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ArribaCapítulo IV

Que comprende desde la guerra, empezada en 79, hasta la paz, concluida en 1783


AQUÍ llegamos a una época de la vida del Rey Carlos cuyas resultas han tenido y tendrán una grande influencia en la futura suerte de los Imperios y del género humano. Quiero hablar de la guerra última de América, de que resultó la independencia de las colonias inglesas, reconocidas hoy bajo el nombre de Estados Unidos de América.

La descubierta del Nuevo Mundo produjo desde su principio una alteración total en el comercio, política, y aún me atrevo a decir en la religión del antiguo. El vasto campo que ofrecía a su industria aquel nuevo hemisferio, aumentó y extendió por todas partes el espíritu de comercio, y el deseo y la necesidad de aumentar   —294→   las manufacturas, alteró los precios con la abundancia del dinero.

Esta novedad dio consideración y existencia en la Europa a algunas potencias que hasta entonces no habían casi figurado en ella, y cambiando así su sistema general, ha llegado el comercio a tener tanta influencia en la política, que desde entonces, estableciendo ya un cierto equilibrio entre los dominios de Europa, y disminuido, en ella por su civilización el espíritu de guerra y conquistas y los objetos de ellas, ha sido y será el móvil de la mayor parte de sus guerras.

Por otra parte, los conocimientos adquiridos con esta descubierta y las sucesivas a ella han dado motivo a que los filósofos, que, abusando de este respetable nombre, no se conforman a poner límites a su imaginación en el asunto sagrado de la religión, calculen, combinen, hablen y escriban en términos capaces de seducir y de debilitarla, y aun destruirla en los que no están bien imbuidos y convencidos de la verdad de los principios divinos en que se funda.

Esta influencia ha sido indirecta hasta ahora, mientras aquellos vastos dominios han podido ni maravillosamente contenerse a una distancia tan grande en los términos de meras colonias sujetas a las potencias europeas; que, verificada en aquellas una igual industria y populación   —295→   que en éstas, les serían muy superiores en fuerzas. Pero en el día en que han empezado a erigirse allí Estados libres, independientes de Europa, con un terreno indefinido para poder extender su populación por medio de propietarios industriosos, con unas leyes fundadas, no en el antiguo Derecho romano, en que se reconocía la esclavitud, sino en los principios más humanos, en que, desconocida aquella, se peca en el extremo contrario, es más que probable sea directa y eficaz la influencia de este Nuevo Mundo en el sistema gubernativo del antiguo.

De resultas de las últimas guerras intestinas de Inglaterra del siglo pasado, pasaron a establecerse y poblar aquellas colonias de América varias familias que quedaron descontentas después de ellas. El mayor número de éstas eran de presbiterianos enemigos de la Monarquía y de toda jerarquía eclesiástica y secular, a quienes parecía una sujeción y esclavitud aun el mismo Gobierno y religión anglicana, mirado hasta ahora en Europa como el modelo de la libertad.

Era casi imposible que unas colonias fundadas por personas imbuidas en estos principios, pudiesen con ellos permanecer a, aquella distancia sujetos voluntariamente a un Gobierno que se decía libre y que profesaba los principios de libertad. Esta dependencia sólo podía durar mientras su industria y su comercio no consolidase   —296→   su existencia, o mientras estas colonias no se considerasen como tales, teniendo un Parlamento particular, como el de Irlanda, o enviando al de Inglaterra diputados, en los mismos términos que lo hacen la Escocia y las provincias y ciudades de la Inglaterra.

Sería un delirio en un padre pretender gobernar de un mismo modo a sus hijos cuando, llegados al estado de virilidad y robustez, salen de su menor edad, que cuando estaban en los principios de ella. Para esto es preciso tener hijos insensibles e impotentes, y, cuando no, es indispensable que el padre les diese todo lo necesario, o que, asociándolos al gobierno de su casa, conviniese cada uno en lo que le era preciso, con conocimiento de los bienes de ella. Esta comparación demuestra claramente que la independencia de las colonias inglesas de América tenía en su mismo origen y en el Gobierno que, contra su sistema de libertad, quería dominarlas, el principio irresistible de la separación o independencia, que tarde o temprano debía verificarse. Por otra parte, hace ver, a pesar de lo que pretenden los que no combinan las situaciones y antecedentes, que la América española no debe seguir el ejemplo de la inglesa, pues siendo enteramente distinto su origen, su Gobierno y su sistema, no deben ser sus resultas las mismas sin que todo eso mude. Adquirida su posesión,   —297→   juste vel injuste, por la fuerza de las armas; establecidas bajo reglas (buenas o malas, sobre lo cual hay mucho que decir, que tampoco es aquí del caso), las cuales, cortando los vuelos a su industria, las hace enteramente dependientes de la España, y aun, si bien se mira, de la Europa entera, que tiene interés en que lo sea; gobernada por una Monarquía e imbuida en los principios de ella; dirigida en lo general por españoles, que ocupan los primeros empleos y que tienen en España su origen, familia e intereses; conformes en un mismo sistema de religión, igual al de la Monarquía de que dependen, todos estos principios fundamentales de las posesiones españolas de América, digo, son unos obstáculos reales e inherentes de la situación de nuestras colonias, que, aunque no sean invencibles, son unas bases enteramente opuestas a las que causaron y debieron necesariamente causar la independencia de las colonias de América.

Me dirán, sin duda, que el tiempo puede vencer estos obstáculos. No lo niego, y la humanidad en general nada perdería en ello, despojada (si es posible) de la política. Pero el genio indolente de los naturales del país es un obstáculo casi invencible que impide los progresos de su industria y de sus luces, sin lo cual no puede absolutamente verificarse lo que se pretende, y   —298→   así, aun cuando suceda, es probable pasen muchos años antes de que se verifique.

Los ingleses, más ambiciosos que prudentes y precavidos, habían dejado tomar demasiado cuerpo a sus colonias, sin limitar medio alguno para ponerlas en un estado de poder, no reflexionando en sus resultas. Había llegado éste a tal punto, que puede decirse debió la Inglaterra a los socorros que le suministraron durante la guerra de 57 las gloriosas conquistas de la Isla Real, Terranova, Canadá, la Martinica, la Habana, la Granada, las Caraibes, la Guadalupe y las Floridas, que fueron sus conquistas en la América en aquella guerra hasta la paz de 63. Suministraron en ella los americanos a la Inglaterra 25.000 hombres de tropas, y mantuvieron 800 corsarios, para los cuales y el servicio de la marina inglesa tenían 30.000 marineros.

Aunque los ingleses se aprovecharon gustosos en aquella ocasión del poder de las colonias, conocieron con todo podría serles ya dañoso si éste aumentaba a proporción en lo sucesivo. Ensoberbecida, pues, la Inglaterra con la gloriosa paz que le proporcionaron sus victorias, pensó le era preciso cortar los vuelos a sus colonias, y servirse de ellas para ayudarla también a pagar la inmensa deuda de 500.000 libras esterlinas con que se hallaba al tiempo de la paz, y aunque a los principios no cesaban de alabarlas   —299→   el Rey y el Parlamento, y aun de suministrarles medios para la extinción de su deuda, mudó después de sistema.

Tenía cada colonia una Charte o reglamento particular para su gobierno, por la cual gozaban de varios privilegios y exenciones, concedidas para fomentarlas en los principios. Según ellas, la gran Bretaña sólo podía exigir dones gratuitos, que repartían entre sí según les parecía. El Lord Granville quiso, en virtud de un decreto de 4 de Abril de 64, arreglar un establecimiento de imposiciones, para aumentar por este medio las rentas de la Inglaterra y disminuir, al mismo tiempo a las colonias los medios de acrecentar su poder. No dejó de tener esta idea partidarios en Inglaterra, cuyos propietarios creyeron disminuirían sus actuales cargas en lo sucesivo partiéndolas con los americanos. Por otra parte, los negociantes veían también con gusto se contuviesen los progresos del comercio de América, que poco a poco hubiera podido hacerse independiente del suyo.

Estaban cercados los americanos basta la paz de 63, al Norte, por los franceses, establecidos en el Canadá; al Mediodía, por los españoles, dueños de las Floridas, y al Poniente, por los indios, y así miraban como necesaria la protección de los ingleses contra aquellos vecinos poderosos. Pero libres de ellos después de la paz   —300→   de 63, por medio de la cesión de la Florida y del Canadá, se vieron ya mano a mano con los ingleses. Consideraron que los españoles y franceses, sus antiguos vecinos, que miraban antes como enemigos, podrían ahora transformarse en sus aliados para ayudarles a disminuir el gran poder que habían adquirido los ingleses en la América, y que estas potencias no podrían ver con indiferencia. Así lo anunció M. Vaudreuil, Gobernador del Canadá, en el año de 1760, en que se vio forzado a rendirse a los ingleses. Cuando escribió al Ministerio la pérdida de aquella provincia, añadió podría ser ésta en lo sucesivo de mayor utilidad que desventaja a la Francia, porque de ella resultaría sin duda a los ingleses, si la conservaban, la pérdida de sus poderosas colonias de América, cuya opulencia les daba tantas ventajas en las guerras de América sobre todas las demás potencias que tenían allá posesiones. Siendo el estado de estas últimas enteramente pasivo (digámoslo así) en cuanto a lo militar, pues sólo tienen lo muy preciso pará su defensa regular en sus posesiones ultramarinas, debiéndoles venir de Europa los socorros extraordinarios para ella, las colonias inglesas son mucho más difíciles de atacar, por estar situadas en el continente, teniendo en si una fuerza activa capaz no sólo de defenderse, sino de dar a los ingleses los socorros que hemos visto   —301→   les facilitaban por este medio una superioridad incalculable sobre las demás potencias, obligadas a traer desde Europa todas sus fuerzas militares. Con todo, si los ingleses, aun después de haberse dejado cegar por la ambición al tiempo del engrandecimiento de sus colonias, no hubieran procedido en los términos que lo hicieron cuando éstas se hallaban ya poderosas, y libres de las potencias extranjeras que las rodeaban, es probable hubieran podido aún conservarlas, a lo menos por algún tiempo, acabando por partir con ellos las nuevas adquisiciones que podían ir haciendo juntos en el seno mejicano y en el continente de la América y sus islas sobre los actuales dueños de aquellas apetecibles y vastas posesiones, que, tarde o temprano, serán las víctimas precisas de esta alteración política.

Pero no fue así: los ingleses se dejaron llevar de un espíritu monárquico, y quisieron dirigir por él aquellas provincias, tan distantes de la Inglaterra, como de poder aceptar semejantes principios con el espíritu exageradamente republicano que hemos visto reinó en ellas desde su primer origen.

