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El 4 de Mayo perdieron los americanos a Charlestown, y hubo otros varios sucesos en aquella campaña.

Se dieron en ella tres combates muy gloriosos, que fueron el de la fragata La Belle Poule, el de La Capricieuse y el de La Ninfa.

Mandaba la primera, de 32 cañones (famosa por el reñido combate que hemos visto había tenido con La Licorne), el Caballero de Kergarión, y avistándose el día 15 de Julio con el navío inglés El Sans Pareil, de 64 cañones, que la atacó, sostuvo con él un combate de tres horas, en que perdió la vida dicho Oficial Comandante; pero su ejemplo había inflamado el celo de sus subalternos, y su pérdida excitaba su cólera y valor; y así, su sucesor, Mr. de la Motte-Tabourel, no se rindió hasta estar enteramente   —360→   desmantelado, falto de equipaje, y con siete pies de agua en la bodega.

La fragata La Capricieuse, de 32cañones, mandada por el Caballero de Cherval, se encontró con las dos fragatas inglesas La Prudente y La Licorne, una de 26 y otra de 28 cañones, y habiéndola atacado, no se rindió sino después de cinco horas de combate, y tuvo la satisfacción de que, habiéndose prendido fuego al resto de la fragata que había quedado, se sumergió a su vista, sin dejar a los enemigos posibilidad de utilizarse de su triunfo.

La fragata La Ninfa, de solo 26 cañones, mandada por el Caballero de Rumain, se batió contra la inglesa La Flora, que montaba 44. Empezó el combate a las seis de la tarde, y su valeroso Capitán tuvo la desgracia de perecer, después de haber recibido cuatro heridas en menos de un cuarto de hora. Viendo los franceses la superioridad del cañón del enemigo, conocieron no les quedaba otro recurso que el del abordaje, que ejecutaron con la mayor precipitación. Duró el combate cuerpo a cuerpo sobre la fragata inglesa más de hora y media, en la cual perdieron la vida 60 franceses; entre ellos perecieron Mr. de Keranstret, primer Alférez; Mr. du Couëdic que, rechazado por un golpe de lanza, quedó espachurrado entre las dos fragatas. Mr. de Taillard que, por muerte del Caballero   —361→   de Rumain, había tomado el mando de la fragata, tuvo casi a un tiempo dos fusilazos, uno en la espalda y otro en el muslo derecho, y un golpe de hacha sobre la cabeza que le hizo perder el sentido. Entonces fue cuando los ingleses se apoderaron de la fragata francesa, que tuvo el dolor de ver en su poder el valeroso Comandante francés Mr. Taillard, cuando volvió en si del golpe que había recibido por defenderla.

El navío francés El Conde de Artois, de 64 cañones, mandado por el Caballero de Clonard, fue atacado sobre las costas de Irlanda por los dos navíos ingleses El Bienfaisant y El Charon, el uno de 74 y el otro de 52 cañones. No obstante la superioridad de estas fuerzas, se defendió vigorosamente más de dos horas, e intentó su Comandante varias veces abordar el navío de 74; pero habiendo logrado éste evitarlo, se vio obligado el navío francés a rendirse a fuerzas tan superiores, agotados los medios de una gloriosa aunque inútil defensa, que la misma humanidad y el bien del servicio no permitían pasase adelante.

De todas las acciones marítimas de este año, la más útil y menos costosa de todas fue la que logró D. Luis de Córdoba, interceptando un convoy inglés de 64 velas, evaluado en más de millón y medio de libras esterlinas. Llevaba   —362→   éste a su bordo cuatro compañías de infantería destinadas a Bombay; un regimiento de 860 hombres, para Jamaica; otro de Hesseses, y 2.500 marineros. Eran sumamente considerables los pertrechos militares de mar y tierra que conducía este convoy en que sólo los fusiles pasaban de 80.000. Sólo se escapó del convoy un navío, mercante, y los dos de guerra y las fragatas que lo escoltaban, que no pudo alcanzar Mr. de Beausset, aunque les dio caza con su escuadra ligera. Había a bordo de este convoy muchos pasajeros, y entre otros, la familia del General Dilling, con otras señoras que iban a América. S. M. mandó se les asistiese en un todo, y se les restituyese su equipaje, igualmente que a los oficiales.

El año de 81 anunció desde su principio operaciones mas vigorosas y decisivas que el anterior. El comodoro Johnston había salido de Inglaterra con grandes proyectos secretos contra los españoles.

Hallábase en Londres un ex-jesuita de esta nación, que hizo creer al Gobierno que por sus planos y noticias podría facilitar a la Inglaterra ventajas muy considerables en Buenos Aires. Salió, pues, con este fin una expedición mandada por Johnston que constaba de 17 buques, comprendidos los transportes armados. Fundaba todas sus esperanzas en las noticias de dicho   —363→   español; pero habiéndolas examinado mas por menor, vio que era un impostor medio loco, del cual no se podía hacer caso alguno; y así después de haber perdido tiempo y dinero, lo desembarcó sobre las costas del Brasil. De allí se vino a Lisboa, donde me contó mil historias, que tuve como sospechosas, y lo avisé así a la Corte, a donde pasó mudando de nombre en el camino, dándose en Badajoz por Marqués de Peñaspardas, no obstante de haberle yo dado el pasaporte con el nombre que me dio de D. F. España, que me dijo ser el suyo. En el Escorial le reconoció un Oficial de dragones que aseguro había oído su misa en Buenos Aires, y en virtud de este y de otros indicios, le arrestaron como reo de Estado en el cuartel de Guardias de Corps, donde se halla hace años, sin que la variedad e incoherencia de sus declaraciones haya permitido que hasta ahora se dé contra él una sentencia formal.

Este hombre hizo, sin saberlo, un gran servicio a los holandeses y a la causa que defendía la Casa de Borbón. Necesitado Johnston de refrescos por el tiempo que había perdido con él por las mentiras del ex-jesuita, sobre las costas del Brasil, le fue preciso tomar puerto en las islas de Cabo Verde en el llamado Santiago. La Corte de Francia, que sabía que la expedición de Johnston se dirigía principalmente contra   —364→   el Cabo de Buena Esperanza, envió para salvarle al Bailió de Suffren, que con su escuadra se dirigía a defender las posesiones francesas de la India, a recuperar las que los ingleses hablan tomado a los holandeses en aquellos parajes, y a atacar en ellos las de los mismos ingleses.

El 16 de Abril se halló sorprendido el comodoro Johnston con el aviso que le dieron de que se avistaban II velas francesas. Acercándose éstas al puerto, entraron en él a mano armada, y dando fondo, emprendieron dentro de él al áncora un reñido combate, en el cual se vio precisado Suffren a cortar los cables y a continuar su ruta perseguido por Johnston, que tuvo que retirarse sin haber hecho presa alguna. Pero el Bailio de Suffren logró el fin que se proponía en este golpe atrevido y decisivo para su objeto, pues habiendo maltratado mucho la escuadra y expedición de Johnston, tuvo éste que detenerse mucho tiempo en Santiago, para reparar sus perdidas. Entretanto Suffren dejo en el Cabo los refuerzos de tropas que llevaba para aquel destino, y habiendo tomado los refrescos necesarios para su escuadra, y dejado sobre aviso y en el mejor estado de defensa aquel importante puesto, como se le había mandado, continuó su derrota a la India, donde tuvo diferentes combates sucesivos, a cual más gloriosos, contra los   —365→   ingleses, logrando casi siempre la superioridad sobre el Almirante Hughes y los demás que mandaban las fuerzas navales de la Gran Bretaña; sostuvo en aquellas remotas regiones el honor de las armas francesas, y defendió las posesiones que en ellas tenían los holandeses, como más por menor podrá verse en la Historia imparcial, citada más arriba, no siendo aquí del caso el entrar en el pormenor de estos detalles, ajenos de mi principal objeto.

