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ArribaAbajoLos embajadores

JUAN.-  ¿Tantos embajadores hay en Constantinopla?

PEDRO.-  Del rey de Francia, por la amistad que con el turco tiene, hay siempre uno, que se llamaba Mos de Ramundo, y el de agora Mos de Codoñat; del rey de Hungría hay otro, que se llamaba Juan María, y deciros he, porque viene a propósito de éste, lo que vi en Constantinopla, por lo cual podréis juzgar cuán cautelosos son los turcos en el consejo de guerra y qué avisados. Este Juan María había estado muchos años por embajador, y rompiose la guerra el año de 52 con el turco, el cual mandó prender y poner en una torre al Juan María. Anduvo un año la guerra, y al cabo vinieron a tratar de conciertos y el Gran Señor envió al Juan María que fuese a tratar la paz, porque tenía necesidad de ir contra el Sofi. Como el Juan María fue en Hungría, trató los capítulos todos que cumplían a la paz y suplicó al rey que, atento que él le había servido muchos años en aquel cargo y estaba enfermo de la orina, que aun yo mismo le había curado en la prisión, le diese de comer en otro cargo, porque aquél no le aceptaba. El rey lo tuvo por bien y envió con los capítulos al obispo de Viena, y como llegó e hizo su embajada al Gran Turco, luego preguntó por Juan María. El obispo le respondió que estaba enfermo y impedido y por eso venía él. Dijo el Gran Turco: «Pues yo no firmaré capítulo de todos esos, y así se lo escribid a vuestro rey, si no viene el Juan María por embajador». El obispo lo escribió así al rey, el cual tornó a responder que no había lugar, pero que él enviaba un embajador muy principal en el obispo y a quien su majestad holgaría conocer y tratar. Tornó a decir que por ninguna manera aceptaría nada si él no venía; por eso, que bien se podía volver. Los bajás le reprehendieron diciendo: «¿Cómo, señor, por una cosa que tan poco importa como que venga aquél o no venga, quiere vuestra majestad dejar de hacer la paz que por el presente tanto le importa, principalmente viniendo un tan cabal hombre como éste, que pocos de tal suerte debe de tener el rey de Hungría en su corte?» A lo cual medio airado, respondió el Gran Turco: «Pésame que tenga yo en mi Consejo gente tan necia como vosotros y que ignore una cosa semejante y que tanto me va. ¿Paréceos, decid, que es bien que en el Consejo de mi enemigo haya un hombre tan plático en nuestros negocios que ha estado tanto tiempo entre nosotros y sabe mejor todos los negocios de acá que nosotros mismos, y de allá guiará hágase la cosa de esta manera y de esta, por tal y tal inconveniente, porque los turcos son de esta suerte y tienen esta costumbre? No me habléis más, que no firmaré capítulo ninguno si no viene Juan María muerto o vivo». Lo que con él se pudo acabar fue que firmase con esta condición, que dentro de un cierto tiempo viniese en Constantinopla por embajador, donde no quedaban las paces por ningunas.

MATA.-  Y aun con eso ganan cada día y jamás pierden. El más alto consejo me parece que fue el del Gran Turco en eso, que de cabeza de ningún príncipe podía salir. Sin más oír del Gran Turco, yo para mí tengo que es hombre de buen juicio y de tal consejo se debe de servir; cosa es ésa que no se mira acá ni se hace caso, sino que por favor hay muchos que alcanzan a ser capitanes y consejeros en la guerra no habiendo en toda su vida oído tambor ni pífano, sino tamboril, guitarra y salterio. ¡Mirad qué consejo puede aquél dar en la guerra!

JUAN.-  Cuando los ciegos guían ¡guay de los que van detrás! De mi voto gente tendría yo de experiencia y no se me daría nada de toda su ciencia.

PEDRO.-  ¿No sabéis qué respondió el príncipe Aníbal cuando en Atenas le llevaron andando a ver las escuelas, a oír un filósofo el de mayor fama que allí tenían y más docto?

JUAN.-  No me acuerdo.

PEDRO.-  Estando leyendo aquel filósofo entró el príncipe Aníbal a oír un hombre de tanta fama, y como le avisaron quién era el que le entraba a oír, dejó la plática que tenía entre manos y comenzó de hablar de cosas de la guerra; cómo se habían de haber los reyes, los generales; el modo de ordenar los escuadrones, el arremeter y el retirar; en fin, leyó una lección tan bien leída que todos quedaron muy contentos y satisfechos. Salidos de allí preguntaron al príncipe qué le parecía de un tan eminente varón. Respondió: «Habeisme engañado, que me dijisteis que tenía de oír un gran filósofo, lo cual no es éste, sino grande necio e idiota, que aquella lección el príncipe Aníbal la tenía de leer, que ha vencido tantas batallas, y no un viejo que en toda su vida vio hombre armado, cuanto más ejércitos ni escuadrones». A todos pareció bien la respuesta, como le vieron algo airado y la razón que tenía.

MATA.-  Y a mí también me satisface, que bien hay entre cristianos algunos que hablan mucho de la guerra y en su vida vieron armados sino el jueves de la cena o en alguna justa.

PEDRO.-  Y aun muchos que justan, y puestos en el escuadrón se les olvida con cuál mano han de tomar la lanza.

JUAN.-  Remédielo Dios, que puede. ¿También los venecianos y florentines tienen su embajador?

PEDRO.-  Todos los reyes, príncipes y señorías que tienen paz con el turco los tienen allá. Los de Venecia y Florencia se llaman «bailos»; éstos son como priores de los mercaderes que están en Galata y allí viven.

MATA.-  ¿Hay muchos mercaderes de ésos?

PEDRO.-  Bien creo que de florentines y venecianos habrá más de mil casas.

MATA.-  ¿Hacen algún bien a los cautivos?

PEDRO.-  Más mal les hacen que bien, y aun a nuestro rey también; en viendo el hombre con cadena, huyen de él y no le hablarán palabra, y si de acá les envían dineros para que los rescaten, tómanlos y tratan con ellos sin darles las cartas ni cosa ninguna, y desde a dos o tres años torna a enviar los dineros diciendo que es muerto o que no le quieren dar por tan poco. No penséis que hablo en esto de oídas, que más de cuatro negocios de estos averigüé yo, y si más allá estuviera yo los hiciera andar derechos. De tres en tres años estas señorías envían nuevo baile, y siendo yo intérprete con Zinan Bajá y teniendo la familiaridad tan grande con él, vi dos cosas, las cuales os quiero contar: la una es el orden que la señoría de Venecia tiene en proveer un cargo. El «baile» de nuevo que fue llevaba en pergamino la provisión que decía de esta manera: «Marcus Antonius Triuisano, Dei gratia venetiarum dux, etc. Magnífico Illmo. ac potenti domino Zinan baxa potentissimi otomanorum imperatoris beglerbai maris nec non eiusdem locum tenenti Constantinopoli, salutem ac sincere felicitatis affectum. Mandamo bailo lo serenissimo gran signore el dilecto nobil nostro Antonio Herizo in luogo de Dominico Trivissano, il qual fará residentia de lui, si como conviene a la bona amicitia que con la sua imperial magestate habiamo, a le parole dil quale pregamo la magnifiçentia et excellentia vostra sia contenta prestar fede non altrimenti que ela faria a noaitri medesimi. Et li sui ani siano molti et felichi. Datis in hoc ducali palatio anno a Christo nato 1554 mensis aprilis die 16 indictione 12.» Veis aquí cuán brevemente negocia la señoría de Venecia.

MATA.-  Yo no veo nada ni entiendo esa jerigonza si no habláis más claro.

PEDRO.-  Decid a Juan de Voto a Dios que os lo declare.

MATA.-  No pasó por Venecia cuando fue a Jerusalén, como el pintor del duque de Medinaceli.

PEDRO.-  Dice así: «Marco Antonio Trivisano, por la gracia de Dios, duque de Venecia, etc. Al magnífico, ilustrísimo y poderoso señor Zinan Bajá, almirante de la mar del potentísimo emperador de turcos, y su lugarteniente en Constantinopla, salud y deseada felicidad. Enviamos "baile" al serenísimo gran señor nuestro querido Antonio Herizo, en lugar de Domingo Trivisano, y residirá en su lugar, así como conviene a la buena amistad que tenemos con su imperial majestad, a las palabras del cual suplicamos a vuestra magnificencia y excelencia dé crédito, no de otra manera que haría a nosotros mismos; y sus años sean muchos y felices. Dada en este ducal palacio a dieciséis de abril, año del nacimiento de Cristo de 1554 y en la indicción duodécima».

MATA.-  Harto es breve y compendiosa. No había más que decir.

PEDRO.-  Mas pensé que había de llevar, como nosotros usamos, un proceso este «baile», y estadme atentos que no lo saben ni lo alcanzan acá: es obligado cada mes de enviar mensajeros que van por mar y por tierra a Venecia, como acá correos, y en fin del mes, en recibiendo cartas de Venecia va el bajá que está en lugar del Gran Señor cuando no está ahí, y estando a él mismo, y lleva un papel en el cual dice: «El rey de España está en tal parte, con tanta gente; quiere hacer esto y esto. El de Francia está con tanta en tal parte; han habido tal refriega; venció fulano. El papa hace esto y trata estotro, y tal príncipe se ha rebelado», de tal manera, que ninguna cosa pasa en todos los consejos de acá, secretos y públicos de que no tenga el Gran Señor aviso, y si me preguntáis cómo lo sé pensaréis que de oídas. Yo mismo, cuando el Gran Turco estaba en Persia, se los leía en italiano y lo convertía en turquesco para ir en Persia.

JUAN.-  Grande maldad y poca cristiandad y menos temor de Dios usan si así lo hacen.

MATA.-  También deben nuestros reyes tener otros tantos avisos del turco por los mismos venecianos.

PEDRO.-  Eso no; más recatados son que tanto los turcos; no hayáis miedo que pueda saber el veneciano lo que se determina en consejo real; tanto se guardan de los mismos turcos como de los cristianos, y otra no menor delicadeza suya os quiero decir que las pasadas, todo de vista. El mismo capitán general de la armada y almirante de toda la mar, habiendo de salir con galera fuera, no sabe cuántas tiene de sacar hasta el día que sale, ni adónde tiene de ir hasta que ya está allá.

MATA.-  ¿Cómo se parte sin saber adónde?



