Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Vicente Medina en el teatro de fin de siglo

Mariano de Paco


Universidad de Murcia


A Elvira y a Manolo Medina, que guardan la memoria y defienden la obra.



El teatro hasta ahora conocido de Vicente Medina se sitúa, como indicábamos al llevar a cabo su edición1, en la línea de los dramas sociales y rurales, subgéneros que gozaron de amplio cultivo en los años finales del pasado siglo y en los que dieron comienzo al XX. Si la poesía del escritor murciano corresponde a una época y a un modo directamente relacionados con el naturalismo, como José M.ª de Cossío2 apuntó y ha demostrado F. Javier Díez de Revenga3, su teatro posee, más o menos deliberadamente, los caracteres de esos subgéneros teatrales, entonces tan extendidos en la escena española: el drama social y el rural. Éste se determina externamente por la localización que su mismo nombre indica y por el empleo de un habla pretendidamente local o dialectal. Los conflictos que en él se desarrollan tienen que ver con problemas de amor y de honra y reflejan pasiones profundas en un estado primario que la ambientación favorece plenamente4.

El drama rural supone generalmente una idealización del campo por parte de la burguesía, que contrapone las costumbres urbanas a un mundo de modelos puros en sus sentimientos y en su moral. Se dramatizan, pues, unos sistemas de vida y unas conductas que se admiran en su excepcionalidad. Este empeño suele comportar una carga muy notable de efectismo y artificio. Vicente Medina, sin embargo, escribe estos dramas desde dentro, pretende expresar los sentimientos y los problemas del huertano que él mismo percibe y sus preocupaciones lingüísticas manifiestan el deseo de aproximarse de la manera más fiel a su modo de ser. Quiere, con su poesía y con su teatro, fijar unos modos de vida que están desapareciendo y que representan para él las auténticas costumbres y el verdadero comportamiento de quienes habitan la vega de Murcia. Esta búsqueda de veracidad temática y expresiva distingue a nuestro escritor de otros dramaturgos cultivadores del género5.

Guardan relación los dramas rurales con los dramas campesinos del Siglo de Oro en un aspecto fundamental, evidente en las piezas de Medina: en unos y en otros se produce una dignificación del pueblo, al que se hace capaz de sentir preocupaciones y de mostrar actitudes antes reservadas a estamentos sociales superiores. Esta valoración es elemento común de dramas rurales y sociales, a pesar de su distinta naturaleza. Porque es habitual la mezcla de aspectos y temas de ambos constituyendo una acción compleja en la que se funden determinaciones sociales y rurales. Es lo que ocurre con toda claridad en El rento, el drama de mayor importancia y alcance de Vicente Medina.

Esta unión es ya perceptible en dos obras, estrenadas en 1896, muy cercanas por lo tanto a los años en los que Medina escribe su teatro, situadas en los orígenes del género rural: Tierra baja, de Ángel Guimerá, y María del Carmen, de José Feliú y Codina. Esta pieza tuvo, por otra parte, una notable influencia, quizá no sólo negativa, en el teatro del murciano. Cuando éste, tras su vuelta de Filipinas, establece su residencia en Cartagena, proyecta con José García Vaso una obra teatral «de costumbres murcianas y en el lenguaje típico de la huerta»6. Pero la colaboración se interrumpe «al ver que Feliú y Codina estrenaba María del Carmen con un argumento parecido al que nosotros íbamos a emplear»7.

Vicente Medina, que desde muy joven había escrito teatro8, planea entonces llevar a cabo El rento y para conseguir plasmar el genuino lenguaje de los huertanos de Murcia, sin las exageraciones ridículas ni los efectos cómicos del panocho, prueba con algunos poemas en el habla de la huerta, que son el germen de sus Aires Murcianos («La barraca», «En la cieca», «Isabelica la guapa», «Carmencica»...). No consigue estrenar El rento, como pretendía, aunque se realizó una especie de ensayo, con el título de Santa, en Cartagena. Lo publica inmediatamente a sus expensas, en 1898, el mismo año de Aires Murcianos, y piensa que con estos primeros escritos queda definido su carácter literario: «Géneros: la poesía y la dramática. Escuela: la naturalista. Asuntos: la vida actual, sus luchas, sus dolores, sus tristezas. Tendencias: radicales. En mi labor, dos literaturas, al parecer: regional y general; a mi entender, una sola: la popular»9.

