Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoMadrid

Señor don Victorino Lastarria.

Noviembre 15 de 1846.

Se me antoja, escribiros12, ¡oh Lastarria! cuando aspiro el aire de Madrid, a vos que fuisteis el escritor rayano en cuanto   —147→   a las ideas entre español i frances, si bien en materia de palabras i de frase castiza, os preciais de haber metido mui adentro la mano en la saccocia del Diccionario. Esta Aspaña que tantos malos ratos me ha dado, téngola por fin en el anfiteatro, bajo la mano; la palpo ahora, le estiro las arrugas, i si por fortuna me toca andarle con los dedos sobre una llaga a fuer de médico, aprieto maliciosamente la mano para que le duela, como aquellos escribanos de los tribunales revolucionarios o de la inquisicion de antaño, que de las inocentes palabras del declarante sacaban por una inflexion de la frase el medio de mandarlo a la guillotina o a las llamas. Preguntado, cuál es su nombre, etc., i no respondiendo, el escribano pone: «se obstina en ocultar su nombre». Interrogado de nuevo, dice que es sordo; entónces escribe «el acusado confiesa que conspira sordamente». I luego aquellos benditos padres, con su hábito chorreado de polvillo sevillano, con su voz gangosa, condolida i meliflua: «¡hermano! abandonaos a la misericordia infinita del Santo Tribunal...» ¡Infeliz! si os callais, sois condenado como hereje contumaz, endurecido; si hablais una palabra, sereis sospechado de leve, de grave, de gravísimo, de relapso, de todo, ménos de que sois hombre, de que teneis razon, de que sois inocente, porque esa sospecha no pasó nunca por aquellas almas devotas.

Poned, pues, entera fe en la severidad e imparcialidad de mis juicios, que nada tienen de prevenidos. He venido a España con el santo propósito de levantarla el proceso verbal, para fundar una acusacion, que, como fiscal reconocido ya, tengo de hacerla ante el tribunal de la opinion en América; a bien que no son jueces tachables por parentesco ni complicidad los que han de oir mi alegato. Traíame, ademas, el objeto de estudiar los métodos de lectura, la ortografía, pronunciacion i cuanto a la lengua dice relacion. De lo primero he hecho una pobre cosecha, i del resto encontrado secretos que a su tiempo verán la luz. Imajinaos a estos buenos godos hablando conmigo de cosas varias, i yo anotando: -no existe la pronunciacion áspera de la v; la h fué aspirada, fué j, cuando no fué f; el frances los invade; no sabe lo que se dice este académico, ignoran el griego; traducen, i traducen mal lo malo. A propósito, una noche hablabamos de ortografía con Ventura de la Vega i otros, i la sonrisa del desden andaba de boca en boca rizando las estremidades de los labios. Pobres diablos de criollos, parecian disimular, ¡quién los mete a ellos en cosas tan académicas! I como yo pusiese   —148→   en juego baterías de grueso calibre para defender nuestras posiciones universitarias, alguien me hizo observar que, dado caso que tuviésemos razon, aquella desviacion de la ortografía usual establecia una separacion embarazosa entre la España i sus colonias. Este no es un grave inconveniente, repuse yo con la mayor compostura i suavidad; como allá no leemos libros españoles; como Uds. no tienen autores, ni escritores, ni sabios ni economistas, ni políticos, ni historiadores, ni cosa que lo valga; como Uds. aquí i nosotros allá traducimos, nos es absolutamente indiferente que Uds. escriban de un modo lo traducido i nosotros de otro. No hemos visto allá mas libro español que uno que no es libro, los artículos de periódico de Larra; o no sé si Uds. pretenden que los escritos de Martinez de la Rosa ¡son tambien libros! Allá pasan solo por compilaciones, por estractos, pudiendo citarse la pájina de Blair, Boileau, Guizot, i veinte mas, de donde ha sacado tal concepto, o la idea madre que le ha sujerido otro desenvolvimiento. Lo que daba mas realce a esta peroracion era que, a cada nueva indicacion, yo afectaba apoyarme en el asentimiento unánime de mis oyentes. Como Uds. saben... decia yo, como Uds. no lo ignoran... ¡Oh! estuve admirable, i no habia concluido cuando todos me habian dado las buenas noches.

Otro objeto me traia desalado aun, i era la espedicion de Flores al Ecuador; pero en este punto he sido miserablemente volé, defraudado. Esperaba que la prensa española, ministerial o progresista, poco me importa, hubiera sostenido la oportunidad de la tentativa. ¡Ai! ¡qué polvareda se habria levantado si tal sucede i encuentro una prensa a mi disposicion! Habrian salido todos los cueritos al sol, desde Pizarro i Valverde, hasta don Antonio de Ulloa, el Jeneral Morillo, don Juan Manuel Rosas; ¡desde la Inquisicion i Felipe II, ¡hasta la España de hoi que es la misma de entónces! Hubiérais visto el inventario hecho por actuacion de escribano de su estado actual, gobierno, industria, civilizacion, bellas artes, instruccion pública, comercio, para ver lo que nos iban a llevar estos caballeros con su espedicion conquistadora; pero por desgracia, la prensa mostró esta vez mas sentido comun que el que yo le hubiera concedido, i me he quedado con todos mis cohetes chingados. Tan solo don J. J. de Mora prestaba por lo bajo su cooperacion, pero sin desmandarse, por el Heraldo, en razonamientos justificativos.

Mas es preciso que os introduzca a España por dos caminos.   —149→   Hai dos caminos en España para dilijencia. Hai dilijencias. ¿No lo creeis? Verdad de Dios, i en prueba de ello que se mandaron hacer a Francia las que viajan por la carrera de Bayona a Madrid, que son las únicas que tienen forma i comodidades humanas. Hai en ideas, como en cosas usuales en los pueblos, ciertos puntos que han pasado ya a la conciencia, al sentido comun, i que no pueden alterarse sin causar escándalo, subversion en los ánimos. Por ejemplo, el arnés de las bestias de tiro en Inglaterra, Francia, Alemania o Estados Unidos, es una de esas cosas invariables; compónese de correas negras, lustradas, con hevillas amarillas, afectando cuando mas en cada pais diferencias insignificantes. Se entiende, pues, que la dilijencia ha de ser tirada por dos, cuatro, cinco caballos manejados del pescante; que el conductor ha de llevar bota granadera, sombrero de hule i largo chicote para animar sus caballos. Salis de Bayona hácia Irun i Vitoria, i el frances, o el europeo caen, al pasar una colina, en un mundo nuevo. La dilijencia es tirada por ocho pares de mulas puestas el tiro de dos en dos, a veces por diez pares en donde el devoto repasándolas con la vista podria rezar su rosario; negras todas, lustrosas, tusadas, rapadas, taraceadas, con grandes plumeros carmesí sobre los moños, i testeras coloradas, i rapacejos i redes i borlas que se sacuden al son de cien campanillas i cascabeles; animado este estraño drama por el cochero, que en traje andaluz i con chamarra árabe, las alienta con una retahila de blasfemias a hacer reventar en sangre otros oidos que los españoles; con aquello de ¡arre p... marche la Zumalacarregui, anda... de la Vírjen, ahí está el carlista... p... Cristina janda, jandaaa! i Dios, los santos del cielo i las potestades del infierno entran péle-méle en aquella tormenta de zurriagazos, pedradas, gritos i obsenidades horribles. Triste cosa por cierto, que en los dos paises esclusivamente católicos de Europa, en Italia i España, el pueblo veje, injurie, escucha a cada momento todos los objetos de su adoracion, de manera de hacer temblar un ateo. Leed aquellas reyertas de los gondoleros de Venecia, descritas por Jorje Sand, en que el uno echa en cara al otro para injuriarlo las sodomías, bestialidades i torpezas de su Madona.

El estranjero que no entiende aquella granizada de palabras incoherentes, se cree en un pais encantado, abobado con tanta borlita i zarandaja, tanta bulla i tanto campanilleo, i declara a la España el pais mas romanesco, mas sideral, mas   —150→   poético, mas extra-mundanal que pudo soñarse jamas. Entónces pregunta donde está don Quijote, i se desespera por ver aparecer los bandidos que han de detener la dilijencia i alijerarlo del peso de los francos, fruicion que codicia cada uno, para ponerla en lugar mui prominente en sus recuerdos de viajes. M. Girardet, pintor delegado por la Ilustration de Paris para tomar bosquejos de las fiestas reales del próximo enlace de Montpensier, i que habia viajado por Ejipto, Siria, Nubia i Abisinia, me decia encantado, esto es mas bello que los asnos del Cairo; ¿qué es lo que dice el cochero... p... c...? Afortunadamente M. Blanchard, enviado por Luis Felipe para bosquejar los grandes actos del drama de Madrid para las Galerías de Versalles, conocia mejor que yo, i gustaba mas que yo de aquella lengua, de que le daba detalles i muestras encantadoras. M. Blanchard, grande admirador de la España, habia residido muchos años, ajente secreto para la compra de cuadros de la escuela española, viajado con muleteros seis meses en los puntos mas salvajes de la España, sido desnudado, aporreado i saqueado cinco veces, grande taurómaco, podia darnos mil detalles picantes de las costumbres españolas que no están escritas en libro alguno. Viajábamos los tres en la imperial, aunque en lo mas crudo del invierno, i no cupieran en un grueso volúmen las pláticas que sobre artes, viajes, historia, anécdotas, tuvimos en cinco dias con sus noches, salvo alguna cabeceada para reparar las fuerzas.

Alejandro Dumas nos decia ayer, hablando de la España «Poco me importa la civilizacion de un pais; lo que yo busco es la poesía, la naturaleza, las costumbres». El creador de las Impresiones de Viaje, que han hecho imposible escribir verdaderos viajes que interesen al lector, i el autor de los cuentos inimitables que entretienen los ocios de todos los pueblos civilizados, reconocia sin duda en el brillo de esta atmósfera meridional, cuyos violados tintes se agrupan en el horizonte i en las ondulaciones de este suelo desnudo, algunos paisajes que ha descrito admirablemente, sin haberlos visto, en sus Quince dias en el monte Sinai.

El aspecto físico de la España trae en efecto a la fantasía la idea del Africa o de las planicies asiáticas. La Castilla vieja es todavía una pradera inmensa en la que pacen numerosos rebaños, de ovejas sobre todo. La aldea miserable que el ojo del viajero encuentra, se muestra a lo léjos terrosa i triste; árbol alguno abriga bajo su sombra aquellas murallas medio   —151→   destruidas, i en torno de las habitaciones, la flor mas indiferente no alza su tallo, para amenizar con sus colores escojidos la vista desapacible que ofrecen llanuras descoloridas, arbustillos espinosos, encinas enanas, i en lontananza montañas descarnadas i perfiles adustos. En cuanto a pintoresco i poesía, la España posee sin embargo grandes riquezas, aunque por desgracia cada dia va perdiendo algo de su orijinalidad primitiva. Ya hace por ejemplo cuatro años a que la dilijencia no es detenida por los bandidos con aquellas largas carabinas que aun llevan consigo hasta hoi los muleteros, razgo que caracteriza a todas las sociedades primitivas, como los árabes, los esclavones, los españoles. Dos artistas franceses acaban en estos dias de recorrer las montañas de la Ronda atravesando en mula el reino de Murcia, i continuando a pié su escursion, desde Sevilla a Madrid, sin haber tenido la felicidad de ser atacados por los bandidos como se lo habian prometido, a fin de descargar las carabinas de que se habian provisto, o tomar las de Villadiego, segun lo aconsejase la gravedad del caso. En cambio, la pobre España ha adquirido el municipal, bicho raro esportado de estranjis, i cuyo bulto eminentemente prosaico i civilizador, recorre los caminos en traje de parada, disipando con su presencia toda cavilacion un poco poética. ¿Como pensar en efecto en el Cid, los godos, o los moros cuyas tiendas cubrian en otro tiempo estas llanuras, cuando ve uno al jendarme o al guardia municipal con su banderola amarilla, i su sombrero galoneado?

La jendarmería española tendrá la gloria de conquistar aquellas famosas provincias vascongadas que en tiempos remotos poblaron los fenicios, i que sucesivamente, ni romanos, ni godos, ni árabes, pudieron nunca someter en veinte siglos de tentativas inútiles. A la sombra de los jendarmes, la constitucion i la aduana, las dos plagas temidas por la jente vasca, vendrán bien pronto a plantar su bandera sobre los picos mas elevados de los Pirineos. Los defensores del comercio libre podrian hacer aplicacion de la frase de M. de Stael sobre el despotismo i la libertad, i decir con la misma certidumbre: «el comercio libre es tan viejo como el mundo; la aduana data de ayer». Las provincias vascas no han conocido nunca la aduana, i fieles los vascos sobre este punto a las teorías de Adan, de quien sin duda ninguna descienden, han defendido heróicamente sus fueros, los cuales pueden, formulados a la manera inglesa, resumirse en esta frase negativa: no aduanas.

  —152→  

Hoi dia los vascos, empero, comienzan13 a ceder, obedeciendo en esto al destino estraño que parece haber rejido en todos tiempos a la España, que no consiste en andar a remolque de las otras naciones, sino a destiempo, dando las doce cuando todos los relojes marcan las cinco, i viceversa. En efecto, cuando todas las naciones de la Europa estaban encorvadas bajo el yugo del despotismo, los españoles tenían en el Aragon sus célebres cortes, donde decian al rei sin quitarse el sombrero en su presencia: «nosotros que valemos tanto como vos, os instituimos nuestro rei i señor»; pero cuando la Europa se ajitó para obtener un poco de libertad, la España inventó con un admirable apropósito las instituciones inquisitoriales. Ahora que el comercio libre hace prosélitos por todas partes, fuerza a la Vizcaya, que habia conservado intacta la tradicion adámica, a admitir la aduana en su territorio.

Cuando el cigarro i los cigarritos suben hasta el trono frances i embalsaman los salones de Paris, los vascos no se atreven ya, como en otro tiempo, a dar una batalla, a organizar sus terribles guerrillas para resistir al estanco que los amenaza con un impuesto inícuo sobre la primera necesidad del hombre, sobre e único uso que hace hermanos a todos los pueblos de la tierra; pues el tabaco, en trescientos años que median entre su glorioso descubrimiento i nuestro ilustrado siglo, ha conquistado mas prosélitos que los que el cristianismo ha logrado en veinte siglos, i sin derramar para ello una gota de sangre, i sin otras lágrimas que las que arranca de los ojos de los neófitos la primera columna de humo que al fumar se levanta. ¡Oh vosotros fumadores que frecuentais el Boulevard de Gand, apresuraos a visitar Irun, Tolosa, i aquella Vergara, teatro del pérfido abrazo de cristinos i carlistas! La civilizacion española lo invade todo, i en lugar de habanos lejítimos, largos de seis pulgadas, que se dan a puñados por una peseta en aquella tierra privilejiada, ¡sereis envenenados como en Paris por la falsificacion de cuenta del rei!

