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Viaje de Turquía

La odisea de Pedro de Urdemalas

Anónimo





      [Nota preliminar: edición digital a partir de Poetas líricos del siglo XVIII, I, de Leopoldo Augusto de Cueto, Madrid, Atlas, 1952, pp. 171-173 y cotejada con la excelente edición crítica de Fernando García Salinero, Madrid, Cátedra, 1995, 4ª ed., cuya consulta recomendamos por ser imprescindible para la correcta valoración crítica y textual de la obra. Asumimos los cambios introducidos en esta edición con respecto a la de Manuel Serrano y Sanz, así como los criterios para la actualización ortográfica indicados por Fernando García Salinero (ed. cit., pp. 74-75).]





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Dedicatoria

Al muy alto y muy poderoso, cathólico y christianíssimo señor don Phelipe, Rey d'España, Yngalaterra y Nápoles el autor, salud y eseo de sinzera feliçidad y victoria.

     Aquel insaçiable y desenfrenado deseo de saber y conosçer que natura puso en todos los hombres, Çésar invictíssimo, subjetándonos de tal manera que nos fuerza a leer sin fructo ninguno las fábulas y fictiones, no puede mejor executarse que con la peregrinaçión y ver de tierras estrañas, considerando en quánta angustia se enzierra el ánimo y entendimiento que está siempre en un lugar sin poder extenderse a especular la infinita grandeza deste mundo, y por esto Homero, único padre y autor de todos los buenos estudios, habiendo de proponer a su Ulixes por perfecto dechado de virtud y sabiduría, no sabe de qué manera se entonar más alto que con estas palabras:

      Ayúdame a cantar ¡o musa! un varón que vio muchas tierras y diversas costumbres de hombres. Y si para confirmar esto hay neçesidad de más exemplos, ¿quién puede con mejor título ser presentado por nuestra parte que Vuestra Magestad como testigo de vista a quien este virtuoso deseo tiene tan rindido, que en la primera flor de su jubentud (como en un espejo) le ha representado y dado a conosçer lo que en millones de años es difíçil alcanzar, de lo qual España, Ytalia, Flandes y Alemania dan testimonio? Conosçiendo, pues, yo, christianíssimo prínçipe, el ardentíssimo ánimo que Vuestra Magestad tiene de ver y entender las cosas raras del mundo con sólo zelo de defender y augmentar la sancta fe cathólica, siendo el pilar de los pocos que le han quedado en quien más estriba y se sustenta, y sabiendo que el mayor contrario y capital enemigo que para cumplir su deseo Vuestra Magestad tiene (dexados aparte los ladrones de casa y perros del ortolano) es el Gran Turco, he querido pintar al bibo en este comentario a manera de diálogo a Vuestra Magestad el poder, vida, origen y costumbres de su enemigo, y la vida que los tristes cautibos pasan, para que conforme a ello siga su buen propósito; para lo qual ninguna cosa me ha dado tanto ánimo como ver que muchos han tomado el trabajo d'escribirlo, y son como los pinctores que pintan a los ángeles con plumas, y a Dios Padre con barba larga, y a Sant Migel con arnés a la marquesota, y al diablo con pies de cabra, no dando a su escriptura más autoridad del diz que, y que oyeron dezir a uno que venía de allá; y como hablan de oídas las cosas dignas de consideraçión, unas se les pasan por alto, otras dexan como casos reservados al Papa. Dize Dido en Virgilio: Yo que he probado el mal, aprendo a socorrer a los míseros; porque çierto es cosa natural dolernos de los que padesçen calamidades semejantes a las que por nosotros han pasado. Como los marineros, después de los tempestuosos trabajos, razonan de buena gana entre sí de los peligros pasados, quién el escapar de Scila, quién el salvarse en una tabla, quién el dar al trabés y naufragio de las sirtes, otros de las ballenas y antropófagos que se tragan los hombres, otros, el huir de los corsarios que todo lo roban, ansí a mí me ayudará a tornar a la memoria, la cautividad peor que la de Babilonia, la servidumbre llena de crueldad y tormento, las duras prisiones y peligrosos casos de mi huida; y no mire Vuestra Magestad el ruin estilo con que va escrito, porque no como erudito escriptor, sino como fiel intérprete y que todo quanto escribo vi, he abraçado antes la obra que la aparençia, supliendo toda la falta de la rectórica y elegantia con la verdad, por lo qual no ha de ser juzgada la imperfectión de la obra, sino el perfecto ánimo del autor; ni es de maravillar si entre todos quantos cautibos los turcos han tenido después que son nombrados me atreba a dezir que yo solo vi todo lo que escribo, porque puedo con gran razón dezir lo que Sant Juan por Sant Pedro en el 18 capítulo de su escriptura: discipulus autem ille erat notus pontifici et introiuit cum Iesu in atrium pontificis, Petrus autem stabat ad ostium foris. Dos años enteros después de las prisiones estube en Constantinopla, en los quales entraba como es costumbre de los médicos en todas las partes donde a ninguno otro es líçito entrar, y con saver las lenguas todas que en aquellas partes se hablan y ser mi avitaçión en las cámaras de los mayores prínçipes de aquella tierra, ninguna cosa se me ascondía de quanto pasaba. No hay a quien no mueba risa ver algunos casamenteros que dan en sus escripturas remedios y consejos, conforme a las cabezas donde salen, cómo se puede ganar toda aquella tierra del turco, diziendo que se juntasen el Papa y todos los príncipes christianos, y a las dignidades de la Iglesia y a todos los señores quitasen una parte de sus haziendas, y cada reino contribuyese con tanta gente pagada, y paresçiéndoles dezir algo encaresçen el papel, no mirando que el gato y el ratón, y el perro y el lobo no se pueden iunzir para arar con ellos. Ningún otro aviso ni particularidad quiero que sepa Vuestra Magestad de mí más de que si las guerras de acá çibiles diesen lugar a ello y no atajasen al mejor tiempo el firme propósito de servir a Dios, no menos se habría Solimán con Philipo, que Darío con Alexandro, Xerse con Temístocles, Antiocho con Judas Macabeo. Esto he conosçido por la esperiencia de muchos años y desta opinión son los míseros christianos que debaxo la subieçión del turco están, cuyo número exçede en gran quantidad al de los turcos; tienen grande esperança que su deseo ha de haber efecto, esperan que Vuestra Magestad tiene de ser su Esdra y su Josué, porque semejantes profeçías hay no solamente entre los christianos mas aún entre los mesmos turcos, los quales entre muchas tienen ésta: padixa omoz guieliur chaferum memelequet alur, quizil almaalur capçeiler, iedigil chiaur quelezi isic maze, oniquiil onlarum bigligeder, eue yapar, bagi dequier embaglar, ogli quiezi olur, oniqui gilden zora, christianon quielechi chicar, turqui cheresine tuscure. «Verná nuestro rey y tomará el reino de un prínçipe pagano y una mançana colorada, la qual reduzirá en su ser, y si dentro de siete años no se levantare la espada de los christianos, reinará hasta el duodéçimo, edificará casas, plantará viñas y zercarlas ha, hará hijos; después del duodéçimo año aparesçerá la espada de los christianos, la qual hará huir el turco». Llamánnos ellos a nosotros paganos y infieles. La mançana colorada entienden por Constantinopla, y por no saver desde quándo se han de comenzar a contar estos doze años y ver ya la cibdad en tanta puxanza y soberbia que no puede subir más, tienen por çierto que el tiempo es venido, y todas las vezes que leen esta profeçía acaban con grandes sospiros y lágrimas, y preguntándoles yo muchas vezes por qué lloraban me dezían la profeçía; y lo que por muy averiguado tienen los modernos es que brevemente y presto el rey christiano los tiene de destruir y ganar todo su imperio, y el Gran Turco con la poca gente que le quedare se tiene de recoger en la Mecha y allí hazerse fuerte, y después tornará sobre los christianos y vençerlos ha, y allí será el fin del mundo. Y no lo tenga Vuestra Magestad a burla, que no hay día que todos los príncipes no hazen leer en sus cámaras todas estas profeçías y se hartan de llorar porque el tiempo se les azerca. Verdadero profeta fue Balam fuera de Israel, y entre los paganos hubo muchas Sibilas que predixeron la verdad, y por eso es posible que fuera de los christianos haya quien tenga spíritu profético, quanto más que podría ser la profeçía que éstos tienen de algún sancto y haberla traduzido en su lengua. Yo no lo afirmo, pero querría que fuese verdad y ellos adivinasen su mal. Fuese Dios servido que las cosas de acá dexasen a Vuestra Magestad, y vería cómo todo susçedería tan prósperamente que ninguna edad, ningún seso, ningún orden ni naçión desampararía las armas en serviçio de Vuestra Magestad. Cada turco ternía en casa un esclabo que le matase y en el campo que le vendiese y en la batalla que le desamparase. Todos los christianos griegos y armenos estiman en poco la furia del turco, porque le conosçen ser fortíssimo contra quien huye y fugaçíssimo contra quien le muestra resistençia.

     Levántese, pues, Dios, y rómpanse sus enemigos, huyan delante del aquellos que le tienen odio. Falten como falta el humo, y regálense delante la cara de Dios como la zera junto al fuego. Plegue a Dios omnipotente, Çésar invictissímo, que con el poder de Vuestra Magestad aquel monstruo turquesco, vituperio de la natura humana, sea destruido y anichilado de tal manera, que torne en livertad los tristes christianos oprimidos de grave tiranía, pues çiertamente después de Dios en sólo Vuestra Magestad está fundada toda la esperança de su salud. Hame paresçido dedicar este libro de las fatigas de los christianos cautivos a Vuestra Magestad, que el mundo conosçe ser sólo aquél que puede y quiere dar remedio a estos trabajos, y esperamos que en breve lo hará.

     Alegremente rescibió Artaxerxes, rey de Persia, el agua que con entrambas manos le ofresçió un día caminando un pobre labrador, por no tener otra cosa con qué servirle, conosçiendo su voluntad, no estimando en menos resçibir pequeños serviçios que hazer grandes merçedes. Sola la voluntad de mi baxo estilo, con que muestro las fatigas de los pobres cautivos, resciba Vuestra Magestad, a quien conserve Dios por muchos años con augmento de salud para que con felices victorias conquiste la Asia y lo poco que de Europa le queda.

(A primero de março 1557)



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Primera parte

La odisea de Pedro de Urdemalas

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Capítulo I

El peregrino de Santiago

Initium sapientiae timor Domini

Juan de Voto a Dios, Mátalascallando, Pedro de Urdemalas.

     JUAN.-La más deleytosa salida y más a mi gusto de toda la çibdad y de mayor recreación es ésta del camino francés, ansí por la frescura de las arboledas, como por gozar de la diversidad de las gentes, variedad de naçiones, multitud de lenguas y trajes que Señor Santiago nos da por huéspedes en este su peregrinaje.

     MATA.-Como todas las cosas que debaxo de la luna están tienen su haz y embés, tampoco ésta se puede escapar, por donde yo la tengo poco en uso.

     JUAN.-Al menos es çierto que aunque Dios la criara perfecta, en vuestra boca no le tiene de faltar un sino, como es de costumbre; ¿qué tacha ó falta tiene?

     MATA.-.-No me la iréis a pagar en el otro mundo, ansí Dios me ayude.

     JUAN.-Si no habláis más alto, este aire que da de cara no me dexa oír.

     MATA.-.-Digo que es gran trabajo que por todo el camino a cada paso no habéis de hablar otra palabra sino Dios te ayude. Verdaderamente, como soy corto de bista, aquel árbol grueso y sin ramas questá enmedio del camino todas las vezes que paso junto a él, pensando que me pide, le digo: Dios te ayude.

     JUAN.-Buen remedio.

     MATA.-.-Eso es lo que deseo saver.

     JUAN.-Darles limosna y callar.

     MATA.-.-A sólo vos es posible tal remedio, que como sois de la compañía de JUAN de Voto a Dios no pueden faltar, por más que se dé, las cinco blancas en la bolsa, pero a mí que soy pobre, mejor m'está demandar que dar.

     JUAN.-Nadie es tan pobre que alguna vez no tenga quedar una blanca, o un poco de pan, o al menos un pedazo de compasión de no tener que dar y dolerse del pobre; pero vos sois amigo de beber la tarja que sobra y no acordar que hay mañana.

     MATA.-La mayor verdad es que al propósito se puede dezir, y por tal no la contradigo, y pues jugamos el juego de dezirlas, quiero también yo salir con la mía.

     JUAN.-No de manera que muerda ni queme.

     MATA.-No dexará señal más que un rayo. Veinte y más años ha que nos conosçemos y andamos por el mundo juntos y en todos ellos, por más que lo he advertido, me acuerdo haberos visto dar tres vezes limosna; sino al uno: ¿por qué no sirves un amo?; al otro: gran necesidad tenía Santiago de ti; al otro: en el ospital te darán de cenar; y a bueltas desto, mil consejos airadamente porque piensen que con buen zelo se les dize. Pues el Dios te ayude, ¿yo de quién lo aprendí sino de vos, que en mi tierra a solos los que esternudan se les dize esa salutación? Creo que pensáis que por ser de la casa de Voto a Dios sois libres de hazer bien, como quien tiene ya ganado lo que spera; pues mandos yo que a fe no estáis más çerca que los que somos del mundo, aunque más ospitales andéis fabricando. Mas dexado esto aparte, en todo el año podíamos salir a tiempo más a vuestro propósito: ¿no miráis quánto bordón y calabaza? ¿cómo campean las plumas de los chapeos? Para mí tengo que se podría hazer un buen cabezal de las plumas del gallo de señor Sancto Domingo. Bien haya gallo que tanto fructo de sí da. Si como es gallo fuera oveja, yo fiador que los paños vaxaran de su preçio. ¿Pensáis que si el clérigo que tiene cargo de rrepartirlas hubiera querido tratar en ellas, que no pudiera haber embicado muchas sacas a Flandes?

     JUAN.-Mirad aquel otro bellaco tullido qué regocijado va en su caballo y qué gordo le leba el bellaco; y esta fiesta pasada, quando andaba por las calles a gatas, qué bodes tan dolorosas y qué lamentaciones haz. El intento del ospital de Granada que hago es por meter todos éstos y que no salgan de allí y que se les den sus rabioles. Para éstos son propios los ospitales y no los habían de dexa salir delcos sino como casa por cárcel, dándoles sus rabioles suficientes como se pudiesen sustenta.

     MATA.-Si eso ansí fuese, presto habría pocos pobres ablegados.

     JUAN.-Claro es que no quedaría ninguno.

     MATA.-No lo digo por eso, sino porque en viéndose enzerrados, todos se ahorcarían y buscarían maneras cómo se matar. ¿Luego pensáis que los más si quisiesen no tenían sanas las llagas?

     JUAN.-¿Por qué no lo hazen?

     MATA.-Porque tenían enfermas las bolsas, las quales agora están bien aforradas. No hay hombres desto que un libraco no traiga por memoria todas las cofradías, memorias, posesiones, ledanías y fiestas particulares de pueblos para acudir a todo por su orden; mas dezid, por amor de mí, ¿quántas ferias habéis visto que en la çibdad ni sus derredores se hagan sin ellos?

     JUAN.-Opinión es de algunos de nuestros theólogos que son obligados a restituçión de todo lo que demandan más de para el substentamiento de aquel día, so pena de malos christianos.

     MATA-Mejor me ayude Dios. que yo los tengo por christianos quanto más por buenos. Ni preçepto de todos los de la ley guardan.

     JUAN.-Eso es mal juzgar sin más saber.

     MATA.-Ellos, primeramente, no son naturales de ningún pueblo, y jamás los vi confesar, ni oir misa. antes sus bodes ordinarias son a la puerta de la iglesia en la misa mayor y en las menores de persona en persona, que aun de la devoçión que quitan tienen bien que restituir, y no me espantan éstos tanto como el no advertir en ello los que tienen cargo, que jamás hubo obispo, ni probisor, ni visitador, ni cura, ni governador, ni corregidor que cayese en la quenta de ver cómo nunca estos que piden por las iglesias oyen misa, y si la oyen quándo; al menos yo en todas las horas que se dizen, mirando en ello todo lo posible, no lo he podido descubrir; aun quanto alzan apenas se ponen de rodillas, ni miran allá; en lo que dixistes de la restituçión, querría preguntaros, no quánto os han restituido, porque no tienen qué, pues tampoco les habéis dado; pero ¿quánto habéis visto u oído que han restituido?

     JUAN.-Restituir no les vi jamás, pero vender hartas camisas y pañizuelos que mujeres devotas les dan, infinitas, entre las quales, por no ir lexos, esta semana vendió uno tres, y se andaba con todo el frío que haz en vivas carnes.

     MATA.-¡Qué bien andada tenía la mitad del camino para los çient azotes que meresçía si el corregidor lo supiera hazer! Mas hay algunos ministros desto quel rey tiene para la justiçia, tan ipócritas en estos pequeños negoçios, que pensarían que pecaban gravísimamente en ello, aunque más acostumbrados estén a pasar sobre peine casos más graves.

     JUAN.-¿No es poco grabe éste?

     MATA.-Llamo casos grabes, como ellos también, los de importançia que hay en qué ganar y de qué sacar las costas; y estos otros bordoneros, ¿pensáis que en las aldeas no saben zebar las gallinas con el pan del zurrón y tomarles la cabeza debaxo el pie? Bien podéis creer que no se dexan morir de hambre, ni se cansan de las jornadas muy largas; no hay despensa de señor mejor probeída que su zurrón, ni se come pan con mayor libertad en el mundo; no dexan, como los más son gascones y gabachos, si topan alguna cosa a mal recado, ponerla en cobro, quanto entran en las casas a pedir limosna, y quanto buelven a sus tierras no van tan pobres que les falten seis piezas de oro y mantenidos

     JUAN.-Gran devoçión tienen todas estas naçiones estrangeras; bien en cargo les es Santiago.

     MATA.-Más que a los españoles, principalmente a los vezinos de Orense y toda Galiçia, que en verdad que tengo por cierto que de mill ánimas no va allá una, ni aun creo que de diez mill.

     JUAN.-¿Qué es la causa deso?

     MATA.-Que piensan que por ser su vezino que ya se le tienen ganado por amigo, como vos, que por tener el nombre que tenéis, os pareçe no es menester creer en Dios ni hazer cosa que lo parezca.

     JUAN.-Mirá lo que dezís y reportaos, porque salís del punto que a ser yo cristiano debéis.

     MATA.-No lo digo por injuriaros ni pensar que no lo sois; pero, como dizen, una palabra saca otra; dexémonos de metrificar; agora sepamos...

     JUAN.-Estos clérigos que aquí ban, en sus tierras no deben de tener benefiçios, que de otra manera no irían pidiendo.

     MATA.-También a vueltas desto suele haber algunos vellacos españoles que hazen de las suyas, y se juntan con ellos, entre los quales vi una vez que andaban seis confesando y tomaban el nombre del penitente, y escribían algunos de los pecados y comunicábanselos uno a otro. Después venía uno de los compañeros que se trocaban, y tomábale en secreto diziendo que por qué no se emendaba, que Dios le había rebelado que tenía tal y tal vicio, de lo qual quedaba el pobre penitente muy espantado y lo creía, y con esto les sacaban dineros en quantidad.

     JUAN.-¿Y a esos qué les hizieron, que dignos eran de grande pena?

     MATA.-No nada, porque no los pudieron cojer; que si pudieran, ellos fueran a remar con Iesu Christo y sus Apóstoles y el Nuncio que están en las galeras.

     JUAN.-También fue la de aquellos solemne vellaquería.

     MATA.-Bien solenemente la pagan. Ansí la pagaran estos otros, y quizá no hubiera tantos vellacos.

     JUAN.-¿Mas quién se va a confesar con romeros ni forasteros, teniendo sus propios curas y confesores?

     MATA.-Las bulas de la Cruzada lo permiten, que antes a todos los forzaban a confesarse con sus curas; mas hay algunos idiotas y malos christianos que no han tenido vergüenza de pecar contra Dios, ni de que Dios lo sepa y lo vea, y temen descubrirse al confesor que conoscen, paresciéndoles que quanto le encontraren los ha de mirar de mal ojo, no mirando que es hombre como ellos, y buscan estos tales personas que los confiesen que nunca más las hayan de ver de sus ojos; pues las Horas canónicas que estos clérigos rezan, de como salen de sus tierras fasta que buelvan, se vayan por sus ánimas, que yo no les veo traer sino unas Horas pequeñas, francesas en la letra y portoguesas por de fuera con tanta grosura.

     JUAN.-Pues la mejor invención de toda la comedia está por ver; ya me maravillava que hubiese camino en el mundo sin fraires. ¿Vistes nunca al diablo pintado con ábitos de monje?

     MATA.-Hartas vezes y quasi todas las que le pintan es en ese hábito, pero vibo, ésta es la primera; ¡maldiga Dios tan mal gesto! ¡valdariedo, saltatrás, Jesús mill vezes! El mesmo hábito y barba que en el infierno se tenía debe de haber traído acá, que esto en ninguna orden del mundo se usa.

     JUAN.-Si hubieses andado tantas partes del mundo como yo, no harías esos milagros. Hágote saber que hay mill quentos de invenciones de fraires fuera d'España, y este es fraire estrangero. Bien puedes aparejar un Dios te ayude, que hazia nosotros endreça su camino.

     MATA.-Siempre os holgáis de sacar las castañas con la mano ajena. Si sacáis ansí las ánimas de purgatorio, buenas están. Abran hucia.

     JUAN.-Deogracias, padre.

     PEDRO.-Metania .

     MATA.-¿Qué dize?

     JUAN.-Si queremos que taña.

     MATA.-¿Qué tiene de tañer?

     JUAN.-Alguna çinfonía que debe de traer, como suelen otros romeros.

     MATA.-Antes no creo que entendistes lo que dixo, porque no trae aun en el ábito capilla quanto más flauta ni guitarra. ¿Qué dezís, padre?

     PEDRO.-O Theos choresi.

     MATA.-Habla aquí con mi compañero, que ha estado en Jerusalem y sabe todas las lenguas.

     JUAN.-¿De qué paris estar bos?

     PEDRO.-Ef logite pateres.

     JUAN.-Dice que es de las Italias, y que le demos por amor de Dios.

     MATA.-Eso también me lo supiera yo preguntar; pues si es de las Italias ¿para qué le habláis negresco? Yo creo que sacáis por discreción lo que quiere, más que por entendimiento. Ahora yo le quiero preguntar: Dicatis socis latines?

     PEDRO.-Oisque afendi.

     MATA.-¡Oíste a bos! ¿Cómo, puto, pullas me echáis?

     PEDRO.-Grego agio Jacobo.

     MATA.-Mala landre me dé si no tengo ya entendido que dize que es griego y ba a Santiago.

