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Capítulo VII

Pedro cura a la sultana

     MATA.-El fin sepamos del trabajo; ¿Cómo se acabó la casa?

     PEDRO.-Fue, como tengo contado, fasta que vino la pestilençia y entró en nuestro establo algo enojada y comenzó de diezmarnos de tal manera, que de quatro partes murieron las tres, y yo fui herido entrellos, y fue Dios servido que quedase. habiéndose muerto en tres días, de nuebe que comíamos juntos, los siete.

     JUAN.-Nunca he visto pestilençia tan aguda como es ésa.

     PEDRO.-Viene un carbunchico como un garbanço, y tras él una seca a la ingre o al sobaco; a esto susçeden sus açidentes y calentura, de tal suerte que o muere o queda lisiado para siempre de algún miembro menos o tal que cosa; quando viene la seca sin carbuncho, es muy pestilencial; por marabilla escapa hombre; y quando es con el grano, muchos escapan. Estaba yo herido en una pierna, y hízeme sacar dos libras de sangre de una vez, abiertos juntamente entrambos brazos, y purguéme sin xaropar, y estube çinquenta días malo sobre un pellejo de carnero que por grande limosna había alcançado. Harto peor servido que en la primera enfermedad os conté, porque como tenía la landre todo el mundo huía de mí.

     JUAN.-¿Y qué tan contina es allí esta mala cosa?

     PEDRO.-Jamás se va en imbierno ni en verano, salbo que menos jente muere en imbierno.

     JUAN.-¿Y no la açiertan a curar los médicos de aquella tierra?

     PEDRO.-Ni ellos la curan ni la entienden: la mayor cura que le hallé yo allá, que por acá tampoco la había visto, es sangrar mucho y purgar sin xaropar el mesmo día.

     MATA.-¿No era mejor poco a poco?

     PEDRO.-Si doçe o quinçe horas os descuidabais, luego se pintaba y perdona mucho.

     JUAN.-¿Qué llamáis pintar?

     PEDRO.-Quando se quieren morir les salen unas pintas leonadas, y quando aquéllas están, aunque le parezca estar bueno, se muere de tal arte que jamás se ha visto hombre escapar después de pintado, si las pintas son leonadas o negras; si son coloradas, algunos escapan.

     MATA.-¿Y ésa no podría remediarse que no la hubiese?

     PEDRO.-Dificultosamente, porque los turcos no se guardan, diciendo que si de Dios está, no hay que huir, y ansí, acabado de morir, uno se viste la camisa del muerto, y otro el jubón, y otro las calzas, y luego se pega como tiña.

     JUAN.-¿La casa se debió de acabar entre tanto que tubistes la enfermedad?

     PEDRO.-Es ansí, y no fue mi amo a posar en ella con poco triumpho; porque demás que era General de la mar, el Gran Turco se partió para Persia contra el Sophí, y dexóle por gobernador de Constantinopla y todo el Imperio.

     MATA.-¿Llevaba mucha gente el Turco en campo?

     JUAN.-No mezclemos, por amor de Dios, caldo con-berzas, que después nos dirá la vida y costumbres de los turcos; agora, como ba, acabe de contar la vida suya. ¿Qué fue de vos después de sano de la pestilençia?

     PEDRO.-Luego me vino a la mano la cura de la hija del Gran Señor, que había dos meses que estaba en hoy se muere, más mañana; y ya que había corrido todos los protomédicos y médicos de su padre, vinieron a mi a falta de hombres buenos en grado de apelaçión; y quiso Dios que sanó.

     MATA.-¿Pues una cosa la más notable de todas quantas podéis contar dezís ansí como quien no diçe nada? ¿A la mesma hija del Gran Señor ponían en vuestras manos?

     PEDRO.-Y aún que es la cosa que más en este mundo él quiere.

     MATA.-¿Pues qué entrada tubistes para eso?

     PEDRO.-Yo os lo diré. Su marido era hermano de mi amo, y llamábase Rustán Baxá; y como no aprobechaba lo que los médicos haçían, mi amo mandóme llamar, que había quatro meses que no le había visto, para pidirme consejo qué le harían, y el que me fue a llamar díxome: «Beato tú si sales con esta empresa, que creo que te llaman para la Sultana, que ansí la llaman.» Yo holguéme todo lo posible, aunque iba con mis dos cadenas. Y quando llegué a mi amo Zinán Baxá, que estaba en su trono como rrey, díxome que qué harían a una mujer que tenía tal y tal indisposiçión. Yo le dixe que viéndola sabríamos dar remedio. Él dixo que no podía ser verla, sino que ansí dixese; a lo cual yo negué poderse por ninguna vía hazer cosa buena, sin vista, por la información, dando por excusa que por ventura la querría sanar y la mataría, y que no permitiese, si era persona de importançia, que yo la dexase de ver, porque de otra manera ningún benefiçio podría resçibir de mí, porque el pulso y orina eran las guías del médico. Como él me vio firme en este propósito y los que estaban allí les paresçía llebar camino lo que yo dezía, que verdaderamente andaba porque me viera para que me hiziera alguna merçed, mandóme sentar junto a sus pies, en una almohada de brocado y dixo a un intérprete que me dixese que por amor de Dios le perdonase lo que me había hecho, que todo iba con zelo de hazerme bien, y con el grande amor que me tenía, y que estubiese çierto que él me tenía sobre su cabeza, y me hazía saber que la enferma era una señora de quien él y su hermano y todos ellos dependían; de tal arte, que si ella moría, todos quedaban perdidos; por tanto me rogaba que, no mirando a nada de lo pasado, yo hiziese todo lo que en mí fuese, que lo de menos que él haría sería darme livertad; a lo qual yo respondí, que besaba los pies de su excelencia por la merced, y que mucho mayor merced había sido para mí todo lo que conmigo había usado que darme livertad, porque en más estimaba yo ser querido de un tan gran prínçipe como él que ser libre, pues siendo libre no hallara tal arrimo como tenía siendo esclabo, y en lo demás me dexase el cargo, que en muy poco se había de tener que yo hiziese lo que podía, sino lo que no podía; y ansí me embió a casa del hermano. El qual començó de parlar conmigo, que era hombre de grande entendimiento, para ver si le paresçería neçio, y procuraba, porque son muy celosos, que le diese el paresçer, sin verla, lo qual nunca de mí pudo alcanzar; y, como diré quando hablare de turcos, siempre están marido y mujer cada uno en su casa, embió a decir a la soltana si ternía por bien que la viese el médico esclabo de su hermano, y entre tanto que venía la respuesta començóme de preguntar algunas preguntas de por acá, entre las quales, después de haberme rogado que fuese turco, fue quál era mayor señor, el rey de Françia o el Emperador. Yo respondí a mi gusto, aunque todos los que lo oyeron me lo atribuyeron a neçedad y soberbia, si quería que le dixese verdad o mentira. Díxome que no, sino verdad. Yo le dixe: Pues hago saber a Vuestra Alteza que es mayor señor el Emperador que el rey de Françia y el Gran Turco juntos; porque lo menos que él tiene es España, Alemania, Ytalia y Flandes; y si lo quiere ver al ojo, mande traer un mappa mundi de aquellos que el embaxador de Françia le empresentó, que yo lo mostraré. Espantado dixo: Pues ¿qué gente trae consigo?; no te digo en campo, que mejor lo sé que tú. Yo le respondí: Señor, ¿cómo puedo yo tener quenta con los mayordomos, camareros, pajes, caballerizos, guardas, azemileros de los de lustre? Diré que trae más de mil caballeros y de dos mill; y hombre hay destos que trae consigo otros tantos. Díxome, pensando ser nuestra corte como la suya: ¿Qué, el rey da de comer y salarios a todos? ¿Pues qué bolsa le basta para mantener tantos caballeros? Antes, digo, ellos, señor, le mantienen a él si es menester, y son hombres que por su buena graçia le sirben, y no queriendo se estarán en sus casas, y si el Emperador los enoja le dirán, como no sean traidores, que son tan buenos como él, y se saldrán con ello; ni les puede de justiçia quitar nada de lo que tienen, si no hazen por qué. Zerró la plática con la más humilde palabra que a turco jamás oí, diziendo: bonda hepbiz cular, que quiere dezir: acá todos somos esclabos. Yo le dixe cómo la diferençia que había, porque si el Gran Turco era más rico era porque se tenía todos los estados y no tenía cosas de iglesia, y que si el Emperador todos los obispados, ducados y condados tubiese en sí, vería lo que yo digo. En esto vino el mappa y hízele medir con un compás todo lo que el Turco manda, y no es tanto como las Indias, con gran parte, de lo que quedó marabillado; y llegó la liçençia de la Soltana que la fuese a ver, y fuimos su marido y yo al palaçio donde ella estaba, con toda la solemnidad que a tal persona se requería, y llegué a su cama, en donde, como tengo dicho, son tan celosos que ninguna otra cosa vi sino una mano sacada, y a ella le habían echado un paño de tela de oro por ençima, que la cubría toda la cabeza. Mandáronme hincar de rodillas, y no osé vesarle la mano por el zelo del marido, el qual, quando hube mirado el pulso, me daba gran prisa, que bastaba y que nos saliésemos; a toda esta prisa yo resistía, por ver si podría hablarla o verla, y sin esperar que el intérprete hablase, que ya yo barbullaba un poco la lengua, díxele: Obir el vera Zoltana, que quiere dezir: deme Vuestra Alteza la otra mano. Al meter de aquella y sacar la otra, descubrió tantico el paño para mirarme sin que yo la viese, y visto el otro, el marido se levantó y dixo: Anda, [a]cabamos, que aun la una mano bastaba. Yo muy sosegado, tanto por verla como por lo demás, dixe: Dilinchica Soltana: Vuestra Alteza me muestre la lengua. Ella, que de muy mala gana estaba tapada, y aun creo que tenía voluntad de hablarme, arrojó el paño quasi enojada y dixo: ¿Ne exium chafir deila?: ¿qué se me da a mí? ¿no es pagano y de diferente ley? de los quales no tanto se guardan; y descubre toda la cabeza y braços algo congoxada, y mostróme la lengua; y el marido, conosçiendo su voluntad, no me dio más prisa, sino dexóme interrogar quanto quise y fue menester para saber el origen de su enfermedad, el qual había sido de mal parir de un enojo, y no la habían osado los médicos sangrar, que no había bien purgado, y susçedióle calentura continua. Yo propuse que si ella quería hazer dos cosas que yo mandaría, estaría buena con ayuda de Dios: la primera, que había de tomar lo que yo le diere; la segunda, que entre tanto que yo hazía algo, ninguna cosa había de hazer de las que de los otros médicos fuesen mandadas, sino que, pues en dos meses no la habían curado, que probase conmigo diez o quince días, y si no hallase mejoría, ahí se estaban los médicos; y que esto no lo hazía por no saver delante de todos sustentar lo que había de hazer, sino porque yo era christiano y ellos judíos, y dos turcos también había, y podíanle dar alguna cosa en que hiziesen traiçión por despecho o por otra cosa, y después dezir que el christiano la había muerto; los judíos ya yo sabía que sin haberme visto, de miedo que si yo entraba descubriría su poca çiençia, andaban diziendo que yo no sabía nada y que era moço y otras calumnias muchas que ellos bien saben hazer, con las quales perdieron más que ganaron, porque me hizieron soltar la maldita; y la Soltana me dixo que lo açeptaba, pero que si se había de poner en mis manos también ella quería sacar otra condiçión, y era que no la había de purgar y sangrar, porque le habían dado muchas purgas, tantas que la habían debilitado, y para la sangría era tarde; yo, como vi çerrados todos los caminos de la mediçina: Señora, digo, yo no soy negromántico que sano por palabras; pero yo quiero que sea ansí, mas al menos un xarabe dulze grande neçesidad hay que Vuestra Alteza le tome. Ella dixo que de aquello era contenta, y se disponía a todo lo que yo hiziese; y fuímonos su marido y yo a su aposento, donde tenía llamados todos los protomédicos y médicos del rey, y como començaron a descoser contra mí tanto en turquesco, y yo les dixese que me diesen quenta de toda la enfermedad, cómo había pasado, tubiéronlo a pundonor, y mofaban todos diçiendo que qué grabedad tenía el rapaz christianillo; y dicen a Rustán Baxá en turquesco, que ya me han tentado y que no sé nada, ni cumple que se haga cosa de lo que yo le dixere, quanto más que soy esclabo y la mataré por ser su enemigo. Un paje del Rustán Baxá, que se me había afiçionado y era hombre de entendimiento, que había estudiado, díxome, llegándose a mí, todo lo que los médicos habían dicho. A los quales, yo: Señores, digo, que no pensé, para derribaros en dos palabras de todo vuestro ser y estado, que soy venido a enmendar todos los errores que habéis hecho en esta Reina, que son muchos y grandes; y digo al intérprete: Dezid ahí a Rustán Baxá que los médicos que primero curaron esta señora la han muerto, porque cuanto le han hecho ha sido al rebés y sin tiempo, y la mataron, al prinçipio por no la saber sangrar, y con qualquiera de las purgas que le han dado m'espanto cómo no es muerta. ¡O, por amor de Dios!, señor, tened quedo, no digáis. nada, dixeron al intérprete, que lo crerá Rustán Baxá y nos matará a todos. Dezilde, digo también, que los haga que no se bayan de aquí hasta que les haga conosçer todo lo dicho ser verdad. Esto fue otro ego sum para derribarlos en tierra; y muy humilldemente dixeron: Hermano, no pensamos que os habíais de enojar; nosotros haremos todo lo que vos mandáis, y no se le diga nada al Baxá, que sabemos que sois letrado y tenéis toda la raçón del mundo; sabed que pasa esto y esto, y se le ha hecho esto y estotro. Yo lo iba todo contradiçiendo y vençiéndolos.

     MATA.-¿Y a los médicos del Rey vençíais vos? Yo ya tenía conosçido lo poco que sabían.

     PEDRO.-¿Luego pensáis que los médicos de los reyes son los mejores del mundo?

     MATA.-¿Y eso quién lo puede negar que no quiera para sí el Rey el mejor médico de su reino, pues tiene bien con que le pagar?

     PEDRO.-Y aun eso es el diablo, que los pagan por buenos sin sello. Si la entrada fuese por examen, como para las cáthedras de las Universidades, yo digo que tenéis razón; pero mirad que van por fabor, y los pribados del Rey le dan médicos por muy buenos, que ellos, si cayesen malos, yo fiador que no se osasen poner en sus manos, no porque no haya algunos buenos, pero muchos ruines, y creedme que lo sé bien como hombre que ha pasado por todas las cortes de los mayores prínçipes del mundo. Ansí como en las cosas de por acá es menester más maña que fuerça, para entrar [en] casa del Rey, más industria que letras, yo me vi, por acortar razones, como el azeite sobre el agua con mis letras, que aunque pocas eran buenas, sobre todos aquellos médicos en poco rato, y prometiéronme de no hablar más contra mí para el Dios de Habraham, sino que hiziese en la cura como letrado que era y ellos me ayudarían si en algo valiesen para lo que yo mandase; y fuime a la torre con mis compañeros, que ya me habían quitado las cadenas, y di orden de hazerle un xarabe de mi mano, porque de nadie me fiaba, y llebándosele otro día topé un caballero renegado, muy principal al paresçer y díxome: Yo he sabido, christiano, quién tú eres y tenido gran deseo de te conosçer y serbir por la buena relaçión que de ti hay. Yo se lo agradesçí todo lo posible. Pasé adelante la plática diziendo cómo sabía que curaba a la Soltana y si quería ganar livertad que él me daría industria. Yo le hize çierto ser la cosa que más deseaba en el mundo. Dize: Pues paresçes prudente, hágote saver que este tu amo Zinán Baxá y su hermano Rustán Baxá son dos tiranos los más malos que ha habido, y dependen desta señora, la qual si muriese éstos no serían más hombres. Yo soy aquí espía del Emperador; si tú le das alguna cosa con que la mates, yo te esconderé en mi casa y te daré 400 escudos con que te vayas, y te porné seguramente en tierra de christianos y darte he una carta para el Emperador, que te haga grandes merçedes por la proheza que has hecho. Fue tan grande la confusión y furor que de repente me cayó, que me paresçía estar borracho; y si tubiera una daga yo arremetía con él, y díxele: No se sirve el Emperador de tan grandes traidores y bellacos, como él debía de ser, y que se me fuese luego delante ni pasase jamás por donde mis ojos le viesen, so pena que quando no le empalase Rustán Baxá yo mesmo lo haría con mis manos, porque mentía una y dos vezes en quanto deçía, y no era yo hombre que por veinte libertades ni otros tantos Emperadores había de hazer cosa que ofendiese a Dios ni al próximo, quanto más contra una tan grande prinçesa.

     MATA.-Que me maten si ese no era echado aposta de parte de la mesma Reina para tentaros.

     PEDRO.-Ya me pasó a mí por el pensamiento, y conformó con ello que quando llegué con el xarabe entre tanto que habían ido por liçençia para entrar, el Rustán Baxá començó de parlar conmigo y darme quenta de la subjeçión que tenía a su muger, y diziendo que una esclaba que la Soltana mucho quería, le ponía siempre en mal con ella, y que deseaba matarla, que le hiziese tanto plazer le dixese con qué lo podría hazer delicadamente; respondíle que mi facultad era medicina, que serbía para sanar los que estaban enfermos y socorrer a los que habían tomado semejantes venenos, y si désta se quería servir yo lo haría, como esclabo que era suyo; pero lo demás no me lo mandase, porque no lo sabía, y los libros de mediçina todos no contenían otra cosa sino cómo se curará tal y tal açidente. No obstante eso, dize: te ruego que pues te conozco que sabes mucho en todo, me digas alguna cosa, que no me va en ello menos que la vida. Concluí diziendo: Señor, la mejor cosa que yo para eso sé, es una pelotica de plomo que pese una drama, y hará de presto lo que ha de hazer; él, algo contento, pensando tenerme cojido, preguntóme el cómo; digo: Señor, metido en una escopeta cargada y dándole fuego, y no me pregunte más Vuestra Alteza en eso, que no sé más, por Christo. Y fuímonos a dar el xarabe a la Prinçesa, la qual le tomó de buena gana, creo que por lo que había preçedido.

     JUAN.-Por fe tengo que si en aquellos tiempos os moríais, que ibais al cielo, porque en todo esto no se apartaba Dios de vos.

     MATA.-Yo lo tengo todo por rebelaçiones.