El comodoro Johnston se dirigió cuando pudo al Cabo de Buena Esperanza, que ya no le fue posible atacar. Al retirarse, tuvo noticia de hallarse en la Bahía de Saldaña cinco navíos holandeses que venían de la India ricamente cargados, y al favor de una niebla muy espesa, pudo entrar en ella sin ser visto, hasta que ya estaba encima. Aunque los holandeses (no quedándoles otro recurso) los hicieron dar contra la costa y les pegaron fuego, pudieron los ingleses apagarlo en cuatro de ellos de que se apoderaron, conduciéndolos a Inglaterra como único fruto de los vastos proyectos a que se había dirigido aquella expedición.

No puede darse una infracción más manifiesta contra todos los derechos y tratados reconocidos hasta ahora, que la que acababa de hacer el Bailio de Suffren, internándose a mano armada en la Bahía de Santiago, para empeñar   —366→   decididamente en ella un combate en un terreno neutro. Mucho menos hubiera bastado en otros tiempos para que la Inglaterra hubiese forzado al Portugal a exigir de parte de la Francia una satisfacción la más completa; pero el estado de abatimiento en que se hallaba la Gran Bretaña, la hizo pasar por todo, y fue

muy poco lo que se habló en Lisboa de este escandaloso procedimiento. Las Monarquías y los hombres particulares tienen más semejanza entre sí que la que parece regular.

Los holandeses habían ya empezado sus hostilidades con la Inglaterra, como se ha visto arriba, y los ingleses les habían tomado sus mejores establecimientos, como Trincomale y Negapatan en la India; las islas de San Eustaquio, Esequibo y Demerari en la América, y muchos ricos convoyes. No obstante esto, el Príncipe Stathouder (inglés en el alma) ponía continuos obstáculos para retardar todos los armamentos; pero no fueron suficientes, y lograron al fin los holandeses, hostigados por la Francia, hacer salir una escuadra compuesta de siete navíos de línea a las órdenes del Contralmirante Zoutman, para proteger su comercio. Descubrieron los holandeses la mañana del 5 de Agosto una escuadra inglesa de II navíos, mandada por el Almirante Parker, que iba escoltando un convoy sobre el Cabo de Tornay en la Noruega.   —367→   Empeñóse un combate muy reñido entre igual número de navíos, pero con inferioridad de fuerzas de parte de los holandeses, que tenían de menos pasados 36 cañones. Con todo, lograron hacer éstos la más gloriosa defensa, y los buques de ambas partes quedaron muy derrotados. Es muy digna de notarse la pregunta que el Comandante de una fragata holandesa hizo a su Almirante durante el combate. Hallándose su buque imposibilitado de continuarle, hizo señal, no para preguntar, ni para decir se veía precisado a rendirse, sino para saber si debía echar a pique la fragata o, volarla con él. Lo que indica el valor y obstinación del Comandante. El General le respondió que iba inmediatamente a tomar su puesto, como lo hizo, mandando retirar su fragata de la línea de batalla.

Si el Stathouder hubiera procedido imparcialmente y de buena fe en esta guerra, el valor y buenas disposiciones que en ella mostraron los holandeses no dejaban duda de que este nuevo enemigo hubiera sido de gran consideración. Otro medio, casi más poderoso que el de las armas, tendrían los holandeses para hacer la guerra a la Inglaterra, que sería el retirar a un tiempo del Banco de Londres todos sus fondos, que componen una gran parte de él; lo cual produciría indispensablemente una bancarrota en Inglaterra; pero como ésta sería sumamente   —368→   perjudicial al mismo comercio de la Holanda, éste, y el de toda la Europa están interesados, y aún obligados a sostener, aún en tiempo de guerra, el crédito de la Inglaterra, y aún empeñados algunas veces a interesarse en el éxito de sus operaciones militares, hasta el punto que convenga para sostenerlo.

El 30 de Mayo hubo un combate particular muy reñido entre las dos fragatas inglesas La Flora y La Crescent, de 36 y 28 cañones, y las dos holandesas de 26, El Briel y El Castor. Rindióse La Crescent al Briel, no obstante la superioridad de su fuerza; pero estaba en tan mal estado la fragata holandesa, que no le fue posible apoderarse de la inglesa, contentándose con poder ganar el puerto de Cádiz, donde entró afortunadamente, aunque desarbolada y sin timón. La fragata Castor tuvo que rendirse a las inglesas; pero perseguidas éstas el 19 de Junio por dos fragatas francesas, el Capitán inglés de La Flora, llamado William Peer, se vio obligado a tomar la fuga, en la cual se apoderaron las fragatas francesas de la Castor que había tomado a los holandeses.

El Almirante Darby logró introducir nuevos socorros en Gibraltar el día 12 de Abril de este mismo año de 81.

Llevando el Rey Carlos adelante su deseo de conquistar a Mahón, escogió para esta importante   —369→   empresa al Teniente general Duque de Crillón, digno por su intrepidez y valor natural de tan distinguido nombre bien conocido en la historia de Francia. Salió éste de Cádiz el 22 de julio con 12.000 hombres de desembarco, escoltando los 100 buques que los transportaban, dos navíos de línea de 70, cinco fragatas, seis jabeques y seis bombardas, cuyas fuerzas marítimas mandaba D. Ventura Moreno. Los vientos contrarios obligaron a esta expedición a entrar y detenerse mucho tiempo en el puerto de Cartagena; pero cambiado finalmente el tiempo, hicieron felizmente la travesía y llegaron en tres días a Mahón. El 21 de Agosto por la noche se hizo el primer desembarco en cuatro parajes diferentes, habiendo el General hecho tres divisiones de su escuadra, para bloquear a un tiempo los fuertes de Citadela y Fornell. Estuvo en muy poco el que dos batallones enemigos que se hallaban ocupando unos puestos distantes del fuerte de San Felipe, no fuesen prisioneros de los españoles; pero una casualidad les fue favorable, y lograron poderse retirar a la plaza.

Apoderóse el Duque de Crillón con algunas brigadas de Granaderos de Voluntarios de Cataluña, y las de Burgos, Murcia y América, de la ciudad de Mahón y de los almacenes y puestos exteriores, haciéndose dueño del puerto y   —370→   de 160 piezas de cañón que lo defendían, por no tener aquellos puestos resistencia alguna por la espalda. Había en el puerto de Mahón y en los demás de la isla hasta 100 navíos, y entre ellos 14 corsarios armados, de modo que se cree que estas presas ascendieron a más que las que hizo Rodney en San Eustaquio. Toda la isla prestó con gusto juramento a su antiguo Soberano, y dueño enteramente de ella el Duque de Crillón, distribuyó sus fuerzas en los diferentes puestos para su seguridad, quedándose con el cuerpo del ejército para hacer el sitio de la importante fortaleza de San Felipe, una de las mejores y más fuertes de toda Europa, que había costado a los ingleses más de millón y medio de libras esterlinas el llenarla de minas y ponerla en el punto de perfección en que se hallaba.

El General Murray, que mandaba la plaza y la isla, se vio desde luego obligado a retirarse al fuerte con los 3.000 hombres que tenía a sus órdenes. Tres días antes de la llegada de Crillón había sabido por Génova los proyectos hostiles de los españoles contra la isla, y sólo tuvo el tiempo preciso para embarcar a su mujer y hacerla pasar a Italia.

Empezó el Duque de Crillón los preparativos del sitio, y se aprontaba ya en Barcelona un cuerpo de 4.000 hombres para aumentar su ejército.

