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Viaje de Turquía


Cristóbal de Villalón


Antonio García de Solalinde (ed. lit.)



Todo viaje, aunque sea en una galera turquesca y bajo el látigo del cómitre, aprovecha al que lo hace; y así, Pedro de Urdemalas, nombre bajo el cual se oculta el héroe de este Viaje de Turquía, ha sacado de él -según los interlocutores de este diálogo- mayor temor de Dios, algunos conocimientos médicos, la práctica de ciertos idiomas y una postura crítica ante lo que ha visto por las tierras de su peregrinación y ante los defectos de que adolecían los españoles de su tiempo.

Algo oye de lo que por aquel entonces se decía por el mundo, y a esto obedecen sus preocupaciones en materia religiosa y los deseos de que clérigos y feligreses ajustasen sus prácticas a una disciplina más severa.

Esta crónica minuciosa de la vida que llevaban en Constantinopla los cautivos del siglo XVI llega a interesar vivamente, por ser su autor hombre avisado, que aprovechó cuanto pudo su desventura, y que supo trasladarnos sus impresiones, sin desechar detalle, en un diálogo animado, donde no faltan ni la amenidad ni el «gracioso» de las comedias antiguas.

Desde el momento en que le apresan los turcos, cuando bogaba en la armada de Andrea Doria por aguas italianas, hasta que logra escapar del cautiverio para arrastrar aún su infortunio en una huida cuajada de peligrosos accidentes, va guardando este aventurero en su memoria, como en un diario, no sólo cuanto a él atañe, sino cuanto escudriña, valiéndose de su privilegiada y fingida condición de médico de un bajá.

Las páginas del Viaje de Turquía están lejos de ser una entretenida novela de aventuras, como la que años más tarde había de darnos Cervantes en su Persiles y Segismunda. Son más bien un relato, lleno de veracidad, de útiles observaciones y de noticias curiosas. No podrán ser muy distintas las memorias de un espía de nuestro tiempo un poco dado a la literatura.

Y, en efecto, ya observa su autor, en la dedicatoria, que escribió la obra con fina política: había que enterar al rey de España del poder y de las flaquezas del Turco; de paso convenía ponerle sobre aviso de alguna que otra inmoralidad de sus ejércitos y de la ineficacia del dinero que se gastaba en los rescates. Todo mezclado con episodios de su vida y de la de los turcos, desde la religión hasta las excelencias del caviar o del yogurt.

No faltaban tampoco las noticias literarias; pero hemos de echar la culpa a la Inquisición de la pérdida de unas páginas dedicadas a los libros de caballería, que fueron arrancadas del manuscrito primitivo.

Es lastimoso que el autor y héroe del Viaje sea insensible ante las bellezas artísticas que por fuerza contempló en Santa Sofía de Constantinopla y en los monumentos griegos e italianos. Donatello no existe para él, y de las puertas de Ghiberti, del Baptisterio de Florencia, sólo se le ocurre decir que son «muy soberbias, de metal y con figuras de bulto».

¿No nos obligaría esta muestra de profunda insensibilidad a dudar de la atribución del Viaje de Turquía a Cristóbal de Villalón, autor de la Ingeniosa comparación entre lo antiguo y lo presente, en la que se diserta sobre las artes y se describen las obras principales de la arquitectura, de la estatuaria y de la pintura de España y de fuera de España?

El catedrático de Zaragoza D. Manuel Serrano y Sanz1 fue quien primero habló de este Viaje, atribuyéndoselo -también desde el primer momento- al bachiller Cristóbal de Villalón. Y ciertamente supo encontrar razones para ello, aunque algunas sean discutibles. Pero no podemos detenernos a rebatir sus argumentos. Baste decir que, aparte de pequeñas coincidencias del Viaje con otras obras indudables de Villalón, se funda en las semejanzas que éste tiene con El Crotalón, obra asimismo atribuida al citado bachiller. Claro es que nada se opone documentalmente a que Cristóbal de Villalón, estudiante en Salamanca por el año 1525, el preceptor en Valladolid de los hijos de los condes de Lemos desde 1532 hasta 1534, y que todavía permanecía en la antigua corte en 1539, el autor de El scholástico y de la Tragedia de Mirra, impresa en 1536; de la Ingeniosa comparación entre lo antiguo y lo presente (1539), del Provechoso tractado de cambios y contrataciones de mercaderes y reprobación de la usura (1541) y de la Gramática castellana (1558)2, nada se opone documentalmente a que éste -y no sus homónimos el Cristóbal de Villalón mercader, ni el borceguilero, ni el que con igual nombre figura como testigo en la información de Argel abierta por Cervantes en 1580-3 escribiese el Viaje de Turquía en 1557, ni a que realizase éste por los años de 1552 a 1555.

Y tendría interés en saber a ciencia cierta quién es el autor del Viaje de Turquía, pues éste contiene el relato de tantas hazañas loables, que convendría no regalárselas a un señor que pudo no moverse en esos años de la aldea desde donde escribió su Gramática castellana.

También debemos al Sr. Serrano y Sanz la identificación de los otros dos interlocutores: Juan de Voto a Dios podría ser Alonso de Portillo, y Mátalas Callando, el clérigo Granada, fundadores del hospital de la Resurrección, de Valladolid.

ANTONIO G. SOLALINDE.




Al muy alto y muy poderoso, católico y cristianísimo señor don Felipe, rey de España, Inglaterra y Nápoles, el autor, salud y deseo de sincera felicidad y victoria

Aquel insaciable y desenfrenado deseo de saber y conocer que natura puso en todos los hombres, César invictísimo, sujetándonos de tal manera que nos fuerza a leer sin fruto ninguno las fábulas y ficciones, no puede mejor ejecutarse que con la peregrinación y ver de tierras extrañas, considerando en cuánta angustia se encierra el ánimo y entendimiento que está siempre en un lugar sin poder extenderse a especular la infinita grandeza de este mundo, y por esto Homero, único padre y autor de todos los buenos estudios, habiendo de proponer a su Ulises por perfecto dechado de virtud y sabiduría, no sabe de qué manera se entona más alto que con estas palabras:

Andra moi e)\nnepe, Mosu=a, polu/tropon, o(/z ma/la polla/ pla/gxqh.



«Ayúdame a cantar, ¡oh musa!, un varón que vio muchas tierras y diversas costumbres de hombres». Y si para confirmar esto hay necesidad de más ejemplos, ¿quién puede con mejor título ser presentado por nuestra parte que Vuestra Majestad como testigo de vista a quien este virtuoso deseo tiene tan rendido, que en la primera flor de su juventud, como en un espejo, le ha representado y dado a conocer lo que en millones de años es difícil alcanzar, de lo cual España, Italia, Flandes y Alemania dan testimonio?