     PEDRO.-Y os diré quánto, para que me ayudéis a loarle que no lo habían apuntado a hazer quando estaba al cabo del negoçio, y de allí adelante me començé a recatar más, y todas las mediçinas que eran menester las hazía delante de Rustán Baxá yo mesmo junto al aposento de la Soltana. Llebándome en la fratiquera los materiales que yo mesmo me compraba en casa de los drogueros; y para más satisfaçión mía, por si muriese, hazía estar allí los médicos y dábales quenta de todo lo que hazía, lo qual siempre aprobaban, ansí por el miedo que me tenían como por no saber si era bueno ni malo; quexáronse una vez a mi amo de mí que era muy fantástico y para ser esclabo no era menester tanta fantasía; que quando se hazía alguna cosa de mediçina para la Soltana, sin más respecto a unos mandaba-majar en un mortero raíçes o pólvoras; a otros soplar debaxo la vasija que estaba en el fuego, porque no podían deçir de no, estando delante el Baxá, haziéndole entender que era gran parte para la salud ir maxado de mano de médicos, y él no hazía nada sino buscar qué majar y fuesen piedras. Llamóme mi amo y quasi enojado dize: Perro, ¿parésçete bien estimar en tan poco los médicos del Rey que se me han quexado desto y esto, y que tú no hazes nada sino mandar? Mayor trabaxo, digo, señor, es ése que majar; Vuestra Excelençia, aunque no rema en las galeras, ¿no tiene harto trabajo en mandar? Pues manden ellos, que yo majaré, y pues no saben mandar que majen, que yo no soy más de uno y no lo puedo hazer todo. Diose una palmada en la frente y dixo: Yerchev vera: verdad diçes; anda, vete y abre el ojo, pues sabes quánto nos va. Como vi la calentura continua y la grande neçesidad de sangrar que había, determiné usar de maña y díxele: Señora, entre sangrar y no sangrar hay medio; neçesidad hay de sangría, mas pues Vuestra Alteza no quiere, será bien que atemos el pie y le meta en un bazín de agua muy caliente para que llame la sangre abaxo y esto bastará; y holgó dello, para lo qual mandé venir un barbero viejo y díxele lo que había de hazer, y tubiese muy a punto una lançeta para quando yo le hiziese del ojo, picase. Todo vino bien, y ella, descuidada de la traiçión, quando vi que paresçía bien la vena asíle el pie con la mano, y el barbero hirió diestramente. Dio un grande grito diziendo: Perro, ¿qué has hecho, que soy muerta? Consoléla con dezir: No es más la sangría, desto; ni hay de qué temer; si Vuestra Alteza quiere que no sea, tornaremos á zerrar. Dixo: Ya, pues que es hecho, veamos en qué para, que ansí como ansí te tengo de hazer cortar la cabeza. Sintió mucho alivio aquella noche, y otro día, quando me contó la mejoría, abríle las nuebas diziendo cómo del otro pie se había de sacar otra tanta, por tanto prestase paçiencia, lo qual açeptó de buena voluntad, y mejoró otro pedazo. Había tomado dos xarabes y quedaba que había de tomar otros dos; pero purga era imposible. Yo hize un xarabe que llaman rosado de nuebe infusiones, algo agrete, y dile cinco onças que tomase en las dos mañanas que quedaban, el qual, como le supiese mejor que el primero, tomó todo de una vez y alvorotóla de manera que hizo treze cámaras y quedó algo dismayada y con miedo. Rustán Baxá, espantado embiáme a llamar y díxome: Perro cornudo, ¿qué tóxico has dado a la Soltana que se va toda? A mí es verdad que me pesó de que lo hubiese tomado todo, y preguntéle quántas había hecho; y quando respondió que treçe, consoléle con que yo quisiera que fueran treinta, y fuimos a verlas, y era todo materia, como de una apostema. Llamados allí los médicos, díxeles: Señores, esto habíais de haber sacado al prinçipio, y no eran menester tantas purgas, porque no hay para qué sacar otro humor sino el que haze el mal. Quiso Dios aquella noche quitarle la calentura.

     MATA.-¿Qué os dieron que es lo que haze al caso, por la cura?

     PEDRO.-A la mañana, quando fui, antes que llegase sacó el brazo y alzó el dedo pulgar a la françesa, que es el mayor fabor que pueden dar, y díxome: Aferum hequim Baxá; buen viaje hagas, cabeza de médicos; y llegó un negro eunucho que la guardaba y echóme una ropa de paño morado, bien fina, aforrada en zebellinas, acuestas. Quando le miré el pulso y la hallé sin calentura alzé los ojos y di graçias a Dios. Díxome que ella era tan grande señora y yo tan bajo, que qualquiera merced que me hiziese sería poco para ella; que aquella ropa suya traxese por su amor, y que ya sabía que lo que yo más querría era livertad, que ella me la mandaría dar. De manera que dentro de doze días ella sanó con la ayuda de Dios, y embió a dezir a Zinán Baxá que me hiziese turco y me asentase un gran partido, o si no quería, que luego me diese livertad. Respondió que lo primero no aprobechaba, porque me lo había harto rogado; que mi propósito era venirme en España; que él me traería quando saliese en junio la armada, y me pornía en livertad.

     JUAN.-¿En qué mes la curastes?

     PEDRO.-Por Navidad.

     MATA.-Y el marido ¿n'os dio nada?

     PEDRO.-Todavía me valdría dos dozenas d'escudos; que allá, quando hazen merçed los señores, dan un puñado de ásperos y que sea tan grande que se derramen algunos.

     JUAN.-No son muy grandes merçedes ésas.

     PEDRO.-No son sino muy demasiado de grandes para esclabos. Bien paresçe que habéis estado poco en galeras de christianos para que vierais qué tales las hazen los señores de acá; que con los que no son cautivos tan largos son en dar como los de acá y más, y aun con los cautibos; plugiese a Dios que acá se hiziese la mitad de bien que allá.

     JUAN.-Fama y onrra a lo menos harta se ganaría con la cura.

     PEDRO.-Tanta que quando a la mañana iba a bisitar desde la torre en casa de Zinán Baxá, si en todas las casas que me llamaban quisiera entrar, no llegara hasta la noche allá.

     MATA.-¡Qué! ¿Tan lexos será?

     PEDRO.-Aunque habláis con malicia, será media legua. Yo me deshize luego de curar los cautibos de la torre, remitiéndolos a los otros barberos, si no fuese algún hombre honrrado, porque quando me hizieron trabajar, con haberles yo hecho mill serviçios y regalos a todos, se holgaron tanto de verme allá como si les dieran livertad; y también como lo más que corría era pestilençia, yo me guardaba quanto podía della. En casa de Zinán Baxá nunca faltaban enfermos; como la casa era grande, y el tiempo que sobraba gastaba en curar gente de estofa, prinçipalmente mugeres de capitanes y mercaderes, que unas querían parir y otras que les viniese su regla, otras de mal de madre viejo, a todos prometía a dos por tres en qualquier enfermedad de darlos sanos, y no bisitaba a hombre más de una vez al día, y aquélla a la hora que yo quisiese, por no los poner en mala costumbre. Al principio siempre coxía para las mediçinas dos o tres ducados, y si no me pagaban, luego les dezía que no iría más allá y siempre daban algo.

     MATA.-¿Andabais ya sin guardia?

     PEDRO.-Aún no, que si eso fuera, yo fuera rrico, que aquélla me destruía. Tenía con un boticario hecho pacto que me había de dar las mediçinas a un preçio bueno, que él ganase, pero no mucho, como con otros, porque yo le gastaba doçientos escudos en dos meses, y algunas también me hazía yo.

     MATA.-Çierto hazíais bien en visitar pocas vezes; que yo lo tengo por chocarrería esto d'España visitar dos vezes a todos, aunque no sea de enfermedad peligrosa.

     PEDRO.-La mayor del mundo, y señal que saben poco.

     MATA.-Son como las mugeres, que en no siendo hermosas son virtuosas para suplir lo que naturaleza faltó en hermosura con virtud. Ansí los médicos idiotas suplen con visitar muchas vezes su poca çiencia; pero ¿cómo osabais prometer salud a todos?, ¿Todos sanaban?, ¿Todas las estériles se empreñaban?, ¿A todas les venía su tiempo quantas tomabais entre manos?, ¿a todas se les quitaba el mal de madre?

     PEDRO.-No por çierto; pero algunas, con hazerles lo que por vía de medizina se sufre, alcanzaban lo que deseaban; a otras era imposible.

     MATA.-Y las que no sanaban ¿n'os tomaban a cada paso en mentira?, ¿Cómo os eximíais? Ahí no solo era menester urdir, pero texer.

     PEDRO.-La mejor astuçia del mundo les urdí. Hize una medizina en quantidad, que tenía en un bote, que llaman los medicos gerapliga logadion, que es compuesta de las cosas más amargas del mundo; y ella lo es de tal modo, que la yel es dulze en su comparaçión della; y quando veía que no podía salir con la cura, habiendo hecho todos los remedios que hallaba escritos, procuraba de rescibir todos los dineros que podía para ayuda de hazer la principal mediçina, que era aquélla, y dábale un botecito muy labrado lleno della, que serían dos onzas, mandándoles cada mañana tomasen una dragma desatada en cozimiento de pasas; y esto habían de tomar 19 mañanas arreo al salir el sol, de tal arte que no interpolasen ninguna. Ello era tan amargo que no era posible hombre ni muger pasarlo, y la que con el deseo de parir porfiaba, tomaba algunos días, mas no todos.

     MATA.-¿Y si porfiando los tomaba todos o la mayor parte?

     PEDRO.-Nunca faltaba achaque: o que dexó uno, o que interpoló alguno, o que no lo tomó siempre a una hora, y que era menester comenzar de principio.

     JUAN.-¿Y a todos curábais des'arte en qualquier enfermedad?

     PEDRO.-Nunca Dios tal quiera, que los que estaban de peligro curábanse como era raçón; pero los males viejos y incurables han menester maña. Quando me tomaban en la calle algunos que por amistad querían que les curase males viejos, de setiembre adelante, luego les preguntaba para escabullirme dél, quánto tiempo había que tenían aquella enfermedad; en respondiendo tantos años, le dezía: Pues yo quiero muy de propósito curarte, pero es menester que como has sufrido lo más, sufras lo menos y tengas paçiençia desde aquí a marzo, que vernán las yerbas buenas y podremos hazer mediçinas a nuestro propósito, y con esto los embiaba muy contentos; y esto acostumbraba tanto, que el guardián mío, que era intérprete, quando me vía que oía de mala gana, luego me deçía: Este, ¿remitirle hemos a las yerbas?; y aun algunas vezes respondía sin darme a mí parte.

     MATA.-Y venidas las yerbas ¿nunca os pidían la palabra?

     PEDRO.-Hartas vezes; pero para ellos y para los que pidían remedio en verano había otro achaque, que era la luna; aunque fuesen dos días no más de la luna, les dezía que se aparejasen, que a la entrada de la que venía los quería sanar, y como la çibdad es grande no podíamos siempre toparnos.

     JUAN.-¿Pagaban los que sanaban después quando andabais de reputación mejor que antes?

     PEDRO.-Todo se iba de un arte. Un mercader turco venía de Alexandría y cayó malo, y viéndose con calentura continua me prometió diez escudos si le sanaba. Yo pidí para las mediçinas dos, y diómelos, y en tres días sanó con sangrarle y purgarle bien; y a tiempo después diome un ducado y díxome que aun le quedaba cierta tos, y en sanando della me daría la resta. Comenzé de hazerle remedios para aquello, que le costaron dos ducados otros. Ya como el vellaco iba engordando [y] no podía disimular la salud, por no me pagar nunca dezía que había mejoría de la tos. Díxome un paje suyo renegado que no estaba muy bien con él: Mira, christiano, no te mates por venir más acá, que en verdad nunca tose sino quanto te siente subir. Fui a él, y preguntado cómo estaba, respondió que malo de su tos. Díxele: ¿Tú quieres sanar de tal manera que jamás padezcas tos ni romadizo aunque bibas mill años? El dixo: Oxalá tú me dieses tal remedio, que no ando tras otro. Digo: Pues hágote saber que para Zinán Baxá he mandado hazer un letuario de mucha costa, y el boticario creo que guardó un poco para sí; hagamos que te lo dé, y embía un paje, que yo seré intercesor; tres escudos le daban por ello para un arráez, mas no lo quiso dar; yo te lo haré dar por lo que fuere justo. De vergüenza de çiertos turcos que estaban con él no pudo dexar de embiar conmigo el paje, el qual traxo el boteçico de la gera logodion, más labrado que otros la solían llebar, y fue menester rogar harto al boticario que se lo diese por los tres ducados, de los quales hubo medio y yo la resta.

     MATA.-Pues sé que aquel no estaba de parto ni quería parir, ¿para qué le dabais mediçinas de mal de madre?

     PEDRO.-Para que pariese aquellos tres ducados y no volver más allá, perdonándole la resta.

     MATA.-No había mucho que perdonar, porque me paresçe que os entregastes de todos diez.

     JUAN.-¿Qué tanto haría de costa de las mediçinas en todo?

     PEDRO.-Más en verdad de medio escudo.

     MATA.-No era mala cabeza de lobo la gera pliega, que no costaría toda un escudo.

     PEDRO.-Uno y aun dos costó, pero bien se sacaron della.

     MATA.-Con pocos botes desos se acabaría nuestro ospital.



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Capítulo VIII

Pedro y los médicos de Sinán Bajá

     JUAN.-¿Tubistes más conquistas con los médicos del Rey?

     PEDRO.-La mayor está por dezir, que fue con Çinán Baxá.

     JUAN.-¿De qué estubo malo? ¿Tornóle la asma?

     PEDRO.-No, sino como había quedado por gobernador de Constantinopla, de rondar de noche la çibdad, resfrióse y hinchósele el vientre y estómago de ventosidades, que quería rebentar, y los judíos, como son tan entremetidos, fuéronle todos a ber, y yo que fui el primero, quísele dezir que tomase una ayuda, y no se lo osaba el intérprete dezir porque lo tienen por medio pulla, y todos, aunque buxarrones, son muy enemigos dellas. Yo pregunté cómo se llamaba y dixéronme que hocna, y díxeselo, y admitiólo y resçibióla; pero los judíos no dexaron, estando picados, aunque no lo mostraban, de tornar a sembrar zizania, y también por ser hombres de respecto mi amo hazía lo que mandaban, y era todo como una jara derechamente al rebés. Dábanle a comer espinacas, lentejas y muchos caldos de abe y carnero y leche, que la quería mucho, y en fin conçedíanle comer lo que quería para ganarle la boca y tenerle contento. El protomédico principal, que se llamaba Amón Ugli y tenía cada día de salario más de siete escudos, paresçiéndole que había un poco el Baxá mejorado, teniendo presentes los otros médicos y algunos de los pribados que tenían sobornados, dixo que por algunas causas en ninguna manera le cumplía curarse con el español christiano: la una porque era moço y podría ser que en su tierra él fuese buen médico, pero que allá eran otras complexiones y otra diversidad de tierras, que yo no podía alcanzar, dando exemplo del durazno que mataba en Persia y no en Egipto; lo otro, porque yo era su esclabo, y por qualquier cosa que algún enemigo suyo me prometiese podría darle con qué muriese, por ser libre, y esto no podía haber habido efecto en la Soltana porque en la muerte della no ganaba como en la suya; a eso ayudaban todos de mala, de tal suerte que le persuadieron, y yo veía que andaban muy ufanos dándole mil bebrajes y no haçían caso de mí. Un paje de la cámara, amigo mío, díxome lo que había pasado, y queriendo el Baxá tomar un xarabe díxele que le dexase si no quería morir por ello, hasta que, venidos allí todos los médicos, les probase ser tóxico. Púsele tanto miedo que los embió a llamar, y yo procuré que se hallasen allí turcos prinçipales de mi parte, y venidos començé con muchas sofísticas razones a dar los inconvenientes dello, diziendo que él estaba lleno de viento y que aquel xarabe era frío y se convertiría todo en puro viento, y el dar de la leche era gran maldad, porque, tomado el exemplo acá fuera, quando poca leche cueze en un caldero, se alza de tal modo que no cabe, y lo mesmo hazía tocado del calor del estómago; y ya yo comenzaba a hablar turquesco sin intérprete; como ellos vieron que el exemplo era palpable y que tenía razón, dixéronme: Habla la lengua que entendemos. ¿Para qué habláis la que no sabéis? ¿Pensáis por ventura que los turcos os entienden?

     MATA.-Porque no lo entendiesen lo hazían: porque dando bozes muy altas y todos contra vos, quienquiera que no entendiera pensara que ellos vençían.

     JUAN.-Costumbre y remedio de quien tiene mal pleito.

     PEDRO.-Dixe a mi amo y a los otros que estaban allí, en turquesco: Señores ¿entendéis esto? Todos respondieron de sí; y cierto milagrosamente me socorría Dios con bocablos, porque ninguno ignoraba. Satisfízole mucho el exemplo de la leche al Baxá y a los demás que estaban allí, y dixeron que yo tenía razón. Quando vi la mía sobre el ito pidí de merçed me oyesen las satisfaçiones que a çiertas cosas que de mí deçían quería dar. Hízolo el Baxá de buena boluntad y comenzé por la primera. Quanto a lo primero que estos médicos me acusan, que aunque en mi tierra yo sea buen médico acá no es posible ni puedo alcanzar como ellos las complexiones, digo que es al rebés, que yo soy bueno para acá y ellos para España, porque la mediçina que yo sé es de Hippócrates, que fue çient leguas de aquí no más, de una isla que se llama Cóo, y de Galeno, que fue troyano de Pérgamo una çibdad que no es más de treinta o quarenta leguas de aquí, y de Aeçio, y Paulo Egineta, no más lexos de Constantinopla que los otros. La que estos señores saben, que es poca o nada, es de Abiçena y Aberroes, que el uno fue cordobés y el otro de Sevilla, dos çibdades d'España, ansí que la mía es propia para acá, y la suya para allá; y si fuese que Vuestra Exçelencia, para vengarme de mis enemigos los españoles, yo los embiaría allá, porque verdaderamente en pocos años matarán más que todo el exército del Turco; y para probar esto tenía allí un cozinero mayor del Baxá, alemán muy gentil, latino y muy leído, y hízeselo leer en un rimero de libros que allí tenía aposta yo traídos, y otro de junto a Veneçia, que siendo theólogo renegó, también se halló presente.

     JUAN.-La satisfaçión estubo muy aguda, como de quien era, y aunque el Baxá fuera un leño no podía dexar de entenderla y quedar satisfecho. ¿Qué dezían los judíos a eso?

     PEDRO.-El Baxá reír y ellos callar, y hacerme del ojo que callase; y yo no quería mirar allá por no los ver guiñar. Quanto a lo que era moço y no tenía experiençia, aunque era poca la que yo tenía, era mill vezes más que la suya, porque con letras y entendimiento y advertir las cosas se sabía la experiençia, que no por los años, que a esa quenta, las mulas y asnos que andaban en las norias y tahonas sabrían más que ellos, pues eran más viejas, y las comadres y los pescadores viejos; y tras esto una parábola pues la otra les había contentado: Si Vuestra Exçelencia parte en amanesçiendo en una barquilla (que estábamos en la ribera del mar) y para ir de aquí allí (señalando un trecho) y no lleva sino dos remos y desde a dos o tres horas parto yo en un bergantín bien armado con muchos remos, ¿quál llegará primero? Respondió: Tú. Preguntéle el porqué. Dize: Porque llevas mejor barco. Digo: ¿Pues vuestra exçelençia no partió primero tres horas? No haze, dixo, eso al caso. Pues tampoco les haze, digo, al caso, a estos judíos haber nasçido tantos años antes que yo, porque van caballeros en asnos, que son sus entendimientos, y yo corriendo a caballo en el mío, y con ver yo una vez la cosa la sé, porque estudio, y ellos, aunque la vean mil vezes, no. Lo mesmo acontesçe en el camino, que uno le va mill vezes y no va advirtiendo, y cada vez ha menester guía, y otro no le ha ido más de una y da mejor cuenta que él y le podría guiar; que no hay senda ni atajo que no sabe, ni casa, ni pueblo en medio que no os diga por nombre.

     MATA.-No menos bueno es todo eso que lo primero, y es çierto que también concluiría; exemplos son que cada día veréis acá, que andan unos mediconaços viejos con las chinelas y bonetes de damasco y mangas de terçiopelo raso pegadas al sayo, tomando morçillas y todo si les dan, en unos caballazos de a tres varas de pescueço, y tienen sumidos los buenos letrados y metidos en los rincones, con ir a bisitar sin que los llamen, diçiendo que por amigo le visitan aquella vez; y quando saben que el doctor tal le cura, luego con una risa falsa dize que, aunque es moço, será bonico si bibe; y comiença luego a dar tras los manzebos diziendo que son médicos del templeçillo y amigos de setas nuebas. Y como tienen canas, pensando que saben lo que diçen, los cree el vulgo. Como la verdad sea que si los moços son griegos y los otros bárbaros saben más durmiendo que ellos velando, y tienen más experiençia, verdad es que si el viejo tiene tan buenas letras, lo mejor es, que las canas con buenas letras y trabajo, más saben.

     JUAN.-¿N'os acordáis quando fuimos a Santorcaz a holgarnos con el cura, que topamos una mañana un médico de la mesma manera como los habéis pintado y salía de una casa donde le habían dado una morçilla que llebaba en la fratiquera?