Las provincias vascongadas serian asunto digno de los estudios de un Thierry, si bien como todos los pueblos primitivos, parecen sustraerse al exámen histórico por la simplicidad misma de la vida desnuda de acontecimientos importantes. Los vascos actuales descienden en línea recta i sin mezcla de romanos, godos, o árabes, de los vascos que habitaban los Pirineos ahora tres mil años; he aquí el principal hecho histórico.   —153→   Los jefes de familia de cada villorrio se reunen para jugar a la pelota o tirar la barra, tratando en el intertanto de los intereses públicos: voilà todas sus instituciones políticas. Era preciso que el siglo XIX viniese a alumbar lo profundo de estos valles, para que los habitantes pudiesen comprender que, para ser libres i civilizados, se necesita tener aduanas, jendarmes, estanco i constitucion, que es lo que importa la supresion de los fueros.

Pero el viajero que va arrastrado por la dilijencia no detiene por lo jeneral su pensamiento ni sobre lo pasado ni sobre el porvenir de este pais. Apénas si observa una poblacion pasablemente atrasada que coje castañas en los bosques, siembra maiz i patatas, i vive tranquila en sus montañas sin placeres como sin penas. De tiempo en tiempo se avistan las tostadas ruinas de alguna aldea, saqueada, quemada i arrasada durante la guerra de los carlistas. ¡Qué horrores revelan estos vestijios! ¡qué de crueldades inauditas han sido cometidas en estos lugares! Hace años que en América conversaba con un niño, hijo de un jefe carlista i enviado a América para librarlo de las represalias. Este niño me contaba lo que hacian él i una veintena mas que seguian los ejércitos carlistas; «una vez, decia, nos pusieron a cuidar como doscientos prisioneros cristianos. Les amarramos los brazos i nos divertiamos en sacarles los ojos i abrirles el pecho para verles palpitar el corazon. Despues, los fusilábamos, apoyándoles en la frente la boca del cañon de las carabinas!».

Andando mas adelante i saliendo de la Vizcaya, la vista se reposa sobre el cuadro pintoresco que presenta Burgos, capital de Castilla la Vieja. Por un acaso, feliz sin duda, la dilijencia no llega a la ciudad, sino a una hora avanzada de la noche que oculta al viajero el desaseo de la poblacion. Burgos con su catedral gótica, se levanta cual sombra de los tiempos heróicos, como el alma en pena de la caballería española. M. Girardet i un jóven Manzano, de Concepcion, me acompañaron para visitar la ciudad silenciosa. Era ya media noche, i los pálidos rayos de la luna, que de tiempo en tiempo atravesaban las nubes, se colaban por entre la blonda transparente de las flechas de la catedral. El color pardusco de aquella piedra, que ha recibido el baño galvánico de los siglos, i la luz incierta del fondo sobre el cual se diseñaban las numerosas agujas, torres, i pináculos que decoran la masa del edificio, daban al conjunto un aspecto fantástico que me traian a la memoria aquellos efectos de luna representados   —154→   en las decoraciones de ópera. Mis miradas se aguzaban en vano por distinguir en la masa opaca los adornos de detalle que cubren de un bordado imperecedero la superficie de la construccion, i cuya invencion, variada al infinito, con minuciosa prolijidad de ejecucion, hacia la gloria del arquitecto de la edad media. Girardet i yo nos acercábamos a tientas a los pórticos que la luna no alumbraba para palpar las estatuas de apóstoles i santos que guardan la entrada como mudos fantasmas.

Los serenos que guardan el reposo de los vecinos, debieron alarmarse al ver dos bultos negros i silenciosos detenerse de distancia en distancia como si temieran avanzar i rondando en torno de la iglesia a hora tan escusada. Uno de ellos se dirijió hácia nosotros, bañándonos el rostro, para reconocernos, con los rayos reconcentrados de su linterna de reverbero; despues, habiéndose apercibido por algunas esclamaciones de entusiasmo que se nos escapaban, de que èramos simples viajeros, se ofreció comedidamente a servirnos de guia para hacernos ver los otros monumentos de la ciudad.

A la luz de su linterna ascendimos una altura en donde se encuentra un arco de triunfo erijido a la memoria de Fernando Gonzalez, aquel valiente caudillo que sin hacerse rei, fundó la independencia de la Castilla. Un poco mas léjos aparece un trofeo levantado, segun es fama, sobre el lugar mismo en que estaba situado el salon feudal, en el cual el Cid solia recibir a los príncipes i reyes que solicitaban el potente ausilio de su brazo. El sereno elevando la linterna a la punta de su lanza, nos alumbraba las armas del Cid esculpidas en la piedra, i la inscripcion casi borrada que recuerda sus hazañas. El monumento está rodeado de postes o linderos de piedra, los cuales, vistos a la luz indecisa de la luna, semejan piedras druídicas; i al lado de la derruida muralla, que en otro tiempo guardaba la ciudad, se enseñan las ruinas de la habitacion particular del Cid. Existe un fragmento de la cadena que los nobles castellanos colgaban sobre sus puertas en señal de vasallaje, i una barra de fierro incrustada horizontalmente en el muro indica la brazada del Cid. Girardet i yo la medimos con nuestros brazos sin alcanzar a sus estremidades. Otro frances de talla ordinaria, pero ancho de espaldas, ensayó sus brazos igualmente i se aproximó un tanto a la medida, lo que nos hizo concluir que el Cid Campeador debió ser uno de esos hombres robustos i cuadrados,   —155→   como Bayardo, que parecen haber sido creados espresamente para mangos de una temible espada toledana.

En seguida nos asomamos a las almenas de la muralla en la parte que el tiempo no ha destruido, i desde allí dejábamos vagar nuestras miradas por entre los intersticios, sobre la silenciosa e indefinible campaña, amedrentándonos maquinalmente con el silencio de la noche, como si temiéramos ver aparecer a lo léjos los grupos de enemigos, las tiendas de la morisma, o los reales de los caballeros feudales. Continuando nuestra peregrinacion nocturna, que turbaban solamente los ladridos plañideros i prolongados de los perros, llegamos a una capilla de construccion romana, i cuya arquitectura sin carácter deja ver su estrema antigüedad; al lado de la puerta se muestra una cruz que la tradicion ha llamado la cruz del juramento de vasallaje i fidelidad del Cid, el cual no sabiendo firmar, hubo de trazar con la punta de su terrible espada aquella estraña marca. Yo no recuerdo escursion alguna que me haya llenado, como la de aquella noche, de tan vivas emociones. Es verdad que la oscuridad de la noche, envolviendo en su sombra los edificios particulares, presta a los antiguos monumentos algo de vago i misterioso que añade un nuevo encanto a las epopeyas cuyos recuerdos consagran. Burgos de noche es la vieja Burgos de las tradiciones castellanas, la morada del Cid, la catedral gótica mas bella que se conoce. De dia es un pobre monton de ruinas vivas i habitadas por un pueblo cuyo aspecto es todo lo que se quiera, ménos poético, ni culto, dos modos de ser que se suplen uno a otro.

Pero al paso que van las cosas en España, toda poesía i todo pintoresco habrá desaparecido bien pronto. Ya no se ven aquellos monjes blancos, pardos, chocolates, negros overos, calzados i descalzos, que hicieron la gloria del paisaje español hasta 1830, cuando una Saint-Bartelemy imprevista vino a pedirles cuenta de los autos de fe de la Inquisicion. Apénas se encuentran al dia en los caminos seis u ocho clérigos, hechizos del fraile que está suprimido, i envueltos en sus anchos manteos, resguardándose de los rayos del sol i de la lluvia, ellos i el manteo, bajo la sombra del sombrero de teja que caracteriza al clero español i a los jesuitas de Roma. El viajero que busca el color local no reconoce la España sino cuando apercibe los mendigos apostados sobre cada uno de los rápidos ascensos, en que una larga série de yuntas de bueyes se agrega, como una locomotiva auxiliar,   —156→   a las doce mulas que de ordinario vienen tirando la dilijencia; i ¡signo infalible de la decadencia de la época! no se les ve ya a estos mendigos dejenerados deponer su sombrero abollado en medio del camino, i ocultos ellos tras de los vecinos matorrales, con la escopeta apuntada hácia los viajeros, para conmover mas sus almas caritativas, pedir con voz condolida, una bendita limosna por el amor de Dios i de su madre la Vírjen Santísima, segun se practicaba en los buenos tiempos de Jil Blas de Santillana. El mendigo español es un tipo que el arte debe esforzarse en conservar, en despecho de las ordenanzas reales que comienzan a perseguirle. El paisano trabaja en España, miéntras sus fuerzas se lo permiten; cuando el peso de los años va agobiándolo demasiado, deja el arado por el baston de mendigo, i escoje un punto del camino como teatro de su nueva industria, i los productos de su profesion, entran en comun con el del trabajo de los jóvenes para proveer al mantenimiento de toda la familia, sin que nadie le haga un reproche por la humildad de su nuevo oficio. Los ciegos en España forman una clase social, con fueros i ocupacion peculiar. El ciego no anda solo, sino que aunados varios en una asociacion industrial i artística a la vez, forman una ópera ambulante que canta i acompaña con guitarra i bandurria las letrillas que ellos mismos componen o que les proveen poetas de ciegos, último escalon de la jerarquía poética de la España, que comienza de lo alto, no sé donde, pues en España todo individuo es poeta, desde el ministro de finanzas, hasta el actor del teatro, i la primera recomendacion que aventura un español en favor de un amigo oscuro, es que hace mui buenos versos, lo que no prueba, sin embargo, que Byron, ni Hugo hayan nacido por aquellos alrededores. El paisano español posee, ademas, todas las cualidades necesarias para ejercitar con éxito la profesion de mendigo. Un aire grave, una memoria recargada de oraciones piadosas i de versos populares, i un vestido remendado. El paño burdo de que el pueblo español viste, es de color i consistencia calculados para resistir a la accion de los siglos, verdadera muralla tras de la cual el cuerpo está al abrigo del sol, del aire i del agua, con la que está toda su vida peleado irreconciliablemente. Cuando alguna brecha se abre por un codo o una rodilla, bastiones avanzados de aquella fortificacion, una pieza de nuevo paño la cierra inmediatamente, i si los diversos ministerios que han desgobernado la España en estos últimos tiempos,   —157→   hubiesen hecho obligatorios sus colores, los vestidos del pueblo español serian hoi un cuadro fiel de los movimientos políticos de los últimos veinte años trascurridos. El sistema de remiendos se aplica igualmente en España a las reformas políticas i sociales; sobre un fondo antiguo i raido, se aplica un remiendo colocado que quiere decir constitucion; otro verde que quiere decir libertad; otro amarillo, en fin, que podria significar civilizacion. En lo moral o en lo físico no conozco pueblo mas remendado, sin contar todos los agujeros que aun le quedan por tapar. Esto es quizas lo que induce a algunos espíritus descontentadizos a considerar como un remiendo mas el doble matrimonio que ocupa en este momento la atencion pública i me ha traido a Madrid, como el momento mas bien escojido para ver este pueblo al reflejo de los esplendores de la corona i los festejos rejios que han de solemnizar el casamiento de la inocente Isabel II.

La prensa española, con motivo del enlace del duque de Montpensier, está mostrando los progresos admirables que las costumbres constitucionales hacen en este pais. Nada ha quedado por decirse entre la oposicion i los ministeriales, escepto la verdad. Segun los primeros, la nacion en masa i con ella el empedrado de las calles de Madrid, han estado al sublevarse para protestar contra el fatal casamiento, i si ha de darse crédito a los otros, no ha conocido límite el entusiasmo de la mui noble i leal ciudad. La verdad, a lo que yo he podido observar, es que el pueblo se ha mostrado pasablemente indiferente, sin embargo de que una alianza con un estranjero, i sobre todo con un frances, choque con la preocupacion mas fuerte, mas constante, i mas profundamente arraigada del pueblo español.

La entrada solemne del duque de Montpensier ha sido una escena imponente. La arquitectura de Madrid revela el gusto nacional por los espectáculos i el largo i tradicional hábito de paradas, cortejos i procesiones. Los balcones que resguardan las ventanas se avanzan lo bastante sobre la calle para dominarla en toda su estension en línea recta. Desde estas ventanas, el madrileño veia en otro tiempo desfilar el pomposo acompañamiento de un auto de fe, las procesiones solemnes de los santos, los condenados a muerte conducidos al suplicio con imponente aparato, las pompas i las galas, en fin, de la corte mas fastuosa de la Europa. Todos estos espectáculos han perdido hoi de su brillo antiguo, pero la arquitectura   —158→   ha quedado, i a falta de galas i autos de fe, las madrileñas se contentan con ver desde los balcones los pronunciamientos populares, i ahora la entrada de Montpensier. La calle de Alcalá es una de las mas bellas i espaciosas de la Europa, i el punto frecuentado de preferencia por el pueblo i los elegantes. Allí está el cerebro de Madrid; la plaza de Toros, la Aduana, el Correo, las Dilijencias, todos los centros de movimiento están en contacto con la calle de Alcalá i la Puerta del Sol, que es el corazon de la villa, a cuya aorta refluye la sangre por segundos, i a donde pueden contarse las pulsaciones del ánimo del pueblo, pues allí se manifiestan sus pasiones, sus goces o su descontento, con una vivacidad de que no hai ejemplo en otras partes.

Por esta calle i desde este punto, partieron la municipalidad i el estado mayor para salir al encuentro de los príncipes franceses i tributarles los honores de la recepcion solemne ántes de penetrar en el recinto de la Villa. M. Blanchard, pintor de historia i que habia venido desde Paris para reproducir estas escenas, ha sacado en sus bosquejos admirable partido de las vestimentas antiguas de terciopelo rojo que llevaban los maseros, i de los trajes de ceremonia de los diversos personajes góticos, por no decir mitolójicos, que figuraban en esta escena.

Durante la marcha del cortejo en las calles, el numeroso jentío que las flanqueaba en espesas líneas, guardó el mas profundo silencio, sin que la circunspecta gravedad castellana se desmintiese un solo momento. El gobierno no habia organizado una claque, como en los teatros de Paris, para aplaudir en los momentos favorables. Pero si los aplausos populares anduvieron escasos, no se notó tampoco signo alguno de descontento, ni manifestacion incivil, quizá por cumplir con las leyes de la hospitalidad. Quizá tambien desdeña por pudor aplaudir lo mismo que aprueba el pueblo que, en tiempo no mui lejano, se ponia de rodillas en presencia de los manjares que debian servirse a la mesa de sus reyes. Si este silencio era, no obstante, signo de desaprobacion real, pueblo alguno la manifestó jamas de una manera mas noble.