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Los franceses (para no dejar de hallarse en todo) quisieron también enviar tropas a esta expedición, y salieron de los puertos del Mediterráneo varios bastimentos de transporte, a bordo de los cuales pasaron a Mahón 5.000 hombres a las órdenes del General Barón de Falkenhain.

Publicó el General Crillón, un decreto por el cual mandaba salir de la isla a todos los judíos y griegos, cuya fidelidad debía con razón serle sospechosa, declarando al mismo tiempo podían restituirse con toda seguridad a la isla los corsarios que se hallaban fuera, navegando con pabellón inglés. Continuaba el Duque de Crillón los preparativos del sitio sin poder adelantarlos lo que quisiera, por no haber llegado hasta I.º de Octubre el refuerzo de tropas y la artillería gruesa que se esperaba de Barcelona. Pocos días después de haber ésta desembarcado, logró ejecutarlo también un socorro de 800 ingleses y algunas piezas de artillería que atacaron la Torre llamada de las Señales. Los 14 hombres que la guarnecían se encerraron en ella e hicieron una fuerte resistencia; pero los enemigos se preparaban a volar la fortaleza, cuando vieron llegar un destacamento de 1.000 hombres, a la cabeza del cual venía el General Crillón, y los ingleses se creyeron muy felices cuando lograron evitar el choque por medio de una huida precipitada.

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El día 16 de Octubre hicieron los enemigos otra salida; pero fueron rechazados con pérdida.

El 24 desembarcaron las tropas francesas, con las cuales llegaba ya a 18.000 hombres el ejército. Pusieron 14 baterías contra la plaza en que había 120 cañones y 14 morteros. Los ingleses lograron desmontar una de estas últimas, y echar a pique un navío cargado de municiones; pero los españoles tomaron siete, ricamente cárgados, bajo el mismo fuego del fuerte.

Duraba ya demasiado el sitio, y el día 6 de Enero del año siguiente de 82 dio el Duque de Crillón sus órdenes para atacarle a viva fuerza. Los ingleses que hasta entonces habían hecho algunas salidas, bien que infructuosas, se retiraron para esperar este ataque; pero tuvieron la fortuna de que lo impidiese una recia tempestad que disminuyó también por dos o tres días el fuego de los sitiadores. Calmado el tiempo, volvió éste a empezar con más fuerza, y tuvieron la fortuna de incendiar los almacenes del fuerte de San Felipe.

Este accidente, la escasez y mala calidad de los víveres y el estrago que ocasionaba el escorbuto, fueron causa de que la plaza se viese obligada a rendirse, y habiendo hecho un fuego muy vivo la noche del 4 al 5 de Febrero, a que respondieron con la mayor fuerza las baterías   —373→   españolas, se vio el General Murray obligado a capitular en este día. Solicitó para rendirse las mismas condiciones que el Duque de Richelieuhabía concedido a los vencidos cuando tomó la plaza; pero lo rehusó Crillón, y fue preciso se conviniese en que la guarnición sería prisionera de guerra.

Al día siguiente por la mañana, puesta en parada sobre las armas la tropa del ejército combinado, desfiló la inglesa por medio de ella, tambor batiente y mecha encendida, y depusieron sus armas a la derecha del ejército, marchando a la retaguardia de todos el Estado mayor de la plaza, el General Murray y su segundo, William Draper. Acabada esta triste ceremonia, se reunieron todos los Oficiales para prestar los socorros necesarios a la guarnición. No obstante de que no quedaba en la plaza más que una bomba, y que la guarnición se hallaba reducida a 1.500 hombres, de los cuales los 700 estaban enfermos o heridos, los otros no ocultaban su desesperación, y aún murmuraban injusta e inconsideradamente del General, porque había capitulado. El Duque de Crillón convidó a comer a la Plana mayor; pero Draper se excusó diciéndole le repugnaba el concurrir con un traidor. Murray dijo entonces a Crillón: Apuesto a que éste, que hace diez días que me está matando para que rinda la plaza, diciéndome era inútil   —374→   toda resistencia, será el que más grite contra mí en Inglaterra.

El párrafo siguiente de la carta en que Murray participa al Ministerio este desgraciado suceso, merece leerse, por la idea que da, tanto del mal estado de la plaza como de la humanidad de los vencedores.

Copia de un párrafo de la citada carta:

MYLORD:

»Me es forzoso noticiar a V. S. que el 5 de Febrero me he visto precisado a rendir el fuerte de San Felipe a las armas de S. M. C., sin que pueda quedarme recelo de que por esto deje de reconocer la Europa entera el heroísmo de mis valerosos compañeros. El escorbuto se había apoderado de tal modo de la guarnición, y era de tan mala calidad, que la había reducido a solo 600 hombres de servicio, y los 500 de ellos estaban cual más cual menos tocados de este mal. El resistir sólo tres días más hubiera sido una temeridad, sin más fruto que el de acabar de perder la guarnición. Pero era tal el ardor de la tropa, que ocultaba su mal por no verse privada de la defensa de la plaza, de modo que muchos han quedado muertos estando de centinela. Puede ser que no se haya visto jamás un espectáculo más tierno ni más noble que el de esta lánguida, pero valerosa   —375→   guarnición, desfilando por entre los dos ejércitos victoriosos. Sólo constaba entonces de 600 soldados moribundos, de 200 marineros, de 120 hombres del Real Cuerpo de Artillería, de 20 corsos y de 25 hombres más entre griegos, turcos y judíos.

El ejército combinado se hallaba formado en dos líneas desde el glacis de la plaza hasta Jorgetown, donde nuestros batallones entregaron las armas, protestando las rendían sólo a Dios, lisonjeándose de que sus vencedores no se gloriarían de haber tomado un hospital. Era tan cierta esta proposición, que los mismos soldados españoles y franceses no pudieron detener sus lágrimas a vista del miserable estado a que vieron se hallaba reducida nuestra guarnición. Produjo ésta el mismo efecto en el compasivo corazón del Duque de Crillón, cuya asidua y compasiva asistencia ha excedido en mucho mis esperanzas. Lo mismo puedo decir de los desvelos del Baron de Falkenhain, comandante de las tropas francesas, y del Marqués de Crillón, primogénito del Duque, cuya distinguida humanidad los hace dignos en esta ocasión de los mayores elogios.»



Halláronse en la plaza 300 cañones y 49 morteros.

Perdió el ejército combinado en esta expedición 183 hombres, y había 280 entre enfermos y   —376→   heridos cuando se rindió la plaza, entre los cuales sólo había 20 de peligro.

Volvió el Duque de Crillón victorioso a Madrid y S. M. le hizo Capitán general, ascendiendo también a los demás Oficiales que se hablan distinguido en el ejército.

Quedó en Mahón una guarnición competente a las órdenes del Brigadier D. Ventura Caro, que, en virtud de orden de la Corte, arrasó inmediatamente el hermoso fuerte de San Felipe, que tanto dinero había costado a la Inglaterra. Esta potencia, tan distante de aquella isla, dobla tener en ella, para poder conservarla contra la Cala de Borbón, una fortaleza muy respetable, capaz de sostener un largo sitio que diese lugar a la llegada de los socorros de Inglaterra y a que sus fuerzas marítimas pudiesen venir a rechazar las de los enemigos destinadas a hacer el sitio. Pero esta misma fortaleza sería perjudicial a los españoles y franceses, pues sin ella, aun cuando los ingleses hiciesen un nuevo desembarco, la inmediación les facilita los medios de caer inmediatamente sobre ellos y de echarlos de la isla, lo cual no sería tan fácil hallándose dueños de una fortaleza competente.