ArribaAbajoEl corsario Dragut

PEDRO.-  Eso es el saber. Viste el Gran Turco una ropa de brocado y dícele cuando está de partida: «Toma esta armada y vete a tal parte, y allí abrirás esta carta sellada de mi mano, con tu consejo, y harás lo que en ella se contiene»; y con esto se parte. El ejemplo os doy de Zinan Bajá cuando tomó a Tripol, que le mandó venir hasta Sicilia, y que sobre una ciudadeta que se llama Rigoles hiciese alto, y hasta allí a ninguno hiciese mal; y allí abriese la comisión, la cual decía así: «Enviarás un embajador a Juan de Vega, virrey de Sicilia, y dile que te den la ciudad de África que me han tomado mal tomada y contra la tregua que teníamos; donde no, haz el mal que pudieres». El Juan de Vega respondió que aquella ciudad no era suya, sino de Dargute, al cual se la habían tomado, y muy bien, y en lo demás él no podía hacer nada; que él escribiría al Emperador y haría en ello lo que le mandase. Llevaba así mismo comisión de si topase a Dargute, que era un cosario el cual no estaba sujeto a nadie, que le prendiese e hiciese de él lo que le pareciese. Tardósele la respuesta al Zinan Bajá y determinó de hacer cuanto mal pudiese y lo primero tomó lo que pudo de Rigoles y Calabria, y entre tanto llegó el Dargute, y juntose con él, y recibiole bien porque traía doce galeras y fustas, y aun creo que dieciséis; y como el bellaco es tan buen piloto, le dijo que se fuese con él y le pondría donde ganase honra y provecho, y llevole sobre la isla del Gozo, junto a Malta, y tomáronla, de donde llevó seis mil ánimas, y de allí fueron a Tripol de Berbería, y el gobernador era francés, el cual hizo traición y se dio a pacto con que dejasen salir todos los caballeros de San Juan. Guardóselos, aunque no todos. Llamábase Chambarin el gobernador. De allí perdonó al Dargute y le dijo que se fuese con él a Constantinopla y le pondría en gracia del Gran Turco. Vino en ello el Dargute y fuéronse con mucho triunfo, y fue bien recibido el Dargute del Gran Señor, y diole ciento cincuenta mil ásperos de renta, que serán tres mil escudos y grande crédito de allí adelante. Este bellaco luego se le alzó a mayores a Zinan Bajá, y dijo al Gran Turco que haría él más con sesenta galeras que Zinan Bajá con doscientas, y tuvo razón, porque el año de 53 lo probó a hacer y con sesenta galeras y las de Francia de compañía tomó a Bonifacio y en Sicilia la Alicata y la Pantanalea, y el año de 54, con otras tantas que salió, tomó la ciudad de Bestia, en Apulia. El año de 55 salió con otro nuevo general que sucedió a Zinan Bajá y no tomó nada y quedose en Trípoli; antes perdió, y por eso mandó el Gran Turco que saliese a ser gobernador de Trípoli y tener allí siete galeras.

JUAN.-  ¿Conocisteis vos a Guterráez?

PEDRO.-  Este mismo es, y fuimos muy amigos y comí muchas veces con él. Nunca se hartaba de contar de las cosas de cristianos.

JUAN.-  ¿Qué sabía él? ¿Había sido cristiano?

PEDRO.-  No era sino turco natural, y había sido esclavo de Andrea Doria, el cual le rescató por tres mil ducados.

JUAN.-  ¿Un hombre tan nombrado y que tantos males había hecho en este mundo y hacía, rescataban? ¿Tanto le hacían a un príncipe tan grande como Andrea Doria tres mil ducados que dejaba ir un tan grande bellaco por ellos?

PEDRO.-  Y de eso se reía muchas veces conmigo el mismo Dargute, diciendo cómo se había bien esquitado, porque por cada millar de ducados había tomado un millón después que le soltó y aún más.

JUAN.-  Igual fuera haberle luego cortado la cabeza.

PEDRO.-  O tenérsele en prisión toda la vida, tratándole razonablemente, como hace el Gran Señor, que jamás dará capitán ni hombre ninguno de cuenta, aunque le den por él unas Indias; porque hace esta cuenta: yo soy muy poderoso y no me hace al caso mil ni diez mil ducados que éste me dé, el cual en su tierra debe ser hombre de consejo y valeroso, pues tenía cargo; y rescatado, luego tiene de procurar de esquitarse, y por cien ducados que me da me tomará cien mil; y mándale en la torre con los otros cristianos, y darle cada día dos ásperos de que se mantenga y que no le lleven a trabajar. Allí fenece míseramente sus días, que es mejor que sean pocos.

MATA.-  Tan buen ardid de guerra es ése como esos otros: hombre de guerra codicioso me parece que nunca valdrá un cuarto.

PEDRO.-  Vos estáis en lo cierto, y el día de hoy no veréis en todo el ejército de los cristianos sino codicia y poca victoria.

JUAN.-  ¿Cómo queréis que se compadezcan dos contrarios en un sujeto? Yo creo que son muy pocos los que van a la guerra si no es por ganar, y siempre ganan más los que pelean menos.

PEDRO.-  ¿Sabéis qué otra cosa hace el turco con los capitanes que tiene prisioneros?

MATA.-  ¿Qué?

PEDRO.-  Si ve que vive mucho, hácele dar un bocadillo, con que nadie se atreve a importunarle de allí adelante, y por justicia no los quiere matar, porque no hagan acá otro tanto de los que tienen presos de los turcos.



ArribaAbajoLas comidas

MATA.-  ¡Cuán poco nos hemos acordado del comer de los turcos, habiendo pasado por tantas cosas que acostumbran!

PEDRO.-  No penséis que hay menos que decir de eso que de lo que está dicho.

JUAN.-  ¿Sírvense con aquella majestad en el comer que nuestros cortesanos, al menos el Gran Turco?

PEDRO.-  Deciros he cómo comía Zinan Bajá, y así entenderéis qué usan todos los príncipes; y con otro ejemplo particular sabréis de la gente común; y sabido acá cómo come un príncipe, podréis pensar que así hace el rey, añadiendo más fausto. Así como es su usanza sentarse en bajo, acostumbran también comer en suelo, y ponen por manteles, para que las alfombras no se ensucien, un cuero colorado y grueso, como de guadamecí de caballo, y por pañizuelos de mesa una toalla larga al derredor de todos, como hacen en nuestras iglesias cuando comulgan. El cuero del caballo se llama «zofra»; fruta, ni cuchillo, ni sal, ni plato pequeño no se pone en la mesa de ningún señor en aquella tierra.

MATA.-  ¿No comen fruta?

PEDRO.-  Sí comen harta, pero no a las comidas ni de principio ni postre.

JUAN.-  ¿Con qué cortan?

PEDRO.-  El pan son unas tortas que llaman «pitas». A cada una dan tres cuchilladas en la botillería antes que la lleven a la mesa, y éstas sirven de platos pequeños, porque cada uno toma su pedazo de carne y le pone encima; la sal es impertinente, porque tienen tan buenos cocineros que a todo lo que guisan dan tan buen temple que ni tiene más ni menos sal de la que tiene menester. Tenía Zinan Bajá cuarenta gentiles hombres que llaman «chesineres», y el principal de éstos se llama «chesiner baxa»; sirve de maestre sala, y éstos tienen de paga real y medio cada día, los cuales de ninguna otra cosa servían sino de llevar el plato a la comida del bajá. Vestíanse de pontifical todos para sólo llevar el plato, con ropas de sedas y brocados, las cuales el bajá les daba cada año una de seda y otra de grana fina, y en la cabeza se ponen unas cofias de fieltro, como aquellas de los genízaros, con sus cuernos, salvo que son coloradas.

MATA.-  ¿Qué tanto valdrá cada una de esas?

PEDRO.-  Cincuenta escudos, si no lleva alguna pedrería en el cuerno de plata.

MATA.-  ¿Y para sólo llevar la comida se le ponen?

PEDRO.-  Y para ir algunas veces con el bajá cuando va fuera; llevan demás de todo esto unas cintas que llaman «cuxacas», de plata, anchas de un palmo, y todas de costillas o columnicas de plata a manera de corazas; la que menos de éstas pesa son cincuenta ducados.

JUAN.-  ¿Parecen bien de esa manera?

PEDRO.-  Aunque sea una albarda, si es de oro o de plata parece mucho bien; estos todos iban con su capitán a la cocina y tomaban la comida en unas fuentes.

MATA.-  ¿De plata?

PEDRO.-  Antes quiero que sepáis que ningún turco, por su ley, puede comer ni beber en plata ni tener salero, ni cuchara de ello, ni el Gran Turco, ni príncipe, ni grande, ni chico en toda su secta cuan grande es.

MATA.-  ¿Qué decís? ¿Estáis en vuestro seso? ¿El Gran Turco no tiene vajilla de plata?

PEDRO.-  Sí tiene, y muy rica y caudalosa, y candeleros bien grandes, no que la haya hecho él, sino que se la presentan de Venecia, Francia y Hungría, y aun de Esclavonia; pero tiénela en la cámara del tesoro, sin aprovecharse de ella. Otro tanto tenía Zinan Bajá de muchos presentes que le habían hecho, mas tampoco se servía de ella ni podía aunque quisiese.

MATA.-  ¿Quién se lo estorbaba?

PEDRO.-  Su ley, que otro no.

MATA.-  ¿En qué se funda para eso?

PEDRO.-  No en más de que si en este mundo comiese en plata, en el otro no comería en ella, y no cale pedirles la razón más adelante de esto.

MATA.-  Pues, ¿en qué comen? ¿De qué son aquellas fuentes?

PEDRO.-  En cobre, que como ellos lo labran es más lindo que el peltre de Inglaterra; así como nosotros el boj o cualquier otro palo labramos al torno, haciendo de ello cuanto queremos, labran los turcos el cobre, y después lo estañan y queda como plata y las piezas todas hechas de la misma manera que quieren, y en las mesas del Gran Turco y los príncipes cuanto se sirve es en estas fiestas de cobre estañado con sus cobertores, y en envejeciéndose un poco tórnanlo a poca costa a estañar y parece cada vez nuevo.

MATA.-  ¿Cómo lo estañan? ¿Como acá los cazos y sartenes?

PEDRO.-  Es una porquería eso; no, sino con muy fino estaño y con sal amoníaco, en cuatro horas estañará un oficial toda la vajilla del gran señor. Como van a la cocina, cada uno de aquellos gentiles hombres tomaba su fuente con su cobertor y con la mayor orden que podían iban todos, unos a una parte y otros a otra, de manera que hacían dos hileras; cada uno iba por su antigüedad, y llegados los primeros todos se paraban quedando la misma ordenanza, y el «chesiner baxa» ponía su fuente en la mesa y tomaba la del que estaba junto a él, para ponerla, y aquél tomaba la del otro y el otro la del otro; de modo que sin menearse nadie de su lugar pasaban las fuentes todas de mano en mano hasta la mesa del bajá, y, dada la comida se volvían, entretanto que era hora de quitar la mesa.