Si esta escena preparatoria ha carecido de animacion, no ha sucedido así con las fiestas reales que han precedido i seguido los casamientos. Madrid estaba entónces en su elemento, espectáculos, iluminaciones, cabalgatas i procesiones, toros sobre todo, i toros reales que no se ven sino de veinte en   —159→   veinte años. De todos los puntos de la España habia acudido una inmensa multitud a engrosar la poblacion en movimiento de la real villa, la cual durante tres dias ha vivido literalmente en la calle de Alcalá, la Puerta del Sol i el Prado. Nada es posible imajinarse de mas pintoresco que esta muchedumbre así aglomerada. Las altas i nobles damas, como las humildes fregonas, llevan aun la tradicional mantilla negra i trasparente, que con aire misterioso cae sobre las espaldas i el rostro, ocultando a medias los encantos femeninos. De tarde en tarde en el Prado un sombrero frances protesta contra la uniformidad de este traje de oríjen relijioso que llevan siempre las españolas, i con preferencia en sus galanterías, como si la inquisicion que se las impuso, existiese todavía.

Los hombres de la clase culta siguen en todo la moda europea, i el paletó i el chaleco se resisten, como todos saben, a la descripcion; pero el pueblo, es decir lo que aun es en España jenuino español, es digno siempre del pincel. La capa es de rigoroso uso desde el mendigo, el pastor de ovejas i e muletero, hasta el comerciante de menudeo inclusive. El sombrero calañéz del sevillano, de dos pulgadas de alto i con grandes borlas en el costado, da ademas al español un aspecto tan peculiar que bastara por sí solo, a no haber tantas otras singularidades, para colocarlo fuera de la familia europea, como aquellos subjéneros que descubren en plantas i animales los naturalistas. Los maragatos de las provincias del norte llevan aun aquel traje orijinal con que en los grabados antiguos se representa a Sancho Panza, algo parecido al vestido que se usaba en Inglaterra por los tiempos de Cromwell; el calesero ostenta su chamarra con coderas i adornos de paños de colores diversos, como el traje de los moriscos; i el andaluz desplega, bajo el estrecho vestido de Fígaro, todas las gracias el majo español. Esta diversidad de trajes, mui pintoresca, sin duda, revela sin embargo una de las llagas mas profundas de la España, la falta de fusion en el estado. Las provincias españolas son pequeñas naciones diferentes, i no partes integrantes de un solo estado. El barcelonés dice: soi catalan, cuando se le pregunta si es español; i los vascos, llaman castellanos a los que quieren designar como enemigos de su raza i de sus fueros. Pero lo que mas atrae la atencion en España, son los rastros profundos que la dominacion árabe ha dejado en las costumbres; podria creerse que los moros están aun allí; encuéntraseles en los   —160→   vestidos, en los edificios. En los bailes públicos, organizados para diversion del pueblo durante las fiestas, al lado de valencianos, aragoneses i gallegos, veíase figurar cuadrillas de moros, como si fuesen considerados todavía como parte de los pueblos españoles.

Las familias de Madrid conservan relijiosamente decoraciones de balcones que consisten en tapices i colgaduras cuyos variados colores dan a las calles el aspecto mas singular. Las colgaduras de terciopelo bordado de realce que conservan algunas antiguas casas ducales, ostentando en grandes escudos las armas de la familia, no convendrian hoi sino a príncipes i soberanos. Cuando los nobles novios se dirijieron a Nuestra Señora de Atocha para recibir la bendicion nupcial, el real cortejo ocupaba toda la estension de la calle de Alcalá, decorada toda ella como un teatro. Tiros de caballos que pocas cortes europeas podrian ostentar tan bellos i en tan grande número, carrozas incrustadas de nácar, libreas i penachos de un brillo estraordinario, traian a la fantasía los bellos tiempos de la monarquía española, la cual, en su abatimiento presente, se adorna con sus antiguas joyas, como aquellas viejas duquesas, que disimulan, bajo el brillo de los diamantes, las enojosas arrugas que los años han impreso a sus semblantes.

La iluminacion de palacios i calles tenia alguna cosa de fantástico i de grandioso. Innumerables antorchas de cera esparcian una severa i solemne claridad sobre las tapicerías franjeadas de oro i plata, al mismo tiempo que algunas imitaciones de edificios góticos, diseñaban a la distancia sus torrecillas i ojivas por medio de innumerables luces de color. Los teatros, como los fuegos de artificio, como los retratos de los reyes espuestos a la adoracion popular sobre la mayor parte de los edificios públicos, se subdividian las masas populares que, de todas las estremidades de la ciudad, se precipitaban a torrentes hácia la Puerta del Sol.

El besamano, aquella ceremonia de los tiempos feudales, conserva aun en España toda su antigua majestad i su pomposo aparato; pero el pueblo que se apiñaba en vano en las puertas del palacio, no pudiendo gozar de estas solemnidades interiores de la corte, se contentaba con admirar las carrozas reales i las de los grandes de España, cuyos caballos llenos de ardor, ajitaban en el aire sus penachos verdes o colorados, recuerdo de los tiempos feudales en que cada caballero i cada familia noble adoptaba sus colores distintivos.

  —161→  

El pueblo español, entretenido pero no satisfecho con esta sucesion de galas i fiestas, aguardaba con impaciencia otro espectáculo, cuyo oríjen anterior a los moros i a los godos, remonta a los tiempos de Sertorius, en que la España se habia hecho la provincia mas romana por su civilizacion i por la adopcion de las costumbres del pueblo rei. Por todas partes se encuentran en Europa ruinas imponentes de los circos romanos. En España solo se ha conservado el espectáculo mismo del circo, aunque los antiguos circos hayan cedido a la accion del tiempo. ¡Cosa estraña i poco notada! Por sus costumbres i su espíritu, el pueblo español es el pueblo mas romano que existe hoi dia. Todos sus males le vienen de ahí; enemigo del trabajo, guerrero, heróico, tenaz, sobrio, i apasionado por los espectáculos, todavía pido panen et circenses para vivir feliz en medio de su caida. Los sangrientos combates de bestias feroces han luchado veinte siglos con el cristianismo i han triunfado de él, como los toreadores lo hacen de los mas temibles bichos. Sobre la plaza de toros el pueblo español es grande i sublime; es pueblo soberano, pueblo rei tambien. Allí se resarce, con emociones mas vivas que las del juego, de las privaciones a que su pobreza lo condena, i si esta diversion puede ser acusada de barbarie i de crueldad, es preciso convenir, sin embargo, que no envilece al individuo como la borrachera, que es el innoble placer de todos los pueblos del norte. El español es sobrio, i lo prueba la capa que lleva sobre sus hombros, pues que un hombre borracho no podria tenerse parado llevando capa.

Lo que hai de verdaderamente romano en las corridas de toros, es que aquel espectáculo es no solamente público i autorizado por el gobierno, sino que tiene lugar oficialmente i bajo la direccion inmediata de la autoridad. El gobernador de Madrid en circunstancias ordinarias, i el rei en persona en las grandes solemnidades, presiden i dirijen todos sus movimientos. Un alguacil viene a pedir permiso para comenzar la funcion; este empleado público anuncia en alta voz el color del toro que va a jugarse, la señal particular con que está marcado i la célebre torada a que tiene el honor de pertenecer, él abre, en fin, oficialmente la puerta del toril, cuya llave ha recibido de manos de rei. Cuando los picadores han atormentado por mucho tiempo a la fiera a fin de debilitar su empuje, el rei hace una seña, i los banderilleros aparecen; a otro signo ceden estos su puesto al matador que se presenta con espada en mano. Aquella fiesta popular, celebrada con   —162→   todas las formas legales, aquel rei rodeado de su pueblo abandonado al delirio, i tomando parte en sus emociones, tienen, sin duda, un carácter homérico que no presenta ya pueblo alguno moderno. Este mismo carácter existia en el teatro cuando las representaciones dramáticas eran todavía un espectáculo14 nacional, salido de las entrañas del pueblo, con toda su rudeza, su jenio i sus preocupaciones; cuando Lope de Vega producia dos mil comedias, i Calderón de la Barca hacia representar ochocientos autos sacramentales. Dumas ni Scribe han alcanzado todavía a esta estupenda fecundidad, porque aun no se ha hecho el drama moderno tan popular como lo fué en otro tiempo el teatro romántico en España. Mas tarde el jénero clásico atravesó los Pirineos i vino a aristocratizar el teatro en España, i no pudiendo comprender el pueblo llano las bellezas de las tres unidades, la moral académica, ni la enfática dignidad del lenguaje, abandonó poco a poco un espectáculo estranjero ya para él, i se contentó con los combates de toros, donde no podian al ménos perseguirlo las tres unidades, i donde él comprende bellezas que se escapan a los ojos de los clásicos. Un español os diria, en efecto, a la simple aparicion del toro en la arena, cómo va a conducirse i lo que hai que prometerse de él: fisonomista profundo, sorprende en el acto el carácter del animal i puede revelarlo con mas certidumbre que no lo harian las ciencias de Lavater i Gall para con los hombres. Este es desconfiado i astuto, aquel otro audaz i frenético. El toro intrépido es aplaudido i escitado con bravos entusiásticos; pero ¡ai! de aquel que no mata al ménos ¡dos caballos! Entónces estalla en el inmenso circo la recia tormenta de silbos, maldiciones i sarcasmos; despues, ¡los gritos de fuego! ¡fuego! esto es, banderillas, que asegurando su dardo en las carnes, le quemen e irriten las heridas. La mayor infamia por la que puede hacerse pasar a un toro indigno, es entregarlo a los perros, que en jauría hambrienta de sangre i matanza, se echa sobre él cuando no ha sabido contentar al público, i lo desgarra sin misericordia.

Cuando la arena está cubierta de caballos destripados, cuando la sangre hace fango sobre el suelo, entónces el pueblo de todas clases i sexos no puede contener su entusiasmo, se pone de pié para aplaudir a los vencedores, ya sean toros u hombres, para ver hundirse la espada del matador en el corazon del toro furioso, para sorprender el último jemido de la víctima i deleitarse con su agonía. La noche halla a los espectadores ajitándose sobre sus bancos, i pidiendo a voces   —163→   nuevas carnicerías i nuevos combates. Id, pues, a hablar a estos hombres de caminos de hierro, de industria o de ¡debates constitucionales!

Despues de todo, los combates de toros no tienen a mi juicio sino un accidente profundamente chocante i es la muerte cierta o innoble de los caballos. El malaventurado animal, traspasado de heridas, arrastrando las tripas por el suelo, debe, miéntras le queda un resto de vida i pueda tenerse de pié, hacer frente al toro, pues que así lo exijen las leyes inviolables del combate i la voluntad del público. La víspera de la llegada del duque de Montpensier, dieziocho caballos espiraron en el circo, ocho de entre ellos muertos por un solo toro, i esta circunstancia mereció a aquella corrida los honores de la aprobacion popular. En cuanto a los hombres que luchan cuerpo a cuerpo, por decirlo así, con la fiera, tal habilidad muestran en aquella peligrosa lucha, que su desenvoltura i lijereza hacen olvidar que están realmente en peligro. I luego, hai ¡tanto arte, i tanta gracia en su actitud i en sus movimientos! ¡tanto esmero i tanta sutileza en prestar oportuno ausilio a aquel de entre ellos que se encuentra accidentalmente espuesto! Una escena de las corridas reales me daba una muestra de la cólera de los romanos, cuando un gladiador no sabia caer i morir con artística desenvoltura. Un toreador al salvar su cuerpo del asta del toro, quiso quedar envuelto en la capa, la cual sea por torpeza, sea por accidente inevitable, se envolvió sobre sus espaldas sin formar los pliegues que la estatuaria habria requerido, i un grito universal de desaprobacion cayó sobre él como un rayo, para castigar su falta de destreza. Ni el toro está libre de aquella justicia suprema. No hace dos años que en un circo un toro herido, segun todas las reglas del arte, yacía muerto a los piés del matador, que saludaba al público agradeciendo los aplausos con que recompensaba su destreza, cuando el toro, por una de aquellas convulsiones de la vida nerviosa, se endereza repentinamente i traspasa con las astas al matador que cae a su turno exánime. El pueblo se arrojó en masa sobre el traidor, mil puñales cebaron su saña en su cuerpo, i ni vestijios del animal quedaron en un abrir i cerrrar de ojos, pues su cadáver fué dividido en menudas trizas. Lo contrario sucedia otra vez en otro punto donde, habiendo el toro alzado en las astas a un capeador inhábil, el público persiguió con sus sarcasmos i sus aplausos el cadáver del infeliz que permaneció ensartado en las astas del animal.

  —164→  

Por compensacion, el pueblo español festeja dignamente a sus artistas favoritos. El picador que cae debajo de su caballo se levanta tan lijeramente como puede hacerlo, con la ayuda de los chulos que acuden a desembarazarlo; la sangre sale a veces a borbotones de su boca; a veces queda tan aturdido con la caida, que largo rato lo tienen parado sin conocimiento. Pero apénas la vida comienza a reanimarse, escitado por los gritos entusiastas del público, se hace montar pesadamente sobre su caballo herido i moribundo, i muriendo ambos, lo lleva de nuevo al puesto fatal a donde la saña del toro ha de venir a buscarlo. Cuando este caballo es ultimado, el picador pasa sucesivamente a otros que tienen el mismo fin, i solo en caso de muerte o de herida grave, el picador desaparece de la escena ántes de haber terminado su terrible papel. Es horrible, ciertamente, ver a estos hombres afectar alegría i placer cuando se les ha visto caer bajo el caballo repetidas ocasiones, vomitar sangre, desmayarse i revivir con dificultad. El hospital i el sangrador los aguardan a la puerta, i estos infelices bajan sucesivamente de la cama para montar sobre el caballo i viceversa.

Las corridas reales son un espectáculo tan espléndido i sorprendente, que creo leereis con gusto una descripcion, aunque suscinta, de las que acaban de tener lugar con motivo del doble enlace. Como su nombre lo indica, la Plaza Mayor es la mayor en estension que se encuentra en Madrid, i la que durante dos siglos estuvo consagrada a los autos de fe, que eran las corridas de toros que a su modo daba la inquisicion. La plaza asemeja a un gran claustro i las calles que de ella parten, arrancan por debajo de arcos triunfales que conservan la continuidad de los edificios que la circundan, ocupando uno de sus costados un palacio de arquitectura del renacimiento, recargado de adornos, torrecillas i pináculos. El ámbito de esta plaza servia esta vez de digna arena para los toros reales. Los balcones de las casas habian sido convertidos en palcos para las familias acomodadas, i un inmenso tendido, construiso de madera, para recibir la muchedumbre. Una colgadura carmesí, con franja de oro de una tercia, daba vuelta toda la plaza hasta la altura del primer piso; otra amarilla con franja de plata adornaba el segundo, i otra azul celeste el tercero. Cuarenta mil espectadores colocados en los balcones, ventanas i tendidos, describian entre las colgaduras una línea oscura, variada como un tapiz por los colores diversos de los vestidos de señoras, las plumas de algunos sombreros   —165→   i el continuo ajitar de los abanicos; i para que el efecto artístico del golpe de vista fuese completo, desde el tendido inferior hasta la altura de los techados, se elevaba en las cuatro esquinas de la plaza, una gradería de asientos que formaba en cada estremo una enorme pirámide de seres humanos. Era este un espectáculo verdaderamente imponente cuyo brillo realzaban los rayos del sol, reflejándose sobre las anchas franjas de oro i plata, i las superficies que en grandes masas presentaba el raso de las colgaduras. El Hipódromo de Paris, al lado de este circo colosal, habria parecido un juguete de carton, bueno solo para divertir a los niños.