Por esta razón he sido siempre de dictamen de que si Gibraltar llega a tomarse, es necesario arrasar inmediatamente todas sus fortificaciones, y trabajar con constancia por medio   —377→   de hornillos en poner en rampa muy accesible la montaña por parte de tierra, y en cegar enteramente aquel puerto por el cual desembarcaron los moros en España, y que ha sido y es un borrón para el reino en manos de los ingleses. Nuestras escuadras han estado abrigadas hacia la parte de Algeciras, donde pudiera hacerse un puerto como los demás de España, no sujeto a los grandes inconvenientes como el de Gibraltar.

Si Mahón hubiera tenido la extensión de terreno y las demás ventajas de que disfruta Gibraltar, y que dejó detalladas arriba, no se hubiera visto en la dura necesidad de rendirse por las razones que acabamos de ver.

Mientras las tropas españolas se coronaban de gloria en Europa, sostenían su honor con el mayor decoro y a costa de los mayores riesgos en la América meridional contra el rebelde Tupa-Amaro, de quien queda hecha mención arriba. Salió a atacarle a la cabeza de un cuerpo de tropas respetable el Brigadier D. Josef del Valle, que le encontró apostado ventajosamente en una altura inmediata al lugar que llamaba su capital. Obligóle a bajar al llano, donde habiendole presentado batalla, le atacó con fuerza, púsole en precipitada fuga con su ejército, y al atravesar un río a caballo Tupa-Amaro, le cogió y entregó uno de sus propios caciques.

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Tomáronse en el dicho lugar que llamaba su capital, seis cañones, a más de los que se vio obligado a abandonar en el campo; pero lo más importante de todo fue la adquisición de su correspondencia secreta, por la cual se vio el origen e intriga de aquella sublevación, de que resultaron pérdidas y desgracias mucho más considerables de lo que se ha dicho, y que han procurado ocultar y disminuirse en España. Inmediatamente fue ahorcado Tupa-Amaro y 18 de los principales de su partido. Otros fueron conducidos al Cuzco, y embarcados para España en el navío de guerra San Pedro de Alcántara, que pereció el día 2 de febrero de 86 sobre la costa de Portugal al pie de las rocas de Peniche. Yo, que me hallaba entonces de Embajador en Portugal, tuve la comisión de vigilar sobre la dirección del buceo hecho para el salvamento del rico tesoro de más de 8.000.000 de pesos que venía en este navío. Dirigió con tanto acierto y actividad este trabajo el Capitán de navío D. Francisco Muñoz de Goossens, que a los cinco meses del naufragio no llegaba ya a un 3 por 100 la pérdida, incluso en ella los gastos del buceo. Con este motivo vi a cuatro de aquellos indios prisioneros que se habían salvado del naufragio, y por más que les pregunté sólo pude sacar de ellos que eran zonzos y que no sabían nada; pero su traza era de muy taimados,   —379→   falsos y traidores. A la verdad que si los jueces no adelantan más que yo en las declaraciones, ha sido un gasto bien inútil este dilatado viaje.

La pérdida de este buque dio motivo a una providencia que, sin ella, debiera haber existido mucho tiempo hacía. Esta fue la de limitar los caudales que podrían venir en cada buque, para no exponer sobre uno tan crecidas sumas, y el permitir se cargasen éstas sobre todos los buques, sin estar como antes detenidos los caudales para esperar el registro, la flota o el navío destinado a conducirlos, con grave perjuicio de la circulación, que debe ser continua. Efectivamente, desde el comercio libre, y más aun, desde esta providencia, puede verse por las Gacetas es continua la entrada de caudales en España en sumas pequeñas, lo que prueba que es constante la circulación de los caudales.

Estableció S. M. en este tiempo en Madrid el Banco Nacional de San Carlos, con 150.000 acciones de a 20 000 rs. cada una, que son 300 millones de fondo. Este útil Establecimiento, que ha puesto en acción muchos caudales muertos, y que ha empezado a dar en España ideas de circulación y a establecer una cierta confianza, se debió a D. Francisco Cabarrús, hoy Conde de Cabarrús, negociante francés, natural de Bayona. Este hombre, joven, activo y de un carácter emprendedor, aspiraba a una grande fortuna,   —380→   y aun al Ministerio de Hacienda, en el cual hubiera sido sin duda útil por sus luces e inteligencia. Para esto quería acreditarse por medio de especulaciones grandes que fuesen provechosas al país y que hiciesen ver tenía calidades para llegar por la aclamación pública al puesto supremo a que aspiraba. A este fin propuso al Sr. Conde de Floridablanca, Ministro de Estado, y a D. Miguel de Muzquiz, el plano de un Banco Nacional con el título de San Carlos, que adoptaron ambos, y mandó establecer S. M. Es cierto hubo en él desde el principio algunas cosas que le hacían vicioso, v. gr., el permitir que las acciones pudiesen establecerse en mayorazgos, cuando uno de los motivos que impiden la circulación, industria y cultura de la España, es la multiplicidad de estos pequeños mayorazgos y capellanías, cuyo espíritu de estagnación es enteramente contrario, uno y otro, al que pretendía establecerse por medio del nuevo Banco. Por otro lado, éste tomaba a su cargo por costo y costas todas las provisiones y aun vestuarios del ejército con un 10 por 100 de beneficio, y se apropiaba exclusivamente el derecho de la extracción de la plata. Todas estas concesiones exclusivas debían con precisión fomentar desde su origen muchos poderosos enemigos contra este Establecimiento, como los Gremios, los Asentistas y otros ricos   —381→   particulares que disfrutaban de la utilidad de la extracción y de los asientos. Procuraban, pues, desacreditar el Banco, diciendo faltaba a su instituto y principal objeto admitiendo como Mayorazgo sus acciones, y que se exponía a quiebras y a padecer los efectos de las necesidades del Gobierno, tomando a su cargo unos asientos que dependían enteramente de él. Es cierto que estas dos objeciones eran obvias y fundadas; pero por lo mismo no era posible que los mismos interesados no hubiesen conocido desde luego sus inconvenientes, cuando a mí, que no pretendo entender gran cosa en estas materias, me chocaron luego estos dos puntos. Pero reflexionando en ellos, halle que en un país como el nuestro, en que hay poco o ningún espíritu de comercio y circulación, sobre todo en los particulares, que llenos de desconfianza y de escrúpulos, necesitan dobles motivos y seguridades para exponer su caudal, prefiriendo su inacción infructuosa en un arca de tres llaves a su aumento con el menor riesgo; en un país en que toda novedad repugna e inspira desconfianza, no hubiera sido posible juntar ni 150.000 reales, sin haber hecho ver en el nuevo Establecimiento una seguridad como la que suponen debe tener todo lo que se llama Mayorazgo, autorizado por el Gobierno, y que así esta habría sin duda sido la causa de emplear al principio un   —382→   medio vicioso con conocimiento de serlo en si; pero mirándolo como necesario en las circunstancias del momento, y capaz de reforma después de él, cuando logrado por su medio el primer establecimiento deseado, su misma utilidad hubiese inspirado confianza en los particulares; entonces, tomando el gusto a las ventajas, y convencidos por ellas de la utilidad que les resultaba de la circulación de los caudales, los mismos que los escaseaban ahora, serían los primeros que solicitasen la reforma de todos los artículos capaces de poner obstáculos contra ella, como lo es la posibilidad de reducir las acciones a Mayorazgos.

