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Viajes por Europa, África i América: 1845-1847

Obras de D. F. Sarmiento

Tomo V

D. F. Sarmiento



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Los Viajes por Europa, Africa i América, que forman este volúmen, fueron publicados la primera vez en Santiago, en 1849, por la imprenta de Julio Belin, en dos tomos en octavo menor; los reprodujeron en sus folletines muchos diarios contemporáneos de Chile i de Montevideo, i en 1856 se les reimprimió en Buenos Aires. Tomando en cuenta aquellas trascripciones de la prensa periódica, esta tercera edicion deberia considerarse como la sesta o sétima que ya alcanzan, triunfo que no es comun a otros celebrados libros americanos.



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ArribaAbajoPrólogo

Ofrezco a mis amigos, en las siguientes pájinas, una miscelánea de observaciones, reminiscencias, impresiones e incidentes de viaje, que piden toda la induljencia del corazon, para tener a raya la merecida crítica que sobre su importancia no dejará de hacer el juicio desprevenido. Saben ellos que a fines de 1845 partí de Chile, con el objeto de ver por mis ojos, i de palpar, por decirlo así, el estado de la enseñanza primaria, en las naciones que han hecho de ella un ramo de la administracion pública. El fruto de mis investigaciones verá bien pronto la luz; pero dejaba esta tarea árida por demas, vacíos en mi existencia ambulante, que llenaban el espectáculo de las naciones, usos, monumentos e instituciones, que ante mis miradas caian sucesivamente, i de que quise hacer en la época, abreviada reseña a mis amigos, o de no guardé anotaciones i recuerdos, a que ahora doi el posible órden, en la coleccion de cartas que a continuacion publico.

Este plan traíalo aparejado la realidad del caso, i aconsejábamelo la naturaleza misma del asunto. El viaje escrito, a no ser en prosecucion de algun tema científico, o haciendo esploracion de paises poco conocidos, es materia mui manoseada ya, para entretener la atencion de los lectores. Las impresiones de viaje, tan en voga como lectura amena, han sido esplotadas por plumas como la del creador inimitable del jénero, el popular Dumas, quien con la privilejiada facundia de su espiritu, ha revestido de colores vivaces todo lo que ha caido bajo su inspeccion, hermoseando sus cuadros casi siempre con las ficciones de la fantasía, o bien apropiándose acontecimientos   —8→   dramáticos o novedosos ocurridos muchos años ántes a otros, i conservados por la tradicion local; a punto de no saberse si lo que se lee es una novela caprichosa o un viaje real sobre un punto edénico de la tierra, ¡Cuán bellos son los paises así descritos, i cuán animado el movible i corredizo panorama de los viajes! I sin embargo, no es en nuestra época la escitacion continua el tormento del viajero, que entre unas i otras impresiones agradables, tiene que soportar la intercalacion de largos dias de fastidio, de monotonía, i aun la de escenas naturales, mui bellas ara vistas i sentidas; pero que son ya, con variaciones que la pluma no acierta a determinar, duplicados de lo ya visto i descrito. La descripcion carece, pues, de novedad, la vida civilizada reproduce en todas partes los mismos caractéres, los mismos medios de existencia; la prensa diaria lo revela todo; i no es raro que un hombre estudioso sin salir de su gabinete, deje parado al viajero sobre las cosas mismas que él creia conocer bien por la inspeccion personal. Si esto ocurre de ordinario, mayor se hace todavía la dificulted de escribir viajes, si el viajero sale de las sociedades ménos adelantadas, para darse cuenta de otras que lo son mas. Entónces se siente la incapacidad de observar, por falta de la necesaria preparacion de espíritu, que deja turbio i míope el ojo, a causa de lo dilatado de las vistas, i la multiplicidad de los objetos que en ellas se encierran. Nada hai que me haya fastidiado tanto como la inspeccion de aquellas portentosas fábricas que son el orgullo i el blason de la intelijencia humana, i la fuente de la riqueza de los pueblos modernos. No he visto en ellas sino ruedas, motores, balanzas, palancas i un laberinto de piecesillas, que se mueven no sé cómo, para producir qué sé yo qué resultados; i mi ignorancia de cómo se fabrica el hilo de coser ha sido punto ménos tan grande, despues de recorrer una fábrica, que ántes de haberla visto. I sucede lo mismo en todos los otros ramos de la vida de los pueblos avanzados; el Anacarsis no viene con su ojo de escita a contemplar las maravillas del arte, sino a riesgo de injuriar la estatua con solo mirarla. Nuestra percepcion está aun embotada, mal despejado el juicio, rudo el sentimiento de lo bello, e incompletas nuestras nociones sobre la historia, la política, la filosofía i bellas letras de aquellos pueblos, que van a mostrarnos en sus hábitos, sus preocupaciones, i las ideas que en un momento dado los ocupan, el resultado de todos aquellos ramos combinados de su existencia moral i física. Si algo mas hubiera   —9→   que añadir a esto, seria que el libro lo hacen para nosotros los europeos; i el escritor americano, a la inferioridad real, cuando entra con su humilde producto a engrosar el caudal de las obras que andan en manos del público, se le acumula la desventaja de una prevencion de ánimo que le desfavorece, sin que pueda decirse por eso que inmerecidamente. Si hubiera descrito todo cuanto he visto como el Conde del Maule, habria repetido un trabajo hecho ya por mas idónea i entendida pluma; si hubiese intentado escribir impresiones de viaje, la mía se me habria escapado de las manos, negándose a tarea tan desproporcionada. He escrito, pues, lo que he escrito, porque no sabria cómo clasificarlo de otro modo, obedeciendo a instintos i a impulsos que vienen de adentro, i que a veces la razon misma no es arte a refrenar. Algunos fragmentos de estas cartas que la prensa de Montevideo, Francia, España o Chile han publicado, dan cumplida muestra de aquella falta de plan que no quiero prejuzgar; si bien me permitiré hacer indicaciones que no serán por demás, para escusar su irregularidad. Desde luego las cartas son de suyo jénero literario tan dúctil i elástico, que se presta a todas las formas i admite todos los asuntos. No le está prohibido lo pasado, por la asociacion natural de las ideas, que a la vista de un hecho o de un objeto despiertan reminiscencias i sujieren aplicacion; sin que siente mal aventurarse mas allá de lo material i visible, pudiendo con propiedad seguir deducciones que vienen de suyo a ofrecerse al espíritu. Gústase entónces de pensar, a la par que se siente, i de pasar de un objeto a otro, siguiendo el andar abandonado de la carta, que tan bien cuadra con la natural variedad del viaje.

Ni es ya la fisonomía esterior de las naciones, ni el aspecto físico de los paises, sujeto propio de observacion, que los libros nos tienen harto familiarizados con sus detalles. Materia mas vasta, si bien ménos fácil de apreciar, ofrecen el espíritu que ajita a las naciones, las instituciones que retardan o impulsan sus progresos, i aquellas preocupaciones del momento, que dan a la narracion toda su oportunidad, i el tinte peculiar de la época. Cúpome la ventura, digna de observador mas alto, de caminar en buena parte de mi viaje sobre un terreno minado hondamente por los elementos de una de las mas terribles convulsiones que han ajitado la mente de los pueblos, trastornando, como por la súbita vibracion del rayo, cosas e instituciones que parecian edificios sólidamente basados: i puedo envanecerme de haber sentido moverse bajo mis   —10→   plantas el suelo de las ideas, i de haber escuchado rumores sordos, que los mismos que habitaban el pais, no alcanzaban a apercibir. La revolucion europea de 1848, que tan honda huella dejará en las pájinas de la historia, hallóme ya de regreso a Chile; pero los amigos en cuya presencia escribo, i personajes mui altamente colocados, pudieron oirme, desde el momento de mi arribo, no sin visibles muestras de incredulidad, la narracion alarmante de lo que habia visto; i sin vaticinar una próxima e inminente catástrofe, que nadie pudo prever, anunciar la crísis, como violenta, i juzgar imposible la continuacion del órden de cosas i de instituciones que yo había dejado en toda su fuerza. Por temor de pasar plaza de profeta de cosas sucedidas, insertaré aquí un fragmento de carta en que uno de mis compañeros de viaje en Europa, un republicano de la veille me dice: «gracias, mil gracias, mi caro amigo, por su recuerdo. ¡Cuán grande i bella es la conformidad de creencias que nos conserva amigos a dos mil leguas de distancia! Aquella república de que tanto hablábamos en Florencia i Venecia un año há, la tenemos ya hace cuatro meses. ¡Ah! no puede usted imajinarse, en medio del placer que me causaba la lectura de su carta, cuánto asombro esperimentaba de ver a usted en el mes de julio hablar de república... venidera. ¡Venidera!... Pero hace ya siglos que somos republicanos, si se compara la historia de estos cuatro meses, al vacío de los doce últimos años de la historia de Europa». Asistía, pues, sin saberlo, al último día de un mundo que se iba, i veia sistemas i principios, hombres i cosas que debia bien pronto ceder su lugar a una de aquellas grandes síntesis que hacen estallar la enerjía del sentimiento moral del hombre, de largo tiempo comprimida por la presion de fuerzas físicas, de preocupaciones e intereses; propendiendo a nivelar sus instituciones a la altura misma a que ha llegado la conciencia que tienen del derecho i de la justicia.

I como en las cosas morales la idea de la verdad viene ménos de su propia esencia, que de la predisposicion de ánimo, i de la aptitud del que a recia los hechos, que es el individuo, no es estraño que a la descripcion de las escenas de que fuí testigo se mezclase con harta frecuencia lo que no ví, porque existia en mí mismo, por la manera de percibir; tras luciéndose mas bien las propias que las ajenas preocupaciones. I a ser bien desempeñada esta parte, ¿quién no dijera que ese es el mérito i el objeto de un viaje, en que el viajero es forzosamente el protagonista, por aquella solidaridad del narrador i   —11→   la narracion, de la vision i los objetos, de la materia de exámen i la percepcion, vínculos estrechos que ligan el alma a las cosas visibles, i hacen que vengan éstas a espiritualizarse, cambiándose en imájenes, i modificándose i adaptándose al tamaño i alcance del instrumento óptico que las refleja? El hecho es que bellas artes, instituciones, ideas, acontecimientos, i hasta el aspecto físico de la naturaleza en mi dilatado itinerario, han despertado siempre en mi espíritu, el recuerdo de las cosas análogas de América, haciéndome, por decirlo así, el representante de estas tierras lejanas, i dando por medida de su ser, mi ser mismo, mis ideas, hábitos o instintos. Cuánta influencia haya ejercido en mí mismo aquel espectáculo, i hasta dónde se haga sentir la inevitable modificacion que sobre el espíritu ejercen los viajes, juzgaránlo aquellos que se tomen el trabajo de comparar la tendencia de mis escritos pasados con el jiro actual de mis ideas. Por lo que a mí respecta, he sentido agrandarse i asumir el carácter de una convicción invencible, persistente, la idea de que vamos en América en mal camino, i de que hai causas profundas, tradicionales, que es preciso romper, si no queremos dejarnos arrastrar a la descomposicion, a la nada, i me atrevo a decir a la barbarie, fango inevitable en que se sumen los restos de pueblos i de razas que no pueden vivir, como aquellas primitivas cuanto informes creaciones que se han sucedido sobre la tierra, cuando la atmósfera se ha cambiado, i modificádose o alterado los elementos que mantienen la existencia. Las primeras vislumbres de esta revelacion, si se me permite así llamarla, encontraránse en algunos opúsculos, injenua manifestacion de las ideas que venian de vez en cuando a atravesar por mi espíritu; que en cuanto a los desarrollos i pruebas, propóngome irlos dando, junto con los remedios, en trabajos mas serios de lo que pueden serlo nunca reminiscencias de viaje. Por aquello i por lo que aquí se columbrare, pido desde ahora toda su induljencia a los que sientan herido i chocado en lo mas vivo su propio criterio, que estos dolores del alma tambien los he sufrido yo, al sentir arrancarse una a una las ideas recibidas, i sostituírseles otras que están mui léjos de halagar ninguna de aquellas afecciones del ánimo, instintivas i naturales en el hombre.

Para mejor comprender esta elaboracion, téngase presente que el báculo de viajero no lo he tomado a las puertas de Santiago. Recojílo solo de algun rincon, donde lo tenia, como tantos otros, abandonado, miéntras hacia alto, en una peregrinacion   —12→   a que están periódicamente, i a veces sin vuelta, condenados los pocos que en nuestros paises se mezclan a las cosas públicas; i si bien omito estas primeras pájinas, que nada digno de noticia encierran, hame sucedido encontrar en el discurso de mi viaje, hechos, ideas i hombres que a ellas se ligan íntimamente, como que eran la continuacion i el complemento del grande mapa de las convulsiones americanas; no siendo otra cosa mi viaje, que un anhelar continuo a encontrar la solucion a las dudas que oscurecen i envuelven la verdad, como aquellas nubes densas que al fin se rompen, huyen i disipan, dejándonos despejada i radiosa la inmutable, imájen del sol.

Sobre el mérito puramente artístico i literario de estas pájinas, no se me aparta nunca de la mente que Chateaubriand, Lamartine, Dumas, Jaquemont, han escrito viajes, i han formado el gusto público. Si entre nuestros intelijentes, educados en tan elevada escuela, hai alguno que pretenda acercárseles, yo seria el primero en abandonar la pluma i descubrirme en su presencia. Hai rejiones demasiado altas, cuya atmósfera no pueden respirar los que han nacido en las tierras baja, i es locura mirar el sol de hito en hito, con peligro cierto de perder la vista.





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ArribaAbajoMas-a-fuera

Señor don Demetrio Peña.

Montevideo, diciembre 14 de 1845.

Fué usted, mi querido i buen amigo, el último que abandonó la cubierta, al dejar la Enriqueta el puerto de Valparaíso, i por tanto el primero en mis recuerdos, ahora que puedo enviar de nuevo mis vales a los amigos que por allá dejó.

La espectacion de un rápido viaje, con que todos se complacían en darnos el último adiós, fué mas bien que feliz presajio, un buen deseo, burlado por vientos obstinadamente contrarios, o calmas pesadas que ajitaban las velas sin inflarlas. Estas contrariedades con que la naturaleza desbarata los esfuerzos del arte humano, no son del todo estériles sin embargo. En el mar, i en los buques de vela sobre todo, aprende uno a resignarse al destino i a esperar sin hacerse violencia. Los primeros dias de viaje, cada milla que hacíamos desviándonos de nuestro rumbo, era motivo de rebeliones de espíritu, de rabia i malestar. Al cabo de cuarenta días, empero, éramos todos unos corderos en resignacion; i el viento, por contrario que nos fuese, soplaba segun su voluntad soberana sin recojer de paso vanas e impotentes maldiciones. Así educado, empiezo a mirar como cosa llevadera las molestias que   —14→   me aguardan en todos los mares i en todas las latitudes, hasta que acercándome a Europa, el vapor venga en mi ausilio, contra la naturaleza indócil.

¿Qué puede referirse en un viaje de Valparaiso para Montevideo, aunque esté de por medio el temido Cabo de Hornos, que vimos de cerca, i rodeado de todos los polares esplendores, incluso las noches crepusculares en que, puesto el sol, la luz va rodando el horizonte, sin perder nada de su pálido esplendor hasta preceder la salida del sol al naciente? Por lo demas, sucesion de dias sin emociones, siguiendo a veces el vuelo majestuoso del pájaro-carnero, que da vueltas al buque como azorado, cual si quisiera cerciorarse de lo que significa objeto para él tan estraño; atraidos otras por los saltos i rápido pasaje de las tuninas, que formadas le dos en dos vienen a dar vuelta al buque, pasando precisamente por la proa; acudiendo un dia en tropel sobre cubierta a ver navegar a nuestro costado cuatro enormes ballenas, vapores vivos con sus columnas de agua, como de humo llevan los artificiales, aterrados otra ocasion por el fatídico grito del timonel: «¡¡¡hombre al mar!!!». I en efecto, un inféliz marinero cayó de una verga en un dia de borrasca; hizo un esfuerzo horrible para mostrarnos todo su busto sobre la superficie del océano enfurecido; pero el negro e insondable abismo reclamó su presa, i fué en vano que el buque volviera sobre el lugar de la catástrofe, el hombre se sumerjió para siempre. ¿Se acuerda usted que reclinados con nuestra incomparable Eujenia en la galería que de sus habitaciones da a la bahía en Valparaiso, le comunicaba la impresion que me causa la vista del mar, permaneciendo cuando puedo horas enteras, inmóvil, los ojos fijos en un punto, sin mirar, sin pensar, sin sentir, es especie de embrutecimiento i paralizacion de todas las facultales, i sin embargo, lleno de atractivo i de delicia? De este placer gozaba a mis anchas todos los dias, i aun con mas viveza en aquellos mares en que las olas son montañas que se derrumban por momentos, disolviéndose con estrépito aterrante en una cosa como polvo de agua. Allí el abismo, lo infinito, lo incontrastable, tienen encantos i seducciones, que parece que lo llaman a uno, i le hacen reconocer si está bien seguro, para no ceder a la tentacion. Gustaba asimismo de pasar hasta mui entrada la noche sobre cubierta mirando el cielo polar, cuya cruz i manchas se acercaban de dia en dia a nuestro zenit, escuchando el silbido del viento en la jarcia, u oyendo al piloto cuentos de mar, llenos de novedad e interes, que me   —15→   hacian envidiar la suerte de aquel que habia sido testigo i actor en ellos. ¡Pues bien! desde el dia en que cayó el marinero, no mas pude permanecer como ántes reclinado sobre la obra muerta, con los ojos fijos en las olas; temia ver salir la cabeza del infeliz náufrago; el silbido plañidero del viento perdió para mí toda su misteriosa melodía, porque me parecia que habia de traer a mis oidos, (i aun ponia atencion sin poderlo remediar para escucharlos) jemidos confusos i lejanos, como llantos de hombre, como grito de socorro, como súplica de desvalido, i el corazon se me oprimia; de noche las manchas i la Cruz del Sud, Vénus, Júpiter, Saturno i Marte que estaban a la vista, no detenian como ántes mis ociosas miradas, por echarlas furtivamente sobre la ancha huella que a popa deja el buque, para descubrir en la oscuridad de la noche si venia siguiéndonos un bulto negro, ajitándose para que lo viéramos. No es que tuviese miedo, pues que seria ridículo abrigarlo; lo que quiero hacerle sentir es que mis goces silenciosos i como conmigo mismo, de que le hablaba a su Eujenia, se echaron a perder con el recuerdo del náufrago, cuyo cadáver se mezclaba en todos mis sueños despierto, en esos momentos en que no es el pensamiento el que piensa, sino las ideas, los recuerdos que le su propio motu se ajitan en cierta caprichosa confusion i desórden que no carece de delicias. Lo mas triste era que la desgracia sucedió al frente del archipiélago de Chiloé, patria del infeliz; allí cerca estaba su madre i la pobre cabaña que lo vió nacer, i a cuyos umbrales no debia presentarse mas.