     JUAN.-Más ha de media hora que le tenía yo entendido, sino que disimulaba, por ver lo que vos dixerais.

     MATA.-Más creo que ha más de veinte años que lo disimuláis; sois como el tordo del ropavejero nuestro vezino, que le pregunté un día si sabía hablar aquel tordo, y respondióme que también sabía el Pater noster, como la Abe Maria. Yo para mí tengo que habláis también griego como turquesco.

     JUAN.-Quiero que sepáis que es vergüenza pararse hombre en medio el camino a hablar con un pobre.

     MATA.-Bien creo que os será harta vergüenza si todas las vezes han de ser como ésta; mas yo reniego del compañero que de quanto en quanto no atrabiesa un trumpho. Debéis de saber las lenguas en confessión.

     JUAN.-¿En qué?

     MATA.-En confussión, porque como sabéis tantas, se deben confundir unas con otras.

     JUAN.-Es la mayor verdad del mundo.

     PEDRO.-Agapi Christu elemosini.

     JUAN.-Dize que...

     MATA.-Dalde vos, que ya yo entiendo que pide lismosna. ¿Queríais ganar onrra en eso conmigo? Cristo, limosna ¿quién no se lo entiende? Las berzeras lo costruirán. Preguntalde si sabe otra lengua.

     JUAN.-¿Saper parlau franches o altra lingua?

     MATA.-Más debe saver de tres, pues se ríe de la grande necedad que le paresce haber vos dicho con tanta ensalada de lenguas.

     JUAN.-El aire me da que hemos de reñir, Mátalascallando, antes que volbamos á casa.

     MATA.-¡Cómo! ¿Tengo yo la culpa de que esotro no entienda?

     JUAN.-Yo juraré en el ara consagrada que no sabe, aunque sepa cient lenguas, otra más elegante que ésta.

     MATA.-Eso sin juramento lo creo yo, que él no sabe tal lengua, que por eso no responde.

     JUAN.-Pues que estáis hecho un spíritu de contradictión, ¿sabrá ninguno en el mundo, agora que me lo hazéis dezir, hablar donde Juan de Voto a Dios habla?

     MATA.-No por cierto, que aun en el mundo no se debe hablar tal lenguaje.

     PEDRO.-No pase más adelante la riña, pues Dios por su infinita bondad (el qual sea vendito por siempre jamás) me ha traído a ber lo que mis ojos más han deseado, después de la gloria, ¡Oh mis hermanos y mi bien todo!

     JUAN.-Deo gracias, padre, tenéos allá, ¿quién sois?

     MATA.-¡Hideputa, el postre! ¡Chirieleison, chirieeleison! Bien deçía yo que éste era el diablo. ¡Per signum crucis atrás y adelante!

     JUAN.-Esperadme, hermano, ¿dónde vais? ¿qué ánimo es ése?

     MATA.-No oigo nada; ruin sea quien volbiere la cabeza; en aquella ermita si quisieres algo.

     JUAN.-Tras nosotros se viene; si él es cosa mala, no puede entrar en sagrado; en el humilladero le espero; y si es diablo, ¿cómo dezía cosas de Dios?; acá somos todos.

     MATA.-Agora venga si quisiere.

     JUAN.-De parte de Dios nos di quién eres o de qué parte somos tus hermanos.

     PEDRO.-Soy muy contento si primero me dais sendos abrazos. Nunca yo pensé que tan presto me pusierais en el libro del olvido. Aunque me veis en el ábito de fraire peregrino, no es ésta mi profesión.

     MATA.-¡O más que felicíssimo y venturoso día, si es verdad lo que el coraçón me da!

     JUAN.-¿Qué es, por ver si estamos entrambos de un parescer?

     MATA.-¡O poderoso Dios! ¿Este no es Pedro de Urdimalas, nuestro hermano? Por el sol que nos alumbra él es. El primer abrazo me tengo yo de ganar. ¡O!, que sea tam bien venido como los buenos años.

     PEDRO.-N'os lleguéis tanto a mí, que quizá llevaréis más jente de la que traéis con vosotros.

     JUAN.-Aunque pensase ser hecho tajadas, no dexaré de quebraros las costillas a poder de abrazos.

     PEDRO.-Esos dádselos vos a esotro compañero.

     JUAN.-¡Quán cumplida nos ha hecho Dios, vendito él sea, la tan deseada merced! A mí se me debían de razón todas estas albricias.

     MATA.-Es ansí, porque me traxistes por este camino; pero con más justa rraçón las había yo de haber, que con estar tan disimulado le conoscí el primero.

     PEDRO.-Ya yo pensé que las hubierais ganado de mi madre Maricastaña, que está diez leguas de aquí. Según el correr que denantes llevabais huyendo de mí, no sois bueno para capitán; pues huís de un hombre mejor lo haréis de muchos.

     MATA.-No m'espanté yo de vos en quanto hombre, sino, para deziros la verdad, como yo jamás he visto desos trajes otra vez, me parescistes qualque fantasma; y si no lo créis, tomad un espejo y a vos mesmo pongo por testigo.

     JUAN.-Pues hermano Pedro, ¿qué tal venís?, ¿dónde os preguntaremos?, ¿en qué lengua os hablaremos?, ¿qué hábito es éste?, ¿qué romería?, ¿qué ha sido de vos tantos mill años ha?

     MATA-¿Qué diremos desa barbaza ansí llena de pajas? ¿desos cabellazos hasta la cinta, sin peinar? ¿y vestido d'estameña con el frío que haze? ¿Cómo y tanto tiempo sin haber escrito una letra?. Más ha de quatro años que os teníamos con los muchos, sin haber ya memoria alguna de vos.

     PEDRO.-Una cabeza de yerro que nunca se cansase, con diez lenguas, me paresce que no bastaría a satisfazer a todas esas preguntas. Al menos yo no me atreberé, si primero no vamos a beber, a comenzar a responder a nada.

     JUAN.-Tal sea mi vida como tiene razón; mas primero me paresce que será bien que Mátalas Callando vaya por un sayo y una capa mía para que no seáis visto en ese ábito, y entre tanto nos quedaremos nosotros aquí.

     PEDRO.-¿Mudar hávitos yo? Hasta que los dexe colgados de aquella capilla de Santiago en Compostella, no me los verá hombre despegar de mis carnes.

     JUAN.-No lo digo sino por el dicho de la jente. ¿Qué dirán si os ven desa manera?

     PEDRO.-Digan, que de Dios dixeron; quien no le paresciere bien, no se case conmigo.

     MATA.-Obligados somos a hazer muchas cosas contra nuestra voluntad y probecho por cumplir con el vulgo, el qual jamás disimula ni perdona cosa ninguna.

     JUAN.-No se sufre que hombre os vea ansí ¡válame Dios!. No eran menester otros toros en la cibdad. Luego los muchachos pensarían que tenían algún duende en casa.

     PEDRO.-Como dixo Pilatos: quod scripsi, scripsi, digo lo que dicho tengo.

     MATA.-Yos doy mi fe no fuese con vos ansí como vais por la cibdad, aunque me diesen mill ducados. Parescéis capellán de la varca de Charonte.

     PEDRO.-Lo que yo podré hazer es que, pues ya el sol se quiere poner, esperemos a que sea de noche para no ser visto, y estonces entraremos en vuestra casa, y holgarme he dos días y no más, y éstos estaré secreto sin que hombre sepa que estoy aquí, porque ansí es mi voto. Después de hecha mi romería y dexado el ábito, haced de mí zera y pabilo; y hasta que esto sea cumplido no cale irme a la mano, porque es excusado. Aun a mi madre, con estar tan zerca, no hablaré hasta la vuelta, ni quiero que sepa que soy venido.

     MATA.-Por demás es apartarle de su propósito. Esa fue siempre su condición; mejor es dexarle hazer lo que quiere. Es él amicíssimo de nuebos trajes y invenciones.

     PEDRO.-Hablemos en otra cosa, y sobre esto no se dé más puntada. ¿Cómo estáis? ¿Cómo os ha ido estos años? Las personas, buenas las veo, gracias a Dios. Verdaderamente no paresce que ha pasado día ninguno por vosotros. Lo demás vaya y venga.

     JUAN.-Si los días son tales como éste de hoy, no es mucho que no hayan pasado por nosotros. ¿Cómo queréis que estemos, sino los más contentos hombres que jamás hubo?

     MATA.-Quan contento estaba denantes, estoy agora de descontento, en ver que no nos hemos de olgar más de dos días.

     PEDRO.-Más serán de dos mill, con el ayuda de Dios; pero agora tened paçiençia hasta la vuelta, no seáis como el otro que se andubo toda la vida sin sayo y después mató al sastre porque no se le hizo el día que se le cortó.

     MATA.-Estoy por dezir que tubo la mayor razón del mundo.

     JUAN.-¿Por qué?

     MATA.-Porque harto bastaba haber sufrido toda su vida sin pasar aquel día también, el qual era mucho mayor que todo el tiempo pasado.

     PEDRO.-¿En qué se han pasado todos estos años pasados después que yo estoy fuera d'España, que es lo que haze al caso?

     JUAN.-Yo acabé de oír mi curso de Theología, como me dexaste en Alcalá, con la curiosidad que me fue posible, y agora, como veis, nos estamos en la corte tres o quatro años ha, para dar fin, si ser pudiese, a mis ospitales que hago.



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Capítulo II

Los hospitales de Juan de Voto a Dios

     PEDRO.-¿Nunca se acabó aquél que estaba quasi hecho?

     JUAN.-Han sido los años, con estas guerras, tan reçios, y están todos los señores tan alcanzados, que no hay en España quien pueda socorrer con un marabedí.

     MATA.-Y también es tanto el gasto que tenemos Juan y yo, que quasi todo lo que nos dan nos comemos y aún no nos basta.

     PEDRO.-¿Pues la limosna que los otros dan para obras pías os tomáis para vosotros?

     JUAN.-Que no sabe lo que se dize, sino como la obra va tan sumptuosa y los mármoles que traxeron de Génova para la portada costaron tanto, no se paresçe lo que se gasta.

     PEDRO.-Desos había bien poca neçesidad. Más quisieran los pobres pan y vino y carne abasto en una casa pagiza.

     MATA.-Deso, gracias a Dios y a quien nos lo da, bien abundante tenemos la casa, que antes nos sobre que falte.

     PEDRO.-Bien lo creo sin juramento. No digo yo, sino los pobres. ¡O, vanitas vanitatum et omnia vanitas; las paredes de mármol y los vientres de viento!

     JUAN.-Pues qué ¿decís que es vanidad hazer ospitales?

     PEDRO.-La mayor del mundo universo si han de ser como ésos, porque el cimiento es de ambición y soberbia, sobre el qual quanto se armase se caerá. Buen ospital sería mantener cada uno todos los pobres que su posibilidad livianamente pudiese sufrir acuestas, y socorrer a todas sus necesidades, y si no pudiese dar a cuatro, contentásese con uno; si vieseis un hombre caído en un pantano que si no le dabais la mano no se podría levantar, ¿nos paresce que sería grande necedad, dexando aquél, ir dando la mano a quantos topaseis en un buen paso, que no han caído ni tienen peligro de caer? ¡Quántos y quántos rricos hay que se andan dando blancas y medios quartos por el pueblo, y repartiendo las vísperas de Pascuas celemines de trigo a algunas viejas que saben que lo han de pregonar!; y tienen parientes dentro de segundo y tercero grado, desnudos, muriendo de viva hambre detrás de dos paredes, y si alguno se lo trae a la memoria, luego dize: ¡o, señor!, que es una jente de mala garganta, en quien no cabe hazer ningún bien, que todo lo echa a mal; mill vezes lo he probado y no aprobecha. Y esto es porque allí es menester socorrer por más grueso.

     MATA.-En eso, aunque yo no soy letrado, me paresçe que hazen mal, porque no se lo dan por amor delcos, sino de Dios. Después que se les da, que se ahorquen con ello.

     JUAN.-Bolvamos a lo de nuestros ospitales, que estoy algo escandalizado.

     PEDRO.-Gentil refrigerio es para el pobre que viene de camino, con la nieve hasta la cinta, perdidos los miembros de frío, y el otro que se viene a curar donde le regalen, hallar una salaza desgrimir y otra de juego de pelota, las paredes de mármol y jaspe, que es caliente como el diablo, y un lugar muy sumptuoso donde puede hazer la cama, si trae ropa, con su letrero dorado enzima, como quien dize: Aquí se vende tinta fina; y que repartidos entre cinquenta dos panes, se vayan acostar, sin otra cena, sobre un poco de paja bien molida que está en las camas, y a la mañana, luego, si está sano, le hazen una señal en el palo que trae, de como ya cenó allí aquella noche; y para los enfermos tienen un asnillo en que los llevan a otro ospital para descartarse dél, lo qual, para los pasos de romería en que voy, que lo he visto en un ospital de los sumptuosos d'España que no le quiero nombrar; pero sé que es Real.

     JUAN.-Eso es mal hecho y habían de ser visitados muchas vezes. No sé yo cómo se descuidan los que lo pueden hazer.

     MATA.-Yo sí.

     PEDRO.-¿Cómo?

     MATA.-Porque aquellos a quienes incumbe hazer esto no son pobres ni tienen necesidad de ospitales: que de otra manera, yo fiador que ellos viesen dónde les daban mejor de zenar las noches y más limpia cama.

     JUAN.-Ya para eso probén ellos sus probisores, mayordomos y escribanos y otros oficiales que tengan quenta.

     PEDRO.-Eso es como quien dize ya probeen quién coma la renta que el fundador dexó y lo que los pobres habrían de comer, porque no se pierda.

     MATA.-Mejor sería probeer sobre probisores y sobre oficiales.

     PEDRO.-Vos estáis en lo cierto: pero, bolviendo a lo primero, de todos los ospitales lo mejor es la intención del que le fundó, si fue con solo zelo de hazer limosna: y eso sólo queda, porque las raciones que mandó dar se çiernen desta manera: la mitad se toma el patrón, y lo que queda, parte toma el mayordomo, parte el escribano; al cozinero se le pega un poco, al enfermero otro; el enfermo come sólo el nombre de que le dieron gallina y oro molido si fuese menester. De modo que ciento que estén en una sala comen con dos pollos y, un pedazo de carnero; pues, al veber, cada día hay necesidad de hazer el milagro de architriclinos, porque como quanto hazen el agua vendita, ansí a un cangilón de agua echan dos copas de vino. Lleváronme un día en Génoba por ver un hospital de los más sumptuosos de Italia y de más nombre, y como vi el edificio, que cierto es soberbio, diome gana destar un día a ver comer, por ver qué limosna era la de Italia; y sentados todos en sus camas, que serían hasta trecientos, de dos en dos, y las camas poco o nada limpias, vino un cozinero con un gran caldero de pan cocto, que ellos llaman, muy usada cosa en aquellas partes, que no es otra cosa sino pan hecho pedazos y cozido en agua fasta que se haze como engrudo, sazonado con sal y aceite, y comienzan de destribuir a todos los que tenían calentura; y a los que no, luego se siguía otro cozinero con otra caldera de vaca diziendo que era ternera, y daba a sendas tajadas en el caldo y poco pan. El médico, otro día que purgaba al enfermo, le despedía diçiendo que ya no había a qué estar: y como los pobres entonces tenían más necesidad de refrigerio y les faltaba, tornaban a recaer, de lo qual morían muchos. Dicen los philósofos que un semejante ama a otro su semejante. El pobre que toda su vida ha vivido en ruin casa o choza ¿qué necesidad tiene de palacios, sino lo que se gasta en mármoles que sea para mantenimiento, y que la casa sea como aquélla que tenía por suya propia? Mas haya esta diferencia, que en la suya no tenía nada y en ésta no le falte hebilleta.

     MATA.-Gran ventaja nos tienen los que han visto el mundo a los que nunca salimos de Castilla. ¡Mirad cómo viene filósofo y quán bien habla! Yo por nosotros juzgo lo que dize todo ser mucha.verdad, que estamos en una casa, qual presto veréis muy ruin, pero como comemos tam bien que ni queda perdiz ni capón ni trucha que no comamos, no sentimos la falta de las paredes por de fuera, pues dentro ruin sea yo si la despensa del rey está ansí. Acabad presto vuestro viaje, que aquí nos estaremos todos, y no hayáis miedo que falte la merced de Dios, y bien cumplida. Algunas veces estamos delgados de las limosnas, pero como se confiesan muchos con el señor Juan y comunican casos de conciencia, danle muchas cosas que restituya, de las quales algunas se quedan en casa por ser muerta la persona a quien se ha de dar o por no la hallar.

     JUAN.-¡Maldiga Dios tan mala lengua y bestia tan desenfrenada, y a mí porque con tal hombre me junté que no sabrá tener para sí una cosa sin pregonarla a todo el mundo!

     PEDRO.-Esa es su condición, que le es tan natural que le tiene de acompañar hasta la sepultura: nos debéis enojar por eso, que aquí todo se sufre, pues ya sé yo de antes de agora las cosas cómo pasan, y aquí somos como dizen los italianos: Padre, Hijo y Spíritu Santo.

     JUAN.-¿Pensáis que hiziera más si fuera otro qualquiera el que estaba delante?

     MATA.-El caso es que la verdad es hija de Dios, y yo soy libre, y nadie me ha de coser la boca, que no la dexaré de deçir donde quiera y en todo tiempo, aunque amargue por Dios agora que acuerda con algo a cabo de mill años. Mejor será que nos vamos, que ya haze oscuro, y yo quiero ir delante para que se apareje de zenar; y en verdad que cosa no se traiga de fuera, porque vea Pedro si yo miento. Vosotros idos a entrar por la puerta de Sant Francisco, que es menos frequentada de jente.

     JUAN.-¿N'os paresce que tengo grande subsidio en tener este diablo acuestas?

     PEDRO.-No; pues ya le conoscéis, lo mejor es darle livertad que diga, quiza por eso dirá menos.

     JUAN.-Yo quiero tomar vuestro consejo si lo pudiere acabar con mi condición. Esta es la puerta: abajad un poco la cabeza al subir de la escalera.

     PEDRO.-Vendito sea Dios por siempre jamás, que ésta es la primera vez que entro en casa hartos días ha. Buena quadra está ésta por cierto.

     JUAN.-Para en corte, razonable.

     MATA.-Pués mejor la podríamos tener sino porque no varrunten nada de lo que pasa.

     JUAN.-Badajear y a ello.



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Capítulo III

Las peregrinaciones

     MATA.-Sus, padre fray Pedro, que ansí os quiero llamar; lo asado se pierde: manda tomar esta silla y ruin sea quien dexare bocado desta perdiz.

     PEDRO.-Agimus tibi gratias, Domine, pro universis donis et beneficiis tuis; qui vivis et regnas per omnia secula seculorum.

     JUAN.-¡Bálame Dios! ¡Qué ánimo es ése! ¿Agora os paráis a llorar? ¿Qué más hiziera un niño? Comed y tened buen ánimo, que no ha de faltar la merced de Dios entretanto que las ánimas sustentaren nuestros cuerpos. Bien sabéis que en mi vida yo n'os he de faltar.

     MATA.-Éstas son lágrimas de plazer; que no es más en sí de detenerlas que a mí las verdades.

     PEDRO.-¿Qué más comida para mí de la merced que Dios este día me ha hecho?

     JUAN.-Aquel adobado por ventura perná apetito de comer, o si no una pierna de aquel conejo con esta salsa.

     PEDRO.-Una penca de cardo me sabrá mejor que todo; con juramento, que ha seis años que no vi otra.

     MATA.-Eso será para después; agora, si no queréis nada de lo asado, comed de aquella cabeza de puerco salvaje cozida, y si queréis, a bueltas del cardo o de un rábano.

     JUAN.-Ya sabéis que en palacio no se da a beber a quien no lo pide. Blanco y tinto hay: escojed.

     PEDRO.-Probarlo hemos todo, y beberemos del que mejor nos supiere: este blanco ¿es baliente?

     MATA.-De Sant Martín y a nuebe reales y medio el cántaro, por las nuebe horas de Dios; pues probaréis el tinto de Ribadabia, y diréis: ¿qué es esto que quasi todo es a un precio?

     JUAN.-Ya me paresce que habéis estancado. ¿Qué hazéis?

     PEDRO.-Yo no comeré más esta noche; estoy satisfecho.

     JUAN.-Una cosa se me acuerda que os quise hoy replicar quanto hablábamos de los ospitales, y habíaseme olvidado, y es: si fuese ansí que no hubiese ospitales, ¿qué harían tantos pobres peregrinos que van donde vos agora de Francia, Flandes, Italia y Alemaña? ¿dónde se podrían aposentar?

     PEDRO.-El mejor remedio del mundo: los que tubiesen qué gastar, en los mesones, y los que no, que se estubiesen en sus tierras y casas, que aquélla era buena romería, y que de allí tubiesen todas las devociones que quisiesen con Santiago. ¿Qué ganamos nosotros con sus romerías, ni ellos tampoco, según la intención? Que el camino de Hierusalem ningún pobre le puede ir, porque al menos gasta quarenta escudos y más, y por allá maldita la cosa les aprobecha pedir ni importunar.

     MATA.-A fe que fray Pedro, que dize esto, que debe de traer aforrada la bolsa.

     PEDRO.-Yo no pido, por çierto, limosna; y a trueco de no oír un Dios te ayude de quien sé que me puede dar, lo hurtaría si pudiese.

     MATA.-Si no fuese porque faboresceréis a los de vuestro oficio, n'os dexaría de preguntar qué tanto mérito es ir en romería, porque yo, por dezir la verdad, no la tengo por la más obra pía de todas.

     PEDRO.-Por eso no dexaré de dezir lo que siento: porque mi romería va por otros nortes. La romería de Hierusalem, salvo el mejor juicio, tengo más por incredulidad que por santidad; porque yo tengo de fe que Christo fue crucificado en el monte Calvario y fue muerto y sepultado y que le abrieron el costado con una lança, y todo lo demás que la Iglesia cree y confiesa; pues ¿no tengo de pensar que el monte Calvario es un monte como otros, y la lanza como otras, y la cruz, que era estonces en uso como agora la horca: y que todo esto por sí no es nada, sino por Christo que padesció? Luego si hubiese tantas Hierusalenes, y tantas cruzes, y lanzas y reliquias como estrellas en el cielo, y arenas en la mar, todas ellas no valdrían tanto como una mínima parte de la hostia consagrada, en la qual se enzierra el que hizo los cielos y la tierra, y a Hierusalem, y sus reliquias, y ésta veo cada día que quiero, que es más: ¿qué se me da de lo menos? quanto más que Dios sabe quán poca paçiençia lleban en el camino y quántas vezes se arrepienten y reniegan de quien haze jamás voto que no se pueda salir afuera. Lo mesmo siento de Santiago y las demás romerías.