Conocieron, pues, las colonias su fuerza y su nueva situación política, y viéndose ya con tres millones de habitantes, animados todos del mismo espíritu de independencia, creyeron poder   —302→   resistir a aquella distancia, con las dificultades que hay para internar en el país a unos republicanos que menospreciaron y aborrecieron en aquel momento, porque conocieron claramente querían la libertad sólo para sí y la esclavitud para sus hermanos.

Despreciando, pues, el decreto sobre las nuevas imposiciones, de 4 de Abril de 64, de que queda hecha mención arriba, y el posterior de 22 de Febrero de 65, en que se establecía el papel sellado, hubo un alboroto muy violento en Boston en el mes de Agosto de aquel mismo año, y de resultas de él resolvieron unánimemente no volver a recibir mercancía alguna inglesa de las que tenían nuevos derechos, y negaron la obediencia a los expresados decretos, al del té y al establecimiento de las Aduanas que intentaron ponerse en virtud de decreto de 29 de junio de 67.

Continuaba siempre, no obstante esto, el Gobierno inglés en querer tratar desde Europa a sus colonias como si (con menos fuerza) se hubieran hallado situadas entre la Irlanda y la Escocia, en la posición de la isla de Man. Daba, pues, sus instrucciones, consiguientes a este falso sistema, a todos sus Gobernadores militares, que, con pretexto de proveer a la propia seguridad de las colonias, y de enviar fuerzas al Canadá y a las dos Floridas, hacían venir tropas e   —303→   ingenieros, que alojaban en las casas de los habitantes, que lo repugnaban, como no acostumbrados a ello.

El espíritu de partido y de discordia, que cada día hacía nuevos y mayores progresos entre los dos bandos royalista y americano, producía un disgusto y enemistad, de que difícilmente podían dejar de resentirse las providencias judiciales y aún gubernativas, concurriendo por este medio ellas mismas a exasperar los ánimos.

Convencidos, pues, los americanos de que la Inglaterra estaba enteramente resuelta a sujetarlos a toda costa, dominándoles como Soberana, tomaron finalmente su partido.

Preparados los espíritus a la independencia, y tomadas para ella las medidas convenientes en los Congresos y juntas particulares, y formados por los sucesos acaecidos desde el año de 64 al de 74, se juntó en éste por la primera vez en Filadelfia el Congreso general de los doce Estados unidos, que habían enviado a él sus diputados. Fue su presidente Pleyton Randolph, que, en señal de confederación e igualdad, partió en partes iguales con los diputados de las doce provincias una corona cívica.

Había venido a América el General Gage con algunas fuerzas, y tomado el mando de las americanas el General Lee, que con sus tropas se   —304→   apoderó el 14 de Diciembre del puerto de Portsmouth, que tomó por asalto.

Constante siempre en su sistema, declaró el Rey rebeldes a los bostonienses, y se abrió la primera campaña formal entre los ingleses y los anglo-americanos el año siguiente de 75.

Pusieron en campaña este año los americanos 25.000 hombres, destinando otro cuerpo escogido de 4.000 para la guardia del Congreso, establecido en Filadelfia. Nombraron por Generalísimo de todas sus fuerzas al famoso Washington, y los ingleses enviaron a los generales Howe, Bourgoyne y otros.

Tomaron los americanos en aquella campaña a Ticonderoga. Rechazaron en 16 de junio al General ingles Howe en Bunkershill, y los vencieron en otros parajes, sin que bastase para intimidarlos las quemas de Lexington, la de Norfolk y otras varias que hicieron los ingleses en aquella campaña.

Habían reunido para la siguiente fuerzas sumamente considerables, y nunca vistas en aquellas remotas regiones, en las cuales toda empresa de esta especie sólo puede ser momentánea, por su mucho coste, y por la dificultad de reemplazar las pérdidas desde Europa. Debe, pues, considerarse como uno de aquellos esfuerzos que se exigen en la naturaleza en una fuerte enfermedad, por medio de uno de aquellos remedios   —305→   violentos que se dan a muerte o a vida. Así lo calcularon sin duda desde luego los ingleses, conociendo que una guerra larga en aquella distancia hubiera sido imposible de sostener, y tendría consecuencias peores que la misma pérdida de las colonias, y, por consiguiente, pusieron todas sus esperanzas en un golpe fuerte, capaz de producir una decisión pronta. Lo mucho que costó a la España la pérdida de los Países Bajos y la del Portugal por una obstinación mal calculada, aun hallándose en el continente de Europa, era una lección que no debía olvidar una nación tan calculadora como la inglesa.

Tenían, pues, en América los ingleses, al principio de la campaña de 76, 31.000 hombres de tropas nacionales, 18 (sic) alemanas, 2.000 de tropa de marina, nueve compañías de artillería, 13 navíos de línea, 27 fragatas y 242 bastimentos menores, necesarios para obrar en lo interior de los ríos. Los americanos contaban 428.000 hombres de milicias, más robustos y acostumbrados a las fatigas y clima del país que disciplinados militarmente; pero resueltos, y unidos en un mismo espíritu y voluntad.

No se hallaban los americanos con fuerzas marítimas capaces de presentarse a los ingleses, y por lo mismo, el plan que se formó el General Washington fue retirarse de la costa, evitar las acciones generales, y hacer una guerra de   —306→   puestos, para ir acostumbrando en ella a su tropa al fuego y disciplina militar, de que carecían.

El General Arnauld, americano, entró en el Canadá, y, aunque se mantuvo en él algún tiempo, tuvo al fin que retirarse. Los ingleses fueron rechazados en este año de Charlestown, y ganaron la batalla de Saratoga, en que fue rechazado y hecho prisionero el cuerpo numeroso del General Bourgoyne.

Hubo en este año otras varias acciones particulares, que, igualmente que las de los dos años siguientes de 77 y 78, pueden verse detalladas en el libro intitulado Essáis historiques et politiques sur les anglo-americains, por Mr. D'Auberteuil, impreso en Bruselas en 1782, y en L'Histoire impartiale des événemens militaires et politiques de la dernière guerre, impreso en París en 1785.

A vista de los sucesos de esta campaña de 76, creyeron los americanos deber declarar formalmente su independencia total de la Inglaterra, y lo ejecutaron el día 4 de julio.

Pasó a América en este año de 76 el Marqués de la Fayeta, señor francés que, aunque de edad de veinte años, tenía una imaginación exaltada, valor, serenidad de espíritu y una ambición desmesurada, dirigida siempre únicamente a su fin, sin detenerse en los medios de conseguirle.

La Corte de Francia, que veía con gusto las   —307→   discordias de América, y deseaba, con poca previsión, contribuir secretamente a su independencia, hacía imprimir y correr indiscretamente en Francia, y sobre todo en París, varios impresos para excitar los ánimos a favor de la causa de los americanos y prepararlos para que se empeñasen con gusto en ella si lo exigían las circunstancias. No había tocador ni chimenea en que no se viesen brochuras relativas a la libertad americana, y el Laboureur de Pensilvanie y Les Memoires de Beauniarcháis, y otros semejantes, eran el objeto de la lectura y de las conversaciones de todas las damas y personas de la sociedad, que, entusiasmadas, según costumbre, de estas nuevas ideas, por ser las de moda, deseaban y se figuraban cada uno estar al lado del General Washington para defender su ofendida libertad y la de sus compatriotas. En el año de 75, en que yo estuve por la segunda vez en París, no se podía salir de casa ni presentarse en ninguna parte, sin haber leído antes salteados unos cuantos párrafos de estas dos obras, para poder entrar en la conversación. De este modo, trayendola con maña a lo que se había leído, oyendo de los otros lo que ellos habían hojeado, y dando a entender con una risa oportuna se sabía lo que no se había visto, se hacía un gran papel y se pasaba por un hombre instruido y enterado de todos los asuntos. Por desgracia, este método,   —308→   demasiado común en París en todas las materias, da y mantiene el crédito de instrucción y talento a muchas personas que no le merecen, porque todo su arte consiste en citar la instrucción y noticias de los otros, y en saber hacer a tiempo y con gracia su retirada en el momento en que conocen va a descubrirse que no son sino superficiales.

El Marqués de la Fayeta y otros oficiales franceses, seducidos con estas ideas y con la gloria que les resultaría de ser los protectores de la libertad americana, pasaron como voluntarios a defenderla. Desaprobólos la Corte en el público, al paso que secretamente aplaudía y auxiliaba su resolución.

Un joven intrigante, pero de mucho talento y atrevido, llamado Caron de Beaumarcháis, logró pasar a América con instrucciones secretas para establecer las bases de un Tratado entre la Francia y las nuevas Colonias declaradas independientes.

Era éste hijo de un relojero francés, y tenía una hermana casada en Madrid, en compañía de la cual estaba otra soltera. El establecimiento que quería proporcionar a ésta, obligó a Beaumarcháis a venir a la Corte de España. Tuvo allí un lance ruidoso con otra persona también de talento, llamada D. José Clavijo, autor de un papel periódico intitulado El Pensador. La penetración   —309→   y viveza de Beaumarcháis se propuso, a. su regreso a París, fundar en su país, sobre el débil principio de un lance en que no salió lucido, las primeras bases del crédito que adquirió después en él y de la fortuna que le resultó.

De todo saca partido el que reflexiona y conoce el genio de las naciones y de los particulares con quienes tiene que hacer. Este estudio es sumamente necesario para vivir en el mundo. Questo libro del mundo è grande assai; stà sempre aperto è non si legge mai, dice el proverbio italiano, y toda la historia del mundo tiene su origen en el carácter de los hombres y en sus pasiones, que son el resultado de él.

Su genio, demasiado inquieto y ambicioso, no podía sujetarle a la carrera de su padre, ni a las cortas esperanzas que podía fundar en ella. Así lo dijo muy oportunamente en París a una señora que, queriendo bajar su orgullo en una sociedad numerosa en que se hallaba, recordándole sus principios, le dio a este fin un reloj muy rico que tenía, diciéndole delante de todos le hiciese el gusto de ponérselo, porque estaba atrasado. Conoció Beaumarcháis su intención, y recibiéndolo con gran modo, lo abrió, y, al tiempo de estarle componiendo, lo dejó caer maliciosamente en el suelo, y recogiéndole con gran priesa y pesadumbre aparente, dijo a la señora: Ah! Madame, que je suis malheureux! Mes parents m'ont toujours bien   —310→   dit que j'étois trop vif et que je ne vaudrois jamais rien pour exercer leur talent. Je suis faché, madame, que vous ne vous en soyez pas aperçu comme eux. Quedó así castigada y corrida la ofensora y victorioso el ofendido. Esto prueba la viveza y descaro de la persona de quien se trata.