A estos pequeños incidentes estaria reducida mi narracion, si uno inesperado no mereciese por su novedad la pena de entrar en mayores detalles. Un porfiado viento sudoeste nos llevó, a poco andar de Valparaiso, mas allá del grupo de las islas de Juan Fernandez, forzándonos una calma de cuatro dias a dar la vuelta completa de la de Mas-a-fuera. Sabe usted que es esta una enorme montaña de oríjen volcánico que a los 34º de latitud i 80º25' de lonjitud, del seno del océano se levanta ex-abrupto, sin playas ni fondeadero seguro en ninguno de sus costados, muchos de ellos cortados a pico, i lisos como una inmensa muralla, presentando casi por todas partes la forma de una ballena colosal que estuviera a flor de agua. Desierta desde ab inicio, aunque de vez en cuando sea visitada por los botes de los balleneros, que en busca de leña i agua suelen abordar sus inabordables flancos, está señalada en las cartas i en los tratados como inhabitable e inhabitada.   —16→   Cansados nosotros de tenerla siempre en algun punto del compas, segun que al viento placia hacernos amanecer cada mañana, aceptamos con trasportes la idea del piloto de hacer una incursion en ella, i pasar un día en tierra. Estaba, segun él, poblada de perros salvajes que hacian la caza a manadas de cerdos silvestres.

Hago a usted merced de los preparativos de viaje, bote al agua, vivas de partida, i duro remar con rumbo hácia la isla, aunque esto último, por haber calculado mal la distancia, durase ocho horas mortales, demasiado largas para apagar todo entusiasmo, i reducirnos al silencio que produce una esperanza tarda en realizarse. Un incidente, empero, vino a sacarnos de esta apatía, suministrándonos sensaciones para las que no estábamos apercibidos. Cuando a la moribunda luz del crepúsculo nos empeñábamos en discernir los confusos lineamentos de la montaña, divisose la llama de un fogon entre una de sus sinuosidades. Un grito jeneral de placer saludó esta señal cierta de la existencia de seres racionales, en aquellos parajes que hasta entónces habíamos considerado como desiertos, si bien la reflexion vino a sobresaltarnos con el temor mui fundado de encontrarnos con desertores de buques, u otros individuos sospechosos, cuyo número e intenciones no nos era dado apreciar. Contribuyó no poco a aumentar nuestra alarma, la circunstancia, de mui mal agüero, de haber desaparecido la luz, momentos despues de haberla apercibido nosotros; a su turno nos habian visto i trataban de ocultarnos su guarida. La situacion se hacia crítica i alarmante, pues la noche avanzaba, estábamos a muchas millas de distancia i no sabíamos a qué punto dirijirnos. Para prepararnos a todo evento, i haciendo rumbo al lugar mismo donde la luz había sido vista, procedimos a cargar a bala un par de pistolas que llevábamos, a mas de un fusil i una carabina, para la proyectada caza de perros i cerdos. Con esto, i un trago de ron distribuido a los marineros, nos creimos en estado de acometer dignamente aquella descomunal aventura.

Mui avanzada ya la noche, llegamos por fin al pié de la montaña, cuya proximidad nos dejaba sospechar la oscuridad de las sombras que nos rodeaban, aunque no sin disimulado sobresalto echase ménos el piloto el ruido de las olas, al romperse en la presunta playa, como sucede donde quiera que no encuentran rocas lisas i perpendiculares. Aquella oscuridad i este silencio se hacían mas solemnes con la idea de los   —17→   tránsfugas i el cauteloso golpe de los remos que no impulsaban el bote, temerosos los marineros de zozobrar en alguna punta encubierta, sin que no obstante la proximidad reconocida, nos fuese posible discernir las formas de la tierra que teniamos. Al fin el piloto enderezándose cuan alto es, lanzó un tonante i prolongado grito a que solo contestaron, uno en pos de otro, los cien ecos de la montaña. Esto era pavoroso i lo fué mas el silencio preñado de incertidumbre que se siguió cuando el último sonido de aquel decrescendo fué a espirar a lo léjos. Despues de segundo i tercer grito, creimos distinguir otra voz que respondia al llamado, i no lo será difícil concebir que el placer de encontrarnos con hombres hiciese olvidar nuestros recelos pasados. En seguida el piloto, no obstante hablar el castellano, dirijió la palabra en inglés a alguno que se acercaba; porque un inglés en el mar no conoce la competencia de otro idioma, cual si el suyo fuese el del gobierno de las aguas como en otro tiempo fuélo el latin el de la tierra conocida; i para que esta pretension quedase aun allí justificada, en inglés contestaron desde la ribera. Supimos que el desembarco era difícil, que al respaldo de la montaña habia punto mas practicable, i que vivian en la isla cuatro hombres, en cuyas cabañas allí inmediatas, podiamos pasar la noche. A la indicacion del piloto de dar vuelto la isla en busca de mas seguro desembarcadero, una esclamacion de penosa angustia se escapó de la boca del que contestaba. ¡Oh! ¡No señor por Dios! decia, no se vayan.... ¡hace tanto tiempo que no hablamos con nadie!!!.

Habiéndonos ofrecido su auxilio, se resolvió bajar a tierra allí mismo, e imposible seria pintar el anonadamiento en que caimos, nosotros pobres pasajeros entre los gritos imperiosos i alarmantes de la difícil maniobra para acercar el bote a rocas desconocidas i casi invisibles; apercibiendo apénas los bultos indecisos i fantásticos de aquellos desconocidos; arrojados de un brazo por los de abordo sobre un peñasco helado i resbaladizo, para caer en seguida en el agua, amoratándonos las piernas en las puntas de las rocas; cojidos, en fin, del lado de tierra por una mano áspera i vigorosa, que se empeñaba en mantenernos contra el balance que el aturdimiento i el hábito contraido abordo nos hacian guardar sobre las peñas; encaminándonos en seguida con los gritos de pise aquí.... ahí nó... mas allá, hasta dejarnos en un suelo seco pero erizado de pedriscos.

Cuando estuvimos en aquel faldeoque hacia veces de playa,   —18→   i recobrados ya de nuestro susto, toconos el turno de volver a los insulares la sensacion de temor que la vista del fuego nos habia causado por la tarde. Segun lo supimos, no las habían tenido ellos todas consigo, al vernos armados de piés a cabeza i con aires de capitanes de buques de guerra. El caso no era para ménos. El jóven Huelin, uno de la comitiva, a mas de dos pistolas que sacaban las cabezas por los bolsillos del paletó, llevaba un gorro carmesí con estampados de oro, i yo, otro franjeado de cuero cayendo sobre los ojos, con bordado de oro i plata i borla de relumbron, todo lo cual podia dar al portador, en cualquier latitud de la Oceanía, trazas de almirante por su lordlike apariencia; i como norteamericanos que eran los moradores de la isla, han debido ser alguna vez marineros, i como tales, hai pocos establecidos en aquellas alturas que no tengan en el fondo de su conciencia algun pecadillo de desercion entre los ignorados i ocultos, siendo suficiente nuestra presencia para despertarlo si dormia, a guisa de lobo marino al aproximarse una ballenera.

Recordará V. que en una de estas islas, i sin duda ninguna en la de Mas-a-fuera. fué arrojado el marinero Selkirk, que dió oríjen a la por siempre célebre historia de Robinson Crusoe. ¡Cuál seria pues nuestra sorpresa, en verla esta vez i en el mismo lugar realizada en lo que presenciábamos, i tan a lo vivo, que a cada momento nos venian a la imajinacion los inolvidables sucesos de aquella lectura clásica de la niñez. Algunos momentos despues de llegar a las cabañas de aquellos desconocidos, el fuego hospitalario encendido en una tosca chimenea de piedra, a la par que secaba nuestros calzados, nos iba enseñando los objetos le aquella mansion semisalvaje. Cajas, barriles i otros útiles que acusaban su procedencia de algun buque naufragado, muebles improvisados i sujeridos por la necesidad, i algunas reses de montería colgadas, mostraban que no carecian absolutamente de ciertos goces, ni de medios de subsistencia. Secuestrados en las hondonadas de una isla abortada por los volcanes; viendo de tarde en tarde cruzar a lo léjos una vela que pasa sin acercarse a ellos, i mui frecuentemente por las inmediaciones una ballena que recorre majestuosamente los alrededores de la isla, estos cuatro proscritos de la sociedad humana, viven sin zozobra por el dia de mañana, libres de toda sujecion, i fuera del alcance de las contrariedades de la vida civilizada, ¿Quién es aquel que burlado en sus esperanzas, resentido por la ajena   —19→   injusticia, labrado de pasiones, o forjándose planes quiméricos de ventura, no ha suspirado una vez en su vida por una isla como la de Robinson, donde pasar ignorado de todos, quieto i tranquilo, el resto de sus dias? Esta isla afortunada está allí en la de Mas-a-fuera, aunque no sea prudente asegurar que en ella se halle la felicidad apetecida. ¡Sueño vano!... Se nos secaria una parte del alma como un costado a los paralíticos, si no tuviésemos sobre quienes ejercitar la envidia, los celos, la ambicion, la codicia, i tanta otra pasion eminentemente social, que con apariencia de egoista, ha puesto Dios en nuestros corazones, cual otros tantos vientos que inflasen las velas de la existencia para surcar estos mares llamados sociedad, pueblo, estado. ¡Santa pasion la envidia! Bien lo sabian los griegos que la levantaron altares.

Afortunadamente, ni los isleños, ni nosotros hacíamos, por entónces reflexiones tan filosóficas, ocupados ellos en sabotear con deleite inefable, algunos cigarros de que les hicimos no esperado obsequio, embebidos nosotros, con imperturbable ahinco, en sondear las profundidades de una olla, que sin mengua habria figurado en las bodas de Camacho, tan suculenta parte encerraba de una res de montería, cuyos tasajos sacábamos a dedo por no haber sido conocidos hasta entónces en la ínsula i sus dependencias, tenedores ni cucharas. Todavía en pos de estas suntuosidades silvestres, vino ¿qué se imajina usted?... Un humilde té de yerbabuena secada en hacesillos al calor de la chimenea, i que declaramos unánimemente preferible al mandarin, tal era el buen humor con que tomábamos parte en aquella pastoral que tan gratamente se habia echado entre la monotonía del mar.

Ya ve que no sin razon nos venia a cada momento la memoria de Robinson; creíamos estar con él en su isla, en su cabaña, durante el tiempo de su dura prueba. Al fin, lo que veíamos era la misma situacion del hombre en presencia de la naturaleza salvaje, i sacado de quicios, por decirlo así, en el aislamiento para que no fué creado. Como Robinson i por medios análogos, los isleños llevaban cuenta exacta de los dias de la semana i del mes, pudiendo por tanto i a solicitud nuestra, verificar que era el mártes 4 de noviembre del año del Señor de 1845, el dia clásico en que la Divina Providencia les concedia la sin par ventura de ver otros seres de su misma especie. Mas intelijentes i solícitos en esto que nuestros compatriotas de San Luis, capital de Estado de la Confederación arjentina, los cuales segun es fama, llevaban en cierto   —20→   tiempo errada la cuenta de los dias de la semana, hasta que el arribo de unos pasajeros pudo averiguarse, no sin jeneral estupefaccion, que estaban un año habia, ayunando el juéves, oyendo misa el sábado i trabajando el domingo, aquellos que por una inspiracion del cielo no hacian San Lúnes, como es uso i costumbre entre nuestros trabajadores. Por fortuna averiguóse que estos formaban la mayor parte, con lo que se aquietó, dicen, la conciencia del buen cura, cómplice involuntario de aquella terjiversacion de los mandamientos de nuestra madre la Iglesia. Por mas detalles, ocurra usted a nuestro buen amigo el doctor, Ortiz, oriundo de aquella ciudad, i mui dado a investigaciones tradicionales sobre su patria.

Satisfechas nuestras necesidades vitales i fatigados por tan varias sensaciones, llegó el momento de entregarnos al reposo, i aquí nos aguardaban nuevos i no esperados goces. Una amaca acojió muellemente al jóven Huelin, i a falta de amaca para Solares, secretario de la legacion boliviana al Brasil, i para mí, doscientas cincuenta pieles de cabra distribuidas en un ancha superficie, hicieron dignamente honores de elástica i mullida pluma.

He mentado pieles de cabra, i va usted a creerme sor rendido in fraganti delicto, de estar forjando cuentos de duendes para dar interes novelesco a nuestra incursion en la isla. Pero para llamarlo al órden de nuevo, preciso es que sepa que si Mas-a-fuera solo encierra cuatro seres pasablemente racionales, sirve en cambio de eden afortunado a cincuenta mil habitantes cabrunos que en línea recta descienden de un par, macho i hembra de la especie, que el inmortal Cook puso en ella, diciéndoles como el Creador a Adan i Eva: «creced i multiplicaos». Un nudo se me hizo a la garganta de enternecimiento, al oir a uno de nuestros huéspedes recordar cómo hacia cuarenta i cinco años que el famoso navegante habia visitado la isla i arrojado en ella aquel puñado de las bendiciones de la vida civilizada. Sabe usted que hace ochenta años a que murió aquel; pero el pueblo aproxima siempre en su memoria a los seres que les han sido benéficos i queridos. Cook, el segundo creador de la Oceanía por los animales domésticos i las plantas alimenticias que en todas las islas derramó, murió víctima, sin embargo, de aquellos cuya existencia hiciera fácil i segura. ¡Triste pero ordinaria recompensa de las grandes acciones i de los grandes hombres! Es la humanidad una tierra dura e ingrata que rompe   —21→   las manos que la cultivan, i cuyos frutos vienen tarde, mui tarde, cuando el que esparció la semilla ha desaparecido!

El nombre de Cook, repetido hoi por los que felices i tranquilos, cosechan el producto de sus afanes, es la única venganza tomada contra sus asesinos, de quienes el ilustre navegante pudo decir al morir: ¡Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen! ¡Espresion sublime de la desdeñosa compasion, que al jenio inspira la estupidez de las naciones, Sócrates, Cervantes, Colon, Rivadavia, cada uno de ellos al morir, han pedido a Dios que perdone a sus compatriotas!.

Aquí tiene usted, pues, cómo nuestros atos de espantables javalíes, se habian convertido en millares de cabras alzadas, con quienes sin mucha pretension podiamos prometernos entrar en comunicacion directa por el telegráfico intermedio de carabinas i fusiles; por lo que ántes de entregarnos al sueño que nos reclamaba con instancia, se dispuso la partida de caza del dia siguiente, impartiendo órdenes ademas, para que el bote hiciese en el intertanto buena provision de langostas de mar, anguilas, cabrillas, i otros pescados de que los alrededores de la isla abundan.

A las cuatro de la mañana del siguiente dia, estábamos en pié estasiándonos en aspirar el ambiente húmedo i embalsamado de la vejetacion, hundiendo nuestras miradas atónitas en las oscuras profundidas de la quebrada en cuya boca están situadas las cabañas, cubiertas de bosques renegridos, interrumpidos tan solo por rocas sañudas que cruzan sus dientes de ambos lados alternativamente.

El sol que asomaba por la cúspide venia ilnminando con esplendorosa paleta estos grupos tan valientemente diseñados. ¡Oh, amigo! Aquellas sensaciones no se olvidan nunca, i empiezan a darme un gusto anticipado de las que recompensan al viajero de las molestias de la locomocion, verdaderas islas floridas que quedan en nuestros recuerdos, como lo están éstas en medio de la uniforme superficie del océano.

Para emprender la proyectada partida de caza, debiamos dejar nuestro calzado i reemplazarlo por uno de cuero de cabra ceñido al pié, con el ausilio de una gareta artísticamente preparada; calzado a la Robinson Crusoe, segun nos complaciamos todos en llamarlo, a fin de cohonestar con una palabra noble, la innoble i bastarda forma que daba a nuestros piés. Este secreto de los nombres es májico, como usted sabe, en política sobre todo, federacion, americanismo,   —22→   legalidad, etc., etc., no hai nadie tan avisado que no caiga en el lazo.

Todo lo necesario dispuesto, emprendimos con los primeros rayos del sol naciente el ascenso de la montaña en cuya cima habiamos de encontrar las desapercibidas cabras. Despues de escalar, literalmente, un enorme risco, por caminos de los insulares solo conocidos, encontramos que aquello era tan solo la basa de otro ascenso, el cual conducia a una eminencia superior que a su vez servia de base i escala para subir a otra, i así sucesivamente, hasta siete, cual si fueran las montañas que los titanes amontonaron para escalar el Olimpo; de manera que, no obstante nuestro entusiasmo i la belleza i animacion de los cuadros i vistas que a cada nuevo ascenso se nos iba presentando, empezábamos a aflojar el paso, rendidos por la fatiga producida por un sol fulminante, bueno para iluminar una batalla de Austerlitz o de Maipú, pero soberanamente impertinente cuando jóvenes ciudadanos que han calzado guante blanco, pretenden hacer un ascenso casi perpendicular, por tres horas consecutivas.