     JUAN.-No tenéis razón de condenar las romerías, que son sanctas y buenas, y de Christo leemos que aparesçió en ese ábito a Lucas y Cleophás.

     PEDRO.-Yo no las condeno, ni nunca Dios tal quiera; mas digo lo que me paresce y he visto por la luenga experiençia; y a los que allá van no se les muestra la mitad de lo que diçen: porque el templo de Salomón aunque den mill escudos no se le dexarán ver: ni demás desto a los devotos no faltan algunos fraires modorros que les muestran ciertas piedras con unas pintas coloradas, en el camino del Calvario, las quales dicen que son de la sangre de Christo, que aún se está allí, y ciertas piedrecillas blancas, como de yeso, dizen que es leche de Nuestra Señora, y en una de las espinas está también cierta cosa roja en la punta que dizen que es de la mesma sangre, y otras cosas que no quiero al presente dezir; y éstas, cómo las sé, antes de muchos días lo sabréis. En lo que dezís de la romería de Christo y los apóstoles es cosa diferente; porque ellos iban la romería brebe, y es que no tenían casa ni hogar, sino andarse tras su buen maestro y deprender el tiempo que les cabía después enseñar y predicar. Marabíllorne yo de un theólogo como vos, comparar la una romería con la otra.

     MATA.-Que tampoco no se mataba mucho para estudiar, sino poco a poco cumplir el curso; para entre nosotros, no sabe tanta Teología como pensáis; mas yo quería saver quál es la mejor romería.

     JUAN.-Ninguna si a Pedro de Urdimalas creemos.

     PEDRO.-El camino real que leba al cielo es la mejor de todas, y más breve, que es los diez mandamientos de la ley muy bien guardados a maço y escoplo; y éstos sin caminar ninguna legua se pueden cumplir todos, ¡Quántos peregrinos reniegan y blasfeman, quántos no oyen misa en toda la jornada, quántos toman lo que hallan a mano!

     MATA.-De manera que haziendo desde aquí lo que hombre pudiere, según sus fuerzas, en la observancia de la ley de Dios, sin ir a Hierusalem ni Santiago, ¿se puede salvar?

     PEDRO.-Muy lindamente.

     MATA.-Pues no quería saver más deso para estarme quedo y servir a Dios.

     JUAN.-Quítese esta mesa y póngase silencio en las cosas de acá, que poco importa la disputa. Sepamos de la buena venida y de la significación del disfraz y de la ausencia pasada y de la merced que Dios nos ha hecho en dexarnos ver.

     PEDRO.-Tiempo habrá para contarlo.

     MATA.-Por amor de Dios, no nos tengáis suspensos, ni colgados de los cabellos. Sacadnos de dubda.

     PEDRO.-El caso es, en dos palabras, que yo fui cautivo y estube allá tres o cuatro años. Después salvéme en este ábito que aquí veis, y agora voy a cumplir el voto que prometí y dexa los ábitos y tomar los míos propios, en los quales procuraré servir a Dios el tiempo que me diere de vida: esto es en conclusión.

     JUAN-¿Cautivo de moros?

     PEDRO.-De turcos, que es lo mesmo.

     JUAN-¿En Berbería?

     PEDRO.-No, sino en Turquía.

     MATA.-Alguna matraca nos debe de querer dar con esta fictión. ¡Por vida de quien hablare de veras, no nos haga escandalizar!

     JUAN.-Aunque sea burlando ni de veras, yo no puedo estar más escandalizado; ni me ha quedado gota de sangre en el cuerpo. No es de buenos amigos dar sobresaltos a quien bien los quiere.

     PEDRO.-Nunca de semejantes burlas me pagué. Lo que habéis oído es verdad, sin discrepar un punto.

     JUAN.-¡Jesús! pues, ¿dónde o cómo?

     PEDRO.-En Constantinopla.

     JUAN.-¿Y dónde os prendieron?

     PEDRO.-En esos mares de Dios.

     JUAN-¡Qué desgraciadamente lo contáis y qué como gato por brasas! Pues ¿quién os prendió, o quándo, o de qué manera, y cómo salistes, y qué nos contáis?

     MATA.-Bien os sabrá examinar, que esas tierras mejor creo que las sabe que vos, Juan de Voto a Dios, que, como recuero, no haze sino ir y venir de aquí a Hierusalem.

     JUAN.-No cae hazia allá: nosotros vamos por la mar de Venecia, y esta postrera vez que vine fue por tierra.

     PEDRO.-Pues ¿cómo os entendían vuestro lenguaje?

     JUAN.-Hablaba yo griego y otras lenguas.

     MATA.-¿Como las de hoy?

     PEDRO.-¿Quántas leguas hay por tierra de aquí allá?

     JUAN.-No sé, a fe.

     PEDRO.-¿Por qué tierras buenas vinistes?, ¿por qué cibdades?

     JUAN.-Pasado se me ha de la memoria.

     PEDRO.-Y por mar, ¿adónde aportastes?

     JUAN.-¿Adónde habíamos de aportar sino a Hierusalem?

     PEDRO.-¿Pues entrabais dentro Hierusalem con las naves?

     JUAN.-Hasta el mesmo templo de Salomón teníamos las áncoras.

     PEDRO.-Y las naves ¿iban por mar o por tierra?

     JUAN.-No está mala la pregunta para hombre plático. ¿Por tierra van las naos?

     PEDRO.-En Gerusalern no pueden entrar de otra arte, porque no llega allá la mar con veinte leguas.

     MATA.-Aun el diablo será este examen, quanto y más si Pedro ha estado allá y nos descubre alguna celada de las que yo, tanto tiempo ha, barrunto. Quizá no fue por ese camino.

     JUAN.-Ha tanto tiempo que no lo anduve, que estoy privado de memoria, v tampoco en los caminos no advierto mucho.

     MATA.-Agora digo que no es mucho que sepa tanto Pedro de Urdimalas, pues tanto ha peregrinado. En verdad que venís tan trocado, que dubdo si sois vos. Dos horas y más ha que estamos parlando y no se os ha soltado una palabra de las que solíais, sino todo sentencias llenas de philosofía y religión y themor de Dios.

     PEDRO.-A la fe, hermanos, Dios, como dicen, consiente y no para siempre, y como la muerte jamás nos dexa de amenazar y el demonio de acechar y cada día del mundo natural tenemos veinticuatro horas de vida menos, y como en el estado que nos tomare la muerte según aquél ha de ser la mayor parte de nuestro juicio, parescióme que valía más la emienda tarde que nunca, y ésa fue la causa porque me determiné a dexa la ociosa y mala vida, de la qual Dios me ha castigado con un tan grande azote que me le dexó señalado hasta que me muera. Dígolo por tanto, Juan de Voto a Dios, que ya es tiempo de alzar el entendimiento y voluntad destas cosas peresçederas y ponerle en donde nunca ha de haber fin mientra Dios fuere Dios, y desto me habéis de perdonar que doy consejo, siendo un idiota, a un theólogo.

     JUAN.-Antes es muy grande merced para mí y consuelo, que para eso no es menester theologías.

     PEDRO.-Ansí que, pues aquí estamos los que siempre hemos vivido en una mesma voluntad, y ésta ha de durar hasta que nos echen la tierra acuestas, bien se sufre dezir lo que haze al caso por más secreto que sea. Yo estoy al cabo que vos nunca estubistes en Hierusalem ni en Roma, ni aun salistes d'España, porque loquela tua te manifestum fecit, ni aun de Castilla; pues ¿qué fructo sacáis de hazer entender al vulgo que venís y vais a Judea, y a Egipto ni a Samaria? Parésceme que ninguno otro, sino que todas las vezes que venga uno, como agora yo, os tome en mentira.

     MATA.-Otro mejor fructo se saca.

     PEDRO.-¿Quál?

     MATA.-El aforro de la volsa, que de otra manera perescería de frío; pero a fe de hombre de bien que lo he dicho yo hartas vezes, entre las quales fue una que nos vimos con tres mill escudos de fábrica para los ospitales, y restitución de unos indianos o peruleros. Jamás quiso escucharme, y ansí y todo se nos ha ido dentro las manos con diez pórfidos y otros tantos azulexos.

     JUAN.-Presupuesta la estrecha amistad y unidad de corazones, responderé en dos palabras a todo eso, como las diría al propio confesor. No ha pocos días y años que yo he estado para hazer todo esto, y paresçe que Dios me ha tocado mil vezes convidándome a ello: pero un solo inconviniente ha vastado para estorbármelo hasta hoy, y es que como yo he vibido en honra, como sabéis, teniendo tan familiar entrada en todas las casas de illustres y ricos, ¿con qué vergüenza podré agora yo dezir públicamente que es todo burla quanto he dicho, pues aun al confesor tiene hombre empacho descubrirse? pues si me huyo ¿a dónde me cale parar? y ¿qué dirán de mí? ¿quién no querrá antes mill infiernos?

     MATA.-Désa te guarda.

     PEDRO.-Más vale vergüenza en cara que mançilla en coraçón.

     MATA.-¿Y qué habíamos de hazer de todo nuestro relicario?

     PEDRO.-¿Quál?

     MATA.-El que nos da de comer principalmente; ¿luego nunca le habéis visto? Pues en verdad no nos falta reliquia que no tengamos en un cofrecito de marfil; no nos falta sino pluma de las alas del arcángel Sant Gabriel.

     PEDRO. -Esas dar con ellas en el río.

     MATA.-¿Las reliquias se han de echar en el río? Grandemente me habéis turbado. Mirad no traiáis alguna punta de luterano desas tierras extrañas.

     PEDRO. -No digo yo las reliquias, sino esas que yo no las tengo por tales.

     MATA.-Por amor de Dios, no hablemos más sobresto; los cabellos de Nuestra Señora, la leche, la espina de Christo, el dinero, las otras reliquias de los sanctos, al río, que dize que lo traxo él mesmo de donde estaba.

     PEDRO-¿Es verdad que traxo un gran pedaço del palo de la cruz?

     MATA.-Aun ya el palo de la cruz, vaya, que aquello no lo tengo por tal; por ser tanto, paresce de encina.

     PEDRO.-¡Qué! ¿tan grande es?

     MATA.-Buen pedazo. No cabe en el cofrecillo.

     PEDRO.-Ese tal, garrote será, pues no hay tanto en Sanct Pedro de Roma y Gerusalem.

     JUAN.-Todo se traxo de una mesma parte. Dexad hablar a Pedro y callad vos.

     MATA.-Pues si todo se traxo de una parte, todo será uno; ¿y el pedazo de la lápida del monumento?; agora yo callo. Pues tierra santa harta teníamos en una talega, que bien se podrá hazer un huerto dello.

     JUAN.-El remedio es lo más dificultoso de todo para no ser tomado en mentira del haber estado en aquellas partes. Un libro que hizo un fraire del camino de Hierusalén y las cosas que vio, me ha engañado, que con su peregrinaje ganaba como con cabeza de lobo.

     PEDRO.-¡Mas de las cosas que no vio! ¡tan grande modorro era ese como los otros que hablan lo que no saben, y tantas mentiras diçe en su libro!

     JUAN.-Toda la corte se traía tras sí quanto predicaba la Quaresma cosas de la passión. Luego señalaba cada cosa que deçía: fue Christo a orar en el Huerto, que será como de aquí a tal torre, y entró solo y dexó sus discípulos a tanta distançia como de aquel pilar al altar; lleváronle con la cruz acuestas al monte Calvario, que es de la çibdad como de aquí a tal parte: la casa de Anás de la de Caiphás, es tanto; y otras cosas ansí.

     PEDRO.-De manera que en haber dos pulgadas de distancia de más o menos de la una a la otra parte está el creer o no en Dios. Y ¿qué se me da a mí para ser christiano que sean más dos leguas que tres; ni que Pilato y Caiphás viban en una mesma calle?

     MATA.-Quien no trae nada de nuebo, no trae tras sí la gente; yos prometo, con ayuda de Dios, que vos hagáis hartos corrillos.

     PEDRO.-Desos me guardaré yo bien.

     MATA.-No será en vuestra mano; y también es bueno tener qué contar.

     JUAN.-Hablemos en mi remedio, que es lo que importa. ¿Qué haré?, ¿cómo bolveré atrás?, ¿cómo me desmentiré a mí mesmo en la plaza? Pues qué ¿dexaré mi horden por hazerme teatino ni fraire? No es razón; porque allá dentro los mesmos religiosos me darían más matracas porque entrellos hay más que hayan estado allá que en otra parte ninguna.

     PEDRO.-No hay para qué pregonar el haber mentido, porque Dios no quiere que nadie se disfame a sí mesmo, sino que se enmiende.

     MATA.-Yo quiero en eso dar un corte con toda mi poca gramática y menos saber, que me paresce que más hará al propósito.

     JUAN.-No me haríais este pesar de callar una vez en el año.

     PEDRO.-Dexalde diga; nunca desechéis consejo, porque si no es bueno, pase por alto, y si lo es, aposentalde con vos; dezid lo que queríais.

     MATA.-Agora me había yo de hazer de rogar, mas no hay para qué; digo yo, que Pedro de Urdimalas nos cuente aquí todo su viaje desde el postrero día que no nos vimos fasta este día que Dios de tanta alegría nos ha dado. De lo qual Juan de Voto a Dios podrá quedar tan docto que pueda hablar donde quiera que le pregunten como testigo de vista; y en lo demás, que nunca en ninguna parte hable de Hierusalem, ni la miente, ni reliquia ni otra cosa alguna, sino dezir que las reliquias están en un altar del ospital, y que nos demos prisa a acabarle, aunque enduremos en el gasto ordinario; y después, allí, con ayuda de Dios, nos recogeremos, y lo que está por hazer sea de obra tosca, para que antes se haga; y quien no quiere hablar de tierras estrañas con quatro palabras cerrará la boca a todos los preguntadores. Si el consejo n'os paresce bien, tomadme acuestas.

     JUAN.-Loado sea Dios, que habéis dicho una cosa bien dicha en toda vuestra vida. Yo lo acepto ansí.

     MATA.-Hartas he dicho, si vos lo hubierais hecho ansí.

     PEDRO.-Ansí Dios me dé lo que deseo, que yo no cayera en tanto; bien paresçe un neçio entre dos letrados. El agrabio se me haze a mí porque soy muy enemigo dello, ansi porque es muy largo como por el refrán que dize: los casos de admiración no los cuentes, que no saben todas jentes cómo son.

     MATA.-Ello se ha de saver tarde o temprano todo a remiendos; más vale que nos lo digas todo junto, y no os andaremos en cada día amohinando y haréis para vos un probecho, que reduçiréis a la memoria todos los casos particulares.

     JUAN.-Paresce que después que éste habla de veras se le escalienta la boca y dize algunas cosas bien dichas, entre las quales ésta es tan bien que yo comienço de aguzar las orejas.

     PEDRO.-Yo determino de hazer en todo vuestra voluntad; mas antes que comience os quiero hazer una protesta porque quanto contare algo digno de admiración no me cortéis el hilo con el hazer milagros; y es que por la libertad que tengo, que es la cosa que más en este mundo amo, sino plegue a Dios que otra vez buelva a la cadena, si cosa de mi casa pusiere ni en nada me alargare, sino antes perder el juego por carta de menos que de más: y las condiciones y costumbres de turcos y griegos os contaré, con aprescibimiento que después que los turcos reinan en el mundo, jamás hubo hombre que mejor lo supiese, ni que allá más privase.

     JUAN.-No hemos menester más para creer eso, sino ver el arrepentimiento que de la vida pasada tenéis y hervor de la enmienda y aquel tan trocado de lo que antes erais.

     PEDRO.-No sé por dónde me comienze.



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Capítulo IV

Pedro cautivo de los turcos

     MATA.-Yo sí: del primer día, que de allí adelante nosotros os iremos preguntando, que ya sabéis que más preguntará un necio que responderán mil sabios. ¿En dónde fuiste preso y qué año? ¿Quién os prendió y adónde os llevó? Responded a estas quatro, que después no faltará, y la respuesta sea por orden.

     PEDRO.-Víspera de Nuestra Señora de las Niebes, por cumplir vuestro mandado, que es a quatro de agosto, yendo de Génova para Nápoles con la armada del Emperador, cuyo general es el príncipe Doria, salió a nosotros la armada del turco que estaba en las islas de Ponza, esperándonos por la nueba que de nosotros tenía, y dionos de noche la caza y alcanzónos y tomó siete galeras, las más llenas de jente y más de lustre que sobre la mar se tomaron después que se navega. El capitán de la armada turquesca se llamava Zinán Baxá, el qual traía ciento y çinquenta velas bien en orden.

     JUAN.-¿Y vosotros quántas?

     PEDRO.-Treinta y nuebe no más.

     MATA.-¿Pues cómo no las tomaron todas, pues había tanto exceso?

     PEDRO.-Porque huyeron las otras; y aun si los capitanes de las que cazaron fueran hombres de bien y tubieran buenos oficiales, no tomaran ninguna, porque huyeran también como las otras; pero no osaban azotar a los galeotes que remaban, y por eso no se curaban de dar prisa a huir.

     JUAN.-¿De qué tenían miedo en castigar la chusma? ¿No está amarrada con cadenas?

     PEDRO.-Sí, y bien rezias; pero como son esclabos turcos y moros, temíanse que después que los prendiesen, aquellos habían de ser libres y dezir a los capitanes de los turcos cómo eran crueles para ellos al tiempo que remaban.

     MATA.-¿Pues qué, por eso?

     PEDRO.-Quanto ansí, luego les dan a los tales una muerte muy cruel, para que los que lo oyeren en las otras galeras tengan rienda en el herir. Dos castigaron delante de mí el día que nos prendieron; al uno cortaron los brazos, orejas y narizes y le pusieron un rótulo en la espalda, que decía: Quien tal haze tal haya; y al otro empalaron.

     JUAN.-¿Qué es empalar?

     PEDRO.-La más rabiosa y abominable de todas las muertes. Toman un palo grande, hecho a manera de asador, agudo por la punta, y pónenle derecho, y en aquél le espetan por el fundamento, que llegue quasi a la boca, y dexánsele ansí vibo, que suele durar dos y tres días.

     JUAN.-Quales ellos son, tales muertes dan. En toda mi vida vi tal crueldad; ¿y qué fue del primero que justiciaron?

     PEDRO.-Dexáronsele ir para que le viesen los capitanes christianos, y ansí le dio el príncipe Doria quatro escudos de paga cada mes mientras vibiere.

     MATA.-¿Peleastes o rindístesos?

     PEDRO.-¿Qué habíamos de pelear, que para cada galera nuestra había seis de las otras? Comenzamos, pero luego nos tiraron dos lombardazos que nos hizieron rindir. Saltaron dentro de nuestra galera y comenzaron a despojarnos y dexar a todos en carnes. A mí no me quitaron un sayo que llebaba de cordobán y unas calzas muy acuchilladas, por ser enemigos de aquel traje, y ver que no se podían aprobechar dél, y también porque en la cámara donde yo estaba había tanto que tomar de mucha importancia, que no se les daba nada de lo que yo tenía acuestas: maletas, cofres, baúles llenos de vestidos y dineros, barriles con barras de plata por llevarlo más escondido, y aun de doblones y escudos.

     MATA.-¿Qué sentíais quando os vistes preso?

     PEDRO.-Eso, como predicador, os lo dexo yo en contemplación: bofetones hartos y puñadas me dieron porque les diese si tenía dineros, y bien me pelaron la barba. Fue tan grande el alboroto que me dio y espanto de verme quál me había la fortuna puesto en un instante, que ni sabía si llorase ni reyese, ni me maravillase, ni dónde estaba, antes dizen mis compañeros, que lloraban bien, que se maravillan de mí que no les paresçía que lo sentía más que si fuese libre, y es verdad que de la repentina mudanza por tres días no sentía nada, porque no me lo podía creer a mí mesmo ni persuadir que fuese ansí. Luego el capitán que nos tomó, que se llamaba Sactán Mustafá, nos sentó a su mesa y dionos de comer de lo que tenía para sí, y algunos bobos de mis compañeros pensaban que el viaje había de ser ansí; pero yo les consolé diziendo: Veis allí, hermanos, como entre tanto que comemos están aparejando cadenas para que dançemos después del vanquete; y era ansí, que el carzelero estaba poniéndolas en horden.

     JUAN.-¿Y qué fue la comida?

     PEDRO.-Vizcocho remojado y un plato de miel y otro de azitunas y otro chico de queso cortado bien menudo y sutil.

     MATA.-No era malo el vanquete; pues ¿no podían tener algo cozinado para el capitán?

     PEDRO.-No, porque con la batalla de aquel día no se les acordaba de comer, y pluguiera a Dios, por quien él es, que las Pascuas de quatro años enteros hubiera otro tanto. Llegó luego por fruta de postre, a la popa, donde estábamos con el capitán, un turco cargado de cadenas y grillos, y comenzónos a herrar, y por ser tantos y no traer ellos tan sobradas las cadenas, nos metían a dos en un par de grillos, a cada uno un pie, una de las más vellacas de todas las prisiones, porque cada vez que queréis algo, habéis de traer el compañero, y si él quiere os ha de llevar; de manera que estáis atado a su voluntad aunque os pese. Esta prisión no duró más que dos días, porque luego el capitán era obligado de ir a manifestar al general la presa que había hecho. Llegóse a mí un cautivo que había muchos años que estaba allí, y preguntóme qué hombre era y si ternía con qué rescatar, o si sabía algún ofiçio; yo le dixe que no me faltarían doçientos ducados, el qual me dixo que lo callase, porque si lo dezía me ternían por hombre que podía mucho y ansí nunca de allí saldría; y que si sabía ofiçio sería mejor tratado, a lo qual yo le rogué que me dixese qué ofiçios estimaban en más, y díxome que médicos y barberos y otros artesanos. Como yo vi que ninguno sabía, ni nunca acá le deprendí, ni mis padres lo procuraron, de lo qual tienen gran culpa ellos y todos los que no lo hazen, imaginé quál de aquellos podía yo fingir para ser bien tratado y que no me pudiesen tomar en mentira, y acordé que, pues no sabía ninguno, lo mejor era dezir que era médico, pues todos los errores había de cubrir la tierra, y las culpas de los muertos se hablan de echar a Dios. Con dizir Dios lo hizo, había yo de quedar libre; de manera que con aquella poca de Lógica que había estudiado podría entender algún libro por donde curase o matase.

     MATA.-Pues qué ¿era menester para los turcos tantas cosas, sino matarlos a todos quantos tomarais entre las manos?