Conociendo, pues, yo, cristianísimo príncipe, el ardentísimo ánimo que Vuestra Majestad tiene de ver y entender las cosas raras del mundo con sólo celo de defender y aumentar la santa fe católica, siendo el pilar de los pocos que le han quedado en quien más estriba y se sustenta, y sabiendo que el mayor contrario y capital enemigo que para cumplir su deseo Vuestra Majestad tiene -dejando aparte los ladrones de casa y perros del hortelano- es el Gran Turco, he querido pintar al vivo en este comentario, a manera de diálogo, a Vuestra Majestad el poder, vida, origen y costumbres de su enemigo, y la vida que los tristes cautivos pasan, para que conforme a ello siga su buen propósito; para lo cual ninguna cosa me ha dado tanto ánimo como ver que muchos han tomado el trabajo de escribirlo, y son como los pintores que pintan a los ángeles con plumas, y a Dios Padre con barba larga, y a San Miguel con arnés a la marquesota, y al diablo con pies de cabra, no dando a su escritura más autoridad del dizque y que oyeron decir a uno que venía de allá; y como hablan de oídas las cosas dignas de consideración, unas se les pasan por alto, otras dejan como casos reservados al Papa. Dice Dido en Virgilio: «Yo que he probado el mal, aprendo a socorrer a los míseros»; porque cierto es cosa natural dolernos de los que padecen calamidades semejantes a las que por nosotros han pasado.

Como los marineros, después de los tempestuosos trabajos, razonan de buena gana entre sí de los peligros pasados, quién el escapar de Scila, quién el salvarse en una tabla, quién el dar al través y naufragio de las sirtes, otros de las ballenas y antropófagos que se tragan los hombres, otros el huir de los corsarios que todo lo roban, así a mí me ayudará a tornar a la memoria, la cautividad peor que la de Babilonia, la servidumbre llena de crueldad y tormento, las duras prisiones y peligrosos casos de mi huida; y no mire Vuestra Majestad el ruin estilo con que va escrito, porque no como erudito escritor, sino como fiel intérprete y que todo cuanto escribo vi, he abrazado antes la obra que la apariencia, supliendo toda la falta de la retórica y elegancia con la verdad, por lo cual no ha de ser juzgada la imperfección de la obra, sino el perfecto ánimo del autor; ni es de maravillar si entre todos cuantos cautivos los turcos han tenido después que son nombrados, me atreva a decir que yo solo vi todo lo que escribo, porque puedo con gran razón decir lo que San Juan por San Pedro en el 18 capítulo de su escritura: «discipulus autem ille erat notus pontifici et introivit cum Iesu in atrium pontificis, Petrus autem stabat ad ostium foris».

Dos años enteros después de las prisiones estuve en Constantinopla, en los cuales entraba, como es costumbre de los médicos, en todas las partes donde a ninguno otro es lícito entrar, y con saber las lenguas todas que en aquellas partes se hablan y ser mi habitación en las cámaras de los mayores príncipes de aquella tierra, ninguna cosa se me escondía de cuanto pasaba.

No hay a quien no mueva risa ver algunos casamenteros que dan en sus escrituras remedios y consejos, conforme a las cabezas donde salen, cómo se puede ganar toda aquella tierra del turco, diciendo que se juntasen el Papa y todos los príncipes cristianos, y a las dignidades de la Iglesia y a todos los señores quitasen una parte de sus haciendas, y cada reino contribuyese con tanta gente pagada, y pareciéndoles decir algo encarecen el papel, no mirando que el gato y el ratón, y el perro y el lobo no se pueden uncir para arar con ellos.

Ningún otro aviso ni particularidad quiero que sepa Vuestra Majestad de mí más de que si las guerras de acá civiles diesen lugar a ello y no atajasen al mejor tiempo el firme propósito de servir a Dios, no menos se habría Solimán con Filipo que Darío con Alejandro, Xerse con Temístocles, Antioco con Judas Macabeo. Esto he conocido por la experiencia de muchos años y de esta opinión son los míseros cristianos que debajo la sujeción del turco están, cuyo número excede en gran cantidad al de los turcos, tienen grande esperanza que su deseo ha de haber efecto, esperan que Vuestra Majestad tiene de ser su Esdra y su Josué, porque semejantes profecías hay no solamente entre los cristianos, más aún entre los mesmos turcos, los cuales entre muchas tienen ésta: «padixa omoz guieliur chaferum memelequet alur, quizil almaalur capçeiler, iedigil chiaur quelezi isic maze, oniquiil onlarum bigligeder, eue yapar, bagi dequier embaglar, ogli quiezi olur, oniqui gilden zora, christianon quielechi chicar, turqui cheresine tuscure»: «vendrá nuestro rey y tomará el reino de un príncipe pagano y una manzana colorada, la cual reducirá en su ser, y si dentro de siete años no se levantare la espada de los cristianos, reinará hasta el duodécimo, edificará casas, plantará viñas y cercarlas ha, hará hijos; después del duodécimo año aparecerá la espada de los cristianos, la cual hará huir el turco». Llámannos ellos a nosotros paganos y infieles. La manzana colorada entienden por Constantinopla, y por no saber desde cuándo se han de comenzar a contar estos doce años y ver ya la ciudad en tanta pujanza y soberbia que no puede subir más, tienen por cierto que el tiempo es venido, y todas las veces que leen esta profecía acaban con grandes suspiros y lágrimas, y preguntándoles yo muchas veces por qué lloraban me decían la profecía; y lo que por muy averiguado tienen los modernos es que brevemente y presto el rey cristiano los tiene de destruir y ganar todo su imperio, y el Gran Turco con la poca gente que le quedare se tiene de recoger en la Meca y allí hacerse fuerte, y después tornará sobre los cristianos y vencerlos ha, y allí será el fin del mundo.

Y no lo tenga Vuestra Majestad a burla, que no hay día que todos los príncipes no hacen leer en sus cámaras todas estas profecías y se hartan de llorar porque el tiempo se les acerca. Verdadero profeta fue Balam fuera de Israel, y entre los paganos hubo muchas Sibilas que predijeron la verdad, y por eso es posible que fuera de los cristianos haya quien tenga espíritu profético, cuanto más que podría ser la profecía que éstos tienen de algún santo y haberla traducido en su lengua. Yo no lo afirmo, pero querría que fuese verdad y ellos adivinasen su mal.

Fuese Dios servido que las cosas de acá dejasen a Vuestra Majestad, y vería cómo todo sucedería tan prósperamente que ninguna edad, ningún seso, ningún orden ni nación desampararía las armas en servicio de Vuestra Majestad. Cada turco tenía en casa un esclavo que le matase y en el campo que le vendiese y en la batalla que le desamparase. Todos los cristianos griegos y armenos estiman en poco la furia del turco, porque le conocen ser fortísimo contra quien huye y fugacísimo contra quien le muestra resistencia.