Lo mismo digo del artículo de las contratas hechas con el Gobierno. Conociendo éste la utilidad del plano, igualmente que la dificultad de juntar en España el caudal necesario para él, quisieron facilitar al Banco todos los auxilios, y así le dieron la extracción de la plata y los asientos. Claro está que no fue tanto el ánimo del Gobierno economizar en ellos, como el darle al Banco una suma cierta de un 10 por 100 con que pudiese contar para su establecimiento, ínterin éste se consolidaba, y la nación tomaba confianza en él. Entonces estos defectos premeditados se hubieran corregido, y la circulación total y la independencia necesaria para establecer sólidamente la confianza del Banco   —383→   le hubieran perfeccionado con grande utilidad del reino. Así lo pensé y dije en Lisboa desde luego que vi la Cédula, y el mismo Cabarrús me confirmó en París no habían tenido otras razones ni miras aquellas providencias. Si los Establecimientos pudieran ser perfectos desde luego, se ganaría sin duda mucho terreno; pero el no acomodarse en su origen a la situación del país, sacando utilidad para el fin aun de la contemporización de sus mismas preocupaciones y defectos, para empeñar más a todos a recibirlos con confianza y gusto, y a contribuir a él, lo pierde todo sin remedio. Cabarrús no olvidó, ni debía ciertamente olvidarse a sí mismo en estas operaciones y en las que sabia debía proporcionarle el alta y baja de las acciones que podía dirigir más libremente en un país en que se ignoraba este corretaje, tan común en Londres, Holanda y París. Yo no entraré en el examen escrupuloso de su conducta en esta parte, que creo sea tan regular para los que están acostumbrados a este giro de acciones no conocido, como mal visto en España. Me contentaré sólo con decir que no obstante que el nuevo Ministro, Conde de Lerena, ha procurado desacreditarle por personalidades y ha hecho perder sumas considerables al Banco por esta razón en las especulaciones mal dirigidas por él mismo, subsiste aún con crédito, y que los billetes Reales   —384→   establecidos también con 4 por 100 de interés por dirección del mismo Cabarrús, no se hallan sin pagar hasta un medio por 100. Tanta es la confianza que hay en ellos.

No olvidaba el Rey, en medio de los graves cuidados de la guerra, los demás ramos de su Gobierno. Había establecido antes de emprenderla el libre comercio de América, con el cual abrió a todos sus vasallos las puertas de aquel gran continente, dando campo a sus especulaciones e industrias, y concediéndoles a este fin varios privilegios capaces de fomentarla en perjuicio de la de los extranjeros, como se ha reconocido desde entonces. Estos privilegios podrán verse en la Cédula de instrucción de S. M. expedida a este fin.

Mandó también S. M. construir, durante la guerra, el célebre camino del Puerto del Rey, que divide las Castillas de Andalucía, y el de la Cadena, que está entre Murcia y Cartagena, fomentando al mismo tiempo las obras de los canales de Lorca y Aragón, de que se ha hablado arriba. En el Puerto de la Cadena se puso esta inscripción: Tempore belli.

Mientras que los españoles se ocupaban en las expediciones dichas, continuaban por otra parte las suyas con suceso los franceses y americanos.

El Barón de Roullecourt intentó una expedición   —385→   el 5 de Enero contra la isla de Jersey, donde logró desembarcar felizmente y empezar a establecerse; pero fue rechazado poco tiempo después, no quedando otra cosa de esta desgraciada expedición que la memoria de la muerte del Barón, de las desgracias inútiles que resultaron de ella y la del triunfo de los ingleses, que, en memoria de ella, hicieron poner una pirámide en el mismo paraje que la habían conseguido, con la inscripción siguiente:

«Aquí yace el Barón de Rullecourt, oficial francés, que en la noche del 6 de Enero de 81 atacó esta isla, a la cabeza de 1.200 hombres, sorprendiendo y haciendo prisioneros al Gobernador y a los Magistrados. Por fortuna, al amanecer del día siguiente la guarnición y la milicia del país, mandadas por el valeroso mayor Pierson, que fue victima de su valor, atacaron a los franceses, los deshicieron o hicieron prisioneros, y recobraron su libertad el y Gobernador y los Magistrados, habiendo perecido en el combate el Barón de Rullecourt. Esta pirámide no es tanto un monumento erigido a la memoria de un enemigo, cuanto (¡oh, Jersey!) un recuerdo para que vosotros y vuestros hijos viváis con más vigilancia en lo sucesivo para vuestra seguridad.»



El Almirante Kempenfeld avistó el 12 de Diciembre la escuadra de Guichen, que protegía   —386→   un convoy, del cual pudo apresar 15 buques cargados de tropas y municiones, y a no haber sido por el Marqués de Vaudreuil, que, no obstante lo fuerte del temporal, en medio del cual se hizo esta presa, pudo cubrir algo del convoy, hubiera sido mucho mayor la pérdida. La inferioridad de las fuerzas del Almirante francés le precisó a evitar el combate. El Almirante Rodney intentó tomar la isla de San Vicente; pero Mr. de Montel, su comandante, la defendió con solos 700 hombres contra 4.000 que llevaban los ingleses para el desembarco.

Fueron éstos más dichosos contra los holandeses en la toma de San Eustaquio, de que se apoderaron, facilitándoles esta conquista la de las islas holandesas de San Martín y de Saba, y de la pequeña francesa de San Bartolomé, haciéndose igualmente dueños de las dos colonias de Emerari y Esequivo, que los holandeses tenían en el continente de la América. El Almirante Rodney, glorioso de su victoria, se apresuró en enviar a Europa los ricos despojos de ella, a bordo de 32 navíos de transporte, escoltados por cuatro de guerra. No era ciertamente el ánimo del Almirante inglés el hacer este regalo a los franceses; pero el día 2 de Mayo encontraron cruzando sobre las Sorlingas seis navíos de línea franceses y cuatro fragatas, a las órdenes, de Mr. de La Motte-Piquet. Luego que   —387→   los descubrió el comodoro inglés, hizo señal al convoy de salvarse como pudiese, reconocida la inferioridad de sus fuerzas, y cayeron en poder de los franceses 26 de los 32 buques del convoy.

La escuadra de Mr. de Grasse, compuesta de 25 navíos de línea, se encontró el 18 de Abril, entre Santa Lucía y Martinica, con la del Almirante Hood, compuesta sólo de 18. No obstante esto, se empeñaron ambas en un combate que no fue ni decisivo ni muy reñido, ni impidió que Mr. de Bouillé se hiciese dueño en el mes de Mayo de la isla de Tabago.

Una escuadra francesa, a las órdenes de M. Destouches, se dirigía a efectuar un desembarco de tropas sobre la costa de Norfolk; pero el Almirante Arbuthnot lo impidió, empeñando un combate muy reñido entre ambas escuadras, que obligó a los franceses a retirarse en buen orden a Rhod-Island, aumentadas sus fuerzas con el navío inglés el Romulus, de 40 cañones, que habían apresado el día antes.

El Conde de Grasse empeñó el día 5 otro combate en las alturas de la bahía de Chesapeak contra las escuadras reunidas de los dos Almirantes Hood y Graves, compuestas de 20 navíos de línea y nueve fragatas o corbetas, constando la suya de 24 navíos y dos fragatas. El combate fue sumamente reñido, y, por las relaciones de los mismos oficiales ingleses, padecieron tanto   —388→   los cinco navíos del centro, que se vieron precisados después a quemar el Terrible, por haber quedado enteramente inútil. Los ingleses se retiraron, dejando a los franceses efectuar su unión el día 11 en el cabo Henry con la escuadra del Conde de Barrás, que habla llegado allí el día antes.

De todas las acciones de esta campaña, la más brillante, dichosa y de consecuencia fue la toma de Yorktown. El ejército que mandaba el Conde de Rochambeau, y cuyas primeras brigadas dirigían Mr. de Viomenil, mi amigo, y el caballero de Chatellux, hicieron 260 leguas, y llegaron a Filadelfia el día 3 de Septiembre.