Retirado, pues, de Madrid de resultas del lance con Clavijo, pensó formar sobre él una novela, adornada a su modo, en términos que interesase y divirtiese la ligereza de los parisienses, sobre todo de las damas, adornándola a su arbitrio de lances particulares capaces de excitar el sentiment, y otras palabras semejantes, cuyo electo exterior sabía le era necesario para que interesase su obra, y lograr así hacerse conocer ventajosamente en el público. Efectivamente, logró lo que deseaba, y a esta primera novela se siguieron después otros escritos, a que la gracia y ligereza de su pluma dieron todo el crédito que le era necesario, y a que únicamente aspiraba con ellos.

Empezó por este medio a ganar mucho dinero, que empleó después en hacer especulaciones en las Colonias de América, aumentando así su caudal. Pudo también introducirse y lograr protección en Palacio, con motivo de enseñar a tocar el arpa a Mad. Adelaïde, tía del Rey, y para que se vea la osadía y atrevimiento de este mozo, conviene referir el hecho siguiente. Un   —311→   día que, queriendo esta Princesa gratificarle, le dio una caja en que estaba su retrato, tuvo la imprudencia de decirle: Il ne manque ici que le portrail du maître, lo cual indignó, como era debido, a esta Princesa. Logró, pues, por medio de su caudal y protección, pasar a América con la comisión secreta que arriba se ha dicho. Se formó así una renta pingüe, e hizo una gran casa y jardín enfrente de la Bastilla, que le ha costado más de 500.000 libras, y encima de la cual ha puesto últimamente, para mayor seguridad, porque temía la insultasen: L'an premier de la liberté, inscripción que hace ver su patriotismo, que cuando es útil adopta, como adoptaría lo contrario por poco que le conviniese.

Como su único fin era hacer su fortuna, le era indiferente el que, por conseguirla, se empeñase la Francia en una guerra que le costó un millar y 400 millones de libras (esto es, dos millares y 600 millones de reales de vellón), y que esta deuda y los principios de independencia que aprendieron allí los franceses haya sido el origen inmediato de su actual revolución y de los males que de ella resulten a la Francia.

A la verdad, que siempre que paso por dicha casa de Beaumarcháis, me estremezco al considerar los efectos que trae consigo la ambición de un particular mal dirigida; y si este efecto produce en mi dicha casa, sin ser francés, no   —312→   extrañaría la quemase uno que lo fuese, y que, arrebatado de su patriotismo, se dejase llevar de las ideas que éste podría inspirarle; pero le salva lo poco que son los que reflexionan y profundizan las cosas.

En este mismo año de 74 paso de América a París el famoso Franklin, que fue el principal motor y director de la conducta de su patria. Había empezado éste por trabajar en una imprenta, y adquirido por este medio el gusto del estudio, hizo grandes progresos en la física, y adquirió en ella y en el arte de gobernar un concepto que (con justicia o sin ella en esta última parte, de lo cual prescindo) inmortalizará su memoria.

El entusiasmo con que hemos visto se miraban en Francia los asuntos de América, aumento aún más con la llegada de Franklin, e hicieron con él las mayores demostraciones, teniéndose por dichosas las damas más lindas, jóvenes y petimetras, el día que le tenían a su lado o que les hacía alguna distinción.

Con tales principios, era difícil no consiguiese en breve su intento, y así se firmaron los preliminares del Tratado con la Francia en 17 de Septiembre de 77, concluyéndose éste enteramente en 26 de Febrero de 78.

En este año continuó la guerra en América, y los americanos tuvieron, entre otras ventajas,   —313→   la de ganar la batalla de Monmouth, en cuya victoria tuvo la mayor parte el caballero Thomás Mauduit, mi amigo, que, haciendo pasar seis cañones por un terreno fangoso que los enemigos creían impenetrable, los tomó por el flanco, obligando a los ingleses a retirarse precipitadamente. Este oficial hizo distinguidos servicios en la guerra de América, y posteriormente en esta revolución de la isla de Santo Domingo. En premio de ellas le habían dado el regimiento de infantería de Puerto Príncipe, cuyos soldados, después de haberle amado como padre, le asesinaron el día 4 de Marzo de este año de 91, seducidos y engañados por un partido de facciosos, de que ha sido la víctima, como puede verse más por menor en el extracto que he escrito de su vida, haciéndole imprimir con su retrato.

Hállase de ello un testimonio auténtico en la página 36 del tomo II de L'Histoire impartiale des événemens militaire et politiques de la dernière guerre, citado más arriba.

El Doctor B. Rusb dice, entre otras cosas, en una carta, hablando del caballero de Mauduit lo que se hallará en la nota 21.ª

Concluido ya, como hemos visto, el Tratado de alianza entre los franceses y americanos, y reconocida por aquellos su independencia, era preciso obrasen aquéllos con arreglo a él.

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El carácter francés es naturalmente ligero, inquieto, ambicioso y dominantes y el día de hoy es lo mismo que lo defina César cuando decía de ellos: Nimium feroces ut liberi sint; nimium superbi ut serviant. Son muy pocos los individuos que no lo acrediten así, aún en los países extranjeros, queriendo dar en ellos el tono y la ley; y esto, los mismos infelices peluqueros y artistas, que se ven obligados a salir para buscar su subsistencia. Así me lo dijo en una ocasión, hablando de esto, mi tía la Duquesa de Rohan (que Dios haya): Nos françois ne vont pas voir les autres pays; ils n'y vont que pour se faire voir. Por consiguiente, sería difícil que el Gobierno no se resintiese de estas calidades. Cualquiera que lea con reflexión la historia de Francia, verá que ellas han sido la causa de las continuas divisiones y discordias intestinas del reino. Verá también que, sujetos bajo el Gobierno firme del Cardenal de Richelieu, aunque por medio de él y del sistema que estableció se reunió y tranquilizó en su interior la Francia, empezó su Gabinete a ejercitar su predominio e intriga sobre las demás Cortes de la Europa. Autorizábanse a hacerlo por su posición, que decían les obligaba á prévenir les événemens pour ne pas se voir obligés à être entraînés par eux. De esto ha resultado que nada se hacía en la Europa en que no tuviesen parte activa, siendo París el centro de   —315→   las negociaciones, como lo había sido Roma en el tiempo que los Papas disponían a su arbitrio de los Imperios.

La Francia fue la que sostuvo las revoluciones de Holanda y Portugal contra la España. Ella ha apoyado últimamente la segunda de Holanda en este año de 87, igualmente que la de América, y así, era preciso fuese la primera que reconociese, como lo hizo, su independencia. No es, pues, extraño ni injusto que, habiendo protegido tanto el espíritu de ella, se vea reducida en el día a ser la víctima de sus resultas.

Instruidos los ingleses de la conducta de la Francia, se prepararon a tratarla como enemiga, e hicieron salir una escuadra, compuesta de 25 navíos de línea, a las Órdenes del Almirante Keppel. Los franceses armaron a toda prisa la suya en Brest, y su comandante, el Conde de Orvilliers, hizo adelantar algunas fragatas que, cruzando en la Mancha, reconociesen los movimientos de la escuadra enemiga.

Se encontró la inglesa con las dos fragatas francesas la Licorne y la Palas, sobre las cuales tiraron con bala, pretendiendo debían bajar el pabellón; pero no habiéndolo hecho, y sí respondido con una descarga de fusilería, se vieron forzadas por la escuadra a rendirse, y las condujeron como presas a Porsmouth.

Otra fragata inglesa, llamada la Aretusa, se   —316→   encontró el 17 de Junio con la francesa llamada la Belle Poule, mandada por Mr. Clocheterie. Intimado éste por el Comandante de la fragata inglesa de venir a presentarse al Comandante de su escuadra, lo rehusó, diciendo que la comisión que tenía no le permitía perder tiempo. Entonces, queriendo el inglés obligarle a ejecutarlo por la fuerza, se empeñó a tiro de pistola un combate el más sangriento, que obligó a la fragata inglesa a retirarse, tan maltratada, que ya no respondía al fuego del enemigo, siéndole imposible a la francesa el perseguirla sin caer en medio de la escuadra inglesa. Esto le obligó a retirarse al puerto de Brest, donde fue recibida con los aplausos debidos al valor y buena conducta de sus jefes y marinería.

Noticioso Keppel de que las fuerzas que se preparaban en Brest eran muy superiores (pues la escuadra francesa se componía de 33 navíos, y la suya sólo de 23), resolvió retirarse a la rada de Santa Elena el día 27 de Junio, habiendo dejado en crucero dos navíos y tres fragatas, que condujeron a Porsmouth dos buques mercantes franceses, con pretexto de llevar cargamento a la América. Estos buques persiguieron a la fragata francesa la Efigenia, que, en su retirada, atacó e hizo prisionera a la inglesa la Libely.

Este pronto regresó de Keppel excitó mucho disgustó en el pueblo inglés, que culpaba, no al   —317→   General, sino al Ministerio, por haber hecho salir la escuadra, exagerando antes la superioridad de sus fuerzas, para obligarles a retirarse vergonzosamente pocos días después por la reconocida inferioridad de ella. Estas hostilidades dieron ocasión, como siempre, de escribir varios papeles, inútiles para comprobar cuál de las dos partes había sido la agresora, lo cual justifican bastante los mismos hechos referidos arriba. Pero aun cuando por ellos parece no queda duda de haber sido los ingleses los agresores, tomando la cosa en su origen, los verdaderos agresores fueron sin duda los que, reconociendo la independencia de unos vasallos rebeldes, y tratando con ellos, fueron los primeros que faltaron directamente a la buena fe y buena inteligencia debida a la Inglaterra, con quien estaban en plena paz.

El día 8 de julio salió finalmente de Brest la flota francesa, compuesta de 31 navíos de línea, seis fragatas, dos brulotes y dos bastimentos pequeños, y se reforzó luego con un navío y cuatro fragatas. El Almirante Keppel volvió a hacerse a la mar, reforzado ya hasta: el número de 30 navíos.

Avistáronse las dos escuadras durante cinco días, en los cuales se separaron de la francesa algunos navíos, y así quedó ésta inferior en número a la inglesa. No obstante esto, habiéndose   —318→   empeñado en un combate las dos escuadras el día 27, en la altura de Ouessand, fue éste sumamente reñido, y los ingleses perdieron en él más de 1.500 hombres, y se retiraron, muy maltratados, por la noche, a repararse a Porsmouth, habiendo apagado sus faroles para poderlo ejecutar tranquilamente. Mr. D'Orvilliers conservó el campo de batalla hasta el día siguiente, y se retiró el 29 a Brest a repararse igualmente de lo que había padecido.