Al fin se nos presentaron las cúspides de la montaña, coronado cada uno de sus picos por un cabro situado en ella a guisa de atalaya. Esplicónos Williams, el isleño que nos servia de guia, el significado de aquella aparicion fantástica. Un macho estaba siempre apostado en las alturas para descubrir el campo i dar parte de la aproximacion de los cazadores, a la manada de cabras que forma el harem de cada uno de estos sultanes; había, pues, tantos rebaños en el respaldo de la montaña, cuantos cabríos veíamos colocados en una eminencia, inmóviles como estátuas de ídolos o manitues de los indios. Cuando nos hubimos acercado demasiado i retirádose aquellas guardias avanzadas, todavía el isleño nos hizo distinguir aquí i allí el triángulo de las astas de algunos escuchas, que escondiendo el cuerpo i parte de la cabeza tras el perfil de la montaña, permanecian denodadamente hasta observar nuestros últimos movimientos. El momento de la caza habia llegado. Williams prescribió el mas profundo silencio; se distribuyeron municiones, i para burlar la vijilancia del enemigo, nos dividimos en dos cuerpos a fin de tomarlo por los flancos. Desgraciadamente la parte confiada a mi valor i audacia fué la peor desempeñada, i la derrota se hubiera pronunciado por el ala izquierda que yo ocupaba, si el enemigo en lugar de acometer, como debió, no hubiera preferido por una inspiracion del jénio cabruno, emprender   —23→   la mas instantánea retirada. Sin embargo, debo decir en mi justificacion, como lo hacen todos los que se conducen mal, que tan perpendicular era el corte de la montaña por aquella parte, que por poco que yo me hubiese separado de la cúspide a fin de rodearla, quedaban entre mí i las manadas de cabras, por lo ménos diez cuchillas que descendian paralelas a un abismo donde un arroyuelo serpenteaba. Apénas es posible formarse idea de sitio mas salvaje, precipicios mas espantosos, ni espectáculo mas sublime. De todos los puntos de aquella soledad agreste, callada hasta entónces, partieron en el momento de mi aparicion, gritos estraños que repetian centenares de cabros, diseminados en todas las crestas, declives i faldeos circunvecinos. No en vano los pueblos cristianos han personificado el Espíritu Malo en el macho de cabrío; tiene este animal en sus jestos, en su voz, en sus estornudos, una cierta semejanza con el hombre, que aun en el estado doméstico, causa una desagradable impresion, como si viésemos en él un injurioso remedo de nuestra especie. Pero estas impresiones llegan hasta el ódio i el terror, cuando vuelto a la vida salvaje, nos desafia aquel animal con sus insolentes parodias de la voz humana; pueblo sublevado i libre del yugo que el hombre le impusiera, i que desde las montañas inaccesibles que le sirven de baluarte, avisa a los suyos, pasándose el grito de alarma de familia en familia, la proximidad odiada i a la vez temida de sus antiguos e implacables amos.

Habia yo, pues, descendido en vano, i por entonces solo me quedaba que admirar de paso el paisaje, i esforzarme en ascender a la cúspide, abriéndome paso. por espesuras de árboles i de matorrales, en que permanecia sepultado por horas enteras, hasta salir al borde de un abismo para ascender de nuevo i encontrarme con otro que me cerraba el paso irrevocablemente. ¡Cuantas veces permanecia un cuarto de hora con un pié fijo en la punta de una roca, asido con una mano a las raices de las yerbas que mas arriba crecian, estático, aterrado, la vista inmóvil sobre el oscuro valle, que descubria repentinamente a mil varas perpendiculares bajo mis plantas! Allí cien rebarios de cabras pacian tranquilamente en distintos puntos i direcciones; al frente una enorme montaña, de cuyas cimas cubiertas de nubes, descendia por mas de una milla una caida de agua en cascadas de plata; bosquecillos de una palma arbusto tapizaban las hondonadas oscuras i húmedas, miéntras que chorreras de árboles matizados   —24→   con variedad pintoresca, dejaban ver sus copas redondeadas, unos en pos de otros hasta el fondo del valle, en las mil sinuosidades de las montañas. La naturaleza ha desplegado allí en una diminuta estension, todas las osadias que ostenta en los Andes, o en los Alpes, encerrando entre quebradas cuyos costados cree uno tocar con ambas manos, bosques impenetrables, sotillos elegantes, praderías deliciosas, abismos i golpes de vista sorprendentes.

Estraviándome en aquellas sinuosidades tupidas como los dientes de un peine, gozándome en los peligros a cada paso renovados, internándome por entre las malezas i los troncos de los árboles, llegué, al fin, a la cúspide, que habia intentado rodear tres horas ántes, pudiendo entónces oir los gritos del isleño que me buscaba, no sin sobresalto, pues que habiendo principiado a llover i descendiendo las nubes mas abajo de nuestra posicion, me habria sido imposible acertar entre aquel laberinto, con el camino practicado.

A poco andar mi guia alzó del suelo una cabra herida de bala, que habia, cazado él por el lado opuesto a la montaña pero ¿cómo?.... Echándose a correr por un escarpada cresta en medio de dos abismos, descendiendo a saltos, i disparando el tiro en la velocidad de la carrera a fin de alcanzar la caza fujitiva. Yankee del Kentucky, de puntería infalible, con piés de suizo de los que hacen en los Alpes la caza de la gamuza, era nada ménos lo que pedia la de cabras de Mas-a fuera, i fácilmente se inferirá que con semejante espectáculo, quedamos curados de la necia pretension de alcanzarlas nosotros en sus Termópilas. La caza ordinaria la hacen los isleños, a falta de balas, con el ausilio de perros que poseen adiestrados para la persecucion.

Despues de todo, llevábamos una cabra cazada, no importa por quien, i esto bastaba para disponernos a emprender el descensode la montaña, sin el desaliento de una espedicion frustrada. La ilimitada superficie del océano, que desde aquellas cimas a nuestro regreso descubriamos, añadia nuevos encantos a los que la isla sumistraba, haciendo ménos sensible el esfuerzo de un rápido descenso. En las inmediaciones veiamos retozar dos ballenatos; a lo léjos nuestra barca aproximándose a recojernos, cual golondrina de mar que se juega sobre la superficie de las aguas, i en el límite del horizonte la Godefroi, fragata destinada a Hamburgo desde Valparaiso i luchando como nosotros contra el viento contrario. Una ballenera en fin, i las crestas de las montañas de Juan   —25→   Fernandez, apénas perceptibles entre los celajes, formaban los únicos accidentes que interrumpian la quieta i tersa uniformidad del mar. Pero lo que mas nos complacia en nuestro descenso, era la tupida alfombra de verdura, que cubriendo con su blando cojin la aspereza de las rocas, ofrece deleite a los ojos, suavidad a los piés no acostumbrados a tanta fragosida, i alimento inagotable para cien mil cabras.

A nuestra llegada al estrecho valle en que las cabañas están situadas, estenuados de fatiga i abrazados de calor, pudimos apreciar el inapreciable sabor acridulce de los capulíes, que a ambos lados del camino nos brindaban con sus vastaguillos cargados de refrijerantes i embozadas naranjillas, cual si la mano próvida de la naturaleza los hubiera a designio colocado allí, donde el calor i la sed habian de hacerlos de un valor inestimable, despues de ocho fatigosas horas de ascenso i descenso no interrumpido. Inútil seria añadir que en las habitaciones nos aguardaba un copioso almuerzo, en que los insulares habian apurado los recursos de la ciencia culinaria, para desarmar el apetito desplegado por tan estraordinario ejercicio. Era aquello una escena de hotentotes, de caníbales, que por vergüenza de mí i de mis compañeros no describo.

Para decir todo lo que pueda interesarle sobre la isla de Robinson, llamada vulgarmente Mas-a-fuera, instruiré a usted que sus maderas de construcion son inagotables, rectas i sólidas; pudiendo en varios puntos, con el ausilio de planos inclinados, hacerse descender hasta la orilla del agua. La riqueza espontánea de la isla, empero, consiste en sus abundantes i esquisitos pastos, cuyo verdor perenne mantienen las lluvias que, a hora determinada del dia, descienden de las nubes que se fijan en sus picos. La cria de cerdos i ovejas, sobre todo merinos, produciria sumas enormes, caso de que la actual de cabras no satisfaciese a sus moradores. Caballos i vacas serian por demas allí, donde no hai un palmo de terreno horizontal, bastando la cria de ganados menores para mantener en la abundancia diez o veinte familias.

La flora de la isla es reducidísima, si bien figuran en su corto catálogo, a mas de unas azucenas blancas, alelíes carmesí, cuyas semillas, como las de duraznos dulces de que existen bosques, fueron sin duda derramadas por el capitan Cook. Pocas aves pueblan estas soledades; un gorrion vimos tan solo, i dos especies de gavilanes, el número de los cuales es prodijioso, a causa de la facilidad con que se alimentan;   —26→   arrebatando en sus garras los cabritillos recien nacidos, elevándolos en el aire para estrellarlos en seguida contra las rocas. Seria fácil estinguirlos, puesto que para cazarlos es preciso retirarse de ellos, a fin de no tocarlos con la boca de la carabina, tan poco conocen de la malicia del hombre. Mando a Procesa la piel de uno de pecho blanco para que la añada a sus colecciones de pájaros.

Los norteamericanos residentes hoi en la isla, cultivan como Robinson, papas, maiz i zapallos, en los declives terrosos, en que la jeneral rudeza i escabrosidad del terreno lo permite. Estos productos agrícolas, con los duraznos, capulíes i el tallo de cierta planta que contiene un jugo refrijerante, llamada en Bolivia quiruzilla, proporcionan alimentos gratos, suficientes para amenizar la mesa que por sí solo hacen abundante i segura la carne de las cabras i los pescados del mar. Del cortejo de animales que acompañan al hombre en la vida civilizada, se encuentra en las habitaciones gallinas, un par macho i hembra de pavos, i algunos perros e la especio ordinaria, i de los cuales se sirven para la caza, que hace por turno cada dia uno de los isleños. A mas de cabras, hai en la isla zorras i gatos como los domésticos. Tantas comodidades como las arriba enumeradas, no pueden haberse reunido por el acaso, i siento mucho no poder describir esta vez el horrible naufrajio i demas circunstancias portentosas que debieron echar a mis héroes en aquella isla desierta. Veintiseis meses habia que uno de ellos fué traido a la isla para emprender una pesquería de lobos marinos que abundan en sus alrededores. El empresario, que era un vecino de Talcahuano, mandó en seguida en una lancha a su propio hijo i dos trabajadores mas, pero no bien dieron principio a la pesca, cuando una violenta borrasca estrelló la frájil barquilla contra las rocas, el jóven patron pereció, i los dos marineros que le acompañaban, salvaron a duras penas despues de luchar con las olas amotinadas un dia entero, hasta poder asirse de las rocas, i escalar la montaña por medio de esfuerzos de valor, de sufrimiento i de perseverancia que sobrepasan todo creencia. Desde entónces carecen de embarcacion, circunstancia que los tiene en completa incomunicacion con el continente, i al infeliz padre ignorando el fin desastrado de su hijo. Este es el oríjen del establecimiento de tres de los insulares: dos de ellos permanecian retenidos por el temor de que se les imputase a crímen la muerte de su malaventurado compañero de naufrajio; i el otro, mayor de edad, estaba   —27→   resuelto a pasar el resto de sus dias, señor de la isla como Robinson, satisfecha su ambicion i sin envidiar nada a los mas bulliciosos habitantes de las ciudades. El cuarto era un jóven de 18 años, que solicitó su estradicion, i que conducido por la Enriqueta a Montevideo, hoi navega en el Paraná.

Por lo demas i echando de ménos muchos útiles i comodidades necesarias a la vida, aquellos hombres viven felices para su condicion, asegurada la subsistencia, i lo que es mas, formándose un capital con peletería que reunen lentamente. Poseian entre todos mas de quinientos cueros de cabra, como ciento de zorra i de gato, i de algunos de lobo que podrian aumentarse a ciento, si tuviesen un bote para pescarlo, pues que nuestro piloto dió caza a cinco de tamaño enorme en solo algunas horas.

Para que aquella incompleta sociedad no desmintiese la frajilidad humana, estaba dividida entre sí por feudos domésticos, cuya causa no quisimos conocer, tal fué la pena que nos causó ver a estos infelices separados del resto de los hombres, habitando dos cabañas a seis pasos la una de la otra, i sin embargo, ¡malqueriéndose i enemistados! Está visto; la discordia es una condicion de nuestra existencia, aunque no haya gobierno ni mujeres.

Williams, el mas comunicativo de ellos, nos preguntó si los Estados Unidos estaban en guerra con alguna potencia, haciendo un jesto de soberano desden cuando se lo indicó la posibilidad de una próxima ruptura con Méjico. Deseaba una guerra con la Francia o Inglaterra. ¿Pregunte usted para qué? Méjico no era por lo tanto un rival digno de los Estados. A propósito de preguntas, este Williams nos esplotó a su salvo desde el momento de nuestro arribo hasta que nos despedimos. Como dije a usted al principio, aquejábalos la necesidad de hablar, la primera necesidad del hombre, i para cuyo desahogo i satisfaccion se ha introducido el sistema parlamentario con dos cámaras, i comisiones especiales, etc., etc. Williams, a falta de tribuna i auditores, se apoderó de nosotros i se lo habló todo, no diré ya con la locuacidad voluble de una mujer, lo que no es siempre bien dicho, pues hai algunas que saben callar, sino mas bien con la petulancia de un peluquero frances que conoce el arte i lo practica en artiste. Contónos mil aventuras, entre otras la de un antiguo habitante de la isla cuya morada nos señaló, el cual, habiendo hecho una muerte en Juan Fernandez, se guareció allí, hasta que un enorme risco, desprendiéndose súbitamente de la   —28→   montaña vecina, le hundió con espantable ruido la habitacion, mostrándose así la cólera del cielo que le perseguia. Por él supimos demasiado tarde, que en un árbol estaban inscritos mas de veinte nombres de viajeros. Acaso hubiéramos tenido el placer al verlos, de quitarnos relijiosamente nuestros gorros de mar en presencia del de Cook i de los de sus compañeros. Pero ya que esto no nos fuese dado, encargámosle gravase al pié de una roca, ad perpetuam rei memoriam, los de

HULELIN.

SOLARES.

SARMIENTO.

1845.



Despues de haber el jóven Huelin forzádolos a admitir algunas monedas i nosotros varias bagatelas, nos preparamos para partir deseándonos recíprocamente felicidad i salud. Cuando ya nos alejábamos, los isleños reunidos en grupo sobre una roca, i con los gorros en el aire, nos dirijieron tres ¡hurrah!.... en que el sentimiento de vernos partir luchaba visiblemente con el placer de habernos visto; contestámosles tres veces, i a poco remar la Enriqueta nos recibió a su bordo, en donde todo era oidos para escuchar la estupenda relacion de nuestras aventuras.

Soi de usted, etc.




ArribaAbajoMontevideo

Señor don Vicente F. Lopez.

Montevideo, enero 25 de 1846.

¡Cuánto ha dilatado, mi buen amigo, esta carta tantas veces prometida, que se hace al mar al tiempo mismo que yo me abandono de nuevo a las ondas del Plata, para ganar el proceloso Atlántico en prosecucion de mi viaje! Entre Chile i Montevideo media mas que el Cabo de Hornos, que ningun obstáculo serio opone a la ciencia del navegante; media la incomunicacion natural de los nuevos estados de América, que no ligará el proyectado Congreso Americano, por aquel secreto pero seguro instinto que lleva a los pueblos, como a las plantas,   —29→   a volverse hácia el lado de donde la luz viene. Por lo que he podido traslucir de los resultados comerciales del cargamento de cereales de la Enriqueta, muchos miles hubiera ganado el comercio chileno, proveyendo de víveres esta plaza; pero el comercio allí no ha sabido que en las plazas sitiadas se come, cosa que no ignoraban por cierto los norte-americanos que le envian sus trigos.

Usted no ha estado en Montevideo, ni despues de larga ausencia remontado el amarillento rio, acercádose a la patria, divinizada siempre en el recuerdo de los proscritos. Suceden a veces cosas tan estrañas, que hicieran creer que hai relaciones misteriosas entre el mundo físico i el moral, justificando aquella tenaz persistencia del pueblo en los augurios, en los presentimientos i en los signos. Despues de cansada i larga travesía, nos acercábamos a las costas arjentinas. Habiamos dejado atras las islas Malvinas, i el capitan cuidadoso tomaba por las estrellas la altura, por temor de dar de hocicos con el fatal Banco Inglés. Una tarde, en que los celajes i el barómetro amenazaban con el pampero, el mal espíritu de estas rejiones, entramos en una zona de agua purpúrea que en sus orillas contrastaba perfectamente con el verde esmeralda del mar cerca de las costas. Era acaso algún enjambre de infusorios microscópicos, de aquellos a quienes Dios confió la creacion de las rocas calcáreas con los depósitos de sus invisibles restos; pero el capitan que no entiende de estas cosas dijo, medio serio, medio burlándose «estamos en el Rio», i señalando la enrojecida agua, «esa es la sangre, añadió, de los que allá degüellan». Aquella broma zumbó en mis oidos como un sarcasmo verdaderamente sangriento. Por lo pronto permanecí enmudecido, triste, pensativo, humillado por la que fué mi patria, como se avergüenza el hijo del baldon de sus padres. ¿Creerá usted que tomé a mi cargo probar que eran infusorios, i no nuestra sangre la que teñía el malhadado rio?