El 19 llego a Williamsbourg la vanguardia del ejercito, mandada por el Conde de Custine. El Barón de Viomenil y sus tropas pasaron a bordo de dos fragatas que había enviado el Conde de Grasse a Baltimore. Los generales Washington, Rochambeau y Chatellux se habían adelantado por tierra a marchas forzadas de a 60 millas por día. Llegaron el 14, y encontraron al Conde de San Simón (grande de España) y al Marqués de la Fayeta apostados ventajosamente. El 24 se halló reunido todo el ejercito en Williamsbourg. Los generales habían tenido el 18 Consejo de guerra a bordo del navío La ville de París, que mandaba el Conde de Grasse, para combinar las operaciones de mar   —389→   y tierra. En consecuencia de lo convenido, desamparó Grasse el anclaje de Linhaven, y pasó a acoderarse en la desembocadura de Mill-Ground y de Horse-Shoe, posición ventajosa para impedir que el Almirante Graves intentase socorrer al lord Cornwallis para acelerar las operaciones del sitio y facilitar y cubrir, los transportes de munición, a cuyo fin hizo acoderar igualmente otros tres navíos en la entrada del río James.

El 28 embistió el ejército americano la plaza de Yorktown, y la estrechó tanto por todas partes, que las tropas inglesas, que tenían que defender muchos puestos, creyendo no poderlo hacer sin debilitarse demasiado, los abandonaron para reunirse en fuerza a defender el cuerpo de la plaza. Por otra parte, el Duque de Lauzun atacó con tanta fuerza al Coronel Tarleton en Glocester, que le obligó a retirarse a esta plaza. El Conde de San Simón se distinguió también en otro ataque particular, en que obligó a los ingleses a retirarse. La trinchera se abrió el 3 de Octubre, y el 19 capituló el lord Cornwallis, que mandaba en ella, y salió con su guarnición a las dos de aquella tarde con todos los honores de la guerra. La armada aliada hizo prisioneros 6.000 hombres de tropa reglada, 1.500 marineros, 160 cañones de todos calibres, ocho morteros, 40 bastimentos, y con ellos uno   —390→   de 50 cañones, 20 navíos de transporte, y entre ellos la fragata Guadalupe, de 24 cañones. Los ingleses perdieron al pie de 150 hombres, y tuvieron unos 400 heridos, y los combinados sólo 70 de los primeros y 200 de los segundos.

Puede decirse que esta gran pérdida fue la que consolidó la independencia de los americanos, y la que hizo ver a los ingleses que la desgracia de Saratoga podría repetirse con frecuencia. El ejército inglés no logró restituirse a Europa, como lo solicitó su General, y se distribuyó en las diferentes provincias de América hasta que pudiesen ser cambiados.

El General Green, americano, logró otra victoria completa el 9 de Septiembre contra los ingleses en Eutaw-Springs (el nacimiento de Eutaw), en que se proponían establecerse. Los atacó Green con toda su fuerza, socorrido por las milicias de la Virginia y del Mariland, y quedaron victoriosos, con pérdida de unos 500 hombres entre muertos y heridos; pero la pérdida de los ingleses fue, a lo menos, doble. Les tomaron más de 600 prisioneros, y, sin una casa de ladrillo, en que apostados ventajosamente pudieron cubrir algo la retirada, hubiera caído toda la tropa inglesa en poder de los americanos, y se hubiera visto bien presto la tercera escena de la desgraciada aventura de Saratoga.

El Marqués de Bouillé desembarcó en la isla   —391→   de San Eustaquio la noche del 25 de Noviembre; pero, por error de los pilotos que dirigían las falúas del desembarco, perecieron muchas de ellas contra la costa, siendo del número la del General Bouille, que pudo salvarse afortunadamente. Avista de este estado y de la imposibilidad en que, se hallaban las fragatas de socorrerlos por haber derivado demasiado, conoció aquel General atrevido no le quedaba otro recurso que vencer o morir. Atacó, pues, a la punta del día, y sorprendió la tropa, que estaba haciendo el ejercicio sobre el glasis, y entrándose, mezclado con ella, en el fuerte, hizo levantar su puente levadizo, y con menos de 400 hombres puso en consternación toda la guarnición, compuesta de 700 hombres, y obligó a rendirse a su Gobernador, Coekburn, que, yendo tranquilamente al ejercicio, se vio improvisadamente detenido y atacado espada en mano por el caballero O Connor, capitán de cazadores del regimiento de Walsh. El Marqués de Bouillé obligó al Gobernador a restituir a los holandeses dos millones que les pertenecían y que tenía en depósito en su casa, ínterin llegaba la decisión de la Corte de Londres. Destacó a San Martín al Vizconde de Damas, que se apoderó de aquella isla.

Las repetidas desgracias de la campaña de 81, que quedan detalladas arriba, prestaron   —392→   gran materia en el Parlamento de Inglaterra a la elocuencia de los oradores de ambos partidos y a esforzar las acusaciones contra los Ministros, sobre todo contra Mylord North, que había sido el principal móvil y apoyo de la guerra de América. Pero mientras los ingleses ejercitaban su elocuencia, continuaban los franceses atacando sus islas de América. Deseaba, e intentó el Conde de Grasse, apoderarse de la Barbada; pero tuvo que desistir de esta empresa y dirigir sus fuerzas contra la isla de San Cristóbal, donde ancló el 11 de Enero de 82 en la rada de Baseterre. Los ingleses evacuaron la ciudad, que se rindió inmediatamente, retirandose el Mayor General Fraser, con los 800 hombres que tenía a sus órdenes, al fuerte de Brimstone-hill. Abrieron los franceses la trinchera el día 17, y el 24 por la mañana señalaron los vigías la escuadra del Almirante Hood, compuesta de 20 navíos de línea y algunos transportes, en que venía la tropa de desembarco para socorrer la isla. El Conde de Grasse, que estaba anclado en Baseterre, se hizo luego a la vela para ir a atacar ál enemigo. Este maniobró tan bien, que, a pesar de un ataque que tuvo el 25 y dos el 26, logró acercarse a la isla, y echando el áncora en la punta de Salinas, se apoderó del mismo puesto que había abandonado la escuadra de Grasse, acoderándose en aquella   —393→   posición a vista del Almirante francés, que tuvo que mantenerse cruzando a la vela ínterin Hood concluía su expedición. Logró éste desembarcar 1.300 hombres, que fueron rechazados por los franceses, igualmente que las chalupas que la noche del 29 intentaron socorrer por otra parte el fuerte sitiado. Su Gobernador, animado igualmente que la guarnición a la vista de la escuadra inglesa, rehusó rendirse, no obstante de hallarse sitiado por 6.000 hombres, y resistió con tenacidad, hasta que, apoderándose los franceses el 31 de un rico almacén de artillería, y habiéndoles quemado otro lleno de vivieres y municiones de toda especie, se rindieron finalmente el 12 de Febrero, saliendo la guarnición por la brecha y con todos los honores militares, bien que quedando prisionera de guerra. Por el artículo 17 de la capitulación, declara M. de Bouillé no deberse considerar como prisioneros los Generales ingleses Shirley y Fraser por el valor y conducta que habían acreditado.

Siguióse a esta toma la de la isla de las Nieves y la de Monserrate, que capituló el 22 de Febrero. Por el artículo 9.º de las capitulaciones, se obligaron los habitantes a pagar dos mil monedas en el término de un año después de la toma de la isla.