En los balcones del palacio que ocupa uno de los frentes i bajo una profusion de tapices i colgaduras de un lujo sorprendente, debia colocarse la reina, que habia de presidir los juegos, los príncipes franceses, la familia real, la servidumbre de palacio, i una hecatombe de jenerales cubiertos de cruces i de medallas, i cuajados de bordados desde los piés a la cabeza. Los alabarderos reales se colocaron en línea bajo el balcon rejio, sin otro parapeto que sus armas para defenderse contra los ataques de las fieras. Dos toros furiosos se echaron sucesivamente sobre esta muralla de fieles servidores, i las dos veces fueron rechazados, sin que la línea se conmoviese, i sin que el semblante marcial del soldado diese señal alguna de turbacion en presencia del peligro. Así se simboliza en estas fiestas nacionales el valor i la abnegacion del guerrero i del vasallo.

Seis alguaciles en traje de ceremonia permanecen a caballo a algunos pasos al frente del balcon real, para ejecutar las órdenes de la reina; estos pacíficos ministriles no tienen mas defensa que la fuga, cuando la saña del toro quiere cebarse en ellos. Su vida, segun la tradicion monárquica, pertenece a su rei señor, i deben estar dispuestos a morir por el servicio i el placer real. En estas corridas un toro alcanzó e hirió el caballo de un alguacil en medio de las ruidosas esclamaciones i las risadas i las burlas de la muchedumbre que conserva, desde los tiempos despóticos de la España, un odio tradicional contra los empleados subalternos de la corona. Aquella dispersion de los alguaciles, i su terror pánico cuando se ven atacados por el toro, forman la parte cómica del espectaculo, i no es raro que un toreador malicioso atraiga esprofeso al toro sobre ellos a fin de hacer reir al público.

Cuando la familia real se presentó en el balcon, un movimiento jeneral de sombreros, pañuelos i abanicos, respondió   —166→   a las salutaciones de la reina, fijándose en seguida la atencion jeneral sobre los jóvenes príncipes franceses, con muestras inequívocas de satisfaccion i benevolencia. El interes que los toros inspiran al duque de Aumale, bastaria por sí solo para conciliarle las simpatías del pueblo que se complacia ya en recordar el magnífico presente que un año ántes habia hecho de dos espadas a Montes, i la buena gracia con que el célebre toreador habia correspondido, mandándole a Paris un suntuoso traje completo de majo, i un sastre intelijente para que lo adaptase a su persona. La atencion pública fué atraida en seguida por el espectáculo mas pintoresco i mas solemne que para ojos españoles puede ofrecerse.

A una banda de música marcial, seguian ocho heraldos vestidos con el traje hermosísimo que en la edad media caracterizaba su empleo. Precedian éstos la carroza del duque de Osuna, tirada por seis caballos enjaezados magníficamente i seguida a su vez por siete caballos ensillados, conducido cada uno por un palafrenero con librea del color adoptado en tiros, penachos i arneses por el noble duque. Cerraba la comitiva el matador Jimenez a la cabeza de su cuadrilla de picadores, chulos i banderilleros. La carroza del duque fué a colocarse frente al trono de la reina, a fin de que el caballero en plaza que él apadrinaba, la rindiese homenaje, i de rodillas solicitase a S. M. el alto honor de hacer alarde de su destreza. Eran en otro tiempo los caballeros en plaza nobles de distincion que, para mayor gala de las fiestas reales, tomaban parte en la lucha combatiendo en presencia del rei a caballo con el toro. Desde que las justas i los torneos han caido en desuso i con ellos la caballería de la media edad, aquel papel peligroso es desempeñado por jóvenes aspirantes, a los cuales ha de darse en recompensa15 una suma de dinero, i empleo en las caballerizas reales.

Concluida la ceremonia i andando el cortejo, avanzaron para ocupar el mismo lugar, el duque de Abrantes con igual aparato de heraldos, palafreneros, caballos, i seguido por la cuadrilla del Chiclanero. Venia en pos de él, el duque de Medina Celi, i Juan Leon con su cuadrilla. La cuarta i última carroza ocupábala, en fin, el duque de N... seguido de la guardia vieja de los toreadores, la cuadrilla de Montes, el cual goza de largo tiempo de una brillante reputacion ante la cual se inclinan todos los toreadores de España. Cerca de doscientas personas vestidas con trajes fantásticos i brillantes, formaban este estraordinario cortejo realzado por el esplendor   —167→   de las carrozas, la encumbrada nobleza de los títulos que decoraban a sus dueños, la fama de los toreadores, verdaderos grandes de España por la reputacion peninsular de que gozan, el brillo de los jaeces de los caballos, que ajitaban sus penachos sorprendidos del bullicio, o impacientes por tomar parte mas activa en el espectáculo.

Solo el nombre de Napoleon ha penetrado mas hondamente que el de Montes en las capas populares. Un murmullo jeneral de aprobacion lo recibe donde quiera que se presenta, i la noticia de su arribo a cualquiera ciudad de España, pone en movimiento a toda la poblacion. En la plaza de toros, teatro de su gloria, los vivas frenéticos del público muestran el placer con que siempre es acojido. Allí Montes es verdaderamente tan artista como Federico Lemaitre en su teatro, o Dumas en sus novelas. Las larguezas del público le han creado una gran fortuna, i ya está un poco entrado en años. Herido dos veces en diversos combates, tiene ya agotadas todas las temeridades que el arrojo puede ensayar con los toros; i los aplausos del público, siempre entusiasta admirador de su bizarría, habrian colmado ya cualquiera otra ambicion de gloria que no fuese la suya. Sin embargo, Montes, arrastrado por el amor del arte se presenta aun a lidiar. El peligro es el pábulo que le da vida, i él se injenia para renovarle, variándolo al infinito. Los cuernos aguzados del toro ejercen sobre él una atraccion májica, irresistible, i el público, conocedor de los infinitos percances de la lucha, le tiene predicho que en los cuernos del toro ha de morir.

Cuando Montes se presenta en la arena a capear un toro, la multitud inmensa de espectadores permanece inmóvil i silenciosa, a fin de no perder ninguno de los imperceptibles pases que hace con el bicho, i cuando el animal furioso se lanza sobre él, Montes aparta el cuerpo lo suficiente para que el asta mortal le desgarre el vestido entre el brazo derecho i la tetilla; segunda vez embiste, i entónces el cuerno pasa entre el pecho i el brazo izquierdo; tercera, i Montes queda volviéndole la espalda i envuelto en los pliegues de su capa, tan garbosamente como podria hacerlo al pararse en la Puerta del Sol.

A estos primeros pases se siguen diez diversos, cual variaciones de un tema único que es la muerte, i cuyas melodías se componen de coraje, actitudes artísticas, destreza i sangre fria. El público español mudo, estático hasta entónces, no por efecto del miedo, que no conoce, sino por la profunda   —168→   emocion que le inspira el sentimiento del arte, prorrumpe en pos de aquellas brillantes fiorituras, en gritos apasionados que conmueven los edificios de la plaza; diez mil sombreros se ajitan en el aire; diez mil pañuelos i otros tantos abanicos se cruzan, i las mantillas que no cubren ya los ojos negros brillantes de las españolas, dejan ver al artista célebre que las damas de hoi dia, como la de los torneos de la edad media, saben apreciar el valor i medir la profundidad de las heridas. En España, en efecto, las mujeres de todas las clases están iniciadas en los secretos del arte de los combates, i aplauden los buenos golpes o reprueban al poco diestro. «Se le dice a Ud., señor banderillero, decia con desden en alta voz cerca de mí una interesante señorita, al ver un par de banderillas mal puestas, se le dice a Ud. que ese golpe no vale nada».

El Chiclanero es otra aran reputacion nueva, por la destreza estraordinaria i la audacia de su espada. Todo su empeño es dejar muerto instantáneamente a toro, para lo que apunta siempre a cierto punto que no tiene mas diámetro que el de un peso fuerte i donde el cerebro está mal resguardado. El toro que el Chiclanero mató en las corridas reales, al caer delante de sí, vino a poner la cabeza a sus piés, completando el matador con la espada alzada en el aire i en la actitud de una estatua o de un grupo, aquel digno del cincel de Canova. Despues del Chiclanero cuenta Cúchares, i en pos de él siguen otras grandes ilustraciones de la tauromaquia.

Todos estos detalles me alejan empero de la principiada descripcion de las corridas reales, que me propongo continuar. Cuando llegaba la carroza, que traia a cada caballero en plaza al frente del trono, descendia aquel, como llevo dicho, i poniendo una rodilla en tierra, ofrecia para divertimiento de la reina el tributo de su vida. El color i los cabos de su vestido a la antigua española, daba el tono a todo lo que a él pertenecia, caballos, cuadrilla, etc. Un color era verde con bordado de plata; otro azul bordado de lo mismo; otro castaño bordado de oro; i el cuarto encarnado i plata. Los siete caballos enjaezados que seguian a cada caballero, debian servirle sucesivamente en la lid, a medida que fuesen inutilizados o despachados por los toros. De los cuatro caballeros, uno solo permaneció en la arena; pero tan brillantemente se condujo, que en esta sola corrida hizo olvidar toda la gloria de que habrian podido cubrirse hasta entónces los picadores de profesion. Cuatro toros cayeron sucesivamente muertos bajo su frájil rejoncillo; uno de ellos, en una primera   —169→   embestida, habia ensartado en las astas su caballo, i levantando i sacudiendo en el aire caballo i caballero, echólos a rodar por el suelo. Pero el intrépido aficionado haciendo poner de pié su caballo, sin perder un instante la silla, esperó, por segunda vez al toro, i atravesándole el corazon de un rejonazo, lo hizo caer muerto a los piés de su montura, como para que diese condigna reparacion de la pasada ofensa. Todas estas escenas tan irritantes, tan preñadas de emociones, pasaban en un abrir i cerrar de ojos, i a un minuto de silencio glacial, en que podian contarse las palpitaciones del corazon, sucedia el grito instantáneo, el trueno de aplausos de cuarenta mil espectadores, para caer de improviso en el mismo silencio de muerte, como aquella noche lúgubre que hace la tormenta iluminando el rayo súbitamente la naturaleza, para dejarla en pos sumida en la oscuridad. El caballero en plaza habia satisfecho con usura las exijencias del público, i la reina, radiosa de aquel placer que solo saben manifestar las jentes meridionales, hízole seña para que se retirase, sobrecargado de aprobaciones, perseguido por los estrepitosos vivas populares; i cuando desde uno de los balcones miraba envanecido las hazañas de los toreadores, de repente un grito universal, una ajitacion de pañuelos i sombreros, lo saludaba todavía, como si a un mismo tiempo viniese a la mente de aquella inmensa masa, el recuerdo eléctrico de las recientes proezas.

He visto los toros, i sentido todo su sublime atractivo. Espectáculo bárbaro, terrible, sanguinario, i sin embargo, lleno de seduccion i de estímulo. ¡Imposible apartar un momento los ojos de aquella fiera, que con movimientos peristálticos de la cabeza, está estudiando el medio de alzar en sus cuernos afilados al elegante toreador que tiene por delante! ¡Imposible hacer andar la sangre que se aglomera en el corazon del estranjero novicio, miéntras que con rostro pálido, boca contraida i reseca, i ojos estáticos, está esperando el desenlace de la lucha para respirar, con aquel jemido que arrancan las torturas del espíritu! ¡Está Ud. como una cera, decia yo a un amigo frances que me acompañaba! ¡I Ud. está verde, me replicaba, levantando la vista a mirarme, cuando el lance se habia terminado i no ántes! ¡Oh! ¡las emociones del corazon! ¡la necesidad de emociones que el hombre siente, i que satisfacen los toros, como no satisface el teatro, ni espectáculo alguno civilizado! La exasperacion de las batallas para los veteranos solo puede comparárseles; i despues de haber visto   —170→   los toros en España, he lamentado que hayan pasado para nosotros los tiempos en que se quemaban hombres vivos, para ir al cabo del mundo a presenciar sus tormentos, a verlos torcerse, jemir, maldecir a sus verdugos, o escoger para morir posiciones nobles, académicas, o reconocer la autoridad de los caníbales que habian ordenado, su suplicio como aquellos gladiadores romanos que saludaban a César al tiempo de morir; porque tan imbécil como todo eso es la especie humana. El ajusticiado se preocupa de no mostrar miedo en el último trance, porque no lo apellide la multitud cobarde; el reo político o relijioso, el mártir, en fin, no quiere implorar gracia, a fin de que no se infiera de ello que duda de sus convicciones; i el pueblo que presencia estos espectáculos, no pierde un solo movimiento del paciente, una palabra, un suspiro, para vanagloriarse de haber visto i oido tales cosas, i gozarse en el súbito temblor de las carnes que le acomete, cada vez que a su espíritu vuelve la imájen de la lúgubre ejecucion. Cuando la inquisicion existia, i mandaba a esta misma plaza mayor sus ensambenitadas víctimas, las autoridades debian sentir la necesidad de refrescar las escenas de sangre i de llamas, para acariciar i entretener al pueblo, i éste denunciar al primero que veia leyendo un libro, a fin de poner de su parte los medios de divertirse con la pompa, aparato i emociones de la horrible ejecucion. La conversacion del dia seria como de costumbre, sobre lo ocurrido en la mañana, i las comadres al saludarse repetirian todos los detalles del acontecimiento; si el hereje habia querido hablar, si blasfemó para su mas segura condenacion, si era contumaz, esto es, si sintiéndose injusta i bárbaramente asesinado, tuvo el coraje de pasear, desde lo alto del poste, miradas de soberano desprecio sobre la muchedumbre estúpida que se gozaba en su suplicio, i la turba de fanáticos que lo mandaba a las llamas, acaso porque sabia lo que ellos ignoraban. Porque en España los autos de fe i los toros anduvieron siempre juntos; i el pueblo pasaba de la plaza Mayor de ver quemar vivo a un hereje, a la plaza de Toros, a ver destripar caballos, ensartar i sacudir toreadores en las astas, o morir veintenas de toros i caballos, entre charcos de sangre, i de escrementos derramados de los rotos intestinos. Yo he visto en una tarde morir dieziocho caballos i siete toros, i dejo a cualquiera que calcule la cantidad de sangre que a chorros ha debido salir de veinticinco cuadrúpedos. Este pueblo así educado, es el mismo que se ha abandonado a las espantosas   —171→   crueldades de la guerra de cristinos i carlistas en España, el mismo que a orillas del Plata, se ha degollado entre sí con una barbaridad, con un placer, diré mas bien, que sobrevive hoi en la raza española; porque no ha de conservarse un espectáculo bárbaro, sin que todas las ideas bárbaras de las bárbaras épocas en que tuvieron oríjen vivan en el ánimo del pueblo. Es para mí el hombre un animal antropófago de nacimiento que la civilizacion está domesticando, amansando, de cuatro o cinco mil años a esta parte; i ponerle sangre a la vista, es solo para despertar sus viejos i adormecidos instintos. Los espectáculos patibularios suscitan criminales en lugar de servir de escarmiento, i el dia que no se fusile un bandido, habrá por lo ménos tantos bandidos en el mundo, como cuando se les mataba como a perros rabiosos, i no mas. El hombre, ademas, tiene tantos instintos malos como buenos, i un sistema de creencias i de espectáculos, esto es, de ideas i de manifestaciones, puede formar irrevocablemente el carácter de un pueblo. No es otro el secreto de los gobiernos corruptores; la sociedad los apoya, aplaude i ayuda; en ella misma encuentran sus instrumentos que son todos los hombres, porque todos tienen su lado malo.