Sangrienta en efecto es su historia, gloriosa a la par que estéril. Naumaquia permanente que a una u otra ribera tiene, cual anfiteatros, dos ciudades espectadoras, que han tenido desde mucho tiempo la costumbre de lanzar de sus puertos naves cargadas de gladiadores para teñir sus aguas con inútiles combates. Montevideo i Buenos Aires conservan su arquitectura morisca, sus techos planos, i sus miradores que dominan hasta mui léjos la superficie de las aguas. La brisa de la tarde encuentra siempre en aquellos terraplenes elevados,   —30→   dos, millares de cabezas de las damas del Plata, cuya beldad i gracia, han personificado los marineros ingleses llamando asía unas avecillas acuáticas que se asemejan a palomas pintadas; allí van a esperarla para que juegue con sus rizos flotantes, miéntras, echando sobre las ondas caprichosas del rio sus distraidas miradas, la fantasía se entrega a cavilaciones sin fin. Si la tempestad turba el ancho rio, si las naves batidas por la borrasca no pueden ganar el difícil puerto, si la bandera o el cañon piden a la vecina costa socorro, si la escuadra enemiga asoma sus siniestras velas, Montevideo i Buenos Aires acuden alternativamente a sus atalayas i azoteas, a hartarse de emociones, a endurecer sus nervios con el espectáculo del peligro, la saña de los elementos o la violencia de los hombres. En 1826, la escuadra brasilera bloqueaba en numerosa comitiva las balisas de Buenos Aires. El pueblo tenia neumaquia todas las tardes, siguiendo con sus ojos desde lo alto de los planos de los edificios, las balas que se cruzaban entre su sutil, cuanto escasa escuadrilla, i los imperiales dominadores del río. Una tarde, como en las escenas de toros en España, el combate se prolongaba, i a la luz del sol que se escondia tras los pajonales de la pampa, se sucedían los fogonazos de los cañones que iluminaban por momentos los mástiles i cascos indefinibles, de los buques próximos a abordarse. De repente una inmensa llamarada alumbra el espacio; un volcan lanza al cielo una columna de llamas bastante a iluminar de rojo las pálidas caras de aquella muchedumbre de pueblo ávido de emociones i de combates, i al fragor del cañoneo se sucede el silencio sepulcral del espanto de los combatientes mismos. Un buque habia volado, incendiada la Santa Bárbara. ¿A cual de las dos escuadras pertenecia?... Hé aquí las emociones que educan a aquellos pueblos.

I no es de ahora esta existencia guerrera del rio. En 1807 Sir Samuel Achmuty rueda con sus naves en torno de la península montevideana, i despues de arrojarla catorce dias balas en su seno, encuentra la juntura de su coraza de peñascos i cañones i la toma por asalto. En 1808 Mont Elio desobedece al virei de Buenos Aires i la lucha de ambas riberas se inicia por el sitio de Rondeau, de cuyas filas sale Artigas que levanta la bandera roja; i los suplicios atroces, perpetuados por la inquisicion en el espíritu español, toman formas nuevas, estrañas, adaptadas a la vida pastoril.

En 1814 Alvear anunciaba a Buenos Aires la toma de la   —31→   escuadra española en el puerto mismo de Montevideo con estas bellas palabras que habrian sentado bien en boca del vencedor de las Pirámides. «El sol i la victoria se presentaron un tiempo en este memorable dia». 600 piezas de cañon 99 buques, una ciudad conquistada i los pertrechos de guerra de Jibraltar del sur, pasaban a la otra orilla para dar pábulo a la insolencia de los guerreros, i a la destruccion de que han quedado sembrados los restos en todo el continente hasta el otro lado de los Andes, al pié del Chimborazo. Las intrigas i las escuadras de la Princesa Carlota pasan un momento la esponja sobre esta conquista, hasta que en 1823, una barquilla arrojaba sobre las playas orientales del rio treinta i tres guerreros, que debian agrandarse hasta producir la guerra imperial, i aquel eterno batallar sobre las aguas del rio, i aquella caza dada en los canales sinuosos del Uruguai, que hizo por cuatro años, la ocupacion i la gloria de Brown, i el diario entretenimiento de ambas ciudades riberanas. I cuando los amos antiguos i los súbditos rebeldes, la capital i la provincia, el vecino imperio i la orgullosa república dejaron con la independencia de Montevideo de teñir con sangre las aguas del rio, i de ajitar con el estampido del cañon los ecos de la pampa, la Europa ha venido de nuevo a dar pretesto i objeto a esta normal existencia del Rio guerrero. Los buques de Buenos Aires i Montevideo se acechaban i dan caza, si bien las inauditas i osadas empresas de Garibaldi no han podido nada contra el viejo tirano de estas aguas, Brown, cuyo nombre abraza la historia marítima de Buenos Aires desde 1812 hasta esto momento; i en el rio i en la playa, en la ciudad i en el campo, en los cerros i en la llanura, el cañon suena siempre, remedando la tempestad de los cielos i la ajitacion periódica del pampero que echa el rio sobre Montevideo, i aleja i persigue las naves del comercio.

¡Cuanto trabajo ha de costar desembrollar este caos de guerras, i señalar el demonio que las atiza, entre el clamoreo de los partidos que se denuestan, las pretenciones odiosas siempre de las ciudades capitales, el espiritu altanero de la provincia vuelta estado, los designios de la política, la máscara de la ambicion, los intereses mercantiles, el odio español contra el estranjero, i el viento que echa la Europa sobre la América, trayéndonos sus artefactos, sus emigrantes, i haciéndonos entrar en su balanza de desenvolvimiento i de riqueza!

Estábamos ya por fin en las aguas del Plata, i estos misterios podian, si no esplicárseme, ofrecerse al ménos a mi vista.   —32→   La tarde del cuadrajésimo octavo dia de mar, el sol empezaba a ponerse, como he dicho, entro nubarrones torvos; i no bien se habia ocultado tras el ancho lomo de las aguas, por todos los estremos del horizonte asomaban lentamente densas masas de nubes preñadas de tempestades. ¡Oh! la tempestad eléctrica, para quien ha habitado largos años las calladas costas chilenas, tiene encantos májicos cuando el estampido del trueno ha sacudido nuestros oidos desde la cuna. Habia iluminacion en los cielos aquella noche; los refusilos del horizonte ocupaban los entreactos del rayo que surcaba el espacio; nuestra frájil barca tenia empavezados de fuegos de santelmo sus mástiles, i la sucesion de luz solar, i de noche oscura, encandilaba los ojos fijos en algun punto de las nubes, anhelando sorprender la súbita iluminacion fuljente. Mui tarde aun de la noche permanecíamos unos cuantos en las banquetas de proa, gozando del espectáculo, conmovidos nuestros nervios acaso por la superabundancia de electricidad; i no bien habiamos cobrado sueño cuando hubimos mas tarde ganado nuestros camarotes, el estampido de un rayo cercano nos echó de la cama a todos, a los ayes i jemidos del timonel a quien suponíamos herido; pero la celeste batería habia errado esta vez su tiro, i nave i timonel escaparon sanos i salvos. El dia siguiente era el de la entrada, puesto que estábamos ya en las aguas amarillas. Señaláronse sucesivamente los promontorios de ambas costas; descubrióse la mentida isla de Flores, tarda en dejarse pasar, animando la marina algunas naves que buscaban la alta mar. No ha mucho que la hermosa farola estuvo apagada por órden de Oribe. Estas fechorías me paresen semejantes a las de aquellos que en los caminos de hierro en Europa suelen poner un atolladero para hacer fracasar los wagones. Veíase, por fin, el rio cubierto de naves ancladas en distintos puntos, como el gaucho amarra su caballo en donde le sorprende la noche, o halla pasto abundante en la pampa solitaria; i a lo léjos un vistoso grupo de torres i miradores, señalaba, aparentemente a la sombra del cerro que le dio nombre, la presencia de Montevideo. La ciudad en tanto se presentaba a nuestro escrutinio con una coquetería que pocas pueden ostentar. Rueda el buque en torno de ella buscando desde el lado del Océano el ancladero que guardan la ciudad i el Cerro, i en aquellas viradas de bordo que la barca describe como los jiros del ave acuática que se dispone a posarse sobre las aguas, van presentándose las calles que cruzan la poblacion,   —33→   i caen de punta bajo el ojo, primero de norte a sur, despues de poniente a naciente, i todavía de norte a sur, con su variedad infinita de grupos i de trajes, de carruajes i de jinetes, interrumpiendo la perspectiva las ondulaciones del terreno que lo asemejan a espuma del rio perificada. Dan realce a esta vista el material de los edificios, de cal i canto todos, sin aquellas pesadas techumbres de las colonias del Pacífico que matan la calle, e infunden desaliento i tristeza perenne en los ánimos. En Montevideo las líneas rectas, puras del estilo doméstico morisco, viven en santa paz i buena armonía con las construcciones del moderno gusto inglés; la azotea con verja de fierro, a mas de dar transparencia i lijereza al remate, hace el efecto de jardines, de cuyo seno se elevara el cuadrangular, esbelto i blanco mirador, que a esta hora de la tarde está engalanado, vivificado, con grupos de jente que esparcen su vista i aspiran la brisa pura del rio.

A las emociones del viaje se sucedian las del puerto, el paisaje, el muelle, la multitud de velas latinas con que los italianos han animado el movimiento de la rada; el cerro coronado de cañones; los lejanos puntos ocupados por el enemigo, que sombrean el paisaje a lo léjos i dan al espectáculo algo de serio i de amenazante. Es el aspecto de una plaza sitiada imponente de suyo, i el enemigo que cercaba a Montevideo, lo era mio tambien, por aquel parentesco i mancomunidad que uno a las dos repúblicas del Plata en sus odios i en sus afecciones. I en efecto, sorprende esta unidad de las dos riberas, de manera de hacer sospechar que su independencia respectiva es una creacion bastarda i contraria a la naturaleza de las cosas. Un ejército arjentino sitiaba la plaza a las órdenes de un montevideano; i la plaza había improvisado i sostenido su resistencia a las órdenes de un jeneral arjentino. La prensa del Cerrito redactábanla montevideanos i a de Montevideo los arjentinos; i en ambos ejércitos i en ambos partidos, sangre i víctimas de una i otra playa, confundian sus charcos o sus ayes en la lucha que enta el rio que los une en lugar de dividirlos. Publicaba el Nacional a la sazon Civilizacion i Barbarie, i el exámen de mi pasaporte en el resguardo, bastó para atraer en torno mio numeroso círculo de arjentinos asilados en Montevideo, comerciantes, empleados, soldados, letrados, periodistas i literatos; porque todo allí no presenta hoi otra fisonomía que la que presentó en los tiempos en que ambos paises solo formaron un estado, con un foro, una universidad i un ejército comun.   —34→   Estaba, pues, entre los mios, i mi curiosidad moria a cada pregunta, bajo un fuego graneado de soluciones mas o ménos satisfactorias.

Entrando, empero, mas adentro en la organizacion de este pueblo, vése que aquellas dos ramificaciones de la familia arjentina, son los restos de una sociedad que muere; la vida está ya injertada en rama mas robusta. No son ni arjentinos ni uruguayos los habitantes de Montevideo, son los europeos que han tomado posesion de una punta de tierra del suelo americano. Cuando se ha dicho que los estranjeros sostenian el sitio de Montevideo, decian la verdad; cuando han negado a estos estranjeros el derecho de derramar su sangre en Montevideo, como en su patria, por sostener sus intereses, sus preocupaciones de espíritu i su partido, se ha pretendido una de las maldades mas flagrantes, aunque tenga el apoyo de la conciencia de todos los americanos. Sé que la vieja ojeriza española anidada en nuestros corazones, i fortificada por el orgullo provincial de estados improvisados, se irrita i exaspera a la idea solo de dar a los estranjeros en nuestro suelo toda la latitud de accion que no tenemos nosotros; pero hace ya tiempo que el guante está echado entre ella i yó, i cuando el curso de una vida entera no lograra mas que mellarla un poco, me daria por bien pagado de los desagrados que puede acarrearme. La historia toda entera de estos bloqueos i de estas intervenciones europeas en el Rio de la Plata, que traen exasperados los ánimos españoles-americanos por todas partes, la leo escrita sobre el rio mismo, en las calles i alrededores de Montevideo. Cubren la bahía sin número de bajeles estranjeros; navegan las aguas del Plata, los jenoveses como patrones i tripulacion del cabotaje; sin ellos no existiria el buque que ellos han creado, marinan i cargan; hacen el servicio de changadores, robustos vascos i gallegos; las boticas i droguerías tiénenlas los italianos; franceses son por la mayor parte los comerciantes de detalle. Paris ha mandado sus representantes en modistas, tapiceros, doradores i peluqueros, que hacen la servidumbre artística de los pueblos civilizados; ingleses dominan en el comercio de consignacion i almacenes; alemanes, ingleses i franceses, en las artes manuales; los vascos con sus anchas espaldas i sus nervios de fierro, esplotan por millares las canteras de piedra, los españoles ocupan en el mercado la plaza de revendedores de comestibles, a falta de una industria que no traen como los otros pueblos en su bagaje de emigrados; los italianos cultivan   —35→   la tierra bajo el fuego de las baterías, fuera de las murallas, en una zona de hortaliza surcada todo el dia por las balas de ambos ejércitos; los canarios en fin, siguiendo la costa, se han estendido en torno de Montevideo en una franja de muchas leguas, i cultivan cereales, planta exótica no hace diez años en aquellas praderas en que pacian ganados hasta las goteras de la ciudad. Todos los idiomas viven, todos los trajes se perpetúan, haciendo buena alianza la roja boína vasca, con el chiripá. Descendiendo a las estremidades de la poblacion, escuchando los chicuelos que juegan en las calles, se oyen idiomas estraños, a veces el vascuense que es el antiguo fenicio, a veces el dialecto jenoves que no es el italiano. ¡Hé aquí el oríjen de la guerra del Plata tan porfiada! Estos hechos que se han ofrecido de bulto a mis miradas, están ademas apoyados en los datos de la estadística.

En octubre de 1843 daba el padron estos curiosos resultados:

Habitantes de la ciudad:

Orientales11431
Americanos3170
Europeos15252
Africanos (libres)1344

Mucha parte de los vecinos nacidos en la ciudad, habian emigrado huyendo de los horrores del sitio; pero otro tanto habían hecho los inmigrados, puesto que desde 1835 a 1842, habian introducídose 33136 de ellos. La ausencia de los primeros no altera en manera ninguna las proporciones, tanto mas que se tuvo en cuenta a los ausentes al tomar razon de sus familias. Tenemos, pues, que Montevideo, numéricamente hablando, se compone de estas proporciones: 1 africano, 3 americanos, de los cuales dos i medio sou arjentinos, 11 montevideanos, 15 europeos.

Apreciaciones morales: Comercio: pertenece a los recien venidos; en Montevideo como en Valparaiso, son los europeos los que jiran con grandes capitales. El estado de las patentes de jiro, espedidas desde 1836 hasta 1842, muestra quienes son los que establecen nuevas casas.

En 18369146962
183723821253
18383410(se ignora)
1839 (Inv.º de Rosas)11631637
184024841695
184188582800
184298743281

En 1835 llegaron a Montevideo 613 estranjeros; ¿diéronse patentes...?

  —36→  

Riqueza; quien dice comercio dice riqueza, i por lo que hace a la que contienen las ciudades, ésta es la principal; que en cuanto a la industria, seria ridículo hablar de reparticion de la riqueza i movimiento de la industria manual entre americanos i europeos. La industria en Montevideo desde el botero hasta el mozo de cordel, está en manos de los últimos.

No me ha sido dado conocer la distribucion de la propiedad en Montevideo. ¡Cómo ilustraría esta cuestion el saber la procedencia de cada hombre que posee algo i forma, por tanto, parto constituyente con la suya de la riqueza nacional; i otro tanto sobre los edificios nuevos i antiguos! En este cuadro estadístico, si lo hubiera, de las ventas de casas o ereccion de construcciones nuevas, se veria palpablemente pasar la propiedad urbana de los nacionales de oríjen a los nacionales de riqueza creada, como se ve al ojo desnudo, en los almacenes i talleres, que las profesiones industriales, el comercio i hasta el servicio doméstico de hombres i mujeres, como el trabajo de peones de mano, cargadores i marinos, ha asado a las razas viriles i nuevas que van aglomerándose de dia en dia.

En 1836, la poblacion se sentia estrecha en el antiguo recinto de la ciudad. Una banda negra compró los eriales vecinos, subdividiéndolos en calles anchas i espaciosas, i en lotes de terrenos que se vendian a 4 reales la vara. Ahora aquellas playas desnudas entónces, sirven de cimiento a palacios suntuosos; las rocas que lo afeaban, se han convertido en canteras que dan a la construccion la solidez i barniz europeo, i la vara de terreno en este momento está tasada a onza de oro.

De 1835 hasta 1838 habian llegado 9551 estranjeros i se edificaron 269 casas.

De 1838 hasta 1842, 22381 emigrantes i 502 casas edificadas. A la par del desevolvimiento de la poblacion europea en Montevideo, ha ido la riqueza. Calcúlase la poblacion mista de todo el estado en doscientas mil almas, de las cuales   —37→   treinta o cuarenta mil estaban reunidas en el recinto de la ciudad. Para estas 200000 almas, de las que en gauchos de la campaña, que no producen ni consumen, debe disminuirse la mitad, se introdujeron en 1840, época del mayor auje de Montevideo, siete millones de mercaderías europeas, que cambiaron por ocho millones cuatrocientos setenta i un mil pesos de productos americanos, dejando al estado, dos millones ochenta i siete mil pesos de renta. Novecientos buques de alta mar entraron en el puerto, i en los primeros nueve i ½ meses de 1841, alcanzaron a 856. En 1836, cuando el movimiento principió, entraron 295 buques i salieron 276, que introdujeron tres i medio millones i esportaron una cifra por poco ménos igual. Pero hai una riqueza que no se esporta ni introduce, i esta es la que se crea en todos los grandes focos de comercio i de industria, la cual queda en casas i barrios enteros construidos, en millares de familias establecidas, en pequeñas i grandes fortunas improvisadas. Pero 1842, hai un punto final puesto al progreso, a la europeificacion de Montevideo; los aboríjenes se aproximaban a las puertas de la ciudad con sus cañones i sus lanzas.