     PEDRO.-Sé que yo también me hallé hay quando le hizimos ir a jugar con nosotros a los bolos; y quando jugaba, un galgo del cura, como olía la morçilla, siempre se andaba tras él, del juego a los bolos y de los bolos al juego, hasta que una vez tomó la bola para sacar siete que le faltaban, y tomó la alda derecha, que como era tan larga l'estorbaba, y púsola sobre la otra, y como acortó, descubrióse la fratiquera; el perro como la vio, pensando que aquella era la morçilla, arremete y haze presa en fratiquera y todo, que todos juntos no le podíamos hazer que la dexase, de lo que quedó el más corrido del mundo.

     MATA.-Cada vez que se me acuerda, aunque esté solo me da una risa que no me puedo valer; como dixo después: era una pobre que no tenía qué dar y había matado un lechón, y empresentómela para mi huéspeda, que está preñada y no puede comer cosa del mundo ni verla. La terzera satisfaçión sepamos.

     PEDRO.-Quanto a lo que dezían que era esclabo y no guardaría fidelidad, yo era christiano y guardaría mejor mi fe que ellos su ley; desto era el Baxá buen testigo, y en la fe de Christo tanto pecado era matarle a él como a un príncipe christiano; y demás desto, los españoles guardamos más fidelidad en ley de hombres de bien que otras naçiones; y ya que todo esto no fuese, ¿a quién importaba más su vida que a mí?; ¿dónde hallaría yo otro padre que tanto me regalase ni príncipe que tantas merçedes me hiziese? No había yo de ser omiçida de mí mesmo, ni ganaba yo para Dios en ello, nada más de irme al infierno; ni para mi Rey, pues muerto él, que no era más de un hombre, luego le susçedería otro; y desde entonces començase a rescatarse y traer la barba sobre el hombro, porque lo que se piensa y negoçia de día es lo que de noche se sueña, y aquellos judíos debían de urdirle alguna muerte; y no se fiase en que era más poderoso que ellos, que a Christo, con ser quien era, ellos le mataron, porque muy presto se conforman en lo que han de hazer. Y con esto quedó por mí el campo; mas como habían pasado algunos días que ellos le habían curado y hartado de leche, teníanle quasi hidrópico, y los remedios que yo le comencé a hazer no pudieron sanarle del todo en dos días, y luego tornaron a estudiar, con el grande odio que me tenían, sobre lo de la leche que yo le había quitado, que por aquello no había ya sanado. Quisiéronme argüir que la de la camella, al menos, fuese buena.

     JUAN.-¿Por qué autoridad se guiaban? ¿No les podíais hazer traer allí los autores, que no es posible que hombre del mundo fuera tan neçio que escribiera tal contrariedad?

     PEDRO.-No me acotaban otro autor, sino todos los libros. Dizen todos los libros esto; dizen todos los libros estotro. Yo desvivíame acotando del Galeno autoridades y llevándolos libros allí y intérpretes turcos que fuesen juezes. Al cabo concluían con que la del camello era buena. Como no había en aquellos dos días sanado y los turcos son amigos de primera informaçión, que se buelven a cada viento, ni más ni menos que una veleta, acordaron de ponerme perpetuo silençio en que, so pena de çient palos, en ninguna cosa les contradixese ni hablase con ellos, aunque viese claramente que le mataban, porque él estaba determinado de acudir a la mayor parte de paresçeres.

     JUAN.-Pues con quanto os había visto hazer y en él mesmo lo del asma, ¿no se persuadía a creer más a vos que a los otros?

     PEDRO.-No, porque el diablo en fin los trae engañados. Sé que más cosas vieron hazer los judíos a Christo, y con todo siempre estubieron pertinazes y están; y los turcos no ven, si quieren abrir los ojos, el error en que están. Yo determiné de callar y estar a la mira; y ellos comenzaron de curarle unos días y acabar lo que habían començado, de hazerle del todo hidrópico. Y ensoberbeziéronse tanto, que determinaron pagarme el majar de la Soltana en la mesma moneda; y estábamos en un jardín que se dize Vegitag, legua y media de Constantinopla, porque era verano, y cada hora me embiaban por unas cosas y por otras; y el pobre Pedro de Urdimalas, algo corrido de las matracas que todos los otros le daban, sin osar hablar, y tambien buscaban cosas que majar a costa de mis brazos.

     MATA.-Al menos quando os embiaban por esas cosas ¿no había algo que sisar?

     PEDRO.-Más vellacos eran, que tanto que quando se había de tocar dinero ellos enviaban a uno dellos, que partía la ganançia con todos; hizieron un día, por malos de sus pecados, una rezetaza de un pliego, toda de cosas de poca importançia para ayudas y emplastos, muchas redomillas de azeites, manadillas de yerbas secas, taleguillas de simientes y flores secas, y preguntáronles quánto costarían; dixeron que quinze escudos podrían todas valer; mas que era bien que viniese todo junto. Despachábame a mí el chiaya, que es mayordomo mayor, que fuese por ello; dixo el Amón Ugli: Mejor será que vaya uno déstos, que a ése no entenderán, ni lo sabrá escoger; y denle también dineros, que pague lo que ha traído el christiano. Fue tan presto hecho como dicho, y balióles la burla más de diez y siete escudos.

     MATA.-¿No podíais descubrir vos esa çelada?

     PEDRO.-¿Qué tenía de descubrir, que valía más su mentira estonçes que mi verdad? Era tarde, y el judío que fue por ello no había de venir hasta otro día; yo, como les dolían poco mis pies, fui a traer recado para una ayuda y venir presto; y Rustán Baxá entre tanto vino a visitar a su hermano, que estaba bien fatigado, y de lástima saltáronsele las lágrimas, y a mi amo de miedo, pensando que lo hazía por haberle dicho los médicos que se moría. Retráxosele el calor adentro y desmayóse, y estubo así un rato, hasta que medio tornó en sí. Fuese el Rustán Baxá, porque no usan hazer visitas más largas de preguntar cómo está y salirse.

     MATA.-¿Pues cómo siendo hermanos?

     PEDRO.-Porque son tan recatados que pensarían, si mucho hablasen, que urdían traiçión al Rey. Vierais los judíos huir, como no le hallaron pulso, en una barca con todos sus libros, que se estaban ya en el jardín de propósito, y el camino se les hazía bien largo; y topélos, y díxeles dónde iban; dixéronme cómo mi señor era muerto, y que la ayuda bien la podía derramar. En llegando al jardín vi que todos lloraban; y entré de presto á tomarle el pulso, y halléle sin calentura y como un hombre atrancado que no podía hablar, y apretéle la mano diziendo: ¡Qué ánimo es ése! Vuestra Excelençia no tema, que la mejor señal que hay para que no se morirá es de que los judíos van todos huyendo y le dexan por muerto sin saber la causa del azidente. Y mandé traer presto dos cucharadas de aguardiente y hízeselas tomar, y díxele que si desta moría me cortasen la cabeza. Estubo bueno y regozijado aquella noche, que estaba propio para hazer mercedes, y estimó mi consejo en mucho y el ver quán firmemente tenía yo que no era nada. Sabiendo aquella noche los judíos la mala nueba de que por el presente no quería morirse, helos aquí a la mañana con todo su ajuar, ansí de libros como de mediçinas.

     MATA.-¿Y osaron paresçer entre jente? Bien dizen que quien no tiene vergüenza todo el mundo es suyo.

     PEDRO.-Como si no hubiera pasado cosa por ellos; ¡tan hechizado tenían ya a mi amo con su labia!

     MATA.-¿De dónde deçían que venía?

     PEDRO.-De buscar mill recados que para sanarle traían, y tener acuerdo con los libros que tenían en casa, para mejor le curar.

     JUAN.-¿Y creyólos?

     PEDRO.-Como de primero.

     JUAN.-¿Pues qué diablo de gente es? Mayor pertinaçia me paresçe esa que la de los judíos, pues lo que tantas vezes veían creían menos.

     PEDRO.-Siempre quando se quexan dos gana el primero, y en cosa destos paresçeres el postrero; y como los vellacos sabían tan bien la lengua, siempre hablaban a la postre; aunque le tubiese de mi parte le mudaban luego. Comienzan de sacar drogas de una talega y mostrar al Baxá, y los manojuelos de poleo y mestranço y calamento y otros; ansí dezían: ¿Ve Vuestra Exçelencia esto? viene de Chipre, estotro de Candía, aquello de tal India, estotro de Damasco; y sin vergüenza ninguna de mí; yo, algo enojado, dixe al Baxá al oído que me hiziese merçed de pues era cosa que le iba la vida, mandase que yo hablase allí y me diesen atençión; lo qual hizo de buena gana, porque la noche antes había cobrádome un poco de crédito, y díxeles: señores...

     MATA.-¿En qué lengua?

     PEDRO.-En turquesco, que nunca Dios me faltaba; no por vía de disputa ni de contradezir cosa que haréis sino para saber: ¿esas yerbas no serían mejores y de más virtud frescas que secas? Dixo el Amón: Bien habéis estado atento a lo que hemos dicho. ¿No oístes que ésta viene de doçientas leguas, y estotra de mill; aquélla de Indias, la otra de Judea? ¿Pensáis que estáis en vuestras Españas, que hay déstas? Ya lo tengo, digo, señores, entendido, y no digo sino si las hubiese, por si Dios me lleba en mi tierra, que dezís que las hay, sepa alguna cosa de nuebo. Respondieron todos a una: No hay que dubdar sino que si se hallasen sería mill vezes mejores. Pregunté al Baxá si había entendido lo que dezían, y él dixo que sí; y tornóselo él mesmo a preguntar, y refirmáronse en sus dichos; estonçes yo digo: Pues, señor, mande Vuestra Exçelencia poner la caldera en que se han de cozer al fuego, con agua, y si antes que yerba no traxese todas estas yerbas frescas y algunas más, en llegando quiero que se me sea cortada la cabeza; porque vuestra exçelençia vea cómo éstos no saben nada más de robar. Respondió el Amón: Si vos trajéredes ésta, mostrándome un poco de zentabra, yo os daré un sayo de brocado, si no vais a España por ella. El Baxá prestamente mandó ser puesto todo por la obra, y voy con mis guardianes y un azadón a una montañuela que estaba del jardin un tiro de vallesta pequeña, donde yo algunas vezes quando curaba a la Soltana había ido por todas las yerbas y raízes que había menester, y donde sabía claramente que estaban todas, y comienzo de arrancarlas con sus raízes y todo, y tomo un grande haz dellas y otras que ellos no habían traído, y entro cargado con mi azadón y todo en la cámara del Baxá, donde estaba toda la congregaçión, y arrojé junto a mi amo el haz, bien sudando, y que no me alcanzaba un huelgo a otro, y començé de tornar un manojuelo de secas y una rama de verdes, y juntábalas y mostrándoselas a mi amo decía: ¿Soltan buhepbir deila? ¿Señor, esto no es todo uno? A lo qual respondía, como no lo podía negar: ierchec: es grande verdad; y tomaba otra y deçía lo mesmo; hasta que no había más de las secas, y començé de mostrar otras que también hazían al propósito, y eché la zentaura sobre la cabeza del judío y díxele: Dadme un sayo de brocado, y toma esta yerba.

     MATA.-Él os diera dos por no la ver. ¿Y qué dixo a eso? No faltara allí confusión; maravíllome no alegar el testo del Evangelio: in Belzebut, prinçipe demoniorum ejicit demonia.

     PEDRO.-Antes respondieron lo mejor del mundo, que el diablo que los guía, como yo después les dixe, les faltó al tiempo que más era menester. Salió Amón Ugli y dixo: Señor, yo, en nombre de todos te juro por el Dios de Abraham y por nuestra ley embiada del çielo, que tienes en casa al que has menester, y que si ese no te cura, nadie del mundo baste a hazello; y como ya sabe Vuestra Exçelencia, nosotros, por la grande subjeçión que os tenemos, no osamos salir al campo a buscar si hay estas cosas, porque nos matarían por quitarnos las capas; no pensábamos que tal cosa hubiese, y ansí con las nabes que van a esos lugares que dixe, embiamos a probemos de todo. Salidos allá fuera en conversaçión, yo les dixe: Señores, pidos por merçed que n'os toméis conmigo, que maldita la honrra jamás ganéis, porque por virtud del carácter del baptismo sé las lenguas todas que tengo menester para confundiros, y ganaréis conmigo más por bien que por mal.

     JUAN.-Razonablemente de contento quedara vuestro amo.

     PEDRO.-Como si le dieran otro estado más como el que tenía; y os diré que tanto, que aquel mesmo día hizo testamento muy solemne y la primera manda es dexarme libre si se muriere; y mandóme venir delante dél con mis guardianes y diome una sotana de muy buen paño, morada, y a ellos sendas otras de un paño razonable y cada quatro escudos; y díxoles: Yo os agradezco mucho la buena guarda que deste christiano me habéis tenido fasta agora; pues Dios le ha hecho libre, de aquí adelante dexadle andar, y vosotros idos a mi torre a guardar los otros christianos, que éste guardado está; y desde aquel día adelante començé de gozar alguna livertad y serbir con tanta afictión y amor, que no me hartaba de correr quando me mandaban algo, y comedíame tanto, que si veía que el Baxá mandaba alguna cosa a uno de sus criados, yo procuraba ganar por la mano y hazerla. Vino la privança a subir tanto de grado y estar todos en casa tan bien conmigo, como ya sabía la lengua, que un día, estando purgado el Baxá algo fatigado, levantóse al serbidor, y çierto en aquella tierra ni saben servir ni ser servidos; y como yo vi que ningún regalo hazían a la cama, ni siquiera igualarla, dexo caer mi capa en tierra, y abrazo toda la ropa y quítola de la cama y hago en el aire la cama bien hecha, de lo que quedó el Vaxá tan espantado y contento, que mandó que sirbiese yo en la cámara, y dende a pocos días proveyó al camarero un cargo y mandóme que yo fuese camarero suyo, lo qual açepté con grande aplauso de toda la casa; y de tal manera, que no se levantara por ninguna vía ni se rebolviera si yo no lo hazía. Cada mañana había yo de ir a la coçina y ordenarle la comida: y quando quería comer era menester que yo sirbiese de mastresala, y en ninguna manera se le llebara la comida si yo no iba con una caña de Indias en la mano a dezir que la traxesen; y venía delante della y yo por mi mano se lo cortaba y daba de comer, y me comía delante dél los reliebes.

     PEDRO.-Más al menos que los judíos.

     JUAN.-¿Pues no son liverales en el ordenar la comida?

     PEDRO.-Yo os diré: un día que el Baxá se purgaba fueron a la coçina y dixeron al cozinero que coziese media abe y diese del caldo sin sal media escudilla, y después la saçonase porque había de comerla el Vaxá. Yo, como los vi mandar aquello, atestélos de hideputas, vellacos, y mandé poner quatro ollas delante de mí y en cada una echasen dos aves. En la una se coçiesen sin sal, con garbanços; en la otra, con raízes de perejil y apio; en la otra, con çebollas y lentejas; la última, con muchas yerbas adobadas, y asasen otras dos también por si quisiese asado. Ellos luego dixeron: ¿Ut quid perditio hec? Digo: porque sepáis que nunca curastes hombre de bien; ¿cómo? ¿a un tan gran señor tratáis como se había de tratar uno de vosotros?; cómanse estas gallinas después los moços de coçina. No dexé de ganar honrra con mi amo quando lo supo.

     JUAN.-Con los coçineros creo que no se perdió.

     MATA.-¿Pensáis que es mala amistad en casa del señor? No menos la querría yo que la del más prinçipal de casa.

     JUAN.-Y de allí adelante, ¿mejoraba o peoraba?

     PEDRO.-Oras mejoraba, oras se sentía peor, como la hidropesía estaba ya confirmada.

     JUAN.-¿Era subjeto a mediçina? ¿Tomaba bien lo que le dabais?

     PEDRO.-Por lo que pasó con el caldo sin sal de la primera purga que le di lo podréis juzgar; porque le dexé un día ordenado, habiendo tomado las píldoras, que media hora antes de comer tomase una escudilla de caldo sin sal; pensando que para cada día se lo mandaba, le duró 40 días, que lo tomaba cada día, fasta que, como le sabía tan mal, un día me rogó que si podía darle otra cosa en trueco de aquello lo hiziese, porque estaba ya fastidiado. Venido a saber qué era, contóme cómo cada día tomaba aquel vebrajo. Yo le desengañé con deçir que era muy bien que le hubiese tomado, mas que yo no lo había ordenado más de para el día de las píldoras.

     JUAN.-En propósito he estado mill vezes de preguntar esto del caldo sin sal a qué propósito es, o si se puede excusar, porque a mí y aun a muchos es peor de tomar que la misma purga. Parésçeme a mí que quatro granos de sal poco hazen ni deshazen.

     PEDRO.-Es como la neçedad común del refrán de la pobreza que no es vileza; que se van los médicos al hilo de la jente sin más escudriñar las cosas a qué fin se hazen. No se me da más que sea con sal que sin sal, ni que sea caldo que agua cozida. El fin para que los que escrivieron lo dan es para lavar la garganta y tripas y estómago, y en fin todas las partes por donde ha pasado, porque no quede algún poquillo por allí pegado que después haga alguna mordicaçión y alborote los humores. Esto tan bien lo haze con sal como sin ella.

     MATA.-A mí me cuadra eso; y un médico muy grande, françés, que pasó por aquí una vez, curando a çiertos señores les daba el caldo con sal, y agua con azúcar otras vezes.

     PEDRO.-Eso mesmo se usa en todo el mundo, sino que muchas cosas se dexan de saver por no les saber buscar el origen; sino porque mi padre lo hizo, yo lo quiero hazer.

     MATA.-¿Qué se hizo de los judíos? ¿Nunca más paresçieron?

     PEDRO.-Yo hize que los despidiesen a todos, sino a dos, los prinçipales que estubiesen allí.

     MATA.-¿Para qué?

     PEDRO.-Eso mesmo me preguntó mi amo un día; que pues no se hazía más de lo que yo mandaba, ¿para qué tenía allí aquellos médicos a gastar con ellos? Díxele: Señor, esos yo no los tengo para Vuestra Exçelençia, sino para mi satisfaçión; si Dios quisiere llebar de este mundo a Vuestra Exlelençia, no digan que yo le maté, y también para que un prínçipe tan grande se cure con aquella autoridad que conviene, pues tiene, graçias a Dios, bien con qué lo pagar.

     JUAN.-¿Contradeçían'os en algo?

     PEDRO.-Antes estábamos en grande hermandad, y deçían mill bienes de mí en ausençia al Baxá; y quando le venían a ver primero hablaban conmigo, preguntándome cómo había estado, y lo que yo les respondía aquello mesmo deçían dentro.

     JUAN.-No entiendo eso.

     PEDRO.-Si yo deçía que tenía calentura, ellos también; si que no la tenía, ni más ni menos; ya no me osaban desabrir ellos.

     MATA.-¿Y otros?

     PEDRO.-Cada día teníamos médicos nuebos en casa, a la fama que tenía de ser liveral.

     MATA.-Sé que ya no los creía.

     PEDRO.-Como si no hubiera pasado nada por él; pero eran médicos de las cosas de su ley con palabras y sacrifiçios, a lo qual ni los judíos ni yo osábamos ir a la mano, y ninguno venía que no prometiese dentro de tres días darle sano, y a todos creía. Dixéronle los letrados de la ley de Mahoma que los médicos no entendían aquella enfermedad ni la sabrían curar; que era la causa della que algunos que le querían mal habían leído sobre él, que es una superstiçión que ellos tienen, que si quieren hazer a uno mal leen çierto libro sobre él, y luego le hazen o que no hable y que no ande, o le çiegan, o semejante cosa; y el remedio para esto era que buscase grandes lectores y que leyesen contra aquéllos y deste modo sanaría. Costóle la burla más de siete mill ducados.

     MATA.-¿De sólo leer? ¿Marabedís diréis?

     PEDRO.-No, sino ducados, y aun de peso, porque hizo poner un pabellón muy galán en medio el jardín, que podían caber debaxo dél çinquenta hombres, y de día y noche por muchos días venían allí muchos letrados a leer su Alcorán y otros libros, y velaban toda la noche, y a la mañana se iban con cada quatro piezas de oro y venían otros tantos, de manera que nunca se dexase de leer; tras esto mil hechizeros, unos hincando clabos, otros fixando cartas, otros dándole en la taza que bebía una carta para que se deshiziese allí.