Levántese, pues, Dios, y rómpanse sus enemigos, huyan delante de él aquellos que le tienen odio. Falten como falta el humo, y regálense delante la cara de Dios como la cera junto al fuego. Plegue a Dios omnipotente, César invictísimo, que con el poder de Vuestra Majestad aquel monstruo turquesco, vituperio de la natura humana, sea destruido y aniquilado de tal manera que torne en libertad los tristes cristianos oprimidos de grave tiranía, pues ciertamente después de Dios en sólo Vuestra Majestad está fundada toda la esperanza de su salud.

Alegremente recibió Artaxerxes, rey de Persia, el agua que con entrambas manos le ofreció un día caminando un pobre labrador, por no tener otra cosa con qué servir, conociendo su voluntad, no estimando en menos recibir pequeños servicios que hacer grandes mercedes. Sola la voluntad de mi bajo estilo, con que muestro las fatigas de los pobres cautivos, reciba Vuestra Majestad, pues conoce el mundo ser sólo el que quiere y puede dar el remedio y en quien está fundada toda la esperanza de su salud. Por muchos años y con aumento de salud conserve Dios a vuestra cesárea Majestad, para que con felices victorias conquiste la Asia y lo poco que de Europa le queda.

A primero de marzo 1557.



PERSONAJES
 

 
JUAN DE VOTO A DIOS.
MÁTALAS CALLANDO.
PEDRO DE URDEMALAS4.





ArribaAbajoEl camino de Santiago

Initium sapientiae timor Domini.



JUAN.-  La más deleitosa salida y más a mi gusto de toda la ciudad y de mayor recreación es ésta del camino francés, así por la frescura de las arboledas, como por gozar de la diversidad de las gentes, variedad de naciones, multitud de lenguas y trajes que señor Santiago nos da por huéspedes en este su peregrinaje.

MATA.-  Como todas las cosas que debajo de la luna están tienen su haz y envés, tampoco ésta se puede escapar, por donde yo la tengo poco en uso.

JUAN.-  Al menos es cierto que aunque Dios la criara perfecta, en vuestra boca no le tiene de faltar un «sino», como es de costumbre; ¿qué tacha o falta tiene?

MATA.-  No me la iréis a pagar en el otro mundo, así Dios me ayude.

JUAN.-  Si no me habláis más alto, este aire que da de cara no me deja oír.

MATA.-  Digo que es gran trabajo que por todo el camino a cada paso no habéis de hablar otra cosa sino «Dios te ayude». Verdaderamente, como soy corto de vista, aquel árbol grueso y sin ramas que está en medio del camino todas las veces que paso junto a él, pensando que me pide, le digo: «Dios te ayude».

JUAN.-  Buen remedio.

MATA.-  Eso es lo que deseo saber.

JUAN.-  Darles limosna y callar.

MATA.-  A sólo vos es posible tal remedio, que como sois de la compañía de Juan de Voto a Dios no pueden faltar, por más que se dé, las cinco blancas en la bolsa; pero a mí que soy pobre, mejor me está demandar que dar.

JUAN.-  Nadie es tan pobre que alguna vez no tenga que dar una blanca, o un poco de pan, o al menos un pedazo de compasión de no tener que dar y dolerse del pobre; pero vos sois amigo de beber la tarja que sobra y no acordar que hay mañana.

MATA.-  La mayor verdad es que al propósito se puede decir, y por tal no la contradigo, y pues jugamos el juego de decirlas, quiero también yo salir con la mía.

JUAN.-  No de manera que muerda ni queme.

MATA.-  No dejará señal más que un rayo. Veinte y más años ha que nos conocemos y andamos por el mundo juntos, y en todos ellos, por más que lo he advertido, me acuerdo haberos visto dar tres veces limosna; sino al uno: «¿por qué no sirves un amo?»; al otro: «gran necesidad tenía Santiago de ti»; al otro: «en el hospital te darán de cenar»; y a vueltas de esto, mil consejos airadamente porque piensen que con buen celo se les dice. Pues el «Dios te ayude», ¿yo de quién lo aprendí sino de vos, que en mi tierra a solos los que estornudan se les dice esa salutación? Creo que pensáis que por ser de la casa de Voto a Dios sois libre de hacer bien, como quien tiene ya ganado lo que espera; pues mándoos yo que a fe no estáis más cerca que los que somos del mundo, aunque más hospitales andéis fabricando. Mas dejado esto aparte, en todo el año podíamos salir a tiempo más a vuestro propósito: ¿no miráis cuánto bordón y calabaza?, ¿cómo campean las plumas de los chapeos? Para mí tengo que se podría hacer un buen cabezal de las plumas del gallo de señor Santo Domingo. Bien haya gallo que tanto fruto de sí da. Si como es gallo fuera oveja, yo fiador que los paños bajaran de su precio. ¿Pensáis que si el clérigo que tiene cargo de repartirlas hubiera querido tratar en ellas que no pudiera haber enviado muchas sacas a Flandes?

JUAN.-  Mirad aquel otro bellaco tullido qué regocijado va en su caballo y qué gordo le lleva el bellaco; y esta fiesta pasada, cuando andaba por las calles a gatas, qué voces tan dolorosas y qué lamentaciones hacía. El intento del hospital de Granada que hago es por meter todos estos y que no salgan de allí, y que se les den sus raciones. Para éstos son propios los hospitales, y no los habían de dejar salir de ellos sino como casa por cárcel, dándoles sus raciones suficientes como se pudiesen sustentar.

MATA.-  Si eso así fuese, presto habría pocos pobres aplagados.

JUAN.-  Claro es que no quedaría ninguno.

MATA.-  No lo digo por eso, sino porque en viéndose encerrados, todos se ahorcarían y buscarían maneras cómo se matar. ¿Luego pensáis que los más si quisiesen no tendrían sanas las llagas?

JUAN.-  ¿Por qué no lo hacen?

MATA.-  Porque tenían enfermas las bolsas, las cuales ahora están bien aforradas. No hay hombre de estos que en un librico no traiga por memoria todas las cofradías, memorias, procesiones, letanías y fiestas particulares de pueblos, para acudir a todo por su orden; mas decid, por amor de mí, ¿cuántas ferias habéis visto que en la ciudad ni sus derredores se hagan sin ellos?

JUAN.-  Opinión es de algunos de nuestros teólogos que son obligados a restitución de todo lo que demandan más de para el sustentamiento de aquel día, so pena de malos cristianos.

MATA.-  Mejor me ayude Dios, que yo no los tengo por cristianos cuanto más por buenos. Ni precepto de todos los de la ley guardan.