Premunido de estos datos, mi querido amigo, pregúntese en el fondo de su conciencia, ¿a quién pertenecen los derechos políticos en esta ciudad, si a los 11, o a los 11 mas los 15, mas los 3, mas los 1? Riqueza, propiedad urbana, intelijencia, ¿cuál es el título que reclamarian los primeros con esclusion de los otros? Pero tal es la lójica española, la lójica de la espulsion de moros i judíos, que toda la América ha simpatizado con la resistencia que el esclusivísmo torpe de nuestra raza opone ciegamente para suicidarse, a aquellos movimientos providenciales que salvan pueblos transformándolos. La historia de esta lengua de tierra no se pierde en la noche de los archivos de la colonizacion que guardan Simancas o Sevilla. Hasta 1720 los charrúas, tribu de la gran familia guaraní, elevaban aun sus tolderías cerca de estas playas; pasaron entónces de Buenos Aires algunos individuos, treinta i tres en número, a hacer paces sus vacas; los charrúas tambien, alegaban su derecho esclusivo a la posesion de la tierra, i como valientes i rudos, fueron esterminados. En 1728, desembarcaron trece familias canarias, i en 1770, Montevideo contaba 1000 personas adultas i 100 niños vivos de los nacidos en el año; sin contar 70 que murieron; un párroco componia todo el personal del culto relijioso.

«La mayor parte de la poblacion, dice un cronista, se compone   —38→   de muchos desertores de mar i tierra, i algunos polizones que, a título de la abundancia de comestibles, ponen pulperías con mui poco dinero, para encubrir su poltronería i sus contrabandos «....» Tambien se debe rebajar del referido número de vecinos, muchos holgazanes criollos, a quienes con grandísima propiedad llaman gauderios». Titúlase el libro que contiene datos tan preciosos: «El lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima, con sus itinerarios segun la mas puntual observacion, con algunas noticias útiles a los nuevos comerciantes que tratan en mulas, i otras históricas; sacado de las memorias que hizo don Alonso Carrió de la Vandera en este dilatado viaje, i comision, que tuvo por la corte para arreglo de correos i estafetas, situacion i ajustes de postas desde Montevideo. Por don Calixto Bustamante Cárlos Inca, álias Concolorcovo, natural del Cuzco, que acompañó al referido comisionado en dicho viaje i escribió sus estractos. Con licencia, en Gijon era la Imprenta de la Rovada. Año de 1773». Pues bien, lo que observaba el lazarillo de ciegos caminantes i repetia el Inca Concolorcorvo, sucede hoi ni mas ni menos. El montevideano criollo, es aquel que canta aun en las pulperías, i lo enrolan para matarlo en el campamento de Oribe o en las fortificaciones de la plaza. Subiendo en la escala social, se le encuentra en ambos partidos, sin profesion conocida, salvo honrosas escepciones, como en todo el resto de la América. Oribe por un lado, Rivera por el otro, sus aliados i sostenedores adentro i afuera de Montevideo, podrian llamarse, con grandísima propiedad, gauderios, si en lugar de cantar como la cigarra, no se entretuvieran en derramar sangre. Es este el antiguo tipo colonial que se revuelca en el fango i se descompone en los puntos remotos, donde el comercio europeo no viene a inyectarle nueva vida; que resiste vigorosamente, cuando logra rehacerse bajo la inspiracion de un Viriato, como acontece del otro lado del Plata, cual el tísico que en la flor de la edad siente disolverse su pulmon. El mal de Montevideo es el de Tejas, un pueblo que muere i otro que llega; porque Tejas i Montevideo son los dos desembarcaderos que en las costas españolas se han procurado los inmigrantes. Sé que hai por allí republicanos colonos que toman a lo serio las pretenciones de oribe a la presidencia legal que, como el vino, gana en lei a medida que los años pasan. Cuando falta la conciencia pública, la impudencia de los instintos toma aires de razonamiento. Lo que hai de real aquí es la industria que se   —39→   atrinchera, contra la arbitrariedad de los haraganes, llámense estos Oribe, Rivera, Rosas, i las escuadras protectoras del comercio, sea la Inglaterra, la Francia o el Brasil, quienes las envien. Hai sustitucion de vida, por tanto sustitucion de gobiernos, pasando de la arbitrariedad del caudillo, que remueve el pais por dar suelta a sus pasiones, a la habilitacion de la masa intelijente, que quiere gobernarse a sí misma i seguir sus propias inclinaciones. En una palabra, hai en Buenos Aires, España esclusiva; en Montevideo, Norte América cosmopolita. ¿Cómo han de estar en paz el fuego i agua?

Hé aquí, las causas de esta profunda perturbacion que tanto escándalo causa. Millares de aquellos antiguos colonos andan prófugos, creyendo obedecer a impulsos jenerosos; tres años va que el cañon avisa con sus estragos, que no hai reconciliacion posible entre lo pasado i lo presente; i la raza desheredada vaga en torno de su antigua ciudad que la rechaza. Un dia habrá de levantarse el sitio de Montevideo, i cuando los antiguos propietarios del suelo, los nacidos en la ciudad regresen, qué cambio, ¡Dios mio! Yo me pongo en lugar de uno de aquellos proscritos de su propia casa, i siento todas sus penas i su mal estar. Quiere llamar a esta calle San Pedro, a aquella San Juan, la que sigue San Francisco, i aquella otra San Cristóbal; pero el pasante a quien pregunta, no conoce tales nombres, que han sido borrados por la mano solícita del progreso, para ceder su lugar a los nombres guaraníes de la historia oriental.

Lo que dejó en 1841 fortaleza i ciudadela, es hoi mercado de provisiones de boca; la antigua muralla, ha cambiado sus casasmatas por almacenes de mercaderías; la tierra ha recibido accesiones del lecho del rio, i por todas partes avanza sobre las aguas, muelles públicos i particulares que aceleran las operaciones del comercio. En lugar de aquella matriz que reunia a los antiguos fieles, encuentra en el punto en que la dejó, un cubo de las fortificaciones, un templo cuyas enormes columnas de gusto griego, i sus decoraciones interiores, están revelando que otro culto i otra creencia han tomado posesion del suelo. En el fronton leerá en dos tablas los preceptos del decálogo, i para chocar su conciencia católica, aquel que dice: «tú no harás imájen alguna tallada, ni a semejanza de las cosas que están allá arriba en el cielo, ni aquí abajo sobre la tierra, ni en las aguas mas abajo de la tierra».

En donde habia dejado una plaza pública, encuentra la propiedad individual que hizo suyo el terreno, mediante los   —40→   recursos que facilitó al gobierno para la resistencia. Todo se ha trasformado, las cosas i los hombres mismos. El negro que ayer era su esclavo, lo encuentra ahora su igual, pronto a venderle caro el sudor mismo con que ántes le enriqueciera gratis El gaucho oriental con su calzoncillo i chiripá, afirmado en el poste de una esquina, pasa largas horas en su inactiva contemplacion; atúrdelo el rumor de carros i de vehículos; el hierro colado ha reemplazado a los informes aparatos que ayudaban su grosera e impotente industria; la piedra que él no sabe labrar, sirve de materia paralos edificios; robustos vascos gallegos i jenoveses, se han apoderado del trabajo de manos; italianas i francesas hacen el servicio doméstico; i aturdido, desorientado en presencia de este movimiento en que por su incapacidad industrial le está prohivido tomar parte, busca en vano la antigua pulpería en que acostumbraba pasar sus horas de ocio, escuchando cantares de amor i apurando la botella amiga de la desocupacion de espíritu. La pulpería se ha convertido en un auberge, fonda, debit de licores. Quédale la campaña i los bosques, el horizonte ancho i las praderas dilatadas. ¡I qué diré del desencanto el antiguo propietario! ¡que fué rico i se siente pobre, por los esfuerzos que hizo para resistir, por las devastaciones de la guerra asoladora, i por los sacrificios que hicieron los sitiados en su defensa! La confiscacion, aquel crímen legal sancionado por la tradicion española que defendia, lo ha alcanzado tambien a él. La propiedad urbana ha sufrido aquellas trasformaciones que en la emigracion de los nobles de Francia esperimentó. El estranjero es el único poseedor garantido. Los partidos oprimidos le hacen ventas simuladas para salvar la confiscacion, i de la venta ficticia al contrato real por la accion del tiempo, las mejoras i el poder del dinero, no hai intermedio posible. Oribe mismo, triunfante, absoluto soberano por la victoria, la venganza, los hábitos de despotismo i la degradacion de los aboríjenes, se pararia ante esta barrera insuperable, como se han parado todos los restauradores de clases desposeidas i de mundos pasados desde Napoleon hasta los Borbones. Rosas mismo no ha sido mas osado. La confiscacion i el ultraje se han detenido en el umbral del estranjero, i su odio de gaucho i de español, se irrita ménos por los bloqueos, que por este poder que él no puede avasallar. En medio de su grita eterna, cuando todo enmudece en torno suyo, no ha podido vejar al estranjero, sino en casos dudosos, raros i cuando no se presentaba suficientemente   —41→   garantido por su nacion. Oribe entrará en Montevideo, si tal cosa es posible. ¿I qué encontraría para gobernar con la suma del poder público, es decir, con todo el catálogo de crímenes i de violaciones que a la inquisicion política legó la inquisicion relijiosa? En las partes altas de la sociedad dos mil comerciantes estranjeros, a cuya seguridad individual i a cuyas fortunas no lo es dado tocar; la mitad de los propietarios de casas, sobre los cuales la confiscacion no alcanza a encarnar su tenaza, porque son de otra pasta que aquella blanda i maleable que componia la antigua poblacion criolla, a la cual es lícito, consuetudinario i hacedero despojar a título de rebeldes, herejes, o de enemigos de tal cual órden de cosas, que en cuanto a las masas populares, eso es mas serio. Venid a contar la chusma gauderia, a quien llevareis amarrada a los cuarteles para dar vuestras batallas contra Rivera, el caudillo de los jinetes de la campaña, o contra las escuadras que quieran pediros cuenta de los desmanes de la suma del poder; componen estas masas populares 206 ingleses, 8000 franceses, 7000 españoles, 4000 vascos, 5000 italianos, i entre tantas cifras reunidas, algunos dos mil haraganes de poncho i chiripá que tiran carretillas o venden agua. Esta poblacion trabajadora i que os aborrece, ha manejado largos años el fusil con la misma destreza que los instrumentos de las artes. Goza de los derechos de ciudadanía por la fuerza del número, de la propiedad, de las tradiciones de orden, i por la industria. ¿Qué vais a hacer para someter sus resistencias? ¿Resucitar la espulsion en masa de los moros? ¿Formar un nuevo Paraguai a la embocadura del Rio? ¡Oh! ¡Montevideo! yo te saludo, ¡reina rejenerada del Plata! tu porvenir está asegurado; el incendio de los pajonales del desierto, ha pasado ya sobre tu superficie; la yerba que nazca será fresca i blanda para todos. Proscrito de mi raza, un dia vendré a buscar debajo de tus muros, las condiciones completas del hombre que las tradiciones españolas me niegan en todas partes. ¡Teneis ahora ministros que han nacido en la península, almirantes que arrojó de su seno la vieja Italia; jenerales arjentinos, coroneles franceses, periodistas de todas lenguas, jueces que no han nacido en tu suelo; tantas intelijencias, talentos i estudios profesionales, sofocados o rechazados en las otras colonias, hallarán en tí patria i asilo! Los hijos de los españoles quisieran asimilarse la industria del estranjero, i conservar paria al industrial; la máquina sin el artífice, el espíritu sin espontaneidad, la conciencia libre para   —42→   ellos, agarrotada para el que cree en Dios i lo adora de otro modo; la libertad de hacer el mal, sin la libertad de contenerlo. ¡Todas las constituciones americanas lo gritan así sin pudor; i la prensa i la opinion, hacen coro a esta proclamacion del suicidio que llaman su derecho, i la muestra mas clara de su independencia1! ¡Raza feliz, mátate como el escorpion, con el veneno mismo que circula en tus venas!

La Europa viene a dar a Montevideo su significado perpetuo, haciéndola desempeñar para la rehabilitacion de nuestras relaciones con el mundo civilizado, el mismo papel que desempeñó siempre, sirviendo de último atrincheramiento a los principios vencidos, o a los movimientos que comienzan. Las colonias españolas entraban en el séquito que acompañaba a la metrópoli en las grandes cuestiones políticas del mundo, aunque sin voto consultivo. Por ella formábamos parte de la familia europea, i la Europa por la España vivia en nosotros. El señor castellano traia consigo usos e ideas que le mantenian europeo en el centro de las plantaciones primitivas. Todavía vive el prestijio de aquellos hidalgos, que revela la inferioridad del criollo, pero que era un vínculo de la gran familia cristiana. Otro espíritu reina hoi en estas comarcas. Porque cortó una vez la cadena que la tenia atada, tiende hoi la América a errar sola por sus soledades, huyendo del trato de los otros pueblos del mundo, a quienes no quiere parecérseles. No es otra cosa el americanismo, palabra engañosa que hiciera, al oirla, levantarse la sombra de Américo Vespucio, para ahogar entre sus manos el hijo espurco que quiere atribuirse a su nombre. El americanismo es la reproducion de la vieja tradicion castellana, la inmovilidad i el orgullo del árabe.

Tal es la cuestion del Plata mirada con el ojo desnudo de todo prisma de partido, i así la sienten en el fondo de su corazon, todos los embusteros que la revisten de los nombres, formas e intereses que entran en la vulgar nomenclatura política. Vista desde el lado en que la Europa figura, no es ménos fecunda en decepciones para la pobre América, que se ajita de indignacion, al oir que un punto del continente es amenazado a europea. A medida que se dilata el horizonte a mis ojos, i observo de cerca nuevos hombres i situaciones nuevas, se desvanecen los prestijios con que la distancia i el éxito revisten los hechos, ¿Quién de nosotros al pensar en la pérfida Albion, no se esfuerza en desenmarañar los secretos designios de su política, i no se representa   —43→   a sus ministros de finojos sobre el mapamundi, para preparar un siglo ántes la conquista de algun islote o promontorio? ¿Quién no ha leido Política de los mares? Cuando el jeneral Madrid hacia su aventurada campaña sobre las provincias de Cuyo, hubo un momento en que su ejército, estraviado en los desiertos de la Rioja, estuvo apunto de perecer hasta el último hombre. Dos dias habia que no comian, i los soldados en partidas, se estendian desesperados sobre un ancho frente, buscando donde aplacar la sed devorante que irritaba el sol i el polvo del desierto. Marchaba el jeneral pensativo i cabizbajo, i su secretario, que me ha contado el caso, detenia su caballo para dejarlo abandonado a sus profundas reflecciones, respetando i compadeciendo el dolor de su jeneral sobre quien pesaba en aquel crítico momento la responsabilidad de tantas víctimas sacrificadas. De repente el pensativo jeneral pára su caballo, i dirijiéndose a su condolido secretario, le dice: ¿Qué le parece a Ud. esta letrilla que acabo de componer para una vidalita? recitándole en seguida un mal retazo de prosa rimada i chocarrera. Me parece que la mitad de los hechos históricos son interpretados como el secretario interpretaba la meditacion del jeneral. Hai, sin embargo, algunos hechos que nunca deben olvidarse. A las naciones poderosas, miéntras no haya un Congreso Supremo del mundo, está cometida la policía de la tierra; i la libertad de la discusion, el presupuesto, i el cambio de ministerios, hacen imposible todo complot secreto i seguido de largo tiempo. La reina Victoria, por su empleo de reina, ocúpase solo de hacer calcetas i cuidar a sus chicuelos. Las cámaras han sido informadas por Aberdeen de que la Inglaterra no tenia derecho a exijir que se le abriesen las aguas de los afluentes del Plata. ¿Dónde está, pues, el oríjen del mal? No en otra parte que donde se halla el oríjen del bien, en el hombre, en la accion personal, en las pasiones buenas o malas de los que están en situacion de crear la historia.