     PEDRO.-No es buena cuenta esa, que no menos omicida sería quien tal hiziese que a los christianos. Quando fuese en líçita guerra, es verdad; pero, fiándose el otro de mí, sería gran maldad; porque, en fin, es próximo. Al tiempo que nos llevaron a presentar delante el general, comenzaron de poner a una parte todos los que sabían ofiçios, y los que no a otra para echar al remo. Quando vinieron a mi, yo dixe liberalmente que era médico. Preguntándome si me atrebería a curar todos los heridos que en la vatalla pasada había, respondí que no, porque no era zirujano, ni sabía de manos nada hazer. Estaba allí un renegado genovés que se llamaba Darmux Arráez, que era el cómite Real, y dixo al general que mucho mayor cosa era que zirujano, porque era médico de orina y pulso, que ansí se llaman, y quiso la fortuna» que el general no traía ninguno para que me examinase, y allá aunque hay muchos médicos judíos, pocos son los buenos.

     JUAN.-¿Qué quiere dezir cómite?

     PEDRO.-El que govierna la galera y la rije.

     MATA.-¿Y Arráez?

     PEDRO.-Capitán de una galera. Quiso también la fortuna que el general se contentó de mí y me escogió para sí. De todas las presas que hazen por la mar tiene el Gran Turco su quinto; pero los generales toman siempre para sí los mejores y que saben que son de rescate, o que tienen algunos oficios que serán de ganancia. Los soldados, pobres y lacayos de los caballeros dan al rey, pues que nunca los ha de ver.

     MATA.-¿Para qué los quiere?

     PEDRO.-Métenlos en una torre, y de allí los embían a trabajar en obras de la señoría, que llaman.

     JUAN.-¿Qué tantos desos terná?

     PEDRO.-Al pie de tres mill.

     MATA.-Y quando os tomó el general, ¿vistióos luego?

     PEDRO.-No, sino calzóme, y bien.

     JUAN.-¿Cómo?

     PEDRO.-Lleváronme luego a un banco donde estaban dos remadores y faltaba uno, y pusiéronme una cadena al pie, de doze: eslabones y enclabada en el mesmo banco, y mandáronme remar, y como no sabía, comenzaron de darme de anguilazos por estas espaldas con un azote diabólico empegado.

     JUAN.-Ya los he visto, que muchos cautibos que pasan por aquí, que se han escapado, los traen camino de Santiago.

     PEDRO.-Otra buena canalla de vagabundos. Todos esos, creed que jamás estubieron allí; porque ¿en qué seso cabe, si se huyen, que han de llevar el azote, que jamás el cómite le dexa de la mano? Ansí engañan a los bobos.

     MATA.-Bien pintadas debéis de tener las espaldas.

     PEDRO.-Ya se han quitado las más ronchas; pero uno me dieron un día que me ziñó estos riñones, que después acá a tiempos me duele. Quiso Dios que como tomaron tanta jente y tenían bien quien remase, que acordaron, pues yo les parescía delicado y no lo sabía hazer, y era bueno para servir en mi ofiçio, que entrase cada vez en mi lugar un gitano; pero no me quitaron de la cadena, sino allí me metía donde poca menos pena tenía que si remara, porque habla de ir metida la cabeza entre las rodillas sentado, y quando la mar estaba algo alvorotada, venía la onda y dábame en estas espaldas y remojábame todo. Llámase aquel lugar en la galera la banda, que es la que sirve de necesaria en cada vanco.

     JUAN.-¿Y qué os daban allí de comer?

     PEDRO.-Lo que a los otros, que es quando hay bastimento harto, y estábamos en parte, que cada día lo podían tomar. Daban a cada uno 26 onças de vizcocho; pero si estábamos donde no lo podían tomar, que era tierra de enemigos, 20 onças y una almueza de mazamorra.

     MATA.-¿Qué es vizcocho y mazamorra?

     PEDRO.-Toman la harina sin cerner ni nada y házenla pan; después, aquello hácenlo quartos y recuézenlo hasta que está duro como piedra y métenlo en la galera; las migajas que se desmoronan de aquello y los suelos donde estubo es mazamorra, y muchas vezes hay tanta necesidad, que dan de sola ésta, que quando habréis apartado a una parte las chinches muertas que están entrello y las pajas y el estiércol de los ratones, lo que queda no es la quinta parte.

     JUAN.-¿Quién diablos llevó el ratón a la mar?

     PEDRO.-Como se engendran de la bascosidad, más hay que en tierra en ocho días que esté el pan dentro.

     MATA.-Y a beber ¿dan vino blanco ó tinto?

     PEDRO.-Blanco del río, y aun bien hidiendo y con más tasa que el pan.

     JUAN.-¿Y qué más dan de razión?

     PEDRO.-¿No basta esto? Algunas vezes reparten a media escudilla de vinagre y otra media de azeite y media de lentejas ó arroz para todo un mes; alguna pascua suya dan carne, quanto una libra a cada uno; mas déstas no hay sino dos en el año.

     MATA.-¡Mal aventurados dellos; bien parescen turcos!

     PEDRO.-¿Pensáis que son mejores las de los christianos? Pues no son sino peores.

     JUAN.-Yo reniego desa manera de la mejor. Y la cama ¿era conforme a la comida?

     PEDRO.-Tenía por cortinas todo el cielo de la luna, y por frazada el aire. La cama era un banquillo quanto pueden tres hombres caber sentados, y de tal manera tenía de dormir allí, que con estar amarrado al mesmo vanco y no poder subir encima la pierna, sino que había destar colgando, si por malos de mis pecados sonaba tantico la cadena, luego el verdugo estaba enzima con el azote.

     MATA.-¿Quién os lavaba la ropa blanca?

     PEDRO.-Nosotros mesmos con el sudor que cada día manaba de los cuerpos; que una que yo tube, a pedazos se cayó como ahorcado.

     JUAN.-Paresce que me comen las espaldas en ver quál debía estar de jente.

     PEDRO.-A eso quiero responder que por la fe de buen christiano, no más ni menos que en un hormigal hormigas los veía en mis pechos quando me miraba, y tomábame una çongoja de ver mis carnes vivamente comidas dellos, y llagadas, ensangrentadas todas, que, como aunque matase veinte pulgaradas no hazía al caso, no tenía otro remedio sino dexarlo y no me mirar; pues en unas votas de cordobán que tenía, por el juramento que tengo hecho y por otro mayor si queréis, que si metía la mano por entre la vota y la pierna hasta la pantorrilla, que era en mi mano sacar un puñado dellos como granos de trigo.

     JUAN.-¿Y todos están ansí?

     PEDRO.-No, que los que son viejos tienen camisas que mudar; no tienen tantos con gran parte, y laban allí sus camisas con agua de la mar, atándola con un pedazo de soga como quien saca agua de algún pozo, y allí las dejaban remojar un rato: quasi el labar no es más sino remojar y secar, porque como el agua de la mar es tan gruesa, no puede penetrar ni limpia cosa ninguna.

     MATA.-Caro cuesta desa manera el ver cosas nuebas y tierras estrañas. En su seso s'está Juan de Voto a Dios de no poner su vida al tablero, sino hablar como testigo de oídas, pues no le vale menos que a los que lo han visto.

     PEDRO.-Yos diré quán caro cuesta. Siendo yo cautibo nuebo, que no había sino un mes que lo era, vi que junto a mí estaban unos turcos escribiendo ciertas cartas mensajeras; y ellos, en lugar de firma, usan ciertos sellos en una sortija de plata que traen, en donde está esculpido su nombre o las letras de cifra que quieren y con éste, untado con tinta emprimen en el lugar donde habían de firmar, su sello, y cierto queda como de molde.

     MATA.-Yo apostaré que es verdad sin más, pues no lo puede contar sin lágrimas.

     PEDRO.-Mas eché allá quando pasó; y como a mí me paresció cosa nueba, entre tanto que zerraba uno las cartas, como en conversación, tomé en la mano el sello y como vi que no me dezían nada, tomé tinta y un poco de papel para ver si sabría yo ansí sellar. De todo esto olgaban ellos sin dárseles nada; yo lo hize: como quiera que era çiençia que una vez bastaba verla, y contentéme de mí mesmo haber azertado; torné á poner la sortija donde se estaba, y como de allí a un poco me acordase de lo mesmo, quise tornar a ver si se me había olvidado, y así del papel que estaba debaxo de la sortija, pensando que estaba encima, porque estaba entre dos papeles, y cáese la sortija de la tabla abajo y da consigo en la mar, que estábamos estonces en Sancta Maura. Los turcos, quando me vieron vaxar a buscarla, pensando que no fuese caída, ásenme de las manos presto por pensar que yo la había hecho perdidiza.

     JUAN.-¿De qué os reís desto o a qué propósito?

     MATA.-Porque voy viendo que según va el quento, al fin todos lloraremos de lástima y para rehazer las lágrimas lo hago.

     PEDRO.-Como no la hallaron en las manos, viene uno y méteme el dedo en la boca, quasi hasta el estómago, que me hubiera ahogado, por ver si me la había metido en la boca.

     MATA.-¿Pues no le podíais morder?

     PEDRO.-Quando esto fue, ya no tenía dientes ni sentido, porque me habían dado dos bofetones de entrambas partes, tan grandes que estaba tonto.

     JUAN.-¿No podían mirar que erais hombre de bien y que en el ávito que llebabais no erais ladrón?

     PEDRO.-El ávito de los esclabos todo es uno de malos y buenos, como de fraires, y aun las mañas también en ese caso, porque quien no roba no come. Luego llamaron al guardián mayor de los esclabos, que se llamaba Morato Arráez y dieron como ellos quisieron la información de lo pasado, la qual podía ser sentencia y todo, porque yo no tenía quien hablase por mí, ni yo mesmo podía, porque no sabía lengua ninguna. Luego como me cató todo, que presto lo pudo hazer, porque estaba desnudo, y no lo halló, manda luego traer el azote y pusiéronme de la manera que agora diré. Como los bancos estan puestos por orden, como renglones de copias, pusiéronme la una pierna en un banco, la otra en otro, los brazos en otros dos, y quatro hombres que me tenían de los brazos y piernas, quasi hecho rueda, puesta la cabeza en otro.

     JUAN.-Ya me pesa que comenzaste este cuento, porque me toman calofríos de lástima.

     PEDRO.-Antes lo digo para que más se manifiesten las obras de Dios. Puesto el guardián el un pie sobre un banco y el otro sobre mi pescuezo, y siendo hombre de razonables fuerzas, comenzó como relox tardío a darme quan largo era, deteniéndose de poco en poco, por mayor pena me dar, para que confesase, hasta que Dios quiso que bastase; bien fuera medio quarto de ora lo que se tardó en la justicia.

     JUAN.-¿Pues de tanto valor era la sortija que los christianos vuestros compañeros de remo que estaban alderredor no lo pagaban por no ver eso?

     PEDRO.-Valdría siete reales quando mucho; pero ellos pagaran otros tantos porque cada día me dieran aquella colación.

     MATA.-¿Luego no eran christianos?

     PEDRO.-Sí son, y por tales se tienen; pero como el mayor enemigo que el bueno tiene en el mundo es el ruin, ellos, de gracia, como dizen, me querían peor que al diablo, de embidia porque yo no remaba y que hazían algún caso de mí, y porque no los sirbía allí donde estaba amarrado, y lo peor porque no tenía blanca que gastar; últimamente, porque todos eran italianos, de diferentes partes, y entre todas las naciones del mundo somos los españoles los más mal quistos de todos, y con grandíssima razón, por la soberbia, que en dos días que sirbimos queremos luego ser amos, y si nos conbidan una vez a comer, alzámosnos con la posada: tenemos fieros muchos, manos no tanto; veréis en el campo del rey y en Ytalia unos ropavejeruelos y oficiales mecánicos que se huyen por ladrones, o por deudas, con unas calzas de terciopelo y un jubón de raso, renegando y descreyendo a cada palabra, jurando de contino puesta la mano sobre el lado del coraçón, a fe de caballero; luego buscan diferencias de nombres: el uno, Basco de las Pallas, el otro, Ruidíaz de las Mendoças; el otro, que echando en el mesón de su padre a los machos de los mulateros deprendió, bai y galagarre y goña, luego se pone Machín Artiaga de Mendarozqueta y dize que por la parte de oriente es pariente del rey de Francia Luis, y por la de poniente del conde Fernán González, y acota con otro su primo Ochoa de Galarreta y otros nombres ansí propios para los libros de Amadís. No ha quatro meses que un amigo mío me hizo su testamentario, y traía fausto como qualquier capitán con tres caballos. Hizo un testamento conforme a lo que el bulgo estaba engañado de creer. Llamábase del nombre de una casa principal d'España. Al cabo murió, y yo, para cumplir el testamento, hize inventario y abrí un cofrecico, donde pensé hallar joyas y dinero, y la mayor que hallé, entre otras semejantes, fue una carta que su padre de acá le había escrito en la qual iba este capítulo: «En lo que dezís, hijo, que habéis dexado el oficio de tundidor y tomado el de perfumero en Francia, yo huelgo mucho, pues debe de ser de más ganancia.» Quando éste y otros tales llegaban en la posada del pobre labrador italiano, luego entraban riñendo: ¡Pese a tal con el puto villano: a las 14 me habéis de dar de comer! ¡reniego de tal con el puto villano! ¡cada día me habéis de dar fruta y vitella no más! corre, moço, mátale dos gallinas, y para mañana, por vida de tal, que yo mate el pabón y la pava; no me dexes pollastre ni presuto en casa ni en la estrada.

     MATA.-¿Qué es estrada?, ¿qué es vitela?, ¿qué presuto?, ¿qué pollastre?

     PEDRO.-Como en fin son de baxa suerte y entendimiento, aunque estén allá mill años, no deprenden de la lengua más de aquello que aunque les pese, por oírlo tantas vezes, se les encasqueta de tal manera que por cada bocablo ytaliano que deprenden olvidan otro de su propia lengua. A cabo de tres o quatro años no saben la suya ni la ajena sino por ensaladas como Juan de Voto a Dios quando hablava conmigo. Estrada es el camino; presuto, el pernil; pollastre, el pollo, vitela, ternera.

     MATA.-No menos me huelgo, por Dios, de saber esto que las cosas de Turquía, porque para quien no lo ha visto, tan lexos es Italia como Grecia. ¿No podía saber qué es la causa porque algunos, quando vienen de allá, traen unos vocablos como barreta, belludo, fudro, estibal, manca, y hablando con nosotros acá, que somos de su propia lengua? Este otro día no hizo más uno de ir de aquí a Aragón, y estubo allá como quatro meses, y volvióse y en llegando en casa tómale un dolor de ijada y començó a dar vozes que le portasen el menge. Como la madre ni las hermanas no sabían lo que se deçía, tomábanle a repreguntar qué quería, y a todo decía: el menge. Por discreción diéronle un jarrillo para que mease, pensando que pedía el orinal, y él a todos quería matar porque no le entendían. Al fin por el dolor que la madre vio que le fatigaba, llamó al médico, y entrando con dos amigos a le visitar, principales y d'entendimiento preguntóle que qué le dolía y [de] dónde venía. Respondió: Mosén, chi so stata Saragosa; de lo qual les dio tanta risa y sonó tanto el cuento, que él quisiera más morir que haberlo dicho, porque las mesmas palabras le quedaron de allí adelante por nombre.

     JUAN.-Lo mesmo, aunque parezca contra mí, acontesçió en Logroño; que se fue un muchacho de casa de su madre y entróse por Francia. Ya que llegó a Tolosa, topóse con otro de su tamaño que venía romerillo para Santiago. Tomaron tanta amistad, que, como estaba ya arrepentido, se volvieron juntos, y viniendo por sus pequeñas jornadas llegaron en Logroño, y el muchacho llebó por huésped al compañero [a] casa de su madre. Entrando en casa fue rescibido como de pobre madre, y que otro no tenía. Luego echó mano de una sartén, y toma unos huebos y pregunta al hijo cómo quiere aquellos huebos, y qué tal viene, y si bebe vino. Él respondió que hasta allí no había hablado: Mames, parleu bus a Pierres, e Pierres parlara a moi, quo chi non so res d'España. La madre turbada, dixo: No te digo sino que cómo quieres los huebos. Entonces preguntó al francesillo que qué decía su madre. Ella, fatigándose mucho, dixo: ¡pues, malaventurada de mí, hijo! aun los mesmos çapatos que te llebaste traes, y tan presto se te ha olvidado tu propia lengua. Ansí que tiene mucha razón Mátalas Callando, que estos que vienen de Italia nos rompen aquí las cabezas con sus salpicones de lenguas, que al mejor tiempo que os van contando una proeza que hizieron, os mezclan unos bocablos que no entendéis nada de lo que dizen; «Saliendo yo del cuerpo de guardia para ir a mi trinchera, que era manco de media milla, vi que de la muralla asestaban los esmeriles para los que estábamos en campaña; yo calé mi serpentina y llebéle al bonbardero el bota fogo de la mano»; y otras cosas al mesmo tono.

     PEDRO.-Pues si esos no hiziesen como la zorra, luego serían tomados con el hurto en la mano.

     MATA.-¿Qué haze la zorra?

     PEDRO.-Quando va huyendo de los perros, como tiene la cola grande, ciega el camino por donde va, porque no hallen los galgos el rastro. Pues mucho mayores necedades dizen en Italia con su trocar de lenguas, aunque un día castigaron a un bisoño.

     JUAN.-¿Cómo?

     PEDRO.-Estaba en una posada de un labrador rico y de onrra; y era rezién pasado d'España, y como no entendía la lengua, vio que a la muger llamavan madona, y díxole al huésped: Madono porta manjar, pensando que dezía muy bien; que es como quien dixese mugero. El otro corrióse, y entre él y dos hijos suyos le pelaron como palomino, y tubo por bien mudar de allí adelante la posada y aun la costumbre.

     MATA.-Si el rey los pagase no quitarían a nadie lo suyo.

     PEDRO.-Ya los paga; pero es como quando en el banquete falta el vino, que siempre hay para los que se sientan en cabezera de mesa, y los otros se van a la fuente. Para los generales y capitanes nunca falta; son como los peces, que los mayores se comen los menores. Conclusión es averiguada que todos los capitanes son como los sastres, que no es en su mano dexar de hurtar, en poniéndoles la pieza de seda en las manos, sino sólo el día que se confiesan.

     MATA.-Ese día cortaría yo siempre de bestir; pero ellos ¿cómo hurtan?

     PEDRO.-Yo os lo diré como quien ha pasado por ello. Cada capitán tiene de tener tantos soldados, y para tantos se le da la paga. Pongamos por caso 300; él tiene doçientos, y para el día de la reseña busca çiento de otras compañías o de los oficiales del pueblo, y dales el quinto como al rey y tómales lo demás; al alférez da que pueda hazer esto en tantas plazas y al sargento en tantas; lo demás para nobis.

     JUAN.-Y los generales ¿no lo remedian eso?

     PEDRO.-¿Cómo lo han de remediar, que son ellos sus maestros, de los quales deprendieron?; antes éstos disimulaban, porque no los descubran, que ellos hurtan por grueso, diziendo que al rey es lícito urtarle porque no le da lo que ha menester.

     MATA.-Y el rey ¿no pone remedio?

     PEDRO.-No lo sabe, ¿qué ha de hazer?

     JUAN.-¿Pues semejante cosa ignora?

     PEDRO.-Sí, porque todos los que hablan con el rey son generales o capitanes, o oficiales a quien toca, que no se para a hablar con pobres soldados; que si eso fuese, él lo sabría y sabiéndolo lo atajaría; pero ¿queréis que vaya el capitán a dezir: Señor, yo urto de tres partes la una de mis soldados: ¿castígame por ello?

     JUAN.-Y el Consejo del rey ¿no lo sabe?

     PEDRO.-No lo debe de saber, pues no lo remedia; mas yo reniego del capitán que no ha sido primero muchos años soldado.

     MATA.-Esos soldados fieros que deçíais denantes en el escuadrón al arremeter, ¿qué tales son?

     PEDRO.-Los postreros al acometer y primeros al retirar.

     JUAN.-Buena va la guerra si todos son ansí.

     PEDRO.-Nunca Dios tal quiera, ni aún de treinta partes una; antes toda la religión, criança y bondad está entre los buenos soldados, de los quales hay infinitos que son unos Çésares y andan con su bestido llano y son todos gente noble y illustre; con su pica al hombro, se andan sirviendo al rey como esclavos invierno y verano, de noche y de día, y de muchos se le olvida al rey y de otros no se acuerda, y de los que restan no tiene memoria para gratificarles sus servicios.

     JUAN.-Y esos tales, siendo ansí buenos ¿qué comen? ¿tienen cargos?

     PEDRO.-Ni tienen cargos, ni cargas en las bolsas. Comen como los que más ruinmente, y visten peor; no tienen otro acuerdo ni fin sino servir a su ley y rey, como dizen quando entran en alguna cibdad que han combatido. Todos los ruines son los que quedan ricos, y estos otros más contentos con la victoria.

     JUAN.-Harta mala ventura es trabajar tanto y no tener qué gastar y estar subjeto un bueno a otro que sabe que es más astroso que él.

     MATA.-La pobreza no es vileza.

     PEDRO.-Maldiga Dios el primero que tal refrán inventó, y el primero que le tubo por verdadero, que no es posible que no fuese el más tosco entendimiento del mundo y tan groseros y ciegos los que le creen.

     MATA.-¿Cómo ansí a cosa tan común queréis contradezir?

     PEDRO.-Porque es la mayor mentira que de Adán acá se ha dicho ni formado; antes no hay mayor vileza en el mundo que la pobreza y que más viles haga los hombres: ¿qué hombre hay en el mundo tan ilustre que la pobreza no le haga ser vil y hazer mill quentos de vilezas?; y ¿qué hombre hay tan vil que la riqueza no ennoblezca tanto que le haga ilustre, que le haga Alexandro, que le haga Çésar y de todos reberenciado?

     JUAN.-Parésceme que lleba camino; pero acá bámonos con el hilo de la jente, teniendo por bueno y aprobado aquello que todos han tenido.

     PEDRO.-Tan grande necesdad es esa como la otra. ¿Por qué tengo yo de creer cosa que primero no la examine en mi entendimiento?; ¿qué se me da a mí que los otros lo digan, si no lleba camino?; ¿soy yo obligado porque mi padre y abuelos fueron necios, a sello?;¿pensáis que sirbe nadie al rey sino para que le dé de comer y no ser pobre, por huir de tan grande vileza y mala ventura?

     MATA.-Razonablemente nos hemos apartado del propósito a cuya causa se començó.

     JUAN.-No hay perdido nada por ello: porque aquí nos estamos para volver, que también esto ha estado excellente.

     PEDRO.-¿En qué quedamos, que ya no me acuerdo?

     MATA.-En el qüento de la sortija y la enemistad que os tenían los otros mesmos que remaban. Beamos: y allí ¿no curabais o estudiabais?