A esos asuntos («la vida actual, sus luchas, sus dolores, sus tristezas») y tendencias responden, en efecto, las obras dramáticas de Vicente Medina que entre 1898 y 1904 aparecen publicadas: El rento (1898), ¡Lorenzo!... y La sombra del hijo (1899), El alma del molino (1902) o se estrenan (además de ¡Lorenzo!... y El alma del molino): En lo obscuro (Murcia, 1901), Los pájaros (Las Palmas de Gran Canaria, 1904), El canto de las lechuzas (Cartagena, 1904). Pero la relación con el teatro no fue satisfactoria para Medina10, que repetidamente menciona obras teatrales suyas que permanecían inéditas y sin representar.

A pesar de que Unamuno, Clarín y José Martínez Ruiz, el futuro Azorín, alaban repetidamente El rento y hacen diversas gestiones para su presentación en Madrid, no llega ésta a tener lugar. Medina escribe a Martínez Ruiz en diciembre de 1898: «La temporada teatral está encima: ¿Espera Vd. todavía que D. Ceferino Patencia ponga El Rento? ¿Y ¡Lorenzo!...? ¿Qué hago con él? Lo tengo todavía en manuscrito y sin estrenar. A nadie más que Vd. tengo que vele por mí y a nadie más tampoco a quien contarle mis cosas de esta manera tan franca como ruda. Deme usted algún consejo; dígame Vd. algo»11. El 22 de enero del año siguiente recibe como respuesta: «Del drama no sé nada; es decir, sé que la camarilla que rodea a la Guerrero "se pone en guardia". He oído decir que trinan contra «Clarín»; Represéntese o no esta temporada, -algo avanzada ya- El Rento ha de ser admirado en Madrid». Poco después, en el mismo mes de enero, le envía la siguiente carta:

Querido Medina:

Carta de Clarín en este momento. Cuatro palabras para explicar mi telegrama.

Dice que ha recomendado en carta de cuatro carillas y «con el mayor entusiasmo» a la Guerrero El Rento.

«...el final del primer acto me ha parecido sublime...».

«Medina es, de fijo, autor dramático para el gran público; para nosotros: no se diga...»

Ni la alegría, ni el tiempo, me permiten otra cosa. Acabo de leer la carta de Alas, y veo que me recomienda reserva. No le telegrafío a usted.

Prudencia. Hasta mañana. Suyo

J. Martínez Ruiz12



Las citas en este sentido podrían ser abundantes, porque, si grande fue la insistencia del poeta de Archena, no menor era el interés hacia él de estos escritores. Queremos tan sólo recordar un fragmento de otra carta de Martínez Ruiz, esta vez desde Monóvar, en enero de 1900: «Efectivamente, yo no veo tampoco para usted otra solución 'práctica'; que un estreno en Madrid. Creo que no necesitaría usted más y que podría dedicarse holgadamente al arte. Esto es algo difícil, pero se consigue; otros lo han logrado. ¿Tiene usted alguna obra en preparación? (hablo de teatro). No tengo grandes dotes de sociabilidad, mejor diré, de flexibilidad de espíritu para llevar a término negociaciones en escenarios y cuartos de cómicos, pero desde luego me ofrezco a gestionar, a mi vuelta a Madrid, el estreno de un drama de usted. Hablo con entera sinceridad. Tengo fe en sus dotes de dramaturgo y tengo verdadero empeño en que el poeta dramático "salga"; como ha salido el lírico. Mi ideal sería que se representase El Rento...»13.

Las decepciones sufridas por Medina, y es posible que indicaciones y sugerencias contradictorias, lo condujeron quizá a ensayar en otras direcciones dentro del teatro, aunque éstas no fuesen en algún caso plenamente acordes con sus deseos., Él mismo llega a comentar: «Azorín me decía: "Persista usted en esos cuadros de color como El Rento, en esa pintura exacta de la tierra y del hombre del campo, en que tan acertado está usted. Y un célebre actor, paisano mío, me inducía a producir 'obras de sociedad' y, sobre todo, que no tuviese la tendencia socialista de El Rento o de Lorenzo!...". Y, en otro momento, habló de que El canto de las lechuzas era «un tanto convencional... todo por los míseros ochavos!»14.