JUAN.-  Eso es mal juzgar sin más saber.

MATA.-  Ellos, primeramente, no son naturales de ningún pueblo, y jamás los vi confesar ni oír misa, antes sus voces ordinarias son a la puerta de la iglesia en la misa mayor y en las menores de persona en persona, que aun de la devoción que quitan tienen bien que restituir, y no me espantan éstos tanto como el no advertir en ello los que tienen cargo que jamás hubo obispo, ni provisor, ni visitador, ni cura, ni gobernador, ni corregidor que cayese en la cuenta de ver cómo nunca estos que piden por las iglesias oyen misa, y si la oyen, cuándo; al menos yo en todas las horas que se dicen, mirando en ello todo lo posible, no lo he podido descubrir; aun cuando alzan apenas se ponen de rodillas, ni miran allá; en lo que dijisteis de la restitución, querría preguntaros, no cuánto os han restituido, porque no tienen, que pues tampoco les habéis dado, pero cuánto habéis visto u oído que han restituido

JUAN.-  Restituir no les vi jamás; pero vender hartas camisas y pañizuelos que mujeres devotas les dan, infinitas, entre las cuales, por no ir lejos, esta semana vendió unos tres, y se andaba con todo el frío que hacía en vivas carnes.

MATA.-  ¡Qué bien andada tenía la mitad del camino para los cien azotes que merecía si el corregidor lo supiera hacer! Mas hay algunos ministros de estos que el rey tiene para la justicia, tan hipócritas en estos pequeños negocios, que pensarían que pecaban gravísimamente en ello, aunque más acostumbrados estén a pasar sobre peine casos más graves.

JUAN.-  ¿No es poco grave éste?

MATA.-  Llamo casos graves, como ellos también, los de importancia que hay en qué ganar y de qué sacar las costas; y estos otros bordoneros, ¿pensáis que en las aldeas no saben cebar las gallinas con el pan del zurrón y tomarles la cabeza debajo el pie? Bien podéis creer que no se dejan morir de hambre, ni se cansan de las jornadas muy largas; no hay despensa de señor mejor proveída que su zurrón, ni se come pan con mayor libertad en el mundo; no dejan, como los más son gascones y gabachos, si topan alguna cosa a mal recado, ponerla en cobro, cuanto entran en las casas a pedir limosna, y cuando vuelven a sus tierras no van tan pobres que les falten seis piezas de oro y mantenidos

JUAN.-  Gran devoción tienen todas estas naciones extranjeras; bien en cargo les es Santiago.

MATA.-  Más que a los españoles, principalmente a los vecinos de Orense y toda Galicia, que en verdad que tengo por cierto que de mil ánimas no va allá una, ni aun creo que de diez mil.

JUAN.-  ¿Qué es la causa de eso?

MATA.-  Que piensan que por ser su vecino que ya se le tienen ganado por amigo, como vos, que por tener el nombre que tenéis os parece no es menester creer en Dios ni hacer cosa que lo parezca.

JUAN.-  Mira lo que decís y reportaos, porque salís del punto que a ser yo cristiano debéis.

MATA.-  No lo digo por injuriaros ni pensar que no lo sois; pero, como dicen, una palabra saca otra; dejémonos de mortificar; ahora sepamos...

JUAN.-  Estos clérigos que aquí van, en sus tierras no deben de tener beneficios, que de otra manera no irían pidiendo.

MATA.-  También a vueltas de éstos suele haber algunos bellacos españoles que hacen de las suyas, y se juntan con ellos, entre los cuales vi una vez que andaban seis confesando, y tomaban el nombre del penitente y escribían algunos de los pecados y comunicábanselos uno a otro. Después venía uno de los compañeros que se trocaban, y tomábale en secreto diciendo que por qué no se enmendaba, que Dios le había revelado que tenía tal y tal vicio, de lo cual quedaba el pobre penitente muy espantado y lo creía, y con esto le sacaban dineros en cantidad.

JUAN.-  ¿Y a ésos qué les hicieron? Que dignos eran de grande pena.

MATA.-  No nada, porque no los pudieron coger; que si pudieran, ellos fueran a remar con Jesucristo y sus Apóstoles y el Nuncio que están en las galeras.

JUAN.-  También fue la de aquéllos solemne bellaquería.

MATA.-  Bien solemnemente la pagan. Así la pagarán estos otros, y quizá no hubiera tantos bellacos.

JUAN.-  ¿Mas quién se va a confesar con romeros ni forasteros teniendo sus propios curas y confesores?

MATA.-  Las bulas de la Cruzada lo permiten, que antes a todos los forzaban a confesarse con sus curas; mas hay algunos idiotas y malos cristianos que no han tenido vergüenza de pecar contra Dios, ni de que Dios lo sepa y lo vea, y temen descubrirse al confesor que conocen, pareciéndoles que cuando le encontraren los ha de mirar de mal ojo, no mirando que es hombre como ellos, y buscan éstos tales personas que los confiesen que nunca más las hayan de ver de sus ojos; pues las horas canónicas que estos clérigos rezan, de como salen de sus tierras hasta que vuelvan, se vayan por sus ánimas, que yo no les veo traer sino unas horas pequeñas, francesas en la letra y portuguesas por de fuera con tanta grosura.

JUAN.-  Pues la mejor invención de toda la comedia está por ver; ya me maravillaba que hubiese camino en el mundo sin frailes. ¿Visteis nunca al diablo pintado con hábitos de monje?

MATA.-  Hartas veces y cuasi todas las que le pintan es en ese hábito, pero vivo, esta es la primera; ¡maldiga Dios tan mal gesto! ¡Valdariedo, saltatrás, Jesús mil veces! El mismo hábito y barba que en el infierno se tenía debe de haber traído acá, que esto en ninguna orden del mundo se usa.

JUAN.-  Si hubieses andado tantas partes del mundo como yo, no harías esos milagros. Hágote saber que hay mil cuentos de invenciones de frailes fuera de España, y éste es fraile extranjero. Bien puedes aparejar un «Dios que te ayude», que hacia nosotros enderece su camino.

MATA.-  Siempre os holgáis de sacar las castañas con la mano ajena. Si sacáis así las ánimas de purgatorio, buenas están. Abranhucia.

JUAN.-  Deo gracias, padre.

PEDRO.-  «Metánia».

MATA.-  ¿Qué dice?

JUAN.-  Si queremos que taña.

MATA.-  ¿Qué tiene de tañer?

JUAN.-  Alguna sinfonía que debe de traer, como suelen otros romeros.

MATA.-  Antes no creo que entendisteis lo que dijo, porque no trae aún en el hábito capilla, cuanto más flauta ni guitarra. ¿Qué decís, padre?