He caido sin quererlo en estas tristes reflexiones morales, quizá por reaccion contra las tentaciones de crueldad que el espetáculo habia revivido en mí, i no me siento ya dispuesto a continuar la comenzada descripcion de los toros reales, que no terminaron sino cuando las tinieblas de la noche hacian imposible la continuacion de los combates, i despues que Cúchares, el Chiclanero i Montes habian ostentado su habilidad, matando sucesivamente diez toros que a su vez habian destripado una media hecatombe de caballos, estropeado seis picadores, dos alabarderos i un alguacil, con infinito contentamiento del inmenso pueblo, que entre larga hilera de carrozas reales, bandas de música, i escuadrones de coraceros, se apiñaba, se estendia, como olas que van i vienen, se revuelven, i rompen, saliendo por los vomitorios de la plaza Mayor i siguiendo por las calles como por el cauce un torrente que desciende hinchado de peñascos i árboles arrastrados de las montañas. Una hora despues, aun no se habia serenado aquel rumor jigantesco, el fragor de aquel pueblo en delirio, sobrescitado, rumiando sus emociones pasadas, diciéndolas en alta voz, comentándolas i saboreándolas de nuevo. Otro dia de toros, i la misma novedad, la misma escitacion que el primero   —172→   i el tercero, como que eran los primeros toros reales, vistos desde los tiempos de la Jura de Femando VII el deseado.

A las paradas, revistas, besamanos, velorio en Santa María de Atocha, se sucedian las representaciones teatrales, la Pata de Cabra en el Teatro de la Cruz, óperas italianas en el Circo, comedias antiguas de Moreto i Lope de Vega en el Príncipe, teatro real de Madrid, un edificio de innoble esterior, o mas bien sin muestra esterior alguna que revele su existencia; pero elegantemente decorado en el interior, i como los teatros italianos, mui superior, en cuanto a efecto, a las grandes i suntuosas pocilgas de Paris. Se dan en el teatro del Príncipe comedias de Lope de Vega, románticas, por la misma razon que en Francia se dan, en la Comedia francesa, trajedias de Racine i Corneille, clásicas, esto es para que los españoles anden siempre i sin saberlo con los frenos cambiados. El teatro del Príncipe, ademas, sirve de Puerta de San Martin a los compositores modernos; de vaudeville, a Breton de los Herreros, para sus comedias de costumbres; de Palais Royal, a los autores de sainetes, verdadero pandemonio, donde se ve todo lo que en materias teatrales ha de verse en España. La reina favoreció con su presencia las reales representaciones. Dióse por primera vez El Desden con el Desden de Moreto, sin pasar la esponja por los crasísimos donaires del truan que mantiene el enredo de la pieza, i dichas a las mil maravillas por Guzman, el gracioso mas al paladar de Madrid.

Necesito establecer algunos antecedentes, para esplicar las sensaciones que el teatro español me ha producido. Desde luego, yo no acepto la distincion mui recibida de literaturas i civilizaciones distintas en los pueblos civilizados de hoi, ni aun para la España, que es la nacion que ménos puede pretender a nada suyo propio en materia de trabajos de la intelijencia; porque el atraso no es una civilizacion, ni produce una literatura. El espíritu humano ha llegado a cierta altura en nuestro siglo, i es preciso que para ser aceptado un producto literario, esté a esa altura. Ahora, basta seguir el rumbo que ha tomado la novela, el folletin, verdaras epopeyas de nuestro siglo, para comprender cual ha de ser el teatro. Accion complicada, multiplicidad de personajes, espresion de sentimientos en imitacion de la vida, de la realidad, tanto mas perfecta, cuanto mas a lo vivo pintan la manera habitual que conocemos a esos sentimientos. De aquí viene la revolucion que esperimenta el teatro en Francia, en Paris, donde este espectáculo ha tocado a su apojeo. Cada   —173→   teatro tiene su especialidad, cada pieza su actor que la desempeñe; i al reves de ahora cincuenta años, en que la comedia escrita era la obra maestra, lo que iba a esponerse i representarse, ahora es el actor, ya sea Lemaitre, o Rose Cheri, o la Rachel a quien le venian bien las trajedias antiguas. Dado el actor i sus habilidades conocidas, vienen las palabras, el libreto para su jénero de música, el tono para su voz, i despues el traje que realiza al personaje i la época que finje, las decoraciones que traen al teatro el lugar de la escena. Esta comedia o este drama, no puede ser en verso; porque el verso nunca puede espresar las pasiones con su verdadero lenguaje, sin estudio, sin aliños visibles, como son los asonantes i consonantes; i contra las reglas conocidas, la comedia o el drama moderno, es una accion, un suceso en prosa. Víctor Hugo, obedeciendo a esta nueva inversion de las reglas, el primer poeta de la época, ha escrito sus mejores dramas en prosa, como Dumas, como todos, porque no pueden evitarlo, aunque de vez en cuando aparezcan composiciones en verso. Esto supuesto, el teatro español viene arrastrándose todavía, veinte o treinta años atras del arte actual. ¿Qué decir de una poesía de ocho sílabas, que mas lijero que una péndula, está martillando al oido, su eterno alumbra, encumbra, deslumba, errumbra, i todos los consonantes que puede dar un idioma? ¿Qué puede hacer un actor que tiene que repetir estas majaderías, una por segundo? Es preciso tener mui viciado el juicio para asustarse de ver a un marido que quiere asesinar a su mujer, apostrofándola en verso. ¡Mentira! no la ha de matar; i de seguro que el puñal que tiene en la mano ha de ser de carton, o de hoja de lata. El que mata no habla así; las frases son largas o cortas, entrecortadas, principiadas i no acabadas, i todo completado por la accion, por gritos, por el asirla de un brazo i echarla por tierra, o hacerla arrastrarse sobre sus rodillas. Pero versos octosílabos, una o dos horas en este necio campanilleo, formado de frases de relleno, vacias de sentido casi siempre, hinchadas o estemporáneas las mas veces, i nunca naturales, porque se han traido por los cabellos para hacer con ellas ocho sílabas para el autor i no para el actor, que no sabe como alargar o acortar sus dichos, segun que la pasion lo pedia. Los españoles creen que les es peculiar el octosílabo, porque los cieguitos componen en ese metro, que es el abece de la composicion métrica. I cierto, que cuando leo octavas, aunque sean escritas por Zorrilla, me parece que   —174→   estoi oyendo a los cieguitos de Madrid, tan sin objeto son estos millares de versos i de versificadores que produce la España, entre los cuales jamas se vió ni un Byron, ni Goëte, ni Lamartine, ni Beranger, ni nombre alguno que salga de la península, si no es el de Espronceda que nadie conoce i que mereciera ser conocido. Luego, basta conocer un poco a Madrid, para medir el alcance del drama español. Madrid, aunque real i mui noble, es siempre la villa de Madrid. Ejemplos: en el teatro del Príncipe hai un chirivitil donde recibe Romea, el primero i el único actor dramático de la España. Allí, en aquella tertulia, ve el estranjero en ocho dias, conoce i tutea si quiere, a todas las ilustraciones literarias de la España; poco queda fuera de este círculo. Mas allá i en la misma calle, está el Casino, en donde se reunen todas las reputaciones políticas de Madrid, diputados, banqueros i literatos políticos que han principiado por ser versificadores, esto es cieguitos con los ojos claros, i han concluido por ser jefes políticos, diputados o secretarios de la reina. Hai un café, ántes el del Príncipe, hoi el de los Suizos, a donde el estranjero puede ver si aun le queda algun hombre notable de Madrid. Cuando estaba en boga escribir Misterios de Lóndres, de Rusia o de Paris, uno que emprendió los de Madrid, tan buena maña se dió, que la policía hubo de entender en ello, porque a cada entrega salia a bailar, con sus pelos i señales, una familia, un individuo, la duquesa tal, que nadie podia equivocarla. Esta estrechez del círculo en que el autor vive, aquella simplicidad de los elementos que componen la sociedad, estorba la aparicion de la novela en España, lo mismo que en América, porque la imajinacion no tiene para coordinar, exagerar i embellecer, esa multitud de acontecimientos de las grandes i populosas ciudades, donde la especie humana aglomerada, oprimida, despedazada, deja oir a cada momento gritos tan terribles de desesperacion, de dolor; ni ver escenas tan estrañas, ni manifestarse pasiones tan destructoras, ni afecciones, ni odios tan fuertes. Se necesita ademas para el drama moderno, tal como ha de presentarse a hombres llegados a la virilidad de espíritu de nuestra época, que el alma del público esté nutrida de ideas, de recuerdos históricos i tradicionales en que prenda la alusion; que tenga el corazon aguzado para sentir impresiones suaves, ténues, a fin de poder desenvolver ante él una multitud de pequeños sentimientos, que son como los trinos, arpejios, i florituras de la música, que no forman el fondo de la composicion,   —175→   pero que a tal punto se incrustan i adaptan a las grandes superficies, que estas quedarian como despojadas, si se les quitasen aquellos adornos. Digo la verdad, un vaudeville me causa mayores sensaciones que todo el repertorio español antiguo i moderno; i ya quisiera darles en diez a los cieguitos, que hagan un drama en prosa, para ver si tienen algo que decir. I esto no por falta de talento, que es comun en España como lo es en todas partes donde nacen niños con cráneo bien desenvuelto, sino por falta de espectáculo real en la sociedad en que viven, rudimental aun, simple en sus virtudes, como en sus crímenes i en sus vicios. Esta simplicidad de la vida en la real villa, va hasta ligar al público con su actor i su actriz, i hacerle tomar parte en sus desavenencias domésticas. Romea es un jóven, poeta como debe serlo todo español que pretenda saber hacer versos, i actor irreprochable, porque a maneras distinguidas i trato de sociedad, reune una instruccion rara por lo comun entre nuestra jente de teatro. Los españoles lo creen un digno rival de Lemaitre, o de qui que ce soit. La verdad es que es un hombre mui bien educado, i si le falta jenio, sóbrale talento verdadero i estudio completo. Acaso la bondad de su carácter le perjudica para la propia espresion de las pasiones terribles u odiosas, que hacen la fama de un actor. La Torre, que vi en don Pedro el justiciero, me pareció por momentos serle superior en esto. Por lo demas, no confío mucho en mi juicio, porque todas las piezas en que lo ví, eran en octosílabos, i necesitara ántes verlo enojado como su perro, para saber si puede espresar o no la cólera. Romea, pues, para llegar al cuento, se casó, por amor del arte, con Matilde Diez, la Rose Cheri del teatro español, dama apuesta i cumplida, i en nada inferior en talentos dramáticos a su dramático consorte. La boda fue sancionada por el público aplauso; la luna de miel hubo de escurrirse plácida i dulce como siempre; el menaje rebozó de dicha i contento por algunos años, como el teatro de coronas i bravos; cuando héteme aquí que contra la regla ordinaria, el marido, el primer galan, resulta a no dudarlo, infiel a la fe jurada ante los altares. La Matilde se queja, i Romea se le rie en sus hocicos; protesta, i ni por esas; visto lo cual, i sin omitir intimaciones, amenazas, ruegos, i todo lo usual en casos iguales, mi Matilde toma un amante, con grande aprobacion del público, que desde el principio de la querella matrimonial, habia tomado parte activa en favor de la Matilde, no dejando a Romea, sino una corta cábala de   —176→   amigos que lo aplaudiesen; i tan parcial se mostró en todo este desaguisado el público, que el marido infiel de abandonar las tablas. Un incidente raro dió a estos enredos nuevo interes todavía. Una noche de representacion introdújose al Príncipe un cierto perro, sin amo, i de esos que corren las calles de las ciudades. La representacion comienza, i nuestro aficionado va a colocarse cerca de la orquesta en lugar aparente; aplaude el público a Matilde Diez i el mastin o sabuezo menea la cola, lleno de complacencia. Todas las noches vésele aparecer, colocarse en el mismo punto, i seguir a su actriz favorita en todos sus movimientos. Un dia de beneficio el contento público llega a su colmo, hai tormenta de aplausos, i el perro no se contenta ya con menear la cola desde un punto, sino que sube a las tablas, cumplimenta a su modo a la célebre actriz i la acompaña hasta su casa con la turba de entusiastas. Desde entónces es admitido miembro de la familia, i vive en la mejor intelijencia con Romea, hasta el dia en que el matrimonio se turba, que entónces corta toda relacion con el marido culpable, separándose con la otra mitad del menaje; i si despues los niños van a visitar a su padre, el perro los acompaña hasta la puerta, i los aguarda en la calle para volverlos a llevar a casa de su amiga. Ahora que Romea i Matilde viven mal entre ambos, a lo que se dice, no sé si el entusiasta perro hace la vista gorda, como debe hacerlo todo buen criado; puesto que entre sus atribuciones no entra la de enseñar moral a sus amos, que colocados en las altas rejiones del arte, obedecen a otras leyes que las que rijen a los pobres mortales.

