del libro443.



Censura y relegamiento son leitmotiv que acompañan en los textos mencionados el desarrollo textual de la defensa y la apología, creando una especie de contrapunto con respecto a la argumentación central, nutriendo desde el margen un discurso que se dispara de lo general a lo particular, de los temas de la alta cultura a la cotidianeidad, de los núcleos de interés hermenéutico a la periferia de la experiencia personal.




Defensa, «afiliación» e identidad americana

Tanto en el elogio de Góngora efectuado por el erudito cusqueño como en la autodefensa de la monja mexicana la transición desde los términos que motivan la polémica hacia la consolidación del yo   —275→   escritural (es decir, el paso desde el elogio del Otro o la defensa ante el Otro hacia la afirmación de una individualidad diferenciada) es inmediata. En los dos escritores virreinales ese paso está marcado por la articulación de las circunstancias individuales a una adscripción sectorial (a una «afiliación», diría Said)444. En el caso de sor Juana, niveles como los de la cuestión de la mujer, la subalternidad en la jerarquía eclesiástica y la propensión hacia una intelectualidad profana, marcan una marginalidad múltiple que inscribe la experiencia individual de la monja dentro de una problemática colectiva bien definida dentro de la sociedad de la época. En el Lunarejo, la conciencia de su origen mestizo y su condición colonial, la voluntad de reivindicación del quechua y el reconocimiento de su relegamiento en los márgenes de la cultura oficial son bases de un proyecto de afirmación de la cultura criolla que aparece elaborado como contra-mensaje en el cuerpo textual del Apologético, planeado como reafirmación de los méritos de la estética gongorina.

Elogio y defensa se revelan así como coartadas retóricas que dosifican y «naturalizan» el reclamo, la impugnación y la autoafirmación colonial. En efecto, la dominante discursiva en textos como los mencionados se inscribe dentro de los parámetros marcados por la escolástica y el absolutismo imperial, aunque el productor colonial juegue con el límite y experimente con mensajes marginales y subrepticios que se nutren de recursos legitimados por la tradición, manipulando la retórica forense, el panegírico hiperbólico o el tópico del pauca e multis, por ejemplo («no hay palabras para lo que se quiere expresar»).

En el caso particular de Espinosa Medrano, el recurso apologético está presente en sus sermones, en los que la oratoria sagrada sirve como vehículo a una barroca alegorización de la condición colonial de América, particularmente en la «Oración panegírica de Santa Rosa», analizada por José A. Rodríguez Garrido, donde se realiza «el panegírico de la santa como defensa y elogio de una americana»445.   —276→   Según indica Rodríguez Garrido, «podemos legítimamente preguntarnos si no está desarrollando el orador una defensa que es perfectamente parangonable con otra, la del intelectual americano, que intentara en el Apologético», concluyendo que «es obvio que el sentido meramente religioso se desborda y el sermón puede verse como un capítulo más dentro del gran texto escrito por su autor en defensa de una idea». Nuevamente elogio y defensa aparecen como dos instancias de un proyecto reivindicativo en el cual la conciencia criolla se proyecta desde la condición colonial hacia un mundo de posibles articulaciones que permitan superar la posición inferior y marginal del colonizado. El clasicismo, la escolástica, la teoría del Estado, la estética gongorina y en general el universal campo de las disciplinas profanas son claramente visualizados en el Barroco como el núcleo de una racionalidad exterior aunque entronizada en el mundo colonial, que abarca pero supera a la metrópolis; una centralidad de la razón que sólo muy dosificadamente se irradia hacia América, y a la que se puede acceder a través de subversivas operaciones de apropiación y redimensionamiento de cánones, y por medio de una mimetización que resguarde y al mismo tiempo fortalezca la propia identidad, mientras se gestan las instancias históricas que consagrarían la razón sobre el dogma.