MATA.-  ¿Qué llevaban en aquellos platos? ¿Qué es lo que más acostumbran comer?

PEDRO.-  Asado, por la mayor parte comen muy poco o nada; todo es cocido y hecho «miniestras», que dicen en Italia, y ellos las llaman «sorbas»; es como acá diríamos potajes, de tal manera que se pueden comer con cuchara.

MATA.-  ¿De qué era tanto plato?

PEDRO.-  Los manjares que usaban llevarle cada día era arroz hecho con caldo de carnero y manteca de vacas, no nada húmedo, sino seco, que llaman ellos «pilao», o mezcladas con ello pasas negras de Alejandría, que son muy pequeñas y no tienen simiente ninguna dentro; para con esto, en lugar del polvoraduque o miel, hacían otro potaje de pedazos de carnero gordo, y pasas y ciruelas pasas, con algunas almendras; otro modo de arroz guisaban que llevaba al cocer gran cantidad de miel y estaba tieso y amarillo, que se llama «zerde». Tercero plato de arroz es de «tauc sorba», gallina hecha pedazos y guisado el arroz con ella, con pimienta y su manteca. De una cosa os quiero advertir: que ningún guisado hay que hagan sin manteca de vacas; ni asar, ni cocer, ni adobado, ni lentejas y garbanzos, ni otra cosa de cuantas comen, hasta en el pan. El mejor de todos los platos que a la mesa del bajá se ponía era de carnero hecho pedazos de a libra, y guisado con hinojo, garbanzos y cebollas; y otro plato había bueno de espinacas, cosa muy usada entre ellos; otro es de trigo quitados los hollejos, con su carnero y manteca, y otro de lentejas con zumo de limón y guisadas con el caldo de carne, a las cuales les meten dentro unos que llaman acá fideos, que son hechos de masa. Al tiempo de las hojas de parras, usan otro potaje de picar muy menudo el carnero, y meterlo dentro la hoja de la parra y hacerlo a modo de albóndiga, y cuando hay berenjenas o calabazas sácanles lo de dentro y rellénanlas de aquel carnero picado y hácenlas como morcillas; cuando no hay hojas, ni calabazas, hacen de masa una torta delgada como papel, y en ella envuelven el mismo bocadillo del carnero muy picado, y hacen un potaje a modo de cuescos de duraznos. Salsas no se las pidáis, que no las usan, antes por el comer son tan poco viciosos que más creo que comen para sólo vivir que por deleite que de ello tengan; como se les parece en el comer que cada uno toma su cuchara y come con tanta prisa que parece que el diablo va tras él y tienen muy buena crianza en el comer, que sin hablar palabra, como esté uno satisfecho, se levanta y entra alguno otro en su lugar. Cuando mucho, dice: «Gracias a Dios»; y son comunes entre ellos los bienes, al menos del comer, porque, aunque no conozca a nadie, si ven comer les es lícito descalzarse y tomando su cuchara ayudarles; no son habladores cuando comen; acabado de comer, el bajá daba gracias a Dios y mandaba quitar la mesa.

MATA.-  ¿También dan ellos gracias como nosotros?

PEDRO.-  Bien que como nosotros. ¿Cuándo las damos nosotros ni nos acordamos de Dios una vez en el año?

JUAN.-  ¿Qué decían en las gracias?

PEDRO.-  «Helamdurila choc jucur iarabi, Alat, Ala padixa bir guiun bin eilesen». «Bendito sea Dios; mejor lo hace conmigo de lo que merezco. Dios prospere nuestro rey de manera que por cada día le haga mil».

JUAN.-  Muy buena oración en verdad, y que todos nosotros la teníamos de usar, y nos habían de forzar a ello por justicia o por excomunión.

PEDRO.-  Creed que no hay turco que no haga a cada vez que coma esta misma, aunque sean cuatro veces.

MATA.-  ¿Puede cada uno llevar un plato a cuestas o llévanle de cinco en cinco?

PEDRO.-  No os entiendo. ¿Cinco tienen de llevar un plato?

MATA.-  Dígolo porque dijisteis al principio que los gentiles hombres eran cuarenta, y no habéis contado más de siete o nueve platos.

PEDRO.-  Cuanto habláis siempre tiene de ir fundado sobre malicia. Mirad, por amor de Dios, que estaba aguardando. No se tiene de entender que todos cuarenta se hallen presentes a cada comida, aunque lleven el salario basta la mayor parte; pero del pilao no se pone una fuente sola, sino dos o tres, y del cerdo así mismo, y del carnero otro tanto. Comen a la flamenca, en dejar primero poner toda la comida en la mesa que ellos se sienten.

MATA.-  ¿Qué gente comía con Zinan Bajá?

PEDRO.-  Todos cuantos querían, si no fuesen esclavos suyos, aunque tenía muchos honrados gobernadores de provincias, pero por ser esclavos suyos no lo permiten; si son de fuera de casa, aunque sean los mozos de cocina, se sientan con él.

JUAN.-  ¿Y nadie de su casa lo hace, siquiera el contador o tesorero o la gente más de lustre?

PEDRO.-  El mayordomo mayor y el cocinero mayor tienen esta preeminencia de comer cuando el señor de lo mismo que él; mas no a su mesa, sino aparte. Tenía veinte y cuatro criados turcos naturales, que no eran sus esclavos, con cada dos reales de paga al día para que remasen en un bergantín cuando él iba por la mar, los de mayores fuerzas que hallaba, y llamábanlos «caiclar», y sólo éstos comían de sus criados con él.

MATA.-  ¿Para remar no fueran mejor esclavos?

PEDRO.-  No se osa nadie fiar de esclavos en aquellos bergantines, porque cuando le tienen dentro pueden hacer de él lo que quisieren, y ha miedo que le traerán a tierra de cristianos. Alzada la mesa, los mismos gentiles hombres toman los platos por la misma orden que los pusieron, y cuasi tan llenos como se estaban, y llévanlos a la mesa del tesorero, camarero, que era yo, y pajes de cámara y eunucos que los guardaban, que en todos seríamos cincuenta, y allí comíamos y dábamos las fuentes, que aun no eran a mediadas, fuera a los gentiles hombres, y comían ellos; y levantados de la mesa, sentábanse los oficiales de casa, como sastres, zapateros, herreros, armeros, plateros y otros así, los cuales ya no hallaban de lo mejor nada, como aves ni buen carnero, habiendo pasado por tantas manos. El plato del mayordomo mayor andaba también, después de él comido, por otra parte las estaciones, y el del cocinero mayor.

MATA.-  ¿Qué tanto cabría cada fuente de esas?

PEDRO.-  Un celemín de arroz. ¿Decislo porque sobraba tanto en todas las mesas?

MATA.-  No lo digo por otro.

PEDRO.-  Sabed, pues, que de cada comida, andado lo que se guisa de comer por toda la casa a no dejar hombre, es menester que sobre algo que derramar para los perros y gatos y aves del cielo, lo cual tendrían por gran pecado y agüero si no sobrase.

MATA.-  ¿Son grandes las ollas en que aderezan de comer?

PEDRO.-  Tan grandes como baste a cumplir con la casa. Son a manera de caldero sin asas, un poco más estrecha la boca, y llámanse «tenger», de cobre gruesa y labrada al torno, como las fuentes que llaman «tepzi».

JUAN.-  ¿No beben vino?

PEDRO.-  Ni agua cuando comen, sino, como los bueyes se van después de comer a la fuente o donde tienen el agua. En lugar del vino tenía Zinan Bajá muchas sorbetas, que ellos llaman, que son aguas confeccionadas de cocimientos de guindas y albaricoques pasados como ciruelas pasas, y ciruelas pasas, agua con azúcar o con miel, y éstas cada día las hacían, porque no se corrompiesen. Cuando hay algún banquete no dejan ir la gente sin beber agua con azúcar o miel.

MATA.-  ¿Acostumbran hacer banquetes?

PEDRO.-  Dos hizo Zinan Bajá a Dargute que no se hicieran mejor entre nosotros, donde hubo toda la volatería que se pudo haber y frutas de sartén, cabritos, conejos y corderos.

MATA.-  ¿Saben hacer manjar blanco?

PEDRO.-  Y aun una fruta de sartén a manera de buñuelos llenos de ello, salvo que no lo hacen tan duro como nosotros, sino quede tan líquido que se come con cuchara, y por comer ellos todas las cosas así líquidas no tienen tanta sed como los señores de España, que por solamente beber más, comen asado, y los potajes llenos de especias que asa las entrañas, y por esto, si miráis en ello, beben poco.

JUAN.-  En ninguna comida ni banquete os he oído nombrar perdices; no las debe de haber.

PEDRO.-  Muchas hay, sino que están lejos y no hay quien las cace, porque en Constantinopla sólo el Gran Señor lo puede hacer. Fuera en aquellas islas del archipiélago hay más que acá gorriones; donde yo estuve, en el Schiatho, venían como manadas de gallinas a comer las migajas de bizcocho que se nos caían de la mesa; en la isla del Chío las tienen tan domésticas como las palomas mansas que se van todo el día al campo y a la noche se recogen a casa. Los griegos en estas islas no las matan, porque para sí más quieren un poco de cabiari, y si las quieren vender no hay a quién.

MATA.-  ¿Qué llamáis cabiari?

PEDRO.-  Una mixtura que hacen en la Mar Negra de los sesos de los pescados grandes y de la grosura, y gástase en todo Levante para comer, tanto como acá aceite y más. Es de manera de un jabón si habéis visto ralo.

JUAN.-  Harto hay por acá de eso.

MATA.-  ¿Y cómenlo aquéllos?

PEDRO.-  Con un áspero comerá toda una casa de ello. Los griegos son los que lo comen; sabe con ello muy bien el beber, a manera de sardina arencada fiambre y puesta entre pan. En el mar el mejor mantenimiento que pueden llevar es éste, porque se puede comer todos los días sin fuego, aunque sea Cuaresma ni Carnal. Díjele un día a Zinan Bajá que hiciese traer para sí algunas perdices; y como era general de la mar, todas estas islas donde las hay eran suyas, y avisó a sus gobernadores que se las enviasen; y os prometo que comenzaron cada día de venir tantas, que las teníamos más comunes que pollos; llámanse en turquesco «checlic», y el capón «iblic», y más de cien turcos no os lo sabrán decir.

MATA.-  ¿No mudan comida, sino todos los días eso mismo que habéis dicho?

PEDRO.-  Muchas veces comen asado y otras adobados, pero lo más continuo es lo que os tengo dicho.

JUAN.-  ¿Ningún día dejan de comer carne, habiendo tan buenos pescados frescos, aunque su ley lo permita?

PEDRO.-  Muy enemigos son del pescado. No lo vi comer dos veces en casa del bajá.

MATA.-  ¿Por qué?