Hai, ademas, en Madrid varios otros teatros subalternos, que a decir verdad, no merecen ser mencionados. En ellos sin embargo ví en aquellos dias de escitacion, una manifestacion del espíritu nacional, que por ser constante, i mui en conformidad con los antecedentes históricos, llamó mui particularmente mi atencion. La mas leve alusion a los estranjeros en las piezas de teatro suscitaba tormentas de aplausos, bien entendido que la alusion debia serles desfavorable. Este pueblo está enfermo de orgullo quebrantado, i se desahoga maldiciendo a los estraños. Afortunadamente para el español no hai mas habitantes del mundo que el frances i el inglés. Cree en la existencia del ruso; el aleman es ya algo problemático; pero eso de suecos o dinamarqueses, son mitos, fábulas, invenciones de los escritores que de ellos hablan. El frances basta por sí solo para llenar todas las cavidades hondas   —177→   del corazon español. ¡Qué odio! pero ¡qué digo!, ¡qué desprecio tan soberano! Un frances debe ser una especie de saltimbanqui, peluquero de profesion, bailarin por carácter, o cuando ménos, pastelero. Hombre con seso no hubo jamas en Francia, si bien tienen la manía de escribir librotes, sin son ni ton, dotados como están de aquella superficialidad característica al frances. Su industria es perfumería i papel pintado; i sus glorias, las que ellos mismos se dan, porque, eso sí, para ponderar i alabarse i exagerar i mentir, ¡ahí está el frances! I sin embargo, frances es en Madrid el pastelero donde se pueden tomar confituras aseadas; frances, el fondista o dueño de café, donde la jente elegante come o se reune; frances el cochero i el mueblista; frances el que vende efectos nuevos, que son nouveautés francesas; frances el que construye guantes; frances el partido moderado porque así lo inventó Luis Felipe; el progresista, porque en Francia no está de moda el nombre estropeado de liberal; el sistema tributario de Mon es traduccion del plan de rentas de Human; Martinez de la Rosa trae de Paris su reputacion de sabio, como Narvaez la de jefe político, sin contar a Rianzares, duque i par de Francia, para tener a Cristina en los intereses de la corte de Versailles; i en cuanto a literatura, Gonzalo Moron ha hecho un ensayo titulado Historia de la civilizacion de España, que huele de léjos a la Historia de la civilizacion de Guizot, pero que de cerca sabe a tocino i chorizo, esto es al mal gusto nacional de violentar la historia para darse aires de ser algo, porque en la edad media fueron mucho. Juzgad por esto si tengo razon de creer que allí el pensamiento está muerto. En los dias de mi residencia en Madrid so publicaba la historia de Cárlos V, traducida del inglés de Robertson, que escribió a mediados del siglo pasado; la de los Reyes Católicos por Prescott, norteamericano; las de las conquistas de Méjico i Perú por el mismo autor; la historia de la literatura española por Sismondi, italiano; por Viardot, frances, que ha hecho la estadística de la España; por no sé qué otro autor aleman; por todo el que intente decir lo que es o fue la literatura española, escepto por un español, sino es Martinez de la Rosa, que ha producido un adefesio de poética de Boileau en el momento en que el drama se transformaba, las unidades pasaban a mito, i la novela tomaba la delantera a todos los otros jéneros de composicion poética. El lenguaje mismo se resiente de esta influencia, aunque no sea sino por las resistencias que opone a ella. Leeréis libros que no sabríais a   —178→   qué siglo de la literatura española atribuirlos, tanta frase anticuada, tanto vocablo vetusto i apolillado encontrareis en ellos, que el arcaismo no podria caracterizar suficientemente; i estas buenas jentes que de puristas se precian, por huir del galicismo, acabarán por hacer un idioma de convencion que solo ellos se lo entiendan, cosa que, a decir verdad, no ha de traer grave daño al mundo intelectual.

I como no ha de andar la palabra escrita sin que en signos esteriores se manifieste el uso i consumo que de ella se hace, os contaré algunos detalles domésticos que ilustrarán abundantemente la materia. Es conocido de todos en América el nombre de nuestro amigo don Manuel Rivadeneira, creador de la prensa en Chile i el primero, por no decir el único, impresor de España. Cuando las fiestas reales, hubo de publicarse varios folletos que por ser para el uso de la corte i haber de verlos los príncipes franceses, requerian una edicion de lujo i presentable. Rivadeneira, como el único capaz de hacerlo, fue encargado de la edicion. La imprenta del Español quiso dar un croquis de la colocacion de los personajes en Nuestra Señora de Atocha en el acto solemne de los desposorios, i Rivadeneira fué encargado de realizarlo con signos tipográficos para mandar la forma en seguida a que fuese tirada en la imprenta del Español. Ultimamente, recorriendo los datos estadísticos publicados en Santiago por la imprenta del estado, Rivadeneira, sin reconocer perfeccion del trabajo, me dijo, «en Madrid no hai impresor capaz de hacer esto». Hai un Buis i un Madoz que tienen grandes establecimientos, con máquinas venidas de estranjis, pero que no andan por faltarle a la una un tornillo que nadie sabe reparar; no haber quien entienda la otra; i todas por no formar parte de un conjunto ordenado de aparatos. La imprenta de Rivadeneira ha publicado i estereotipado una magnífica coleccion de todos los antiguos autores españoles, i arruinádose medianamente por falta de compradores de obra tan importante. La ciudad de Córdova no daba colocacion a dieziseis ejemplares. Mas negocio hacia la imprenta del Heraldo, publicando traducciones francesas e inglesas, Misterios de Paris Judío Errante, Matilde, i todo el catálogo obligado de novelas en boga. Ultimamente, se proyectaba i ponia en planta una asociacion de librería, fundicion, imprenta i estereotipía, con 40000000 de reales por acciones i confiada a la direccion de Rivadeneira, que tenia por objeto esplotar en España i América este ramo de industria, i es probable que el   —179→   éxito corresponda a la espectacion de los especuladores. Rivadeneira salia a colectar en Alemania, Francia e Inglaterra las máquinas i aparatos necesarios para la provechosa ejecucion de plan tan vasto.

He aquí, pues, la España intelectual, industrial i política, tal como he podido comprenderla a vista de pájaro; que por mas que digan, si no pueden de este modo verse los detalles, vénse los grandes monumentos, que es la armazon de un estado. Doscientos treinta i seis ministros han dirijido sucesivamente en una docena de años los negocios públicos, sin que entre ellos haya dos, cuyos nombres hayan sobrevivido a los dias de su efímera exaltacion.

En los alrededores de Madrid, como en los de Paris, hai algunos sitios reales, el Pardo, Aranjuez, el Escorial, Versalles español con su tipo nacional. Una llanura despoblada, un puente sobre el Manzanares donde se ven dos de las rarísimas estatuas que hai en monumentos públicos en España, casas destruidas durante la guerra, i que hoi sirven de parapeto a rateros que no merecen el nombre de bandidos, lomadas sin fin como oleadas de piedra, descarnadas, amarillentas, hé aquí el camino en que una dilijencia sucia i estrecha conduce cada dos dias a los viajeros que quieren visitar el Escorial. Esta escena de desolacion, aquella pampa salvaje intermediaria entre una capital i un monumento, preparan el espíritu, deprimiéndolo i entristeciéndolo, para acercarse al panteon de Felipe II. Despues un valle sin agua i sin árboles, una montaña elevada que cubre el horizonte, i a su base la cúpula i torreones del edificio sacerdotal, levantándose como pigmeos humanos en presencia de las obras de la naturaleza. Al llegar a aquel páramo os enseñan un peñasco desnudo en donde Felipe II hizo ahorcar a los trabajadores que no querian conformarse con el escaso estipendio que les habia asignado, medio seguro de resolver la cuestion del salario. Una fondita tenida por mujeres, un sacristan ciego, que enseña a tientas i con precision los cuadros, son las tristes novedades que allí se ofrecen. Habreis oido decir que el Escorial está construido en forma de parrilla en honor de San Lorenzo i de la batalla de San Quintin; todo esto puede ser, pero ningun mal hace a la arquitectura este sombrío i bárbaro plan. Es la montaña vecina quien aplasta i anonada el monumento, dándole una alma oprimida, helada, torba. Por la mañana no está el sol allí para creerse uno libre; el frio, que bajo aquellas bóvedas sepulcrales penetra   —180→   hasta los huesos, tiene no sé qué de calabozo, de subterráneo que os hace procurar involuntariamente las puertas, mirar las ventanas, buscando como las plantas la luz del cielo.

Un recuerdo me venia sin cesar al espíritu al contemplar este estraño i espantable edificio. Veníame al espíritu que todas las civilizaciones han levantado al morir un grande monumento, como la tumba en que debian quedar sepultadas. El panteon de Aténas, el coliseo de Roma, enterraron la democracia allá, el patriciado aquí. El poder temporal del papado se sepultó en San Pedro de la Roma moderna. Las anatas, las induljencias i las bulas de la Santa Cruzada, con cuyos productos se construyó, dieron al mundo el protestantismo; el protestantismo, hijo de la libertad de exámen, enjendró la educacion pública i la discusion; i de estos padres nacieron mas tarde la libertad política i la democracia moderna, la química i la mecánica, el vapor i las ciencias. Versailles habia sepultado el poder absoluto de los reyes, empobrecido a la Francia, i convocados los estados jenerales para remediar la espantosa deuda, enjendrado la revolucion de 1789 que ha rejenerado el mundo. Pero Versailles como San Pedro, eran la glorificacion de las artes i las ciencias antiguas, i cada piedra asentada hacia surjir una nueva idea, suscitando un hombre, un recuerdo. En San Pedro, Miguel Anjel i el antiguo Panteon, la Roma de los césares i la de los papas; en Francia el gran rei, i todos los grandes hombres que brillaron en el siglo de Luis XIV. Así estos dos monumentos han quedado vivos, aunque hayan muerto los instrumentos que sirvieron a su construccion. Versailles necesita dos caminos de hierro para proveer al movimiento de atraccion que causa. La Europa entera remolinea en derredor de aquellas artísticas i esplendorosas ruinas, al paso que el Escorial no tiene veinte visitantes en la semana. Si es un cadáver, es un cadáver fresco aun, que hiede e inspira disgusto. No hace veinte años que el alma abandonó a aquel cuerpo. El Escorial no fué la pirámide elevada al último representante de una forma de civilizacion, era el trono para los que iban a heredar el poder de Felipe II i de la Inquisicion. El Escorial fué construido con el sudor de la España i el botin de la guerra, convento de monjes. Hé aquí lo que Felipe II quiso honrar, perpetuar, un coro de doscientos frailes que cantasen el miserere a la libertad de pensar que habia él asesinado. Las bóvedas del convento de San Lorenzo se abajan en formas planas sobre el coro, para repercutir aquellas roncas   —181→   plegarias de los dominadores de la España. Todo iba a morir, poder de la España en Europa, escuadras, colonias, letras, bellas artes, ciencia, porque todo habia sido desangrado, chupado, cortado, talado, arrasado, para levantar el convento normal, monumental, rejio, inquisitorial. Felipe II murió i la España entera se hizo fraile; en cada familia noble o plebeya hubo uno, i al nacer un niño, los padres lo destinaban ya para monja, si era mujer; para sacerdote, si era hombre. Hubo momento en que la España contuvo doscientos sesenta mil monjes, la flor como la hez de la nacion, porque todos los caminos abiertos a la actividad humana venian a parar a la puerta de un convento. Allí se daba la sopa a los pobres que dejaba en todas partes la absorcion de aquel monstruoso vampiro con medio millon de cabezas, de aquel pólipo que crecia en el seno de la España; i cuando ésta, moribunda, quiso hacer el último esfuerzo para vivir, encontró que los tres cuartos del territorio de la península eran temporalidades, i tres millones de españoles dependian para vivir de la chirle sopa distribuida en la puerta de los conventos. ¡Oh, Escorial! aquí, bajo tus bóvedas sombrías está toda la historia de esta pobre enferma, cuyo hondo mal médico alguno ha estudiado todavía.

El ex-clérigo o fraile que os enseña las raras curiosidades de aquel vasto sepulcro, las urnas de los reyes, la silla de baqueta en que se sentaba Felipe II, i el banquillo manchado en que ponia su pierna enferma, mil tradiciones de sucesos sin consecuencias, parecíame uno de aquellos sacerdotes del Ejipto que a Thales o a Herodoto esplicaban los jeroglíficos16 de las pirámides, revelándoles la historia secreta del pasado de que ellos solos eran intérpretes, porque era la obra de ellos solos. El espíritu del antiguo convento anda por aquí todavía rondando, pronto a reconquistar su prosa al menor vaiven político, i es ya fama que el gobierno quiera hacer del Escorial un Hotel de Inválidos de la Iglesia, reuniendo allí un nuevo coro que cante letanías, porque todos sienten que el Escorial ha sido construido para hacer retemblar bóvedas i claustros con los cánticos solemnes del culto católico. Entónces la montaña triste i descarnada que sombrea i humilla el monumento: entónces el frio glacial de aquellas paredes húmedas; entónces la desolacion de aquel valle estéril i pedregoso; entónces la pobreza cerril de aquellos pocos habitantes que pastorean sus ovejas en el atrio del convento, toman su verdadero significado, la muerte de la   —182→   España, su despoblacion, su ignorancia i su ociosidad. Entónces el miserere de doscientas voces puede helar la sangre i hacer hincarse de rodillas al español de nuevo, i pedir a gritos misericordia por los males i la degradacion que lo agobian.

El Escorial encierra preciosos monumentos de ciencia i arte. Están cautivos allí los manuscritos árabes; i todavía despues de tres siglos de incomunicacion, aquellos ilustres presos no han sido interrogados; nadie sabe sus nombres, ni entienden las escusas que pueden hacer en favor de la civilizacion morisca. La antigua lejislacion contra herejes e infieles está vijente para ellos, la prision perpetua, la incomunicacion i la denegacion de audiencia. Pero, en fin, no han sido quemados vivos los manuscritos árabes, i aun esperan que se les haga justicia. Varios cuadros de la escuela italiana han pedido i obtenido que se les pase al museo de Madrid, por ver jente, por gozar un poco del sol. Los franceses se llevaron otros.