Este reñido combate, en que los dos partidos cantaban la victoria (como se ha visto varias veces), no tuvo otra consecuencia que la de reemplazar sangrientamente un Manifiesto tranquilo que autorizase la declaración de guerra con un rompimiento de hecho, en que padeció mucho más la humanidad sin utilidad ninguna. Tanto en Londres como en París fue muy bien recibida la noticia de esta pretendida victoria; pero cuando llegaron posteriores y más verdaderos detalles del programa, se cambió el regocijo en crítica, dolor y sentimiento. El duque de Chartres (hoy de Orleans), que, como voluntario, había ido en la flota, llevó a Versailles este aviso, y fue recibido allí y en París con el mayor entusiasmo en el primer momento. Cesó después éste, mudándose en una opinión bien diferente que hacía poco honor a la conducta personal del Duque de Chartres, a la cual se   —319→   atribuía el no haber sido batidos los ingleses. Sea de esto lo que fuese, lo cierto es que se dio al Duque de Chartres el mando general de las tropas ligeras, lo que prueba a lo menos que había dado pocas esperanzas para la carrera marítima, y que no eran mucho mayores las que podían fundarse sobre él para la carrera de tierra, ni para el mando de los ejércitos, a que su nacimiento parecía destinarle. Parece que un premio semejante, después de un combate de mar, era sólo el efecto de la necesidad de acreditar al público, en honor al Duque, que S. M. y la marina reconocían en dicho Príncipe más valor personal que calidades para el mando.

Dicen que acaeció precisamente en aquel tiempo en Londres, entre dos cocheros, en Ludgate-Hill, una de aquellas peleas que se ven frecuentemente en aquella ciudad, y que el público dijo ser un mal remedo del combate de Ouessand. Después de un largo rato de combate, uno de los campeones dio al otro una puñada que le echó en el arroyo. Queriendo entonces sacar partido de su situación, determinó quedarse allí tranquilo descansando. Dijo al otro uno de los espectadores que por qué no le hacía levantar para continuar la pelea o confesar que estaba batido. El que quedó en pie, que también estaba cansado de pelear, respondió que estaba esperando a que se levantase su compañero para continuar la pelea como hombre   —320→   de bien. (Es de notar que no es permitido, según las leyes establecidas por estos combates, tocar al que cae en el suelo ínterin no se levanta.) Entretanto, vino la noche, y entonces cada cual se retiró a la taberna más inmediata a contar su victoria. Después de frescos, y de decir que, en estando convalecidos, volverían a medir sus fuerzas, el uno se fue a su casa por el camino más corto, y el otro perdió el camino, sin saber adonde estaba hasta que se vio a la puerta de la suya.

A la verdad que es muy doloroso dar un combate tan sangriento para que lo mejor que resulte de él sea una chanza de esta especie. Con todo, tuvo un efecto directo y favorable para los ingleses, pues habiéndose retirado después de él la flota francesa, pudieron entrar libremente sus navíos mercantes que venían de la India, y cuya carga excedía del valor de millón y medio de libras esterlinas.

Por otra parte, la Francia hizo ver a la Europa que, aun con fuerzas inferiores, no debía temer el presentarse a la marina inglesa.

Luego que, verificado el combate de Ouessand, no quedaba ya duda ni interpretación que dar a las intenciones de la Francia, empezó ya la Corte de Versailles a reclamar abiertamente los socorros estipulados por el Pacto de familia. Acababa de llegar a Madrid como Embajador   —321→   de Francia el Conde de Montmorin, que había relevado en ella al Marqués de Ossun, el cual había más de veinte años se hallaba de Embajador cerca del Rey Carlos, a quien había acompañado en calidad de tal desde Nápoles. Como este amable Soberano se aficionaba a las personas que trataba, y que, además de esto, la edad y aspecto respetable de este Embajador prevenía a su favor y agradaba al Rey, le vio S. M. partir con sentimiento, tanto más, que recelaba hubiese en su retiro personalidades e intrigas de la Corte de Francia, diametralmente opuestas a su personal carácter.

El Conde de Montmorin, a quien el Rey de Francia profesaba una particular inclinación por haber sido su menino, tenía entonces poco más de treinta años, y sólo había estado empleado en Alemania en la pequeña Corte de Coblentz, de donde el mismo Rey le sacó para la Embajada de España. Estos antecedentes, y la poca representación exterior de su persona, hicieron que el Rey, que naturalmente no gustaba de ver caras nuevas, hallase dificultad en acostumbrarse a la suya en lugar de la del viejo Ossun, y así tuvo Montmorin un noviciado algo duro, y que hacía más difícil el logro de su principal comisión, que era empeñarnos en la guerra. Había también algo de política de nuestra parte en tratarle con frialdad, para adormecer   —322→   más por este medio al Embajador de Inglaterra, Mylord Grantham, y hacerle ver nuestra repugnancia a prestarnos a entrar en guerra contra los ingleses, apoyando la revolución de sus Colonias. Tenía tanta más razón para creerlo, que la separación y el establecimiento de un Imperio independiente en el continente de la América debía ser más dañoso para la España que para ninguna otra potencia de la Europa.

Rehusó, pues, la España cuanto pudo el entrar en esta guerra, y, entre otros argumentos que hizo a la Francia para disuadirla, uno de ellos parece no admitía réplica. Decía, pues: o las Colonias tienen por sí fuerzas suficientes para separarse de la Inglaterra, o no. En el primer caso, no necesitan de nuestro socorro, y nosotros podemos evitar el dar a la Inglaterra un justo motivo de queja para lo sucesivo, como lo haríamos declarándonos abiertamente por sus Colonias. Tanto éstas, como la Gran Bretaña, quedarán suficientemente debilitadas después de haber sostenido una guerra, de la cual resultará la separación, a que la Francia aspira. Si, al contrario, la Inglaterra logra sujetar las Colonias, las reconquistará arruinadas, y además de lo que se debilitará ella misma para conseguirlo, en vez de serle de la utilidad de antes, ofendidas por la humillación actual, se exaltará más, en vez de apagarse, su natural espíritu de   —323→   independencia, y serán un objeto de carga y de continua discusión para la Inglaterra, que necesitará mantenerlas en sujeción por una fuerza enteramente contraria a su constitución. De esto deberá resultar indispensablemente un continuo contraste y guerra intestina que los devore y debilite recíprocamente por mucho tiempo.

Con todo, los franceses tenían tomado su partido, como se ha visto, y habían contado, como siempre, arrastrarnos a él. Todo lo que pudo lograr la Corte de España fue entretener y dilatar la negociación que entabló con la Inglaterra, para dar tiempo a que entrase libre en Cádiz, como efectivamente sucedió, la flota que se esperaba de América.

El Marqués de Almodóvar, a quien yo relevé en la Embajada de Portugal, pasó de ella a la de Londres, para acreditar más las intenciones pacíficas de la España.

Tenía ésta también otro poderoso motivo para retardar su declaración de guerra. Había muerto en aquellas circunstancias en Alemania, sin dejar sucesión, Maximiliano Josef, Elector de Baviera, cuyos Estados debía heredar, como pariente más inmediato, el Elector Palatino. Reconociendo éste desde luego los derechos que el Emperador pretendía tener sobre una gran parte de sus nuevos Estados, contigua a los suyos, hizo con él un pacto a los cuatro días de la   —324→   muerte de su predecesor. Celoso, y con razón, el Rey de Prusia, de este aumento de poder de su rival, movió secretamente por medio del Coronel Goertz al Duque de Dos Puentes, para que, como inmediato heredero del Palatino, se opusiese abiertamente a dicho pacto y pidiese auxilio a la misma Prusia para sostener sus derechos o impedir el engrandecimiento de la Casa de Austria, en perjuicio del equilibrio del Imperio. Escribió, pues, una carta al Rey de Prusia, que   —325→   sólo esperaba este título para autorizarse a salir a campaña, como lo hizo, poniéndose a la frente de 100.000 hombres, a que se unieron 20.000 sajones.

El día 5 de Julio entraron los prusianas en Bohemia por dos partes diferentes: la una por Sajonia, a las órdenes del Rey, y la otra por la Silesia, a las órdenes del Gran Príncipe Enrique de Prusia. Fue tal la conducta del respetable y experimentado General Laudon, que mandaba el ejército del Emperador, que, apostado ventajosamente sobre el Elba, le fue preciso al Príncipe Enrique abandonar la Bohemia, sin poder verificar su reunión premeditada con el ejército del Rey de Prusia. Pasóse el verano sin que ocurriese particular acción. Las tropas ligeras hicieron varias incursiones en Sajonia, y Laudon hubiera tomado a Dresde, si las órdenes de la Emperatriz madre, María Teresa, que sólo aspiraba a la paz, no se lo hubiesen impedido.

Las operaciones militares del invierno sólo se verificaron en el Condado de Glatz, donde el General Wurmser se distinguió contra los prusianos, y asaltó y deshizo en Habelschwerdt el cuerpo que mandaba el Príncipe de Hesse-Philipstad, que se vio precisado a rendirse a los austriacos, dejándoles dueños de la ciudad, almacenes y establecimientos que en ella tenían.

La Francia y la Rusia debían por sus Tratados particulares dar respectivamente socorro al Emperador y a la Prusia. Pero como por una parte no veían resultarles interés directo en la decisión de esta disputa, y por otra la Francia aspiraba a hacer la guerra a la Inglaterra, y los tártaros de Crimea amenazaban a la Emperatriz, ésta y el Rey de Francia tuvieron por conveniente preferir el ser mediadores a obrar como auxiliares. Conviniéronse, pues, en un armisticio las dos potencias beligerantes, y se entabló la negociación de paz en Teschen. Rehusaba el Emperador prestarse a ninguna de las proposiciones que se le hacían, sobre lo cual estuvo para romper con su madre. Esta le envió al Gran Duque de Toscana, que había hecho venir de Italia a este fin, conociendo la influencia que tenía sobre el espíritu de su hermano. Le recibió S. M. I. con bastante frialdad; pero al   —326→   fin cedió a sus razones, y más aún a las instancias de su madre, y se firmó la paz el día 15 de Mayo. Por ella restituyó el Emperador una parte de lo que había tomado en Baviera, reservándose la que hay entre el Danubio y el Inn, la ciudad de Salzburg, que une el Tirol con la Austria superior, y las de Braunau y Schärding, siendo la Francia y la Rusia garantes del cumplimiento del Tratado.

Desembarazada ya la Francia del justo recelo que teñía la España de verla empeñada a un mismo tiempo en una guerra de mar y de tierra, pudo ya el Rey Carlos tomar decididamente su partido y dar en consecuencia sus órdenes positivas al Embajador, Marqués de Almodóvar, que se hallaba en Londres. Mandóle retirarse de aquella Corte luego que hubiese entregado el Manifiesto de la declaración de guerra, y lo ejecutó en 16 de junio de 79.