     JUAN.-¿Y todos esos prometían a tres días la salud?

     PEDRO.-Todos, y nadie salía con ella; vino una muger que a mi gusto lo hizo mejor que nadie, y tenía grande fama entrellos, que cada día la primera cosa que veía por la mañana hazía que fuese una cabra negra, y tras esto pasaba tres vezes por debaxo de la tripa de una borrica, con çiertas palabras y çerimonias, y era la cosa que más contra su voluntad hazía, porque era un hombrazo y con una tripa mayor que un tambor, ya podéis ver la fatiga que resçibiría. Entre éstas y éstas le daba un letuario lleno d'escamonea, que le hazía echar las tripas. Dixo que era menester hazer un pan en un horno edificado con sus çerimonias, y probeyóse que en un punto fuesen los maestros con ella y la obreriça neçesaria, y que juntamente le llebasen quatro carneros. Yo fui a ver lo que pasaba, por el deseo que de la salud de mi amo tenía, y en una parte de la casa, donde era buen lugar para el horno, tomó una espada, y con çiertas palabras, mirando al çielo, la desembainó y comenzó d'esgrimir a todas las partes, y puso en quadro los carneros maniatados donde el horno había d'estar y dio al cortador el espada para que los degollase con ella, y después de degollados mandólos dar a unas hijas suyas arriba, y sobre la sangre començaron a edificar su horno con toda la prisa posible, de suerte que en un día y una noche estaba el mejor horno que podía en Constantinopla haber, y allí echó un bollo con sus çeremonias, y llebósele al Baxá, diçiendo que comiese aquél, con el qual había de ser luego sano, y no dexase para que se cumpliesen los nuebe días hazer lo de la cabra y la asna. Ella se fue a su casa, y dexóse a mi amo peor que nunca.

     JUAN.-Ella lo hizo muy avisadamente, porque no quería mas de tener orno y carnero para çeçina, y meresçía muy bien ese Baxá todas esas burletas, pues lo creía todo.

     PEDRO.-Vino tras ésta otro que dixo que veinte y quatro horas podía tener el mal, y no veinte y cinco, si luego le daban recado; y pidió una mesa allí delante y tras esto çinco ducados soldaninos que llaman, que tienen letras arábigas, y que fuesen nuevos. No fue menester, por la graçia de Dios, irlos á buscar fuera de casa. Quando los tubo sobre la mesa dize: Tráiganme aquí un clabo de un ataút de judío, y una mançana de palo que tienen los ataútes de los turcos, en que lleban el tocado del muerto, y la tabla de otro ataút de christianos. Todo fue con brevedad traído, y puso la tabla sobre la mesa y los ducados sobre la tabla, y tomó la mançanilla con una mano y el clabo en la otra; y alzados los ojos arriba, no sé qué se murmuraba y daba un golpe en el ducado y agujerábale, y tornaba a deçir más palabras y daba otro golpe; en fin, los agujeró todos, y dixo que aparejasen el almuerço porque a la mañana no habría más mal en la tripa que si nunca fuera, con lo que había aquella noche de hazer en las letras de los ducados, y tomó sus ducados en la mano y fuese hasta hoy aunque l'esperaban bien.

     MATA.-¡Dios, que meresçía ése una corona, porque hizo la cosa mejor hecha que imaginarse puede, porque sepan los bellacos a quién tienen de creer y a quién no!

     JUAN.-De allí adelante, al menos, bien escarmentado quedara.

     PEDRO.-Maldito; lo más que si ninguna cosa hubiera pasado por él déstas; porque otro día siguiente vino otro que le hazía beber cada día media copa de agua de un poço, y cada día leía sobre el poço una hora; y mandó al cabo de ocho días que fuesen a buscar si por ventura hallasen algo dentro; y entró un turco y sacó un esportillo, dentro del cual estaba una calabera de cabrón con sus cuernos, y otra de hombre y muchos cabellos, y valióle un vestido al bellaco del hechizero, no considerando que él lo podía haber echado.

     JUAN.-¿Pues qué diçía que significaba?

     PEDRO.-Que el que lo echó causó el mal, y había de durar hasta que lo sacase; mas no curó de esperar más fiestas. Diéronle dos ducados, con los quales se fue y sin pelo malo. Tras todo esto vino un médico judío de quien no reçaba la Iglesia, que se llamaba él liçençiado, y prometió si se le dexaban ver, que le sanaría. El Baxá, por ser cosa de mediçina, quando vino remitiómelo a mi rogándome que si yo viese que era cosa que le podría hazer probecho, por embidia no lo dexase. Yo se lo prometí, y quando vino el señor liçençiado començó de hablar de tal manera que ponía asco a los que lo entendían. Yo le dixe: Señor, ¿en quántos días le pensáis dar sano? Dixo que con la ayuda del Dío en tres. Repliqué si por vía de mediçina o por otra. Él dize: que no, sino de mediçina porque aquello era trópico y le habían de sacar, que era como un gato, y otros dos mill disparates; a lo qual yo le dixe: Señor, el grado de liçençiado que tenéis ¿hubistesle por letras o por herençia? Dixo tan simplemente: No, señor, sino mi agüelo estudió en Salamanca y hízose liçençiado, y como nos echaron d'España, vínose acá, y mi padre fue médico que estudió en sus libros y llamóse ansí liçençiado, y también me lo llamo yo. Digo: ¿Pues a esa quenta también vuestros hijos después de vos muerto se lo llamarán? Dize: Ya, señor, los llaman liçençiaditos. No pude estar sin reírme, y el Baxá preguntó que qué cosa era, si cumplía o no. Respondíle que no sabía; reprehendióme diçiendo que cómo era posible que no lo supiese. Digo: Señor. si digo a Vuestra Exçelençia que no sabe nada, luego me dirán que le destierro quantos médicos hay que le han de sanar, si le digo que sabe algo, será la mayor mentira del mundo, y hanme mandado que no mienta; por eso es mejor callar. Ayudáronme de mala los protomédicos que allí estaban, y tubimos que reir unos días del señor liçençiado con sus liçençiaditos.

     JUAN.-De rebentar de risa era razón, quanto más de reír. ¿Y en estos medios hazíaisle algunas mediçinas o dexabais hazer a los negrománticos?

     PEDRO.-Siempre en el dar de comer asado y vizcochos y tomar muchos xarabes y letuarios apropiados a la enfermedad continuábamos nuestra cura, hasta que quiso Dios que se le hinchó la bolsa en tanto grado, que estaba mayor que su cabeza, y començé de ponerle mill emplastos y ungüentos, que adelgaçaron el cuero y començó de sudar agua clara como del río, en qué manera, si pensáis que le agujeré la cama para que cayese en una bazía lo que destilaba, y hallé pesándolo que cada hora caían tres onças y media de agua, por manera que si no me fueseis a la mano os diría el agua toda que salió quánto pesó.

     MATA.-Como sea cosa de creer, ¿quién os tiene de contradezir?

     PEDRO.-Pues no lo creáis si no quisiéredes, mas yo os juro por Dios verdadero que pesó onçe ocas.

     JUAN.-¿Quánto es cada oca?

     PEDRO.-Quarenta onças; en fin quatro libras mediçinales.

     MATA.-¿Qué es libra mediçinal?

     PEDRO.-De doçe onças.

     MATA.-¿De manera que son cuarenta y quatro libras desas?

     PEDRO.-Tantas.

     MATA.-Porque vos lo dezís yo lo creo, pero otro me queda dentro.

     JUAN.-Yo lo recreo, por el juramento que ha hecho, y sé que no está agora en tiempo de mentir, quanto más que qué le va a él en que sean diez ni çiento.

     MATA.-Ello por vía natural, como diçen, ¿podíase convertir el viento en agua?

     PEDRO.-Muy bien.

     MATA.-Desa manera yo digo que lo creo, que se engendraba cada día más y más.

     PEDRO.-No menos inchado quedó siendo salida tanta agua que si no saliera nada, porque la parte sutil salió y quedóse la gruesa, por no haber por dónde saliese; lo qual fue causa de romper toda nuestra amistad, porque viendo yo que se tornaba de color de plomo y dolía terriblemente y se cançeraba, fui de paresçer que luego le abriesen, y los protomédicos que no en ninguna manera; ¡tanto es el miedo que aquellos malaventurados tienen de sangrar y abrir postemas! Yo dixe, como era verdad, que si esperaban a la mañana, el fuego no se podría atajar; por tanto, luego mandasen hazer junta de todos los çirujanos y médicos que hallasen, los quales vinieron luego, y propuesto y visto el caso no había hombre que se atrebiese sino sólo aquel mi compañero viejo de quien arriba he dicho, y lleguéme a la oreja a un çirujano napolitano judío que había estado en Italia y se llamaba Rabí Ochanán, y díxele: Si tú quieres ganar honrra y probecho, ven conmigo en mi opinión, que todos éstos son bestias, y yo haré que quedes aquí en la cura. Él fuese tras el intherese y dixo que estando él con el Marqués del Gasto había curado dos casos ansina y ninguno había peligrado; no sabía por qué aquellos señores contradeçían tanto. Yo hablé el postrero de abtoridad y digo: Contra los que dizen que se abra no tengo qué argüir, porque me paresçe tienen gran razón; pero los que dizen que no, ¿cómo lo piensan curar? Dixo el Amón Ugli: Con emplastos por de fuera y otros ungüentos secretos que yo me sé. Digo: Pues ¿por qué estos días no los habéis aplicado? Respondióme: Porque no han sido menester. Digo: ¿Pues no beis que mañana estará hecho cánçer, y lo que está dentro, que es materia gruesa, si no le hazéis lugar, por dónde ha de salir? El Baxá, visto el dolor mortal, embió a dezir a su hermano Rustán Baxá el consejo de los médicos, y cómo la mayor parte deçía de no y qué le paresçía que hiziese. La Soltana le embió su eunucho a mandar expresamente que ninguna otra cosa hiziese sino lo que el christiano español mandase, y lo mesmo el hermano, y a mí que me rogaba que mirase por la salud de mi amo y no consintiese hazerle cosa que a mí no me paresçiese ser buena y probada. Despidieron y pagaron los médicos todos, que no quedó sino uno, yerno del Amón, que se llamaba Jozef, y el çirujano Rabí Oçanán; y otro día por la mañana mandéles a los çirujanos se pusiesen en orden y le abriesen, lo que pusieron por obra, y salió infinita materia; pero porque no se desmayase yo lo hize zerrar y que no saliese más, por sacarlo en otras tres vezes.

     JUAN.-¿No era mejor de una, pues era cosa corrompida? ¿Qué mal le tenía de hazer sacarle la materia toda?

     PEDRO.-Podíase quedar muerto, porque no menos debilita sacar lo malo que lo bueno.

     JUAN.-El por qué.

     PEDRO.-No es posible que a bueltas de lo malo no salga grande quantidad de bueno; y como iba saliendo, él sentía grandíssima mejoría, y cuanto más iba, más; y de aquella vez quedó muy enemigo con todos los médicos que no le querían abrir, diçiendo que claramente le querían matar.

     MATA.-¿Y vos entendíais algo después de abierto de su mal?

     PEDRO.-¿Cómo si entendía?

     MATA.-Dígolo porque ya era caso de çiruxía y los médicos no la usan.

     PEDRO.-No la dexan por eso de saber, antes ellos son los verdaderos çirujanos.

     MATA.-Pues acá, en viendo una herida, o llaga, o inchazón, luego lo remiten al çirujano y él comienza a reçetar muy de gravedad.

     PEDRO.-Ésa es una gran maldad, y mayor de los que lo consienten; porque ni puede purgar ni sangrar más que un barbero sin liçençia del médico, sino que los malos phísicos han introduçido esa costumbre, como ellos no sabían mediçina, de descartarse; y los confesores no los habían de absolver, porque son omiçidas mill vezes, y pues no escarmientan por el miedo de ofender a Dios, que la justiçia los castigase.

     MATA.-Pues ¿qué es el ofiçio del çirujano, limpia y christianamente usado?

     PEDRO.-El mesmo del verdugo.

     MATA.-No soy yo çirujano desa manera.

     PEDRO.-Hanse el médico y el çirujano como el corregidor y el verdugo, que sentençia: a éste den çient açotes, a éste traigan a la vergüenza, al otro corten las orejas; no lo quiere por sus manos él hazer, mándalo al verdugo, que lo exerçita y lo hará mejor que él por nunca lo haber probado, pero ¿claro no está que el verdugo, pues no ha estudiado, no sabrá qué sentençia se ha de dar a cada uno?

     MATA.-Como el christal.

     PEDRO.-Pues ansí el médico ha de guiar al çirujano: corta este braço, saxa este otro, muda esta vizma, limpia esta llaga, sangralde porque no corra allí la materia, poned este ungüento, engrosa esa mecha, dalde de comer esto y esto, en lo que mucho consiste la cura.

     MATA.-Y si ese tal ha estudiado, ¿no lo puede hazer?

     PEDRO.-Ése ya será médico y no querrá ser inferior un grado.

     MATA.-Pues muchos conozco yo y quasi todos que se llaman bachilleres y aun liçençiados en çirujia.

     PEDRO.-¿Habéis visto nunca graduado en ahorcar y descuartizar?

     MATA.-Yo no.

     PEDRO.-Pues tampoco en çirugía hay grados.

     MATA.-¿Pues en qué Facultad son éstos que se lo llaman?

     PEDRO.-Yo os diré también eso: ¿nunca habéis visto los que tienen bacadas guardar algunos nobillos sin capar, para toros, y después que son de tres años, visto que no valen nada, los capan y los doman para arar, y siempre tienen un resabio de más brabos que los otros bueyes, y tienen algunas puntas de toros que ponen miedo al que los junce?

     MATA.-Cada día, y aun capones que les quedan algunas raízes con que cantan como gallos.

     PEDRO.-Pues ansí son éstos, que estudiaban Súmulas y Lógica para médicos, y como no valían nada quedáronse bachilleres en artes de tibi quoque; sus padres no los quieren más probeer, porque ven que es cojer agua en çesto, y otros aunque los probean, de puros olgaçanes se quedan en medio del camino, y luego compran un estuche, y alto, a, emplastar incordios, quedándose con aquel encarar a ser médicos.

     JUAN.-Está tan bien dicho, que si me hallase con el Rey le pediría de merçed que mandase poner en esto remedio, como en los salteadores, porque deben de matar mucha más gente.

     MATA.-Y aun robar más volsas.

     PEDRO.-Pues los barberos también tienen sus puntas y collares de çirujanos, paresçiéndoles que en hallándose con una lançeta y una navaja, en aquello sólo consiste el ser çirujano. Una cosa os sé dezir, que donde yo estoy no consiento nada desto, si lo puedo estorbar.

     JUAN.-Sois obligado, sopena de tan mal christiano como ellos.

     PEDRO.-Ansí tenía aquellos çirujanos del Baxá, que ninguna cosa hazían si no la mandaba yo primero. El judío era algo fantástico y quisóseme alçar a mayores porque se vio faboresçido; mas yo luego le derribé tan baxo quan alto quería subir; en fin, determinó mudar costumbre y hízose medio truhán, que deçía algunas graçias.

     JUAN.-¿Y era buen ofiçial?

     PEDRO.-Todo era palabras, que yo a falta de hombres buenos le tomé. Siempre el otro lo hazía todo, y éste, por paresçer que hazía algo, tenía la candela al curar y estaba tentando y jeometreando porque pensasen que enseñaba al otro viejo; los sábados, comenzando del viernes a la noche, no alumbraba, porque conforme a su ley no podía tener candela en la mano, pero todavía parlaba. Tenía yo un día la candela, y son tan hipócritas, que por ninguna cosa quebrantarán aquello, y hazen otros pecadazos gordos; y fue neçesidad que yo fuese a no sé qué y dábale la candela que tubiese entre tanto, y él huía las manos, y yo íbame tras ellas con la llama y quemábale, lo cual movió al Baxá a grandíssima risa, y más quando supo la çerimonia y la hipocresía de guardarla delante dél. Aquel día habían traído un cesto de moscateles enpresentado de Candía, porque en Constantinopla, aunque hay grande abundançia de ubas, no hay moscateles, y pidió el Baxá que se los mostrasen, y traxeron un plato grande dellos, y tomó unos granos, pidiéndome liçençia para ello, y después tomó el plato y hizo merced dellos al judío, que no era poco fabor, y diómele a mí que se le diese; cuando se le daba estendió la mano y asió el plato; yo tiré con furia entonces, y no se le di y dixe: Birmum tut maz emtepzi tutar: ¡hi de puta! ¿no podéis tomar la candela y tomáis el plato, que pesa como el diablo? a fe que no los comáis. El Baxá, harto de rreír, mandóme, movido a compasión de cómo había quedado corrido, que se los diese y muy de veras; al qual repondí que no me lo mandase, que por la cabeza del Gran Turco y por la suya grano no comiese, y sentéme allí delante y comíme todas mis ubas, con gran confusión del judío, que siempre me estaba pidiendo dellas quando las comía, y de allí adelante vio que no se habían de guardar todas las çeremonias en todo lugar, y tomaba ya los sábados candela, con propósito de hazer penitençia dello.

     JUAN.-¿Y vos, guardabais allí zerimonias?

     PEDRO.-Quanto a los diez mandamientos, lo mejor que podía, porque nadie me lo podía impedir; mas las cosas de jure positivo ni las guardaba ni podía; porque si el biernes y quaresma no comía carne sentándome a la mesa de los turcos, que siempre la comen, yo no tenía otra cosa que comer, y fuera peor, según el grande trabajo que tenía de dormir en suelo, junto a la cama de mi amo, y aun ojalá dormir, que noventa días se me pasaron sin sueño, dexarme morir, quanto más que se me acordaba de Sant Pablo, que dize que si quis infidelis vos vocauerit et vultis ire, quidquid apponet edite, nihil interrogantes propter conscientiam; Domini si quidem est terra et plenitudo eius. No os lo quiero declarar, pues lo entendéis.

     MATA.-Yo no.

     JUAN.-Diçe Sant Pablo que si algún infiel os combidare y queréis ir, comed de quanto delante se os pusiere sin preguntar nada por la conçiençia, que, como dize David, del Señor es la tierra, y quanto en ella hay. Pero mirad, señor, que se entiende quando Sant Pablo predicaba a los judíos para convertirlos, y después acá hay muchos Conçilios y Estatutos con quien hemos de tener cuenta, que la Iglesia ha hecho.

     PEDRO.-Ya lo sé; pero estando yo como estaba y en donde estaba, me paresçe estar en aquel tiempo de Sant Pablo quando esto dezía, no teniendo qué comer sino lo que el judío o el turco me daban, y mayor pecado fuera dexarme morir. El oír de la missa no lo podía executar, porque con el ofiçio que tenía de camarero no era posible salir un punto de la cámara, y otras obras ansí de misericordia, aunque la de enterrar los muertos bien me la habían hecho executar, haziéndome llebar el muerto acuestas a echar en la caba.

     MATA.-¿Pues hay quien diga misas allá?

     JUAN.-Eso será para quando hablemos de Constantinopla; agora sepamos en qué paró la cura del Baxá.