Muestra significativa de su desencanto es también la publicación, en 1908, de El rento «en forma de novela dialogada, desesperado de no poderlo estrenar»15. Quería Medina que, al menos así, pudiera el lector conocerlo y juzgarlo. La existencia de La gleba, una nueva versión dramática de aquella obra, con un final distinto (en el que los protagonistas emigraban a América), es una prueba más del permanente apego que por su obra dramática sintió.

Como hemos señalado, Vicente Medina repetía en sus publicaciones una lista de títulos de obras dramáticas inéditas16 cuya existencia real únicamente constaba en el caso de las tres que fueron estrenadas. Pero recientemente Manuel Enrique Medina Tornero ha tenido la oportunidad de acceder a numerosos escritos inéditos del poeta y dramaturgo que conservaba su hija Elvira, y a la amabilidad de ese estudioso murciano debemos el conocimiento de nueve textos teatrales de Medina, hasta ahora ignorados. No han aparecido, sin embargo, los de En lo obscuro (obra en un acto estrenada en Murcia el 10 de marzo de 1901, de la que ya nos ocupamos y publicamos una escena17) y La Perla, zarzuela que, según carta a Martínez Ruiz antes citada , estaba en poder de Felisa Lázaro18. Otros dos textos no aparecen mencionados en esas frecuentes referencias del autor. Nada tiene ello de extraño con relación al primero, sin título, que se reduce a una serie de poemas engarzados, distribuidos en tres cuadros, sin verdadera unión argumental. Algunos son muy conocidos, como los de Aires Murcianos: «El abejorrico negro», «Murria» o «Cansera», que constituye la escena única del cuadro final. El segundo texto, Canción de amor, poema lírico en tres cuadros, se desarrolla «en un pueblo agrícola de tierras de Levante», en él se ha prescindido de la lengua dialectal y el amoroso es su principal tema.

Entre las obras nombradas por Vicente Medina contamos con dos que fueron estrenadas: Los pájaros, «idilio huertano» en un acto, y El canto de las lechuzas, drama en tres actos; y de cinco completamente desconocidas: La pena duerme, drama lírico en tres actos y cuatro cuadros; La coplica triste, ópera en un acto dividido en tres cuadros; El calor del hogar, poema dramático representable; La fiesta del mar, poema lírico en tres cuadros; y Pedrín, drama en tres actos.

No procede en este momento un análisis pormenorizado de cada uno de los textos, pero sí parece conveniente señalar algunos de sus caracteres y llevar a cabo ciertas consideraciones tras un inicial acercamiento a los mismos, teniendo en cuenta lo que acerca del teatro de Vicente Medina he indicado en otros lugares y ocasiones. Llama la atención en primer lugar el que buena parte de ellos (cinco exactamente) están dispuestos para su representación con música y en un caso (el de La coplica triste, precisamente el único del que no disponemos de una copia mecanografiada sino de hojas autógrafas sueltas, tamaño octavilla, de diversa procedencia, escritas con lápiz y varias tintas) con la calificación de ópera; abundan igualmente las de breve extensión.

Con la excepción de Pedrín (que se sitúa en Madrid), todas las obras tienen lugar en la región levantina o, más concretamente, en la huerta de Murcia, y su tiempo es el actual o, cuando se precisa más, hacia 1875 ó 1880. La utilización de la lengua dialectal ha disminuido respecto a las antes editadas; tan sólo en Los pájaros y en La coplica triste se emplea de modo sistemático19 y se ha prescindido de subrayar las peculiaridades del habla; en algún caso sirve ésta para la diferenciación social, así en El canto de las lechuzas se encuentra reservada a los criados.

El tema principal de todas ellas (de nuevo es peculiar el caso de Pedrín, en el que se subordina al social) es el amoroso, visto con el sentido problemático e incluso trágico habitual en el autor, pero resuelto, con frecuencia inusual en los anteriores, de modo feliz o abierto20. El campo o la huerta siguen siendo lugares idílicos que realzan los sentimientos de los protagonistas o les sirven de contraste. Una peculiar concepción de la honra, contrapunto del amor, es decisiva en alguno de ellos, como La coplica triste.