El 23 de aquel mismo mes salió de Cádiz la escuadra española, a las órdenes del Teniente general D. Luis de Córdoba, compuesta de 33 navíos de línea, a los cuales debían unirse en la altura del Ferrol otros ocho, mandados por Don Juan de Arce. Hubo algún retardo en esta reunión por falta de inteligencia en las señales, a que dijeron haberse añadido otros motivos particulares y personales que se atribuyeron a dicho Arce; pero justificado éste, recayó la culpa   —327→   sobre el Mayor de la escuadra, Thomaseo, a quien se quitó este encargo, que desempeñó después con el mayor acierto y distinción mi amigo D. José Mazarredo, que se ha acreditado como un oficial del mayor mérito, no sólo en la escuadra española, sino en la combinada y en la enemiga.

No obstante el retardo, el 21 de Julio se reunió toda la escuadra española, compuesta de 40 navíos de línea, y el 23 se incorporaron 24 navíos de la escuadra de Córdoba a los 26 que tenía Orvilliers, quedando Córdoba con 16 en el cuerpo de reserva.

El día 6 de Agosto se hizo en Ouessant la reunión total de ambas escuadras, que se dividieron de este modo:

El cuerpo principal de la escuadra reunida constaba de 45 navíos de línea, a las órdenes del General Conde d'Orvilliers. Córdoba mandaba sus 16 navíos españoles, que formaban un cuerpo de observación, y Mr. de la Touche Treville otros cinco, que formaban una escuadra ligera. Orvilliers estaba en el centro, Guichen a la derecha y Gaston a la izquierda de la línea de batalla. Reinó constantemente la mayor armonía y buena inteligencia entre los oficiales y marinería, que parecían de una misma nación y creo puede decirse no ha habido jamás dos escuadras más unidas. La permanencia de esta   —328→   buena inteligencia, que es de desear dure, será siempre el mayor enemigo de la Inglaterra.

El Almirante Hardy, que mandaba la escuadra inglesa, aunque tenía más número de navíos de tres puentes, y que sus buques eran más uniformemente veleros, se hallaba con todo con 23 navíos y 1.500 cañones de menos que la escuadra combinada. Por consiguiente, le era imposible empeñar un combate, y sólo debía limitar sus operaciones a procurar evitarle y a proteger la entrada de los crecidos y ricos convoyes que esperaba su comercio, y a defender las costas de Inglaterra, sobre las cuales se amenazaba un desembarco.

Había, efectivamente, en los puertos del Havre, Honficur y Saint Malo un cuerpo de tropas, a las órdenes de Mr. de Vaux, conquistador de Córcega. Estaba dividido en cuatro columnas, cada una de 12 batallones, y la vanguardia debía componerse de la legión de Lauzun y de seis batallones de granaderos y cazadores, a las órdenes del Conde de Rochambeau. Dos regimientos de artillería, dos batallones del regimiento de París, destinados a servirla, 400 húsares y 400 dragones de los regimientos de la Rochefoucauld y de Noailles debían completar este ejército, para cuyo transporte se hallaban prontos en los puertos 500 buques. A más de éstos, había también en Dunquerque los necesarios   —329→   para conducir un cuerpo de 18.000 hombres, que, a las órdenes de mi tío el Duque de Chabot, estaba destinado a auxiliar las operaciones del ejército de Mr. de Vaux.

Todos estos gastos y preparativos fueron inútiles, y hay quien dice no tuvieron nunca otro objeto que el de ocupar toda la atención de los ingleses en la defensa de su isla, para impedirles pudiesen reforzarse en América, donde quería darse el golpe de la independencia.

El 14 de Agosto entró en la Mancha la escuadra combinada, que sufrió en ella temporales bastante fuertes. Se presentó delante de Plimouth, donde causó su vista la mayor inquietud, no dudando que, instruidos del mal estado en que se hallaba la plaza, iban a verificar un desembarco para arruinar aquel rico arsenal, que era el mayor golpe que podía darse a la Inglaterra, destruyendo por este medio su marina. El Conde Robert de Paradès, embarcado a bordo de la escuadra francesa, hombre de la mayor actividad e intrepidez, había tenido medios de introducirse en Inglaterra y de facilitarse inteligencias en Plimotith y sobre las costas meridionales de aquella isla. El que lea las Memorias secretas que escribió a su salida de la Bastilla, no podrá ver sin dolor que con fuerzas tan considerables se perdiese una ocasión única de abatir a poca costa el orgullo inglés. Estas Memorias   —330→   se han impreso en el año de 1789, y merecen leerse para admirar lo que puede la inteligencia y actividad de un hombre en esta parte.

El Almirante Hardy se vio obligado por el tiempo a caer sobre las islas Sorlingas, y sabiéndolo el 25 los Generales de la escuadra combinada, se dirigieron a atacarle. El 31 llegaron a avistarse las escuadras; pero la destreza de Hardy, la ligereza uniforme de la marcha de sus buques y una equivocación de la escuadra combinada, sumamente dichosa para él, hizo que el día 3 de Septiembre pudiese llegar a la rada de Santa Elena, anclando al día siguiente en Spithead. La escuadra combinada entró toda en Brest desde el 12 al 14 de aquel mes, y así tuvieron los ingleses la fortuna de que llegasen a salvamento 303 buques del convoy de la Jamaica, 280 de las Antillas y II navíos que venían de Bengala y de la China, sobre los cuales estaba el comercio de Inglaterra en la inquietud que era regular, a vista de las fuerzas enemigas que se hallaban en la Mancha. Es difícil de perder en menos de dos meses tantas buenas ocasiones de hacer a poca costa un gran mal, a su enemigo. El único fruto de este crucero fue la toma del navío inglés de guerra de 64 El Ardiente, mandado por el Capitán Felipe Boteler, con 523 hombres de tripulación. Salió éste de Plimouth, y creyendo ser la escuadra francesa   —331→   la del General Hardy, caminaba hacia ella con confianza; pero, atacado por el caballero de Marigny, que mandaba la fragata la Juno, a quien se unió después el Barón de Mengaud, Comandante de la Gentille, obligaron al navío inglés a rendirse, y, conducido a Brest, pudo, después de una corta reparación, salir incorporado a la escuadra francesa, bajo el mando del mismo caballero de Marigny, que le había apresado.

Era muy considerable el número de enfermos de la escuadra francesa, siendo sumamente corto el de la española. Algunos, y, entre otros, el autor de la Historia imparcial, citada arriba, quieren atribuir esta diferencia a que, siendo frescas las provisiones de la escuadra francesa y saladas las nuestras, estaban aquellas más expuestas a la corrupción; pero yo he oído a muchos oficiales imparciales que la verdadera causa de esto fue el mayor aseo y cuidado que hay en nuestros navíos de airearlos y regarlos a menudo con vinagre. Como he confirmado por la experiencia que en general el interior de las casas francesas son sumamente puercas, no extrañaré lo sean aún más sus navíos, donde se necesita doble cuidado para mantener la limpieza y pureza de aire.

El Conde de Orvilliers, que había perdido a su hijo de enfermedad en esta campaña, afligido con esta pérdida, y con la culpa que injustamente   —332→   le atribuían del poco suceso de la campaña, pidió su dimisión, y dejó el mando de la escuadra al Conde Duchaffault, que en el combate de Ouessant habla tenido también el dolor de ver caer muerto a sus pies de un balazo a un hijo suyo. La actividad de este General hizo que a últimos de Octubre volviese a salir al mar la escuadra, bien que en menor número, a causa de los enfermos; pero reforzadas las tripulaciones con las de los buques que quedaron en el puerto. Con todo, la escuadra combinada era siempre superior a la inglesa, la cual fue a visitar a Porsmouth el lord Sandwith, mandándole se hiciese a la vela al primer viento favorable. Pero esta nueva salida no tuvo resulta alguna, y adelantándose la estación, se retiró nuevamente al puerto la escuadra inglesa.

Después del combate de Ouessant enviaron ya los franceses a América una escuadra, que salió de Tolón a las órdenes del Conde d'Estaing; pero combatida por los vientos contrarios, tardó mucho en poder desembocar el Estrecho de Gibraltar, sin lo cual acaso los primeros socorros de la Francia hubieran sido suficientes para decidir favorablemente la suerte de las Colonias. Continuaban, pues, en ellas las hostilidades, y si los colonos, aún estando solos, habían sido suficientes para contener a los ingleses, el socorro de un aliado poderoso como   —333→   la Francia los hacía mucho más temibles. Los sucesos fueron varios; pero los americanos sacaban ventaja de los favorables, sin descaecer por los adversos. Como el entrar en el pormenor de los hechos de esta guerra exigiría una obra sola, y sería ajeno de mi objeto, me remito en el particular a las dos citadas más arriba, en que podrán hallarse, y trataré únicamente por mayor de los que pertenezcan a la España.

Hallábase de Gobernador de la Luisiana Don Bernardo de Gálvez, sobrino del Marqués de Sonora, Ministro de Indias, mozo de valor y de excelentes calidades, y queriendo dar muestras de uno y otro, envió una expedición, que se apoderó de los fuertes de Natchez, Misilimakinac, Panmure (?) y Batonrouge, situados sobre las orillas del Mississipi, por cuyo medio se internó mucho por este río, y aumentó la España un terreno considerable y sumamente fértil, facilitando al mismo tiempo el comercio de pieles. Además de esto, frustró Gálvez por este medio los proyectos que tenían contratados el General Campbell y el Brigadier Stuard, los cuales se descubrieron más claramente por las cartas que se interceptaron, en que se vio las maniobras secretas que hacían para levantar a los indios contra los españoles.

Por otro lado, D. Roberto Rivas, Gobernador interino de la provincia de Yucatán, pensó en   —334→   destruir todos los establecimientos que los ingleses habían hecho indebidamente en la bahía de Honduras, abusando del art. 16 del último Tratado de paz, en que se les había permitido el corte del palo de campeche y las chozas meramente necesarias para hacerle, pero sin establecimiento formal ni fortificación. Mientras Rivas se apoderaba de las que allí tenían, el Coronel Darlimple y Lutrel salieron de la Jamaica para apoderarse, como lo hicieron, del puerto de San Fernando de Omoa, que es la llave de la bahía de Honduras, y la comunicación en tiempo de guerra de la provincia de Guatemala y de toda aquella parte, por cuya razón se había fortificado a toda costa. Fiado en esto Rivas, obró sin la debida precaución, y no creyendo pudiesen venir a atacar aquel puesto, no lo dejó suficientemente reforzado cuando marchó a su expedición de Honduras. Aunque sólo se hallaron 8.000 pesos fuertes en las cajas de Omoa, se calcula había tres millones de pesos en los registros que allí se tomaron, sin contar los frutos de América, ni 250 quintales de plata labrada que había ido de Europa. Luego que supo Rivas esta desgracia, se dirigió a marchas forzadas para rechazar a los ingleses, que tuvieron que abandonar su conquista pocos meses después, clavando los cañones. No se utilizaron éstos tampoco de las riquezas que tomaron,   —335→   pues el navío Leviathan, en que las cargaron, pereció en una en una tempestad, en que se perdió también un rico convoy que pasaba de Jamaica a Europa, escoltado por el navío de guerra el Carolte. Los ingleses tomaron el navío San Carlos, de 50 cañones, que pasaba de Cádiz a Cartagena de Indias, cargado de cañones y municiones de guerra.