PEDRO.-  Como no pueden beber vino, dicen que reviviría en el cuerpo con el agua, y tiénenlo por tan averiguado que todos lo creen. Tampoco son amigos de huevos.

MATA.-  ¿Por qué comen tanto arroz?

PEDRO.-  Dicen que los hace fuertes, así como ello y el trigo lo es. Tabernas públicas muchas hay de turcos donde venden todas aquellas sorbetas para beber los que quieren gastar y bien barato; por un maravedí os hartarán.

JUAN.-  ¿En qué bebía Zinan Bajá, que se nos había olvidado?

PEDRO.-  Lo que más usan los señores es porcelanas, por la seguridad que les hacen entender de no poder sufrir el veneno, y vale diez escudos cada una. También hacen de cobre estañado unas como escudillas sin orejas, con su pie de taza, y cabrán medio azumbre y de estas usan todos los que no pueden alcanzar las porcelanas y aun los que pueden.

JUAN.-  ¿Y vidrios no?

PEDRO.-  Haylos muy finos de los venecianos; mas por no nos parecer en nada si pudiesen, no los quieren para beber en ellos, y también, quien no tiene de beber vino, ¿para qué quiere vidrio? No los dejan de tener para conservas y otras delicadezas.

MATA.-  ¿Es verdad eso de las porcelanas, que por acá por tal se tiene?

PEDRO.-  A esa hucia no querría que me diesen ninguna cosa que me pudiese hacer mal en ellas a beber; los que las venden que digan eso no me maravillo, por sacar dinero; mas ¿quién no tendrá por grandes bestias a los que dan crédito a cosas que tan poco camino llevan? Eso me parece como las sortijas de uña para mal de corazón, y piedras preciosas y oro molido que nos hacen los ruines físicos en creer ser cosa de mucho provecho.

JUAN.-  ¿Las sortijas de uña de la gran bestia me decís? La más probada cosa que en la gota coral se hace son, como sean verdaderas; por mi verdad os juro que tenía un corregidor una, que yo mismo la vi más de cincuenta veces hacer la experiencia.

PEDRO.-  ¿De qué manera?

JUAN.-  Estando caído un pobre dándose de cabezadas, llegó el corregidor y metiósela en el dedo y tan presto se levantó.

PEDRO.-  Otro tanto se hiciera si le tocara con sus propias uñas el corregidor.

JUAN.-  ¿Cómo había de levantarse por eso? ¿Qué virtud tenían para eso sus uñas?

PEDRO.-  ¿No acabáis de decir que tiene de ser la uña de la gran bestia?

JUAN.-  Sí.

PEDRO.-  Pues ¿qué mayor bestia que vos y el corregidor, y cuantos lo creyeren? No creo yo que esa gran bestia que decís sea tan grande como ellos. ¿Qué hombre hay de tan poco juicio en el mundo que crea haber cosa tan eficaz y de tanta virtud que por tocarla a los artejos de los dedos haga su efecto? Vemos que el fuego, con cuan fuerte es, no podrá quemar un leño seco, ni un copo de estopa, si no le dan tiempo y se lo ponen cerca, y queréis que una uña de asno haga, puesta por de fuera, lo que no bastan todas las medicinas del mundo.

JUAN.-  ¡También es recio caso que me queráis contradecir lo que yo mismo me he visto!

PEDRO.-  Puédolo hacer dándoos la causa de ello.

MATA.-  De esa manera sí.

PEDRO.-  Habréis de saber que aquel paroxismo le viene de cuando en cuando, como a otros una tertiana, y es burla que venga del corazón ni de aquella gota sobre él, que dicen las viejas, sino es un humor que ocupa el cerebro y priva de todos los sentidos, sino es del movimiento, hasta que le expele fuera, que es aquella espuma que al cabo le veis echar por la boca, y no hay más diferencia entre el estornudar y eso que llamáis gota coral, de que para el estornudo hay poca materia de aquel humor y para esto otro hay mucho, lo cual veréis si miráis en ello claramente en algunos que con dificultad estornudan, que hacen aquellos mismos gestos que a los que le toma la gota coral, que es mal de luna.

MATA.-  Es tan clara filosofía esa, que la tengo entendida yo muy bien.

PEDRO.-  Como aquel accidente dura, según su curso, un cuarto de hora y media a lo más largo, acierta a pasar el corregidor ya que comienza a echar la espuma por la boca, y en poniéndole la sortija, señor, luego se levantó de allí a media hora. El probar de ella era que el mismo paciente la trajese de contino y vendría el mal así como así. ¿Vosotros, señores, pensáis que yo no he visto uñas y la misma bestia de qué son? Un caballero de San Juan, bailío de Santa Femia, conozco, que trae unas manoplas de esas sortijas y otras monedas que dicen que aprovechan, y piedras muy exquisitas, que le han costado mucho dinero; mas al pobre señor ninguna cosa le alivian su mal más que si no lo trajese; y si os queréis informar de esto, sabed que se llama don Fabricio Piñatelo, hermano del conde de Monte León, en Calabria.

JUAN.-  ¿No es cierto que están las virtudes en piedras y en hierbas y palabras?

PEDRO.-  No mucho, que ese refrán es de viejas y de los más mentirosos; porque a los que dicen que están en palabras y salen de las cosas comunes del Evangelio, y de lo que nuestra Iglesia tiene aprobado, ya podéis ver cuáles los para la Inquisición, la cual no castiga lo que es bueno, sino lo que no lo es; y pues pone pena a los que curan por palabras, señal es que no es bueno «latet amus in esca», aunque las veis buenas palabras; «sepe angelus Sathane transfigurat se in angelum lucis», dice la Escritura 18. A los que creen en piedras, mirad cómo los castigan los lapidarios y alquimistas en las bolsas, haciéndoles dar por un diamante o esmeralda ocho mil escudos, y treinta mil, y a las veces es falso; y que sea verdadero, maldita la virtud tiene, más de que costó tanto y no hay otro tal en esta tierra. Dadme uno que por piedras haya sido inmortal, o que estando malo haya por ellas escapado de un dolor de costado, o que por llevar piedras consigo entrando en la batalla no le hayan herido, o que por tener piedras no coma, o que las piedras le excusen de llegarse al fuego el invierno y buscar nieve y salitre el verano para beber frío, o que se excuse de ir al infierno, adonde estaba condenado, por tener piedras. A la fe haced en piedras vivas, si queréis andar camino derecho, y si los otros quieren ser necios, no lo seáis vos.

JUAN.-  Decid cuanto quisiéredes, que yo la he visto echar en medicinas y usarlas a médicos tan buenos como vos debéis de ser y mejores, y las loan mucho.

PEDRO.-  Hartos médicos debe de haber mejores que yo; pero en verdad que de los que usan esas cosas ninguno lo es, ni merecen nombre de tales; ésos se llaman charlatanes en Italia, porque si leen cien veces los autores todos que hay de medicina, no hallarán receta donde entren esas piedras, y si dicen que sí, serán algunos cartapacios y trapacetas, pero no autores. Corales y guijas son los más usados, y éstos son buenos, y algún poco de aljófar para cuando hay necesidad de desecar algunas humedades; por parecer que hacen algo, siendo un señor, le ordenan esas borracherías, pensando que si no son preciosas cosas las que tiene de tomar no podrá haber efecto la medicina, como si el señor y el albardero no fuesen dos animales compuestos de todos cuatro elementos. Los metales y elementos ningún nutrimento dan al cuerpo, y si coméis una onza de oro, otra echaréis por bajo cuando hagáis cámara, que el cuerpo no toma nada para sí.

JUAN.-  ¿El oro no alegra el corazón? Decid también que no.

PEDRO.-  Digo que no, sino la posesión de él. Yo, si paso por donde están contando dinero, más me entristezco que alegrarme por verme que no tenga yo otros tantos; y comido o bebido el oro, ¿cómo queréis que lo vea?; ¿el corazón tiene ojos, por dicha? Cuando les echan en el caldo destilado, los médicos bárbaros, doblones, ¿para qué pensáis que lo hacen? Pensando que el señor tiene de decir: dad esos doblones al señor doctor; que si los pesan, tan de peso salen como los echaron, no dejando otra cosa en el caldo sino la mugre que tenían. Si tenéis piedras preciosas, creedme y trocadlas a piedras de molino, que son más finas y de más provecho, y dejaos de burlas.

MATA.-  Tal sea mi vida como tiene razón en eso.

PEDRO.-  Cuanto más que un hombre para lo del mundo, más luce con un buen vestido de seda o fino paño que con un anillo en el dedo que valga diez mil ducados. Todas estas cosas que estos médicos bárbaros hacen, ¿dónde pensáis que las sacan?, ¿de los autores? No, sino de las viejas, que se lo dicen, como aquello de que el oro alegra el corazón, y que esté la virtud en piedras y hierbas y palabras. Muy ruinmente estaría la virtud aposentada si no tuviese otra mejor casa que las piedras, hierbas y palabras.

MATA.-  ¿Sabéis qué digo yo, Juan de Voto a Dios?

JUAN.-  ¿Y es?

MATA.-  Que no nos demos a filosofar con Pedro de Urdimalas, que ninguna honra con él ganaremos, por más que hagamos, porque viene hábil como el diablo. Volvamos a rebuscar si hay algo que preguntar que ya no sé qué. ¿Deléitanse de truhanes y músicos los turcos?

PEDRO.-  Algunas guitarras tienen sin trastes, en que tañen a su modo canciones turquescas, y los «leventes» traen unas como cucharones de palo con tres cuerdas, y tienen por gala andarse por las calles de día tañendo.

JUAN.-  ¿Qué llaman «leventes»?

PEDRO.-  Gente de la mar, los que nosotros decimos corsarios; truhanes también tienen, que los llaman mazcara, aunque lo que dijo sultán Mahameto, el que ganó a Constantinopla, bisabuelo de este que agora es, es lo mejor de éstos para haber placer.

JUAN.-  ¿Qué decía?

PEDRO.-  Dijéronle un día que por qué no usaba truhanes como otros señores, y él preguntó que de qué servían. Dijéronle que para alegrarle y darle placer. Dice: «Pues para eso traedme un moro o cristiano que comience a hablar la lengua nuestra, que aquel es más para reír que todos los truhanes de la Tierra»; y tuvo grande razón, porque ciertamente, como la lengua es algo oscura y tiene palabras que se parecen unas a otras, no hay vizcaíno en Castilla más gracioso que uno que allá quiere hablar la lengua, lo cual juzgo por mí, que tenían más cuentos entre sí que conmigo habían pasado, que nunca los acababan de reír; entre los cuales os quiero contar dos: Curaba un día una señora muy hermosa y rica, y estaban con ella muchas otras que la habían ido a visitar, y estaba ya mejor, sin calentura. Preguntome qué cenaría. Yo, de puro agudo, pensando saber la lengua, no quise esperar a que el intérprete hablase por mí, y digo: Ya, señora, vuestra merced está buena, y comerá esta noche unas lechugas cocidas y echarles ha encima un poco de aceite y vinagre, y sobre todo esto «pirpara zequier».