Parecía que la peligrosa posición en que había   —394→   colocado Hood su escuadra, acoderándola para resistir a un ataque, ofrecía una ventaja a las fuerzas superiores que mandaba el Conde de Grasse; pero viendo el Almirante Hood que este había anclado en la isla de las Nieves, aprovechó la noche siguiente a la rendición del fuerte de Brimstone-hill, se hizo a la vela sin tener que cortar los cables, como era de temer en aquella posición, y llegó felizmente a Santa Lucía, donde poco después se le reunió la escuadra del Almirante Rodney, dejando burlado al Conde de Grasse, que, según muchos, hubiera podido, y aun debido, impedir esta impune retirada, de que dijo con gracia el Marqués de Bouille, cuando lo supo, no estaba comprendida en la capitulación del fuerte. Así hubiera impedido la importante reunión de las dos escuadras, o, cuando no, hubiera debilitado su fuerza.

Efectuada, pues, por esta falta, se componía ya la escuadra inglesa de 38 buques de guerra, a las órdenes del Almirante Rodney, mientras la del Conde de Grasse constaba sólo de 30. Esperaba ésta en el puerto real el momento favorable para pasar a Santo Domingo, donde debía efectuarse su reunión con la escuadra española, a las órdenes de D. Josef Solano, y así hubiera llegado la escuadra combinada en aquellos mares a 70 navíos, nunca vistos hasta entonces en ellos. Constaba la escuadra de Grasse   —395→   de 38 navíos, de los cuales nueve se hallaban separados de ella, por lo que sólo salió con 29 de la Martinica el día 9 de Abril de 82, dirigiendo su rumbo a Santo Domingo. Avisado el Almirante Rodney por la fragata Andrómaca, se hizo inmediatamente a la vela, y, al romper el día, se avistaron ya las dos escuadras. Aunque el Conde de Grasse excusó cuanto pudo el combate, como debía, la vanguardia inglesa, mandada por el Almirante Hood, empeñó la acción y se maltrataron mucho las dos escuadras. Costó no poco a Grasse reunir la suya y hacer pasar el convoy, bajo la escolta de los dos navíos el Sagitario y el Experiment. El navío el Caton había quedado muy atrasado; pero Grasse, conociendo la peligrosa situación en que se hallaba, y que su único objeto era salvar la escuadra y el convoy y reunirla a las fuerzas españolas en Santo Domingo, para poder obrar después con todo vigor en la Jamaica, como se había proyectado, hizo toda fuerza de vela, de modo que aunque Rodney hizo señal de caza general a su escuadra, ésta no la hubiera alcanzado sin una imprudencia del General francés.

El navío Zelé abordó La ville de Paris la noche del 11 al 12, y quedó tan maltratado del choque, que no podía seguir la marcha de los otros, y parecía inevitable cayese en poder de los ingleses. En vez de remolcarlo, y aun de abandonarlo   —396→   en caso preciso, atendiendo a que exponía la escuadra entera por salvar un solo buque, mandó hacer un movimiento retrogrado a la armada, que no podía alcanzar toda la diligencia de Rodney, por lo favorable que le era el viento. Este error le empeñó a Grasse indiscretamente en un combate con fuerzas muy superiores, que frustró todos los preparativos combinados contra la Jamaica, con cuya toma (aunque más costosa y difícil entonces que al principio de la guerra, en que estaba desprovista de todo) se hubiera dado enteramente la ley a la Inglaterra, y hubiera cedido Gibraltar y cuanto se hubiera querido. El Conde de Grasse no estaba querido de su oficialidad, y el miedo de su crítica en caso de abandonar el navío Zelé, le hizo empeñarse en salvarle; pero con su conducta dio más justos motivos de que se le vituperase. Esto hace ver cuán preciso es a un General tener el concepto y la estimación de los que manda, para poderlo hacer con libertad y ser obedecido con confianza.

El combate fue de los más reñidos que se han visto, y habiendo logrado los ingleses romper la línea de batalla enemiga (que es su operación favorita) se convirtió en varios combates particulares por pelotones, de que resultó un destrozo reciproco grandísimo. El Glorioso, El Ardiente, El Hector y El César cayeron en poder del   —397→   enemigo, y después de once horas y media de combate contra cuatro y seis navíos a un tiempo, se vio precisado a hacer lo mismo el navío almirante La Ville de Paris, de 110 cañones.

Según la relación de los muertos, dada por el Marqués de Vaudreuil, hubo 1.100, sin contar los de los navíos tomados o separados de la escuadra, entre los cuales se hallaba la división de Mr. de Bougainville, que después del combate se había retirado a San Eustaquio a reparar sus averías. El Marqués de Vaudreuil, mi amigo, cuyos méritos, virtud y valor son bien conocidos, recogió los restos de la escuadra, y entró con 19 navíos en Santo Domingo. Los navíos El Caton, El Jason y la fragata Aimable, que, sin saber nada de lo que se pasaba, venían desde la Guadalupe a Santo Domingo, se rindieron el 19 al Contraalmirante Hood, que había quedado cruzando en aquellos mares. Fueron, pues, en todo siete navíos y una fragata los que tomaron los ingleses; pero algunos de ellos, y entre otros La Ville de Paris, quedaron tan mal tratados, que no pudieron llegar a Inglaterra, donde hubiera sido un motivo de gozo el ver llegar a Porsmouth la villa entera de París, rival de la de Londres. En vez de ella, tuvieron el gusto de ver allí al Almirante que la mandaba, a quien obsequiaron como lo merecía el servicio que les había hecho por su imprudencia.

  —398→  

El Marqués de Vaudreuil se dirigió a la América Septentrional, limpió de enemigos la bahía de Hudson, y restableció en ella todas las factorías de los franceses.

Frustrada la grande expedición de la Jamaica por la imprudencia del Conde de Grasse, se contentaron los españoles con la toma de la isla de la Providencia, una de las Lucayas; pero los enemigos tomaron 15 de los 30 navíos de transporte en que se conducían a la Habana los prisioneros y efectos tomados en ella. Puede decirse que este desgraciado combate de Grasse fue la última operación decisiva de esta guerra.

El general Elliot, cansado ya después de tres años de bloqueo de la gloria pasiva que le resultaba de él, e instruido por algunos desertores del estado en que se hallaban las trincheras enemigas, determinó hacer sobre ellas una salida vigorosa la noche del 26 al 27 de Noviembre de 1781. Destacó, pues, dos regimientos y ocho compañías de granaderos, divididas en tres columnas, a las órdenes del Brigadier General Ross. La primera formaba la vanguardia, en que había una partida de peones y otra de artilleros; la segunda formaba un cuerpo de apoyo, y la tercera la retaguardia o cuerpo de reserva. Atacaron las baterías que estaban hacia la puerta de tierra, en que no hallaron ni la gente ni la resistencia que debieran, porque al cabo de tres   —399→   años no es extraño que la costumbre hiciese mirar como abandonada la idea de una salida. Sorprendidos, pues, los españoles, en menos de media hora quemaron los ingleses tres baterías de a seis cañones, dos de a 10 morteros, y clavaron seis de éstos y 28 de aquéllos. Los ingleses tuvieron 10 muertos y 43 heridos, y un voluntario de Aragón pudo hacer prisionero un soldado inglés, que fue el único que hubo; pero los ingleses lograron llevarse 60. Declaro el inglés que el que había dado las noticias del estado de las trincheras y dirigido la marcha de las columnas en la salida, había sido un cabo de escuadra de guardias walonas que desertó dos días antes de la plaza. El Comandante de la línea española merecía sin duda un ejemplar castigo, pues si hubiera estado con vigilancia y observado las órdenes que para este caso tenía dadas el General D. Martín Álvarez, los ingleses hubieran vuelto escarmentados y en corto número a la plaza, y aun hubiera podido inducírseles a una salida, por medio de falsos informes, para escarmentarlos, o acaso para hacer una intentona en la plaza, verificando sobre ellos la sorpresa. No dejé yo de escribirlo bien clara y eficazmente a la Corte en uno de mis despachos, en que di cuenta de la conversación que había tenido en Lisboa con el mismo Ross, que había mandado la salida, instruyéndome   —400→   muy por menor del descuido que halló en las trincheras, de la confusión y desorden que reinó en los Comandantes de ella, y de lo fácil que hubiera sido cortarles la retirada estando sobre aviso, en cuyo caso, a saberlo, no hubieran ellos intentado ciertamente la salida. Pero a nadie se castigó por este descuido. Sin duda lo harían para no confesarle a vista de la Europa, como si esta conducta fuera capaz de hacer dudoso el hecho, que sería mejor castigar para que no se repitiese en lo sucesivo.