El gobierno inglés tiene un oido i un ojo oficial en todos los puntos del globo a donde sus intereses alcanzan; i de los paises lejanos i poco importantes, por falta de tiempo, apénas sí de vez en cuando se reciben noticias i el ministro ha tenido tiempo de informarse de los antecedentes. En Buenos Aires, aquel oido i aquel ojo de la Inglaterra, estaban incrustados en la persona de Mr. Mandeville, calavera arruinado, Talleyrand de aldea, hombre de 76 años (¡setenta i seis!) bien sonados; pónese corsé i refajos, gasta seis horas en el tocador,   —44→   i tenia en Buenos Aires una querida. Mr. Mandeville, con todas sus dolamas, era hombre ántes de ser diplomático, i el terror i las cencerradas de la mashorca, no eran pasatiempos que gustaba de procurarse, sobre todo teniendo una querida. Diez años consecutivos informa a su gobierno oficialmente todo lo que convenia a su posicion personal, sin descuidar la coyuntura del primer bloqueo frances, para obtener satisfaccion amigable a los reclamos de su gobierno. Avisánle los diarios una mañana que Oribe ha vencido a Rivera, i que marcha el ejército arjentino sobre Montevideo, cuya independencia ha garantido la Inglaterra. Los ajentes diplomáticos, al reves de los hombres comunes obran, cuando no saben que hacerse en una emerjencia imprevista. Mandeville i de Lurde protestan colectivamente contra la invasion, miéntras reciben instrucciones de sus gobiernos. Enrédase el asunto, animan con seguridades especiales la resistencia de Montevideo, llamando para dar fuerza a aquel documento, al Comodoro Purvis, que estaba a la sazon estacionado en Rio Janeiro. Purvis es un antiguo marino, de 66 años, lleno de jenerosidad, i a su edad espuesto a dejarse afectar or cuentos de Barba-azul. Llega a Montevideo, i como Mandeville en Buenos Aires del terror, él participa allí de la alarma jeneral, con motivo de la aproximacion del ejército de Oribe; cuéntanle las señoras despavoridas, los horrores de las matanzas, que no habia necesidad de exagerar como lo hace siempre la fama. En un hombre colocado en una alta escala social, educado en los pueblos cultos, estas brutalidades de nuestros terroristas, sublevan mas indignacion i encono que entre nosotros mismos, que tenemos por antecedentes de gobierno la inquisicion, por tradiciones populares las incursiones de los indios, i por hábitos, la violencia i la arbitrariedad, aun en aquellos paises mejor gobernados. El Comodoro Purvis en una tertulia de señoras a que asistia una noche, i que puedo nombrar, prometió, para consolar a las cuitadas, a fuer de marino viejo i galan, que Oribe no entraria a Montevideo; i su conducta desde aquel momento, hizo honor a su palabra empeñada. Encerró a Brown en las balisas de Buenos Aires, proveia de víveres a los sitiados, i por la mañana salia a las baterías esteriores a dirijir la punteria de los artilleros, a anirmarlos con su presencia i su coraje. No me burlo de estos actos apasionados. Creo que un hombre de honor i de corazon, aunque sea inglés i comodoro, debe obrar en iguales casos de un modo análogo. Mandeville, entre tanto, estaba en Buenos Aires, i lo hacia maldita   —45→   la gracia la manera independiente i desenfadada de obrar del almirante; crúzanse notas entre ambos, i llevan su querella a la Inglaterra. El ministerio inglés, que por diez años habia ignorado de oficio lo que se pasaba en el Rio de la Plata, dudó por la primera vez de los informes de Mandeville, a quien mandó retirar de su puesto, desaprobando al mismo tiempo los procedimientos espontáneos de Purvis. De parte de la Francia sucedia algo de parecido, i sus ajentes no estaban mas exentos de influencias harto terrenas. El cónsul Pichon, de Montevideo, propendia por relaciones pasadas de buena intelijencia con Oribe, a facilitarle la entrada en la plaza; el consulado frances era la estafeta pública i confesada de la correspondencia de los sitiadores, i a fin de apartar a sus nacionales de continuar en la defensa de Montevideo, pagaba cuatro reales diarios a cada individuo que desertase de la lejion francesa. Mas tarde, en el calor de la contienda, desnacionalizó a los suyos, que perseveraron, a despecho de esto, en su propósito, mostrando así, que cualquiera que fuese la política de la Francia en el Rio de la Plata, la conducta de los franceses establecidos en Montevideo, era espontánea. Entre tanto, Mr. Mareuil, cónsul frances en Buenos Aires, hacia la corte mas asidua a una hermana de Rosas, digna por su rara belleza i los encantos de su trato, de hacer perder el seso a un pariciense mas cortesano aun que Mareuil, i a poco andar en zambras, cabalgatas i galanteos, apareció el tratado Mareuil en que la Francia pedia perdon a Rosas de los agravios inferidos. En este estado estaban las cosas, cuando la mision Ouseley i Deffaudis llegó. Es el último de estos personajes un hombre afable, entrado en años, sin que ni sus palabras ni su acento revelen nada de aquel espíritu belicoso que se le atribuye. Hablábame sobre sus miras en el Rio de la Plata, sin ostentacion como sin misterio. No traia intrucciones de su gobierno precisas; habia creido necesario para facilitar la paz entre ambas riberas, despejar el Rio, i habia dado la batalla de Obligado; esperaba órdenes i se proponia obrar segun se lo aconsejasen las circunstancias. Un incidente que se tocó en conversacion, dióle ocasion de caracterizarse a sí mismo. Decíase que Rosas, hablando de él, habia observado que no habian sabido sus jentes manejarlo. No sé, díjome el almirante Deffaudis, lo que el señor Rosas entiende por manejarme. Tengo 60 años, fortuna asegurada, soi par de Francia, tengo la condecoracion de la lejion de honor, i soi almirante de la marina de mi patria, última escala de la   —46→   carrera a que he consagrado mi vida. Estas circunstancias de posicion, me hacen poco accesible a las seducciones que pudieran ensayar los hombres sobre mi espíritu. Mr. Guizot mismo, hoi ministro, dejará de serlo mañana, miéntras yo continuaré siempre par del reino i almirante frances.

Andando la conversacion, indicóme tina nota que pasaba al gobierno de Buenos Aires, haciéndole sentir que los gobiernos que se salian de los límites prescritos por el derecho de jentes, eran personalmente responsables de sus actos. Referíase a un decreto reciente, por el cual se declaraban piratas a los estranjeros que navegasen en el Rio de la Plata, mas allá de Martin García. ¿De dónde quiere introducir el señor Rosas, me decia, esa sustitucion de una palabra por otra, para aplicar penas capitales a individuos de otra nacion? El contrabandista, el transgresor, es contrabandista i transgresor, sin que a ningun gobierno le sea dado cambiarlo, por un fiat o un decreto, en pirata, C' en est fait, añadió, animándose; si el decreto se pone en ejecucion, cuelgo de las vergas de mi buque al primer jeneral, ministro o gobernador arjentino que haya a las manos, i yo sabré procurármelo. Esto es lo que quiero indicar con la responsabilidad personal que subrayo. Acaso no lo entiendan.

Equivocábase en ésto el bueno del almirante. Arana contestó mui pronto, con mal disimulada aprension, protestando contra esta solidaridad de las personas i de los decretos.

Mucho he debido fatigar la atencion de usted con estas caseras esplicaciones de sucesos tan abultados; pero propóngome seguir la pista a los negocios del Plata i necesito traer a colacion los antecedentes. En esta melée en que entran la ciudad i la campaña, Oribe i Rivera, Rosas i los unitarios, los emigrados i los ajentes diplomáticos, la América i la Europa, en fin, estamos demasiado interesados para que sea lícito cerrar los ojos por contentar pasiones vulgares.

Diréle algo la vida interna de esta Troya, que no son, a fe, griegos los que la sitian, aunque abunden los Aquiles i los Príamos, sea esto dicho en honor de los contendientes. El heroismo anda rodando aquí por calles i campos, como se dice de l' esprit en Paris. La organizacion doméstica recuerda la que debieron tener los romanos: la ciudad organizada por centurias, las armas en la habitacion, el soldado con familia racionado por el estado, un senado de los patricios, i una plebe con bala en boca. La unidad está en el designio, el antagonismo, la anarquía i la lucha en los medios. El odio i los   —47→   celos pueriles entre los cuerpos, hace oficio de patriotismo, tornando imposible la traicion. La organizacion de los cuerpos por nacionalidades, trae ventajas para la guerra esterior, harto compensada por los males que produce para la paz interna. Los orientales oriundos guardan una enemiga profunda contra los arjentinos, que adentro i afuera, los mandan en el campo, dirijen en la prensa, defienden en el foro, i hacen suya la lucha, que el provincialismo quisiera llamar nacional; sin que esto escluya la capacidad de los nacionales, si bien su personal es mas diminuto. Todas son nacionalidades, i la presuncion de injusticia hecha a un italiano, pone en campaña las pasiones calabresas. El domingo pasado un vasco queria procurarse violentamente un pescado de los que vendia un negro por las calles. Un capitan arjentino que acertó a pasar por el lugar de la escena, de las órdenes de abstenerse, procedió a lo plano del sable. Una docena de estos mal domados montañeses, salió a la demanda, i a las pedradas sucediéronse las balas, dejando muerto al malhadado capitan. Préndese al asesino i ármase el batallon vascuense; negocia el gobierno, i se obtiene un armisticio, hasta que aquel cuerpo regrese de su servicio que sale a hacer a las avanzadas. Miéntras el proceso se instruia, un soldado arjentino, gaucho malo si hubo uno, discute en la pulpería el negocio con otros vascos beodos. ¡Los vascos! dice mirando el carlon purpúreo que contiene su vaso, ¡los vascos! En la salida de la Aguada ¿quienes corrieron?... ¡los vascos! En el encuentro de las Tres Cruces, ¿quiénes dieron vuelta? los vascos. En la... Un vasco que tenia la tranca de la puerta a mano, puso fin a esta reseña histórica que iba larga, dejándolo redondo de un trancazo. Habiamos visto de paso, al dirijirnos varios hácia la línea esterior, el alboroto causado por tan trájica como concluyente réplica, cuando a poco trecho encontramos un mayor arjentino que venia seguido por un batallon de negros en dispersion, cargando sus fusiles a medida que avanzaban. -Mayor, ¡qué es esto por Dios!- Los vascos nos asesinan, replica rechinando los dientes i enajenado por la cólera; ¡no quedará hoi un vasco! -Mayor, son escenas de borrachos. No hai nada, el herido es el cabo N. tan provocativo i tan cuchillero... El irritado jefe empezó a entender razon, i los tostados veteranos se detenian haciéndose violencia i apoyándose sobre sus fusiles cargados.

Se necesitan fibras de hierro, en efecto, para gobernar esta tropa soberana. He visto a Pacheco Obes dirijirse solo a una   —48→   compañía italia amotinada, mandarla deponer las armas, i con solo la fascinacion de su voz imperiosa, dejarse conducir arrestada.

En medio de estos elementos discordantes, pero amalgamados por el objeto comun, suele hacer incursion de cuando en cuando, algun grave incidente hijo del espíritu de la tierra. Rivera ha dejado escapar la ocasion de tomar prisionero a Oribe en su campo, por no prestarle el ausilio de sus jinetes al jeneral Paz; el gaucho no entiende eso de combinaciones estratéjicas, i no es hombre de someterse a otra inspiracion que la suya, libre i voluntariosa como los vientos. No sé si recuerda Ud. a aquel coronel Silva, valiente como un Cid, que tan gauchas proezas hizo en los primeros tiempos del sitio. Sus caballos habian perecido en las salidas i escursiones sobre el terreno enemigo, i estaba desmontado en la guarnicion del Cerro. Hacia tiempo que el jeneral Paz estudiaba el terreno para dar una batalla campal sin caballería. No léjos del Cerro i mui distante del Cerrito, tenia Oribe estacionados ochocientos españoles, la flor de su ejército, en observacion de las operaciones del Cerro. Paz, mensurando la distancia entre este puesto avanzado i el centro del enemigo, habia comprobado que podia ser aniquilado por un golpe de mano, ántes que pudiese ser socorrido. En consecuencia tomaba con el mayor sijilo las disposiciones para este ataque que debia hacer levantar el sitio. El Cerro que tenia una guarnicion limitada, empezó a recibir por la noche refuerzos sucesivos, que al fin de algunos dias completaron una division suficiente para la parte que debia confiársele en el plan de campaña. Cuando todo estuvo dispuesto, el jeneral pasó al Cerro i llamando aparte al coronel Silva, confióle el secreto de la empresa meditada i la parte gloriosa que a él se le reservaba. «Entre el Cerro, le decía, i el puesto enemigo, hai, pongo por caso, tres mil pasos por distancia. Ud. sale con su division a las tres de la mañana i está en línea enfrente del enemigo a las cuatro i tantos minutos, contando los retardos que causará el paso del arroyo cenagoso que corre a la base del Cerro. Abre Ud. el fuego con las cuatro piezas de artillería que lleva. Si el enemigo responde sin salir de su atrincheramiento, continúa con la fusilería; si quiere retirarse, lánceles los 150 caballos que poseemos, avance Ud., que yo estaré allí con el ejército para el resto. De la exactitud de sus movimientos, depende la salvacion de todo el ejército». Cuando la leccion parecía bien aprendida, dejadas instrucciones escritas, que marcaban   —49→   los accidentes del terreno i la hora i minutos en que cada uno debia de ser pasado, el jeneral a las once de la noche hace citar a todos los cuerpos, divídese el ejército sitiado en dos divisiones, toma él el mando de la una, i confía la otra, compuesta de la lejion francesa, al mando de Pacheco i Obes, a quien dá en aquel momento instrucciones para atacar el cuartel jeneral de Oribe, a la señal que le darian dos cohetes voladores lanzados al aire, desde el punto que a la sazon debia ocupar el jeneral Paz. Emprende este su marcha nocturna; fórranse las ruedas de los cañones en cueros de carnero, prescríbese i obsérvase el silencio mas profundo, i llegan, sin ser sentidos, a medio tiro de fusil del punto fortificado que ocupaban los transfugas españoles. La suerte de Montevideo estaba asegurada; ni un solo soldado podia escapar, cojidos entre la division del Cerro, que habia bajado al lado opuesto, i el grueso de las fuerzas montevideanas que les habian tomado todas las vueltas. Sin embargo, era ya pasada, con mucho, la hora tan encarecidamente indicada, i ni el ruido del viento ajitando las malezas secas, turbaba el imponente silencio de la noche. Trascurrian los minutos, empezaba a despuntar la aurora, i nada prometia cambiar la situacion natural de las cosas. Si el sol venia a reflejarse sobre los cañones de los fusiles de los que meditaban tan decisivo ataque, un cuerpo del ejército sitiado se hallaba solo en el centro de las líneas enemigas, i la retirada era solo obra del coraje, posible, pero desastrosa. El sol aparece en fin, i el jeneral Paz divisa formado en la falda del Cerro i a veinte cuadras de distancia al coronel Silva que habia dicho a sus jentes: «¿dónde se ha visto batalla sin caballería? Ya lo veremos al manco como lo hacen pedazos». I en efecto, el combate fué sangriento; el batallon número 3º. quedó al fin mandado por sarjentos i cabos, habiendo caido en la refriega hasta el último de los oficiales. El jeneral Paz despechado, hizo cargar la caballería enemiga con la lejion italiana, i hubo un momento en que aun creyó arrancar la victoria. Dió órden a Pacheco de avanzar sobre el Cerrito, la batalla se encrudeció con la llegada de las fuerzas de Oribe, i hubo de disputarse palmo a palmo el terreno para poder entrar de nuevo en la plaza, no sin graves pérdidas. Sitiados i sitiadores se cubrieron de heridas i de gloria, i Montevideo empeoró su situacion en lugar de salvarse. El gaucho que veia desde el Cerro esta lucha desigual, repetia con jactancia: «¿no lo decia yo? Es locura querer pelear sin caballería».

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Traigo a colacion este hecho porque ha vuelto a repetirse en estos últimos dias. Silva era valiente gaucho, i la esponja del olvido pasa fácilmente cuando queda sin desteñirse la impresion que el valor probado deja siempre sobre la muchedumbre.

Otro coronel de jinetes habíase visto estrechado por las fuerzas de Oribe i afectado pasarse voluntariamente; no ha un mes empero, que se sublevó, poniéndose a disposicion de Montevideo el departamento de Maldonado, poblado de ganados i dueño de cuatro o seis mil caballos. La situacion de Montevideo podia mejorarse notablemente, adquiria un almacen para refrescar sus víveres, caballos para iniciar una campaña desde Maldonado, i la fortuna ayudando, podia arrollar los puestos avanzados de los sitiadores al sur i dar a la plaza una ancha base, provista de elementos. El caudillo sublevado, pedia con instancia infantería que lo apoyase en Maldonado, i el gobierno, de acuerdo con los interventores Ouseley i Deffaudis, mandó en su ausilio dos buques de guerra ingleses que debian estacionar en el puerto, ciento i tantas plazas del batallon de nacionales de Montevideo, compuesto de los vecinos de aquella ciudad, cuarenta arjentinos i ciento cincuenta ingleses del 73 de línea. Un jefe se necesitaba para cometerle la importante empresa. Silva fué elejido a fuer de valiente, montevideano nacido, gaucho vaqueano de los lugares, i compadre i amigo del jefe sublevado. Nombrósele, pues, i el ministro de la guerra, con la aprobacion de los aliados, le dió por escrito las instrucciones mas detalladas sobre su mision, prescribiéndole estar a la defensiva, fortificar la ciudad, i no aventurarse en el pais sino despues de haber asegurado la plaza, para cuyo objeto llevaba artillería i pertrechos de guerra. Pero el gaucho estaba entumecido de no montar a caballo dos años hacia. Llega la espedicion a Maldonado; salta a tierra Silva; desembarca la infantería nacional durante la noche; trasnocha él preparando monturas i caballos, amanece el dia, i diciendo a los suyos: «nosotros no necesitamos de gringos», se lanza al campo, a gauchear, a caracolear su caballo, a respirar el aire del bosque. Sale, i a cuatro cuadras cae de improviso en el centro de una fuerte division enemiga, e infantería, cañones, todo queda en poder del enemigo, todo ménos él; porque el gaucho valiente no cae nunca en poder de sus enemigos, cifra en ésto su gloria, como en salir parado cuando rueda su alazan. Los ingleses, que no habian desembarcado aun, volvieron a Montevideo   —51→   a traer la noticia del desastre, i Oribe ganó mas que una batalla, al apoderarse de cien orientales autóctonos o aboríjenes, cosa importantísima donde se lucha en nombre de la nacionalidad de oríjen, contra la nacionalidad de eleccion, de fortuna, de sangre derramada i de sacrificios reales.