MATA.-  ¿Qué es «zequier»?

PEDRO.-  El azúcar se llama «gequier», y el acceso que el hombre tiene a la mujer, «zequier»; como no difieren en más de una letra, yo le quería decir que echase encima azúcar a la ensalada, y díjole que se echase un hombre a cuestas. Como el intérprete vio la deshonestidad que había dicho, comenzome a dar el codo y yo tanto más hablaba cuanto más me daba. Las damas, muertas de risa, nunca hacían sino preguntarme: «¿ne?», que quiere decir «¿qué?». Yo replicar: «Señora, zequier»; hasta que el intérprete les dijo: «Señoras, vuestras mercedes perdonen, que él quiere decir azúcar, y no sabe lo que se dice». En buena fe, dijeron ellas, mejor habla que no vos. Y cuando de allí en adelante iba, luego se reían y me preguntaban si quería «zequier».

MATA.-  El mejor alcahuete que hay para con damas es no saber su lengua; porque es lícito decir cuanto quisiéredes, y tiene de ser perdonado.

PEDRO.-  Iba otro día con aquel cirujano viejo mi compañero y entro a curar un turco de una llaga que tenía en la pierna; y teniéndole descubierta la llaga, díjome, porque no sabía la lengua, que le dijese que había necesidad de una aguja para coser una venda. Yo le dije: «Inchir yerec» (el higo se llama «inchir» y la aguja «icne»). Yo quise decir «icne», y dije «inchir»; el pobre del turco levantose y fue con su llaga descubierta medio arrastrando por la calle abajo a buscar sus higos que pensó que serían menester para su mal, y cuando menos me cato hele a donde viene desde a media hora con una haldada de higos, y diómelos. Yo comencé de comer, y como vio la prisa que me daba, dijo: «¿Pues para eso te los traigo?» El cirujano nunca hacía sino por señas pedir la aguja, y yo comer de mis higos sin caer en la malicia; al cabo, ya que lo entendió, quedó el más confuso que podía ser, no sabiendo si se enojar o reír de la burla, hasta que pasó un judío y le hizo que me preguntase a qué propósito le había hecho ir por los higos estando cojo, que si algo quería podía pedirle dineros. Yo negué que nunca tal había dicho, hasta que me preguntaron cómo se llama la aguja en su lengua, y dije que «hinchir», «higos»; y estonces se rieron mucho y me tuvieron por borrico, y con gran razón. Otros muchos cuentos pasaba cada día al tono, y yo mismo se los ayudaba a reír, y me holgaba que se riesen de mí, porque siempre me daban para vino.

JUAN.-  ¿Alúmbranse de noche con hachas?

PEDRO.-  Muy poco salen fuera, y los que salen no saben qué cosa es hacha, sino unas linternas de hierro de seis columnas, y vestida una funda encima, de muy delgada tela de algodón, como lo que traen en las tocas; da más resplandor que dos hachas, y llámanla «fener».

JUAN.-  Decíais antes la oración que todos hacen después de comer, mas no la que hacen al principio; ¿o no la hacen?

PEDRO.-  No sólo al principio de la comida, sino cuando quieren hacer cualquier cosa dicen estas palabras: «Bismillair rehemanir rehim»: «en nombre de Aquel que crió el cielo y la tierra y todas las cosas». Y a propósito de esto os quiero contar otra cosa que tienen en la mar; no me certifico si también lo hacen en tierra. Todas las veces que tienen propósito de ir algún cabo echan el libro, que dicen, a modo del libro de las suertes de acá, y si les dice que vayan, por vía ninguna dejarán de ir, aunque vean que tienen la mitad menos galeras y gente que los enemigos, y si les dice que no vayan, no irán si pensasen ganar la cristiandad de aquel viaje.

JUAN.-  ¿Qué es la causa por que no beben vino?

PEDRO.-  Pocos hallaréis que os la sepan decir como yo, que la procuré saber de muchos letrados, y es que pasando Mahoma por un jardín un día, vio muchos mancebos que estaban dentro regocijándose y saltando, estúvoselos mirando un rato, holgándose de verlos, y fuese a la mezquita, y cuando volvió tornó por allí a la tarde y violos que estaban todos borrachos y dándose muy cruelmente unos con otros tantas heridas, que cuasi todos estaban de modo que no podrían escapar, sin haber precedido entre ellos enemistad ninguna antes que se emborrachasen. Entonces Mahoma lo primero les echó su maldición, y tras esto hizo ley que ninguno bebiese vino pues bastaba hacer los hombres bestias. Solamente lo pueden beber de tres días sacado de las uvas, mas no de cuatro, porque lo primero es zumo de uvas y lo otro comienza de ser vino.

MATA.-  ¿Déjanles labrar viñas a los turcos?

PEDRO.-  Algunas labran para pasas y para comer en uva; mas el viñedo para hacer el vino, los cristianos mismos se lo labran.

MATA.-  ¿Y el pan?

PEDRO.-  Eso ellos labran gran parte en la Notolia, y tienen mucho ganado.

MATA.-  ¿Son amigos de leche?

PEDRO.-  Dulce comen muy poca, pero agra comen tanta que no se hartan.

MATA.-  ¿Qué llamáis agra?

PEDRO.-  Esta que acá tenéis por vinagrada estiman ellos en más que nuestras más dulces natas, y llámanla «yagurt»; hay gran provisión de ella todo el año; cuájase con la misma como con cuajo, y la primera es cuajada con leche de higos o con levadura.

MATA.-  ¿Qué, tan agra es?

PEDRO.-  Poco menos que zumo de limones, y cómense las manos tras ella en toda Levante.

MATA.-  Pues mal hayan las bestias; ¿no es mejor dulce?

PEDRO.-  Aquello es mejor que sabe mejor; a él le sabe bien lo agro, y a vos lo dulce. Toman en una taleguilla la cuajada, y cuélganla hasta que destila todo el suero y queda tieso como queso y duro, y cuando quieren comer de ello o beber, desatan un poco como azúcar en media escudilla de agua y de aquello beben.

MATA.-  Ello es una gran porquería.

PEDRO.-  No les faltan las natas nuestras dulces, que llaman «caimac»; mas no las estiman como esto, y cierto os digo que cuando hace calor que es una buena comida, y aun de esto hacen salsas. Algo parece que están los señores atajadillos, y que sabe más un sabio responder que dos necios preguntar; a la oreja os me estáis hablando.

MATA.-  Yo digo mi pecado, que no sé más qué preguntar, si no pasamos a cómo es Constantinopla.

PEDRO.-  ¿Qué, también se tiene de decir eso?

MATA.-  Y aun había de ser dicho lo primero.

JUAN.-  Primero quiero yo saber si se hacen por allá los chamelotes y si los visten los turcos.

PEDRO.-  No muy lejos de Constantinopla se hacen, en una ciudad que se llama Angora.

JUAN.-  ¿De qué son? ¿llevan seda?

PEDRO.-  Chamelotes hay de seda, que se hacen en Venecia.

JUAN.-  No digo sino de estos comunes.

PEDRO.-  No llevan hebra de ello, mas antes son de lana grosera, que acá llamáis, como de cabra, la cual se cría en aquella tierra, y no en toda, sino como la almástica, que en este término paciendo trae lana buena para chamelote y en el otro no.

JUAN.-  ¿Cómo está con aquel lustre que parece seda?

PEDRO.-  Si tomáis un pellejo de aquellas ovejas, diréis, aunque es grosera lana, que no es posible sino que son madejas de seda cruda; y los tienen los turcos en sus camas.

JUAN.-  ¿Valen allá baratos?

PEDRO.-  Vale una pieza doble de color doscientos ásperos, que son cuatro escudos, y negra tres.

JUAN.-  ¿Doble?

PEDRO.-  Sí.

JUAN.-  Quemado sea el tal barato; no la hallaréis acá por doce.

PEDRO.-  Hay también uno que llaman mocayari, que es como chamelotes sin aguas, y es vistoso y muy barato.

JUAN.-  Por tan vencido me doy ya yo como Mátalas Callando; por eso bien podéis comenzar a decir de Constantinopla.

PEDRO.-  Muy en breve os daré toda la traza de ella y cosas memorables, si no me estorbáis.

JUAN.-  Estad de eso seguro.



ArribaDescripción de Constantinopla

PEDRO.-  En la ribera del Hellesponto -que es una canal de mar la cual corre desde el mar Grande, que es el Eugino, hasta el mar Egeo- está la ciudad de Constantinopla, y podríase aislar, porque la misma canal hace un seno, que es el puerto de la ciudad, y dura de largo dos grandes leguas. Podéis estar seguros que en todo el mar Mediterráneo no hay tal puerto, que podrán caber dentro todas las naos y galeras y barcas que hoy hay en el mundo, y se puede cargar y descargar en la escala cualquier nave sin barca ni nada, sino allegándose a tierra. La excelencia mayor que este puerto tiene es que a la una parte tiene a Constantinopla y a la otra a Galata. De ancho tendrá un tiro de arcabuz grande. No se puede ir por tierra de la una ciudad a la otra si no es rodeando cuatro leguas; mas hay gran multitud de barquillas para pasar por una blanca o maravedí cada y cuando que tuvierdes a qué. Cuasi toda la gente de mar, como son los arraeces y marineros, viven en Galata, por respecto del tarazanal, que está allí, y ya tengo dicho ser el lugar donde se hacen las galeras, y por el mismo caso todos los cautivos están allá; los del Gran Turco en la torre grande una parte, y otra en San Pablo que agora es mezquita; los del capitán de la mar, en otra torre; cada arráez tiene los suyos en sus casas. El tarazanal tiene hechos unos arcos donde puede en cada uno estar una galera sin mojarse. Muchas veces los conté y no llegan a ciento, mas son pocos menos. También me acuerdo haber dicho que será una ciudad de cuatro mil casas, en la cual viven todos los mercaderes venecianos y florentines, que serán mil casas; hay tres monasterios de frailes de la Iglesia nuestra latina, San Francisco, San Pedro y San Benito; en éste no hay más de un fraile viejo, pero es la iglesia mejor que del tamaño hay en todo Levante, toda de obra musaica y las figuras muy perfectas. San Pedro es de frailes dominicos, y tendrá doce frailes. San Francisco bien tendrá veinticuatro. Hallaréis en estos dos monasterios misa cada día, a cualquier hora que llegardes, como en uno de los mejores monasterios de España, rezadas y cantadas; órgano ni campana ya sabéis que no le hay, pero con trompetas la dicen solemne los días de grande fiesta, y para que no se atreva ningún turco a hacer algún desacato en la iglesia, a la puerta de cada monasterio de estos hay dos genízaros con sendas porras, que el Gran Señor tiene puestos que guarden, los cuales cuando algún turco, curioso de saber, quiere entrar le dan licencia y dícenle: «Entra y mira y calla, si no con estas porras te machacaremos esa cabeza». Ningún judío tiene casa en Galata, sino tienen sus tiendas y estanse allí todo el día, y a la noche cierran sus tiendas y vanse a dormir a Constantinopla. Griegos y armenos hay muchos, y los forasteros marineros todos posan allí. Hay de los griegos muchos panaderos, y el pan que allá se hace tiene ventaja cierto a todo lo del mundo, porque el pan común es como lo regalado que comen por acá los señores; pues lo floreado, como ellos lo hacen echándole encima una simiente de alegría, o negrilla romana, que los griegos llaman «melanthio», no hay a qué lo comparar.