     PEDRO.-A lo primero respondo, porque Mátalas Callando no quede preñado, que quien tiene livertad oirá misas todas las que quisiere cada día, y todos los oficios como en Roma, y desto no más, hasta su tiempo y sazón. Quiso Dios que el Baxá sanó de su enfermedad de hydropesía, y de la abertura de la bolsa, y la pascua suya tienen por costumbre dar de bestir a toda su casa y hazer aquel día reseña de todos, que le vienen uno a uno a vesar la mano; y como aunque sano, estaba flaco en convaleçençia, mandóme que le vistiese como yo quisiese, y púsele todo de tela de plata y brocado blanco y saquéle a una fuente muy rica que tenía en una sala, en donde tardó con grandíssima música gran pieza el besar de la mano; y quando todos se hubieron ya con sus ropas nuebas hecho, vino el mayordomo mayor y echóme una ropa de brocado acuestas porque veáis la magnifiçençia de los turcos en el dar, y el thesorero me dio un pañizuelo con çinquenta ducados en oro, y quando me hinqué de rodillas para vesar la mano a mi amo, tenía la carta de livertad hecha y sellada, reboltada como una suplicaçión, y púsomela en la mano y començaron de disparar mucha artillería y tocar músicas, y tornando a porfiar para vesarle el pie, asióme por el brazo y abrazóme, y diome un beso en la frente diçiendo: Ningunas gracias tienes que me dar desto, sino a Dios que lo ha hecho, que yo no soy parte para nada. Aunque agora te doy la carta, no te doy liçençia para que te vayas a tu tierra fasta que yo esté en más fuerças; ten paçiençia hasta aquel tiempo, que yo te prometo por la cabeza del Gran Turco de te embiar de manera que no digas allá en cristianidad que has sido esclabo de Zinán Baxá, sino su médico. Yo le respondí, inclinándome a besarle otra vez el pie y la ropa, que vesaba las manos de su exçelençia y no me tubiese por tan cruel que le había de dexar en semejante tiempo hasta que del todo estubiese sano, antes de en cabo del mundo que me hallara, tenía de venir para servirle en la convalesçençia, donde más neçesidad hay del médico.

     JUAN.-Estoy tan afiçionado a tan humano prínçipe, que os tengo embidia el haber sido su esclabo, y no dexaría de consultar letrados para ver si es líçito rogar a Dios por él.

     PEDRO.-Después de muerto tengo yo el escrúpulo, que en vida ya yo rogaba mill vezes al día que le alumbrase para salir de su error.

     MATA.-Y la carta ¿qué la hizistes? ¿traíaisla con vos o confiábaisla de otro?

     PEDRO.-El mayordomo mayor, aquel que me dio la ropa de brocado, con temor de que estaba en mi mano y me podría venir quando quisiese, sin que nadie me lo pudiese estorbar, me la pidió para guardármela fasta que me quisiese venir, y entre tanto, para entretenimiento, me dio una póliça por la qual me hazían médico del Gran Turco con un ducado veneçiano de paga cada día, de ayuda de costa.

     JUAN.-¿Quánto es el ducado veneçiano?

     PEDRO.-Treçe reales.

     MATA.-No dexara yo mi carta por çient mill ducados veneçianos del seno.

     PEDRO.-Hartos neçios me han dicho esa mesma neçedad. ¿Luego pensáis que si yo no viera que el Vaxá lo mandaba ansí que no la supiera guardar? No pude hazer menos; que si por malos de mis pecados dixera de no o refunfuñeara, luego me levantaran que rabiaba, y me quería ir, y fuera todo con el diablo, roçín y mançanas.

     JUAN.-A husadas, mejor consejo tomastes vos, quanto más que la honrra y probecho de médico del Gran Turco valían poco menos que la livertad. ¿Y qué dio a los judíos?

     PEDRO.-Cada çient ducados y sendas ropas de brocado. Mas los triumphos que cada día hazíamos por Constantinopla, me decid. El primer día que fue a Duan, que es a sentarse en el Consejo Real en lugar del Gran Señor, iba en un bergantín dorado por la mar, todo cubierto de terçiopelo carmesí, y ninguna persona iba dentro con él sino yo, con mi ropa de brocado; y en otro vergantín iban los gentiles hombres, y los médicos judíos, y no había día que no repartiesen dineros para vino a todos, cada tres o quatro escudos. Fue grandíssima confusión para los médicos mis contrarios que al cabo de quatro meses hubiese salido con la hidropesía curada, y de tal manera pesó al Amón Ugli, que cayó malo y dentro de ocho días fue a ser médico de Belzebut, y los que quedaron grandíssima envidia de verme médico del Rey y con más salario del primer salto que ellos o los más en toda su vida.

     MATA.-¿Y sabíaislo representar?

     PEDRO.-Era como águila entre pájaros yo entre aquellos médicos; todos me temblaban.

     MATA.-¿Pues tan para poco eran que no podían un día mataros o hazerlo hazer?

     PEDRO.-No podían lo uno ni lo otro, porque mi cabeza era guardada con las suyas; más subjeta jente es que tanto ni aun alçar los ojos a mirarme no osaran, porque no tenían mayor enemigo en el mundo que a mi amo; a ellos y a sus casas y linajes pusiera fuego.

     MATA.-Qué, ¿no faltara un bocadillo para que nadie lo supiera?

     PEDRO.-Bobo es el moço que tomara colaçión ni cosa de comer en sus casas. Convidábanme hartas vezes, pero yo siempre les deçía que ya sabían que mi fe lo tenía vedado, por tanto no me lo mandasen.

     MATA.-Y al cirujano viejo aquel christiano, ¿no le dieron nada o no sirvió?

     PEDRO.-También, que todo lo que de cirugía se hizo se había de agradesçer a él, que el judío no estaba más de para lo que os dixe. Le dieron su carta de livertad, y la depositó en la mesma parte diçiendo que nos habíamos de venir juntos. No penséis que no se tornó otra vez de nuebo a perder la amistad de los judíos, que le vino una herisipela que se paró como fuego, y yo, aunque estaba flaco, fui de paresçer de sangrarle, en lo qual fui contradicho de todos los médicos, que no menor copia había mandado venir que al tiempo del abrir, los quales deçían que un hombre que había pasado lo que él, y estaba tan flaco, juntamente con la sangre echaría el ánima. No me aprobechando dar bozes diçiendo que se ençendía en fuego de la gran calentura y mirasen tenía tanta sangre que le venía al cuero, y que por estar flaco no lo dexasen, que quanto más gordo es el animal tiene menos sangre, como claramente vemos en el puerco, que tiene menos que un carnero, entréme dentro en la recámara y díxele el consejo de todos los médicos, y como ni por pensamiento le consentían sangrar; que [si] de la sangre ajena eran tan avarientos ¿qué hizieran de la suya propia? Díxome: ¿pues qué te paresçe a ti? Entonces toméle a solas por la mano y apretándosela como de amistad digo: Señor, por Christo, en quien creo y adoro, que lo que alcanço es que si no te sangras te mueres sin aprobecharte nada tan gran peligro como has huido, de la hydropesía, y soy de paresçer que entre tanto que ellos acaban de consultar el cómo te han de matar, entre el çirujano christiano y yo çerremos la puerta y saquemos una escudilla de sangre. Él lo açeptó, estendiendo el braço y diçiendo: Más quiero que tú me mates que no ser sano por sus manos; pero ¿qué diremos, que querrán entrar al mejor tiempo? Digo: Señor, para eso buen remedio: deçir que estás en el servidor. Y quedamos a puerta zerrada un gentil hombre que se llamaba Perbis Agá, thesorero suyo y el más privado de toda la casa, que me tenía tanta y tan estrecha amistad como si fuéramos hermanos y el que jamás se apartó de la cama del Baxá en toda su enfermedad, y el barbero y yo y un paje. A puerta çerrada le saqué zerca de una libra de sangre, la más pestilençial que mis ojos vieron, verde y çenicienta, y abrimos la puerta que entrasen los que quisiesen, escondida la sangre, y allí estubieron en conversaçión una hora, en la qual el Baxá sintió notable mejoría, y muy contento les preguntó el inconveniente de la sangría, çertificándoles estar quasi bueno con haber hecho dos cámaras. Ellos respondieron que no había otro sino que no podía escapar si lo hiziera. No pudo sufrirlo en paçiençia, y airadamente, mostrándoles la sangre, les mandó que se le quitasen delante, llamándolos de omiçidas, y que si más le iban a ver, aunque los llamase, a todos los mandaría ahorcar. Fuéronse, baxas sus cabezas, a quejar al hermano y a la Soltana, y desculparse que si se muriese no les echasen culpa ninguna. El hermano le embió a visitar y reprehender porque hubiese ansí refutado su consejo; y él le embió la sangre que la viese, la qual vio también la Soltana, y andaba entre señores mostrándose como cosa monstruosa; y a la tarde yo le saqué otra tanta, con que quedó sano del todo.

     MATA.-¿Qué os deçían después los judíos?

     PEDRO.-Que no se maravillaban de que hubiese sanado, pero la temeridad mía los abobaba. Un hombre que había salido con tantas cosas y con victoria y estaba ya libre, y si moría su amo con el paresçer de todos quedaba más libre y con mucha honrra, atreberse a perder todo lo ganado en un punto, ya que si moría en sus manos la mayor merçed que le hizieran fuera atenazarle; lo mesmo me dixo un día el Rustán Baxá, al qual respondí: Señor, quando yo voy camino derecho, a sólo Dios temo, y a otro no; mas quando voy torçiendo, una gallina pienso que me tiene de degollar, aunque esté atada. Y a los judíos dixe también: Sabed que la mejor cosa de la fortuna es siguir la victoria.

     MATA.-Al menos hartas cosas había visto, por donde, aunque le pesase, ese vuestro amo os había de creer más que nadie.

     PEDRO.-Eso fuera si estubiera bien con Dios; pero como le traía el diablo engañado, habíale de dexar hasta dar con él en el infierno; dos meses más le dio de vida.



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Capítulo IX

Muerte de Sinán Bajá y liberación de Pedro

     JUAN.-¿Cómo?

     PEDRO.-Andaba en el mes de diziembre, al prinçipio, con una caña en las manos, como si no tubiera ni hubiera tenido mal, y al cabo que había caminado una legua se me quexaba que le dolían un poco las piernas y que le curase. Yo lo echaba por alto diçiéndole: ¡Señor, un hombre que seis meses ha pasado lo que Vuestra Exçelençia se espanta deso! Las piernas aún están algo débiles y no pueden sustentar como de primero tan grande carga como el cuerpo, sin hazer sentimiento, fasta que tornen del todo en su ser. Guárdese Vuestra Exçelençia del diablo y no haya mediçina ninguna, que le matará. Vino a él un judío boticario que se hazía médico y todo, el más malaventurado que había en Judea y más pobre, que se llamaba Elías, y como sabía que pagaba bien, díxole en secreto: Yo, señor, he sabido que Vuestra Exçelençia ha estado, mucho tiempo ha, malo, y mi ofiçio es solamente de un secreto de hazer a los flacos que por más que anden no se cansen. Podréte servir en ello, pero ha de ser con condiçión que este christiano español no sepa nada, porque luego hará burla y dirá que no sé nada y no quiero que deprenda por mill ducados mi secreto. El Vaxá, que estábamos de camino para Persia al campo del Gran Turco, túbolo en mucho, y no sólo le prometió que yo no lo sabría, mas juróle todos los juramentos que en la ley de Mahoma más estrechamente ligan, y luego començó de esconderse de mí y tomar çiertos bocados que aquél le daba, llenos de escamonea, que le hazía echar las tripas; purgóle onçe días mañana y noche, que al menos le hizo hazer çiento y ochenta cámaras, y da con él en tierra.

     MATA.-¿Pues él no se sentía peor?

     PEDRO.-Sí; pero el otro le haçía creer que aquello que salía era de las piernas, y que no debilitaba nada, y que él ponía su cabeza que se la cortasen si no saliese con la cura. Ya que se vio muy decaído, acordó de mandarme dar parte de todo lo pasado, y quando lo supe, que aquellos días yo me andaba paseando por la çibdad como no le haçía ninguna mediçina, halléle quasi muerto, devilitado y con una calenturilla, y reñíle mucho el error pasado. Y como vino allí el judío, quísele matar, y los pribados del Vaxá, entre los quales era el mayordomo mayor y el thesorero, que debían d'estar conçertados con él que le despachase, no me dexaron que le hablase mal ni le reprehendiese cosa de quantas hazía. Yo vime perdido, y estando la sala llena de caballeros y dos Baxás amigos suyos, que le habían venido a ver, como quien toma por testimonio le protesté y requerí que no hiziese más cosa que aquél le mandase, porque si lo hazía no llegaría a nuestra pascua, que era de allí a veinte días, y me maravillaba de una cabeza como la suya, que gobernaba el imperio todo por mar y por tierra, igualarla con la de un judío el más infame de su ley. Si quería por vía de mediçina judíos, había honrrados y buenos médicos; llamáselos y curásese con ellos, y no les diese aquella higa a todos los médicos. Gran vengança, digo, será, que después de muerto corten la cabeza del judío. Pregunto: ¿Qué gana Vuestra Excelençia por eso? A todos les paresçió bien y de allí en adelante cada día a quantos me preguntaban cómo estaba mi amo les respondía: Muérese. El judío no dexó de perseverar su cura, con dezir que ya él había dicho que yo le había de contradeçir; mas por bozes que diese no deprendería el secreto y que tomase lo que le daba y callase. No dexó de mejorar un poco, porque cesó de darle purgas, y reíase mucho de que yo le dixese quando le tomaba el pulso que se moría. Como no sanaba dentro del plazo constituido, díxole: Señor, yo hallo por mis escrituras que contra el mandado y voluntad de Dios no se puede ir; hágote saber que si no vendes una nabe que tienes, por la qual te ha benido el mal, que ningún rremedio hay. Manda luego sin ninguna dilaçción se diese por qualquier preçio, porque él se acordaba que del día que aquella nabe se cayó en la mar tenía todo su mal.

     JUAN.-¿Qué nabe? ¿Qué tenía que haçer el mal con la nao?

     PEDRO.-Tenía una muy hermosa nao, la qual un día dentro el puerto, dándole careña, que es çierto baño de pez que le dan por debaxo, cargáronla sobre unas pipas, y por no la saber poner se hundió toda en la mar; a sacarla concurrió infinita gente, que casi no quedó esclabo en Constantinopla. Con muchos ingenios, en ocho días, a costa de los braços de los christianos, sin lesión ninguna la sacaron. Deçía agora aquel judío que la nabe causaba el mal. Hízosela bender en çinco mil ducados, baliendo ocho mil, con el agonía de sanar.

     JUAN.-¿Y no había otra causa más para echar la culpa a la nabe? ¿Qué deçíais vos a eso?

     PEDRO.-Quando yo lo vi, conçedí con el judío que desde entonçes tenía el mal, y el caherse la nabe había sido la causa de la enfermedad; mas que ni el judío ni él no sabían el por qué como yo, y si me perdonaba yo lo diría. Diome luego liçençia y aseguróme; dixe: ¿Vuestra Exçelençia tiene memoria que aquel día cruçificó un christiano y le tuvo delante de los otros más de quatro horas cruçificado? Pues Dios está enojado deso.

     JUAN.-¿Cruçificar christiano?

     PEDRO.-Sí en verdad.

     JUAN.-¿En cruz?

     PEDRO.-En cruz.

     JUAN.-¿Bibo?

     PEDRO.-Bibo.

     JUAN-¿Y ansí aspado?

     PEDRO.-Ni más ni menos que a Christo.

     JUAN.-¿Pues cómo o por qué? ¿Bos bisteis tan gran crueldad?

     PEDRO.-Con estos ojos. Hay dos o tres galeras en Constantinopla que llaman de la piedra.

     MATA.-¿Son hechas de argamasa?

     PEDRO.-No, sino como las otras; mas porque sirben de traher de contino, inbierno y berano, piedra para las obras del Gran Turco las llaman de la piedra. En rrespecto de la de éstas, es paraíso estar en las otras; traen sin árboles ni belas, salbo una pequeñita que está en la proa, que se dize trinquete, y los que han hecho de los turcos tan graves delitos que mereçen mil muertes, por darles más pena los echan allí, donde cada día han de cargarla antél y descargar, como si también quando faltan malhechores meten christianos cautibos.

     JUAN.-¿Por qué no tiene árbol ni velas?

     PEDRO.-Porque como es tan infernal la bida, los que aran dentro se irían con la mesma galera, que aun sin velas se huyó tres vezes estando yo allí, entre las quales fue ésta quando un garçonçito déstos conçertó con todos los que con él rremaban que matasen los guardianes y se huyesen; vinieron a executar su pensamiento, y lebantáronse contra los que estaban dentro y rindiéronseles, matando alguno, e huyéronse. Aquel úngaro, no contento con esto, ya que estaban rrendidos estaba mal con el arráez, porque le azotaba mucho, y quando se bio suelto arremete a él y dale de puñaladas, y ábrele el pecho y sacó el coraçón, el qual se comió a bocados, y otro compañero suyo tomó al canite y a un hijo del arráez hiço otro tanto. No fue Dios serbido de darles buen biaje. Bolbió el biento contrario, y dieron al través çincuenta leguas de Constantinopla, y fueron descubiertos de la gente de la tierra y presos todos y llebados a Constantinopla quando esta nave se sacaba. Quando se huyen christianos, los turcos a los capitanes que los emponen en que se huyan, castigan, que a los demás no los hazen mal, sino dizen que los otros los engañaron y lo han de pagar. Como la bellaquería que aquel úngaro y su compañero habían usado era tan grande, Çinán Bajá, como virrey mandó que aquel día, que todos los cautibos estaban sacando, juntos en la nabe fuesen cruçificados, bibo el que mató al capitán, y el otro enpalado después de cortados braços y horejas y nariçes; éste luego murió, mas el que estaba en la cruz bien alta, entre una nabe y otra, estuvo con gran calor medio día, hasta que yo con mi privanza fui a besar el pie del Bajá, que muchos habían ido y no habían alcançado nada; hízome la merçed de que yo le hiçiese cortar la cabeza, con la qual nueva fui tan contento como si le hiciera la merçed de la vida.

     JUAN.-Grande lástima es ésa. En mi bida oí dezir que fuesen tan crueles; por mayor merçed tengo aquélla que el alcançar la vida. ¿Murió christiano?

     PEDRO.-Yo no entendí su lengua; pero a lo que dijeron todos los que le oían y entendían, como un mártir.

     JUAN.-Bienaventurado él, que no sé qué más martirio del uno y del otro. ¿Y los christianos qué dezían?

     PEDRO.-Ayudarle con un pésame. ¿Qué queréis que hiciesen? Lástimas artas; y los mercaderes beneçianos y griegos todos estaban mirándole y animándole.

     MATA.-Y al Baxá ¿pesóle lo que le dixisteis? porque yo por fe tengo que esa fue la causa.

     JUAN.-¿No os paresçe que era bien sufiçiente?

     PEDRO.-Echólo en rrisa y díjome: Mucho caso haze Dios de vuestro christiano en el çielo con toda su mejoría y bender de nao. El día de Santo Tomé, pidióme, estando sentado, un espejo y un peine, y preguntóme, estándose mirando, quándo era nuestra pasqua. Yo le rrespondí que de allí a quatro días. Díjome: Gentil pronóstico has echado si no he de bibir más de hasta allá. Con mucha rrisa yo le dixe: Vuestra Exçelençia, que no hay cosa en el mundo que yo más desseo que mentir en tal caso; pero como yo beía el camino que este malabenturado de judío trae, procuraba apartar a Vuestra Excelençia de que no muriese a sus manos. Díjome: Pues si es hora de comer, tráheme la comida y baya el diablo para rruin, que yo no he tenido mejor apetito muchos meses ha. Tomé mi caña de Yndias, como tenía de costumbre, y fui a la coçina y mandé que llebasen la comida; yendo yo delante de los que la llebaban, bi un negro que a grande priesa bajaba la escalera diciendo: Yulco, yulco; agua, agua rrosada. Salté arriba por ver quién estaba desmayado, y hallé al pobre Çinán Baxá con el espejo en la una mano y el peine en la otra, muerto ya y frío; y por sí o por no, y de miedo que algún turco no me diese algo que no me supiese bien, pues paresçen mal los médicos en las cámaras de los, muertos, retrájeme a mi aposento que era baxo del de el Baxá y zerréme por dentro.

     MATA.-Yo me huyera.

     PEDRO.-Gentil consejo; agora os digo que habéis borrado quanto bueno toda esta noche habéis hablado, ¿Parésçeos que era bueno, donde no tenía culpa, hazerme omiçida y donde era libre tornar a ser cautibo? Antes gané la mayor honrra que en todas las curas ni de Soltana ni prínçipe ninguno; porque con la protesta que le hize y el prognóstico, todos quedaron señalándome con el dedo diçiendo el vere filius. Dei erat iste. Si a éste creyera, nunca muriera. Desde mi cámara vi toda la solemnidad y pompa del enterramiento, y llantos, y lutos, lo qual, si queréis, n'os diré agora; si no remitirlo he para su lugar.

