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Viajeros ilustrados y románticos: consideraciones metodológicas para la utilización de los libros de viaje como fuente histórica

Pedro Rújula López






Introducción

El libro de viajes es un producto intelectual con una larga tradición histórica que atravesó un período de esplendor desde mediados del siglo XVIII hasta mitad del siglo siguiente. El contexto cultural de la Ilustración, hizo posible este desarrollo al introducir nuevas consideraciones sobre los viajes. A lo largo del siglo, viajar se convirtió en una experiencia crucial en la educación de las clases acomodadas, un bagaje difícilmente sustituible1. Desde otra perspectiva más utilitaria, el reformismo ilustrado impulsó la realización de viajes con la finalidad de recopilar el mayor número posible de informaciones útiles para el ejercicio del gobierno2. El conocimiento de un país, de sus prácticas económicas, sus producciones, sus costumbres y sus hombres notables, eran datos útiles para alcanzar tal objetivo, y esto servía tanto para el propio como para otros países. Tanto el viaje filosófico como los viajes emprendidos al servicio del Estado dieron origen a una avalancha de escritos que recogían esta plural experiencia y que convendremos en llamar libros de viaje aunque su unidad sea ciertamente problemática.

La práctica de anotar las experiencias viajeras traspasó la barrera del siglo y se incorporó plenamente, durante el siglo XIX, dentro del movimiento romántico con unas características bastante distintas. El espíritu que impulsó esta producción había variado. Junto a obras que continuaban con la tradición anterior, una marcada preocupación estética y la atención por las sensaciones y los sentimientos se había sumado a este tipo de literatura. El reflejo del romanticismo se dejó sentir en el género pues muchas de sus figuras más destacadas cuentan con libros de viaje entre sus obras. Además, con las influencias de este movimiento estético llegó el gusto por España y numerosos viajeros extranjeros cruzaron los Pirineos para explorar un territorio envuelto en la leyenda.

El resultado de esta época dorada de los viajes y de la literatura que se ocupa de ellos es todo un volumen inusitado de testimonios viajeros que ilustrados y románticos redactaron a raíz de su experiencia. Todos ellos juntos constituyen un importante corpus documental sobre la sociedad española de su momento. Por eso, y tomando Aragón como referencia central, es conveniente considerar la validez de estos documentos como fuente histórica y su modo más apropiado de aprovecharlos en la investigación histórica.




Tipologías de los libros de viajes de ilustrados y románticos

Una de las características propias del libro de viajes es que se encuentra escasamente sometido a normas de ningún tipo y puede presentarse bajo la apariencia más dispar. Sin siquiera considerar los libros que ofrecen recorridos por universos ficticios, la variedad de formas que presentan los testimonios de los viajeros que recorrieron Aragón durante la época de la Ilustración y el Romanticismo es muy amplia.

  1. Narración cronológica, de lugares, circunstancias y reflexiones: es el resultado primario de contar las experiencias de un viaje en el orden que se iban produciendo. Es el caso del trayecto que hizo por Aragón el príncipe Félix Lichnowsky formando parte de la Expedición Real, en 18373.
  2. Cartas. La fórmula epistolar es un artificio literario muy utilizado entre los libros de viajes ya que ofrece un recurso óptimo para transmitir por escrito a otra persona el caudal de información que se sucede durante el recorrido. Casos destacados son el de Giacomo CASANOVA4 o el del barón Charles DEMBOSWSKI5.
  3. Reflejo de las etapas del camino. Es una modalidad también muy extendida que toma como unidades de contenido las entidades geográficas visitadas. Un ejemplo de este tipo es el clásico Viaje de España, de Antonio PONZ6.
  4. Las guías de viaje. Las guías de viaje, como en la actualidad, fueron publicaciones destinadas a proporcionar informaciones útiles y eruditas sobre los lugares a visitar, pero también, como la de Richard FORD7, para ser leídas como simple literatura.
  5. Los artículos de prensa. Los periódicos, fundamentalmente los de contenidos literarios y artísticos, fueron proclives a publicar relatos de viaje, algunos de los cuales aparecieron recogidos posteriormente en forma de libro. Un representante de esta modalidad fue el viaje publicado por Gustave D'ALAIX, en la Revue des Deux Mondes8.
  6. Los diarios. Son también muy numerosos los diarios personales que llegan a contener auténticos libros de viaje; de ellos proceden algunas experiencias viajeras de las de mayor calidad, como las contenidas en el Diario de JOVELLANOS9. La misma consideración merecen los libros de memorias donde se incorporan numerosos relatos de viaje.
  7. Los informes. Responden a una modalidad de viaje emprendido con motivos oficiales y cuyo reflejo escrito responde, de manera selectiva, a la finalidad que lo había originado. Un ejemplo de ellos es el viaje del marqués de VALDEFLORES10.
  8. Los itinerarios. Se trata de una fórmula elemental de elaborar la información -anotaciones privadas- producida a lo largo de un recorrido que consiste en anotaciones sobre las distancias y los tiempos de los trayectos junto con referencias tomadas al azar sobre diversas circunstancias del viaje11.