La puesta en práctica de la defensa, que aparece como respuesta o reacción a la falta de reconocimiento, la censura o el cuestionamiento, implica siempre, como señala Ferguson, la ruptura de algún código de conducta social y la transgresión de las convenciones de consenso y aceptabilidad, como claramente ilustra el caso de sor Juana, cuya praxis cultural amenaza no sólo las convenciones sino los principios del orden dogmático. En este sentido, aunque el concepto de defensa pueda sugerir una mecánica meramente reactiva, cuyos términos están determinados por el discurso agresivo y dominante   —277→   del Otro, su utilización indica pugna, controversia, polémica, es decir la presencia de posiciones alternativas, contraculturales, que buscan definirse en condiciones adversas. Por su misma excentricidad (o sea, por el diálogo que entabla con los poderes centrales y las normas y cánones que de allí se derivan) tal proyecto involucra la construcción de un público, es decir, la búsqueda de un espacio de intercambio comunicativo con los poderes establecidos, tanto como la conquista de un potencial receptor solidario con las posiciones expresadas en la defensa. El «nosotros los criollos» que marca la posición enunciativa del Apologético, así como las alusiones de sor Juana a su condición de mujer, a su linaje y a su comunidad (los cuales la obligan a la defensa de su reputación) efectúan a través de sus diversos niveles de «afiliación», el arraigo del caso individual en la problemática colectiva. Espinosa Medrano es el letrado virreinal que busca incidir en la polémica metropolitana desde su arraigo en la cultura quechua (en cuya lengua predicaba); sor Juana aboga por la legitimidad de los estudios profanos y los derechos de la mujer desde su subalternidad jerárquica y de género. En ambos el telos de la escritura es esencialmente interpelativo, y se define no sólo por la necesidad y el placer de persuadir al Otro sino por el proyecto de fundar la didáctica del subalterno: la práctica de «convencer desde el margen» que Ferguson señala como esencial al género de la defensa.

Esos textos informan así ejemplarmente no sólo acerca de la circunstancia histórico-biográfica que los origina, sino acerca del complejo proceso de institucionalización del poder cultural en el mundo colonial donde la subordinación del letrado criollo se reconvierte creativamente, materializándose en mensajes que con frecuencia desbordan los límites tradicionalmente fijados del modelo escritural a través del cual se canalizan. La obra epistolar de sor Juana ilustra acerca de ese proceso de reconversión discursiva. Las «bachillerías de una conversación» en que la monja se refiere críticamente al sermón del portugués, que había refutado a su vez opiniones de san Agustín, santo Tomás y san Crisóstomo, pasan, a través de la consagración escritural, a quedar documentadas en un formalizado discurso «digno de Minerva» de imprevistas repercusiones culturales e ideológicas.

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El intercambio conceptual entre sor Juana y el obispo de Puebla, encubierto bajo el seudónimo de sor Filotea, enmascara también bajo la retórica del ars dictaminis una pugna que involucra los principios del orden jerárquico y dogmático en que ambos contendores se inscribían. A su vez, la réplica epistolar a Antonio Núñez, oculta bajo el debate personalizado y el tono de lo doméstico y biográfico, una profunda divergencia en cuanto a temas de política cultural en la sociedad novohispana.




Conclusión

De acuerdo al análisis realizado, el discurso de la defensa debe ser valorado como expresión formalizada de la transición hacia formas de conciencia que impugnan el espíritu homogeneizante y preceptivo del mundo colonial, exponiendo a través de la palabra escrita las instancias de la constitución de identidades colectivas en el mundo colonial. En este proceso, y haciendo un uso creativo y heterodoxo de las formas provistas por la tradición, el letrado criollo expone y elabora como temas de una agenda política propia, los tópicos del retardo, la subalternidad y la marginalidad, pugnando por contrarrestar la condición periférica del mundo colonial a través de una racionalidad crítica y reivindicativa. Panegírico y defensa no son ya dispositivos que celebran y confirman retóricamente un orden cultural e ideológico sino instrumentos de pluralización, autoafirmación y apertura hacia una problemática colectiva cuya misma existencia y reconocimiento amenazan la unicidad del proyecto imperial proponiendo en su lugar una dinámica cultural crecientemente crítica y participativa, a partir de la cual los nuevos centros culturales de la colonia visualizan los discursos metropolitanos como la voz del Otro, es decir, como una preceptiva elaborada al margen de la problemática americana.





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ArribaAbajoFormación del pensamiento crítico-literario en Hispanoamérica: época colonial


Problemas preliminares

A partir de la década de los años sesentas los estudios literarios han venido replanteando con insistencia la necesidad de conferir un lugar central a la reflexión sobre el surgimiento e institucionalización de la crítica y la historia literaria latinoamericana.