Otro punto de la fisonomía particular de este pais, es la constitucion política del Estado, la manera de entenderla, i las costumbres públicas. Sobre lo primero, lo remito a la obra que publica Varela, en que con rara erudicion i como buen unitario, compila i analiza todas las constituciones que se han servido darse las repúblicas americanas, candoroso i útil trabajo que consultará sin duda el dictador de Buenos Aires, para formular la que ha de rejir a sus estados. De esta obra o de la materia que contiene, no mencionaré sino un capítulo, que parece ha traido a todos los constituyentes preocupados. La lengua castellana es mui púdica, i no acierta a nombrar las cosas feas sino con perífrasis o alusiones, i creo que ésto esplica la diversidad de nombres que se da en todas las constituciones a la arbitrariedad acordada a los gobernantes en los casos en que los romanos creaban un dictador temporal. En Inglaterra llamábase suspension del habeas corpus, por alusion a la acta acordada a los comunes. Apellídanla voto de confianza en España, por la conciencia que el gobierno tiene de la desconfianza que inspira. Suma del poder público, llamóla el sagacísimo Rosas, por no ser jente mui ducha en sumar sus gobernados, que han dejado incluir en las partidas cedidas, el derecho de no quitarle jamas la suma misma. En Francia, Chile i otros paises llámasele estado de sitio, para significar con la palabra misma, que la ciudad o departamento, o nacion, serán en un momento dado, rejidos por las leyes ordinarias con que son rejidas las plazas sitiadas. En Montevideo, no satisfechos2 con ninguna de aquellas clasificaciones de la cosa mala que todos apetecen, dejóse a un lado el declarar el pueblo en asamblea, i se la llamó suspension de las garantías.

Recuerdo i comparo todas estas fraseolojías para hacer sentir a usted la oportunidad con que una parte mui séria del congreso, se empeña en levantar la suspension de las garantías, o lo que es lo mismo, levantar el estado de sitio. Miéntras esta rara pretension se discute, una emboscada que se habia apostado en un hospital de la marina brasilera, situado en la falda del Cerro, ha muerto a tres soldados de Oribe i apoderádose de una balija, inocente portadora de la estafeta   —52→   del Cerro a la ciudad. Hai en ella cartas para medio Montevideo; periódicos para los abonados; letras i órdenes para los banqueros; consultas literarias sobre la bondad i eficacia de tal artículo, e instrucciones para los ajentes políticos, a fin de que continúen tal negociacion interrumpida con los interventores; i sea dicho en honor de la impotencia i blandura del Poder Ejecutivo, todo ello terminó con algunos arrestos, incluso el del juez del crímen, a quien se consultaba sobre el rumbo que debia darse a la polémica de los diarios.

En cuanto a la administracion de las rentas públicas, no piense usted encontrar aquella probidad i órden a que solo han alcanzado Chile, i Buenos Aires desde los tiempos de Rivadavia. El estado es el enemigo comun, i entre los paises de largo tiempo despotizados, pasa mas tiempo todavía sin formarse la conciencia pública sobre el respeto a aquella propiedad anónima que a nadie empobrece, i que puede añadirse a la propia. Montevideo fué largo tiempo provincia, i provincia mal gobernada: plaza de armas española, conquistada despues por los primeros ejércitos revolucionarios, a quienes nadie ha atribuido la invencion de los presupuestos; la administracion portuguesa agravó el desórden; Ribera, despues de la independencia, mandaba a las cajas órdenes oficiales para el pago de partidas de juego; i ministros de Oribe han dicho en plena cámara que no cambiaban empleados por no cambiar de dilapidadores.

La ciudad, entretanto, se entrega a los placeres para olvidar sus torturas, si bien todos ellos se tiñen de los colores de la época. En un mezquino teatro dánse mezquinas representaciones en español, italiano i frances, como el Archivo de Buenos Aires. En estos dias se ha representado una rapsodia orijinal, que queria pintar una de las escenas horribles de la mashorca. Yo he empezado a tenerle ménos ojeriza a aquella respetabilísima sociedad desde que la he visto tan estropeada. La verdad no siempre es verosímil, i lo real rara vez es dramático. Estas funciones tienen, por lo demas, objetos mui laudables; ántes de todo, aturdirse el público en medio de sus sufrimientos, i por añadidura, socorrer con los beneficios al hospital de sangre, equipar una division que sale a campaña, o favorecer a las viudas de los que han muerto en los combates diarios. El paseo de la tarde, a falta de alamedas, se hace diariamente por la hermosa calle central de la parte nueva de la ciudad, de treinta varas de ancho i con aceras de cinco en cada costado, la cual, partiendo de la antigua   —53→   ciudadela, va hasta la trinchera actual i conduce al campo que divide las baterías avanzadas, i a donde vienen a morir las balas enemigas. En lugar de líneas de árboles, las hai en la tarde de soldados que acaban de ceder su puesto a la gran guardia que se apresta para salir a hacer su peligroso servicio nocturno en los puestos avanzados. Amenizan otras veces la escena, el ejercicio de cazadores de los batallones negros, o una revista del 73 o del 45 de línea ingleses. Las músicas de estos cuerpos o la de los artistas italianos que encabezan la lejion de sus nacionales, animan con sus melodías las calladas noches de la ciudad cercada. Como los combates diarios han disminuido de algun tiempo a esta parte, diviértense las baterías avanzadas en cruzarse algunos cañonazos, i no es raro que los domingos por la tarde, en que las señoras se aventuran a salir fuera de la trinchera, las envien sus compatriotas de afuera algunas balas perdidas. A veces se me ha ocurrido que estos emisarios vienen de parte de algun despechado amante, que reconoce en las figuras esbeltas a aquellas que en otro tiempo le juraban amor eterno. Por lo demas, el hábito ha hecho a esta poblacion indiferente para con el rumor de los combates, siendo de buen tono no dar señales ni de temor ni de compasion. Las camillas de los heridos entran en la ciudad sin llamar la atencion. Ayer estaba yo sobre la azotea de mi habitacion atisbando los cañonazos que se disparaban las baterías de la izquierda; en la azotea vecina leia una señorita, miéntras la brisa de la tarde ajitaba graciosamente sus vestidos de luto. Daba el frente hácia la campaña, i no obstante que los cañonazos menudeaban, no la ví una vez sola levantar sus miradas. No era así, empero, en los primeros dias del sitio, en que las madres, las esposas, las hijas i las amadas, se agolpaban al porton de la muralla, a ver entrar las parihuelas que a veces se contaban por centenares, a fin de reconocer en los heridos i moribundos, los caros objetos de su predileccion, comprometidos en las fuerzas que se estaban batiendo afuera, i cuyas filas veian desde las azoteas raleadas por la metralla i la fusilería del enemigo. El valor de las mujeres se ha ejercitado noblemente en los hospitales de sangre, encomendados desde temprano a la solicitud de una sociedad de señoras, i en los que sobre mas de seiscientos heridos, a veces han derramado el tesoro de consuelos, solicitudes i ausilios, que solo ellas saben dar sin que se agoten. Oprime el corazon ver por las calles centenares de hombres amputados, cuya existencia hace honor,   —54→   sin embargo, a la sociedad, al arte i a la noble solicitud puesta para salvarlos. Enseñáronme un soldado quien una bala de cañon llevó un dia su pierna... de palo, como a Dumesnil, a quien ocurriéndole otro tanto, decia: «qué chasco se ha dado la bala; tengo un surtido de piernas de reemplazo».

Todos mis deseos de hallarme en un combate no han sido parte a motivar una escaramusa séria en esta temporada. El dia mismo de nuestro arribo, dos soldados ingleses que se paseaban fuera de la línea, como hubiesen ya comido, habian perdido naturalmente el rumbo, i en lugar de dirijirse a la plaza, se encaminaban al campo enemigo. La primera avanzada que tocaron, les ofreció mui cortesmente, como se debe con estranjeros descaminados, conducirlos... prisioneros. Miéntras los beodos se orientaban, acudió el comandante Villagran con su asistente, i el combate se trabó contra catorce hombres de que constaba la fuerza enemiga. Sobrevino el mayor García con un sarjento, atraidos por las casacas coloradas de los gringos i el centellear de los sables, i lograron alejar a los enemigos, devolviendo sanos i salvos dos defensores a la Reina Victoria. Pocos dias despues creí llegado el momento de un combate jeneral. El almirante de la escuadra inglesa dió aviso a las autoridades de la plaza de estarse moviendo el campo enemigo, i haber visto descender batallones desde el Cerrito. Hai en las fortificaciones de la plaza una elevada atalaya, desde donde se monta guardia con el anteojo para escudriñar los movimientos del campo de los sitiadores. Otro vijía está en el Cerro, i otro en una de las torres de la Iglesia. El ejercicio de tres años ha dado a los funcionarios mirones el conocimiento exacto de todo lo que ocurre, i no pocas veces se ha prevenido el golpe meditado, por alguna circunstancia insignificante observada que salia de los hábitos diarios del campamento. La triple vijía de la ciudad no anunciaba novedad ninguna; i fuese deferencia del gobierno a la solicitud cautelosa del almirante, fuese paso convenido para examinar el espíritu de las tropas, la jenerala empezó a batir, i las órdenes se impartieron para prepararse al combate. Desde luego las azoteas viéronse coronadas de millares de señoras i vecinos armados de anteojos, i comentando cada uno a su modo el anunciado amago; los ayudantes, jefes i oficiales corrian en todas direcciones; aturdia por todas partes el rumor de carros, trenes i furgones que hacian retemblar el empedrado; las puertas de los almacenes se cerraban   —55→   unas en pos de otras, dejando fuera a sus tenedores, convertidos en soldados armados, i dirijiéndose sin entusiasmo ni prisa a los lugares convenidos para la reunion de los batallones3 respectivos. El 73 de línea inglés en traje de parada, desembarcó de la escuadra i vino a ocupar la cabeza de la columna, rompiendo sus cajas de municiones, armando sus camillas para heridos, i aprestando sus hospitales ambulantes. El 45 debia guardar el puerto. La lejion arjentina se presentó en la línea, i no es posible que pinte las emociones penosas que su vista me causó. Habíase compuesto al principio de seiscientas plazas, i hoi no contaba sino ciento veinte. Noventa i nueve oficiales salidos de sus filas, habian muerto en los combates, seis u ocho mutilados habian sido dados de baja, i el resto habia desaparecido en destacamentos perdidos o suministrado jefes i oficiales a los otros cuerpos veteranos. Al dia siguiente de mi llegada, muchos de estos compatriotas me habian mandado suplicar que fuese hasta su campamento para verlos, pues que muchos de ellos carecian de calzado para ir al hotel a saludarme. En el dia de la parada estaban ya mejor montados, puesto que habian recibido ellos como los otros cuerpos, el primer vestuario que se les daba despues de catorce meses. La lejion arjentina habia sido, bajo las órdenes del jeneral Paz, la guardia imperial del ejército. Se la colocaba en los puntos donde era necesaria una muralla de hierro para contener al enemigo, o se la lanzaba a restablecer las posiciones perdidas. Esta posicion se la daba naturalmente la situacion moral de los individuos que la componian, emigrados todos, para quienes no habia otra salvacion que la victoria. Seguíase la lejion italiana, fuerte de seiscientos combatientes, notable por la fisonomía acentuada de los pueblos meridionales, su sombrero plomo adornado de una pluma por todo uniforme, i la bandera negra con la imájen del Vesubio en erupcion, que en otro tiempo enarbolaron los calabreses contra las armas francesas. Los vascos formaron a poco trecho, raza primitiva, semicivilizada, como usted sabe, de estatura mediana, cuadrada, i conocida por las fuerzas atléticas de sus individuos. La boina roja o azul i las alpargatas de esparto, constituian su uniforme. Dos batallones franceses sucedíanseles con la bandera uruguaya por haber sido desnacionalizados por el cónsul Pichon que habia en vano querido estorbar que se armasen. Ultimamente, algunos centenares de marinos desembarcados de la escuadra francesa se recibieron de la guardia del porton de la muralla. El batallon   —56→   de nacionales de Montevideo; una partida de quince caballos de estramuros; los restos de tres batallones de negros libertos diezmados por los combates i las enfermedades, desfilaban a tomar sus puestos en las avanzadas de cazadores. Por entre los flancos de las tropas se deslizaban por centenares individuos que no perteneciendo a cuerpo alguno, iban con su fusil a tomar un lugar en las baterías de la muralla.

En esta rara reunion de pueblos i de razas, de europeos i de africanos, que vienen a prestar su brazo en una contienda americana, habrá usted echado ménos a los representantes de la España que mas afinidad tiene con nuestras costumbres. No es que falten sus combatientes, sino que se hallan en el bando opuesto. A principios del sitio se armaron en un cuerpo como las otras nacionalidades; quince dias no pasaron ántes que las simpatías, las tradiciones nacionales no dejasen sentir sus efectos. Una noche el jeneral en jefe recibe el estraño aviso de que la gran guardia apostada al frente de la muralla, se habia desertado en masa. Desde entónces 600 españoles sirven de tropa escojida i guarda de su campo a Oribe. Esta defeccion hacia decir al jeneral Paz, a los españoles que le habían permanecido fieles, en baldon de los culpados: «I ustedes, les decia, ¿qué se han quedado haciendo aquí? ¿Vamos? el camino está franco. No quiero españoles en mis filas. Mis charreteras las he ganado peleando contra españoles. ¡Este brazo me lo invalidaron los españoles!» ¡Tan cierto es que las masas populares no se equivocan nunca en sus predilecciones! Italianos, franceses, orientales i arjentinos han pasado al bando enemigo; pero éstos son actos individuales. El vínculo que une a la mayoría está en los instintos de libertad, en la conciencia del derecho, en el odio de la arbitrariedad. Los españoles eran en su mayor parte carlistas, i las simpatías los llevaban a otro campo; la violencia, el terror, el odio a los estranjeros, todos sus instintos de raza hasta la semejanza en los medios de hacer la guerra encontraban allí, en Oribe, jefe del partido carlista nacional americano.

Miéntras aquellos imponentes preparativos tenian lugar en la plaza, las vijías daban parte de iguales movimientos i aprestos en el campo enemigo, hasta que avanzado ya el dia ambos campos comprendieron que por entónces no podria empeñarse el combate con que parecian amagarse recíprocamente. Descifróse entónces el enigma. Era sábado, i en el campo de Oribe tenian costumbre de hacer bañar las tropas por batallones en un arroyo vecino. Las vijías no daban por   —57→   tanto aviso de este accidente sin importancia, que habia alarmado al almirante, ménos conocedor de los hábitos de los sitiadores, los cuales a su vez, viendo los preparativos de la plaza, habian corrido a las armas i empezado a tomar sérias disposiciones para el combate.

Cuánta sangre, empero, i cuántas víctimas habia costado dar a los sitiados este espíritu guerrero de que tan no estudiada ostentacion hicieron aquel dia, a punto de dejar maravillados al almirante i marinos ingleses que pudieron comprender que la plaza con tales defensores estaba fuera de peligro. Los primeros meses del sitio fueron sangrientos. Los sitiadores venian disciplinados por una larga campaña de mas de mil leguas, decorada por cinco victorias, i precedidos por el terror de las matanzas i de las crueldades inauditas de Córdova, Tucuman i Mendoza. La plaza no tenia por soldados sino jóvenes entusiastas, estranjeros arrancados a sus quehaceres, i negros que cambiaban el yugo de la esclavitud, por el dorado de la libertad del soldado. Era preciso quebrantar el orgullo del enemigo, desvanecer la fascinacion del terror, i habituar al combate a los que nunca habian oido silbar las balas. Esta es la obra mas grande del jeneral Paz, i la que ménos le ha valido para su reputacion. Sea dicho de paso que en América es mas fácil defender una trinchera que atacarla; el combato de sitio, el asalto, no entran en las tradiciones del soldado americano, como el abordaje i la trinchera abierta entra en las de los ejércitos europeos. Oribe con sus valientes soldados, sus pertrechos de guerra, se ha dejado clavar en un campamento tres años, por no sentirse fuerte para ir a dar un asalto, aleccionado de su insuficiencia en una temprana tentativa, dejándose despojar de la siniestra aurora de terror que rodeaba su nombre en los primeros tiempos. Los vascos i los italianos sobre todo, han escarmentado a los sitiadores, volviéndoles iguales o mayores actos de crueldad, hasta quedar al parecer cerrado aquel sombrío episodio de nuestras guerras civiles en que parece que se ha querido renunciar al carácter de cristianos, apeteciendo en cambio el renombre de caníbales. El terror habia venido perfeccionándose desde la República Arjentina; administrado allí oficial i civilmente en el ejército, adquiria un ritual militar que debia hacerlo efectivo sobre los soldados de la plaza. Hasta el año pasado eran frecuentes escenas análogas en los puestos avanzados de los sitiadores. Cuando se preparaba una degollacion de los prisioneros hechos en los   —58→   combates diarios, bajaba del Cerrito, centro de las posiciones de Oribe, un batallon que escoltaba a la procesion de oficiales i aficionados, conduciendo las víctimas a los puestos avanzados, a fin de que los sitiados oyesen la infernal algazara. Disparábase un cohete volador para anunciar el principio de la fiesta. Hacíase en seguida repetir a los prisioneros las proclamas federales que se hacen en los teatros, en los diarios, avisos, etc., i al empezar la lista en las tropas, a saber: ¡Viva la Federacion! ¡Viva el Ilustre Restaurador! ¡Mueran los salvajes, asquerosos, inmundos unitarios! los infelices debian repetirla con precision, con enerjía, simulando entusiasmo, cólera, i si el temor o la congoja se dejaban traslucir en lo tembloroso o apocado de la voz, venian en su ayuda puntazos i golpes, hasta que hubiesen repetido la letanía en la forma prescrita. Los agazajos irónicos, las amenazas, los chistes sangrientos i los insultos groseros, seguian i comentaban las emociones de la víctima, ya fuese que las lágrimas rodasen por su mejillas, sin pedir misericordia, ya que la naturaleza pudiese mas que aquel vano orgullo que hace a la jeneralidad de los hombres morir con aparente calma. La música militar entre tanto hacia resonar el aire con la Resbalosa (llamada así por alusion al cuchillo) marcha andante, de una vivacidad festiva, destinada esclusivamente para estos actos, como la Marsellesa para los combates, i cuyos ecos llevaban a las tropas de la ciudad el aviso de que sus compañeros eran sacrificados. He oido a uno de nuestros compatriotas que al escuchar de los puestos avanzados, en el silencio jeneral de la noche, las melodias siniestras de la Resbalosa, temblaban de horror i de miedo los centinelas. Aquella obertura de la muerte se prolongaba mas o ménos segun la resistencia del paciente, o el desden con que algunos provocaban la rabia de sus asesinos. Por fin, un intelijente se acercaba, i con la precision de un anatomista abria en el cuello la vena yugular, para que empezase a desangrarse lentamente, en medio de los vivas de los espectadores que acechaban con avidez los afectos del paciente, la trepidacion de las piernas, flaqueando por la estenuacion, el movimiento tembloroso de los lábios sin voz, esforzándose por recitar oraciones de piedad, o prorumpir en blasfemias i maldiciones, i el revolver de los ojos en la última agonía. Todavía en este cruel momento habia quien se acercase al agonizante a gritarle al oido «¡Viva el Ilustre Restaurador! ¡Mueran...................................!!!».