Animado Gálvez con sus primeras conquistas, pensó extenderlas, apoderándose del fuerte de la Mobila y Pansacola. El primero capituló el día 10 de Marzo del 80; pero fue preciso suspender hasta el año siguiente la toma del segundo, porque la empresa era más difícil. Entretanto, los ingleses se apoderaron del fuerte de San Juan, que les abría la comunicación con el nuevo reino de Granada; pero Don Roberto Rivas, el Teniente coronel D. Francisco Piñeiroy D. Josef Urrutia lograron desalojarlos enteramente, y con muy poca pérdida, de toda la provincia de Campeche, tomándoles 300 esclavos, 10 goletas y otras 40 embarcaciones menores, y haciéndoles otros daños, que, según su evaluación, ascendieron a un millón de duros.

Una de las principales ventajas que se propuso lograr el Rey Carlos en esta guerra fue la recuperación de Mahón y Gibraltar. La honradez y hombría de bien de este Monarca le habían inspirado constantemente el deseo de restituir   —336→   a la nación, siempre que lo pudiese, estos dos importantes puestos, que había perdido al principio del siglo por poner la Corona sobre las sienes de su padre. Si el amor que le profesaba le hizo desde luego que llegó a España mandar pagar las deudas a los particulares, no es extraño desease pagar a la nación entera la que conocía había contraído en su obsequio. Resolvió, pues, atacar por mar y tierra la plaza de Gibraltar, a cuyo objeto destinó 26 batallones de infantería y 12 escuadrones de caballería, a las órdenes del Teniente general D. Martín Álvarez de Sotomayor, confiando el bloqueo por mar al jefe de la escuadra, D. Antonio Barceló, que, a haberse declarado unos días antes la guerra, hubiera podido apresar varios socorros que entraron en la plaza, que fue embestida a últimos de Julio de 79.

S. M. lo hizo saber a todas las potencias de la Europa, intimándoles sería tomado como de buena presa cualquiera buque que, pasando el Estrecho, se le viese dirigir su rumbo a Gibraltar. Con todo, se experimentaba en ella mucha falta de víveres y municiones, por lo cual, y aun más probablemente por conocer la superioridad de su situación, molestaron muy poco a los principios los trabajos de los sitiadores, que llegaron hasta unas 500 toesas de la plaza.

  —337→  

Mandaba en ella el General Elliot, cuya reputación era muy conocida, y que por su constancia, frugalidad y demás calidades, reunía cuantas podían apetecerse para la crítica situación en que se hallaba. Tenía bajo sus órdenes 5.000 hombres, la mayor parte hanoverianos. Si Gibraltar hubiera sido una plaza situada en un peñasco escarpado por todos lados, pero reducido al circuito de una fortificación regular, hubiera cedido sin duda a los esfuerzos de los sitiadores; pero la situación de esta plaza la hace absolutamente inconquistable, a no mediar una traición de parte de los que están dentro, o uno de aquellos inesperados sucesos de la fortuna que ni pueden preveerse ni calcularse.

Hállase la ciudad de Gibraltar situada al pie de la montaña de este nombre, abrigada y defendida por toda ella. Está coronada de baterías, colocadas algunas en galerías hechas dentro del mismo monte, donde se está enteramente al abrigo de la bomba, y aun del cañón, que dirigido de abajo arriba, no puede hacer el efecto que debiera, El General Elliot es quien más ha trabajado en esta especie de obras. La altura de más de 1.500 pasos de perpendicular que tiene esta montaña hace que sus baterías dominen enteramente los sitiadores, sobre los cuales tiran poco menos que perpendicularmente. Los sitiadores sólo pueden acercarse a la plaza   —338→   por una lengua de arena que la une al continente, y que dificulta mucho los trabajos de la trinchera.

Esta montaña tiene más de tres millas de largo desde la Puerta de Tierra de la plaza hasta la punta de Europa, de modo que no se trata sólo de tomar una plaza regular, aun la más fortificada, sino un espacio de terreno en el cual su extensión permite plantar verduras, tener ganados, y buscar otros mil arbitrios contra la escasez, que no pueden hallarse en una plaza reducida sólo a su recinto. A más de esto, la facilidad de la pesca es otro recurso no común en las demás plazas. Su situación en medio del mar hace que descubierta y aireada aquella extensión de terreno, los sitiados que pueden pasearse y tomar el aire libremente, no están expuestos a las enfermedades y miseria que proporciona tantas ventajas a los sitiadores la falta de estos recursos (sic). Tienen también otro, único en su especie, que es el estar tranquilos y al abrigo de la bomba en las cuevas que a este fin tienen hechas en la montaña, donde, o no llegan, o las ven caer tranquilamente como si fuese una fiesta de pólvora. La fuerza de las corrientes del Estrecho y de los vientos que entran por él, ofrecen también un medio único, sobre los generales que proporciona la incertidumbre de la mar, para que puedan con facilidad   —339→   introducirse por ella los socorros, sin que todas las escuadras del mundo sean capaces de impedirlo enteramente. Efectivamente, no obstante la infatigable actividad de la escuadra nuestra que apresó más de 300 buques, el cálculo que hacían los negociantes de Lisboa, donde yo me hallaba, era que de cada tres buques entraba uno, y bajo este pie se arreglaban para asegurarlos, y ganaron muy buenos reales. Esto mismo prueba la actividad de nuestra escuadra, pues se ve hizo cuanto puede hacerse en aquella situación.

Tenían los navíos de guerra y corsarios ingleses, y, sobre todo, los buques destinados a la comisión furtiva de Gibraltar, un asilo seguro en los puertos de Portugal, particularmente en los del Algarbe, de donde salían con viento hecho, seguros de que nadie podría impedirles la entrada en la plaza Los Cónsules ingleses del Algarbe, y sobre todo el de Tavira, enviaban continuamente barcos portugueses con refrescos y víveres a la plaza, de los cuales tomamos algunos. El Ministerio portugués hacía la vista gorda a su salida, coloreada siempre con falsos pretextos, por no disgustar a los ingleses; pero al mismo tiempo se manifestaba muy sentido, y convenía en que se tratase con todo rigor a los que apresásemos haciendo este tráfico.

Todo esto prueba la infinidad de razones poderosas   —340→   y peculiares que hay para considerar como inconquistable a Gibraltar. Esta plaza hubiera podido sin duda adquirirse, si desde luego que declaró la España la guerra, hubiera dirigido sus fuerzas contra la Jamaica que, hallándose entonces desproveída, hubiera sido una conquista segura y fácil, y por su restitución hubieran dado los ingleses diez Gibraltares.

Hubo en este año de 79 en la Mancha varios encuentros particulares que hicieron mucho honor a la marina francesa, entre los cuales el más distinguido fue el que tuvieron la fragata francesa La Surveillante, mandada por el Caballero Couëdic, teniente de navío, y la inglesa La Quebec, mandada por el capitán Jorge Farmer. Ambas eran de 30 cañones de a 16 y 12 libras de bala, y cruzaban para observar los movimientos de su escuadra, teniendo cada una consigo un cuter. Se atacaron las dos fragatas el día 6 de Octubre, y empezó el combate con una andanada a metralla que disparó la fragata inglesa a la francesa, estando a un tiro corto de pistola de ella, de modo que sus vergas se tocaron varias veces en el combate, que duró más de tres horas. Desarboló enteramente la fragata inglesa a la francesa, que poco después hizo lo mismo con aquélla, echándose inmediatamente sobre ella al abordaje. Una de las granadas que echaron los franceses para prepararse a él, pegó   —341→   fuego a un depósito de pólvora que tenían los ingleses en la proa, y sin la actividad infatigable de la marinería francesa, se hubiera comunicado el fuego a su fragata, cuyo bauprés se hallaba enredado en el cordaje de la inglesa. De 300 hombres que tenía, perecieron 257, y entre ellos su capitana Farmer, no habiendo podido salvar los franceses más que 43 hombres, a los cuales tuvieron la noble generosidad de darles su libertad luego que llegaron a Brest el día 8 de Octubre, considerando no debían ser prisioneros unos hombres tan valerosos. El Capitán Couëdic tuvo tres heridas, la una de ellas en el estómago, que se creyó mortal; pero aun estando así, se mandó transportar al alcázar, y desde allí mandó el abordaje. Tuvo la fragata francesa 36 hombres muertos y cerca de 100 heridos. Los dos cuters trabaron igualmente combate, y Mr. de Roquefeuille, que mandaba el francés, había ya apresado a su enemigo, cuando tuvo que abandonarle para venir al socorro de La Surveillante que estaba enteramente desarbolada, y que remolcó así hasta Brest.

Inquieta y cuidadosa la Inglaterra de la conservación de Gibraltar, y conociendo que la exactitud de nuestro bloqueo por mar y tierra no permitía fuesen suficientes los socorros furtivos que podían introducirsele, resolvió enviar un convoy considerable, sostenido por una escuadra   —342→   que protegiese su entrada a toda costa. Destinó para mandarla al Almirante Rodney que en la guerra pasada había conquistado la Martinica.

Hallábase entonces dividida la escuadra española, de la cual 20 navíos se habían quedado en Brest a las órdenes del Teniente general D. Miguel Gastón, habiéndose restituido a Cádiz D. Luis de Córdoba con el resto de ella que se hallaba maltratada por los temporales, y necesitaba absolutamente repararse, para poder volver a salir a la mar. La escuadra combinada se hizo a la vela desde Brest el día 1º. de Enero para cortar el paso a la escuadra inglesa, destinada al socorro de Gibraltar; pero se vio tan combatida de los vientos contrarios, que le fue preciso volver a tomar puerto el día 3 de Febrero, sin haber podido encontrar a los ingleses que a fines de Diciembre habían ya salido de la Mancha.

Encontró el Almirante inglés el día 8 de Enero a76 leguas del Cabo de Finisterre un convoy español que salía de San Sebastián cargado de municiones y pertrechos navales, destinados para la escuadra de Cádiz, y se apoderó de él sin resistencia.

Este feliz suceso fue un presagio de otros mayores que le sucedieron.