PEDRO.-  «O Theos choresi».

MATA.-  Habla aquí con mi compañero, que ha estado en Jerusalén y sabe todas las lenguas.

JUAN.-  ¿De qué país estar vos?

PEDRO.-  «Ef logite pateres».

JUAN.-  Dice que es de las Italias, y que le demos por amor de Dios.

MATA.-  Eso también me lo supiera yo preguntar; pues si es de las Italias ¿para qué le habláis negresco? Yo creo que sacáis por discreción lo que quiere, más que por entendimiento. Ahora yo le quiero preguntar: «¿Dicatis socis latines?»

PEDRO.-  «Oisque afendi».

MATA.-  ¡Oísteis a vos! ¿Cómo, puto, pullas me echáis?

PEDRO.-  «Grego agio Jacobo».

MATA.-  Mala landre me dé si no tengo ya entendido que dice que es griego y va a Santiago.

JUAN.-  Más ha de media hora que le tenía yo entendido, sino que disimulaba, por ver lo que vos dijerais.

MATA.-  ¿Media hora decís? Más creo que ha más de veinte años que lo disimuláis; sois como el tordo del ropavejero nuestro vecino, que le pregunté un día si sabía hablar aquel tordo, y respondiome que también sabía el «Pater noster», como la «Ave María». Yo para mí tengo que habláis también griego como turquesco.

JUAN.-  Quiero que sepáis que es vergüenza pararse hombre en medio el camino a hablar con un pobre.

MATA.-  Bien creo que os será harta vergüenza si todas las veces han de ser como ésta; mas yo reniego del compañero que de cuando en cuando no atraviesa un triunfo. Debéis de saber las lenguas en confesión.

JUAN.-  ¿En qué?

MATA.-  En confusión, porque como sabéis tantas, se deben confundir unas con otras.

JUAN.-  Es la mayor verdad del mundo.

PEDRO.-  «Agapi Christu elemosini».

JUAN.-  Dice qué...

MATA.-  Dadle vos, que ya yo entiendo que pide limosna. ¿Queríais ganar honra en eso conmigo? Cristo, limosna ¿quién no se lo entiende? Las becerras lo construirán. Preguntadle si sabe otra lengua.

JUAN.-  «¿Saper parlau franches o altra lingua?»

MATA.-  Más debe saber de tres, pues se ríe de la gran necedad que le parece haber vos dicho con tanta ensalada de lenguas.

JUAN.-  El aire me da que hemos de reñir, Mátalas Callando, antes que volvamos a casa.

MATA.-  ¡Cómo! ¿Tengo yo la culpa de que esotro no entienda?

JUAN.-  Yo juraré en el ara consagrada que no sabe, aunque sepa cien lenguas, otra más elegante que ésta.

MATA.-  Eso sin juramento lo creo yo, que él no sabe tal lengua, que por eso no responde.

JUAN.-  Pues que estáis hecho un espíritu de contradicción, ¿sabrá ninguno en el mundo, agora que me lo hacéis decir, hablar donde Juan de Voto a Dios habla?

MATA.-  No por cierto, que en el mundo no se debe hablar tal lenguaje.

PEDRO.-  No pase más adelante la riña, pues Dios por su infinita bondad (el cual sea bendito por siempre jamás) me ha traído a ver lo que mis ojos más han deseado, después de la gloria, ¡oh mis hermanos y mi bien todo!

JUAN.-  Deo gracia, padre, teneos allá, ¿quién sois?

MATA.-  ¡Hi de puta el postre! ¡Chirieleison, chirieleison! Bien decía yo que éste era el diablo. ¡«Per signum crucis», atrás y adelante!

JUAN.-  Esperadme, hermano, ¿dónde vais?, ¿qué ánimo es ése?

MATA.-  No oigo nada; ruin sea quien volviere la cabeza; en aquella ermita si quisieres algo.

JUAN.-  Tras nosotros se viene; si él es cosa mala, no puede entrar en sagrado; en el humilladero le espero; y si es diablo, ¿cómo decía cosas de Dios?; acá somos todos.

MATA.-  Agora venga si quiere.

JUAN.-  De parte de Dios nos di quién eres o de qué parte somos tus hermanos.

PEDRO.-  Soy muy contento si primero me dais sendos abrazos. Nunca yo pensé que tan presto me pusierais en el libro del olvido. Aunque me veis en el hábito de fraile peregrino, no es esta mi profesión.

MATA.-  ¡Oh más que felicísimo y venturoso día, si es verdad lo que el corazón me da!

JUAN.-  ¿Qué es, por ver si estamos entrambos de un parecer?

MATA.-  ¡Oh poderoso Dios! ¿Este no es Pedro de Urdemalas, nuestro hermano? ¡Por el sol que nos alumbra, él es! El primer abrazo me tengo yo de ganar. ¡Oh!, que sea tan bien venido como los buenos años.

PEDRO.-  No os lleguéis tanto a mí, que quizá llevaréis más gente de la que traéis con vosotros.

JUAN.-  Aunque pensase ser hecho tajadas, no dejaré de quebraros las costillas a poder de abrazos.

PEDRO.-  Ésos dádselos vos a esotro compañero.

JUAN.-  ¡Cuán cumplida nos ha hecho Dios, bendito él sea, la tan deseada merced! A mí se me debían de razón todas estas albricias.

MATA.-  Es así, porque me trajisteis por este camino; pero con más justa razón las había yo de haber, que con estar tan disimulado le conocí el primero.

PEDRO.-  Ya yo pensé que las hubierais ganado de mi madre Maricastaña, que está diez leguas de aquí. Según el correr que antes llevabais huyendo de mí, no sois bueno para capitán; pues huís de un hombre mejor lo haréis de muchos.

MATA.-  No me espanté yo de vos en cuanto hombre, sino, para deciros la verdad, como yo jamás he visto de esos trajes otra vez, me parecisteis cual que fantasma; y si no lo creéis, tomad un espejo y a vos mismo pongo por testigo.

JUAN.-  Pues hermano Pedro, ¿qué tal venís?, ¿dónde os preguntaremos?, ¿en qué lengua os hablaremos?, ¿qué hábito es éste?, ¿qué romería?, ¿qué ha sido de vos tantos mil años ha?

MATA.-  ¿Qué diremos de esta barbaza así llena de pajas? ¿de esos cabellazos hasta la cinta, sin peinar?, ¿y vestido de estameña con el frío que hace? ¿Cómo y tanto tiempo sin haber escrito una letra? Más ha de cuatro años que os teníamos con los muchos, sin haber ya memoria alguna de vos.

PEDRO.-  Una cabeza de yerro que nunca se cansase, con diez lenguas, me parece que no bastaría a satisfacer a todas esas preguntas. Al menos yo no me atreveré, si primero no vamos a beber, a comenzar a responder a nada.