     PEDRO.-Vínome a la mano un buen libro de medicina con el qual me vino Dios a ver, porque aquel contenía todas las curas del cuerpo humano, y nunca hazía sino leer en él; y por aquél comenzé a curar unos cautibos que cayeron junto a mí enfermos, y salíame bien lo que experimentaba; y como yo tengo buena memoria, tomélo todo de coro en poco tiempo, y cuando después me vi entre médicos, como les dezía de aquellos textos, pensaban que sabía mucho. En tres meses quasi supe todo el oficio de médico.

     MATA.-En menos se puede saber y mejor.

     PEDRO.-Eso es imposible. ¿Cómo?

     MATA.-Si el oficio del médico, al menos el vuestro, es matar, ¿no lo hará mejor quanto menos estudiare?

     JUAN.-Dexémonos de disputas. ¿En la galera hay barberos y cirujanos?

     PEDRO.-Cada una trae su barbero, ansí de turcos como de christianos, para afeitar y sangrar. Acontescióme un día con un barbero portogués que era cautibo en la galera que yo estaba, muchos años había, no habiendo yo más de cinqüenta días que era esclavo, lo que oiréis. Al banco donde yo estaba al remo me traxeron un turco que mirase, ya muy al cabo; y como le miré el pulso, vi que le faltaba y que estaba ya frío, y díxeles, pensando ganar honrra con mi prognóstico, que se moriría aquella noche. ¿Que qué le querían hazer los compañeros del enfermo? Como bieron la respuesta, dixeron: Alguna bestia debe éste de ser; llamen al barbero de la galera que nos le cure, que sabe bien todos nuestros pulsos, el qual vino luego y preguntó qué había yo dicho, y como lo oí, dixe: que se morirá esta noche; y comencé a philosofar: ¿no béis qué pulso? ¿qué frío está? ¿qué gesto? ¿qué lengua? ¿y quán undidos los ojos y qué color de muerto? Dixo él: Pues yo digo que no se morirá; y comienza de fregarse las manos y dezir: sus, hermanos, ¿qué me daréis? yo os le daré sano con ayuda de Alá. Ellos dixeron que biese lo que sería justo. Respondió que le diese[n] quinze ásperos, que son tres reales y medio de acá, para ayuda de las medicinas, y que si el enfermo vibiese le habían de dar otros cinco más, que es un real.

     JUAN.-¿Pues no ponía más diferencia de muerte a vida de un real?

     PEDRO.-Y era harto, según él sabía; luego se los dieron y fuese al fogón, que es el lugar que trae cada galera para guisar de comer, y en una ollica mete un poco de vizcocho y agua, y haze uno como engrudo sazonado con su azeite y sal, y delante de los turcos tomó una pedrezica como de anillo, de azúcar cande, y metióla dentro diziendo: esta sola me costó a mí lo que vosotros me dais. Fue a dar su comida, y engargantósela metiéndole la cuchar siempre hasta el estómago. Yo a todo esto estaba algo corrido de la desvergüenza que el barbero había usado contra mí; y los que estaban conmigo al remo començaron a tomarme doblado odio porque yo podía haber ganado aquellos dineros para que todos comiéramos y no lo había hecho, y blasfemaban de mí diziendo que era un traidor poltrón y que maldita la cosa yo sabía, sino que por no remar lo hazía fingido, y otras cosas a este tenor; y de quando en quando, si me podían alcanzar alguna coz o cadenaço con la cadena, no lo dexaban de hazer. El pobre enfermo aquella noche dio el cuerpo a la mar y el ánima al diablo. Este barbero cada día le quitaban la cadena y a la noche se la metían; quando supo que era muerto, dixo que no le desferrasen aquellos dos días porque tenía muchos ungüentos que hazer, que no estaba la galera bien probeída. Como no había quien curase, mandaron que me quitasen a mí la cadena; y como fui donde el barbero estaba, preguntóme cómo me llamaba. Respondí que el licenciado Pedro de Urdimalas. Díxome: noramala tenéis el nombre, tened el hecho. ¿Pensáis que estáis en vuestra tierra que por prognósticos habéis de medrar? Cúmpleos que nunca desauciéis a nadie, sino que a todos prometáis la salud luego de mano; porque quiero que sepáis la condición de los turcos ser muy diferente de la de los christianos, en que jamás echan la culpa de la muerte al médico, sino que cada uno tiene en la frente escrito lo que ha de ser dél, que es cumplida la hora: y demás desto, sabed que prometen mucho y nada cumplen: dezir os han: si me sanas yo te daré tanto y haré tal y tal; en sanando no se acuerdan de vos más que de la niebe que nunca vieron. Para ayuda de las medicinas cojed siempre lo que pudiéredes, que ansí se usa acá, que no se recepta, sino vos las tenéis de poner, y si tenéis menester quatro, demandaz diez. Yo que antes tenía grandíssimo enojo contra él, me quedé tan manso y se lo agradescí tanto que más no pudo ser; y más me dixo: que de miedo no le tornasen a pidir los dineros que le habían dado no había querido que lo desherrasen fasta que se olvidase de allí a dos días. Los turcos que dormían en mi ballestera no dexaron de notar y maravillarse, que nunca habían en su tierra visto tomar pulso, que por tentar en la muñeca dixese lo que estaba dentro y que muriese.

     MATA.-¿Qué cosa es ballestera?

     PEDRO.-Una tabla como una mesa que tiene cada

galera entre banco y banco, donde ban dos soldados de guerra.

     JUAN.-¿Pues no tienen más aposento de una tabla?

     PEDRO.-Y ese es de los mejores de la galera. ¡Ojalá todos le alcanzasen!

     MATA.-¿Y cuántas desas tiene cada galera?

     PEDRO.-Una en cada banco.

     MATA.-¿Quántos bancos?

     PEDRO.-Veintiçinco de una parte y otros tantos de la otra, y en cada vanco tres hombres al remo amarrados; y algunas capitanas hay, que llaman bastardas, que lleban quatro.

     MATA.-¿De manera que ha menester 150 hombres de remo?

     PEDRO.-Y más diez, para no menester quando los otros caen malos, que nunca faltan, suplir por ello.

     JUAN.-¿Y soldados quántos?

     PEDRO.-Quando van bien armadas, 50 y diez o doze gentiles hombres de popa, que llaman, amigos del capitán.

     MATA.-¿Y esos han de ser marineros?

     PEDRO.-No hay para qué, porque los marineros son otra cosa; que van un patrón y un cómite y otro sota cómite, dos consejeros, dos artilleros y un alguazil con su escribano y otros veinte marineros.

     JUAN.-¿Parescerá al infierno una cosa tan pequeña con tanta jente? ¡Qué confusión y hedentina debe de haber!

     PEDRO.-Ansí lo es, verdaderamente infierno abreviado, que son toda esta jente ordinaria que va, quando es menester pasar de un reino a otro por mar llebarán cient hombres más cada una con todos sus hatos.

     JUAN.-Buenos christianos serán todos esos de buena razón, pues cada hora traen tragada la muerte.

     PEDRO.-Antes son los más malos del mundo. Quando en más fortuna y necesidad se ven, comienzan de blasfemar y renegar de quanto hay del cielo de la luna, hasta el más alto, y de la falta de paciencia de los remadores no es de tanta maravilla, porque verdaderamente ellos tienen tanto afán, que cada hora les es dulze la muerte; mas los otros bellacos, que lo tienen por pasatiempo, son en fin marineros, que son la más mala gente del mundo.

     JUAN.-¿Pues tan infernal trabajo es remar?

     PEDRO.-Bien dixistes infernal, porque acá no hay qué le comparar; para mí tengo que si lo lleban en paciencia que se irán todos al cielo calzados y vestidos, como dizen las viejas.

     MATA.-¿Cómo puede un solo hombre tener qüenta con tantos?

     PEDRO.-Con un solo chiflito que trae al cuello haze todas las diferencias de mandar que son menester, al qual han de estar tan promptos que en oyéndole en el mesmo punto quando duermen, han de estar en pie, con el remo en la mano, sin pararse a despabilar los ojos, so pena que ya está el azote sobre él: dos andan con los azotes, el uno en la mitad de la galera, el otro en la otra, como maestros que enseñan leer [a] niños.

     JUAN.-Con todo eso, puede el que quiere hacer del vellaco quando ese buelve las espaldas, y hazer como que rema.

     PEDRO.-Ni por pensamiento. ¿Luego pensáis que hay música ni compases en el mundo más acordada que el remar?: engañáisos, que en el punto que eso hiziese, estorba a sus compañeros y suenan un remo con otro y desházese el compás, y como buelve el cómite, si le había de dar uno le da seis.

     JUAN.-Y esos mal aventurados ¿cómo viben con tanto trabajo y tan poca comida?

     PEDRO.-Ahí veréis cómo se manifiesta la grandeza de Dios, que más gordos y ricos y luçios los veréis y con más fuerzas que estos cortesanos que andan por aquí paseando cada día con sus mulas. Tienen un buen remedio, que todos procuran de saber hazer algunas cosillas de sus manos, como calzas de aguja, almillas, palillos de mondar dientes, muy labrados, boneticos, dados, partidores de cabellos de mujeres labrados a las mill maravillas y otras cosillas, ansí quando hay viento próspero, que no reman, y quando están en el puerto: lo qual todo venden quando llegan en alguna cibdad y a los pasajeros que van dentro, y desto se remedian, y suelen, temporadas hay, comer mejor que los capitanes; y mira quán grande es Dios, que todos, por la mayor parte, son ricos y hay muy muchos que tienen cient ducados y doçientos, que no los alcanza ningún capitán de Italia, y hombres hay dellos que juegan cient escudos una noche con algún caballero, si pasa, o con quien quisiere; y si el capitán o los oficiales tienen necesidad de dineros, éstos se los prestan sobre sus firmas hasta que les den la paga.

     MATA.-¿Nunca se les alzan con ello?

     PEDRO.-No, ni pueden aunque quieran; antes lo primero que el pagador haze es satisfaçerles, y tampoco se los prestarán de valde, sino que si le dan 15, que le hagan la cédula de 16. No faltan también inábiles como yo que ni saben oficio ni tienen qué comer; pero éstos sirben a los otros de remojar el bizcocho y cozinar la olla y poner y quitar las mesas y comen con ellos.

     JUAN.-¡Y qué tales deben de ser las mesas!

     PEDRO.-Una rodilla bien suçia, si la alcanzan, y los capotes debajo; la propia mesa es comer bien; que aunque esté sobre un muladar, no se me da nada.

     MATA.-¿En qué comen? ¿tienen platos?

     PEDRO.-Una escudilla muy grande tienen de palo, que llaman gabeta, y un jarro, de palo también, que se diçe chipichape; esto hay en cada banco; y antes que se me olvide os quiero dezir una cosa y es que me vi una vez con quince caballeros comendadores de Sant Juan, y entre todos no había sino una gabeta en la qual comíamos la carne y el caldo y bebíamos en lugar de taza, y orinábamos de noche si era menester.

     JUAN.-¿Y no teníais asco?

     PEDRO.-De día no, porque con todo eso teníamos gana de bibir; y de noche menos, porque más de tres meses cenamos a escuras, y esto era en tierra en Constantinopla, porque viene a propósito de las gabetas.

     JUAN.-¿Nos daban siquiera un candil, ni miraban que fuesen caballeros?

     PEDRO.-Antes adrede maltratan más a esos tales, por sacarles más rescate, como a gatos de Algalia.

     MATA.-No salgamos, por Dios, tan presto de galera. A los soldados y gente de arte ¿qué les dan de comer?

     PEDRO.-Sus raçiones tienen en las de los christianos, de atún y pan vizcocho y media zumbre de vino, y a terzer día mudan a darles vaca si están donde la puedan haber, y dos ducados al mes razonablemente pagados.

     JUAN.-¿Y pueden sufrir por tan poco sueldo esa vida?

     PEDRO.-Y están muy contentos con ella por la grandíssima livertad que tienen sin obedescer rey ni Roque; en los de los turcos no les dan nada a los soldados sino quatro escudos al mes y ellos se juntan de quatro en quatro o seis en seis y meten en la galera arroz y vizcocho, azúcar y miel; que no han menester vino, pues no lo pueden beber.

     JUAN.-Y en las de christianos ¿oyen nunca misa y traen quien los confiese?

     PEDRO.-Sí, bien cada domingo y fiesta; si no navegan, les dizen misa en tierra donde puedan todos ver, y en cada galera traen un capellán, y los turcos también uno de los suyos.

     MATA.-Vamos adelante con la jornada, que la galera ya está bien entendida.

     PEDRO.-De Sancta Maura fuimos a otro puerto de una cibdad, cerca, que se llama Lepanto, y Patrás, que está junto donde Sant Andrés fue martirizado. Allí estubimos con esta vida unos veinte días y despalmamos las galeras.

     JUAN.-¿Qué es despalmar?

     PEDRO.-Darles por debaxo con sebo una camisa para que corra bien, y que la yerba que hay en la mar donde no está muy honda y la bascosidad del agua no se pegue en la pez de la galera, porque no podría de otra manera caminar; y esto es menester hazer cada mes, para bien ser, o de dos a dos a lo más. De allí caminamos a Puerto León, que es en Athenas, y llámase ansí porque tiene un grandíssimo león de mármol a la entrada.

     JUAN.-¿Llega la cíbdad de Athenas a la mar?

     PEDRO.-No; pero hay una legua no más.

     MATA.-Pues ¿qué nos diréis de Athenas? ¿es gran cosa como dizen?

     PEDRO.-No la vi estonces hasta la buelta, que verná a propósito; yo lo diré. De Puerto León fuimos a Negroponto, y de allí pasamos por Sexto y Abido y entramos en la canal de Constantinopla, que es el Hellesponto, y fuimos a Gallipol y a la isla de Mármara, y de allí a Constantinopla, que es metrópoli que llaman, como quien dice cabeza de toda la Turquía, donde reside siempre por la mayor parte el Gran Señor y concurre todo el imperio.

     JUAN.-¡Grande sería la solenidad de la entrada!



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Capítulo V

La vida en el cautiverio

     PEDRO.-Mucho, y de harta lástima. Salió el Gran Turco a un mirador sobre la mar, porque bate en su palacio, y comenzaron de poner en cada galera muchos estandartes, en cada vanco el suyo; en lo más alto las vanderas de Mahoma, y debaxo dellas los pendones que nos habían tomado, puestos los crucifixos y imágenes de Nuestra Señora que venían dibuxados en ellos, las piernas hazia riba, y la canalla toda de los turcos tirándoles con los arcos muchas saetas; luego las banderas del Gran Turco y debaxo dellas también las del Emperador y el príncipe Doria, hazia baxo, al rebés puestas; luego comenzaron de hazer la salba de artillería más soberbia que en el mar jamás se pudo ver, donde estaban ciento y cinquenta galeras con algunas de Françia, y más de otras trescientas nabes, entre chicas y grandes, que se estaban en el puerto y nos ayudaban; cada galera soltaba tres tiros y tornaba tam presto a cargar; duró la salva una hora, y metímonos en el puerto y desarmamos nuestras galeras en el taraçanal, que es el lugar donde se hazen y están el imbierno, y no tardamos tres horas en desbaratar toda la armada, y el Gran Señor quiso ver la presa de la jente, porque no los había podido ver dentro de las galeras, y ensartáronnos todos, que seríamos al pie de dos mill, con cadenas, todos trabados uno a otro; a los capitanes y oficiales de las galeras echaron las cadenas por las gargantas, y con la música de trompetas y atambores que nosotros nos llebábamos en las galeras, que es cosa de que ellos mucho se ríen, porque no usan sino clarines, nos llebaron con nuestras banderas arrastrando a pasar por el zerraje del Gran Turco, que es su palacio, de donde ya iban señalados los que habían de ser para él, que le cabían de su quinto, y entrellos principalmente los capitanes de las galeras; y éstos llebaron a Galata, a la torre del Gran Señor, donde están aquellos dos mill que arriba dixe, para sus obras y para remar al tiempo.

     JUAN.-¿Dónde es Galata? Por ventura es la que San Pablo dice ad galatas.

     PEDRO.-Creo que no, porque ésa es junto a Babilonia. Esta se llamaba otro tiempo Pera, que en griego quiere dezir dese cabo, y llamábanla ansí porque de Constantinopla a ella no hay más de el puerto de mar en medio, que será un tiro de arcabuz, el qual cada vez que quisiéredes pasar podréis por una blanca; y será de tres mill casas, y en esta hay en la muralla muchas torres, en una de las quales metieron a todos los que éramos esclabos de Zinan Baxá, el general, que seríamos en todos 700, de los quales empresentó obra de ciento, puestos todos en un corral como obejas. Tornaron a repreguntar a cada uno su nombre y patria, y qué oficio sabía, y ponían a todos los de un oficio juntos; y repartieron a los más, porque para todos no había, sendas mantas para dormir y capotes de sayal y zaragüelles de lo mesmo, de lo qual fue Dios servido que alcanzé mi parte; y los barberos que habían tomado de las galeras fueron siete, en el número de los quales fui yo escrito. Diéronnos por superior un zirujano viejo, hombre de bien y cudicioso de ganar dineros, por lo qual, como tenía crédito, s'entremetía en curar de mediçina y todo, y mandáronnos obedescerle en todo lo que él mandase. Como éramos los más cautibos nuebos y la vida ruin, comenzó de dar una modorra por nosotros, que cada día se morían muchos, entre los quales yo fui uno.

     MATA.-¿Qué, os moristes?

     PEDRO.-No, sino herido. Dio industria este barbero o médico, o qué era, que nos metiesen los enfermos apartados en una gran caballeriza, adonde, por estar fuera de la torre, había buen aparejo para huir, y por eso nos ensartaban a todos por las cadenas que teníamos con una muy larga y delgada cadenilla, y a la mañana entraba el viejo cirujano con los otros barberos a ver qué tales estaban, y probeía conforme a lo que sabía, que era nonada. Traía un jarro grande de agua cozida con pasas y regaliz, que era la mejor cosa que sabía, y dábanos cada dos tragos diziendo que era xarabe, y al tiempo que le parescía, sin mirar orina ni nada, daba unas píldoras o una bebida tal qual, y en sangrar era muy cobarde, por lo qual entre ciento y treinta enfermos que estábamos, cada día había una docena o media al menos de muertos que entresacar.

     JUAN.-Allí, pues estabais en tierra, razonables camas tubierais.

     PEDRO.-Peores que en galera y menos lugar mill vezes; estábamos como sardinas en cesto pegados unos con otros. No puedo dezir sin lágrimas que una noche, estando muy malo, estaba en medio de otros dos peores que yo, y en menos espacio de tres pies todos tres y ensartado con ellos; y quiso Dios que entrambos se murieron en anocheciendo, y yo estube con todo mi mal toda la noche quan larga era, que el mes era de noviembre, entre dos muertos; y de tal manera, que no me podía rebolver si no caía sobre uno dellos. Quando a la mañana vinieron los guardianes a entresacar para llebar a enterrar, yo no hazía sino alzar de poco a poco la pierna y sonar con la cadena para que viesen que no era muerto y me llebasen entrellos a enterrar. Y los bellacos de los barberos, con el mayoral, llamábanme el mato, que quiere dezir en italiano el loco, porque les hazía que me sangrasen muchas vezes, y eran como dixe tan avarientos, que aun mi propia sangre les dolía. Al fin me hubieron de sangrar quatro vezes y quiso Dios que mejorase, lo qual ellos no debían de querer mucho porque no hubiese quien entendiese sus errores.

     JUAN.-Y los muertos ¿dónde los entierran? ¿hay iglesias?

     PEDRO.-Si hay, pero en la caba de la zerca, y no muy hondo, los echan.

     JUAN.-Esa es grandíssima lástima.

     PEDRO.-Antes me paresce la mayor misericordia que ellos con nosotros usan. ¿Qué diablos se me da a mí, después de muerto, que me entierren en la caba o en la horca muriendo buen christiano? Quando la calentura me dexó al seteno, quedé muy flaco y debilitado y no tenía la menor cosa del mundo que comer, y no podía dormir, no por falta de gana sino porque no me ayude Dios si no me podían barrer los piojos de acuestas, porque ya había cerca de quatro meses que no me había desnudado la camisa.

     JUAN.-No se le es d'agradeçer que se haya trocado y no se acuerde del mundo hombre que semejantes merçedes ha rescibido de Dios.

     PEDRO.-De beras lo diréis quando acabare.

     MATA.-¿Y qué os daban allí de comer en tan buena enfermería?

     PEDRO.-Una caldera grande como de tinte hazían cada día de azelgas sin sal ni azeite, y de aquéllas aun no daban todas las que pudieran comer, y un poquito de pan. Un hidalgo de Arbealo, hombre de bien, me fue a visitar un día, que había quince años que era cautibo; al qual le dixe que bien sabía yo que era imposible y pidir gullurías en golfo, como dicen los marineros, pero que comiera una sopa en vino; el qual luego fue y me traxo un buen pedazo de una torta, y media copa de vino, y comílo; y como ocho días había que no comía bocado, quedé tan consolado y contento, y credlo sin jurarlo, como si me dieran livertad, y otro día siguiente me tornó a dezir si comería dos manos de carnero con vinagre. Respondí que de buena voluntad, aunque pensé que burlava; él me las traxo. Y como estubiese razonable, luego me metieron en la torre con los demás, y el sobrebarbero me mandó que vaxase cada día a servir a los enfermos, de darles de comer; y siempre, como dizen, arrímate a los buenos, procuré tomar buena compañía y procuré d'estar con la camarada de los caballeros, que eran, entre comendadores y no, quince; y como me conoscían algunos, cayó un ginobés allí junto a mí, que tenía dineros, y rogóme que le curase; y quiso Dios que sanó, y diome tres reales, con los quales fui más rico que el rey; porque la bolsa de Dios es tan cumplida, que desde aquel día hasta el que esto.........os, nunca me faltó blanca. El sobrebarbero, como iba por la cibdad y ganaba algunos escudos, y entre esclavos no nada, probó a ver si se podría eximir del trabajo sin probecho, y mandóme que delante dél otro día hiziese una visita general, para probarme, y no le descontenté; descuidóse por seis días, en los quales yo no sabía qué medicina hazer; sino como conoscí que aquél sabía poco o nada y morían tantos, hize: al rebés todo lo que él hazía, y comienzo a sangrar liveralmente y purgar poco, y quiere Dios que no murió nadie en toda una semana, por lo qual yo vi ciertamente al ojo que no hay en el mundo mejor medicina que lo contrario del ruin médico, y lo he probado muchas vezes, y qualquiera que lo probare lo hallará por verdad. Fueron las nuebas a mi amo désto, de lo qual se holgó, y embió su mayordomo mayor a que yo de allí adelante curase a todos, y que no me llebasen al campo a trabajar con los otros. Yo pidí de merced que los barberos me fuesen subjetos, lo qual no querían, antes se me alzaban a mayores. Fueme otorgado, y más hize un razonamiento diciendo que cada christiano valía sesenta escudos, y que si muchos se morían perderían muchos escudos, y uno que se moría, si se pudiera librar, pagaba las medicinas de todos; por tanto, me hiziesen merced de comprarme algunas cosas por junto. Parescióles tan bien que me dieron comissión que fuese a una botica y allí tomase hasta quarenta escudos de lo que yo quisiese, y cumpliólo muy bien.