La profusa producción literaria del continente, así como la apertura hacia planteamientos y métodos de las ciencias sociales (los cuales permitieron reformular con mayor rigor, por ejemplo, la problemática de las culturas nacionales), fueron fundamentales para impulsar esa reflexión de la crítica sobre su propio quehacer, sus supuestos teóricos y, sobre todo, su origen y desarrollo histórico.

En ese sentido, sin embargo, a pesar de que ya se cuenta con algunos trabajos pioneros que abren la senda para una investigación de envergadura sobre el tema, la mayor parte del camino está aún por recorrer446.

En su gran mayoría los estudios que se han venido produciendo sobre el tema se han centrado más bien en análisis monográficos   —280→   sobre la obra de críticos contemporáneos ya reconocidos, sin avanzar aún hacia un estudio diacrónico y global de la disciplina ni vincularla a otras áreas de la cultura continental. Muchos menos se han abocado a dilucidar los orígenes mismos del pensamiento crítico-literario en Hispanoamérica, tan ligados al afianzamiento de la cultura virreinal en el Nuevo Mundo y al proceso de constitución de la sociedad criolla. Casi todos coinciden en ver en Andrés Bello (1781-1865) el iniciador de la crítica literaria continental, y en considerar las polémicas entre clásicos y románticos como el primer atisbo de pensamiento crítico-teórico en Hispanoamérica en área de los estudios literarios.

¿Qué reflexión acompaña, sin embargo, a la producción literaria virreinal? ¿A partir de qué supuestos epistemológicos comienza a gestarse una noción de literatura capaz de dar cuenta de la producción americana? ¿Cómo se articula la tradición europea, especialmente la recogida en poéticas y preceptivas clásicas retomadas por el Renacimiento y el Barroco, a la diversidad étnica, lingüística e ideológica americana y a su consecuente heterodoxia poética? ¿Qué modelos interpretativos y valores estéticos guían el «gusto» del sector letrado que está definiendo su identidad y afianzando su poder en el seno de la sociedad criolla? ¿Cómo reflexionan el pensamiento crítico y la historiografía sobre su propia praxis en esa época de lucha por la hegemonía ideológica y el predominio discursivo? En resumen, ¿a partir de qué parámetros se funda el pensamiento crítico-literario hispanoamericano antes de la constitución de los estados nacionales?

Una investigación preliminar de los textos coloniales posibles de ser canonizados como representativos de estas primeras etapas del pensamiento crítico-literario hispanoamericano revelados problemas que son inherentes a ese objeto de estudio y que han sido ya anotados en estudios sobre el periodo colonial.

El primero se refiere a la falta de diferenciación disciplinaria (y por tanto, al entrelazamiento discursivo y metodológico) existente en la cultura colonial. Crítica e historiografía literarias se presentan durante el periodo colonial como un continuum conceptual y como una praxis indiferenciada que se aplica al fenómeno poético sin la especificidad   —281→   metodológica que adquirieran con posterioridad447. En puridad, sólo puede hablarse de «crítica» e «historiografía» por una convencional extensión retrospectiva de términos que se ajustan a nuestra percepción y metodología contemporáneas. En los siglos XVII y XVIII la falta de fronteras entre las disciplinas -tal como se las concibe actualmente- caracteriza a esas modalidades del conocimiento como derivación del carácter comprensivo de la Retórica, arte y preceptiva de la eficacia verbal que se extiende, desde la tradición clásica, a todas las regiones del discurso. Para que se produzca la diferenciación disciplinaria será necesario que, acompañando a la modificación de las estructuras político-económicas, avancen los procesos de institucionalización cultural a nivel continental, respondiendo a los impulsos del pensamiento ilustrado y, con posterioridad, de la filosofía positivista.

El segundo problema, ligado al anterior, tiene que ver con el hecho de que, al margen de las obras que se autoproponen deliberadamente como textos críticos o de relevamiento historiográficos en la Colonia, una inmensa cantidad de conceptos, valores y aún anotaciones metodológicas aparece de manera infusa, como parte del cuerpo textual de composiciones literarias del más variado estilo, o en correspondencia privada, registro de certámenes literarios, documentos de censura o autorización de obras para publicación, etcétera. La tarea del estudioso actual es entonces la de entresacar conceptos, valores estéticos, principios de ordenamiento y catalogación, así como referencias críticas incluidas en ese vasto y heterogéneo material, y proponer una lectura integradora que lo postule como discurso crítico.