JUAN.-  Tal sea mi vida como tiene razón; mas primero me parece que será bien que Mátalas Callando vaya por un sayo y una capa mía para que no seáis visto en ese hábito, y entre tanto nos quedaremos nosotros aquí.

PEDRO.-  ¿Mudar hábitos yo? Hasta que los deje colgados de aquella capilla de Santiago en Compostela no me los verá hombre despegar de mis carnes.

JUAN.-  No lo digo sino por el dicho de la gente. ¿Qué dirán si os ven de esa manera?

PEDRO.-  Digan, que de Dios dijeron; quien no le pareciere bien, no se case conmigo.

MATA.-  Obligados somos a hacer muchas cosas contra nuestra voluntad y provecho por cumplir con el vulgo, el cual jamás disimula ni perdona cosa ninguna.

JUAN.-  No se sufre que hombre os vea así ¡válgame Dios! No eran menester otros toros en la ciudad. Luego los muchachos pensarían que tenían algún duende en casa.

PEDRO.-  Como dijo Pilatos: «quod scripsi, scripsi», digo lo que dicho tengo.

MATA.-  Yo os doy mi fe no fuese con vos así como vais por la ciudad, aunque me diesen mil ducados. Parecéis capellán de la barca de Charonte.

PEDRO.-  Lo que yo podré hacer es que, pues ya el sol se quiere poner, esperemos a que sea de noche para no ser visto, y estonces entraremos en vuestra casa, y holgarme he dos días y no más, y éstos estaré secreto sin que hombre sepa que estoy aquí, porque así es mi voto. Después de hecha mi romería y dejado el hábito, haced de mí cera y pabilo; y hasta que esto sea cumplido no cale irme a la mano, porque es excusado. Aun a mi madre, con estar tan cerca, no hablaré hasta la vuelta, ni quiero que sepa que soy venido.

MATA.-  Por demás es apartarle de su propósito. Esa fue siempre su condición; mejor es dejarle hacer lo que quiere. Es él amicísimo de nuevos trajes e invenciones.

PEDRO.-  Hablemos en otra cosa, y sobre esto no se dé más puntada. ¿Cómo estáis? ¿Cómo os ha ido estos años? Las personas, buenas las veo, gracias a Dios. Verdaderamente no parece que ha pasado día ninguno por vosotros. Lo demás vaya y venga.

JUAN.-  Si los días son tales como este de hoy, no es mucho que no hayan pasado por nosotros. ¿Cómo queréis que estemos, sino los más contentos hombres que jamás hubo?

MATA.-  Cuan contento estaba antes estoy agora de descontento, en ver que no nos hemos de holgar más de dos días.

PEDRO.-  Más serán de dos mil, con el ayuda de Dios; pero agora tened paciencia hasta la vuelta, no seáis como el otro que se anduvo toda la vida sin sayo y después mató al sastre porque no se le hizo el día que se le cortó.

MATA.-  Estoy por decir que tuvo la mayor razón del mundo.

JUAN.-  ¿Por qué?

MATA.-  Porque harto bastaba haber sufrido toda su vida sin pasar aquel día también, el cual era mucho mayor que todo el tiempo pasado.

PEDRO.-  ¿En qué se han pasado todos estos años pasados después que yo estoy fuera de España, que es lo que hace al caso?

JUAN.-  Yo acabé de oír mi curso de Teología, como me dejasteis en Alcalá, con la curiosidad que me fue posible, y agora, como veis, nos estamos en la corte tres o cuatro años ha, para dar fin, si ser pudiese, a mis hospitales que hago.



ArribaAbajoLas fundaciones de hospitales

PEDRO.-  ¿Nunca se acabó aquél que estaba cuasi hecho?

JUAN.-  Han sido los años, con estas guerras, tan recios, y están todos los señores tan alcanzados, que no hay en España quien pueda socorrer con un maravedí.

MATA.-  Y también es tanto el gasto que tenemos Juan y yo, que cuasi todo lo que nos dan nos comemos y aún no nos basta.

PEDRO.-  ¿Pues la limosna que los otros dan para obras pías os tomáis para vosotros?

JUAN.-  Que no sabe lo que se dice; sino como la obra va tan suntuosa y los mármoles que trajeron de Génova para la portada costaron tanto, no se parece lo que se gasta.

PEDRO.-  De ésos había bien poca necesidad. Más quisieran los pobres pan y vino y carne a basto en una casa pajiza.

MATA.-  De eso, gracias a Dios y a quien nos lo da, bien abundante tenemos la casa, que antes nos sobre que falte.

PEDRO.-  Bien lo creo sin juramento. No digo yo, sino los pobres. «Oh, vanitas vanitatum, et omnia vanitas»: las paredes de mármol y los vientres de viento.

JUAN.-  Pues qué, ¿decís que es vanidad hacer hospitales?

PEDRO.-  La mayor del mundo universo si han de ser como ésos, porque el cimiento es de ambición y soberbia, sobre el cual cuanto se armase se caerá. Buen hospital sería mantener cada uno todos los pobres que su posibilidad livianamente pudiese sufrir acuestas, y socorrer a todas sus necesidades, y si no pudiese dar a cuatro, contentásese con uno; si vieseis un hombre caído en un pantano que si no le dabais la mano no se podría levantar, ¿nos parece que sería grande necedad, dejando aquél, ir dando la mano a cuantos topaseis en un buen paso, que no han caído ni tienen peligro de caer? ¡Cuántos y cuántos ricos hay que se andan dando blancas y medios cuartos por el pueblo, y repartiendo las vísperas de Pascuas celemines de trigo a algunas viejas que saben que lo han de pregonar, y tienen parientes dentro de segundo y tercero grado desnudos, muriendo de viva hambre detrás de dos paredes!; y si alguno se lo trae a la memoria, luego dice: «¡Oh, señor!, que es una gente de mala garganta, en quien no cabe hacer ningún bien, que todo lo echa a mal; mil veces lo he probado y no aprovecha». Y esto es porque allí es menester socorrer por más grueso.

MATA.-  En eso, aunque yo no soy letrado, me parece que hacen mal, porque no se lo dan por amor de ellos, sino de Dios. Después que se les da, que se ahorquen con ello.

JUAN.-  Volvamos a lo de nuestros hospitales, que estoy algo escandalizado.