     JUAN.-¿Pues hay allá boticas como acá?

     PEDRO.-Más y mayores, y aun mejores. En Galata hay tres muy buenas de christianos venecianos; en Constantinopla bien deben de pasar de mill, que tienen judíos.

     MATA.-¡Qué buen clabo debistes de echar en la compra!

     PEDRO.-Y aun dos, porque el boticario me dio dos escudos porque lo llebase de su botica; y yo me concerté con él que llebase quarenta escudos por aquello a mi amo, y no montaba sino treinta y seis, y me diese los otros quatro.

     MATA.-No era mala entrada de sisa esa; mejor era que la del otro pobre barbero que contastes; buen discípulo sacó en vos.

     JUAN.-Harta miseria había pasado el malaventurado antes de cojer eso.

     PEDRO.-Pocas noches antes lo vierais; que estábamos quinze caballeros y yo una noche entre muchas sin tener que çenar otra cosa sino media escudilla de vino que un cautibo nos había dado por amor de Dios, y diónos otro un cabo razonable de candela, como tres dedos de largo, que fue la primera que en tres meses habíamos tenido. Tubímosla en tanto que no sabíamos qué hazer della. Fue menester botar entre todos de qué serviria. Yo dezía que zenásemos con él; otro dixo que se guardase para si alguno de nosotros estubiese in articulo mortis; otro que hiziésemos para otro día con él y con vizcocho migas en sebo; dixo el que más autoridad tenía y a quien todos obedecíamos, porque era razón que lo merescía, que mejor sería que le gastásemos en espulgarnos, pues de día en la prisión no había suficiente luz para hazerlo. Yo repliqué que, pues la zena era tan liviana, que bien se podría todo junto hazer, y ansí se puso la mesa acostumbrada, y puesta nuestra cena en medio, que ya gracias a Dios teníamos pan fresco, aunque negro pero ciertamente bueno, y destajamos que ninguno metiese dos vezes su sopa en la escudilla de vino, sino que, metidas dentro tantas quantos éramos, cada uno sacase la suya por orden; y luego echábamos un poco de agua para que no se acabase tan presto; y esto duró hasta que ya el vino era hecho agua clara; y con esto hubo fin la cena, que no fue de las peores de aquellos días. Tras esto cada uno se desnudó, y començamos de matar jente, de cada golpe no uno sino quantos cabían en la prensa.

     JUAN.-¿Qué prensa?

     MATA.-¿No eres más bobo que eso?; las uñas de los pulgares. ¿Y bastó la candela mucho?

     PEDRO.-Más de quince horas en tres noches.

     MATA.-Ésa, hablando con reberencia, de las de Juan de Voto a Dios es; ¿tres dedos de candela quince horas? Venga el cómo; si no, no lo creré. ¿Son las horas tan grandes allá como acá?

     PEDRO.-Por tanto como eso soy enemigo de contar nada; más pues lo he comenzado, a todo daré razón. Hubo un acuerdo de consentimiento de todos, que cada uno el piojo grueso le pusiese en aquel poco sebo derretido que está junto a la llama para que se quemase. Començó cada uno de poner tantos, que tubo la llama para gastar todo este tiempo que dixe.

     MATA.-Desde aquí hago voto y prometo de creer quanto dixéredes, pues tan satisfecho quedo de mi dubda.

     JUAN.-Ya quando bullía el dinero de la sisa debíais de comer bien.

     PEDRO.-Razonablemente; hizimos un caballero cozinero que lo hazía lindamente.

     MATA.-¿Dónde lo había deprendido siendo caballero?

     PEDRO.-Había sido paje, y como son golosos, nunca salen de la cozina. Éramos ya señores de sendas cuchares y una calabaza y olla. Comíamos muchas vezes a las noches; entre día no quedaba nadie en casa.

     JUAN.-¿Qué se hazían?

     PEDRO.-En amanesciendo, los guardianes, que son en aquella torre treinta, dan bozes diziendo: Baxá bajo tuti, y abren la puerta de la torre, y todo el mundo baxa por contadero al corral, y en el paso está uno con un costal de pan, dando a cada uno un pan que le basta aquel día; cada oficio tiene su guardián, que tiene cargo de llebar y traer aquéllos; luego diçen: «Fuera carpenteros»; quien no saliere tan presto, siéndolo, llebará veinte palos bien dados; luego, afuera herreros, lo mesmo; y serradores, lo mesmo; y ansí de todos los oficios; estos que se llaman la maestrança van al tarazanal a trabajar en las obras del Gran Turco, y gana cada uno diez ásperos al día, que es dos reales y medio, una muy grande ganancia para quien tiene esclabos. Tenía mi amo cada día de renta desto más de treinta escudos, y con uno hazía la costa a seiscientos esclabos. Los demás que no saben oficio llaman ergates, los quales van a trabajar en las huertas y jardines, y a cabar y cortar leña y traerla acuestas, y traer cada día agua a la torre, que no es poco traer la que han menester tanta jente; y con los muradores o tapiadores y canteros que van a hazer casas, para abrir cimientos y servir, y por ser en Constantinopla las casas de tanta ganancia, no hay quien tenga esclabos que no emprenda hazer todas las que puede; y con quanta prisa se hagan yo lo contaré, quando viniere a propósito, de unos palaçios que hizo Zinán Baxá mi amo. Suélense al salir a trabajar muchos esconder debaxo de las tablas y mantas; algunos les aprobecha, a otros no, porque cada mañana con candelas andan a buscarlos como conejos. Un esclabo de los más antiguos es escribano y es obligado a dar quenta cada día de todos; y ansí entrega a cada guardián tantos; y pone por memoria: Fulano llebó tantos a tal obra; y al venir los rescibe por la mesma quenta.

     JUAN.-¿Tanto se fían del esclabo que le hazen escribano?

     PEDRO.-Más que del turco en caso de guardar christianos; antes son de mayor caridad en eso que nuestros generales christianos para con ellos. Ordinariamente hazía Zinán Baxá y cada general, cada pascua suya, siete o ocho los más antiguos, o por mejor dezir los mayores bellacos de dos caras, parleros, que entre todos había, guardianes de los mesmos christianos, a los cuales dan livertad. Desta manera permítenles andar solos adonde fueren, y danles una carta de livertad con condición que sirvan lealmente sin traición tres años, y al cabo dellos hagan de sí lo que quisieren; y en estos tres años guardan a los otros, y son bastantes ocho para guardar quatrocientos, lo qual turcos no bastan cinquenta.

     JUAN.-¿Cómo puede eso ser?

     PEDRO.-Como ellos han primero sido esclabos, saben todas las mañas y tratos que para huir se buscan, y por allí los guardan, de lo qual el turco está inocente. También, como están escarmentados de la prisión pasada, desbélanse en servir por no bolver a ella.

     JUAN.-¿Cómo lo hazen ésos con los christianos?

     PEDRO.-Peor mill vezes que los turcos, y más crueles son para ellos; tráenlos quando trabajan ni más ni menos que los aguadores los asnos; vanles dando, quando ban cargados, palos detrás si no caminan más de lo que pueden, y al tiempo del cargar les hazen tomar mayor carga acuestas de la que sus costillas sufren, y quando pasan cargados por delante el amo, por parescer que sirbe bien, allí comienza a dar bozes arreándolos y dando palos a diestro y a siniestro; y como son ladrón de casa, ya saben, de quando estaban a la cadena, quál esclabo alcanza algunos dinerillos, y aquél dan mejores palos, y no le dexan hasta que se los hazen gastar en tabernas todos, y después también los maltratan porque no tienen más que dar; si algún pobre entre mercaderes tiene algún crédito para que le probean alguna miseria, éstos los lleban a sus casas para que negocien, pero no los sacarán de la torre si primero no les dan algunos reales, y después de lo que cobran la mitad o las dos partes; ni los dexan hablar con los mercaderes en secreto por saber lo que les dan y que no se les encubra nada; y si ven que tiene buen crédito de rescate, luego se hazen de los consejeros, diziendo que digan que son pobres, y que ellos serán buenos terceros con el señor, y que por tal y tal vía se ha de negociar, y banse al señor y congraciándose con él, le dizen que mire lo que haze, que -aquél es hombre que tiene bien con qué se rescatar.

     JUAN.-¿Esos guardianes no se podrían huir si quisiesen con los otros cautibos?

     PEDRO.-Facilíssimamente si los bellacos quisiesen; pero no son désos, antes les pesa quando se les acaba el tiempo de los tres años, por no tener ocasión de venirse en livertad.

     MATA.-¿Pues quieren más aquella vida de guardar christianos que estar acá?

     PEDRO.-Sin comparación, porque acá han de vibir como quienes son, y allá, siendo como son ruines y de ruin suelo, son señores de mandar a muchos buenos que hay cautibos, y libres para emborracharse cada día en las tabernas y andarse de ramera en ramera a costa de los pobres súbditos.

     MATA.-¿Hay putas en Constantinopla?

     PEDRO.-Désas nunca hay falta donde quiera.

     MATA.-¡Mira qué os dize, Juan de Boto a Dios!

     JUAN.-Con bos habla y a bos responde.

     PEDRO.-Y aun bujarrones son los más, que lo deprenden de los turcos. Finalmente, ¿queréis que os diga? Sin información ni más oír, había el rey, en viniendo alguno que dixese que por su persona le habían dado los turcos livertad y había sido allá guardián de christianos, de mandarle espetar en un palo y que le asasen bibo; porque aquel cargo no se le dieron sino por bellaco azezinador y malsín de los christianos que nunca hazen quando están entrellos antes que les den livertad sino acusarlos que se quedan a las mañanas escondidos, que son de rescate, que tienen dineros, que tienen parientes ricos; y quando están trabajando con ellos, que ban a andar del cuerpo muchas vezes por holgar, y otras cosas ansina semejantes, por donde se rescatan pocos; porque el pobre que tenía cient escudos ya le han levantado que tiene mill, y que si no los da, que no saldrá, y como la pestilencia anda muy común allí, de un año a otro se mueren todos; no se entiende que a todos los que ellos dan livertad sin dineros les habían de hazer esta justicia, porque hay muchos que caen en manos de turcos honrrados particulares que no tienen sino dos o tres y los traen sin cadenas en la Notolia que propiamente es la Asia, junto a Troya, y andan en la labrança, y como les han servido muchos años, danles livertad y dineros para el camino, sino a los que han sido guardianes, pues por parleros les dieron el cargo.

     MATA.-A esa quenta cada día habría acá hartas justicias desas si a los malsines y parleros hubiesen de asar; porque no hay señor ninguno que no se deleite de tener en cada pueblo personas tales quales habéis pintado; veo guardianes que les van a dezir qué dixo el otro paseándose en la plaza quando vio el corregidor nuebo, y qué trato trae, y cómo vibe, y el trigo que compra para rebender, sin mirar la costa que el otro tiene en su casa; y que le oyó dezir que era tan buen hidalgo como su señoría, no mirando en todo la viga lagar de su ojo sino la mota del ajeno, de donde nascen todas las disensiones y pleitos entre señores y vasallos; porque como creen las parlerías, quando van [a] aquellos pueblos luego mandan: a Fulano echádmele doblados huéspedes, y a Fulano dalde a executar por la resta de la alcabala que me debe, y al otro quitadle el salario que le doy, y comienza a no se querer quitar la gorra a nadie, y mirarlos de mal rostro y detenerse allí mucho tiempo para más molestar, y traer un juez de residencia que castigue las cosas pasadas y olvidadas, y los acusadores que acusaren lleben la mitad de la pena.

     PEDRO.-Esa les daría yo muy bien; porque a los parleros que fueron la causa, daría la pena que los guardianes merescen, y a estotros la mitad della, y aun los señores que se pagan de parleros no se me irían en salbo.

     MATA.-No hayáis miedo que se le vayan a Dios tarde o temprano.

     JUAN.-Harto los pico yo sobreso en las confesiones, aunque no aprobecha mucho.

     PEDRO.-También los confesores servís algunas vezes de pelillo y andáis a sabor de paladar con ellos por no los desabrir; para mi santiguada que si yo los confesara, que les hiziera temblar quando llegaran a mis pies; y que si en dos o tres confesiones me confesasen un mesmo pecado, sin emienda, yo los embiase a buscar el Papa que los absolviese, y a los parleros absolvería con condición que fuesen aquel que tienen robada la fama y le dixesen: Señor, pidos perdón que he dicho esto y esto de vos, en lo qual he mentido mal y falsamente; y por no lo ir a hazer otra vez, procurará de enmendar la vida, ya que no mire la ofensa que a Dios haze.

     MATA.-¡Por Dios, gentil consejo era ese para tener nosotros de comer! Bien podríamos desde luego tomar nuestro hato y caminar al espital, porque podría bien tocarse la vigüela sin segunda, que nadie volbería.

     PEDRO.-Querría más un quarto; mayor es la bolsa de Dios que me los pagará mejor, y si todos los confesores hiziesen ansí, ellos volverán aunque no quisiesen.

     MATA.-¿Quién pensáis que volvería segunda vez?; que andan pretendiendo y echando mill rogadores una infinidad de confesores por quitarle los perrochanos de lustre a Juan de Voto a Dios? ¡Más sobornos traxo el otro día uno para que le diesen un domingo el púlpito de la reina, por procurar alguna entrada como contentar, para si pudiese alcanzar a confesarla, rebolvió toda la corte hasta que lo alcançó, y si fuera con buen zelo no era malo; más creo que lo hazen por estas mitras, que son muy sabroso manjar, y para faborescer a quien quisieren.

     PEDRO.-De creer es; porque si por otra vía lo hiziesen no ternían que rogar más a los ricos que a los pobres, y ellos harían que los fuesen a rogar y huirían dellos; pero con su pan se lo coman, que este otro día vi en un lienzo de Flandes el infierno bien pintado, y había allí hartas mitras puestas sobre unas muertes y algunas coronas y bastones de reyes sobre otras. Plega Dios que no parezca lo vibo a lo pintado. ¡Más que pensado devía de ir aquel sermón y qué de extremos ternía buscados por no parescer que dezía lo que los otros!

     MATA.-En esto lo vierais, que no predicó del Evangelio de aquel día, sino tomó el tema de una lectión que dezía que había reçado a la mañana en las laudes, y entró declarando el Evangelio, y al cabo que le dixo todo en romançe, mandó le prestasen atención, porque aquello que había dicho era la corteza del sermón, y entró por unas figuras del Testamento viejo, sin más acordársele de tema ni Evangelio, con ciertas comparaciones, y dio consigo en la passión de Christo, y acabó con unas terribles voces diziendo que se acercaba el día del juicio.

     PEDRO.-Buena estaba la ensalada, por mi vida. En Ytalia, donde son gente de grande entendimiento, en viendo el predicador que se mete en qualquiera desas cosas, luego ven que es idiota y trae cosas de cartapacio, si no es día que la Iglesia haze mençión dellas. ¿Y supo acabar? Porque la mayor dificultad que semejantes predicadores tienen es ésa.

     MATA.-Allá predicó sus dos horas o zerca, por si otra vez no le dieran el púlpito.

     PEDRO.-Una cosa veo, hablando con reberençia de la teulogía de Juan de Boto de Dios, la más reçia del mundo, en los predicadores d'España y es que tienen menester ser los púlpitos de azero, que de otra manera todos los hazen pedazos a bozes; parésçeles que a porradas han de persuadir la fe de Christo.

     JUAN.-¿Qué es la causa deso?

     PEDRO.-La Retórica que no les deve de sobrar; en tiempo de los romanos los retóricos como Cicerón y de los griegos Demósthenes y Eschines eran procuradores de causas que iban a dezir en los senados, lo que agora los juristas dan por escritos, y procuraban con su rectórica persuadir, y esta es la cosa que más habían de saver los letrados; de la qual no se hable, porque están llenos corno colmenas de letras bárbaras y no saben latín ni romançe, quanto más Rectórica; los médicos, algunos hay que la saben, pero no la tienen menester; de manera que toda la necesidad della ha quedado en los theólogos, de suerte que no valen nada sin ella, porque su intento es persuadirme que yo sea buen christiano, y para hazer bien esto, han de hazer una oración como quien ora en un theatro, airándose a tiempos, amansándose a tiempos, llevando siempre su tono conzertado y muy igual, ansí como lo guardan muy gentilmente en Italia y Francia, y desta manera no se cansarían tanto los predicadores.

     JUAN.-Algunos de los que han pasado allá han traído esa costumbre y de dezir la misa rezada a bozes, y todo se lo reprehenden porque dizen que no se usa.

     PEDRO.-¿Qué se me da a mí de los usos, si lo que hago es bien hecho? En verdad que lo de dezir alto la misa que es una muy buena cosa; porque el precepto no manda ver misa, sino oírla, y es muy bien que aunque haya mucha gente todos participen igualmente.



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Capítulo VI

Pedro médico de Sinán Bajá

     MATA.-Allá se avengan; determínenselo ellos. ¿Cómo's fue después con vuestros enfermos y las medicinas que tomastes?

     PEDRO.-Bien, por çierto; que luego di a un barbero la llabe de la caja en donde estaban y que él fuese el boticario, y sabía hazer ungüentos, que era grande alivio; en fin, todos sanaron, y de allí en adelante no caían tantos. Esto duró seis meses, que yo tenía toda la carga y el zirujano viejo curaba los turcos que en casa de Zinán Baxá había, con alguna ganancia, y no tanto trabajo como yo tenía. Al cabo destos seis tenía yo ya algunas letras y experiençia, que podía hablar con quien quiera, y fama que no faltaba, y veníanme a buscar algunos turcos allí, y yo pidía licencia para salir de la torre al guardián mayor, y éste me la daba con condición que le diese parte de la ganancia, y dábame otro hombre de guardia, que iba conmigo, el qual también quería la suya; y entre muchos curé a un privado de Dargute, el qual me dio un escudo, que vino a buen tiempo porque no había tras qué parar; y los turcos que curaba, como me había dicho el barbero al principio, prometían mucho y después no cumplían nada quando estaban buenos. Zinán Baxá mi patrón tenía una enfermedad que se llama asma, doze años había, el qual no había dexado médico que no provase, y a la sazón estaba puesto en manos de aquel ziruxano viejo, que le daba muy poco remedio, y los açidentes cresçían. Dixéronle que tenía un christiano español médico, que por qué no le probaba; luego me embió a llamar, y andaba siempre con mi cadena al pie, de seis eslabones, rodeada a la pierna, como traen también en tierra todos los cautibos, y quando llegué adonde él estaba, hize aquel acatamiento que acá hiziera a un príncipe, llamándole siempre de Exçelençia, y quando le llegué a tomar el pulso, hinquéme de rodillas y veséle el pie y tras él la mano; y mirando el pulso, torné a vesarle la mano y retiréme atrás. Los renegados que estaban presentes refiriéronle todo lo pasado, como entendían la una y la otra lengua y lo que acá y allá se usa; y muy contentos de lo que había hecho tubieron en mucho la buena criança, la qual los otros christianos que hast'allí habían hablado con él no habían usado, pensando que por ser turco no lo entendiera, y no había necesidad dello, o por no lo saber hazer, antes le trataban de tú, y si le daban alguna medi[ci]na, llebábanla sin ninguna reberencia en unas vasijas de a blanca sin hazer más caso. Él dixo a los gentiles hombres que estaban con él: Bien paresçe éste haberse criado entre gente noble; y a mí me comenzó a contar su enfermedad por uno de los intérpretes; y díxome si me bastaba el ánimo a sanarle: Yo le respondí que no, porque Dios era el que le había de sanar y otro no; pero que lo que en mí fuese, estubiese cierto que no faltaría. Ellos son amigos que luego el médico diga que le dará sanidad, y tornóme a replicar que en quántos días le daría sano. Yo dixe que no sabía y que aplicaría todos los remedios posibles, de tal manera que lo que yo no hiziese no lo haría otro médico, y en lo demás dexase hazer a Dios y él se dispusiese a hazer quanto yo mandase, porque de otra manera no se podía hazer nada. A esto respondió que a él le parescía haber hallado hombre a su propósito, y desde luego comenzase. Yo fui presto a la votica y tomé unos xarabes apropiados en un muy galán vidro veneciano, y llebéselos con aquella solemnidad que a tal príncipe se debía, y holgóse en verlos tam bien puestos y preguntóme cómo los había de tomar. Mandé que me traxesen una cuchar y tomé tres cucharadas grandes y comímelas delante dél, y dixe: Señor, ansina. Luego él tomó su cuchar y comenzó a comer, dando gracias a Dios de que le hubiese dado un hombre a su propósito, no estimando en menos la salba que la criança pasada; y echó mano a la faldriquera y saco un gran puñado de ásperos, que serían tres escudos, y diómelos, mandando que prestamente me quitasen los bestidos de sayal y me diesen, otros de paño. Diéronme una sotana que ellos usan, que llaman dolamán, y una ropa enzima hasta en pies; la sotana de paño morado aforrada en vocazí; la otra de paño azul, aforrada en paño colorado; mas no me quitaron la cadena ni la guarda, antes me la dieron doblada de allí adelante. Acabados sus xarabes, díle unas tabletas para la tos, y habiéndole de dar una tarde cinco píldoras, no supe cómo hazer dellas la salba, porque siempre iba con cautela como quien estaba entre enemigos. Hize seis y quando se las di le dixe que había de tomar aquella noche cinco. Preguntado cómo, porque no pensase que la que yo había de tomar llebaba señalada y le daba a él algún veneno, díselas todas seis en la mano y pedíle una. Diómela, y traguémela delante dél. Tomólas y obró bien con ellas y hubo mejoría.

     MATA.-El ardid fue por cierto como de Pedro de Urdimalas. ¿Y él usaba entonces curarse a fuer de acá, o hay médicos como acá?

     PEDRO.-Médicos y voticarios no faltan, principalmente judíos; hay médicos muchos, los quales para ser conoscidos traen por divisa una barreta colorada, alta, como un pan de azúcar.

     JUAN.-¿Son letrados?