Una segunda serie de cuestiones relacionadas con el surgimiento del pensamiento crítico literario en la Colonia tiene que ver con   —282→   aspectos ideológico-culturales relativos a la conflictiva vinculación metrópolis/colonias.

Sería absurdo pensar que este pensamiento crítico emergente en América se da con independencia de las teorizaciones y metodologías europeas. Asimismo, sería ahistórico no vincularlo a la polémica relación político-ideológica existente entre el Viejo y el Nuevo Mundo.

Como ha sido indicado, la tradición greco-latina llega a América principalmente a través de las nociones teóricas y principios operativos presentes en poéticas y preceptivas del Renacimiento y el Barroco. Los textos que se van creando en el Nuevo Mundo aplican y reelaboran esa tradición, la cual de inmediato pone de manifiesto la tensión existente entre ese cuerpo normativo y los productos poéticos americanos.

Al igual que en otras áreas de la cultura colonial, en el terreno de las bellas letras y en el del pensamiento crítico derivado de ellas, se evidencia la lucha entre las fuerzas contrarias de la cultura dominante y las peculiaridades de las nacientes culturas de ultramar. El pensamiento crítico-literario surge en América requerido por ambos polos, y a ambos rinde culto, en una síntesis que confunde nuestra percepción teórica actual, marcada aún por la diferenciación disciplinaria neopositivista.

Uno de los principales puntos de tensión surge en relación con la cultura criolla, especialmente por su vertiente indígena, tradicionalmente desacreditada en el contexto europeo y entre buena parte de los integrantes del sector dominante en ultramar. González Stephan señala ese hecho refiriéndose a la historiografía colonial, al indicar que los intentos de relevamiento y ordenamiento de la producción literaria aparecen en la Colonia.

[...] como prácticas discursivas que se erigieron en tanto enunciados aseverativos que defendían la cultura colonial y que sólo pueden ser cabalmente apreciados si se los integra dentro del marco de las discusiones y polémicas generadas a partir del Descubrimiento. [Las] teorías sobre inhabitabilidad y deformación de la geografía y la inmadurez e incapacidad del hombre americano desplegaron   —283→   toda una plataforma discursiva con agresivas polarizaciones, unas a favor y otras en contra del carácter humano, social e histórico del Nuevo Mundo448.



En ese sentido, la crítica y la historiografía adquieren un sentido ideológico preciso al proyectarse como prácticas reivindicativas de la racionalidad y la productividad americanas. En consecuencia, «La tendencia a desacreditar el legado indígena [...] fue un incentivo clave que determinó el relevo cultural y bibliográfico en un enunciado que tenía como interlocutor y destinatario aquellos detractores del quehacer en la América»449.

Por otra parte, como es obvio, la práctica crítico-historiográfica es, en sí misma, periodizable. Tanto sus métodos como su sentido ideológico se modifican en las distintas etapas de la Colonia, respondiendo no sólo a las variables del pensamiento europeo sino a los impulsos derivados de la propia maduración política y cultural americana. A medida que la sociedad virreinal avanza hacia las instancias que prepararán la emancipación, la literatura y la crítica afinan sus propuestas manifestando la presencia creciente de una conciencia histórica americana. A efectos de la impronta filosófica del pensamiento ilustrado, y respondiendo a los intereses de la elite criolla, la literatura y la crítica americanas van afirmando su contenido nacional en un proceso de progresiva diferenciación disciplinaria y afirmación de la identidad americana que pasa, entre otras cosas, por la recuperación del pasado indígena450.

Se reformulan así los conceptos de historia, obra literaria, poeta (o productor cultural, en sentido amplio), lector, así como los relacionados con el papel ideológico de la crítica dentro del vasto mapa   —284→   sociocultural americano. En todo esto es esencial el protagonismo del sector letrado para quien literatura, crítica e historiografía son sólo algunas de las trincheras desde las que lucha por el poder político y la autoafirmación cultural.




Hacia una canonización de la crítica literaria colonial


Elogio a la poesía y apología del poeta: versiones del Parnaso en América

De manera dispersa, existen una serie de estudios que han abierto una brecha en el campo de la producción colonial, llamando la atención sobre autores de los siglos XVII y XVIII que son esenciales para la constitución de un corpus del pensamiento crítico-literario emergente en Hispanoamérica451.

Cronológicamente, el primero de esos textos clave en los inicios del pensamiento crítico-literario hispanoamericano es el Discurso en loor de la poesía, texto anónimo de 1608 atribuido a una dama peruana, el cual fuera editado y estudiado por Antonio Cornejo Polar en los años sesentas452.