     MATA.-¿Qué más a propósito lo podéis dezir en ninguna parte que aquí?

     JUAN.-Dicho se estará.

     PEDRO.-Pues presuponed que en su casa tenía muchos gentiles hombres y criados que se pusieron luto y le lloraban por orden y compases, diciendo uno la voz y respondiendo todos llorando. El luto es sobre la toca blanca que traen, que llaman turbante; se ponen la çinta que traen çiñida de manera que el tocado se cubra y parezca o todo no blanco, sino entreberado, o negro o de otro color como es la çinta. No hay más luto déste ni dura sino tres días; y con éste llevan los vestidos que quieren, que aunque sea brocado es luto. La boz del llanto dezía: ¡Hei, Zinan Baxá! ¡Hei! respondían todos. ¡Hei, hei bizum afendi! ¡Hei, hei! respondían siempre. ¡Hei, denis Beglerbai; hei, hei, Stambol bezir! ¡hei, hei andabulur birguile captan anda! A esto todos: ¡Vhai, vai, vai! Quiere dezir: ¡Ay! Zinán Baxá, ¡ay! nuestro patrón y señor, almirante de la mar, governador del imperio, ¿dónde se hallará un capitán como éste? ¡Guai. guai, guai! Yo, çerradas mis ventanas, en mi cámara me eché de hozicos sobre una arca y apretaba los ojos fuerte, y tenía muy a mano un jarro de agua, con que los mojaba, y el pañizuelo también, para si alguno entrase que no paresçiese que no le lloraba; y a la verdad, entre mí holgábame porque Dios le había matado sin que yo tubiese en qué entender con él; y como en la muerte del asno no pierden todos, quedaría libre, y me podría venir; lo qual si viviera, siempre tenía themor que por más cartas de livertad que me diera nunca alcanzara liçençia.

     MATA.-No me paresçe que dexó de ser crueldad no os pesar de veras y aun llorar, que en fin, aunque era pagano, os había hecho obras de padre a hijo.

     PEDRO.-Yo a él de Spíritu Sancto; bien paresçe que nunca salistes de los tiçones y de comer bodigos, que de otra manera veríais quánto pesa la livertad y cómo puesta en una valança y todas las cosas que hay en el mundo, sacada la salud, pesa más que todas juntas. No digo yo Zinán Baxá, pero todo el mundo no se me diera nada que se muriera, por quedar yo libre. No dexé, con todo esto, de meter bastimento para si no pudiese salir aquellos dos días, de una calabaza de vino que siempre tenía, y queso y pan, pasas y almendras. Luego le pusieron sobre una tabla de mesa y con mucha agua caliente y jabón le labaron muy bien todo.

     MATA.-¿Para qué?

     PEDRO.-Es costumbre suya hazer ansí a todos los turcos. Y metiéronle en un ataút de çiprés, y tomáronle entre quatro Baxás, con toda la pompa que acá harían al Papa, que no creo que era menor señor, y llebáronle a una mezquita que su hermano tenía hecha, que se llama Escutar, una legua de Constantinopla, y para la buelta había muchos sacrifiçios de carneros, y mucho arroz y carne guisado, para dar por amor de Dios a quantos lo quisiesen. Otro día que le habían enterrado yo salí a la cozina, a requerir si había qué comer, muy del hipócrita, puesto el pañizuelo, en los ojos, mojado, con lo qual moví a grandíssima lástima a todos quantos me vieron, y dezíanse unos a otros: ¡Oh, cuitado, mezquino deste christiano, que ha perdido a su padre! En la cozina me dieron un capón asado. Embolvíle en una torta, sin quererle comer allí, por fingir más soledad y dolor, y fuime a la cámara, harto regoçijado dentro. Como informaron al mayordomo mayor y al thesorero de mi gran dolor y tristeza, fueron, que no fue poco fabor, con otros diez o doze gentiles hombres a visitarme a mi cámara, y por hazerme más fiesta quisieron que allí se hiziese un llanto como el otro y llebase yo la voz, por el ánima del Baxá. Fui forçado a hazerlo, y con llorar todos como una fuente, yo digo mi culpa, no me pudieron hazer saltar lágrima; digo de veras, que del cántaro harto más que ellos. No veía la hora que se fuesen con Dios; ¡tanto era el miedo que tenía de reírme!

     MATA.-¿Qué se hizo de la hazienda? ¿Tenía hijos?

     PEDRO.-Quedó la Soltana por testamentaria o albazea, y llebáronle allá todo quanto había, que no fueron pocas cargas de oro y plata. Estad çiertos que eran en dinero más de un millón y en joyas y muebles más de otro; dejó dos hijas y un hijo; y después que yo vine he sabido que el hijo y la una hija son muertos; en fin todo le verná al Gran Turco poco a poco; día de los Reyes fue el primero que sacaron a vender por las calles en alta voz los esclabos, no menos contentos que yo; porque diçe el italiano: chi cangia patron, cangia ventura: Quien trueca amo, trueca ventura. Como era tan grande señor y tan poderoso, no se le daba nada por rescatar christianos, antes lo tenía a pundonor, y ansí muchos, aunque tenían consigo el dinero, estaban desesperados de ver que estubiesen en manos de quien no tubiese neçesidad de dineros. Començaron a sacar a todos mis compañeros, y aunque eran caballeros andaban tan baratos, por no tener oficios, los rescates dubdosos y la pestilençia cada día en casa, que nadie se atrebía a pasar de doçientos ducados por cada uno, entre los quales muchos habían rogado con seisçientos a Zinán Baxá y podían dar mil. Yo quisiera aquel día más tener dineros que en toda mi vida, porque los daban a luego pagar como si fueran nada, y como no tenía andaba estorbando a todos los que veía que tenían gana dellos y se alargaban en la moneda, diziendo como amigo que mirase lo que hazía, que yo le conoçía d'España y que aunque deçía que era caballero lo hazía porque no le hiziesen trabajar tanto como a los otros, mas en lo çierto era un pobre soldado que no tenía sino deudas hartas acá, y por eso se había ido a la guerra. Siendo cosa de intherese, todos tomaban sospecha ser verdad lo que yo les deçía y nadie los quería comprar.

     MATA.-¿Pues ellos, qué ganaban en eso? ¿No fuera mejor que los comprara algún hombre de bien que los tratara como caballero?

     JUAN.-¿No veis que acaba de deçir que vale más ser de un particular que de un señor?

     PEDRO.-Y aún de un pobre que de un rico; porque como el pobre tiene todo su caudal allí empleado, dales bien de comer y regálalos, y es compañero con ellos, porque no se les mueran, y lo mejor de todo es que por poca ganançia que sienta los da por haber y asegurar su dinero; lo qual el rico no haze, porque ni les habla ni les da de comer, pudiendo mejor sufrir él que los pobres la pérdida de que se mueran. Al que yo conosçía que era pobre y hombre de bien le deçía: compra a éste y a éste, y no te extiendas a dar más de fasta tanto, que yo los fío que te darán cada uno de ganançia una juba de grana que valga quince escudos; y ansí hize a uno que comprase tres Comendadores de Sant Juan por doçientos ducados, y él tenía un hermano cautibo en Malta, y de ganançia quando le diesen los doçientos ducados, le habían de dar al hermano; y dentro de tres meses se vinieron a su religión bien varatos; a otros dos hize se comprase otro por ciento veinte ducados los quales sobre mi palabra dexaba andar sin cadenas por la çibdad.

     MATA.-¿Tanto fiaban de vos?

     PEDRO.-Aunque fueran mill y diez mill no lo hayáis a burla, que uno de los principales y que más amigos tenía allá era yo.

     MATA.-¿Cómo aquistastes tantos?

     PEDRO.-Con procurar siempre hazer bien y no catar a quién. Todos los oficiales y gentiles hombres de casa de Zinán Baxá pusieran mill vezes la vida por mí, tanto es lo que me querían; y el mayor remedio que hallo para tener amigos, es detrás no murmurar de hombre ni robarle la fama, antes loarle y moderadamente ir a la mano a quien dize mal dél; no ser parlero con el señor es gran parte para la amistad en la casa que estáis. ¿Sabéis las parlerías que yo a mi amo dezía? Que no hubo hombre de bien en la casa a quien no hiziese subir el salario que en muchos años no había podido alcançar y le pusiese en privança con el Baxá. Tenía esta orden: Que quando estaba solo con él, siempre daba tras el ofiçio de que más venía al propósito; unas vezes le dezía: Muchas casas, señor, he visto de reyes y príçipes, mas tan bien ordenada como ésta ninguna, por la grande soliçitud que el mayordomo mayor trae, del qual todo el mundo dize mill bienes; y sobre esto discantaba lo que me paresçía. Otras vezes del thesorero: Señor, yo soy testigo que en tantos días de vuestra enfermedad no se desnudó ni hubo quien mejor velase. Del cocinero otras vezes: Yo me estoy maravillado de la liveralidad y gana de servir dél, y del gusto y destreza; que tengo para mí que en el mundo hay Rey que mejor cozinero mayor tenga; quando de noche voy a la cozina para dar algún caldo a Vuestra Exçelençia, le hallo sobre la mesma olla, la cabeça por almohada, no se fiando de hombre nasçido, bestido y calzado. Hasta los moços de despensa y de coçina procuraba darle a conoçer y que les hiziese merçedes. Luego veía otro día al uno con una ropa de brocado, al otro con una de martas y con más salario, o mudado de ofiçio, venirme a abrazar, porque algunos pajes que se hallaban delante les dezía: Esto y esto ha pasado el christiano con el Baxá de vos. Si entraba en el horno, despensa o cozina, todos me vesaban la ropa; pues aunque yo tubiera cada día çient combinados no les faltara todo lo que en la mesa del Baxá podían tener. Tened por entendido que si dixera mal dellos, ni más ni menos lo supieran, que las paredes han oídos, y fuera tan malquisto como era de bien, de más del grandíssimo desserviçio que a Dios en ello se haze. Son gente muy encojida, y aunque se mueran de pura hambre no hablaran en toda su vida al amo, ni unos por otros; y por hablar yo ansí tan liberalmente con él me quería tanto. El número de los arraezes no es çierto, que pueden hazer los que el Baxá de la mar quiere; yo pidía, como supiese que cabía en él, para muchos la merced y la alcanzaba, y no les quería llebar blanca, aunque me acometían a dar siempre dineros. Veis aquí, hermanos, el modo de aquistar amigos dondequiera, que, en dos palabras, es ser bien criado y liveral y no hazer mal a nadie, porque donde hay avariçia o intherese maldita la cosa hay buena.

     MATA.-¿No os aprobechastes de nada en esos tiempos?

     PEDRO.-Sí, y mucho; deprendí muy bien la lengua, turquesca y italiana, por las quales supe muchas cosas que antes ignoraba, y vine por ellas a ser el christiano más pribado que después que hay infieles jamás entre ellos hubo.

     MATA.-¿No digo yo sino de algunos dineros para rescataros?

     PEDRO.-¿Qué más dineros ni riqueza quiero yo que saber? Éstas me rescataron, éstas me hizieron privar tanto que fui intérprete dellas con Cinán Baxá, de todos los negoçios de importançia dellas, y aún con todo se están en pie, y los dineros fueran gastados; quanto más que, si yo más allá estubiera, no faltara, o si mi amo vibiera.

     JUAN.-Volviendo a nuestra almoneda, ¿todos se vendieron?

     PEDRO.-No quedaron sino obra de çiento para hazer una mezquita en su enterramiento, y acabada también los venderán.

     JUAN.-Pues de las limosnas d'España que hay para redemptión de cautibos ¿no podían hazer con qué rescatar en buen preçio hartos?

     PEDRO.-¿Qué redemption? ¿qué cautibos? ¿qué limosna? Córtenme la cabeza si nunca en Turquía entró real de limosna.

     MATA.-¿Cómo no, que no hay día que no se pide y se hallega harto?

     PEDRO.-¿No sabéis que no puede pasar por los puertos oro, ni moro, ni- caballo? Pues como no pase los puertos, no puede llegar allá.

     MATA.-Mas no sea como lo de los ospita[les]... no digo nada.

     PEDRO.-Tú dixiste. Yo lo he procurado de saber por acá y todos me diçen que por estar cerca d'España Berbería van allá, y de allí los traen; bien lo creo que algunos, pero son tan pocos, que no hay perlado que si quisiese no trahería cada año más, quedándole el brazo sano, que en treinta años las limosnas de los señores de salba. No hay para qué dezir, pues no lo han de hazer como los otros: sola la mediçina diçen que ha menester experiençia; no hay Facultad que, juntamente con las letras, no la tenga neçesidad, y más la Theología. Pluguiese a Dios por quien él es, que muchos de los theólogos que andan en los púlpitos y escuelas midiendo a palmos y a jemes la potençia de Dios, si es finita o infinita, si de poder absoluto puede hazer esto, si es ab eterno; antes que hiziese los cielos y la tierra dónde estaba, si los ángeles superiores ven a los inferiores y otras cosas ansí, supiesen por experiençia midir los palmos que tiene de largo el remo de la galera turquesca y contar los eslabones que tenía la cadena con que le tenían amarrado, y los azotes que en tal golfo le habían dado, y los días que había que no se hartaba de pan cozido, sin çerner, un año había, lleno de gusanos, y las arrobas de peso que le habían hecho llebar acuestas el día que se quebró, y los puñados de piojos que iba echando a la mar un día que no remaba; ¡pues qué, si viesen las ánimas que cada día reniegan, mugeres y niños y aun hombres de barba! Pasan de treinta mill ánimas, sin mentir, las que en el poco tiempo que yo allí estube entraron dentro en Constantinopla: de la isla de Llípar, 9.000; de la del Gozo, 6.000; de Trípol, 2.000; de la Pantanalea y la Alicata, quando la presa de Bonifacio, 3.000; de Bestia en Apulla, 6.000; en las siete galeras, quando yo fui preso, 3.000. No quiero dezir nada de lo que en Ungría pasa, que bien podéis creer que lo que he dicho no es el diezmo dellos; pues pluguiese a Dios que siquiera el diezmo quedase sin renegar. Lo que por mí pasó os diré: embiaron de Malta una comisión que se buscasen para rescatar todas las ánimas que en el Gozo se habían tomado, y como yo lo podía hazer, diéronme a mí el cargo; anduve echando los bofes por Constantinopla y no pude hallar, de seis mill que tenía por minuta, sino obra de çiento y çincuenta viejos y viejas.

     MATA.-¿Pues qué se habían hecho?

     PEDRO.-Todos turcos, y muertos muchos, y estos que quedaron, por no se lo rogar creo que lo dexaron de hazer. Juzgad ansí de los demás. ¿Qué más queréis que se hablan las lenguas de la Iglesia romana, como italiano, alemán y úngaro, y español, tan común como acá y de tal modo que no saben otra? ¿Parésçeos que, vistas las orejas al lobo, como ensanchan sus conçiençias ensancharían las limosnas y las questiones, si es líçito el sacerdote tomar armas, y serían de paresçer que no quedase clérigo ni fraire que, puestas sus aldas en çinta, no fuese a defender la sancta fe cathólica como lo tiene prometido en el baptismo? A vos, como a theólogo, os pregunto: si una fuerza como la de Bonifaçio, o Trípol, o Rhodas, o Buda, o Velgrado la defendieran clérigos y fraires con sus picas y arcabuzes, ¿fuéranse al infierno?

     JUAN.-Para mí tengo que no, si con solo el zelo de servir a Dios lo hazen.

     MATA.-Para mí tengo yo otra cosa.

     PEDRO.-¿Qué?

     MATA.-Que es eso hablar adefeseos que ni se ha de hazer nada deso, ni habéis de ser oídos, porque no hay hombre en toda esta corte de tomo, letrado, ni no letrado, que no piense que sin haber andado ni visto nada de lo que vos, porque leyó aquel libro que hizo el fraire del camino de Hierusalem y habló con uno de aquellos vellacos que deçíais que fingen haberse escapado de poder de moros, que les atestó las cabezas de mentiras, no les harán entender otra cosa aunque vaxase Sant Pablo a predicársela; yos prometo que si mi compadre Juan de Voto a Dios topara con otro y no con vos, que nunca él torçiera su braço, pues conmigo aún no lo ha querido torçer en tantos años, sino echóme en creer del çielo çebolla.

     PEDRO.-No tengo que responder a todos esos más de una copla de las del redondillo, que me acuerdo que sabía primero que saliese de España, que dize:

                   Los çiegos desean ver,
oír desea el que es sordo,
y adelgazar el que es gordo,
y el coxo también correr;
solo el neçio veo ser
en quien remedio no cabe,
porque pensando que sabe
no cura de más saber.

     MATA.-Agora os digo que os perdonen quanto habéis dicho y hecho contra los théologos, pues con solo un jubón habéis vestido a la mayor parte de la corte.

     PEDRO.-Pocos trançes desos pensaréis que he pasado con muchos señores que ansí me preguntan de allá cosas, y como no les diga lo que ellos saben, luego os salen con un vos más de media vara de largo: Engañaisos, señor, que no sabéis lo que deçís; porque pasa desta y desta manera. Preguntado que cómo lo saben, si han estado allá por dicha, ni aun en su vida vieron soltar una escopeta, y por esto yo estoy deliberado a no contar cosa ninguna jamás si no es a quien ha estado allá y lo sabe.

     MATA.-¿Ni del Papa ni nadie nunca fue allá limosna de rescate?

     PEDRO.-Ni del que no tiene capa.

     JUAN.-¿Y del Rey?

     PEDRO.-No, que yo sepa; porque si algunas había de haber hecho, había de ser en los soldados de Castilnovo, que después que en el mundo hay guerras nunca hubo más balerosa jente ni que con más animo peleasen hasta la muerte, que tres mill y quinientos soldados españoles que allí se perdieron, lo qual, aunque yo no lo vi, sé de los mesmos turcos que me lo contaban, y lo tienen en cabeza de todas las hazañas que en tiempos ha habido, y a esta postponen la de Rhodas, con averiguarse que les mataron los Comendadores mas de çient mill turcos.

     MATA.-¿Quánto tiempo ha eso de Castilnobo?

     PEDRO.-Había quando yo estaba allá 17 años, y conosçí muchos pobres españoles dellos, que aun se estaban allí sin poner blanca de su casa. Podría el Rey rescatar todos los soldados que allá hay y es uno de los consejos adefeseos, como vos deçíais denantes, que las bestias como yo dan, sabiendo que el Rey ni lo ha de hazer ni aun ir a su notiçia; mas, pues no tenemos quien nos dé prisa en el hablar, echemos juiçio a montones. Ya habéis oído cómo por antigüedad, o porque quieren, dan los turcos a algunos christianos cartas de livertad con condiçión que sirvan tres años, quedándose por todos aquellos tres tan esclabo como antes, y no menos contento, aunque no le dan de comer, que si ya estubiese en su tierra. ¿Quánto más merced le sería si el Rey los sacase y les quitase de cada paga un tercio fasta que se quedase satisfecho de la deuda? Y haría otra cosa; que el esquadrón de mill hombres desta manera valdría, sin mentir, contra turcos, tanto como un exérçito, como primero se consentirían hazer mill pedaços que tornar a aquella primera vida.

     MATA.-¿Habéis dicho? Pues bien podéis hazer quenta que no habéis dicho nada, y aunque metáis ese consejo en una culebrina, no hayáis miedo que llegue a las orejas del Rey, porque si las dignidades solamente de las iglesias de España, con sus perlados, quisiesen, que es también hablar al aire, no habría necesidad del ayuda del Rey para ello; mas ¿no sabéis que dize David: ¿Non est qui faciat bonum, non est usque ad unum? No se nos vaya, señores, la noche en fallas ¿Qué fue después de la almoneda?