PEDRO.-  Gentil refrigerio es para el pobre que viene de camino, con la nieve hasta la cinta, perdidos los miembros de frío, y el otro que se viene a curar donde le regalen, hallar una salaza de esgrimir y otra de juego de pelota, las paredes de mármol y jaspe, que es caliente como el diablo, y un lugar muy suntuoso donde puede hacer la cama, si trae ropa, con su letrero dorado encima, como quien dice: «Aquí se vende tinta fina»; y que repartidos entre cincuenta dos panes, se vayan acostar, sin otra cena, sobre un poco de paja bien molida que está en las camas, y a la mañana, luego si está sano, le hacen una señal en el palo que trae de cómo ya cenó allí aquella noche; y para los enfermos tienen un asnillo en que los llevan a otro hospital para descartarse de él, lo cual, para los pasos de romería en que voy, que lo he visto en un hospital de los suntuosos de España que no le quiero nombrar; pero sé que es Real.

JUAN.-  Eso es mal hecho y habían de ser visitados muchas veces. No sé yo cómo se descuidan los que lo pueden hacer.

MATA.-  Yo sí.

PEDRO.-  ¿Cómo?

MATA.-  Porque aquellos a quienes incumbe hacer esto no son pobres ni tienen necesidad de hospitales: que de otra manera, yo fiador que ellos viesen dónde les daban mejor de cenar las noches y más limpia cama.

JUAN.-  Ya para eso proveen ellos sus provisiones, mayordomos y escribanos y otros oficiales que tengan cuenta.

PEDRO.-  Eso es como quien dice ya proveen quien coma la renta que el fundador dejó y lo que los pobres habrían de comer, porque no se pierda.

MATA.-  Mejor sería proveer sobre provisiones y sobre oficiales.

PEDRO.-  Vos estáis en lo cierto; pero, volviendo a lo primero, de todos los hospitales lo mejor es la intención del que le fundó, si fue con sólo celo de hacer limosna; y eso sólo queda, porque las raciones que mandó dar se ciernen de esta manera; la mitad se toma el patrón, y lo que queda, parte toma el mayordomo, parte el escribano; al cocinero se le pega un poco, al enfermero otro; el enfermo come sólo el nombre de que le dieron gallina y oro molido si fuese menester. De modo que ciento que estén en una sala comen con dos pollos y un pedazo de carnero; pues al beber, cada día hay necesidad de hacer el milagro de architriclinos, porque como cuando hacen el agua bendita, así a un cangilón de agua echan dos copas de vino. Lleváronme un día en Génova por ver un hospital de los más suntuosos de Italia y de más nombre, y como vi el edificio, que cierto es soberbio, diome gana de estar un día a ver comer, por ver qué limosna era la de Italia; y sentados todos en sus camas, que serían hasta trescientos, de dos en dos, y las camas poco o nada limpias, vino un cocinero con un gran caldero de pan cocto, que ellos llaman, muy usada cosa en aquellas partes, que no es otra cosa sino pan hecho pedazos y cocido en agua hasta que se hace como engrudo, sazonado con sal y aceite, y comienzan de distribuir a todos los que tenían calentura; y a los que no, luego se seguía otro cocinero con otra caldera de vaca diciendo que era ternera, y daba a sendas tajadas en el caldo y poco pan. El médico, otro día que purgaba al enfermo, le despedía diciendo que ya no había a que estar; y como los pobres entonces tenían más necesidad de refrigerio y les faltaba, tornaban a recaer, de lo cual morían muchos. Dicen los filósofos que un semejante ama a otro su semejante. El pobre que toda su vida ha vivido en ruin casa o choza ¿qué necesidad tiene de palacios, sino lo que se gasta en mármoles que sea para mantenimiento, y que la casa sea como aquella que tenía por suya propia? Mas haya esta diferencia; que en la suya no tenía nada y en ésta no le falte hebilleta.

MATA.-  Gran ventaja nos tienen los que han visto el mundo a los que nunca salimos de Castilla. ¡Mirad cómo viene filósofo y cuán bien habla! Yo por nosotros juzgo lo que dice todo ser mucha verdad, que estamos en una casa, cual presto veréis, muy ruin; pero como comemos tan bien que ni queda perdiz ni capón ni trucha que no comamos, no sentimos la falta de las paredes por de fuera, pues dentro ruin sea yo si la despensa del rey está así. Acabad presto vuestro viaje, que aquí nos estaremos todos, y no hayáis miedo que falte la merced de Dios, y bien cumplida. Algunas veces estamos delgados de las limosnas; pero como se confiesan muchos con el señor Juan y comunican casos de conciencia, danle muchas cosas que restituya, de las cuales algunas se quedan en casa por ser muerta la persona a quien se ha de dar o por no la hallar.

JUAN.-  ¡Maldiga Dios tan mala lengua y bestia tan desenfrenada, y a mí porque con tal hombre me junté que no sabrá tener para sí una cosa sin pregonarla a todo el mundo!

PEDRO.-  Esa es su condición, que le es tan natural que le tiene de acompañar hasta la sepultura; no os debéis enojar por eso, que aquí todo se sufre, pues ya sé yo de antes de agora las cosas cómo pasan, y aquí somos como dicen los italianos: Padre, Hijo y pregonero.

JUAN.-  ¿Pensáis que hiciera más si fuera otro cualquiera el que estaba delante?

MATA.-  El caso es que la verdad es hija de Dios, y yo soy libre, y nadie me ha de coser la boca, que no la dejaré de decir dondequiera y en todo tiempo, aunque amargue por Dios agora que acuerda con algo a cabo de mil años. Mejor será que nos vamos, que ya hace oscuro, y yo quiero ir delante para que se apareje de cenar; y en verdad que cosa no se traiga de fuera, porque vea Pedro si yo miento. Vosotros idos a entrar por la puerta de San Francisco, que es menos frecuentada de gente.

JUAN.-  ¿No os parece que tengo grande subsidio en tener este diablo acuestas?

PEDRO.-  No, pues ya le conocéis; lo mejor es darle libertad que diga, quizá por eso dirá menos.

JUAN.-  Yo quiero tomar vuestro consejo si lo pudiere acabar con mi condición. Esta es la puerta: abajad un poco la cabeza al subir de la escalera.

PEDRO.-  Bendito sea Dios por siempre jamás, que esta es la primera vez que entro en casa hartos días ha. Buena cuadra está ésta por cierto.

JUAN.-  Para en corte, razonable.

MATA.-  Pues mejor la podríamos tener sino porque no barrunten nada de lo que pasa.

JUAN.-  Badajear y a ello.



ArribaAbajoLa cena en casa de Juan de Voto de Dios

MATA.-  Sus, padre fray Pedro, que así os quiero llamar; lo asado se pierde; manda tomar esta silla y ruin sea quien dejare bocado de esta perdiz.

PEDRO.-  «Agimus tibi gratias, Domine, pro universis denis et beneficiis tuis; qui vivis et regnas per omnia secula seculorum».