Hallábase D. Juan de Lángara cruzando con   —343→   13 navíos entre los Cabos de Espartel y de San Vicente para observar la escuadra inglesa, y después de varios días de niebla, se encontró entre Cádiz y el Cabo de Santa María con la escuadra inglesa de Rodney, que la niebla le impidió ver hasta tenerla ya encima.

Desde Septiembre estaban todas las Gazetas anunciando la venida de esta escuadra, y su lista de 14 navíos, que yo la había remitido a la Corte desde Lisboa, y avisados sus refuerzos, y así no he podido nunca alcanzar la razón que pudieron tener para exponer un corto número de buques a unas fuerzas muy superiores. Para observación, bastaban fragatas, cuters y otras embarcaciones veleras; y para resistir, no era suficiente aquella escuadra, y así aun cuando ésta tuviese orden de retirarse, vista la superioridad de fuerzas de la Inglaterra, no era del caso exponerla a no poderlo hacer, o por la niebla, que fue la que impidió el reconocerla bien, o por otras tantas casualidades inevitables, de las infinitas que ofrece la inconstancia y poder despótico del mar. Formó Lángara como pudo su línea de combate, y se disponía él; pero a vista de la superioridad de Rodney, que tenía más de 20 navíos de línea, después de tomado por medio de las señales el dictamen de los capitanes de su escuadran, opinaron éstos por una pronta retirada al puerto más inmediato. Los   —344→   navíos ingleses, más veleros que los españoles pudieron darles caza, obligando a II de ellos a tener que batirse en retirada. Apenas empeñado el combate, se voló el navío español Santo Domingo, el cual, desarbolado por el viento, iba atrasado de los otros. Su capitán Mendizábal, que pocos meses antes había estado en Lisboa, estándonos paseando en el jardín, y diciéndole yo no me volviese a entrar allí sin un navío de guerra inglés, lo menos, me respondió: Esté usted seguro que a mí no me tomarán los ingleses, porque o yo los tomo, o me han de hacer saltar antes que rendirme. Es lástima se verificase tan pronto su profecía, por un acaso, y que a lo menos la pérdida de este valeroso y honrado vizcaíno no fuese después de un combate más glorioso y útil.

El navío El Fénix, en que iba D. Juan de Lángara (que fue herido en este combate) se vio obligado a rendirse a la superioridad de fuerzas, después de haberle desarbolado, y sólo entraron en Cádiz cuatro navíos, de los once que hablan combatido; pero empeñados en la costa dos de los siete tomados, los ingleses, que no la conocían bien, se vieron precisados a pedir a los españoles les salvasen; pero estos se rehusaron a hacerlo ínterin no los pusiesen en libertad, como lo hicieron, declarándose sus prisioneros, por ser el único medio que les quedaba para salvar sus personas y los buques, que los oficiales españoles   —345→   entraron felizmente en Cádiz. Continuó Rodney felizmente en su ruta, y entró glorioso y triunfante en Gibraltar, desde donde destacó cuatro navíos de guerra a Mahón con provisiones y caudales.

Observaron algunos la rara casualidad de que todos los navíos salvados tenían nombres de Santos, pues el Santo Domingo se voló, y así no quedó en poder del enemigo, que sólo tomó los que tenían nombres profanos. Respetando como es justo la piedad que en si encierra esta reflexión, yo prefiero no se den a los buques nombres de Santos, pues aun cuando a cada uno se le quisiese dar en su interior un protector particular, cuya imagen fuese la de su Capilla, como las maldiciones y juramentos de la gente de mar es su lenguaje corriente, si un navío se atrasa, se adelanta o hace algo que no conviene, llueven contra él las maldiciones y las indecencias que, aunque dirigidas en el interior sólo contra el navío, son proferidas en realidad contra el título que tiene, sin exceptuar el de la Santísima Trinidad, de la Concepción, etc., etc., lo cual es una irreverencia (aun perdonando la blasfemia), que no contribuirá ciertamente como mérito a que el Santo protector esfuerce con Dios su interposición a su favor.

Reparada la escuadra española de las averías ocasionadas el año antecedente por los temporales,   —346→   y deseoso el Rey Carlos de hacer ver que la pérdida de los navíos de Lángara no podía desanimarle, tomó medidas más vigorosas para continuar la guerra. Hizo salir con destino a América una escuadra de 12 navíos y 8 fragatas que a las órdenes de D. Josef Solano, se hicieron a la vela desde Cádiz, escoltando un convoy de 42 velas, cuya carga se evaluaba en 20 millones de pesos duros. Este prudente General sabía que las escuadras inglesas de América estaban todas en observación para caer sobre esta gran presa que, a más de su riqueza, era de la mayor importancia, por componerse la mayor parte de su carga de socorros militares para la continuación de la guerra y la defensa del reyno del Perú. La sugestión de los ingleses había fomentado en él la discordia, queriendo hacer valer los derechos de los Incas, antiguos soberanos del país. Pretendía ser descendiente de ellos un cierto Tupa Amaro que se puso a la cabeza de los rebeldes, y que hizo mucho daño en el país antes de que pudiesen conseguir los españoles apresarle y castigarle como merecía, según se verá más adelante.

Para salvar el General Solano este rico convoy, le condujo por un nuevo rumbo, por el cual los ingleses no podían ciertamente esperarlo.

El Almirante Rodney, que había salido de Gibraltar el 13 de Febrero con 22 navíos y dos fragatas,   —347→   sin que D. Luis de Córdoba que se hallaba en Cádiz, pudiese salir a tiempo para cortarle el paso, se había reunido a principios de Abril en las Barbadas con la escuadra del Almirante Parquer, a fin de estar más seguro de poder atacar a Solano con ventaja. No obstante esto, logró este General burlar enteramente su Vigilancia, y que llegase el convoy a salvamento. Así pudo efectuarse el 19 de Junio la reunión de su escuadra con la francesa, mandada por Mr. de Guichen, componiéndose por este medio la combinada de 35 navíos de línea, y llegando las tropas de tierra de ambas naciones en aquellos dominios a 16.000 hombres con el refuerzo que había llevado Solano a las órdenes de D. Victorio de Navia. Por esta razón cuando el Rey le honró con el título de Castilla, escogió oportunamente la denominación, de Marqués del Real Socorro, como lo merecía la importancia del servicio que había hecho a la España con la salvación de éste.

Aunque D. Victorio de Navia, hijo del gran Marqués de Santa Cruz, oficial del mayor mérito y circunstancias, llevaba el mando de las tropas españolas de América, como se hallaba allá D. Bernardo de Gálvez, después Conde de Gálvez, sobrino de D. Josef Gálvez, Ministro de Indias, lo dispuso de modo éste, que el mando se dio a su sobrino que se hallaba de Teniente   —348→   de Granaderos del Regimiento de Sevilla seis años antes, en la expedición primera de Argel, a la salida de la cual se hizo Mariscal de Campo a D. Victorio. Éste se restituyó a España, sin hacer nada, por el efecto de una injusticia que aumentó su mérito por la moderación con que la sufrió, y confirmó la opinión que merecía la ambición y vanidad del Ministro que la hizo a favor de un sobrino que, por lo demás, tenía mérito y excelentes calidades para el mando y para las circunstancias de la reunión de las tropas españolas y francesas. No habiendo hecho marchar a Navia, se hubieran hecho brillar igualmente las buenas calidades de Gálvez, sin ofuscarlas con una injusticia escandalosa. Todos los oficiales franceses que he conocido de los que han estado en aquellas circunstancias en Santo, Domingo, hacen mil elogios del Conde de Gálvez, y de sus buenas calidades sociales y militares.

Había dilatado D. Bernardo Gálvez hasta este año el sitio de Panzacola, y para él hizo venir de la Habana los refuerzos necesarios, y aunque los primeros tuvieron la desgracia de padecer una tempestad que los separó e hizo perecer mucha gente, con todo, la que quedó fue suficiente para hacer la importante conquista del puerto de Panzacola, sus fuertes y terreno dependiente de ellos.

  —349→  

Rindióse la plaza el 9 de Mayo de 81, después de doce días de trinchera abierta, y a los sesenta y uno del desembarco hecho en la isla de Santa Rosa. Se hicieron en ella 1.700 prisioneros de tropa, y más de 1.400 negros. Mandaba la plaza el Vicealmirante Chester, Comandante de la Provincia, y bajo él, el Mariscal de Campo Cambell.

Aunque el país es en sí poco poblado e inculto, la posición del puerto era sumamente importante para los ingleses, por estar a la entrada del seno Mexicano; a más de que la Jamaica sacaba de allí muchos artículos de consideración, como índigo, algodón, peletería y palo de tinte, de modo que en el año anterior el valor de las exportaciones había ascendido a 122.000 libras esterlinas, y el de las importaciones a 150.000. Esta pérdida fue muy sensible para los ingleses, y luego que llegó a Londres la noticia, hubo en la ciudad por más de 300.000 libras esterlinas de pérdida. El Teniente general don Josef Solano, hoy Marqués del Socorro, auxilió con sus fuerzas marítimas esta expedición en que D. Bernardo de Gálvez hizo ver su intrepidez, siendo el primero que, no obstante las dificultades que le oponían algunos marinos, entró con una fragata en el puerto de Panzacola, para probar la posibilidad de hacerlo. En memoria de esta acción le concedió S. M. poner en sus   —350→   armas una fragata con un lema análogo a ella. En este sitio murió a la cabeza de mi regimiento Inmemorial del Rey mi sucesor D. Luis Rebolo, hombre de excelentes calidades, y que amaba con entusiasmo la carrera militar, como lo prueba el hecho siguiente. Era Sargento mayor de mi Regimiento, y yo deseaba lograr para él algún buen retiro proporcionado a su mérito, pues estaba ya algo pesado para el empleo. Proponiéndoselo un día que paseábamos juntos, se volvió a mí con gran viveza, diciéndome: Eso no, mi Coronel, retiro no; yo he de morir al pie de mis banderas, y si pierdo los dos pies y las dos manos, haré que me pongan en la trinchera por salchichón. (No lo hubiera sido malo a la verdad, porque era bien gordo.) Esta expresión original prueba el celo y amor que este honrado Oficial tenía a su carrera. Hablaba de ella continuamente, y llevaba constantemente consigo un retrato del Cid Campeador, debajo del cual había puesto estos versos:


   Héroe español, a ti solo
en tus virtudes y hazañas
pretende imitar Rebolo.



Una partida de indios emboscada, le proporcionó la suerte que tanto deseaba; pero tuvo el disgusto de morir sin tener antes la satisfacción de saber se había logrado la conquista que le costaba la vida, y que hubiera sacrificado con   —351→   doble gusto por su Rey y por su patria, como lo deseaba.