En resumen, considerando aparte El canto de las lechuzas, El calor del hogar y Pedrín, nos encontramos ante piezas relacionables directamente con el drama rural, de escasa complicación dramática, que desarrollan asuntos y problemas amorosos muy semejantes, que se suelen resolver felizmente. El ambiente, el habla, las costumbres que se manifiestan, favorecen esa caracterización. Por otra parte, la relación con los poemas de Medina es fácilmente perceptible.

En El canto de las lechuzas el argumento se aproxima a lo que podría denominarse drama burgués, aunque la localización y la presencia del misterio lo singularizan. El calor del hogar es una extraña obra en la que Vicente Medina expresa sus pensamientos filantrópicos en los que se mezclan justicia, bondad y caridad. Por otra parte, la destreza y los conocimientos de planificación agrícola de uno de sus personajes, que convierte los campos del protagonista en un espléndido vergel, nos hacen pensar en ideas y preocupaciones del autor como las manifestadas en la segunda velada literaria del Ateneo de Madrid en 193221.

Finalmente, Pedrín es un duro drama social de ubicación urbana en el que la crítica hacia el sistema de relaciones entre el trabajo y el capital se realiza de manera implacable22. El amor entre dos de los representantes de los trabajadores (Manuela y Pepe) y la atención que se presta a Pedrín, el aprendiz huérfano símbolo de todos los oprimidos, potencian lo que verdaderamente importa aquí al autor, el confrontar las actitudes y sentimientos de los patronos, miserables y explotadores; de quienes lo advierten pero reaccionan con la resignación y la prudencia; de quienes los adulan innoblemente; y de los que se oponen ante la injusticia sin contemplación alguna. El sangriento final, que recuerda el de El rento, cuando José da muerte al Mayorajo, tiene aquí un significado más radical porque está desprovisto de los motivos amorosos que asistían a José, porque allí se producía un choque de ambos «faca en mano» y porque no tienen aquí lugar la desesperación y el remordimiento23El efecto que causa la terrible muerte de Don Clemente en los obreros que lo contemplan hace pensar en una trágica catarsis que se sobrepone a la continuada y en exceso explícita enseñanza social de la obra:

PEPE.- ¡No, si ya ni Dios lo remedia! ¡Si es la justicia de Dios! (Cae sobre D. Clemente dándole terribles martillazos en la cabeza; todos lanzan un grito de horror y D. Clemente cae muerto. Al fondo derecha y en la puerta lateral derecha, los obreros y obreras, con los rostros espantados. Doña Fermina a la izquierda primer término, de pie, sombríamente odiosa...) (A. III, E. XV).



No hay en los textos recuperados referencias que conduzcan a la dotación precisa o aproximada de los mismos. Parece, no obstante, razonable pensar que todos ellos pertenecen a la década que media entre la publicación de El rento como drama (1898) y, tras el desánimo del autor hacia el teatro, como novela dialogada (1907). No puede, sin embargo, desdeñarse la posibilidad de modificaciones posteriores. Es verosímil que esto ocurriese en el de Pedrín. Sabemos que en noviembre de 1900 Miguel Muñoz poseía un ejemplar del drama24V. ¿Se correspondería con exactitud con el que tenemos? En ese caso, imposible de constatar ahora, Medina habría creado una obra en la línea de Juan José de Dicenta, pero con un notable avance desde el punto de vista social (el mismo que se produce respecto a El rento): las pasiones individuales han dejado paso a un enfrentamiento de clase (capital frente a trabajo), aunque la ocasión próxima de la muerte del patrón sea personal: la protección del aprendiz y, sobre todo, la agresión a Manuela.

Podemos concluir con las mismas afirmaciones que establecíamos al comienzo. Vicente Medina, que con su poesía formaba parte de la literatura naturalista, escribe sus piezas escénicas dentro de los límites del drama rural y del drama social, en pleno auge en el teatro de fin de siglo. El muy reciente conocimiento de buen número de esos textos lo corrobora, como confirma lo que los singulariza respecto a otras piezas de esos subgéneros: la autenticidad de los sentimientos y la sinceridad de los propósitos de su autor.





 
Indice