JUAN.-  ¡Válgame Dios!, ¡qué ánimo es ése! ¿Agora os paráis a llorar? ¿Qué más hiciera un niño? Comed y tener buen ánimo, que no ha de faltar la merced de Dios entretanto que las ánimas sustentaren nuestros cuerpos. Bien sabéis que en mi vida yo no os he de faltar.

MATA.-  Éstas son lágrimas de placer; que no es más en sí de detenerlas que a mí las verdades.

PEDRO.-  ¿Qué más comida para mí de la merced que Dios este día me ha hecho?

JUAN.-  Aquel adobado por ventura pondrá apetito de comer, o si no una pierna de aquel conejo con esta salsa.

PEDRO.-  Una penca de cardo me sabrá mejor que todo; con juramento, que ha seis años que no vi otra.

MATA.-  Eso será para después; agora, si no queréis nada de lo asado, comed de aquella cabeza de puerco salvaje cocida, y si queréis, a vueltas del cardo o de un rábano.

JUAN.-  Ya sabéis que en palacio no se da a beber a quien no lo pide. Blanco y tinto hay: escoged.

PEDRO.-  Probarlo hemos todo, y beberemos del que mejor nos supiere; este blanco es valiente.

MATA.-  De San Martín y a nueve reales y medio el cántaro, por las nueve horas de Dios; pues probaréis el tinto de Ribadavia, y diréis: ¿qué es esto que cuasi todo es a un precio?

JUAN.-  Ya me parece que habéis estancado. ¿Qué hacéis?

PEDRO.-  Yo no comeré más esta noche; estoy satisfecho.



ArribaAbajoLas peregrinaciones

JUAN.-  Una cosa se me acuerda que os quise hoy replicar cuando hablábamos de los hospitales, y habíaseme olvidado, y es: si fuese así que no hubiese hospitales, ¿qué harían tantos pobres peregrinos que van donde vos agora de Francia, Flandes, Italia y Alemania?, ¿dónde se podrían aposentar?

PEDRO.-  El mejor remedio del mundo: los que tuviesen qué gastar, en los mesones, y los que no, que se estuviesen en sus tierras y casas, que aquélla era buena romería, y que de allí tuviesen todas las devociones que quisiesen con Santiago. ¿Qué ganamos nosotros con sus romerías, ni ellos tampoco, según la intención? Que el camino de Jerusalén ningún pobre le puede ir, porque al menos gasta cuarenta escudos y más, y por allá maldita la cosa les aprovecha pedir ni importunar.

MATA.-  A fe que fray Pedro, que dice esto, que debe de traer aforrada la bolsa.

PEDRO.-  Yo no pido, por cierto, limosna; y a trueco de no oír un «Dios te ayude» de quien sé que me puede dar, lo hurtaría si pudiese.

MATA.-  Si no fuese porque favoreceréis a los de vuestro oficio, no os dejaría de preguntar qué tanto mérito es ir en romería, porque yo, por decir la verdad, no la tengo por la más obra pía de todas.

PEDRO.-  Por eso no dejaré de decir lo que siento: porque mi romería va por otros nortes. La romería de Jerusalén, salvo el mejor juicio, tengo más por incredulidad que por santidad; porque yo tengo de fe que Cristo fue crucificado en el monte Calvario y fue muerto y sepultado y que le abrieron el costado con una lanza, y todo lo demás que la Iglesia cree y confiesa; pues ¿no tengo de pensar que el monte Calvario es un monte como otros, y la lanza como otras, y la cruz, que era entonces en uso como agora la horca, y que todo esto por si no es nada, sino por Cristo que padeció? Luego si hubiese tantas Jerusalenes y tantas cruces y lanzas y reliquias como estrellas en el cielo y arenas en la mar, todas ellas no valdrían tanto como una mínima parte de la hostia consagrada, en la cual se encierra el que hizo los cielos y la tierra, y a Jerusalén, y sus reliquias, y ésta veo cada día que quiero, que es más; ¿qué se me da de lo menos? Cuanto más que Dios sabe cuán poca paciencia llevan en el camino y cuántas veces se arrepienten y reniegan de quien hace jamás voto que no se pueda salir afuera. Lo mismo siento de Santiago y las demás romerías.

JUAN.-  No tenéis razón de condenar las romerías, que son santas y buenas, y de Cristo leemos que apareció en ese hábito a Lucas y Cleofás.

PEDRO.-  Yo no las condeno, ni nunca Dios tal quiera; mas digo lo que me parece y he visto por la luenga experiencia; y a los que allá van no se les muestra la mitad de lo que dicen; porque el templo de Salomón aunque den mil escudos no se le dejarán ver; ni demás de esto a los devotos no faltan algunos frailes modorros que les muestran ciertas piedras con unas pintas coloradas, en el camino del Calvario, las cuales dicen que son de la sangre de Cristo, que aún se está allí, y ciertas piedrecillas blancas, como de yeso, dicen que es leche de Nuestra Señora, y en una de las espinas está también cierta cosa roja en la punta que dicen que es de la misma sangre, y otras cosas que no quiero al presente decir; y éstas, como las sé, antes de muchos días lo sabréis. En lo que decís de la romería de Cristo y los apóstoles es cosa diferente; porque ellos iban la romería breve, y es que no tenían casa ni hogar, sino andarse tras su buen maestro y deprender el tiempo que les cabía; después, enseñar y predicar. Maravíllome yo de un teólogo como vos comparar la una romería con la otra.

MATA.-  Que tampoco no se mataba mucho para estudiar, sino poco a poco cumplir el curso; para entre nosotros, no sabe tanta Teología como pensáis; mas yo quería saber cuál es la mejor romería.

JUAN.-  Ninguna, si a Pedro de Urdemalas creemos.

PEDRO.-  El camino real que lleva al cielo es la mejor de todas, y más breve, que es los diez mandamientos de la ley muy bien guardados a mazo y escoplo; y esto sin caminar ninguna legua se pueden cumplir todos. ¡Cuántos peregrinos reniegan y blasfeman, cuántos no oyen misa en toda la jornada, cuántos toman lo que hallan a mano!

MATA.-  De manera que haciendo desde aquí lo que hombre pudiere según sus fuerzas, en la observancia de la ley de Dios, sin ir a Jerusalén ni Santiago, ¿se puede salvar?

PEDRO.-  Muy lindamente.

MATA.-  Pues no quería saber más de eso para estarme quedo y servir a Dios.

JUAN.-  Quítese esta mesa y póngase silencio en las cosas de acá, que poco importa la disputa. Sepamos de la buena venida y de la significación del disfraz y de la ausencia pasada y de la merced que Dios nos ha hecho en dejarnos ver.

PEDRO.-  Tiempo habrá para contarlo.

MATA.-  Por amor de Dios, no nos tengáis suspensos ni colgados de los cabellos. Sacadnos de duda.


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