     PEDRO.-Muy pocos hay que lo sean, y esos han ido de acá; pero allá no hay estudios, sino unos con otros se andan enseñando, y quasi va por herencia, que el padre dexa la barreta y un libro que dize en romançe: para curar tal enfermedad, tal y tal remedio; sin poner la causa de donde puede venir; algunos hay que saben arábigo y le[e]n Abizena, pero tampoco entienden mucho. Turcos y griegos no saben letras, sino los médicos que hay todos son echizeros y supersticiosos. Era tan bueno mi amo que porque los otros que le habían curado no se desabriesen me deçía: Si te preguntaren a quién curas, di que a un camarero mío; era balientíssimo hombre, de cuerpo como un gigante, colorado y cierto lindo hombre. Yo determiné de sangrarle si él se dispusiese a ello, y fue tan contento, que se dexó sacar de los brazos dos libras de sangre en dos vezes, y aquel día, como lo supo un judío médico que antes llebaba su salario, quedó atónito, porque son cobardes en el sangrar, y vino a la cámara del Baxá, que se holgaba siempre con él, y venía cargado con una alforja, dentro de la qual traía un libro grande como de iglesia, escrito en ebraico, y dixo a mi mano que me quería probar que las sangrías habían sido mal hechas. Yo fui llamado y sentámonos en el suelo sobre una alombra, que ansí se usa, y traxeron un escañico sobre qué poner el libro, y díxome a lo que venía. Yo no dexé de temer un poco, pensando que sabía algo, y preguntéle que en qué lengua. Díxome que en fina castellana, pues era común a entrambos. Yo dixe que no, sino latina o griega. Respondió que no sabía ninguna de aquéllas, de lo qual me holgué mucho y començó de abrir el libro y preguntarme que qué enfermedad era aquella. Yo díxele que me lo dixese él a mí, que había tantos años que la curaba. Dixo que le plaçía, que él me la mostraría allí en el libro. Quiso Dios que yo tenía un librico dorado como unas Horas, que havía avido de mediçina y traíale siempre en la fratiquera, y díxele: Si vos sois médico, este libro habéis de leer, que en ebraico ningún autor hay que valga un quarto; más yo reniego del médico que ha d'estudiar cada cosa quando es menester, que mucho mejor sería tomarlo en la cabeza y traerlo dentro; que yo tenía entendido que él no lo sabía, pues nunca le había dado remedio, y porque no se cansase supiese que era asma y la definición era aquélla y se había de curar de tal y tal manera; y comenzé de dezirlo en latín y declarárselo en romance. El Baxá se hazía deçir todo lo que pasaba, de los intérpretes, y estaba tan regozijado quanto el judío de confuso. Dixo: no busco en este libro sino que le habéis sacado mucha sangre, porque el cuerpo del hombre no tiene sino diez y ocho libras, y comenzó de leer ebraico. Yo quando esto vi dixe ciertos versos griegos que en Alcalá había deprendido de Homero, y declároselos en castellano al propósito contrario de lo que él dezía; y quanto a lo de las sangrías, que ellas estaban muy a propósito y bien; y que lo de las diez y ocho libras de sangre era gran mentira, porque unos tenían poca y otros mucha, según eran gordos o flacos, y la grandeza del cuerpo, y dado que fuese verdad que todos los hombres tenían a diez y ocho libras, que el Baxá tenía çincuenta, porque no era hombre sino gigante. Movióse gran risa en la sala, y sabido el Vaxá de qué se reían, les ayudó. El judío acabó los argumentos diçiendo que lo que había hecho era para tentarme si daría razón de mí, y que él hallaba que mi amo tenía buen médico, y encargóle al Baxá que no exçediese en nada de lo que yo mandase y despartióse el torneo. Con las sangrías y beber cada día aguamiel, quedó tan sano que no tosió más por aquellos dos años.

     JUAN.-¿Nunca os quitó la cadena en sanando?

     PEDRO.-Luego, estando un día con sus renegados, les mandó que me tomasen juramento solene, como nosotros usamos, de no me huir ni azerle traiçión, y me quitaría la cadena. Hízolo ansí uno que se llamaba Amuzabai, valenciano y aún de buena parte, y tomóme sobre una cruz mi juramento bien en forma, a lo qual dixo el Baxá que no estaba satisfecho, porque los christianos tenían un papa en Rroma que luego los absolvía de quantos pecados cometían en la ley de Christo; mas que él lo estaría si puesta la mano sobre el lado izquierdo prometía en fe de buen español de no hacer traición. Yo lo hize como él lo mandó y volviése a sus gentiles hombres y díxoles: Sabed que agora éste está bien ligado, porque el rey d'España todas sus fortalezas fía déstos y de ninguna otra nación, y antes se dexarán hazer piezas que haçer cosa contra esta jura; y digo mi pecado, que por aquel buen concepto que de nosotros tenía, yo quedé tan atado que primero me atrebiera a quebrar tres juramentos como el primero, que aquél, aunque fuera más pecado. Llegó de presto el herrero con su martillo y quebrantóme la cadena y dexáronme andar sin ella.

     MATA.-¿Solo y a do quisieseis?

     PEDRO.-Solo no; antes traía doblada guarda; pero adonde quisiese sí, con condición que a la noche fuese a dormir a la torre con los otros esclabos y a curarlos; mas del tiempo que me sobraba buscaba de comer para mí y para mis compañeros.

     JUAN.-Mucho os debía de querer después que sanó ese Baxá.

     PEDRO.-Tanto que me andaba él mesmo acreditando y buscando negocios y aun forzando algunos, por poco mal que tubiesen, porque yo ganase algo, que se curasen conmigo; y muchas vezes me llamaba aparte y me dezía: Mira, christiano, yo de ti estoy muy satisfecho, y no quiero que pierdas onrra; hágote saber que estos turcos son una jente algo de baxa suerte, que unos creen y otros no; quando vieres que la enfermedad es tal que no puedes salir con ella, déxala y no vuelbas más allá aunque yo te lo mande, porque soy muchas vezes molestado.

     JUAN.-¡Palabras, por cierto, de grande amor y dignas de tan gran príncipe! Y ese tiempo ¿qué os daban de comer?

     PEDRO.-Ninguna cosa más que antes, sino dos panecillos al día, porque sabía[n] que yo me ganaba qué gastar, y él también me daba de quando en quando algunos dineros para vino.

     MATA.-¿Y no os pagaban mejor los que curabais después de haber echado fuera los caxcabeles y el pelo malo?

     PEDRO.-Todos me tinían ya harto de prometerme libertad si los sanaba, y montes de oro; después no hazían más caso que si nunca me hubieran visto; quando mucho, el cozinero mayor del Gran Turco me dio, teniéndome prometida libertad y dos ropas de brocado, quatro reales, de lo qual yo quedé tan corrido y escarmentado, que de allí adelante me valió harto porque comenzé, acordándoseme del consejo del varbero portogués, a hurdir algunas y vínome a la mano un caballero que tenía un gran cargo, que se llamaba el Amín y es como probedor de las armadas, y hizo a mi intérprete, que yo me traía, que me dixese que le sanase y me darían libertad y montes de oro como los pasados. Yo le dixe: Dile que no soy esclabo suyo, sino de Zinán Baxá; que me pague y yo le daré sano si Dios quisiere. Preguntáronme quánto quería. Respondí que un escudo al día, y que yo me pornía las medicinas. El dolor que le acusaba me fue faborable a que se le hiçiese poco, y ansí duró una o dos semanas lo que había que gastar con los compañeros.

     JUAN.-¿Vuestro patrón os dio intérprete o era menester buscarle cada vez?

     PEDRO.-Uno de los que me guardaban sirvía deso y desotro, que por la gracia de Dios y nuestros pecados hartos hay allá que sepan las dos lenguas. No duró muchos días que no entrase Satanás en el corazón del Baxá, con el grande amor que me tenía, para persuadirme que fuese turco, y comenzó de tentarme con el hec omnia tibi dabo, mostrándome una multitud de dineros y de ropas de brocados y sedas, diziendo que me haría uno de los mayores de su casa y protomédico del Gran Señor, y otras cosas al tono, con las quales a otros venzen; a todo lo qual, y a otros que me echaba que me lo rogasen, Dios, que jamás faltó en tales tiempos si por nosotros no quiebra, particularmente probeyó todo lo que había de responder, fortificándome para que no me derribasen, y díxele que suplicaba a su excelencia no me mandase tal cosa ni me hablase sobrello, porque yo era christiano y mi linaje lo había sido y tal había de morir; y que si me quería para médico, que yo le serviría estando christiano con más fidelidad y amor que de otra manera, como lo había visto por la obra y lo vería de allí adelante, y si fuese turco luego me habla de procurar huir; ansí por estonces, vista la osadía, se resfrió por quinçe días, que más no se habló sobrello.

     MATA.-Gran deseo tenía de preguntar sobreso; porque han venido por acá algunos renegados diziendo que por fuerza los han hecho ser moros o turcos; otros que han estado cautibos cuentan milagros de los grandes martirios que les daban porque renegasen; también se dexan dezir otros que al que reniega luego le hazen uno de los principales señores. A todo esto deseo ser satisfecho.

     PEDRO.-No hay más satisfación de que todos mienten como Judas mintió; porque quanto a lo primero, mi voluntad, con todo su poderío ni todos los tormentos del infierno, no me la pueden forzar a que diga de sí donde no quiere; y los que dizen que por fuerza se lo hizieron hazer son unos bellacos, que porque les dixeron que los matarían o les dieron cient palos luego dan su sí.

     JUAN.-Eso es gran maldad, porque obligados son a morir mill muertes por Christo y rescibir martirio como hizieron tantos mártires como ha habido.

     PEDRO.-Quanto más que no lo pueden hazer conforme a su ley; sino que todos esos, por miedo de los otros christianos que están con él no le corran, avisan a los turcos que le tomen y le aten y le circumciden.

     MATA.-Como algunas damas que dan vozes y dizen que las fuerzan y huelgan dello.

     PEDRO.-Es verdad; yo vi por estos ojos dos casos desos mesmos a dos entalladores muy primos, y vinieron a tomar consejo conmigo; yo les dixe que aunque los matasen tubiesen firme, que vien aventurados ellos si aquel día morían; y de allí a quatro horas ya habían usado aquella maña de que por fuerza los habían cortado. La segunda mentira es de los que se rescatan o se huyen, que dizen que resçibían allá porque renegasen muerte y pasión. No pueden, como dicho tengo, hazerles más de persuadírselo tres vezes, y si no quisieren, dexarlos, si no es que algunos los amenaçan; pero estos tales ya van contra su ley. Allende desto no se les da un quarto que sean turcos; antes, porque los han menester dexar andar solos y que no remen más, les pesa que nadie diga que quiere ser turco, y muy muchos vi yo que andaban a rogar que los hiziesen turcos, y no querían, sino echábanlos con el diablo diziendo que lo hazían porque quitándoles la cadena y prisión ternían mejor aparejo para huir, y el Baxá me dixo un día hablando en eso conmigo, que si quisiese abrir tienda a circumcidar todos los que quisiesen, que muy pocos quedarían en las torres que no lo hiciesen por salir dellas, lo qual andando más el tiempo vi claramente ser ansí.

     JUAN.-Quando esos tales reniegan ¿quedan libres?

     PEDRO.-No, sino más esclabos; porque primero tenían solamente el cuerpo y después ánima y todo; acontesçe como acá; si uno tiene un moro que ha comprado y se bautiza en su poder ¿no se queda como de primero por su amo?

     MATA.-Ansí se me entiende.

     PEDRO.-¿Y házenle acá quando se christiana grande señor?

     MATA.-Quanto a Dios sí, si sabe perseverar; mas quanto al mundo con su mesmo sayo y capa se queda.

     PEDRO.-Pues no le falta punto a lo de allá; solamente a los que son buenos artesanos, digo que saben algunos buenos ofiçios y pulidos, como son aquellos dos que arriba dixe y algún eminente artillero, o zerrajero, o armero, o médico, o cirujano, o ingeniero. Estos tales son rogados y cásanlos, y danles alguna miseria de paga con que pasen entre tanto que hazen hijos y se ban al infierno. Después que se han hecho turcos, ninguna palabra oyen de los superiores buena, sino a dos por tres les llaman hombres sin fe, vellaco, que si tú fueras hombre de bien, no dexaras tu fe, aunque fuera peor, y otras palabras que los lastiman; mas el diablo, con el almagre que los tiene ya señalados por suyos, les tiene amortezidos los sentidos a que no sientan al aguijón. De los muchachos ninguno s'escapa que no çircumçiden sin mirar su sí ni su no. De las mugeres, las viejas, porque no se lo ruegan, no suelen ser turcas; pero las mozas, como hay entrellos hombres como acá, presto las engaña el diablo como ya son amigos de tiempo immemorial acá.

     MATA.-¿Tornó a calentarse el rogaros que fueseis turco?

     PEDRO.-Pasados aquellos quince días que se calló, tubo el Vaxá neçesidad de ir con diez galeras a Nicomidia, que ahora se llama Ezmite, para hazer traer por mar ciertos mármoles que aquella provinçia da de edificios antiguos que allí había, para una grande mezquita que el Gran Señor haze, lo qual incumbe traer al General de la mar, que es de Constantinopla distancia de treinta leguas. Llebóme consigo y armamos sesenta tiendas en aquel campo, que era por mayo, adonde estubimos un mes, y en este tiempo yo conoscía algunas yerbas y tenía un libro donde están dibuxadas, de medicina, que se llama herbario, y tomaba algunas dellas y íbame al pabellon del Baxá y mostrábaselas vibas y pintadas juntas, de lo qual estaba el más contento hombre del mundo, por ser cosa que nunca había visto ni allí se usa, y muchas vezes, saliendo por aquellas huertas, cogía quantas no conosçía, y venido a la tienda luego mandaba llamar al christiano y preguntaba de cada una qué cosa fuese, y dezíaselo mostrándosela siempre pintada, el qual se tenía el libro allá para mirar entre sí.

     JUAN.-¿Pues qué tanto sabíais vos de conosçer yerbas?

     MATA.-Todo aquello que no podía dexar de saver siendo hijo de partera, primo de barbero y sobrino de boticario.

     PEDRO.-Mátalas Callando dize bien todo lo que hay.

     MATA.-Quanto más que él haría como los herbolarios de por acá, que en no conosçiendo la yerba luego le dan para quien no los entiende un nombre francés: la gerba de Nôtro Señora y la gerba de Sant Juan y de Santhaque, y si entiende francés dize que el griego la llama alchorchis y el bocablo latino no se le acuerda.

     PEDRO.-Acabaré mi cuento. Ya que estaba contentíssimo de mí, diole alarma Satanás otra vez, y en achaque de que fuésemos a buscar yerbas, tomóme por la mano sólo con un intérprete y llebóme un bosque adelante, rogando como solía, que fuese turco. Respondí que no quería. Llegamos a unas matas donde estaban dos renegados amigos suyos. El uno era Amuzabai, aquel balençiano que arriba dixe. El otro, el cómite real Darmuz Arráez, con un berdugo. Díxome que aquella era mi hora si no lo quería hazer, porque me haría cortar la cabeza; a lo qual yo respondí que era su esclabo y podía hazer de mí lo que quisiese: mas yo no había de hazer lo que él quería en aquel caso; dixo al verdugo: baxi chiez, que quiere dezir: córtale la cabeza. El otro desembainó una zimitarra, que es alfange turquesco, y fue para mí. Llegó uno de aquellos dos renegados, y túbole, mandándole esperar, y echáronse entrambos a los pies del Baxá pidiéndole de merced que esperase a que ellos me hablasen. Otorgóselo y comenzaron de predicarme reprehendiéndome, diziendo que para qué quería perderme, un mançebo tan docto como yo, que mirase qué amor tan grande me tenía mi amo y qué mercedes tan soberbias me haría; y el otro dezía: Di de sí, aunque guardes en tu corazón lo que quisieres, que nosotros, aunque nos ves en este hábito, tan christianos somos como tú. Díxeles: ¿No basta, señores, haber perdido vuestras ánimas sin querer perder la mía también? ¿Cómo podéis vosotros servir dos señores? ¿Pensáis engañar a Dios? Sabed que dixo Christo en el Evangelio: Qui me negaverit coram hominibus, negabo illum coram patre meo, qui in celis est: El que me negare delante los hombres, negarle he yo delante de mi padre, que está en el cielo. Ansí, que vana es vuestra christiandad, y no me habléis más sobrello. El Baxá preguntó qué dezía, y, referido, con ira dixo otra vez que cortase. Hizieron lo mesmo los renegados, y respondí lo mesmo segunda vez, y volvíme al verdugo, alumbrado del Spíritu Sancto, que ya era la muerte tragada, y díxele: Haz lo que te han mandado. Vino para mí el Vaxá, atribuyéndolo a soberbia, y díxome: Pues, perro traidor, ¿aún de la muerte no tienes miedo? Respondí: No tengo de qué, porque mi madre tiene otros quatro hijos mejores que yo con que se consuele. Entonces escupió sobre mí diziendo: ¡Oh, mal viaje hagas, perro enemigo de Mahoma! espérame un poco, que yo te haré que me vengas a rogar y no querré yo. Y fuese el bosque adelante y el verdugo embainó su espada y llebáronme a la tienda.

     MATA.-Con ningún cuento me habéis hecho saltar las lágrimas como con éste.

     JUAN.-Grande merced os hiziera Dios en que os mataran entonces, que la muerte no es más del trago que pasastes. ¿Y después en qué paró la amenaza?

     PEDRO.-Había determinado de hazer unos palacios muy sumptuosos en una plaza de Constantinopla que se dice Atmaitán que quiere dezir «plaza de caballos», para lo qual compró tresçientas casas pequeñas que allí había para sitio, y por el quento desta obra entenderéis cómo son los christianos tratados en tierra para refrigerio de la pena que en galera se pasa; y como désta diré, entenderéis de todas las otras obras que los otros con el sudor de los pobres cautibos hazen. Todo el mundo pensó que para sólo derribar tantas casas y sacar la tierra, y abrir cimientos serían menester siete o ocho meses, y por Dios os juro que dentro de seis estaban hechos los palacios y era pasado el Baxá a bibir a ellos, que tienen de zerca poco menos de media legua.

     MATA.-Si os sabe mal el iros a la mano, dad el cómo sin que os le pidan; porque a prima façie no se puede hazer sin negromançia.

     PEDRO.-Andaban cada día mill y quinientos hombres entre maestros y quien los sirvía, los quales eran guardados de dozientos guardianes, que los guardaban y los arreaban dando toda la prisa y palos que podían; y porque puedo también hablar de experiencia, quiérome meter dentro y hablar como quien lo vio y no de oídas. Aconsejaron al Vaxá ciertos renegados que, pues yo no había querido ser turco, ninguna mejor vengança podía tomar de mí que mandarme echar dos cadenas, en cada pie la suya, y embiarme a trabajar con los otros; porque él sabía que los españoles éramos fantásticos, y como antes me había visto en honrra sin cadena, y bien vestido, y como rey de los otros cautibos, sería tanta la afrenta que rescibiría en verme caído de aquello, que de pura vergüença de los otros yo haría lo que él quisiese, y renegaría mil vezes. Tomó el acuerdo de tal manera, que en llegando a Constantinopla mandó fuese todo esto executado, y lleváronme con mis dos cadenas, estando él allí mirando en qué andaba la obra, y en entrando comenzaron aquellos turcos de darme prisa que tomase una cofa, que dizen, como espuerta, y acarrease con los demás tierra. Yo lo obedesçí sin mostrar más flaqueza que antes, y para más me molestar tenía el Baxá dado aviso que todos los guardianes tubiesen quenta conmigo, y hazíalos poner en una escalera por donde habíamos de subir tantos a una parte como a otra y quando yo pasase alzasen todos sendos bastones que tenían y cada uno me alcançase, poco o mucho, y más que para que no descansase, entre tanto que se hinchían las espuertas, a mí se me tubiese una siempre aparejada llena, para trocar en llegando.

     MATA.-¿Y mudastes el ávito como los otros cautibos, o andabais con vuestros fandularios doctorales?

     PEDRO.-No quise dexar la sotana, sino arremanguéla como fraire, y ansí andaba, y mi amo el Baxá estaba en unos corredores mirando y sonreyéndose en verme, y embióme un truhán que me dixese, como que salía dél, que me quitase aquel ábito y le guardase para quando estubiese en gracia. Al qual yo respondí de manera que el Baxá lo oyese: Guarde Dios la cabeza de mi amo, que quando éste se rompiere me dará otro de brocado. Sentí que respondió él, de arriba: «Más sabe este perro de lo que yo le enseñé.» Mas no obstante esto, como vio que los primeros días no se me hazía de mal, y quán perdida tenía la vergüença al trabajo dándoseme poco, caíle en desgracia por ver que no pudiese con todo su poder contra un su esclabo, y disimuló el hazerme trabajar, que yo pensaba que lo hazía para tentar, como el cortar de la cabeza, pero hasta el poner de las tejas y el barrer de la casa después de hecha no me dixo ¿qué hazes ahí?, sino siempre trabajaba como el que más.

     JUAN.-Con tanta jente, ¿cómo se podían dar manos a la obra? ¿no se confundían unos a otros?

     PEDRO.-Antes andaba mejor orden que en un exército. Los principales maestros de cada oficio, que llaman cabemaestros, no eran esclabos, sino griegos libres o turcos, y éstos tomaban a cargo cada uno los esclabos que hay de aquel ofiçio para mandarles lo que han de hazer. Dormíamos en un establo dozientos, allá en la mesma obra, y los otros venían de la torre del Gran Turco y la del Baxá, que estaban en Galata, y era mes de junio quando el sol está más encumbrado; y dos horas antes que amanesciese, salía una voz como del infierno de un guardián de los christiamos, cuyo nombre no hay para qué traer a la memoria y dezía: biste ropa, christianos. Desde a un credo dezía: Toca trompeta. Salía un trompeta, esclabo también, y sonaba de tal manera que cada día se representaba mill vezes el día del juicio. Allí vierais el sonar de las cadenas para levantarse todos, que dixerais que todo el infierno estaba allí. Terzera voz del verdugo, digo del guardián, era: Fuera los del barro; los otros reposá un poco. En saliendo los que hazían el barro deçía: Fuera todos y no se asconda nadie, que no le aprobecha. Y tenía razón: era tan de mañana, que los maestros no verían trabajar, pero no faltaba qué hazer hasta el día. Llebábannos a la mar, que estaba de allí un tiro de ballesta, donde descargaban la madera, piedra y ladrillo y otros materiales que eran menester, y traíamos dos caminos entre tanto que era de día, y no se permitía tomar acuestas poca carga ni caminar menos de corriendo, porque iban detrás con los bastones dando a todos los que no corrían, diciendo: Yurde, yurde, que quiere dezir: camina, camina. Quando era hora del trabajo, metíamonos todos dentro de un patio, puestos por orden todos, los que no sabíamos oficio a una parte, y los oficios todos por sí cada uno. Subíase el maestro de toda la obra y dezía: Vayan tantos canteros y parederos a tal parte y tantos a tal. Luego los tomaba un guardián que había de dar quenta dellos aquel día, y preguntábales: ¿quántos esclabos habrá menester de serviçio?; y los que pidían les daban del montón donde yo estaba, con otro guardián que andubiese sobrellos. De cada uno de los otros ofiçios repartía por esta mesma orden toda la jente que había, y sobre los mesmos guardianes había otros sobreestantes que les daban de palos si no arreaban a los christianos para que trabajasen mucho.