MATA.-  Tabernas pocas habrá, pues los turcos no beben vino.

PEDRO.-  ¿Qué hace al caso si los cristianos y judíos lo beben? Mucho hay en muy buen precio, y muy bueno. Un examen os hará cuando vais por vino en la taberna. Si queréis blanco o tinto. Si decís blanco preguntan si malvasía, o moscatel de Candia o blanco de Gallipol. Cualquiera de éstos que pidáis es tercera pregunta: ¿De cuántos años?

MATA.-  No hay tanta cosa en la corte.

PEDRO.-  ¿Queréis comparar las provisiones y mantenimientos de España con Grecia ni Italia?

JUAN.-  ¿Y es al cabo caro el vino?

PEDRO.-  El moscatel y malvasía mejor de todo es a cuatro ásperos el golondrino, que será un azumbre; haced cuenta que a real si es de cuatro años; si de uno o dos a tres ásperos, y tenedlo por tan bueno como de San Martín y mejor.

MATA.-  ¿El tinto?

PEDRO.-  El mejor del tinto es el «tópico», que dicen los griegos; quiere decir el de la misma tierra. Es muy vivo, que salta y raspa, y medio clarete. Viene otro más cerrado como acá de Toro, de Medellín, junto al Chío. Lo primero vale a dos ásperos el golondrino, y lo segundo a uno y medio. De Trapisonda carga mucho clarete y de la isla de Mármara. Todos éstos, con lo de Negroponto, haced cuenta que valen a siete maravedís, de lo cual los cautivos cargan por junto, yéndose por él a las barcas que lo traen. La principal calle de Galata es la de San Pedro, que llaman la Lonja, donde los mercaderes tienen sus tratos y ayuntamientos. El tarazanal está a la puerta que mira a Occidente, y otra puerta, que está hacia donde sale el sol, que va la canal de mar arriba, se llama El Topana, que quiere decir donde se hunde la artillería. «Top», en turquesco, se dice el tiro. En medio de aquel campo están tantas piezas sobradas, sin carretones ni nada, que algún rey las tomará por principal artillería para todo su ejército; culebrinas muy grandes, y buenas de las que tomaron en Rodas y de las de Buda y Belgrado, y cañones muy gruesos, que se meterá por ellos un hombre, hay muchos.

JUAN.-  ¿Qué hace allí aquello?

PEDRO.-  Está sobrado, para no menester, que no sabe qué hacer de ello. Cuando falta un buen cañón en alguna parte, luego le van a buscar allí.

MATA.-  ¿Es de hierro todo aquello?

PEDRO.-  No, sino de muy fino metal de campanas.

MATA.-  ¿Qué tantos tendrá de esos gruesos allí sobrados?

PEDRO.-  Más de cuatrocientos, aunque yo no los he contado.

MATA.-  Mucho es cuatrocientos tiros de artillería.

PEDRO.-  Más es el estar sobrados, que es señal que tiene muchos y no ha menester aquéllos. Mezquitas y estufas, que llaman baños, no hay pocas por toda la ciudad, y Constantinopla también, e iglesias de griegos, que son más de dos mil; y la realeza de aquellos baños de la una y de la otra parte es muy de notar; parecen por de fuera palacios muy principales y tienen unas capillas redondas a manera de media naranja, cubiertas de plomo. Por dentro todos son mármol, jaspe y pórfido. La ganancia lo sufre, que no hay ninguno de todos que no rinda cada día cincuenta escudos.

MATA.-  ¿Cuánto paga cada uno?

PEDRO.-  Lo que quiere y como es; unos medio real, y otros uno, y otros dos; los pobres un áspero.

JUAN.-  ¿Cuántos se pueden bañar juntos de una vez?

MATA.-  Eso quería yo preguntar.

PEDRO.-  En seis capillas que tiene el que menos cabrán juntos bañándose ochenta hombres.

MATA.-  ¿Cómo se bañan? ¿Métense dentro algunas pilas?

PEDRO.-  Danle a cada uno una toalla azul, que se pone por la cintura y llega a la rodilla; y metido dentro la estufa hallará dos o tres pilicas en cada una, en las cuales caen dos canillas de agua, una muy caliente y otra fría. Está en vuestra mano templar como quisiéredes, y allí están muchas tazas de estaño con las cuales cogéis el agua y os la echáis a cuestas, sin tener a qué entrar en pila. El suelo, como es todo de mármol, está tan limpio como una taza de plata, que no habría pila tan limpia. Los mismos que sirven el baño os lavarán muy a vuestro placer, y esto no solamente los turcos lo usan, sino judíos y cristianos, y cuantos hay en Levante. Yo mismo lo hacía cada quince días, y hallábame muy bien de salud y limpieza, que acá hay gran falta. Una de las cosas que más nos motejan los turcos, y con razón, es de sucios, que no hay hombre ni mujer en España que se lave dos veces de como nace hasta que muere.

JUAN.-  Es cosa dañosa y a muchos se ha visto hacerles mal.

PEDRO.-  Eso es por no tener costumbre; mas decidles que lo usen, y veréis que no les ofenderá. Ningún hombre principal ni mujer se va a bañar, que lo hacen todos los jueves por la mayor parte, que no deje un escudo en el baño por sus criados y por sí.

JUAN.-  ¿No se bañan juntos los hombres y las mujeres?

PEDRO.-  ¿Eso habían de consentir los turcos siendo tan honestos? Cada baño es por sí, el de los hombres y de las mujeres.

MATA.-  Mucha agua se gastará en esos baños.

PEDRO.-  Cada uno tiene dentro su fuente, que de eso es bien proveída Constantinopla y Galata, si hay ciudades en el mundo que lo sean, y aun muchos turcos tienen por limosna hacer arcas de fuentes por las calles donde ven que esté lejos el agua, y cada día las hinchen a su costa, poniéndoles una canilla por fuera de estas de tornillo, y el que se la dejare destapada para que se vaya el agua peca mortalmente. Digo que las arcas son artificiales, que no traen allí las fuentes; y esto de Galata baste. Constantinopla, que antes se llamaba Bizancio, tiene el mejor sitio de ciudad que el sol calienta desde Oriente o Poniente, porque no puede padecer necesidad de bastimentos por vía ninguna, si en alguna parte del mundo los hay.

JUAN.-  Eso me declarad, porque aunque tenga mar no hace al caso, que muchas otras ciudades están junto al mar y padecen muchas necesidades.

PEDRO.-  Si tuviesen dos mares, como ésta, no podrían padecer. La canal de mar tiene de largo, desde el mar Eugino hasta Sexto y Abido, cincuenta y aun sesenta leguas. En la misma canal está Constantinopla, cinco leguas más acá de la mar Negra, que es el mar Eugino. De manera que a la mano izquierda tiene el mar Eugino, que tiene doscientas leguas de largo y más de cuatrocientas de cerco; a la mano derecha está el mar Mediterráneo. Por no haber estado en la mar no creo que gustaréis nada de esto. ¿Pensáis que es todo carretas de vino y recuas de garbanzos? Mas no se me da nada.

JUAN.-  Demasiado lo entenderemos de bien, si no os escurecéis de aquí adelante.

PEDRO.-  Antes iré más claro. O hace viento para que vayan los navíos con bastimento o no; si no hace ningún viento, caminan las galeras y barcas y bergantines con los remos a su placer; si hubiere vientos o son de las partes de Mediodía y Poniente, o de Septentrión y Oriente, porque no hay más vientos en el mundo, andando los primeros, caminan las naos y todos los navíos del Cairo y Alejandría, Suria, Chipre y Candia, y en fin todo el mar Mediterráneo desde el estrecho de Gibraltar allá; si los vientos que corren son de la otra parte, son prósperos para venir de la mar Negra y así veréis venir la manada de navíos de Trapisonda y toda aquella ribera hasta Cafa y el río Tanais, que parece una armada. Tres años estuve dentro que en todos ellos vi subir una blanca el pan, ni vino, ni carne, ni fruta, ni bastimento ninguno.

MATA.-  ¿Valen caras todas esas cosas?

PEDRO.-  Dos panes, que llaman de «bazar», como quien dice de mercado, que tendrán dos cuartales, valen un áspero; por manera que saldrá a tres y medio el cuartal, y de lo otro muy blanco como nieve y regalado será haced cuenta a siete maravedís el cuartal, que creo llamáis dos libras y media. Carnero es tan bueno como el mejor de Castilla, y dan doscientas dragmas al áspero, que son a cuatro maravedís la libra de doce onzas y media; ternera al mismo precio; vaca a dos maravedís la libra de estas. Más barato sale comprando el carnero todo vivo, que si llegáis en un rebaño y escogiendo el mejor no cuesta sino medio escudo, y cuando más medio ducado, que son treinta ásperos, y tienen cinco cuartos, porque la cola es tan grande que vale por uno.

MATA.-  ¿Qué tanto pesará?

PEDRO.-  Cola hay que pesará seis y siete libras.

JUAN.-  ¿De carnero?

PEDRO.-  De carnero, y los más tienen cuatro cuernos.

MATA.-  Nunca tal oí.

PEDRO.-  Eso es cosa muy común, que todos los que han estado en África y Cerdeña os lo dirán. Cabeza y menudo todo lo echan a mal, que no hacen caso de ello.

MATA.-  ¿De fruta bien proveídos serán?

PEDRO.-  Cuanto es posible, principalmente de seca.

JUAN.-  ¿Qué llamáis fruta seca?

PEDRO.-  Higo, y pasa, almendra, nuez, avellana, castaña y piñón. Uvas en grande abundancia hay y muchas diversidades de ellas, sino es moscatel.

JUAN.-  ¿Esa fruta es de la misma tierra o de acarreo?