El Museo de pintura de Madrid es uno de los mas ricos i desiertos de la Europa. La escuela española tiene allí sus mejores representantes, ¿Cómo ha sucedido que la pintura haya muerto en España; pero muerto a punto de desaparecer completamente, como si jamas hubiese existido? La escuela española en pintura, es como la escuela romántica en letras. Lope de Vega i Rivera, Calderon i Velazquez son los pintores de la España que se petrificó en el Escorial; de ahí en adelante no dió una sola gota de jugo el arte para nada, para nadie. Los cuadros españoles muestran el mismo fenómeno que las comedias i los autos sacramentales; un arte que nace de sí mismo, que crece, se agranda, sin padre i sin hijos. Los orijinales de las vírjenes de Murillo se encuentran a cada paso en las manolas sevillanas; San Jerónimo en los mendigos desnudos; i en el cuadro de los borrachos de Velazquez, vése que ni la fisonomía, ni el vestido de este tipo ha cambiado un ápice en tres siglos. El arte italiano se educó primero en las estatuas de Roma i Grecia; como Boileau en Quintiliano, Horacio i Aristóteles. En España nunca so estudió nada de lo pasado, i las bellezas de sus dos artes fueron produccion orijinal del suelo. Así Lope de Vega, Calderon, Murillo, Cervantes, pueden solo compararse a Pitágoras, Sófocles, Arquímedes, Euclides, cada uno creador de un ramo del arte o de la ciencia. La diferencia solo está en que los españoles no pudieron legar nada a su nacion, que cambiaba   —183→   de faz en aquel momento. La novela creada por Cervantes fué a reproducirse en Francia; el pincel de Rivera en los Paises Bajos.

La orijinalidad del arte español es aun mas sensible en el asunto de la composicion; siempre mendigos, frailes i carnicerías, sino es Murillo, que inspirado por el cielo de la Andalucía, cultivó los sentimientos tiernos de la familia. Lo terrible forma siempre el sublime de la pintura española; santos desollados, estudiado el asunto sobre el natural, porque solo viendo palpitar la carne puede la pintura llevarse a un grado tan espantoso de verdad; monjes en contemplacion, apénas discernibles sus adustas formas bajo la capucha i bajo las sombras del claustro; mendigos que os hacen rascaros involuntariamente por la comezon que causa la contemplacion de aquellos sucios harapos que la imajinacion puebla de sus naturales habitantes, i los ojos creen verlos hirviendo i hormigueando.

Pero todo aquel arte es un mito ya, una fábula. La España moderna no tiene ni pintura sagrada ni profana. Solo un ensayo que se muestra en el Museo de Madrid ha querido representar una virtud heróica, i solo ha logrado pintar a la España. El asunto de la composicion es el hambre, la pobreza i el orgullo. Un moribundo rodeado de muertos rechaza con indignacion el pan que le ofrece el frances, miéntras devora un troncho de col. Un mote escrito abajo esplica los sentimientos que animaban al pueblo durante la guerra de Napoleon: «¡la muerte, sin Fernando!» Lo único que hai digno i noble es la figura simpática de los oficiales franceses que distribuyen víveres; todo lo demas es vil de formas, innoble de sentimiento, asqueroso de aspecto i de decoracion. ¿Cómo no han sentido los españoles el oprobio que este cuadro hace a su pais?

Está allí la Perla de Rafael i la Vírjen del pescado, italianas, i mas que italianas, griegas, ideales de formas, como el arte romano educado por la tradicion antigua conservada en las estatuas.

No hai estatuas en España ni antiguas ni modernas. La estatua para existir necesita una atmósfera de gloria, que para elevar el alma suple a la libertad. En los gobiernos absolutos la gloria la representa el soberano; él da las batallas, él concibe los planes, él solo se ilustra aunque sus jenerales lo hagan todo, aunque sus ministros sean los únicos artífices de la historia; en los gobiernos sacerdotales el hombre desaparece   —184→   en presencia del santo, o del sumo sacerdote; i la España era sacerdotal i despótica a la vez para levantar una sola estatua a las glorias mundanas. Hai mas todavía, la España hizo su santo de barro, de palo, embadurnado de pintura i revestido de trapos; i ni aun la estatua del santo existe sitio son algunas admirables cabezas de yeso con ojos de vidrio. La procesion de los santos es solo posible en los paises españoles por esta peculiaridad de su estatuaria. En Roma hai procesiones porque no puede trasportarse un santo de piedra.

Dos meses he parado en Madrid i no he conocido sino mui pocas familias. Los americanos i franceses que han penetrado en la sociedad, cualquiera que su rango sea, alaban la cordialidad i la franqueza de las costumbres, i cierto aire de la hospitalidad americana que hace del estranjero a la tercera visita el miembro de la familia. En los círculos de literatos que he frecuentado, he encontrado el mismo espíritu, la misma llaneza, que haria amar al español por aquellos mismos que, como yo, detestan todos sus antecedentes históricos i simbolizan en la España la tradicion del envejecido mal de América.

Parto de Madrid para la Andalucía i os iré contando lo que merezca ser referido.




ArribaAbajoLa Mancha

La dilijencia pasa por Aranjuez a donde no he querido detenerme. A poco andar reaparece el desierto, el secadal, la Mancha, la venta de don Quijote, i los molinos de viento que sujirieron a Cervantes aquel estraño combate de su héroe. La venta de Puerto Lápice está intacta aun; muleteros la aturden con sus reniegos; las mulas la infestan con sus orines; los ciegos la alegran con sus serenatas; el humo de las lámparas da su rebote por el olfato, al gusto nauseabundo de huevos i viandas preparados en aceite verde i rancio, que los españoles prefieren al claro aceite obtenido por las prensas hidráulicas. Aquí, como en todo lo que de la España he visto, nada se ha cambiado despues de tres siglos; Cervantes o Lesage escribirian hoi lo mismo, salvo lo de la Inquisicion i de la Santa Hermandad.

Empiezan a aparecer los olivares, raros, enfermizos, enanos,   —185→   pero productivos. El olivo es el asno de la agricultura, se mantiene de los desechos de la tierra, vive de peñascos, de declives, i de pedregales, como el otro de troncos, de espinas, i de malezas.

En Manzanares, el postillon de la dilijencia que debia reemplazar al nuestro, estaba tendido i envuelto en vendas i ligaduras. Acababa con la otra dilijencia de ser derrengado a palos por una banda de ladrones, i desbalijados los pasajeros, dejándoles en cambio algunas contusiones. El antiguo bandido ¡existe pues! yo lo habia echado a cuento. Venian conmigo en la dilijencia un capitan de una corbeta de vapor, un coronel retirado, dos comandantes de milicias i dos o tres estudiantes sevillanos. En la noche no parecia la dilijencia opuesta, i largas horas pasamos en una posada, inquietos, escuchando el menor ruido, temerosos de un nuevo ataque. El capitan de corbeta fué el primero en sacar su dinerillo i acomodárselo en la corbata en torno del cuello. Los demas siguieron su ejemplo, i me invitaron amigablemente a hacer otro tanto. ¡Pero qué! decia yo, ¡somos doce! -¡Ah! ¡cómo se conoce que es Ud. estranjero! Matariamos tres, dejariamos seis de entre nosotros, i el resto, estropeado a palos, tendria que entregar su dinero. Reserve una pequeña cantidad en el bolsillo para contentarlos, i no se haga ilusiones, la resistencia es inútil. Era invierno, i rodeados de un brasero, cada uno contaba los sucesos ocurridos en los alrededores, como sucede siempre cuando tenemos miedo, para subir de punto el espanto. Al fin estábamos todos aterrados. Uno de los estudiantes, con otros muchos, habia dado una batalla hacia seis meses a los ladrones, yendo de Sevilla a Granada; se habian cruzado cuarenta balazos con las carabinas, muerto un ladron i herido un colejial. Desde ese momento abandoné la idea de ver la Alhambra, yendo a mula por el camino de Sevilla. Otro contó cómo habia pocos meses ántes descubiértose la guarida de una banda que tomaba a los ricos de los alrededores, los mantenia presos en un sótano, hasta que por cartas enviadas a sus deudos por medios misteriosos, los hacian rescatar pagando una contribucion impuesta. En fin, otro llegó de afuera asustado, aterrado. ¿Saben Uds. lo que ha sucedido en Moral ahora poco? ¡Cosa horrible! Hai una familia compuesta de la madre i dos hijas; la una casada vive en un paraje no distante, i un hermano que salió niño para América volvia con una buena fortuna en doblones. Llega a casa de la hermana casada, se hace reconocer, i le cuenta la buena   —186→   nueva, anunciándola que va a casa de su madre de quien no se hará reconocer por darle un chasco. Al dia siguiente la hermana va a la casa paterna, i signo ninguno esterior le indica la presencia de su hermano. ¿I el viajero? pregunta. -¿Qué viajero? le contestan madre e hija despavoridas. -El viajero que vino a alojarse. -No ha venido nadie, contesta la madre pálida. -Se fué esta mañana, contesta al mismo tiempo la hija. -Pero, madre, era Antonio que venia de América rico. ¡-Antonio! ¡mi hijo! ¡mi hermano! esclaman mezándose los cabellos, ¡i el corazon no me habia dicho nada!... Madre i hermana lo habian asesinado en la noche, por apoderase del saco de onzas!!!...

La compañía que estaba en torno del brasero se quedó pasmada, i yo veia parárseles a todos de horror los cabellos, escepto a mí, que dije, con tono autoritativo, es falso, señores, eso es un cuento. Todos se volvieron hácia mí, mirándome de hito en hito por la estrañeza de la afirmacion, pues sabian que yo no conocia los lugares ni las personas. Este cuento lo he oido en América hace doce años; la escena tenia lugar, en la campaña de Córdova, el mozo volvia de Buenos Aires, i lo mataron como aquí madre i hermana con el ojo del hacha, de donde deduzco que ni entónces ni ahora ha ocurrido tal cosa. Son ciertos cuentos antiguos que corren entre los pueblos. Ya he sorprendido unas cincuenta anécdotas ocurridas en España, en Chile, en Francia, en Buenos Aires, i contando algunas de ellas, logré distraer los ánimos, porque la verdad sea dicha, ya nos moriamos de miedo. El ruido de la dilijencia de Sevilla nos volvió la alegría i a la una de la noche nos pusimos de nuevo en movimiento.

Una montaña separa la Mancha de la Andalucía. Este era el límite entre el gobierno del ejército romano i el del Senado. Aquí principian las antiguas repúblicas de la Bética; los pastores feroces del lado de las Castillas, los labradores alegres de esta parte; Roma i los bárbaros; las colonias latinas, i la Lusitania i la Iberia. Aquí se encuentran las colonias suizas de Cárlos III, la Carolina. En tiempo de aquel rei sucedió en España una cosa estupenda; en poco estuvo que la España se hiciese europea; todos los monumentos de utilidad pública en España llevan el nombre de Cárlos III, ántes ni despues de él se han construido otros. Olavide pensó en colonizar la España, poblarla i hacerla cambiar de vida, i al efecto se introdujeron colonias agrícolas que murieron luego. Olavide tuvo que vérselas con la inquisicion moribunda pero   —187→   terrible aun. Otro ministro hizo el detalle de los males financieros de las Españas, presentando el ominoso cuadro en un libro titulado: Puertas abiertas i Puertas cerradas que hace presentir el comercio libre de nuestra época. Despues de estos sublimes esfuerzos de intelijencia, la España volvió a quedarse dormida hasta 1808.




ArribaAbajoCórdova

La mas desamparada de las ciudades que han sido i no son nada. La patria de Séneca, el último asilo de los pompeyanos, la corte de los muslimes, llora todos los dias ¡tanta gloria i abatimiento tanto! Su puente romano, sus murallas moriscas, su mezquita árabe, sus columnas miliarias, el nombre del cónsul Marcelo escrito en sus calles, todos aquellos recuerdos históricos se unen a la belleza del paisaje, al desecado Guadalquivir, para protestar contra la decadencia actual. ¡Qué triste es una ciudad muerta, que fué reina i la vemos mendiga i cubierta de harapos i de lepra!

No creais nada de cuanto dicen Chateaubriand i otros de las bellezas de la mezquita de Córdova. Habia en la Bética desparramadas por todas partes columnas de los palacios i templos romanos; los árabes reunieron unas dos mil de todas dimensiones; acortaron las que estaban largas, i sobre una columna dórica pusieron un capitel corintio. De ellas hicieron los sustentáculos de un galpon grande como la plaza de la Independencia; la capilla del Zancarron tan solo es una joya de la arquitectura árabe que no tiene pareja en parte alguna del mundo donde su raza ha existido; las gracias de la arquitectura griega, la seriedad de la romana, la blonda de la gótica, todo ha sido reunido aquí i sobrepasado.

Me fastidia describir monumentos que podeis ver mejor en una litografía. Aquí no hai nada; nada hai en Sevilla donde continúo esta carta, escepto el archivo de Simancas i el de Sevilla reunidos, que contienen los documentos de la colonizacion de la América; pero es preciso pedir a la reina en Madrid, por un memorial, permiso para visitar sus estantes i nada he podido verificar de ciertos hechos que me interesan. Aquí está el Alcázar como sabeis, la Giralda, i la famosa Catedral gótica. Algunos cuadros de Alonso Cano i de Murillo, las ruinas de Itálica, que no conservan resto alguno noble de   —188→   la arquitectura romana; esto que veis, ¡oh Fabio! son olivares, paredones sin forma, ¡nada mas!

En fin, un vapor inglés me recibe a su bordo en Sevilla i por el Guadalquivir me lleva a Cádiz.

De Cádiz un vapor frances me conduce a Jibraltar; de Jibraltar a Valencia, en donde me hospedo en el hotel del Cid, de que habló Minvielle en su Ernesto, i en donde por la primera vez he comido bien i sin asco, en fondas, ventas i posadas en España. ¿Qué os importa a vos, miembro de la Universidad, lo que en materia de cultivo de la seda ví en la famosa Huerta de Valencia, pais bien cultivado como ninguno en España, e irrigado como lo enseñaron los moros? No os contaré nada de eso, por ser indigno de vuestras borlas doctorales. En Valencia el pueblo viste de listados de lana, hechizos como los del Maule; lleva sombrero de lana ordinario, como los mendocinos; i manta al hombro de otro tejido que se fabrica en la Córdova arjentina, i llevada exactamente como llevan el poncho los cuyanos. Os creeríais en Cuyo al ver a los paisanos de Minvielle, que nos queria hacer pasar a los españoles por jente, como don Bartolo a Fígaro a los ojos de Rosina. No le creais una palabra, son como... como nosotros, atrasados, sin ciencia i sin artes.

En Valencia concluye el pais moruno que principia en Cádiz, i por Málaga i Granada penetra hasta Sevilla, sobre el suelo romano de Pompeyo, Sertorio, Séneca i Trajano. Por todas partes vénse los restos de aquella célebre raza; en Córdova el primer empedrado de las calles hecho en Europa; en la Mezquita colgaduras de terciopelo de la seda que se cultivaba en los alrededores, i que millares de fábricas tejian. Ni una morera, ni un telar hai ahora, los bárbaros cristianos lo destruyeron todo. En Córdova i Sevilla aquella arquitectura de mimbres bordada de arabescos, lo mas risueño que con estuco han podido hacer los hombres; en la Andalucía los olivares; en Valencia, la Huerta irrigada por canales i con una lejislacion democrática, sumaria, a la luz del sol, que recuerda todavía el estrado, el divan, la puerta de calle en que los árabes administraban justicia. I luego, las mujeres andaluzas, graciosas como bayaderas, locas por el placer como las orientales, i aquel pueblo que canta todo el dia, rie, riñe i miente con un aplomo que asombra. ¡Oh! las hipérboles andaluzas dejarian atónitos a los mas hiperbólicos asiáticos. ¡Qué imajinacion, qué riquezas de espíritu! ¡Qué feliz es la alegre Andalucía!