     JUAN.-¿Qué os daban de comer, que con tanto trabajo bien era menester?

     PEDRO.-Sonaba el trompeta a comer, que llaman faitos, y dábannos por una red cada sendos quarterones de pan.

     MATA.-¿No más?

     PEDRO.-Y aun esto tan deprisa, que quando los postreros acaban de tomar ya sonaban a manos a labor.

     JUAN.-Yo m'estubiera quedo.

     PEDRO.-No faltara quien os quebrara la cabeza a palos si no respingabais en oyéndola. Guisaban también una grandíssima caldera de habas o lentejas, pero como dixo Sant Philipo a Christo: ¿Quid inter tantos?. Por mí digo que maldita la vez las pude alcanzar; todo mi remedio era, que sin él me muriera, copia de agua fresca, que estaba allí zerca una grandíssima fuente y buena, que traxo Ibraim Baxá a unos sus palacios.

     JUAN.-¿Nunca les daban nada a esos oficiales, siquiera para que no dixesen: «nunca logres la casa?».

     PEDRO.-De quando en quando nos daban a todos sendos reales con que a las noches hazíamos nuestras ollas; mas como el día era tan largo quanto la noche de corta y no tocaban la trompeta a recojer fasta que vían la estrella, cuando llegábamos a la caballeriza donde era nuestro aposento, más queríamos dormir, según andábamos de alcanzados de sueño y molidos de los palos que aquel día habíamos llebado, juntamente con el infernal trabajo. No me ayude Dios si no me acontesçió algunas vezes hallarme quando nos levantábamos al trabajo la tajada de baca en la boca, que ansí me había quedado sentado como çenaba.

     MATA.-¿Sin desnudar?

     PEDRO.-¿Ya nos tengo dicho la cama de galera?; pues ansí es la de tierra; demás de los piojos, que nos daban de noche y de día música, llebaban los tiples la infinidad de las pulgas, que nos tenían las carnes todas tan aplagadas como si tubiéramos sarampión.

     JUAN.-No me marabillo si doçientos hombres estabais en solo un establo; y ¡qué hedentina hubiera!

     PEDRO.-Peor que en galera, porque como estábamos todos zerrados no estaba desabahado como en la mar; estando zenando, unos y otros se sentaban en unos barrilazos grandes que había en lugar de neçesaria y refrescaban el aposento. Para hazer trabaxar mucho a todos los que íbamos a la mar a traer los materiales, usaba desta astuçia: que ponía premio al que más carga trajese acuestas, dos pares de ásperos, que quasi es un real; al que primero llegase en casa, otros quatro. Había unos vellacos que en su bida acá habían sido sino peores y más malhabenturados, que [cuantos] allá estaban, que sin pasión por ganar aquellos dos premios corrían con unas cargas de bestias; y era menester, so pena de palos, siguirlos en la carga y en el paso, diziendo que también teníamos brazos y piernas como ellos.

     MATA.-Gran cosa fue con ninguna desas cosas no perder la paçiencia; a Juan de Voto a Dios, yos seguro que no le sobrara.

     PEDRO.-Una o dos vezes, a la mi fe, ya tropezé; habíanme hecho un día cargar dos ladrillos que eran de solar aposentos, de un palmo de grueso y como media mesa de ancho, de los quales era uno sufiçiente carga para un hombre como yo; y yendo tan fatigado que no podía atener con los otros, ni vía, porque el grande sudor de la cabeza me caía en los ojos y me zegaba, y los palos iban espesos, alzé los ojos un poco y dixe con un sospiro bien acompañado de lágrimas: ¡Perezca el día en que nasçí! Hallóse zerca de mí un judío; que como yo andaba con barba y bien vestido, y los otros no, traía siempre infinita gente de judíos y griegos tras mí, como maravillándose, diziendo unos a otros: Este algún rey o gran señor debe de ser en su tierra; otros: Hijo o pariente de Andrea de Oria. En fin, como tamboritero andaba muy acompañado y no sé qué me iba a decir.

     MATA.-Lo que os dixo el judío quando se acabó la paçiencia.

     PEDRO.-¡Ah!, dize; ¡ánimo, ánimo, gentil hombre, que para tal tiempo se ven los caballeros! Y llegóse a mí y tomóme el un ladrillo y fuese conmigo a ponerle en su lugar. Respondíle: El ánimo de caballero es, hermano, poner la vida al tablero cada y quando que sea menester de buena gana; pero sufrir cada hora mill muertes sin nunca morir y llebar palos y cargas, más es de caballos que de caballeros. Quando los guardianes que estaban en la segunda puerta de la casa vieron dentro el judío, maravillados del ávito, que no [le] habían visto trabajar aquellos días, preguntáronle que qué buscaba; díxoles cómo me había ayudado a traer aquella carga, porque yo no podía; respondieron: ¿Quién te mete a ti donde no te llaman?; ¿somos tan necios que no sabemos si puede o no? Y diziendo y haziendo, con los bastones, entre todos, que eran diez o doze, le dieron tantos que ni él ni otro no osó más llegarse a mí de allí adelante.

     MATA.-En verdad que he pensado rebentar por las ijadas de risa, si no templara la falta de paçiencia pasada; pero por lo que deçíais de barba, ¿los otros cautibos no la traen?

     PEDRO.-Ni por más fabor que tenga no se lo consentirán; cada quince días les rapan cabello y barba, ansí por la limpieza como por la insigña d'esclabo que en aquello se ve; y si eso no fuese, muchos se huirían.

     JUAN.-¿No es mejor herrarlos en el rostro como nosotros?

     PEDRO.-Eso tienen ellos a mal y por pecado grande; también en las galeras de christianos rapan toda la chusma cada semana por la mesma causa.

     MATA.-A mí me paresçe que ser esclabo acá es como allá, y ansí son de una manera las galeras, aunque todavía querría yo más remar en las nuestras que en las otras.

     PEDRO.-Estáis muy engañado; por mejor ternía yo estar entre turcos quatro años que en éstas uno. La causa es porque en éstas estáis todo el año, y allá no más del verano; en éstas no os dan de comer bizcocho hasta hartar, y aquello todo tierra; en las turquescas muy buen bizcocho, y mucho, si no es algunas vezes que falta; que sobre Bonifaçio, en Córzega, quando la tomamos, treinta habas vendían por un áspero, que es un cuartillo; y en Constantinopla, estando en tierra, no falta mucho y buen pan y la merced de Dios, que es grande. Sola una cosa tenéis buena si estáis en las de acá, y es el negoçiar, que cada día pasan jentes que os pueden llebar cartas y rogar por vos, que aprovecha bien poco, y aun ¡ojalá!, después de haber cumplido el tiempo por que os echaron, con servir otros dos años de graçia, os dexen salir; pues azotes, yos prometo que no hay menos que en las otras; la ventura del que es esclabo es toda las manos en que cae: si le lleba algún capitán de la mar, hazed quenta que va condenado a las galeras; si en poder de algún caballero o particular, allá lexos de la mar, trátanlos como los que acá los tienen en Valladolid, sirviéndose dellos en casa y dándoles bien de comer de lo que en casa sobra, y a éstos también, quando los amos mueren, quedan en los testamentos libres.

     MATA.-¿Qué oficios os mandaban hazer a vos en ese trabajo?

     PEDRO.-Mejor os sabría dezir qué no me mandaban. Los primeros días servimos un capitán y yo a quatro maestros que hazían un horno, de traer la tierra y amasar el varro y servírselo; otros después con unas angarillas, que llaman allá vayardo, entre otro y yo traíamos la argamasa que gastaban muchos maestros; quando me querían descansar un poco, porque faltaba rripia, con una gran maza de yerro me hazían quebrar cantos grandes, y si me volvía a rascar la oreja, el sobreestante me tocaba con el bastón, que no me comía allí más por aquellos días. Sobre la cabeza, en unas tablas, acarreaba muchos días de la argamasa, que me hazía devilitar mucho el zelebro, fasta tomarlo en costumbre. Un día de Sant Vernabé, que es el día que el sol haze quanto puede, me acuerdo que en donde mejor reberberaba nos hizieron a tres capitanes y a mí zerner una montañuela de tierra para amasar barro, y quedaron por aquellos días las caras tan desolladas, que no se les olvidó tan presto.

     MATA.-¿Para qué querían tanto barro?

     PEDRO.-No quieren los turcos hazer perpetuos edificios, sino para su vida, y ansí las paredes de la casa son de buena piedra y lodo, y por la una y la otra parte argamasa, que no es mal edificio. Usó el Vaxá con los ofiçiales otra segunda astuçia de premios: puso a los alvañires y canteros, encima las paredes que iban haçiendo, una pieza de diez varas de brocado vaxo, que valdrían çinquenta escudos, diciendo que el que aquel día hiziere más obra, trabajando todos aparte, que fuese suyo el brocado; a los zerrageros: al que más piezas de zerrajas y visagras y esto hiziese, aquel día serían dados treinta escudos, y çincuenta al carpentero que más ventanas y puertas diese a la noche hechas. Ya podéis ver el pobre esclabo cómo se deshiziera por ganar el premio; paresçió hecha mucha obra a la noche, y cumplió muy bien su palabra como quien era; pero dixo al que llebó la pieza de brocado: tomad vuestro premio, y en verdad que sois buen maestro: n'os descuidéis de trabajar, porque me quiero pasar presto a la casa; tantos pies de pared habéis hecho hoy; el día que hiziéredes uno menos que hoy, os mandaré dar tantos palos como hilos tiene la ropa que llebastes; y los que no han llebado el premio, a cada uno doy de tarea igualar con la obra de hoy. Un entallador, con solo un aprendiz que labraba lo tosco, hizo doçe ventanas, al qual, uno sobre otro, dio los çinquenta escudos, pero con la mesma salsa; y consiguientemente a todos los demás ofiçiales hizo trabajar executando la pena, de modo que le ahorraron lo que les dio. Si se comenzaban a la mañana los çimientos donde había de haber una sala, a la tarde estaba tan acabada que podían vivir en ella.

     MATA.-Dos dedos de testimonio querría ver deso, porque de papel aun paresçe imposible.

     PEDRO.-Soy contento dároslo a entender: en el instante que se comenzaba, venía el entallador por la medida de la ventana que habían de dexar, y de la puerta, y ponía luego diligençia de hazerla en el aire; llegaba el zerrajero con sus yerros todos que eran menester, y antes que se acabase la pared ya las ventanas y puertas estaban en su lugar; el pedazo de pared que estaba hecho de obra gruesa iban otros maestros haziendo de obra prima; y ansí venía todo a cumplirse junto.

     JUAN.-Dios os guarde de tener muchos ofiçiales y que los podéis mandar a palos. Está Mátalas Callando acostumbrado de las mentiras de los ofiçiales de por acá, que de día en día nos traen todo el año. ¿Quál fue la segunda vez que se quebró la paçiençia?

     PEDRO.-Como trataba con la cal, habíame comido todas las yemas de los dedos por dentro y las palmas, que aún el pan no podía tomar sino con los artejos de fuera; y mandáronme un día que se hazía el tejado, para más me fatigar, que subiese con una destas garruchas tejas y lodo, y la soga era de zerdas. ¡Imaginad el trabaxo para las manos que el pan blando no podían tomar! Y después de subidas era menester subir al tejado a darlas a la mano a los retejadores. Hazía razonable sol, y vime tan desesperado, que si no fuera porque sabía çierto irme al infierno, no me dejara de echar allí avajo de cabeza postponiendo toda la ley de natura y orden de no se aborresçer a sí mesmo. Aquella mesma tarde me mandaron en una herrada traer un poco de argamasa para el alar del texado; y quando la hinchí, con el peso, queriéndola cargar, quitósele el suelo y vime el más confuso que podía ser, porque me daban prisa. Tomé el mesmo suelo y llebé un poco, porque no holgasen los maestros. Quando el guardián lo vio, preguntóme: Perro, ¿qué es eso?, y en hablando yo la desculpa, diome tantos palos con su bastón, corriendo tras mí, que se me acuerda hoy dellos para contároslos, y por despecho me hizo ir a traer más en un çesto como de sardinas, para que se me ensuçiase bien la sotana, y caíame quando venía, como era líquido, por las espaldas, y todo lo quemaba por donde pasaba, hasta que me deparó Dios un capacho, el qual me defendía puesto en la cabeza.

     MATA.-¿No había en todo ese tiempo nadie de los que habías curado que rogase por vos, siquiera que no os mataran?

     PEDRO.-Más holgara yo que alcançaran que me ahorcasen. Todavía uno vino este mesmo día, acarreando yo lodo, que jamás le había visto ni le vi sino aquella vez; creo que debía de ser muy privado del rey, y estando yo hinchendo la espuerta de lodo, púsose detras de mí, mirándome, con una sotana de terçiopelo verde y una juba de brocado enzima, que bien paresçía de arte, y díxome: Di, christiano, aquella philosophía de Aristótil y Platón, y la mediçina del Galeno, y eloquençia de Çiçerón y Demósthenes, ¿qué te han aprobechado? No le pude responder muy de repente, ansí por la prisa del guardián y miedo de los palos como por las lágrimas que de aquella lanzada me saltaron, y en poniéndome la espuerta sobre los hombros, volví los ojos a él y díxele: Hame aprobechado para saber sufrir semejantes días como éste.

     JUAN.-¿Y en qué lengua?

     PEDRO.-En esta propia. Satisfízose tanto de la respuesta, que arremetió conmigo y quítame la espuerta y cárgasela sobre sí, y vase a donde estaba el Baxá mirando la obra, y entra diziendo: «Señor, yo y mi muger y hijos queremos ser tus esclabos porque no mates semejante hombre, que hallarás pocos como éste, en lo qual contradiçes a Dios y al Rey.» Atónito el Baxá de verle ansí, fue para abrazarle diziendo que se hiziese todo lo que mandase; y mandóme que no trabajase más y me fuese a casa, y aquel turco diome unos no sé [...] ásperos. Ya podéis contemplar el gozo que yo llebaría yéndome a casa libre del trabajo.

     MATA.-Como quien sale del infierno, si no duró poco.

     PEDRO.-Hasta la mañana quando mucho, que me quedé muy repantigado, quando los otros se fueron, en la cama, y el sobreestante de toda la obra echóme menos, y habiéndole mandado el Baxá que me hiziese bolver al trabajo, embió por mí y diome la estada de la cama y bolvimos al mesmo juego de prinçipio.

     JUAN.-¿No caía alguno malo entre tanto que fuera privado?

     MATA.-Buena fuera una poca de asma de quando en quando y no la haber desraigado.

     PEDRO.-Uno cayó y me hizieron irle a ver, que tenía mucha fe conmigo, y dexábanme le ir a ver dos vezes cada día; no dexaba de ser prolixo en la vista y dezir que era menester estar yo viendo lo que el voticario hazía, porque no lo sabría hazer, por halentar siquiera un poco. Gozé tres días razonables, pero en fin no le supe curar.

     JUAN.-¿Cómo? ¿Murióse o no le conosçistes la enfermedad?

     PEDRO.-No, sino que sanó muy presto, que quando menos me caté, queriéndole ir una mañana a ber, le veo pasar a caballo.

     MATA.-Tiene razón, que a estos tales era bien alargar la cura, como suelen los médicos hazer a otros.

     PEDRO.-Los cirujanos diréis, que el médico es imposible.

     MATA.-¿Qué más tiene lo uno que lo otro?

     PEDRO.-Mucho, porque el médico es coadjutor de natura, y si él se descuida viene naturaleza, dale un sudor, o unas cámaras o sangre de narizes, que le haze dar una higa al médico; mas el zirujano, quando quiere ahonda la llaga; quando quiere la ensuçia, prinçipalmente si no se iguala o no le pagan. Todos son crueles en eso; apenas hallaréis quien haga rectamente su ofiçio; demás deso, son tiranos; al pobre no curan de graçia; los más, como lo tienen jurado, no es más en su mano dexar d'ensuçiar la llaga quando sienten dineros, que en el sastre dexar de hurtar puestas las manos en la masa.

     MATA.-¿Por qué dezis de hurtar?; buen aparejo teníais siendo médico de hazerlo, pues entrabais donde había qué.

     PEDRO.-No me lo demandará Dios eso, porque jamás me pasó por el pensamiento como fuese pecado que si se sabía perdía toda la honrra y crédito. Quando trabajábamos, es la verdad que a la noche quitábamos los mangos a la pala de yerro o azadas que podíamos cojer y rebujábamos con el capote para vender á los judíos que compran por poco dinero; todavía nos daban tres o quatro ásperos por cada una, que había para una olla, y esto hazía quasi por vengarme del trabajo que aquel día pasaba con ello.

     MATA.-¿Pues tantas palas y azadas eran que había para todos qué hurtar?

     PEDRO.-Donde andaban tantos obreros, menester eran herramientas, quanto más que los herreros no sirbían de otro sino de hazellas, que ya los sobreestantes tenían por cierto que hurtábamos las que podíamos, pero no lo podían remediar, que éramos tantos que no sabía qué hazerse; la maestranza que va al tarazanal a trabajar en las obras del Gran Señor, a la noche siempre trae algo hurtado que vender para su remedio, como los que hazen remos, plomo; los carpinteros, clabos; algunos, ya que otro no pueden, alguna tabla o maderuelos para bancos. Quisiéronles poner grande estrecheza una vez que supieron que había hombres que llevaban valía de su ducado cada noche, y hazíanlos pasar por contadero y catábanlos a todos de manera que al que topaban algo le azotaban y se lo quitaban; pero supiéronles la maña, porque hizieron sendos barrilles como pipotes de azitunas, colgados de una cadenilla, para llebar agua, que otros lo usaban, y el témpano se quitaba y ponía, y al salir metían lo que habían hurtado dentro, y tomaban su barril acuestas y salíanse, que nadie lo imaginava; hasta que un vellaco por imbidia y hazer mal a los compañeros lo descubrió; mas no obstante eso, siempre buscan buenas y nuebas invençiones como se remediar. Traen los turcos unas çintas muy galanas a manera de toallas de tafetán muy labrado y largas que les den tres bueltas, que cuesta dos ó tres escudos; hay algunos esclabos que no hazen sino comprar una, la más galana que pueden haver, y métenla dentro de una volsa de lienzo muy cojida; traen juntamente otra bolsa ni más ni menos que aquella con unas rodillas o pedazos de camisa viejos, y quando van por la calle y ven algún turco que les paresçe visoño que viene a comprar algunas cosas, de los quales cada día hay una infinidad, dízenle si quiere comprar aquella cujança, que ansí se llama, y muéstransela con rrezelo, mirando a una parte y a otra, dándole a entender que la trae hurtada y lleba abisado el guardián que le dé prisa y demanda por ella poco, como por cosa que no le costó más de tomarla; como el otro ve que es esclabo y le paresce no la haber podido haber sino hurtándola, luego se acubdiçia y va recatadamente regateando tras él, y el guardián dándole prisa; quando se conçierta dízele quedico que la tome y no la torne a descoger, porque no le vean, y dale sus dineros y el esclabo le da la otra bolsa en que van los pedazos, con que va muy ufano, hasta que ve el engaño en casa.

     JUAN.-El mejor quento es que puede ser, pero no se podrá hazer muchas vezes porque ese engañado abisará a otros y quando topare con el esclabo procurará vengarse.

     PEDRO.-No se puede hazer eso ni esotro; ¿pensáis que Constantinopla es alguna aldea de España que se conosçen unos a otros?; que no hay día, como tiene buen puerto, que no haya tanta gente forastera, como en Valladolid natural; pues conosçer más el cautibo, vueltas las espaldas, es hablar en lo excusado, porque aun unos compañeros a otros no se conosçen. Lo mesmo suelen hazer con unas vainicas de cuchillos muy galanes, guarnesçidos de plata, que ellos usan; moneda falsa se bate poca, menos entre esclabos que en las casas de la moneda; diez pares de ojos habéis menester quando compráis o bendéis; a doze ásperos os darán el ducado falso, que le pasaréis por bueno, que vale 60; tanto es de bien hecho, y os le venderán por falso.

     JUAN.-¿Y eso no se castiga?

     PEDRO.-¿Qué les han de hazer? ¿Echarlos a las galeras? Ya ellos s'están; ninguna cosa aventuran a perder.

     MATA.-¿Pues quién se los compra?

     PEDRO.-Mill gentes, para pasarlos por buenos. Thesoreros de señores, para quando les mandan dar quantidad de dineros de alguna merçed; entre los buenos ducados dan algunos destos, porque saben que a quien dan, como diçe el refrán, no escoje ni han de ir a dezir éste es falso. También los pasan los cautibos comprando algunas cosas de comer, y los que más pulidamente lo haçen, son çiertos esclabos fiados que andan sin guardianes y se ban a la calle de los cambiadores, que son judíos los más, y es ofiçio que mucho se corre.

     MATA.-¿Pues tanta moneda corre allá?

     PEDRO.-Tanta, por çierto de oro, quanta acá falta, que no os trocarán un ducado si no pagáis un áspero; y si queréis comprar el ducado habéis de pagar otro áspero.

     MATA.-Vámonos allá, compañero, a haçer hospitales, que lo de acá todo es piojería; mas con todo bien tenemos este año que comer. ¿Y qué haçen esos con los ducados falsos en la calle de los cambiadores? ¿Por ventura engañan a los judíos?

     PEDRO.-Deso están bien seguros, que no son jente que se maman el dedo. Tienen uno en la boca y aguardan los visoños que van a trocar algún buen ducado; y como quando no es de peso, el cambiador no le quiere, si no se escalfa lo que pesa menos, base a otra tienda, y entonces el esclabo le llama, haçiéndosele encontradizo, diçiéndole ¿que qué había con aquel puto judío?. Luego él diçe: «En verdad, hermano, quiéreme quitar de un ducado bueno tantos ásperos»; responde: «Has de saber que este es un vellaco y muy escrupuloso; ¿el ducado es bueno?» El otro se le da simplemente para que le vea y toma el ducado y llévale a la boca para hincarle el diente, a ber si se doblega, y saca el otro falso que tenía en la boca y dáselo y diçe: Miente, que éste es muy fino y boníssimo ducado; por tanto vete aquél, que es hombre de bien, y él dará todo lo que vale sin pesarle, y señálale uno qualquiera de los cambiadores; y en bolviendo las espaldas, él se va por otro camino y se desaparesçe.

     MATA.-¿Pues qué más harían los gitanos?

     PEDRO.-Tan hábiles son los esclabos como ellos, porque tienen el mesmo maestro, que es la necesidad, enemiga de la virtud.

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