     PEDRO.-Ya que vendieron a todos, yo demandé la carta que tenía de livertad, depositada en el mayordomo mayor del Baxá, el qual fue a la Soltana y le hizo relaçión de la venta de los christianos, y que no quedaba más del médico español; si mandaba Su Alteza que se le diese la carta que estaba en depósito. Ella respondió que no, por quanto Amón Uglí era muerto, el protomédico de su padre, y no había quien mejor lo pudiese ser que yo, ni de quien el Gran Turco mejor pudiese fiarse; por tanto, que me tomasen con dos jeníçaros, que son de la guarda del Rey, y me llebasen allá, que ella le quería hazer aquel presente.

     MATA.-¿Dónde estaba el Gran Turco estonces?

     PEDRO.-En Amaçia, una çibdad camino de Persia, quinçe jornadas de Constantinopla; y, como sabéis no hay mejor cosa que tener donde quiera amigos, un paje desta Soltana, ginovés, que había sido de Çinán Baxá capado, que yo quando no sabía la lengua era mi intérprete, dio a un barbero que entraba a sangrar una mujer allá dentro, dos renglones, por los quales me avisaba de todo lo que pasaba; por tanto viese lo que me cumplía. Yo fui luego al Papa suyo y díxele (que era muy grande señor mío, que le había curado) todo como pasaba; digo el depositar de la carta, y cómo no me la daban y el miedo que había que la Soltana no hubiese mandado que no me la diesen; qué remedio tenía si la quisiese sacar por justiçia; si podría, pues la última voluntad del testador era aquélla, y tenía muchos testigos, y él mesmo confesaba tenerla. Respondióme que tenía mucha justiçia y me la haría guardar; mas que me hazía saber que había entrellos una ley que si caso fuese que el cautibo que aorrasen fuese eminente en una arte, no fuesen obligados a cumplir con él la palabra que le habían dado, por ser cosa que conviene a la república que aquel tal no se vaya. Si esto, dize, os alegan, no os faltará pleito, mas yo creo que no se les acordará; lo que yo pudiere hazer por vos no lo dexaré.



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Capítulo X

La fuga

     MATA.-¿Todo eso tenemos a cabo de rato? ¿Pues qué consejo tomastes?

     PEDRO.-El que mi tía Celestina, buen siglo haya, daba a Pármeno, nunca a mi se me olvidó, desde la primera vez que le oí, que era bien tener siempre una casa de respecto y una vieja, a donde si fuese menester tenga acojida en todas mis prosperidades; con el miedo de caer dellas, siempre, para no menester, tube una casa: de un griego, el qual en neçesidad me encubriese a mí o a quien yo quisiese, pagándoselo bien, y dábale de comer a él y un caballo muchos meses, no para más de que siempre me tubiese la puerta abierta.

     MATA.-No creo haber habido en el mundo otro Dédalo ni Ulixes, sino vos, pues no pudo la prosperidad çegaros a que no mirásedes adelante.

     PEDRO.-¿Ulises o qué? Podéis creer como créis en Dios, que yo acabaré el quento, que no pasó de diez partes una, porque lo de aquél dízelo Homero, que era çiego y no lo vio, y también era poeta; mas yo vi todo lo que pasé y vosotros lo oiréis de quien lo vio y pasó.

     JUAN.-Pues ¿qué griego era aquél? ¿Era libre? ¿Era christiano? ¿A quién estaba subjeto?

     PEDRO.-Presuponed, entre tanto que más particularmente hablamos, que no porque se llame Turquía son todos turcos, porque hay más christianos que viben en su fe que turcos, aunque no están subjetos al Papa ni a nuestra Iglesia latina, sino ellos se hazen su Patriarca, que es Papa dellos.

     MATA.-Pues ¿cómo los consiente el Turco?

     PEDRO.-¿Qué se le da a él, si le pagan su tributo, que sea nadie judío ni christiano, ni moro? En España, ¿no solía haber moros y judíos?

     MATA.-Es verdad.

     PEDRO.-Pues de aquellos griegos hay algunos que viben d'espías, de traer christianos escondidos porque les paguen por cada uno diez ducados y la costa hasta llegar en salbo, que es un mes, y si aportan en Raguza o en Corfó las çibdades les dan cada otros diez ducados por cada uno.

     JUAN.-La ganançia es buena si la pena no es grande.

     PEDRO.-No es mayor ni menor de empalar, como he visto hazer a muchos; que al christiano cautibo que se huye, quando mucho, le dan una doçena de palos, mas al que le sacó empálanle sin ninguna redemptión.

     MATA.-¿Pues hay quien lo ose hazer con esa pena?

     PEDRO.-Mil quentos: la ganançia, el dinero, la neçesidad y intherese, hazen los hombres atrebidos; sé que el que hurta bien sabe que si es tomado le han de ahorcar, y el que nabega, que si cae en la mar se tiene de aogar; mas no obstante eso, nabega el uno y el otro roba. Por çierto, la espía que yo traxe había ya hecho diez y nueve caminos con christianos, y con el mío fueron veinte.

     JUAN.-¿Cómo se llamaba?

     PEDRO.-Estamati.

     MATA.-¿Y qué hazía? ¿De qué os serbía?

     PEDRO.-De mostrarme el camino, y servirme en él.

     JUAN.-¿Y traxo a bos sólo?

     PEDRO.-Como yo vi la respuesta que el Papa turco me dio, començé de pensar en mí quién me mandaba tomar pleito contra el Rey, valiendo más salto de mata que ruego de buenos hombres; yo determiné de huirme y tomé los libros, que eran muchos y buenos, y dilos embueltos en una manta de la cama a una vezina mía, de quien yo me fiaba, que los guardase, y saqué de una arquilla las camisas y çaragüelles delgados que tenía, labradas de oro, que valdrían algunos dineros, que serían una dozena, que me daban turcas porque las curaba, y fuime en casa de la espía y topé en el camino aquel çirujano viejo mi compañero, y contéle lo que había pasado, y díxele: Yo me voy huyendo; si queréis venir conmigo, yo os llebaré de buena gana, y si no, y os viniere por mí algún mal no me echéis la culpa. Fue contento de hazerme compañía, mas quiso ir a casa por lo que tenía, que era cosa de poco preçio. Digo yo: No quiero, sino que se pierda; si habéis de venir ha de ser desde aquí, si no, quedaos con Dios. El pobre viejo, que más valiera que se quedara, fuese conmigo a casa del griego, y allí consultamos en qué hábito nos trairía. Dixo que el mejor, pues yo sabía tan bien la lengua, sería de fraire griego, que llaman caloiero, que es éste con que espantó a Mátalas Callando, pues teníamos las barbas que ellos usan, que era también mucha parte. Yo di luego dineros para que me traxesen uno para mí y otro para mi compañero.

     JUAN.-¿Pues véndense públicamente?

     PEDRO.-No, sino que se los tomase a dos fraires y les diese con qué hazer otros nuebos; y tráxolos. Dile luego çinco ducados para que me comprase un par de caballos.

     MATA.-Tenedle, que corre mucho.

     PEDRO.-¿Qué decís?

     MATA.-¿Que si corrían mucho?

     JUAN.-No dixo sino una maliçia de las que suele.

     MATA.-Pues çinco ducados dos caballos ¿quién lo ha de creer? Aunque fueran de corcho.

     PEDRO.-Y aun creo que me sisó la quinta parte el comprador. No entendáis caballos para que rúen los caballeros, sino un par de camino, como éstos que alquilan acá, que bastasen a llevarnos treinta y siete jornadas, y éstos no valen más allá de a dos o tres escudos.

     MATA.-¡Quemado sea el tal barato!

     PEDRO.-Este griego usaba tenerse en casa escondidos los cautibos un mes o dos beborreando, hasta desmentir y que no se acordasen; mas yo no quise estar en aquel acuerdo, antes aquella noche, a media noche, quise que nos partiésemos, haziendo esta quenta: como ya ando libre, el primero ni segundo día no me buscarán; pues cuando al terçero me busquen y embíen tras mí, ya yo les tengo ganadas tres jornadas, y no me pueden alcançar.

     MATA.-Sepamos con qué tantos dineros os hallastes al salir.

     PEDRO.-Obra de çincuenta ducados en oro y una ropa de brocado y otra de terciopelo morado, y las camisas y calçones y otras joyas. El viejo no sé lo que se tenía; creo que lo había empleado todo en piedras, que valen un buen preçio. Salimos a la mano de Dios, y la primera cosa que topé en apartándome de las çercas de Constantinopla, que ya quería amanesçer, fue una paloma blanca que me dio el mayor ánimo del mundo, y dixe á los compañeros: Yo espero en Dios que hemos de ir en salbamento, porque esta paloma nos lo promete.

     MATA.-Y si fuera cuerbo ¿volviéraisos?

     PEDRO.-No penséis que miro en agüeros; aquello creía para confirmaçión d'esperança; pero no lo otro para mal. Íbanos dando la espía lectión de lo que habíamos de hazer, como nunca habíamos sido fraires, y es que al que saludásemos, si fuese lego, dixésemos, baxando la cabeza: Metania, el Deo gratias de acá (quiere dezir penitençia), que es lo que os dixe quando nos topamos, que interpretaba Juan de Voto a Dios tañer tamboril o no sé qué. A esto responden O Theos xoresi, que es el por siempre de acá (quiere deçir Dios te perdone); si son fraires a los que saludáis, habéis de dezir: Eflogite, pateres: vendeçid, padre. Eranme a mí tan fáçiles estas cosas, como sabía la lengua griega, que no era menester más de media vez que me lo dixeran.

     MATA.-¿Y el compañero, sabía griego?

     PEDRO.-Treinta y quatro años había que estaba casado con una griega de Rodas, y en su casa no se hablaba otra lengua; y él nunca supo nada, sino entendía un poco; pero en hablando dos palabras se conosçía no ser griego, y nunca el diablo le dexó deprender aquellas palabras. Topamos una vez un turco que entendía griego y llégase a él, por deçirle metania y díxole asthenia.

     MATA.-¿Qué quiere deçir?

     PEDRO.-Dios te dé una calentura héctica o, si no queréis, el diablo te rebiente. Como el turco lo oyó, airóse lo más del mundo y dixo: ¿Ne suiler su chupec? ¿Qué dixo ese perro? Yo llegué y digo: ¿Qué había de deçir, señor, sino metania? El turco juraba y perjuraba que no había dicho tal; en fin, allá regañando se fue. Yo reprehendíle diçiendo: ¿Pues una sola palabra que nos ha de salvar o condenar, no sois para deprender? Habiendo caminado siete leguas no más, llegaron a nosotros a caballo dos geníçaros que, como diré, son de la guardia del rey y dixeron: Christianos, no quiero de vosotros otra cosa más de que nos déis a beber si llebáis vino; porque aunque el turco no lo puede beber conforme a su ley, quando no le ven, muy bien lo bebe hasta emborrachar. Yo llevaba el recado conforme al ávito.

     JUAN.-¿Cómo?

     PEDRO.-¿Habéis nunca visto fraire caminar sin bota y baso, aunque no sea más de una legua? Yo eché mano a mi alforxa y mandé al compañero que caminase, que aquello yo me lo haría y le alcanzaría, porque no fuese descubierto por no saver hablar, y començé de escanciarles una y otra, y iban caminando junto conmigo en el alcançe de los compañeros; preguntáronme de dónde venía; digo: Constantinopla.

     JUAN.-¿En qué lengua?

     PEDRO.-Quándo griego, quándo turquesco, que todo lo sabían. Dixéronme: ¿Qué nuebas hay en Constantinopla? Digo: Eso a bosotros incumbe, que sois hombres del mundo, que yo, que le he dexado, no tengo quenta con nueba ni vieja; si de mi monesterio queréis saber, es que el Patriarca nuestro está bueno y esta semana pasada se nos murió un fraire. Preguntóme el uno, llegándose a mí, quántos años había que era fraire. No me supo bien la pregunta y díxele, haziendo de las tripas coraçón, que seis. Preguntóme en dónde. Respondí que parte en la mar Negra y parte en Constantinopla. Asióme el otro del ábito y dixo: Pues ¿cómo puedes, pobreto, con esta estameña resistir al frío que haze?

     MATA.-A fe que metería al asir las cabras en el corral.

     PEDRO.-Yo le dixe que debaxo traíamos sayal o paño. Fue la pregunta adelante, y dixeron: ¿Dónde vas agora? Respondí que a Monte Sancto.

     JUAN.-¿Qué es Monte Sancto?

     PEDRO.-Un monte que terná de çerco quasi tres jornadas buenas, y es quasi isla, porque por las tres partes le bate la mar, en el qual hay veinte y dos monasterios de fraires desta mi orden, y en cada uno doçientos o tresçientos fraires, y ningún pueblo hay en él, ni vive otra jente ni puede entrar muger, ni hay en todo él hembra ninguna de ningún género de animal; a este monte son sus peregrinajes, como acá Santiago, y por eso no se echa de ver quién va ni viene tanto por aquel camino. Ya que nos juntamos con los compañeros díxeles: ¿Y vosotros a dónde váis? Respondió el uno: En busca de un perro de christiano que se ha huido a la Soltana, el mayor bellaco traidor que jamás hubo, porque le haçían más bien que él meresçía y todo lo ha postpuesto y huídose (paresçe ser que aquella noche le había dado un dolor de ijada, y habíanme buscado, y como supieron que había sacado los libros, luego lo imaginaron). Digo: ¿Y dónde era?; que del viejo no se haçía caso que se fuera o que estubiera. Dice: De allá de las Españas. Tornéle a preguntar: ¿Qué hombre era? Comenzóme á dezir todas las señales mías.

     JUAN.-Pues ¿cómo no os conosció?

     PEDRO.-Yo os diré; ¿veis esta barba?, pues tan blanca me la puso una griega como es agora negra, y al viejo la suya blanca, como está esta mía, y toda rebuxada como veis; el diablo nos conosçiera, que ninguna seña de las que traía veía en mí: la caperuça, el sayo, la ropa, todo se había convertido en lo que agora veis. Díxeles: Pues, señores, ¿a dónde le vais a buscar? Respondieron: Nosotros vamos hasta Salonique, que es diez y siete jornadas de aquí, a tomarle todos los pasos, y por mar han despachado también un vergantín para si acaso se huyó por mar. Yo entonces les digo: Pues ese mesmo camino, señores, llebo yo. Ellos dixeron que por çierto holgaban de que fuésemos juntos. La espía y el compañero desmayaron, pensando que ya yo me rindía o estaba desesperado.

     MATA.-¿Pues no tenían raçon?; ¿no era mejor o caminar adelante o quedar atrás?

     PEDRO.-Ni bos ni ellos no sabéis lo que os deçís; atrás no era seguro, porque ellos dexaban toda la jente por donde pasaban abisada, y sobre sospecha éramos presos en cada pueblo; adelante no bastaban los caballos. ¿Qué más sano consejo que, viendo que no me habían conosçido, hazer del ladrón fiel, y más la seguridad del camino, que es el más peligroso que hay de aquí allá? Si el Rey, por hazerme grande merçed, me quisiera dar una grande y segura compañía, no me diera más que aquellos dos de su guarda; es como si acá llebara un alcalde de Corte y un alguaçil, para que nadie me ofendiese; ¿n'os pareçe que iría a buen recado? Quanto más que de otra manera nunca allá llegara, porque los jeníçaros tienen tanto poder que por el camino que van toman quantas cabalgaduras topan, sin que se les pueda resistir, y quando hazen mucha merçed, por un ducado o dos las rescatan; en solas siete leguas me habían tomado ya a mí mis caballos, porque todos los caminos por donde yo iba estaban llenos de jeníçaros, y por ir en compañía de los otros nadie me osaba hablar.

     JUAN.-No fue de vos ese consejo. Por vos se puede deçir: Beatus es, Simon Barjona, quia caro nec sanguis non revelavit tibi; sed Pater Meus qui in celis est. Agradeçédselo a quien nunca faltó a nadie.

     PEDRO.-Llegáronse a mí los dos mis compañeros rezagándose y començaron de deçirme que para qué había destruido a mí y a ellos. Yo le respondí que poco sabía para haber hecho tantas vezes aquel camino. Respondióme: Si bos solo fuerais, yo bien creo que fuera bien; ¿mas no veis que por este viejo, que ninguna lengua sabe, somos luego descubiertos? ¿Qué haremos? ¿Dónde iremos? Consoléle diçiendo no ser inconveniente, aunque no supiese la lengua; pero que lo que cumplía era que no hablase. Dixo que había neçesidad de que se hiziese mudo por todo el camino; donde no, bien podíamos perdonar; lo que más presto, digo, nos echará a perder es eso, porque es cosa tan común que todos lo hazen en donde quiera quando no saben la lengua, y se está ya en todas estas tierras mucho sobre el aviso, que dirán: Fraire y mudo, ¿quién le dio el ávito? Guadramaña hay. Él es viejo y estarle ha muy bien que se haga sordo, y qualquiera que le hablare se amohinará de replicar a vozes muchas vezes lo que ha de dezirle, y ansí responderemos nosotros por él; desto hay tanta neçesidad, que en hazerlo o no está nuestra salbaçión y con algunas palabrillas que sabe de griego, y no tener a qué hablar mucho, será mejor encubierto que nosotros.

     MATA.-Bien dicen que quien quiere ruido compre un cochino ¿Qué neçesidad teníais vos de salir con nadie sino salvaros a vos?

     PEDRO.-Oiréis y veréis, que aun esto no es nada: mill vezes estube movido para echarle en la mar por salvarme a mí.

     MATA.-Ya que hizistes el yerro, urdistes la mejor astuçia de vuestra vida; porque hablar con un sordo es un terrible trabajo; al mejor tiempo que os habéis quebrado la cabeza, os sale con un ¿qué? puesta la mano en la oreja; y al cabo, por no paresçer que no oyó, responde un disparate.

     PEDRO.-Muy bien le paresçió al espía; más cosa fue para el viejo que en tres meses de peregrinaçión nunca la pudo deprender.

     MATA.-Pues ¿qué había que deprender?

     PEDRO.-No más de a no hablar; que para un hombre viejo y que había sido barbero es muy oscuro lenguaje y cosa muy cuesta arriba; al mejor tiempo, mill vezes que hablábamos en las posadas en conversaçión, dicho ya que era sordo, como entendía el griego, respondía descuidado, y metía su cucharada que a todos hacía advertir cómo oía siendo sordo. Yendo nuestro camino con los geníçaros, yo les tenía buena conversaçión, y ellos a mí, como sabíamos bien las lenguas; el espía y el viejo se iban hablando por otra parte; llegamos la noche a la posada, y yo, como sabía las mañas de los turcos, que querían que les rogasen con el vino, hize traer harto para todos, pues ellos no podían ir a la taberna, y para mejor disimular pusímonos a comer un poco apartados dellos, como que cada uno comía por sí, y el griego nunca haçía sino escançiar y darles hasta que se ponían buenos. Mandéle también al griego que los sirviese mejor que a mí y mirase por sus cavallos.

     JUAN.-¿Hay por allá mesones como por acá?

     PEDRO.-Mesones muchos hay, que llaman carabanza; pero como los turcos no son tan regalados ni torrezneros como nosotros, no hay aquel recado de camas, ni de comer, antes en todo el camino no vi carabança de aquellos que tubiese mesonero ni nadie.

     MATA.-¿Pues cómo son?

     PEDRO.-Unos hechos a modo de caballeriza, con un solo tejado ençima y dentro por un lado y por otro lleno de chimineas y altos a manera de tableros de sastres, aunque no es de madera, sino de tierra, donde se aposenta la jente.

     MATA.-¿Sin más camas ni recado?

     PEDRO.-Ni aun pesebres para los caballos, sino entre tantos compañeros toman una chiminea destas con su cadahalso, y allí ponen su hato, sobre el qual duermen echando debaxo un poco de heno. Una ropa aforrada hasta en pies lleba cada turco de a caballo en camino, la qual le sirve de cama.

     JUAN.-¡Oh de la bestial jente!

     PEDRO.-No es sino buena y belicosa.

     MATA.-¿Pues dónde comen las bestias?

     PEDRO.-A los mesmos pies de sus amos, en el cadahalso o tablado, le echan feno harto, que en aquella tierra es de tanto nutrimento, que si no trabaja la bestia está gorda sin cebada, y cada una lleba consigo una bolsa que llaman trasta, que le cuelga de la cabeza como acá suelen hazer los carreteros, y dentro les echan la çebada.