Pero la tipología se multiplica, además, en numerosas combinaciones si consideramos que cada una de estas modalidades está condicionada por la naturaleza del viaje, el objetivo que con él se persigue. En este sentido, es tan importante la propia observación como la lectura que se hace de esa experiencia. Por ello conviene diferenciar cuando menos las siguientes finalidades que inspiran al viajero:

  • Finalidad científica y utilitaria: es la que originó los viajes impulsados desde instancias oficiales y fueron buena parte de los realizados bajo el padrinazgo intelectual de la Ilustración. La información recogida durante el recorrido va dispuesta a cumplir una finalidad inmediata.
  • Motivos personales: Las expectativas de un viaje privado son completamente distintas, tienen como norma el interés individual y pueden ser tan dispares como las personas.
  • Finalidad estética: Es una de las más constantes, desde los viajes realizados durante el siglo XVIII, con el objetivo de inventariar los monumentos y obras de interés arqueológico, hasta los llevados a cabo durante el XIX, con el solo objeto de contemplar estas obras de arte, siempre ha impulsado el gusto por viajar.
  • Finalidad literaria: El viaje ha sido considerado, como fuente de experiencia, objeto de tratamiento literario, un planteamiento que cobró pleno significado durante el Romanticismo con las mejores plumas del momento -Víctor Hugo, Prospero Merimée, Théophile Gautier- dedicadas al cultivo del género.

Cualquiera de estas claves de lectura de la realidad puede vertebrar un libro de viajes, pero es muy frecuente que varias de ellas aparezcan confundidas en una misma obra.




El empleo del libro de viajes como fuente histórica

La heterogeneidad con que se presenta el libro de viajes supone una dificultad de partida para ser utilizado como fuente histórica. Sin embargo, puede aplicarse un criterio de búsqueda y selección de las obras que hagan viable su empleo:

  1. En primer lugar, cabe realizar la aproximación a los núcleos de información. Como punto de partida, es preciso contar con todas las referencias posibles. Dos son las vías principales para ello:
    • Los repertorios bibliográficos12;
    • Las antologías y recopilaciones13.
  2. Después de disponer del universo posible, es conveniente realizar sucesivas selecciones ajustándose al objeto de la investigación. En primer lugar, conviene acotar el período cronológico. En este paso, es importante distinguir la fecha de edición de la fecha en que se efectuó el viaje porque es esta última la que, generalmente, será de utilidad.
  3. La segunda selección se efectúa en torno al autor. Es muy útil reunir algunos datos básicos sobre el autor que proporcionen alguna información sobre las características de su viaje y los objetos de su interés. De no hacerse así, pueden producirse serios desajustes entre la información que se espera obtener de un libro y los contenidos reales del mismo.
  4. Efectuadas las labores previas de acotamiento, es el momento de proceder a la localización del texto. Se pueden presentar problemas en la localización de obras españolas de la segunda mitad del siglo XIX y primera parte del XIX, pero la cuestión se hace más compleja cuando se desea consultar las obras de autores extranjeros, que son una buena parte de los viajeros ilustrados y románticos que dejaron testimonios escritos de haber recorrido el Aragón de su época.
    1. Lo más recomendable es manejar, siempre que sea posible, la obra original.
    2. También resultan muy útiles las ediciones facsímiles de obras antiguas o las reediciones de ellas. Más próximas en el tiempo y con mayor tirada de ejemplares, se convierten en un instrumento válido y accesible que facilita el trabajo.
    3. En último lugar, conviene tener en cuenta las numerosas antologías de textos de viajes que han sido editadas con calidad desigual y criterios muy distintos. Las antologías tienen una doble virtualidad:
      • Algunas antologías incorporan textos que nunca con anterioridad habían sido presentados al público por tener carácter privado o haber permanecido inéditos hasta ese momento.
      • Por otra parte, ponen a disposición de un público amplio textos que, de otro modo, serían de difícil acceso, eliminando obstáculos idiomáticos mediante la traducción.

Después de salvados todos los obstáculos de selección y localización de los libros de viaje que van a servir de apoyo a la investigación, todavía queda una pregunta que responder, ¿son fiables los libros de viaje como fuente histórica?




Crítica y valoración de la fuente

El libro de viajes posee un importante componente de subjetividad que no puede impedirle ser considerado como fuente documental. Subjetividad física, en la medida que el viajero sólo cuenta de primera mano aquello que ve y, suponiendo que todo sea interpretado en sus justos términos, desconoce el resto, de modo que se produce una interpretación de la realidad en función de lo observado. Y subjetividad política o cultural, ya que todas las experiencias son pasadas por el tamiz intelectual del viajero cuyas coordenadas determinan, significativamente, el resultado final del testimonio.

Teniendo, pues, en cuenta sus elementos subjetivos, el viaje puede ser considerado desde una doble perspectiva histórica. Todo viaje aspira a una interpretación histórica de lo observado y experimentado, los lugares, los edificios, las gentes o las instituciones de los lugares que son visitados. Pero existe una segunda dimensión histórica en el libro de viajes que es la que realmente nos interesa, aquella que procede de la especificidad del momento histórico en el que es redactado y cuya perspectiva deja su impronta en el momento de la escritura. Con el tiempo, el libro de viajes se convertirá en un testimonio histórico de características privilegiadas, insustituible como retrato de una sociedad en un momento concreto y único aunque posea perspectivas tan variadas como diferentes son los viajeros.

Por principio, no son más engañosos los testimonios recibidos a través de los libros de viajes que los procedentes de cualquier otro fondo documental de época. Si aquéllos estaban mediatizados por la subjetividad, formación o preferencias de los protagonistas, éstos -documentos producidos en el ejercicio de la administración del Estado, del poder municipal o por la gestión de un patrimonio personal, en la mayoría de los casos- siempre surgen de unos intereses muy concretos y abonan una determinada legitimidad de poderes ya establecidos. Desde esta perspectiva, los libros de viaje deben ser asimilados plenamente a la documentación de época14 y, cómo en ésta, su buen aprovechamiento dependerá de la correcta aplicación de instrumentos de análisis, de la oportuna crítica de fuentes y, claro está, de la adecuada interpretación del historiador.





 
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