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Las bases materiales de esta «ruptura epistemológica» que se va operando paulatinamente aparecen bien especificadas por Hernández-Sánchez Barba al tratar «La cultura en la sociedad barroca indiana» (op. cit., pp. 329-408).

 

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En esta sección se utilizarán con amplitud las nociones de hablante e interlocutor en el sentido lato que se confiere a estos términos cuando se alude a un sistema comunicativo, es decir, como sinónimos de «emisor» (del cual deriva una determinada perspectiva enunciativa) y «receptor». Estas denominaciones se adaptan a la estructura del discurso epistolar y al estilo interpelativo del texto de sor Juana, sin descartar otras, como por ejemplo «destinatario».

 

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A. Tapia Méndez, ed., op. cit., p. 19, párrafo 12.

 

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En su artículo titulado «Sor Juana: testigo de cargo» Paz se refiere a la monja destacando la influencia de la literatura jurídica en el sistema argumentativo de la monja (p. 47). Asimismo Tapia Méndez indica que «Si en la Respuesta a sor Filotea, sor Juana se defiende sentada en el banquillo de los acusados, en la Autodefensa espiritual, está en pie, dolorosa pero erguida, para reclamarle a su dictador espiritual» (op. cit., p. 46). No se trata solamente de esto, sino de la alternancia de posiciones discursivas dentro del mismo texto. Así, más que como un mero rasgo de estilo o manifestación «del espíritu de réplica creciente que se habría ido desarrollando en [sor Juana]», según indica Sabat-Rivers («Sor Juana Inés de la Cruz», en Luis Íñigo Madrigal, Historia de la literatura hispanoamericana. I. Época colonial, p. 289), habría que estudiar este procedimiento como una estrategia retórica de mayor alcance, tendiente a crear una situación discursiva diversificada, capaz de asediar y reducir la argumentación que se le opone. Con más detalle se refiere a esta estrategia argumentativa Perelmuter-Pérez al estudiar la retórica en la Respuesta a sor Filotea, aludiendo específicamente la «línea de la oratoria forense» utilizada por la monja en su defensa, así como la utilización de los clásicos de la retórica como «ciencia del habla», incorporados estrechamente a la cultura renacentista en general, y de modo más particular, al arte epistolar. Muchos de los procedimientos retóricos utilizados por sor Juana en su Respuesta a sor Filotea y anotados por Perelmuter-Pérez aparecen en el texto de Monterrey: uso de superlativos, «fórmulas de modestia afectada», expresiones derogatorias, así como la organización del discurso de acuerdo a las estructuras formalizadas por los retóricos clásicos bien conocidos por sor Juana («La estructura retórica de la Respuesta a sor Filotea», en Hispanic Review, núm. 51, pp. 147-158. Por más información sobre la retórica en el periodo medieval y su extensión hasta el Renacimiento, y en especial sobre el arte epistolar, véase a James L. Murphy, La retórica en la Edad Media. Historia de la teoría retórica desde san Agustín hasta el Renacimiento, pp. 202-274.

 

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«La controversia, regulada en sus detalles, puntuada de divisiones y de subdistinciones, es un proceso imaginario, estrictamente desarrollado con preguntas y respuestas, réplicas y contrarréplicas (términos técnicos que designan la liturgia del giro de la palabra en el curso de un proceso), para acabar finalmente formulando la sentencia [...] El hecho es que la Escolástica no operaba de un modo puramente deductivo, sino más sutilmente siguiendo el arte del juez, los rodeos del procedimiento judicial, como se puede ver por otra parte en la expresión generalmente ultra-probabilista de las conclusiones del razonamiento» (Pierre Legendre, El amor del censor. Ensayo sobre el orden dogmático, p. 62).

 

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Sobre el ritual de la confesión y la mecánica del perdón se extiende Legendre a lo largo de su estudio, mostrando estos aspectos en relación a la constitución del orden dogmático.

 

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Legendre retoma el concepto platónico de la política como «el arte de apacentar a los hombres, "indicando de qué modo" [...] el discurso occidental sobre la institución considera al arte de gobernar como una antroponomia, es decir, como un arte natural que tiene a su cargo el velar por la alimentación y la generación de los Hombres; en otras palabras, la Política funciona regiamente [aquí también, releer a Platón], para vigilar de modo absoluto los gestos humanos y para producir la forma de sumisión más conforme a la especie» (ibid., p. 167).

 

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Con respecto al tema del cartesianismo y su influencia en el pensamiento hispanoamericano pueden consultarse los aportes de Leopoldo Zea «Descartes y la conciencia de América», en Filosofía y Letras, núm. 39, pp. 93-106 y, de manera más específica, los de Francisco López Cámara («La conciencia criolla...», en op. cit.; «El cartesianismo en sor Juana y Sigüenza», en Filosofía y Letras, núm. 39), en relación a la obra de sor Juana y Sigüenza y Góngora. Asimismo Bernabé Navarro («Descartes y los filósofos mexicanos modernos del siglo XVIII», en Filosofía y Letras, núm. 39, pp. 133-149), indica cómo en el siglo XVII madura en Hispanoamérica la modernidad, estrechamente vincularla al racionalismo cartesiano, modernidad que Paz califica de «tímida e incompleta» en el caso de sor Juana (Sor Juana Inés de la Cruz..., p. 338). Paz es de la idea de que sor Juana conocía la obra de Descartes -a quien su amigo Sigüenza y Góngora alude frecuentemente en sus trabajos- si bien la monja evita, por autocensura, citarlo en sus escritos. Para la expansión teórica de algunas relaciones del cartesianismo con el pensamiento colonial del siglo XVII pueden ser útiles los comentarios críticos de Timothy J. ReissCartesian Discourse and Classical Ideology», en Diacritics, núm. 6, pp. 19-27).

 

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A. Tapia Méndez, ed., op. cit., p. 17, párrafo 4.

 

70

Ibid., p. 23, párrafo 35.

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