Habían gastado los ingleses desde el principio de la guerra más de 10.000 libras esterlinas en fortificar a Panzacola, cuyos nuevos castillos apreciaron los ingenieros españoles en más de millón y medio de pesos fuertes. Halláronse en la plaza 143 cañones, 6 obuses y 40 pedreros, con muchas municiones de guerra y boca.

El 18 de Agosto se apoderó igualmente Gálvez de San Agustín de la Florida, con lo que quedaron dueños de aquellas provincias los españoles, y la Georgia descubierta a las invasiones que quisiesen hacer en ella. También se apoderó de las islas Bermudas otra expedición española enviada a este fin a las órdenes del Teniente general D. Antonio Cajigal. Tomaron igualmente los españoles el fuerte de la Concepción, que está a la entrada del río de San Juan.

El gran número de corsarios que cubrían los mares produjo el mismo efecto que por la necesidad de mantenerse suele producir frecuentemente la demasiada concurrencia, esto es, la mala fe y falta de observancia a las reglas en su tráfico. Aumentábase, pues, cada día el número de las presas injustas, en perjuicio conocido del libre comercio de las potencias neutras. Como los navíos de guerra y los Almirantazgos, particularmente el de Inglaterra, sostenían en   —352→   lo posible sus corsarios, resultaba de esto una disputa continua entre las Cortes, que proporcionó a la Francia un nuevo medio de contener a la Inglaterra.

Trabajaba ésta todo lo posible en Rusia para que la Emperatriz se declarase a su favor, y efectivamente, empezó a hacer un armamento a vista de las instancias de mi amigo Harris, de quien tengo hablado arriba, refiriendo la respuesta que dio en esta ocasión al Ministro Panine.

La política, que nunca duerme, y que acierta siempre que estudia el carácter de las personas con quien tiene que hacer, y siempre que sabe dirigirle oportunamente a sus fines, propuso a la Emperatriz, en vez de una declaración de guerra costosa y expuesta, un objeto de gloria digno de satisfacer sin riesgo alguno su amor propio, y el más oportuno para empeñarla y hacerla creer daba la ley a la Europa, y dominaba los mares, aun sobre la misma Inglaterra, que se había creído hasta entonces dueña absoluta de ellos. Este fue el de una neutralidad armada de todas las Potencias neutrales, a cuya cabeza se hallaría la Emperatriz, y cuyo objeto fuese reprimir los excesos con que las mismas Potencias beligerantes interrumpían el libre comercio de las neutras. Un objeto tan digno de la grandeza de ánimo de la Emperatriz, fue adoptado   —353→   inmediatamente por S. M. I. con el mayor gusto. Adhirieron a este Tratado la Suecia, la Dinamarca y la Holanda, a que después se unieron también en señal de aprobación, y para darle más fuerza, el Emperador Josef II, el Rey de Prusia y el Rey de Nápoles. El Rey Carlos dio también la suya en una carta entregada por el Conde de Floridablanca al Conde de Zenowieff, Ministro de Rusia en Madrid.

Armó, pues, la Rusia 15 navíos y I0 la Suecia, la Dinamarca y la Holanda. Publicó la Emperatriz la alianza por medio de un Manifiesto, y los Artículos del Tratado eran los siguientes:

I.º Que todos los navíos neutros podrían navegar libremente de un puerto a otro, aun sobre las costas de las Potencias actualmente en guerra.

2.º Que los efectos que hubiese en ellos, pertenecientes a individuos de las Potencias beligerantes, deberían considerarse como libres, no siendo de los declarados positivamente por contrabando, como municiones de guerra, etc.

3.º Que S. M. I. observaría exactamente lo convenido en los artículos I0 y II de su Tratado de comercio con la Gran Bretaña, relativamente a su conducta con todas las Potencias beligerantes.

4.º Que no se consideraría como puerto bloqueado   —354→   sino aquel en que la Potencia que lo ataca tuviese constantemente un cierto número fijo de navíos suficiente para que los buques no puedan introducirse sin conocido riesgo.

5.º Que estos son los principios sobre los cuales debería arreglarse la legitimidad o ilegitimidad de las presas que se hiciesen.

Aunque la Rusia solicitó la adhesión del Portugal, igualmente que la de las otras Potencias, segura aquella de que la España y la Francia no la atacarían en esta ocasión como en 62, y deseosa por otra parte de no chocar demasiado a la Inglaterra, busco siempre paliativos, y sin desaprobar ni desprenderse del derecho a entrar en la neutralidad que se le proponía, supo contemporizar con todos, y lograr se concluyese la guerra sin haberse visto precisada a tomar parte ni aun indirectamente en ella, y a dar a la Inglaterra este motivo de disgusto y de queja. Aprovechó infinito su comercio de la interrupción del de las otras naciones que le hacían disimuladamente como antes bajo el pabellón portugués, con gran ganancia y crédito suyo, y así el comercio sintió mucho en Portugal ver la conclusión de una guerra que le era tan ventajosa.

Con todo, no le fue posible evitar, por más que hizo, el dejar de cerrar sus puertos a los corsarios ingleses, prohibiéndoles entrar en ellos   —355→   en caso que no fuese por una extrema necesidad.

Desde el principio de la guerra hablan sido los puertos de Portugal un asilo para todos los corsarios y navíos de guerra ingleses. Entraban y salían en ellos como pudieran hacerlo en los de Inglaterra; vendían sus presas, sacando de los puertos de Portugal y del país el mismo partido que pudieran de la isla de la Jamaica. Llegó a tanto el escándalo, que el día 20 de Febrero de 80 se hallaban anclados en el puerto de Lisboa 20 navíos ingleses entre los de guerra y los armados en guerra, cuya lista, que remití a la Corte, estando allí de Embajador, es la siguiente:

Un navío de 50, tres fragatas de a 36, 28 y 24 y un cúter de la escuadra del comodoro Jonstone. Esta se hallaba estacionada constantemente en aquel puerto, de tal modo que, con pretexto de hacer tomar el aire a su tropa y marinería, llego a hacer un pequeño campamento más allá de la Junquera, a la salida de Lisboa. Avisado por sus embarcaciones ligeras de todos los movimientos de nuestros puertos, salía a cosa hecha siempre que lo creía conveniente, y se restituía poco después a Lisboa a vender las presas que había hecho en su corto y seguro crucero. A más de esto, se hallaba entonces en aquel puerto el navío de 74 El Dublín,   —356→   que entró maltratado por el tiempo, y 15 corsarios. De éstos, tres eran de a 36 cañones; uno de 34 y otro de 32; otro de 26; dos de 22; tres de 20; uno de 14; dos de 12, y uno de 10 cañones.

Desde el principio de la guerra había yo hecho vivas instancias para contener estos desórdenes; pero el interés que tenían algunas personas en el aumento de derechos de anclaje, que facilitaba la frecuente entrada y salida de los corsarios, y la ventaja que sacaba el comercio en su aprovisionamiento, y la venta de las presas, eran un obstáculo superior al deseo que tenía la Corte de contemplar a la Inglaterra, y a su miedo de disgustarla. Estas consecuencias las exageraba en gran manera el Ministro de Indias D. Martín de Mello, que, aunque sumamente honrado e incorruptible, era muy adicto al sistema inglés, por haber estado de Ministro en Inglaterra, donde logró la aceptación que se merecía por su talento y buenas cualidades. Al fin pude lograr que, convencida la Corte de Portugal de nuestras fuerzas marítimas, y de la buena fe y armonía que deseábamos conservar con ella, diese S. M. un Decreto prohibiendo la venta y entrada de presas, y aun de los mismos corsarios, a no ser en caso preciso. Aunque la Corte de Londres se dio por muy sentida de la conducta de la de Portugal, tuvo que conformarse   —357→   a ella, atendida la situación en que se hallaba la Inglaterra.

Hallábase entonces en Lisboa solo un Encargado de negocios de Francia; pero luego que vieron llegar como Embajador a Mr. O'Dunne, el mismo que en iguales circunstancias hemos visto les declaró la guerra en 62, y que vieron caminábamos de acuerdo, tomaron el partido que yo les tenía propuesto, aunque de mala gana, y temerosos de las resultas.

También hubo entonces otro motivo de disgusto entre ambas Cortes, sobre el arreglo nuevo de tarifas que hizo la de Portugal, y sobre introducción de géneros irlandeses. La Irlanda, excitada por los enemigos de la Inglaterra, supo aprovechar oportunamente de la crítica situación en que se hallaba, y armando una numerosa tropa de voluntarios, hizo ver a la Inglaterra se hallaba en el caso de hacer lo mismo que las Colonias, si no la concedían lo que deseaba. Para evitarlo, se vio precisada a condescender en las libertades que solicitaban para su comercio. De esto resultó el exigir de Portugal las mismas exenciones para sus géneros que la que en virtud del Tratado de Cromwel disfrutaban los ingleses para los de la Gran Bretaña. Desde el tiempo del Marqués de Pombal había ido éste empezando a cortar las alas al comercio inglés, que, dueño absoluto del de Portugal, tenía   —358→   casi en inacción a los negociantes del reino. Este sistema, seguido después por sus sucesores, ha disminuido mucho en Lisboa el poder y riqueza de los ingleses, y fomentado el comercio activo del país.

No hubo en este año de 80 acción alguna verdaderamente decisiva entre las Potencias beligerantes, pues de las que acaecieron no resultó gran ventaja.

El Almirante D. Andrés Byland salió del Texel con dos navíos de guerra escoltando un convoy. El comodoro ingles Fielding quiso reconocer el convoy, y oponiéndose Byland, haciendo ver no llevaba nada de contrabando, quiso obligarle por la fuerza, a la cual respondió Byland con una andanada, rindiéndose inmediatamente, para hacer constar la violencia. El Comandante inglés, conociendo las resultas, quiso empeñarle a que, enarbolando de nuevo su pabellón, continuase su rumbo; pero lo resistió el holandés, y se hizo conducir a los puertos de Inglaterra. Este insulto y otros justificaron que la conducta de la Inglaterra con la Holanda había forzado a ésta a tomar el partido de separarse de ella.

El Conde de Guichen, Comandante de la escuadra francesa de 24 navíos, 3 fragatas, un lugre, un cúter y 3.000 hombres de tropa a las órdenes del Marqués de Bouillé, salió de la   —359→   Martinica el día 13 de Abril, y habiendo avistado el 16, a las inmediaciones de San Pedro, la escuadra de Rodney, la atacó y duró el combate cinco horas sin resulta alguna de consecuencia. El 15 de Mayo volvió a presentarse Rodney sobre la Martinica, y atacándole Guichen, tuvo la fortuna de que, detenido Rodney por una calma que le sobrevino, pudo caer sobre la división de 7 navíos, mandada por Rowley, la cual maltrató considerablemente; pero tampoco tuvo resulta decisiva este combate.