PEDRO.-  Gran parte es de la misma tierra, porque en sí es fertilísima, principalmente las uvas; pero lo más viene de fuera. Cereza hay en cantidad; guindas, pocas y aquéllas no las comen, sino pásanlas como uvas y entre año beben del cocimiento de ellas, que no es de mal sabor; y en Italia hay también muy pocas guindas, si no es en Bolonia, y las llaman «marascas», y en otra parte de Italia «bignas». Salido de Castilla, no hallaréis camuesa ni ciruela regañada, en parte de las que hay hasta Jerusalén; pero hay unas manzanas pequeñas en Constantinopla, que llaman moscateles, que son tan buenas como las camuesas; pero, manzana y melón grande es la cantidad que hay allá, y todo ello sin comparación más barato que acá. Estando Zinan Bajá por virrey teníamos muchos presentes de frutas, entre los cuales trajeron un día ocho melones de los que al Gran Señor suelen traer de veinte jornadas grandes de Constantinopla por tierra, y aunque os quiera decir el sabor que tenían no sabré; eran como la maná que Dios envió, que sabían lo que querían que supiese. Lo podrido y cortezas que echaban a mal tenía mejor sabor que los mejores de la Fuente del Sauco. La simiente era como almendras peladas, y como vi tan celestial cosa pregunté al que los traía dónde y cómo se hacían, y díjome que junto a Babilonia, en la ribera de un río no sé cómo se le llama. No hacían sino escarbar en la arena y luego salía agua y se hinchía aquel hoyo, y metían allí dos o tres pepitas y tornábanlo a cubrir y de allí se hacían.

JUAN.-  Cosa de maravilla es esa. ¿En la misma agua echaban la simiente?

PEDRO.-  Sí.

MATA.-  ¿Qué vecindad tendrá Constantinopla? ¿Es mayor que Valladolid?

PEDRO.-  Nunca yo los conté para saberlo uno más o menos; mas lo que pude alcanzar por las matrículas que a Zinan Bajá mostraban y de las personas que tenían cuenta con ello, de solos cristianos habrá cuarenta mil casas, y de judíos diez mil; de turcos bien serán más de sesenta mil; de manera que, para no poner sino quitar de nuestra casa, hacedla de cien mil, y creed que no hay quien mejor lo sepa ni lo haya procurado saber; y aun otra cosa más os digo: que no cuento los arrabales, que están dentro de dos leguas de la ciudad, que son más de otros diez mil. Fuera de la cerca en la orilla del puerto, sobre la misma mar, hay más de diez mil casas de griegos y ruines edificios; todo es casillas de pescadores, de madera.

JUAN.-  ¿Estando dentro de la mar hacen ruines edificios?

PEDRO.-  Como es puerto aquello, es mar muerta, y están tan dentro que en habiendo fortuna se mete por las ventanas. En cada casa tienen una pesquera de red, y porque se la dejen tener son obligados a pagar cada un año un ducado, pero en sola una noche toman pescado que lo vale.

JUAN.-  ¿Cuánto tiene de cerco Constantinopla?

PEDRO.-  Tendrá cinco leguas.

MATA.-  ¿Todo poblado?

PEDRO.-  Todo lo está; mas en unas partes no tanto como en otras. De largo tiene desde el cerraje del Gran Turco hasta la puerta de Andrinópoli, donde están los palacios del emperador Constantino, dos leguas y media.

MATA.-  Bien se cansará quien tiene que negociar.

PEDRO.-  No hace, porque le llevarán por mar por cuatro ásperos, y le traerán con toda la carga que quisiere llevar o traer. Está la ciudad hecha un triángulo; lo más ancho es a la parte de la canal, donde está el Gran Turco, y lo que está a la puerta de Andrinópoli es una punta muy estrecha.

JUAN.-  ¿Qué cosas tiene memorables?

PEDRO.-  Pocas, porque los turcos, con no ser amigos de ellas, las han gastado y derribado todas; muy pocas casas ni edificios hay buenos, sino todo muy común, sacando las cuatro mezquitas principales y los palacios y algunas casas de los bajás. El mejor edificio y la casa que más hay que ver en toda la ciudad es el Baziztan, que es una claustra hecha debajo de tierra, toda de cal y canto, por miedo del fuego; muy espaciosa, en la cual están todos los joyeros que hay en la ciudad y se hacen todas las mercancías de cosas delicadas, como sedas, brocados, oro, plata, pedrerías.

MATA.-  ¿Todos los que venden eso tienen allí dentro sus casas?

PEDRO.-  Menester sería para eso hacer dentro una ciudad. Ninguno tiene otro que la tienda, y este Baziztan tiene cuatro puertas, a las cuales van a dar cuatro calles muy largas y anchas, en las cuales consiste todo el trato, no digo de Constantinopla, sino de todo el imperio; a cualquier hora que quisiéredes pasar os será tan dificultoso romper como un ejército; cuanto por allí camináredes tiene de ser de lado; no tengáis miedo, aunque nieve, de haber frío.

MATA.-  ¡Qué buen cortar de bolsas será ahí!

PEDRO.-  Hartas se cortan, pero a los turcos no hay que cortar sino meterles la mano en la fratiquera, que todos la traen, y sacar lo que hay. Las joyas y riquezas que allí dentro hay, ¿quién lo podrá decir? Tiendas muchas de pedrería fina veréis, que a fe de buen cristiano las podréis medir a celemines y aun a hanegas. Hilo de oro y cosas de ello labradas, vale muy barato. Aquella joyería que veis en la plaza de Medina del Campo verlo heis todo en una sola tienda. Platería mejor y más caudalosa que la de nuestra corte, aunque no comen en plata. En fin no sé qué os decir, sino que es todo oro y plata y seda y más seda, y no querrá nadie imaginar cosa de comprar que no la halle dentro. Cosa de paños y telas y armería, y especiería, se vende en las otras cuatro calles. A cada puerta de este Baziztan hay dos genízaros de guarda, que tienen cuenta con los que entran y salen.

JUAN.-  ¿Es grande?

PEDRO.-  Tendrá de cerco media legua.

JUAN.-  Harto es.

PEDRO.-  La mayor grandeza de Constantinopla es que después de vista toda hay otro tanto que ver debajo.

JUAN.-  ¿En qué?

PEDRO.-  Las bóvedas, que cuasi toda se puede andar cuan grande es, con columnas de mármol y piedra y ladrillo dentro, y no tendréis necesidad de bajaros para andar debajo, que bien tiene de alto cada una treinta y cuarenta pies, y hay muchas de estas bóvedas que tienen una legua de largo y ancho y las columnas hacen dentro calles estrechas.

JUAN.-  Cierto que no sé qué haría si pensase que lo decíais de veras.

PEDRO.-  No curéis de más, sino haced cuenta que lo veis todo como os digo.

JUAN.-  ¿A qué propósito se hizo eso?

PEDRO.-  Allí se tuerce la seda e hilo que es menester para el servicio de la ciudad, y tienen sus lumbreras que de trecho en trecho salen a la calle.

MATA.-  En mi vida tal cosa oí.

PEDRO.-  Oídlo agora. Dos puertas principales sé yo por donde muchas veces entré a verlo, como si fuesen unos palacios.

JUAN.-  ¿Qué calles tiene las más principales?

PEDRO.-  No hay turco allá que lo sepa. Todos van poco más o menos como en las horas del reloj. Lo que más cuentan es por las cuatro mezquitas principales. «¿A dónde vive fulano bajá?» Responderos ha: «En soltán Mahameto», por lo cual se entiende media legua de más a menos; o en «Soltán Bayazete», que es otra mezquita. Si queréis para comprar o vender saber calles, toda las cosas tienen su orden donde las hay: Taucbazar, donde se venden las gallinas; Balucbazar, la pescadería; Coinbazar, donde se venden los carneros, y otras cosas de esta manera.

MATA.-  ¿Valen caras las aves?

PEDRO.-  Una gallina pelada y aderezada vale un real, y un capón, el mejor que hallen, real y medio. En las plazas de aquellas mezquitas hay muchos charlatanes que están con las culebras y lagartos a uso de Italia, herbolarios muchos, y gente que vende carne momia en tanta cantidad que podrán cargar naves de solo ello, y muchas tiendas de viejas que no tienen otra cosa en ellas sino una docena de habas y ganan largo de comer.

JUAN.-  ¿A qué?

PEDRO.-  A echar suertes con ellas, como las gitanas que dicen la buena ventura. Son tan supersticiosos los griegos y turcos, que creen cuanto aquellas dicen. En Atmaidan, que es la plaza que está enfrente de las casas de Ibraim Bajá y Zinan Bajá, hay una aguja como la de Roma; pero es más alta y está mejor asentada, la cual puso el emperador Teodosio, según dicen unos versos que en ella están, griegos y latinos. Junto a ésta está una sierpe de metal con tres cabezas, puesta derecha, tan alta como un hombre a caballo la toque con la mano. Hay a par de estas otra aguja más alta, pero no de una pieza, como la otra, sino de muchas piedras bien puestas. Lo primero que yendo de acá topamos de Constantinopla se llama Iedicula, las Siete Torres, donde están juntas siete torres fuertes y bien hechas. Dicen que solían estar llenas de dinero. Yo entré en dos de ellas, y no vi sino heno. En aquella parte se mata la mayor parte de la carne que se gasta en la ciudad, y de allí se distribuye a las carnicerías, que me haréis decir que son tantas como casas tiene Burgos. Grande realeza es ver la nieve que se gasta todo el tiempo que no hace frío, y cuán barata vale, de lo cual no hay menos tiendas que carnicerías. Aquellos que tienen las tabernas de las sorbetas que beben los turcos, cada uno tiene un peñón de ello en el tablero, y si queréis beber, por un maravedí os dará la sorbeta que pidiéredes, agra o dulce o agridulce, y con un cuchillo le echará la nieve que fuere menester para enfriarla; la cantidad de un gran pan de jabón de nieve darán por dos maravedís. Toda la que en una casa de señor se puede gastar darán por medio real. Esto dura hasta el mes de septiembre; de allí adelante traen unos tablones de hielo, como lápidas, que venden al precio de la nieve.

JUAN.-  ¿Cómo la conservan?