     JUAN.-Pues si no hay huéspedes ¿quién les da çebada y todo lo que han menester?

     PEDRO.-Mill tiendas que hay çerca del mesón, que de quanto hay les proberán, que por la posada no pagan nada, que es una cosa hecha de limosna para quantos pasaren, pobres y ricos; en entrando a apearse llegan allí muchos con çebada, leña, arroz, heno y lo que más hay neçesidad. A las bestias en aquella tierra tienen bien acostumbradas que nunca comen de día, sino de noche les ponen tanto que les baste.

     MATA.-¿Desa manera tampoco se gastará tanto en el camino como por acá?

     PEDRO.-El que cada día gasta dos o tres ásperos en comer él y la bestia es mucho, porque la çebada vale varata, y el pan; y vino no lo bebe la jente, con que menos se les da por el comer. Hizimos nuestras camas y echámonos, no con menos frío que agora haze, todos juntos, la alforja frairesca por cabezera y el texado por fraçada, y a primo sueño comiença a tomar el diablo a mi compañero, y hablar entre sueños, no ansí como quiera, sino con tantas bozes y tanto ímpetu y cozes como un endemoniado, y deçir levantándose: ¡Mueran los traidores vellacos que nos roban!, ¡ladrones, ladrones!, y con esto juntamente dar puñadas a una y a otra parte; no solamente despertamos todos, mas pensamos que era verdad que nos mataban; la lengua española en que hablaba escandalizó mucho a los jeníçaros que allí dormían y preguntaron qué era aquello y yo le dixe cómo soñaba.

     MATA.-La vida os diera hazer del mudo con tan buena condiçión.

     PEDRO.-Aun con todo eso no les podía quitar a los turcos de la imaginaçión el hablar diferentemente de lo que ellos todos, lo qual me dio las más malas noches que en toda mi vida pasé.

     JUAN.-¿En qué?

     PEDRO.-Porque ya no me osaba fiar, sino tenerle de contino asida la mano, para quando començase despertarle presto.

     JUAN.-¿Y soñaba desa manera cada noche?

     PEDRO.-Y aun de día, si se dormía, y no menos ferozes los sueños; que aunque he leído muchas vezes de cosas de sueños que los médicos llaman turbulentos, y visto algunos que los tienen no tan continuos y tan brabos; contemplad agora y echad seso a montones ¿qué sintiera un hombre que venía huyendo y estaba entre sus enemigos durmiendo y por solo él hablar español había de ser conosçido, y las noches de henero largas, y echado en el suelo, sin ropa, y no poder, aunque tenía grande gana, dormir, por no le osar dexar de la mano?

     MATA.-No me dé Dios lo que deseo si no me paresçe que un tal era mérito matarle si se pudiera hazer secretamente; a lo menos echarle en la mar; yo hiziéralo, porque en fin muchas cosas hazen los hombres por salvarse; más valía que muriera el uno que no todos. ¿Y quántos días duró ese subsidio?

     PEDRO.-Con los geníçaros treze.

     JUAN.-¿Pues, treze días vinistes siempre con vuestros enemigos?

     PEDRO.-Y aun que resçibía hartos sobresaltos cada día.

     JUAN.-¿Cómo?

     PEDRO.-Sentándonos a la mesa hartas vezes daba un suspiro el uno dellos diziendo: Hei guidi imanzizis, quim cizimbulur nase mostulu colur: ¡ah, cornudo sin fe, quien te topase qué buenas albriçias se habría! ¿Qué os paresçe que sintiera mi coraçón? No podía ya tener paçiençia con el viejo, viendo que de los pensamientos y torres de viento del día proçedían los sueños, y lleguéme un día a él, apartado de los geníçaros, y preguntéle en qué iba pensando, porque con las manos iba entre sí esgrimiendo. ¿Sabéis, digo, qué querría yo que pensaseis? La miseria del trabajo en que bamos y la longura del camino, y que sois un pobre barbero y no capitán ni hombre de guerra, y de setenta años, y quando llegareis, si Dios quiere, en vuestra casa, o vuestra muger será muerta, o ya que biba, como ha tanto que vos faltáis, no podrá dexar de haveros olvidado, y vuestras hijas por casar y cada dos vezes paridas. Esto id vos contemplando de día, que no creo yo que escapa de ser verdad, y soñaréis de lo mesmo.

     MATA.-¡Por Dios que vos le dabais gentil consuelo! ¿Y vos consolábaisos con eso, o pasabais este rosario que traéis a la çinta, muchas vezes?

     PEDRO.-Siempre al menos iba urdiendo para quando fuese menester tejer.

     JUAN.-¿Malicias?

     PEDRO.-No en verdad, sino ardides que cumpliesen a la salvaçión del camino.

     JUAN.-Pues ese el mejor era ayuno y oratión. ¿Quántas vezes pasabais cada día este rosario?

     PEDRO.-¿Queréis que os diga la verdad?

     JUAN.-No quiero otra cosa.

     PEDRO.-Pues en fe de buen christiano que ninguna me acuerdo en todo el viaje, sino solo le trayo por el bien paresçer al ábito.

     JUAN.-Pues ¡qué erejía es esa! ¿Ansí pagabais a Dios las merçedes que cada hora os hazía?

     PEDRO.-Ninguna quenta tenía con los pater nostres que rezaba, sino con solo estar atento a lo que deçía. ¿Luego pensáis que para con Dios es menester rezar sobre taja? Con el coraçón abierto y las entrañas, daba un arcabuzazo en el çielo que me paresçía que penetraba hasta donde Dios estaba; que deçía en dos palabras: Tú, Señor, que guiaste los tres reyes de Lebante en Velem y libraste a Santa Susana del falso testimonio, y a Sant Pedro de las prisiones y a los tres muchachos del horno de fuego ardiendo, ten por bien llevarme en este viaje en salvamento ad laudem et gloriam omnipotentis nominis tui; y con esto, algún pater noster, no fiaría de toda esa jente que trae pater nostres en la mano yo mi ánima.

     MATA.-Quanto más de los que andan en las plazas con ellos en las manos, meneando los labios, y al otro lado diçiendo mal del que pasa, y más que lo usan agora por gala con una borlaça.

     JUAN.-Vosotros sois los verdaderos maldiçientes y murmuradores, que por ventura levantáis lo que en los otros no hay.

     MATA.-Buen callar os perdéis, que vos no sois parte en eso.

     JUAN.-Mejor os le perdéis vosotros, que quando no tenéis de qué murmurar dais tras una cosa tan santa, buena y aprobada como los rosarios en la mano del christiano.

     PEDRO.-Pues como no sea de derecho divino el rosario, aunque sea de los que el general de los fraires vendiçió, podemos deçir lo que nos paresçe.

     JUAN.-Sí, como no sea contra Dios ni el próximo.

     MATA.-Aora, sus, y con esto acabo. A mí me quemen como a mal christiano si nunca hombre se fuere al infierno por rezar ocho ni diez pater nostres de más.

     JUAN.-¿Pues eso quién lo quita?

     MATA.-Pues si no lo quita, ¿qué neçesidad hay para con Dios de rezar, como dijo Pedro de Urdimalas, sobre taja, habiendo dado Dios çinco dedos en cada mano, ya que queríais quenta, por los quales se pueden contar las estrellas y arenas de la mar?

     PEDRO.-Por los dedos puédese contar sin que la gente lo bea, debaxo de la capa, como quien no haze nada, y no andan ellos tras eso; mas ¡qué de vezes saltan desde el qui es in celis en el remissionem pecatorum quando ven pasar al deudor!

     MATA.-Yo veo que Juan de Voto a Dios no puede tragar estas píldoras. Vaya adelante el quento. Al cabo de los treze días ¿dónde aportastes con los turcos?

     PEDRO.-Llegamos a un pueblo bueno, que se llama la Caballa, que ya es en la mar, porque hasta allí siempre había procurado de no pasar por entre los dos castillos de Sexto y Abido.

     MATA.-¿Aquéllos que cuenta Boscán?

     PEDRO.-Los mesmos.

     MATA.-¿Dónde están?

     PEDRO.-A la entrada de la canal que llaman de Constantinopla, los quales son toda la fuerza del Gran Señor, porque no puede entrar dentro de Constantinopla ni salir nabe, galera, ni barca, que no se registre allí, so pena que la echarán a fondo, porque han de pasar por contadero.

     JUAN.-¿Qué tanto hay del uno al otro?

     PEDRO.-Una culebrina alcança, que será legua y media.

     JUAN.-¿Y son fuertes?

     PEDRO.-Todo lo possible; al menos están lo mejor artillados que entre muchos que he visto hay, y de jente no tienen mucha, porque cada y quando fuere menester dentro de dos días acudirán a ellos cinquenta mill hombres.

     JUAN.-Y la Caballa donde llegastes ¿es deste cabo o del otro?

     PEDRO.-No, sino déste. De allí a Salonique eran tres jornadas, y a Monte Sancto, veinte leguas por mar; yo determiné de no tentar más a Dios, y que vastaban treçe jornadas con los enemigos. El camino real es el más pasajero del mundo; yo soy muy conosçido entre judíos y christianos y turcos; no sea el diablo que me engañe, y me conozca alguno; más quiero irme por agua a Monte Sancto; y despidíme con harto dolor y lágrimas de los geníçaros, que les contentaba la compañía, diçiendo que yo quería irme en una barca a mis monesterios, y me pesaba de perder tan buena compañía y los serviçios que les había dejado de hazer. Ellos respondieron que por çierto holgaran que el camino y compañía fuera por mucho mayor tiempo, y ansí se fueron. En la posada bien sabían quién yo era, porque conosçían el espía, y había allí un sastreçillo medio remendón, candiote, que también solía ser espía, con los quales vebimos largo aquella noche.

     JUAN.-¿Cómo podías sin cama sufrir tanto frío y sin ropa?

     PEDRO.-Hartándome de ajos crudos y vino, que es brasero del estómago, aunque no todas vezes hallaba la fruta; mas a fe que quando la podía haber luego iba a la alforxa. Tubimos consejo entre los dos espías y yo con el mesonero griego, quál sería mejor: pasar adelante siempre por tierra o ir a Monte Sancto alquilando una barca. Todos dixeron que ir a Monte Sancto y yo lo acepté, estando muy engañado con pensar qué harían a fuer de acá los fraires en recojer a los huidos y malhechores, quanto más a mí en tal caso; y donde tantos fraires hay, no es menos sino que les agradaré con mis pocas letras griegas y latinas, y tenerme han fasta que pase por ahí alguna nabe o galera de christianos, que como están en la ribera de la mar muchas vezes pasan, con la qual me vernía fasta Çiçilia. El espía y los compañeros no veían la hora de apartarse de mí, por el peligro en que andaba; y con pensar que en el punto que pusiese el pie en el Monte Sancto sería libre, porque ansí me lo dezían los griegos, hize que me alquilasen una barca que me llevase al primer monesterio, y traxéronme una igualada por çinco ducados, para haver de partir otro día por la mañana. Hize quenta con el espía con pensar que ya no le habría menester, y alcançóme quarenta ducados veneçianos, sin doze que yo le había dado, los quales le pagué doblados porque tomó mis vestidos de brocado y seda y las camisas de oro y pañizuelos y otras joyas en descuento, al preçio que él quiso, y empresentéle de más desto un caballo de aquellos y el otro vendí por dos escudos.

     MATA.-Pues ¿quánto le dabais cada día al espión?

     PEDRO.-Quatro ducados veneçianos, que son çinquenta y dos reales, y de comer a él y a un caballo.

     JUAN.-Y el viejo, ¿no pagaba su mitad?

     PEDRO.-No me ayude Dios si yo le vi en todo el viaje gastar más de çient ásperos, que el mal viejo todo lo llevaba empleado en piedras, y por no nos parar a venderlas y ser descubiertos, yo no hazía sino gastar largo entre tanto que durase. A la mañana despedí la espía y tomé probisión, y metíme en la barca, y aquel sastrecillo griego quiso irse conmigo porque el dueño de la barca le daba parte de la ganancia si le ayudaba a remar. Partimos con un bonico viento y caminamos obra de tres leguas, y allí volbió el viento contrario, y echónos en una isla que se llama Schiatho, dos leguas y media de la Caballa, [de] donde habíamos salido. Díxome el sastreçillo: Hágoos saber que habemos, graçias a Dios, aportado en parte que por ventura será mejor que Monte Sancto, porque esta es una muy fértil isla de pan y vino, açeite y todas frutas, y en este puerto vienen siempre muchas nabes grandes y pequeñas que van al Chío, y a Candía, y a Veneçia a tomar bastimento. Estarnos hemos aquí hasta que venga alguna; y subímonos al pueblo que estaba en un alto. El marinero pidió dineros de la barca, y yo le daba dos ducados y no quiso menos de todo. Digo: Hermano ¿pues cómo? Yo te alquilé para beinte leguas a Monte Sancto y no me has traído sino tres, y ¿quieres tanto por éstas como por todo el viaje? Díxome: Padre, tornaos con Dios y con el viento, que yo no tengo culpa; el sastre ayudó de mala, como había de haver la mitad y dixo: Dele vuestra reverençia, padre, todo, que aunque no tenga justiçia, no os tiene nadie de sentir por ello. Dile sus çinco ducados y aun en oro pagados, y tomamos en el pueblo una posada donde estaba un mercader que traía sardinas en quantidad, griego, y como nos sentamos a comer, yo eché la vendiçión sin estar advertido el cómo lo había de hazer, sin pensar que fuese menester. Aquel mercader y otros griegos preguntáronme si era sacerdote. Yo dixe que no; luego vieron que yo ni el otro no éramos fraires, y llegóse a mí el mercader y començóme de deçir en italiano: Yo conozco a ese sastre, que es un gran tacaño, y os trae engañados; agora esta jente barrunta, como creo que es verdad, que no sois fraires y luego os hará prender.

     JUAN.-Pues ¿qué jente era la del pueblo?

     PEDRO.-Christianos todos, sino sólo el governador que era turco.

     JUAN.-Pues ¿qué miedo teníais de los christianos?

     PEDRO.-Antes desos se tiene el miedo, que del turco ninguno; porque fáçil cosa es engañar a un turco que no sabe las particularidades de la fe y lengua, y çerimonias, como el griego. Si conosçen aquellos griegos de aquella tierra que el cautibo christiano va huido, luego le prenden y dan con él en Constantinopla.

     MATA.-Pues ¿por qué, siendo christianos?

     PEDRO. -Por ganar el hallazgo, lo uno; lo otro porque si después hallan al esclabo, luego pesquisan: con éste habló, aquí durmió, aquel otro le mostró el camino, y destrúyenlos, llebándoles las penas, y aun muchas vezes los hazen esclabos. Yo ningún miedo jamás tube de los turcos; pero de los christianos grandíssimo, porque reçio caso es hazernos un italiano o françés a los tres, como estamos, entender que es español aunque hable muy bien nuestra lengua, que en el pronunçiar, que en un bocablo muy presto se descubre no serle natural la lengua, ansí que diçe: El mejor consejo que vos podéis tomar me paresçe que luego os vaxéis abaxo y os metáis en aquel baxel que va a Sidero Capsa, y de allí en un día podréis por tierra iros a Monte Sancto. Yo metidas las cabras en el corral, acepté el consejo, y díxeselo al sastre, el qual dixo que no quería sino quedarse allí, que había mucho que remendar; que si me quería quedar con él, era mejor, y si me quería ir, él conçertaría que me llevasen en el vaxel.

     MATA.-¿Qué llamáis vaxel?

     PEDRO.-Es un nombre general que comprehende nabe grande y pequeña y galera, en fin qualquiera cosa que anda en la mar. Sidero Capsa es una çibdad pequeña, donde se hunde todo el oro y plata que se saca de las minas que hay en aquella isla del Schiatho, donde yo estaba, y en la Caballa, las quales son tan caudalosas que dubdo si son más las del Perú.

     MATA.-¿Qué tanto hay de las minas a donde se hunde?

     PEDRO. -Veintiçinco leguas por mar; sirben çient nabeçillas que llaman caramuçalides, y acá corchapines, de llebar solamente de aquella tierra que produze cierto oro finíssimo de muchos quilates, y plata, y lo que más es en grandíssima quantidad. Pagué porque me llebasen dentro un ducado, y quando me vi allí, los del vaxel imaginaron que, pues tanto les había dado siendo fraire, podrían sacarme más, que debía de tener mucho, y en descargando la tierra de la mina, para bolver por más, díxome: Yo os querría echar en tierra; mas quiero que sepáis que el poco camino que tenéis de andar hasta Monte Sancto por tierra está lleno de ladrones, que cierto os matarán; dadnos otro ducado y poneros hemos por mar en una metoxia de los fraires, que es lo que acá llamamos granja. Conçertéme con él y dísele, porque me paresçió que tenía razón, aunque también estaban con gran sospecha de los sueños del compañero, que yo çierto tengo que estaba spritado. Desembarcamos junto a la granja, que era una torre donde había un fraire mayordomo y otros seis fraires que le servían y cababan las viñas. Ya yo pensé estar en España; y como llegamos con nuestro hato acuestas llamamos y no quisieron abrir para que entrásemos, que no estaba allí el icónomo, que ansí se nombra en griego. Esperamos, y quando vino a la tarde saludámosle y respondióme como fraire, en fin, de granja.

     MATA.-Siempre dan esos cargos de mandar a los más ca[z]urros y desgraciados.

     PEDRO.-Luego dixe: Noramala acá venimos, si todos los fraires son como éste: ya con las çejas caídas sobre los ojos, a media cara, con sus cabellazos hasta la çinta y barbaza, dixo: subí si queréis, padre, a hazer colaçión, aunque acá todos somos pobres.

     MATA.-¿Luego la primera cosa que todos tienen es ésa?

     PEDRO.-¿Qué?

     MATA.-Predicar pobreza.

     PEDRO.-Es verdad; y subimos y començó de preguntarme y repreguntarme de dónde era. Yo le dixe que de la isla del Chío, porque si acaso hablase alguna palabra que no paresçiese griego natural no se marabillasen, por respecto que en aquella isla se habla también italiano, y todos los griegos lo saben. Sentámonos a cenar en el suelo sobre una manta vieja y dieron gracias a Dios y comenzaron de sirvir manjares.

     MATA.-¡Y aun qué tales debían de ser y qué dellos!

     PEDRO.-No hubo fruta de prinçipio ninguna.

     MATA.-Ni aun de medio creo yo.

     PEDRO.-La prinçipal cosa que sacaron fue habas remojadas de la noche antes en agua fría y con unos granos de sal ençima, sin moler, tan grandes como ellas, y tras esto un plato de azitunas sin açeite ni vinagre, que yo quando las vi pensé çierto que fuesen píldoras de cabras, porque no eran mayores; añadieron por los huéspedes terçero plato, que fue media çebolla.

     JUAN.-¿Y ansí comen siempre?

     MATA.-Que son mañas de fraires quando hay huéspedes forasteros, por comprobar la pobreza que tienen predicada; mas entre sí y'os prometo que lo pasan bien y tienen alguna razón, porque luego les acortarían las limosnas por la fama que los huéspedes les darían.

     PEDRO.-De los de acá yo bien creo lo que vos deçís, mas de aquéllos no, porque lo sé muy bien que hazen la mayor abstinençia del mundo siguiendo siempre ellos y los clérigos griegos la orden evangélica. Llegamos de allí en el primer monasterio de Monte Sancto yendo por una espesura muy grande, que es de esclabones, que allá se llaman búlgaros, y el nombre del monesterio Chilandari; y en llegando estaban unos fraires sentados á la puerta de la portería, y ençima de todas las puertas hay una imagen de Nuestra Señora, a la qual los que van en romería han de hazer primero oratión que hablen a nadie, y en esto tienen grande scrúpulo. Yo, como no sabía aquello, en viendo los fraires los saludé con el grande plazer que tenía, pensando hallar la charidad y acogimiento que en Burgos. Ellos respondieron: Bre ¿ti camis? padre ¿qué hazéis señalándome la imagen. Yo luego caí en la quenta, y hize mi oratión como ellos usan.

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