  —189→  

Al salir de España, siento que toda ella se reasume en mi espíritu en estos raros aforismos.




ArribaAbajoTiempos primitivos

Los campos de ambas Castillas i la Mancha fueron despojados de la vejetacion por los aboríjenes, i no ha sido hasta hoi restablecida.

Los pueblos primitivos van siempre armados. La sociedad no respondiendo de la seguridad individual, el bárbaro lleva consigo sus flechas, su espada o su carabina. Los muleteros i labradores llevan armas de fuego en España, con autorizacion de la policía.

En los pueblos primitivos no se toma posesion definitiva de la tierra. Nómades, cambian de lugar con sus ganados; agricultores, dejan un terreno para abrir otro. En España un tercio del terreno pertenece aun a la municipalidad, i vendido bastaria a garantir las deudas españolas.

En España hai paises ignotos aun, valles en las montañas que no han sido esplorados.

Las producciones de la España son los productos de los pueblos primitivos, lanas, cereales i aceite.

La escoba es una invencion moderna. En Córdova i otros no se ha inventado el mango aun, barriendo con escobita de palma, doblando el espinazo para alcanzar el suelo. Los Estados Unidos se hacen notar por la perfeccion de su escoba que esportan a todo el mundo. La escoba, pues, es signo de cultura, como que la limpieza es el distintivo de la civilizacion.




ArribaAbajoTiempos romanos

Los romanos dividian la España en dos rejiones. La Bética era el pais civilizado, agrícola; el resto el pais bárbaro; la misma division subsiste aun en el aspecto del suelo. Donde cultivan árboles era la España Senatorial, donde se contentan con derramar semillas, la España Imperial.

Tenian los romanos una palabra compuesta e imitativa tintinnabulum, cencerro, tin-tin-ambulo, campanilla que va   —190→   sonando a medida que el animal que la lleva, marcha. Las mulas españolas cubiertas de cascabeles, plumas i zarandajas vienen desde los romanos; el correaje no ha podido vencer a Roma.

La lámpara romana, en bronce i alimentada con aceite, existe hoi esclusivamente en España como en tiempo de las colonias latinas, como existe en Roma misma.

El arado romano es el único implemento de agricultura conocido.

El manto romano lo llevan aun pastores i labriegos.

El circo romano con sus combates de fieras subsiste solamente en España. Presídelos el rei o la municipalidad, como en Roma el emperador o el senado romano. Solo las monjas no ocupan ya el lugar de las antiguas vestales.

La municipalidad es en España, como en Roma, la única autoridad arraigada en el suelo, aunque los reyes, como los emperadores, tengan cuidado de cortarla de cuando en cuando al ras de la tierra.

En España, las procesiones de los santos conservan las apoteósis i el aparato de las ovaciones i triunfos romanos. No habiendo sino en España santos de palo, las procesiones son imposibles en otras partes.




ArribaAbajoTiempos árabes

El español de hoi es el árabe de ayer, frugal, desenvuelto, gracioso en la Andalucía, poeta i ocioso por todas partes; goza del sol, se emborracha poco, i pasa su tiempo en las esquinas, figones i plazas. Las mujeres llevan velo sobre la cara, la mantilla, como las mujeres árabes. Se sientan en el suelo en las iglesias, sobre un tapiz o alfombra con las piernas cruzadas a la manera oriental. En todo el mundo cristiano lo hacen en sillas, en Roma incluso. Los hombres llevan la faja colorada de los moriscos; los andaluces la chamarra; los valencianos la manta i las babuchas; los picadores conservan los estribos; i el gobierno los capitanes jenerales, cadíes absolutos de las provincias que se entrometen en hacer justicia a la manera de Aroun-al-Raschild.

Rézanse tres oraciones al dia, en contraposicion a las tres plegarias anunciadas por el Muhezzin.

  —191→  

El tejido de esteras, la espartería, industria primitiva i oriental, brilla en España.




ArribaAbajoTiempos inquisitoriales

Las mujeres usan un traje especial para ir a la iglesia, cosa esclusiva de la España. La industria de labrar velas de cera es única en España, por los arabescos que las cubren.

No se estudian las ciencias naturales.

Ningun español ha hecho estudios jeolójicos sobre el suelo de la España.

No se estudia el griego, porque el clero no tenia aficion a este idioma, que introdujeron los laicos en Francia e Inglaterra.




ArribaAbajoTiempos modernos

Madrid se embellece i se agranda.

Cádiz contiene la mitad de poblacion que ántes.

Palos ha desaparecido.

Cien ciudades interiores, Toledo, Burgos, son montones de ruinas. Córdova tiene un centésimo de la poblacion que sus murallas encerraban en tiempo de los árabes, i un décimo de la que contaba cuando era romana.

Ninguna ciudad nueva se ha levantado; ninguna villa se ha hecho ciudad.

Ninguna industria se ha introducido en tres siglos, salvo la fabricacion de malísimas pajuelas fosfóricas.

No hai marina nacional.

No hai caminos sino dos grandes vías.

Sus carruajes son sui jeneris.

No hai educacion popular. No hai colonias.

La imprenta i el grabado han decaido como las ciudades; hoi se imprime peor en España que dos siglos atras. No hai grabadores.

La España Pintoresca i Monumental son grabadas o litografiadas en Paris para venderlas en España.

La venta, tal como la describe Don Quijote, existe inmaculada de toda mejora.

  —192→  

Los estudiantes se conchavan de criados en las casas de Madrid, como en los tiempos de Jil Blas de Santillana. Puedo decirlo porque un diario español de estos dias ha convenido en el hecho.

El odio a los estranjeros hoi, es el mismo que espulsó a los judíos i a los árabes.

Si yo hubiera viajado en España en el siglo XVI, mis ojos no habrian visto otra cosa que lo que ahora ven; lo conozco en el color de la piedra de los edificios, en la clase de ocupaciones del pueblo, en el vestido eterno i peleado con el agua que lleva, en la falta de todo accidente que indique el menor cambio debido a los progresos de las artes o las ciencias modernas. Opino porque se colonice la España; i ya lo han propuesto compañías belgas. Los españoles emigran a América i a Africa. La despoblacion continúa.




ArribaAbajoBarcelona

Estoi, por fin, fuera de la España; como sabeis, nosotros somos americanos i los barceloneses catalanes; podemos, pues, murmurar a nuestras anchas de los que están allí en Montjuí, con sus cañones apuntados sobre la ciudad. ¿Os acordais del buen godo Rivadeneira, con aquella boca de estremo a estremo, aquellas cejas negras que sombrean ojos centellantes de actividad i de intelijencia, pequeño de cuerpo, brazos largos, i empaquetado, enjuto i nervioso? Así son todos los catalanes; otra sangre, otra estirpe, otro idioma. No se hablan con los de Castilla sino por las troneras de los castillos.

El aspecto de la ciudad es enteramente europeo; su Rambla asemeja a un boulevard, sus marinos inundan las calles como en el Havre o Burdeos, i el humo de las fábricas da al cielo aquel tinte especial, que nos hace sentir que el hombre máquina está debajo. La poblacion es activa, industrial por instinto i fabricante por conveniencia. Aquí hai ómnibus, gas, vapor, seguros, tejidos, imprenta, humo i ruido; hai, pues, un pueblo europeo.

No sé qué cosa de grandioso i atrevido hai en esta raza, a quien tuvieron los reyes de España con el cuchillo que servia en la mesa pendiente de una cadena para que no pudiesen armarse. Todas las empresas respiran grandeza. Están   —193→   edificando un teatro, que pretende ser el mas bello i el mas grande de la Europa i del mundo por tanto; i su escuela de artes es acaso uno de los establecimientos mas ricamente dotados, mas completo en sus ramos de enseñanza gratuita, i mas cuidado i asistido. La industria barcelonesa se resiente, empero, del medio ambiente en que se desenvuelve. Favorecida por derechos protectores, la fábrica tiene una puerta que da hácia la España i otra hácia la frontera de Francia o el mar; i si fuera pan lo que fabrican, harian vulgar el milagro de los cinco mil, porque de un quintal de lana ellos sacan quinientas piezas de paño. Es verdad que las cuentas de la aduana de Francia traen esta entrada todos los años... tantos millones, producto del contrabando de España. El barcelonés está, en conciencia libre de todo cargo; hace con efecto la guerra a sus enemigos; el contrabando es lícito, como el robo entre los espartanos, si se perpetra impunemente. La aduana española ha adoptado el vapor como medio de persecucion, cual Rosas la prensa.

A propósito de proteccion, he tenido aquí la felicidad de ser presentado a Cobden, el grande ajitador inglés, i os aseguro que despues de Napoleon, hombre alguno hubiera deseado ver de preferencia. Conoceis la larga lucha de la Liga contra los cereales en Inglaterra, lucha gloriosa del raciocinio, la discusion, la palabra i la voluntad, que ha derrocado a la aristocracia inglesa, zapando su poder en la base, en la tierra que posee por derecho de primojenitura, i dejándola viva, para que se desangre poco a poco, se haga pueblo i ceda sin violencia el poder, cuando sus manos debilitadas no pueden manejarlo. Desde los tiempos de Jesucristo no se habia puesto en práctica este sencillo método de propagar una doctrina, por el solo uso de la palabra. Los católicos posteriores continuaron predicando, es verdad; pero quemaban de cuando en cuando a sus oponentes, i las guerras de relijion han inundado de sangre la tierra. Los principios de libertad no habian salido hasta hoi de ese triste terreno, la libertad i la guillotina, la emancipacion de los pueblos i la conquista. Cobden ha rehabilitado la predicacion antigua, el apostolado sin el martirio. Algunos millones de libras esterlinas reunidas por suscricion alimentaron durante ocho áños aquella guerra de palabras. Nuevo millones de opúsculos arrojaron, solo en 1843, aquellas baterías de lójica i de convencimiento; i unos dos mil meetings, cual combates parciales, i diez i seis meetings monstruos, batallas campales que oscurecen, por   —194→   el brillo de los resultados, las inútiles del Jena, Austerlitz i Marengo, concluyeron por entregar a Cobden las llaves del parlamento inglés, dictando desde aquel Kremlin a la aristocracia la capitulacion que le permitia permanecer con bagajes, pertrechos, banderas i posiciones, a trueque de que dejase entrar en Inglaterra tanto trigo como el pueblo necesitase para hartarse de pan.

Desde Cobden principia una nueva éra para el mundo; la palabra, el verbo, vuelve a hacerse carne, produciendo por sí solo los mas grandes hechos; i en adelante cuando los hombres quieran saber si es posible destruir un abuso protejido por el poder, defendido por la riqueza, por el rango, por la corrupcion; cuando se pregunten si hai esperanza de echar abajo semejante abuso por medio de esfuerzos perseverantes i de sacrificios, se les recordará el nombre de Cobden, i emprenderán la obra.

En Barcelona encontréme con Juan Thompson, uno de esos pobres emigrados arjentinos que en cada punto de la tierra se encuentran en mayor o menor número, como aquellos griegos de Constantinopla cuando los turcos se apoderaron de ella. El Facundo habia caido en manos de Merimée, el académico frances, que estaba allí; la Revista de Ambos Mundos acaba de hacer su complaciente compte-rendu del librote, i héme aquí que sabiendo mi llegada a Barcelona, Mr. Lesseps, el célebre cónsul jeneral que se habia ilustrado al resplandor de los bombardeos de aquella ciudad, andaba a caza del bicho raro que tan raro libro habia escrito. Amigos a las dos horas de conocernos, Cobden, que a la sazon estaba en Barcelona, tuvo los honores de un té, durante el cual debia serle yo presentado. ¿Os imajinais a Cobden un O'Connell vivo, cáustico, entusiasta, ardiente en la polémica, rápido, inesperado en la réplica? ¡Cuánto os engañais, mi pobre Victorino! Es un papanatas, fastidiado como un inglés, reposado como un axioma, frio, vulgar, si es posible decirlo, como las grandes verdades. Hablamos casi los dos solos toda la noche; contóme algunas de sus aventuras, de sus luchas; mostróme sus medios de accion, la estratejia de su palabra, los cuentecillos con que era preciso entretener al pueblo para que no se durmiera escuchando. Lamentóse de la casi insuperable dificultad que oponian las masas, por su incapacidad de comprender, por sus preocupaciones; dióme una tarjeta por si alcanzaba él a estar de regreso en Manchester a mi paso por aquella ciudad, i no nos separamos sino   —195→   en la puerta de mi hotel, quedando yo abrumado de dicha, abismado de tanta grandeza i tanta simplicidad; contemplando medios tan nobles i resultados tan jigantescos. No dormí esa noche, tenia fiebre; parecíame que la guerra iba a caer en ridículo, cuando jeneralizándose aquel sistema de agregacion de voluntades, de justaposicion de masas, fuese puesto en práctica para destruir abusos, gobiernos, leyes, instituciones. ¡Qué cosa mas sencilla! Hoi somos dos, mañana cuatro, al año siguiente mil, reunidos públicamente en un mismo propósito. ¿Resiste el gobierno? Es que aun no somos muchos, es que quedan en favor del abuso muchos mas. Sigue la predicacion, i los folletos, i los diarios, i la asociacion, la Liga. El gobierno o las cámaras saben el dia i la hora en que están vencidos, i ceden. ¡Id a poner en planta tan bello sistema en América!

Cobden habia destruido o atacado, ántes de comenzar su obra, todos los grandes principios en que reposaba la ciencia gubernativa. El equilibrio europeo lo declaró manía de entrometerse en asuntos ajenos por desaburrirse los ministros. Las colonias eran solo el medio de proporcionar empleo a los hijos menores de los lores. La balanza comercial, el resúmen de la ignorancia en economía. La política con todas sus pretensiones de ciencia, el charlatanismo de bobos i de pillos. La proteccion a las industrias nacionales, un medio inocente de robar dinero al vuelo, arruinando al consumidor, i dejando en la calle al fabricante protejido. En cambio de todas estas verdades fundamentales, él sostituia el buen sentido, el sentido comun de todos los hombres, mas apto para juzgar que la ciencia interesada de lores i ministros.

Ahora parto para Africa. Llevo cartas para el mariscal Bugeaud, i una casi órden al cónsul de Mallorca, para que me haga conducir a Arjel por el primer vapor de guerra que se presente.

Dios os tenga en su santa guarda.