El texto es una fuente invalorable para la verificación de la fuerte influencia y asimilación de la tradición clásica en el Nuevo Mundo, así como para el estudio de los conceptos más recibidos (de inspiración neoplatónica) sobre el origen e importancia de la poesía. Ésta es concebida como el resultado de un don divino de efectos purificadores, que parte de la virtud y que a ella conduce, manifestándose así como una práctica de utilidad social.

Asimismo, el Discurso plantea la tensión entre los temas y conceptos derivados de la ortodoxia cristiana y los que llegan de la vertiente mitológica del paganismo. El sincretismo cultural del Discurso   —285→   admite la subordinación de esta segunda vertiente en tanto que discurso marginal que se integra y enriquece la dominante cristiana, tema que sor Juana abordaría también con posterioridad.

Pero el objetivo principal del texto es el elogio de la poesía por su esencia elevada que combina creación y artificio en una síntesis venerada desde la antigüedad. El Discurso legitima así la poesía como una práctica consagrada por su valor moralizante y abarcador de las distintas manifestaciones humanas que, a través del discurso poético, se expresan y revierten sobre el individuo que las ha inspirado. La summa poética permite concebir al creador como sabio y profeta, integrando así a la concepción neoplatónica central del Discurso elementos aristotélicos, ciceronianos, etcétera, que apuntan hacia una racionalización del fenómeno literario453.

Obviamente, al margen del interés del Discurso en loor de la poesía en tanto compendio de conceptos y valores atribuidos a la creación poética, el texto sugiere la problemática del productor colonial, específicamente en lo que toca a la condición de la mujer dentro de la cultura virreinal.

Las especulaciones y estudios acerca de la autora anónima del Discurso (a quien Ricardo Palma da el nombre de «Clarinda») se basan en las referencias del texto acerca de la condición femenina de su creadora, vinculando este texto a la «Epístola a Belardo» de Amarilis454. Esta segunda composición (que Augusto Tamayo Vargas atribuye a la misma autora del Discurso) es otro de los textos del periodo colonial que aparecen como imprescindibles para un estudio de la erudición y los conceptos dominantes en torno a la poesía en las primeras décadas del siglo XVII455.

  —286→  

En todo caso, es importante que la creación de estos textos que inauguran la reflexión acerca de la literatura en Hispanoamérica corresponda a mujeres456. El problema de la autoría tanto del Discurso como de la «Epístola» se vincula así al de la recepción cultural en la Colonia. ¿Qué vertientes enriquecen la circunstancia cultural del productor colonial, específicamente de la mujer, y hasta qué punto su contacto con la cultura conventual o con la cortesana, así como su marginación de los centros de poder y las instituciones culturales afectan su «lectura» de la tradición y su aplicación selectiva de conceptos y valores estéticos a la producción literaria virreinal?

Al margen de estas cuestiones que se proyectan hacia el campo de una crítica de la cultura, los textos aludidos no constituyen aún ejercicios críticos de carácter hermenéutico sino composiciones laudatorias que recogen las preferencias y conceptos estéticos dominantes en las poéticas clásicas. Por lo mismo, esos textos ponen de manifiesto el sustrato mismo en el que se apoya la productividad cultural en la sociedad virreinal, sustrato del cual emerge la noción de literatura vigente en el periodo, obviamente ligada a la idea de escritura y a las formas cultas provenientes de la tradición europea.

En esa línea pueden ser estudiados textos como el Triunfo Parthénico de Carlos de Sigüenza y Góngora, el cual surge hacia fines del siglo XVII con el propósito de recopilar poemas premiados en certámenes literarios de los años 1682 y 1683. En opinión de Irving Leonard «El Triunfo Parthénico tiene mayor interés como testimonio curioso de los hábitos literarios de la época que como colección de poemas»457.

Sin embargo, será recién en la segunda mitad del siglo XVII que aparecerá en el Virreinato del Perú una obra en la que se avanza decididamente por la senda de la teorización literaria y el análisis textual. Se trata del conocido Apologético en favor de don Luis de   —287→   Góngora (1662) del sacerdote cusqueño Juan de Espinosa Medrano, apodado el Lunarejo, obra en la que la cualidad jánica del Barroco hispanoamericano se manifiesta con total claridad458.