PEDRO.-  En Turquía hay grandes montañas, y allí tiene el Gran Señor unas cuevas todas cubiertas muy grandes; y cada año las hinchen, y como lo traen por mar, y con poca prisa se deshace, danlo barato, y no se puede vender otro sino lo del Gran Turco, hasta que no haya más que vender de ello. Bien le vale, con cuan barato es, cada año treinta mil ducados. Particulares lo cogen también en Galata y Constantinopla y ganan bien con ello; pero aunque es tierra fría, no nieva todos los años. Los turcos son muy amigos de flores, como las damas de Génova, y darán por traer en los tocados una flor cuanto tienen, y a este respecto hay tiendas muchas de solas flores en el verano, que valdrán quinientos ducados. Mirad la magnificencia de Constantinopla: una columna está muy alta y gruesa, toda historiada al romano, en una parte de la ciudad que se llama Abratbazar, donde las mujeres tienen cada semana un mercado, que yo creo que costó cien mil ducados. Puede por dentro subirse por un caracol. En resolución, mirando todas las cualidades que una buena ciudad tiene de tener, digo que, hecha comparación a Roma, Venecia, Milán y Nápoles, París y León, no solamente es mala comparación compararla a éstas, pero paréceme, vistas por mí todas las que nombradas tengo, que juntas en valor y grandeza, sitio y hermosura, tratos y provisión, no son tanto juntas, hechas una pella, como sola Constantinopla; y no hablo con pasión ni informado de sola una parte, sino oídas todas dos, digo lo que dicho tengo, y si las más particularidades os hubiese de decir, había necesidad de la vida de un hombre que sólo en eso se gastase. Si algunas otras cosillas rezagadas se os quedan de preguntad, mirad, señores, que es largo el año, y a todas os responderé. Habed misericordia entre tanto de mí. Contentaos de lo hablado, que ya no me cabe la lengua en la boca, y los oídos me zurrean de llena la cabeza de viento.

MATA.-  Si más hay que preguntar no lo dejo sino por no saber qué, y desde aquí me aparto dando en rehenes que se me ha agotado la ciencia del preguntar, no me maravillando que estéis cansado de responder, pues yo lo estoy de preguntar.

JUAN.-  En todo y por todo me remito a todo lo que Mátalas dice, que cierto yo me doy por satisfecho, sin ofrecerse otra cosa a que me poder responder.

PEDRO.-  Agora que os tengo a entrambos rendidos, quiero de oficio, como hacen en Turquía, deciros algunas cosas de las que vuestros entendimientos no han alcanzado a preguntar, pasándoseles por alto y no para que haya en ellas demandas y respuestas, sino con suma brevedad, y lo primero sea de una manera de hermandad que usan, por la cual se llaman hermanos de sangre, y es que cuando entre dos hay grande amistad, para perpetuarla con mucha solemnidad se hieren cada uno un dedo de su mano cuanto salga alguna sangre, y chupa el uno la sangre de el otro, y desde aquel punto ya son hermanos y tales se llaman, y no menos obras se hacen; y esto no sólo turco con turco, sino turco con cristiano y judío.

MATA.-  ¿Quién cree que no queda Pedro bien emparentado en Turquía, cuanto más si al tiempo del nuevo parentesco había banquetes?

JUAN.-  Mas si sufría también ser hermano de las damas, cuántas debe de dejar, y aun plegue a Dios que no las haya engañado, que tan buen alcahuete me parece el chupar de la sangre como el no saber las lenguas.

PEDRO.-  También quiero deciros del luto de los cerqueses, que es una gente cristiana tal cual dentro la mar Negra, no lejos del río Tanais, que se venden unos a otros a precio de cosas viles, como los negros, y aun padres hay que venden las hijas doncellas. De éstos hay muchos en Constantinopla que facilísimamente se hacen turcos, y allí vi el luto; que cuando muere el padre se cortan una oreja, y cuando la madre o el hermano la otra, y así no es afrenta grande el estar desorejado.

MATA.-  Bien queda estaba la liebre si no la levantara nadie; mas agora se ofrece la postrera pregunta: ¿Si es hacia esa parte el preste Juan de las Indias, de quien tantas cosas nos dicen por acá los peregrinos de Jerusalén, y más de su elección milagrosa con el dedo de Santo Tomás?

PEDRO.-  Así le ven todos ésos como Juan nuestro compadre a Jerusalén, ni tiene qué hacer con el camino. Sabed en dos palabras que es burla llamarle preste Juan, porque no es sacerdote ni trae hábitos de ello, sino un rey que se llama el preto Juan, y los que le ponen, describiendo la Asia en las tablas de ella, no saben lo que se hacen; por una parte confina con el reino de Egipto y por otra del reino de Melinde; por la parte occidental confina con los etíopes interiores; por la de oriente con la mar Bermeja, y de esto da testimonio el rey Manuel de Portugal en la epístola al papa León décimo. Difiere de la iglesia romana en algunas ceremonias, como la griega. El año de 1534 enviaron a Portugal doctores que aprendiesen la lengua española, los cuales declararon, cuando la supieron, el uso de sus sacramentos. Dicen lo primero que San Filipo les predicó el Evangelio, y que constituyeron los apóstoles que se pudiesen casar los sacerdotes, y si tomaren algún clérigo o obispo con hijo bastardo, pierde por el mismo caso todos sus beneficios. Bautízanse cada año el día de la Epifanía, no porque lo tengan por necesario, sino por memoria y conmemoración del bautismo de Jesucristo: «Et quotidie accipiunt corpus Christi». Tienen su confesión y penitencia, aunque no extremaunción ni confirmación. En el punto que pecan van a los pies del confesor; no comulgan los enfermos, porque a nadie se puede dar el sacramento fuera de la iglesia. Los sacerdotes viven de sus manos y sudor, porque no hay rentas, sino cosa de mortuorios. Dicen una sola misa; santifican el sábado como los judíos; eligen un patriarca de la orden de Santo Antonio Eremita, cuyo oficio es ordenar; no tienen moneda propia, sino peregrina de otros reinos, sino oro y plata por peso.

JUAN.-  Ya, ya comenzaba a hacer de mi oficio como vos del vuestro y cerrar toda nuestra plática, cuando a propósito del preste Juan, el preto Juan, como decía, me vino a la memoria el arca de Noé. Deseo saber si cae a esa parte y qué cosa es, porque todos los que vienen nos la pintan cada cual de su manera.

PEDRO.-  La misma pintura y retrato os pueden dar que los pintores de Dios padre y de San Miguel, a quien nunca vieron. En Armenia la alta, junto a una ciudad que se llama Agorre, hay unas altísimas montañas, donde está; pero es imposible verse ni nadie la vio, tanta es la niebla que sobre ella está perpetuamente, y nieve tiene sobre sí veinte picas en alto. Ella, en fin, no se puede ver ni sabemos si es arca ni armario ni nave; antes mi parecer es que debía de ser barca, y de allí vino la invención del navegar a los hombres, y es cosa que lleva camino serlo, pues había de andar sobre las aguas, y Beroso, escritor antiguo, la llama así; y cierto yo tengo para mí que fue el primero Noé que enseñó navegar. Esta tierra cae debajo el señorío del Sofi, que es rey de Persia. Tiene este reino muy buenas ciudades, principalmente Hechmeazin, donde reside su patriarca, como acá Roma; Taurez, donde tiene su corte el Sofi, que se llama Alaziaquin. Año de 1558 mató su hijo por reinar; Cara, Hemet, Bidliz tienen cada diez mil casas; Hazu, cinco mil; Urfa, cinco mil casas, y otras mil ciudades. No difiere la Iglesia de los armenios de la romana tanto como la griega, y así nuestro Papa les da licencia que puedan decir por acá misas cuando vienen a Santiago, porque sacrifican con hostia y no con pan levado, como los griegos. Cerca de este está el Gurgistan, que llaman el Gorgi, un rey muy poderoso, cristiano, sujeto a la Iglesia griega, y tiene debajo de sí nueve reinos. En este reino ni en el de el Sofi no consienten vivir judíos. Tampoco me olvido yo de las cosas como Mátalas. Deseo saber qué es lo que apuntasteis de vuestro oficio, que yo ya tengo más deseo de escuchar que de hablar.

JUAN.-  Por tema del sermón tomo el refrán del vulgo: que del predicador se ha de tomar lo que dice, y no lo que hace; y en recompensa de la buena obra que al principio me hicisteis de apartarme de mi mala vida pasada, quiero, representando la venidera, que hagáis tal fin cuales principios habéis llevado, y todo se hará fácilmente menospreciando los regalos de acá que son muy venenosos e infeccionan más el alma que todas las prisiones y ramos de infieles. Puédese colegir de toda la pasada vida la obligación en que estáis de servir a Dios y que ningún pecado venial hay que no sea en vos mortal, pues para conocerlos sólo vos bastáis por juez. Simónides, poeta, oyendo un día a Pausanias, rey de Lacedemonia, loarse cuán prósperamente le habían sucedido todas las cosas, y como burlándose preguntó alguna cosa dicha sabiamente, aconsejole que no se olvidase de que era hombre. Esta respuesta doy yo sin demandármela, Filipo, rey de Macedonia, teniendo nueva de tres cosas que prósperamente le habían sucedido en un día, puestas las manos y mirando al cielo dijo: «¡Oh, fortuna, págame tantas felicidades con alguna pequeña desventura!», no ignorando la grande envidia que la fortuna tiene de los buenos sucesos. Teramenes, uno de los treinta tiranos, habiendo sólo escapado cuando se le hundió la casa con mucha gente, y teniéndole todos por beato, con gran clamor: «¡Oh fortuna! -dice-, ¿para cuándo me guardas?» No pasó mucho tiempo que no le matasen los otros tiranos. Grande ingratitud usaríais para con Dios si cada día no tuvieseis delante todas esas mercedes para darle gracias por ellas, y aun me parece que no hay más necesidad, para quererle y amarle mucho, de representarlas en la memoria, y será buena oración y meditación, haciendo de este mundo el caso que él merece, habiendo visto en tan pocos años por experiencia los galardones que a los que más le siguen y sirven da, y cómo a los que le aborrecen es de acero que no se acaba, y a los que no de vidrio, que falta al mejor tiempo. Comparaba muy bien Platón la vida del hombre al dado, que siempre tiene de estar deseando buena suerte, y con todo eso se ha de contentar con la que cayere. Eurípides jugó del vocablo de la vida como merecía. La vida, dice, tiene el nombre; mas el hecho es trabajo. ¿Habéis aprendido, como San Pablo, contentaros con lo que tenéis, como dice en la carta a los filipenses? Sé ser humilde y mandar, haber hambre y hartarme, tener necesidad y abundar de todas las cosas; todas las cosas puedo en virtud de Cristo, que me da fuerzas; ¿qué guerra ni paz, hambre o pestilencia bastará a privaros de una quieta y sosegada vida, y que no estiméis en poco todas las cosas de Dios abajo? Mas como hablando San Pablo con los romanos: ¿por ventura la angustia, la aflicción, la persecución, la hambre, el estar desnudo, el peligro? Persuadido estoy ya, dice, que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados y potestades, ni lo presente ni por venir, ni lo alto ni lo bajo, ni criatura ninguna nos podrá apartar del amor y afición que tengo a Dios.




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