Despues se procedia a cortar las cabezas, i hacer mutilaciones   —59→   en el cuerpo que la pluma se resiste a especificar. Veces ha habido que el tránsito de una calle de estramuros estaba obstruido por una hilera de cabezas de franceses así cortadas.

Por mas detalles vea Ud. a Cooper, i los viajeros que han descrito las costumbres de los salvajes de la América del Norte. Ignoro si entre nuestras tribus indíjenas existen prácticas semejantes, para achacar estos actos a tradiciones populares. Las colonias españolas han vivido durante tres siglos en una tranquilidad patriarcal, i solo con la revolucion comenzaron a verse ejecuciones i derramamiento de sangre. ¿Será que en el hombre sea natural aquella fiereza que tiene sofocada la civilizacion i las leyes, i que reaparece de nuevo cuando esta doble resion afloja? ¿Bárcena habria leido viajes i descripciones de las torturas de los prisioneros entre los sioux i los iroqueses? O bien ¿será que una raza traiga en la sangre las tradiciones de sus padres, i éstas revivan i se animen con la excitacion de los odios políticos, como aquellas culebras entorpecidas en nuestros campos, a quienes el calor del sol devuelve el uso de su veneno mortífero? Lea Ud. entónces a Llorente, Memorias para servir a la historia de la inquisicion, i allí puede encontrar afinidades mui ilustrativas.

En medio de este caos de intereses, respirando la atmósfera cargada de humo, i encerrados en un horizonte que a cada punto tiene aparejadas tormentas que de una hora a otra pueden descargar sobre sus cabezas, las musas arjentinas cualquiera que sea la ribera donde les sea permitido entregarse a sus sueños, lo divinizan todo, hasta la desesperacion i el desencanto. Me parece que una causa profunda hace al pueblo español por todas partes poeta; intelijencias caidas como aquellos nobles de otro tiempo decendidos a la plebe, con organizaciones e instintos desenvueltos; mentes elevadas i ociosas, que se remueven i ajitan en su nada, revelando su elevada condicion por entre los harapos que las cubren. El español inhábil para el comercio que esplotan a sus ojos naves, hombres i caudales de otras naciones, negado para la industria, la maquinaria, las artes, destituido de luces para hacer andar las ciencias o mantenerlas siquiera, rechazado por la vida moderna para la que no está preparado, el español se encierra en sí mismo i hace versos; monólogo sublime a veces, estéril siempre, que le hace sentirse ser intelijente i capaz, si pudiera, de accion i de vida, por las transformaciones que hace   —60→   esperimentar a la naturaleza que engalana en su gabinete, como lo haria el norteamericano con el hacha en los campos, aquel poeta práctico que hace una pastoral de un desierto inculto, e inventa pueblos i maravillas de la civilizacion, cuando del seno del bosque asoma su cabeza a la márjen de un rio aun no ocupado. ¡Yo os disculpo, poetas arjentinos! Vuestras endechas protestarán por mucho tiempo contra la suerte de vuestra patria. Haced versos i poblad el rio de seres fantásticos, ya que las naves no vienen a turbar el terso espejo de sus aguas. I miéntras otros fecundan la tierra, cruzan a vuestros ojos con sus naves cargadas el almo rio, cantad vosotros como la cigarra; contad sílavas miéntras los recien venidos cuentan los patacones; pintad las bellezas del rio que otros navegan; describid las florestas i campiñas, los sotos i bosquecillos de vuestra patria, miéntras el teodolito, i el grafómetro, prosaicos en demasía, describen a su modo i para otros fines los accidentes del terreno.

¡Qué de riquezas de intelijencia i cuánta fecundidad de imajinacion perdidas! ¡Cuántos progresos para la industria! ¡I qué saltos daria la ciencia si esta fuerza de voluntad, si aquel trabajo de horas de contraccion intensa en que el espíritu del poeta está exaltado hasta hacerle chispear las ojos, clavado en un asiento, encendido su cerebro i ajitándose todas sus fibras, se emplease en encontrar una aplicacion de las fuerzas físicas a producir un resultado útil!

El canto del poeta arjentino se eleva rudo i barbaresco desde las filas del soldado, hasta depurarse i tomar formas mas cultas en la boca de coroneles, ministros i jenerales. La poesía ha servido no pocas veces a despertar intelijencias dormidas, lanzándolas en la vida pública. Pacheco i Obes, el jefe montevideano, es poeta; i poeta es Lamas que llegó al ministerio; poeta era Rivera Indarte, i a noble estirpe de poetas pertenece Florencio Varela, el eco de la razon pública en estas aguas, el intermediario entre los hijos de la España i los ajentes de las naciones, el último Mohicano de la raza pura de los constitucionales; digno representante de un partido que ha desparecido hasta el último, por la muerte de los jefes, i por la desmoralizacion del resto, que ha ido desprendiéndose i cayendo, como las carnes i tegumentos que revisten el esqueleto de los animales sin vida. Vuelvo a mis poetas: Ascazubi el primer bardo plebeyo, templado al fuego de las batallas, soldado raso en el Tala (Tucuman), asistia al primer combate del jenio gaucho; oficial en el sitio de   —61→   Montevideo ha podido venir a encontrar el torrente que desde entónces ha venido engrosándose i venciendo débiles obstáculos, como lo venció a él, hasta dar esta última batalla en las murallas que el espíritu europeo le opone. Ascazubí esplota con felicidad a veces aquel jénero popular que traduce en acentos mesurados las preocupaciones de las masas; el arma que Beranger opuso a los Borbones, el jénero en que Rubí en España ha mostrado toda la riqueza de exajeracion, de fraude, o holgazanería del jitano i del andaluz. ¿Cómo hablar de Ascazubi, sin saludar la memoria del montevideano creador del jénero gauchi-político, que a haber escrito un libro en lugar de algunas pájinas como lo hizo, habria dejado un monumento de la literatura semi-bárbara de la pampa? A mí me retozan las fibras cuando leo las inmortales pláticas de Chano el cantor, que andan por aquí en boca de todos. Echeverría describiendo las escenas de la pampa, Maldonado imitando el llano lenguaje, lleno de imájenes campestres del cantor, ¡qué diablos! porqué no he de decirlo, yó, intentando describir en Quiroga la vida, los instintos del pastor arjentino, i Ruguendas, pintando con verdad las costumbres americanas; hé aquí los comienzos de aquella literatura fantástica, homérica, de la vida bárbara del gaucho que como aquellos antiguos hicsos en el Ejipto, háse apoderado del gobierno de un pueblo culto, i paseado sus caballos i hecho sus yerras, sus festines i sus laceaduras en las plazas de las ciudades. Paréceme ver al viejo Chano de las islas del Tordillo, acercándose al pago de la Guardia del Monte, al tranco majestuoso i pausado del caballo del gaucho, estirado el cuello del corcel sin gracia, miéntras que el jinete, sentándose sobre las vértebras, describe con su espalda una curva que avanza hácia delante, la cabeza inclinada para romper el viento, i dejar al cuerpo toda su flexibilidad. «Con que amigo», le dice Contreras, al verlo llegar, «¿diáonde diablos sale? Meta el redomon, ¡desensille, votoalante!... ¡Ah pingo que da calor!» Cordial salutacion que encierra ya muestra sencilla de la hospitalidad de la pampa, i el cumplido mas lisonjero que puede hacerse al gaucho, alabarle su caballo.


«¡Pero si es trabuco, Cristo!».



Esclama el gaucho lisonjeado.


    «¿Cómo está, señó, Ramon?»
-«Miéntras se calienta el agua
—62→
i echamos un cimarron;
¿Qué novedades se corren?...
-¡Novedades! qué sé yo;  5
hai tantas, que uno no acierta
a que lado caerá el dos,
aunque le esté viendo el lomo;
todo el pago es sabedor
que yo siempre por la causa  10
anduve a frio i calor.
Cuando la primera patria
al grito se presentó
Chano con todos sus hijos,
¡Ah, tiempo aquel....! ¡ya pasó!  15
Si fué en la patria del medio
lo mismo me sucedió,
¡Pero, amigo, en esta patria...!
Alcánceme un cimarron».



¡Qué triste, qué doloroso es este: ¡alcánceme un cimarron! ¡Cuántas cavilaciones van a empezar cuando el gaucho comience a sorber su mate amargo! Toda la historia de la revolucion pasa rápidamente por su memoria. Los primeros tiempos de entusiasmo los ha juzgado ya esclamando: «¡Ah, tiempo aquel! ya pasó...» Los desencantos vienen en pos i dice:


    «En diez años, que llevamos
de nuestra revolucion,
¿Qué ventaja hemos sacado?
Lo diré con su perdon,
robarnos unos a otros,  5
aumentar la desunion,
querer todos gobernar,
i de faccion en faccion
andar sin saber que andamos,
resultando en conclusion  10
que hasta el nombre de paisano
parece de mal sabor».



I no es que al buen sentido del gaucho se esconda la causa del mal, que es el espíritu de localidad, el espíritu castellano de odio i adversion contra el estranjero, llamando tales a los mendocinos i salteños, en su rabia de encontrar estranjeros. Chano pone un caso en que lo que no pudo hacer la jente   —63→   del pais, hízolo un mocito forastero, a quien no se premió por ser estranjero. Hé ahí la historia de las repúblicas americanas, solo que Chano, el pobre cantor de la pampa, no alcanzaba a ver sitio el odio entre las provincias; mas tarde habria visto el odio entre los estados; el odio de los nacidos en el suelo contra los que vienen a poblarlo. «Es un dolor ver estas rivalidades» replica Contreras,


    «Perdiendo el tiempo mejor,
solo en disputar derechos,
hasta que, ¡no quiera Dios!
Se aproveche algun cualquiera
de todo nuestro sudor».



Dios lo quiso, empero, gaucho profeta del desierto, en 1820; el cualquiera presentose, i hace ya largos años, sin que sea dado vaticinar el fin de esta última patria, ¡tan triste, tan larga!

Sigue en la procesion de poetas montevideanos i arjentinos, grande muchedumbre de versificadores de mas o ménos mérito. He debido a uno de ellos palabras llenas de calor en una composicion que Varela encontró bella. Figueroa se ha distinguido por sus toraidas tan festivas i tan apasionadas por la tauromaquia, que da gana de creerlo aficionado de la puerta de Alcalá en Madrid. Indarte ha seguido a Berro a la tumba; Dominguez ha remontado el Paraná i halládose en la cruenta batalla de Obligado. Mármol, despues de sus peregrinaciones por el mar, en aquel viaje que usted sabe, sin desenlace como todas nuestras empresas, refujióse a Rio Janeiro a trascribir, sin duda, bajo la sombra de algun palmero del trópico, los versos que habia compuesto entre las fríjidas borrascas del Cabo de Hornos que no pudo doblar.

Para indemnizarme de tantas pérdidas, he encontrado a Echeverría, manso varon, como es poeta ardiente i apasionado. Su intimidad me ha ahorrado las largas horas de fastidio de una plaza sitiada. ¡Cuántas pláticas animadas hemos tenido sobre aquello del otro lado del rio! Echeverría, que ha engalanado la pampa con las escenas de la Cautiva, se ocupa de cuestiones sociales i políticas, sin desdeñarse de descender a la educacion primaria, como digna solicitud del estadista americano. Alma elevadísima por la contemplacion de la naturaleza i la refraccion de lo bello, libre ademas de todas   —64→   aquellas terrenas ataduras que ligan los hombres a los hechos actuales, i que suelen ser de ordinario el camino del engrandecimiento, Echeverría no es ni soldado ni periodista; sufre moral i físicamente, i aguarda sin esperanza que encuentren las cosas un descenlace para regresarse a su patria, a dar aplicacion a sus bellas teorías de libertad i justicia. No entraré a examinarlas por lo que puede ser que trasluzca usted algo en un trabajo que prepara para ver la luz pública bajo el nombre del Dogma Socialista. El poeta vive, empero, aun al traves de estas serias lucubraciones.

Echeverría es el poeta de la desesperacion, el grito de la intelijencia pisoteada por los caballos de la pampa, el jemido del que a pié i solo, se encuentra rodeado de ganados alzados que rujen i caban la tierra en torno suyo, enseñándole sus aguzados cuernos. ¡Pobre Echeverria! Enfermo de espíritu i de cuerpo, trabajado por una imajinacion de fuego, prófugo, sin asilo, i pensando donde nadie piensa, donde se obedece o se sublevan, ¡únicas manifestaciones posibles de la voluntad! Buscando en los libros, en las constituciones, en las teorías, en los principios, la esplicacion del cataclismo que lo envuelve, i entre cuyos aluviones de fango, quisiera alzar aun la cabeza, i decirse habitante de otro mundo i muestra de otra creacion, Echeverría tiene escrito un poema que resume todos aquellos desencantos, aquella inquietud de ánimo, i aquel desesperar sin tregua que forma el fondo de sus cavilaciones. El Anjel Caido, es una beldad que ha pecado, i que se arrepiente; pero en el título solo, ¡quién no ve a la patria de sus sueños, solo que no se atreve a hacerla prostituta impúdica, como Jeremias el cantor hebreo! La tiene, lástima todavía, i pide perdon por ella:


    «Era un anjel, Señor, de ese tu cielo,
Pero andando en la tierra peregrina,
Olvidó acaso su mision divina,
Por criatura humana sintió amor;
Perdónala, ¡Señor!  5
Envíala una luz que la ilumine,
Un anjel que la guarde i encamine
Por la senda mejor,
Que la regale siempre horas serenas,
I que aplicando bálsamo a sus penas  10
Te lleve sus ofrendas mediador;
Perdónala, ¡Señor!».



  —65→  

A falta de sentimientos morales para engalanar su patria, tan humillada i tan cubierta de lodo, Echeverría canta las grandezas naturales de su rio:



    «Me place con el pampero
esa tu lídia jigante,
i el incansable hervidero
de tus olas a los piés,
i la espuma i los bramidos  5
de tu cólera soberbia,
que atolondra mis sentidos,
llevan a mi alma embriaguez.

    I me place verte en calma,
dormir como suele a veces  10
dormitar tranquila mi alma,
o mi vida material,
cuando la luna barniza
tu faz de plata, i jugando
el aura apénas te risa  15
la melena de cristal.

    Me places cual la llanura
con su horizonte infinito,
con su gala de verdura
i su vaga ondulacion;  20
cuando en los lomos del bruto
la cruzaba velozmente
para aturdir de mi mente
la febril cavilacion.

    I te quiero ¡oh Plata! tanto  25
como te quise algun dia,
porque tienes un encanto
indecible para mí;
porque en tu orilla mi cuna
feliz se meció, aunque el brillo  30
del astro de mi fortuna
jamas en tu suelo ví.

    Te quiero como el recuerdo
mas dichoso de mi vida,
como reliquia querida  35
—66→
de lo que fué i ya no es;
como la tumba do yacen
esperanzas, ambiciones,
todo un mundo de ilusiones
que ví en sueño alguna vez».  40



Hé aquí al verdadero poeta, traduciendo sílaba por sílaba su pais, su época, sus ideas. El Hudson o el Támesis no pueden ser cantados así; los vapores que hienden sus aguas, las barcas cargadas de mercaderías, aquel hormiguear del hombre, aforradas sus plantas en cascos, no deja ver esta soledad del Rio de la Plata, reflejo de la soledad de la pampa que no alegran alquerías, ni matizan villas blanquecinas que ligan al cielo las agujas del lejano campanario. No hai astilleros, ni vida, ni hombre; hai solo la naturaleza bruta, tal como salió de las manos del Criador, i tal como la perpetúa la impotencia del pueblo que habita sus orillas. ¡I si fuera posible aturdirse con la esperanza de mejores tiempos, cuando las ciudades broten, i los astilleros atruenen con los golpes del hacha i del martillo, i los vapores jaspeen el aire con bocanadas de humo, i las naves se apiñen a la entrada de los docks, para burlar la furia del pampero! ¡Pero no! En la imajinacion española, no entra el progreso rápido, súbito, que trasforma en los Estados Unidos un bosque en una capital, un eriazo en una provincia que manda dos diputados al congreso. Lo que ántes fué, será siempre, i tienen razon; el rei i la república, la libertad i el despotismo, todos pueden pasar sobre los pueblos españoles, sin cambiarles la fisonomia árabe, berberisca, estereotipada indeleblemente.

Despues de Echeverría, he gozado de la frecuencia de Mitre, poeta por vocacion; gaucho de la pampa por castigo impuesto a sus instintos intelectuales; artillero, sin duda, buscando el camino mas corto, para volver a su patria; espíritu fácil, carácter siempre mesurado, i escelente amigo.

Alsina, Varela, Wright, Pico, Cané, Velez, cuantos arjentinos intelijentes encierra, tantos amigos dejo en esta ciudad, erizada de cañones, devorada por pasiones mezquinas, i encargada de la mas alta i gloriosa obra que pudo encomendarse a un pueblo.

Un abrazo a todos mis amigos.



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