Por un lado, como ya ha sido anotado en otro momento en este mismo libro, el texto se abre a las polémicas metropolitanas en torno al poeta cordobés, denotando un dominio de los términos generales del debate, las técnicas culteranas y las reglas retóricas. Por otro lado, como contrapartida de la erudición y control del aparato crítico, en el Apologético habla el letrado criollo de su marginación y retardo con respecto a la cultura metropolitana. En todo caso, el desarrollo del pensamiento crítico aparece muy claramente en la obra de del Lunarejo como una de las formas ideológico-culturales a través de las cuales el sector letrado trata de definir su identidad, en un proceso en el que se combinan la asimilación de modelos dominantes y la búsqueda de la diferenciación y la especificidad americanas459.

El Apologético contrapone el elogio de Góngora a los conceptos vertidos por el portugués Manuel de Faría y Souza acerca de Luis de Camões en 1639. En la obra de este comentarista, la exaltación de Camões resulta en denostación de la poética gongorina, especialmente por la distorsión discursiva provocada por el uso constante del hipérbaton. Espinosa Medrano trata exhaustivamente las modalidades y sentido expresivo que adquieren en Góngora los «traspasamientos» o transgresiones del orden convencional del discurso. Propone una lectura de la poética culterana en tanto «habilitación» del idioma castellano, el cual va abandonando sus formas antiguas y entrando en un proceso lingüístico que requiere a la vez la experimentación y el redimensionamiento de las formas tradicionales.

Al mismo tiempo, a través de sucesivos deslindes teóricos, el erudito cusqueño no solamente distingue los diversos estilos de crítica (destructiva, tensora, erudita, etcétera) sino que brega por   —288→   la instauración de una crítica científica («matemática»), basada no en el mero relevamiento o cuantificación de procedimientos, sino en la evaluación de su cualidad comunicativa (expresiva) dentro del contexto poético.

Asimismo el Apologético plantea, entre otros, los problemas de tradición versus originalidad, norma culta («lengua alta y peregrina») versus «lengua vulgar y plebeya», historia versus poesía, «escritura humana» versus poesía secular.

Los estudiosos del Apologético han notado con acierto la actitud «formalista» del texto, adelanto de planteamientos contemporáneos en torno a cuestiones tales como las de fondo/forma en literatura, la especificidad del lenguaje poético y la definición de la crítica como ejercicio analítico e interpretativo, que se extiende más allá de los límites de la preceptiva460.




Catalogación y biografía

Pero la actitud formalizadora no se circunscribe al campo de la crítica literaria. El mundo cultural americano se consolida en los siglos XVII y XVIII como objeto de reflexión y análisis. Y una de las características que más resaltan en él son las ideas de abundancia y variedad. Surgen así numerosísimas obras de registro y catalogación tanto de elementos de la Naturaleza peculiares en el Nuevo Mundo como de las diversas modalidades de productividad cultural que proliferaban en los virreinatos.

  —289→  

El espíritu que impulsa la investigación arqueológica, geográfica, etnográfica, se manifiesta también el plano de la literatura, dando lugar a obras de recopilación y ordenación bibliográfica, que en algunos casos apuntan ya a un deslinde entre los materiales de la historia y la ficción, como indica González Stephan al mencionar, por ejemplo, el Teatro eclesiástico de la primitiva iglesia de las Indias occidentales, vidas de sus arzobispos (1649) de Gil González Dávila461. En otros casos, son los mismos escritores españoles (Cervantes, en su Viaje del Parnaso, 1614 o Lope de Vega en sus composiciones «La Filomena», 1621 y «El laurel de Apolo», 1630) que llaman la atención sobre la productividad literaria americana.

Pero al mismo tiempo, se advierte por parte de los americanos la necesidad de introducir un principio de orden que permita la absorción de ese mundo prolífico y heterogéneo. La curiosidad científica y el alcance humanístico de los eruditos de la época permiten la creación de obras del aliento de las Memorias histórico-filosóficas, crítico-apologéticas de la América Meridional (1758) del peruano José Eusebio Llano Zapata, en la que se describe el reino mineral, la fauna, flora y geografía americanas. El mismo autor, en cartas a personajes de la época, critica asimismo los vicios de la sociedad limeña, propone reformas de la enseñanza tradicional y recomienda enfáticamente la escritura de una historia literaria que rescate del olvido a los escritores americanos, abandonados en las márgenes del imperio462.

Historia literaria y «Memorias» son entonces aún parte de una crónica cultural americana que debe ser escrita por los productores y receptores del nuevo continente, como acopio de información y demostración de existencia cultural, para sentar las bases de un proceso cultural diferenciado en el Nuevo Mundo. El tono reivindicativo del proyecto historiográfico del siglo XVII florece en algunos   —290→   casos, como en el de Llano Zapata, al margen de las instituciones ya que como indica Barreda Laos, el peruano

[...] no fue alumno de ningún colegio ni universidad. Debido quizá a este apartamiento de los centros de cultura caduca, donde dominaban preocupaciones tradicionales y escrúpulos religiosos que impedían toda espontaneidad, Llano Zapata pudo revelar cierta tendencia original a la crítica libre y a la experiencia personal463.



En cualquier caso, los catálogos, inventarios o «bibliotecas» que en los siglos XVII y XVIII hacen acopio de los materiales producidos durante la Colonia, implican la apertura de un espacio crítico estrechamente ligado al proceso de definición de la identidad americana y afirmación del sector criollo464.

En este mismo sentido debe verse también la práctica biográfica que acompaña a muchas de esas obras de registro y catalogación. Los «Prólogos» que anteceden a las diversas partes de la Biblioteca Mexicana (1755) de Juan José Eguiara y Eguren, por ejemplo, incluyen información inédita sobre gran número de autores mexicanos, imprescindible para la reconstrucción de su circunstancia histórica y personal465.

En otros casos, como en el de las obras de Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, El Nuevo Luciano de Quito (1779) y su continuación, La ciencia blancardina (1780) los conceptos críticos aparecen   —291→   inmersos en obras que tienen como principal objetivo el cuestionamiento de la educación jesuita. Así se discuten en El Nuevo Luciano, por ejemplo, «La retórica y la poesía» (Conversación tercera) y «Criterio del buen gusto» (Conversación cuarta)466.

Tradición clásica, producción americana, conceptos de moral, reconstrucción del ambiente sociocultural de la época, se entremezclan en los diálogos irónicos de Santa Cruz y Espejo, los cuales se proponen, en un amplio proyecto, el mejoramiento intelectual de Quito. El personaje de Moisés Blancardo introducido por el erudito ecuatoriano da lugar a una discusión sobre el buen gusto y la censura, las virtudes de la oratoria y las relaciones conflictivas entre el escritor y su receptor inmediato.

Moralizador, reformista, reivindicativo, el pensamiento crítico se vuelca desde sus inicios hacia el lector. La literatura y la crítica son vinculadas directamente a la sociedad de la que surgen, a las reacciones que causan en el receptor, y, por tanto, a la manipulación de que son pasibles por el mensaje ideológico que contienen. La crítica aparece concebida muchas veces como una derivación de la oratoria: sirve a los objetivos de la persuasión, el cuestionamiento social, el intercambio ideológico, el debate.

De esta manera, el pensamiento crítico que en el siglo XVII parte de la exaltación de las virtudes purificadoras de la poesía, alcanza un alto grado de sofisticación crítica (hermenéutica, formalista e interpretativa) hacia fines de siglo, orientándose al mismo tiempo hacia el ordenamiento historiográfico y la reconstrucción biográfica y asumiendo cada vez más la importancia social e ideológica que le corresponde en la sociedad criolla.

La polarización entre una crítica subjetiva e inmediatista, marcada por el gusto personal, la lisonja y la frivolidad cortesana por un lado, y las propuestas mucho más formalizadas de reconstrucción cultural, relevamiento bibliográfico y crítica «científica» por   —292→   otro, da lugar en América a una variada gama de obras crítico-histórico-literarias cuya heterogeneidad revela la coexistencia de proyectos político-culturales de diverso signo ideológico, que se continúan bajo distintas formas en las etapas posteriores del desarrollo continental.

En la Colonia, racionalización, identidad criolla, cuestionamiento de la cultura virreinal y las instituciones, son todas piezas que comienzan a delinear un proyecto cultural liberador que recoge los efectos del deterioro de la unidad imperial. El avance del pensamiento crítico es sólo una de las formas que asume la conciencia histórica y social en América. Y sus logros son también, como ha sido dicho, el producto de solamente una de las vertientes culturales del Nuevo Mundo: la dominante, dueña de la palabra y de la historia467.







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