Reparáronse prontamente todas las pérdidas y destrozos que ocasionó esta salida, y aunque los ingleses quisieron intentar otra segunda en el mes de Febrero de 82, el fuego de las trincheras les obligó a retirarse precipitadamente.

La gloria que el Duque de Crillón se había adquirido con la toma de Mahón, hizo creer que el entusiasmo que ésta inspiraría en la tropa española, y el terror que infundiría en la guarnición inglesa, seria un medio seguro de convertir en sitio formal el bloqueo de Gibraltar, No hay cosa para (sic)8 expuesta que el no calcular justamente hasta dónde y en qué caso extienden su poder estos efectos a la imaginación y a la confianza.

El General Álvarez, que mandaba en el campo,   —401→   no había ganado nada en la corte con la desgraciada salida que se hizo de la plaza el 27 de Noviembre, y aunque de ella no tenía culpa alguna, porque sus órdenes estaban dadas para este caso, con todo, la mala disposición de los espíritus no dejó de contribuir a que se le mandase retirar, dejando el mando y la dirección del sitio al Duque de Crillón, que llegó a San Roque el 18 de junio, reforzado con las tropas que habían estado en Mahón, inclusas en ellas las francesas.

El Conde de Artois, el Duque de Borbón y el Príncipe de Nassau, acompañados de varios señores franceses, se transfirieron al campo de San Roque para asistir al sitio que iba a emprenderse.

El bloqueo de mar se había estrechado tanto, que empezaban a escasear los víveres y municiones, de modo que había ya picado el escorbuto y morían diariamente de él cinco o seis soldados. Sólo entretenía Elliot a su guarnición con las esperanzas del socorro de tropas y municiones que esperaba de Inglaterra, asegurándoles que luego que llegasen se arrojaría a hacer una vigorosa salida que obligaría a los españoles a retirarse. Como por dos veces consecutivas habían visto verificarse constantemente la llegada y la entrada de los socorros que les ofrecía su General, no tenían motivo ninguno   —402→   para no fiarse enteramente de su palabra. Después de consultarse los diferentes planos del célebre Mr. de Valliére, de Mr. Gautier, de Cramer, ingeniero español, y otros, tuvo la preferencia de todos el de Mr. Darson, ingeniero francés, que adoptó sin restricción ninguna el mismo Duque de Crillón, que debía mandar el Sitio.

Salió, pues, Darson de Aranjuez para el campo de San Roque el día 15 de Abril de 82, y halló ya en Algeciras los navíos, preparados de antemano en Cádiz para servir de baterías flotantes, y 170 cañones de bronce que había en el campo de San Roque, al cual llegaron después 50 de Ciudad Rodrigo, componiendo en todo 230 los destinados a aquella nueva y atrevida empresa. Había inventado para ella el ingeniero Darson unas baterías flotantes, a que dio el título de insumergibles e incombustibles, no siendo de corcho y componiéndose de materias todas inflamables, en las cuales un pequeño cañito de agua que había dispuesto para apagar el fuego no podía ciertamente ser suficiente para extinguir el que seguramente debía prender en las pretendidas incombustibles las balas rojas, verdaderamente inflamatorias, que contra ellas preparaba a toda prisa el Gobernador Elliot.

Pretendía también Darson que estas baterías podrían conducirse a remolque, y colocarse así   —403→   en el paraje proyectado para batir la plaza. Varios oficiales de marina declamaron contra esta invención, fundados en poderosas razones, que exponían con toda vehemencia, pero que no fueron oídas de ningún modo. Con todo, siendo preciso hacer la experiencia sobre la posibilidad de su transporte, se vio no podría efectuarse nunca sin ponerles vela, y fue preciso hacerlo así. En la Secretaría de Estado y en la de la Embajada de Portugal se hallará el original y la copia de la carta de la corte que yo escribí en esta ocasión, diciendo: «Hubiera sido de desear que, así como la necesidad había obligado a probar y verificar la imposibilidad del transporte sin vela, hubiese también precisado a hacer la experiencia sobre los dos puntos esenciales de la incombustibilidad e insumergibilidad que querían atribuirse, y se creía con una fe ciega tuviesen aquellas máquinas.» Yo no dudo que el General y la misma Corte conociesen, cómo todos, la necesidad de hacer esta prueba; pero empeñados demasiado en el proyecto, y casi entabladas las negociaciones de paz, se fiaron demasiado de la fortuna, y prefirieron correr los riesgos de ella jugando el resto, por si un golpe atrevido les proporcionaba la deseada victoria, a desistir de la empresa a vista de toda la Europa y de tan ilustres espectadores, lo cual hubiera sido la precisa consecuencia de la prueba. Así   —404→   se trata la vida de tantos hombres, sin reflexionar que para uno que llega a la edad de pelear, hay por lo menos cinco que han malogrado todo el cuidado y afanes que sus tiernas madres han puesto para conservarlos, de modo que en cada 1.000 hombres que llegan a la edad de parecer en la guerra, puede contarse la muerte de 6.000. Se habla mucho del cuidado de la propagación, crianza y conservación de la especie humana, al mismo tiempo que se hace infinitamente más por su destrucción, las más veces infructuosa.

Pero sigamos el hilo de la historia, y perdóneseme esta digresión, muy conveniente, hijos míos (para vosotros para quien escribo esta historia), que si lo merecéis, os podéis hallar necesitados de tenerla muy presente para la felicidad de vuestros hermanos, y, por consiguiente, de vuestra patria cuando lleguéis a empleos de mando.

Las baterías flotantes eran, pues, 10 navíos muy fuertes, arrasados y reforzados con una doble cubierta a prueba de cañón. Sobre el primer puente se elevaba un tallud desigual, cubierto de planchas de hierro, que eran en mayor número del lado en que estaban las baterías, de modo que las bombas que caían sobre ellas debían rodar luego al mar. Como el peso de la batería estaba todo de un lado, para equilibrarle se puso por lastre en el otro la correspondiente   —405→   cantidad de plomo. Había dos baterias; la una de 13 y la otra de 14 cañones, y en la popa de cada buque se habían dejado tres grandes comunicaciones para el servicio de la artillería. Los costados de estas máquinas eran de seis palmos de grueso, defendidos con corcho y sacos de lana encajonados, y se habían dispuesto unos conductos para que por ellos pudiese dirigirse el agua a apagar el fuego donde lo hubiese. El General Elliot se preparaba por su pate a contrarrestar estas formidables máquinas, y a este fin hizo abrir en la misma roca varios grandes morteros, como los que hay en la isla de Malta, para disparar un diluvio de piedras sobre los sitiadores cuando se acercasen las baterías o intentasen un desembarco.

La noche del 14 al 15 de Agosto adelantó el Duque de Crillón la trinchera más de 500 toesas, y se hizo este trabajo con tanta celeridad y silencio, que los ingleses se quedaron maravillados al día siguiente de verlo hecho sin haber oído el menor ruido.

Escarpado de la parte de Europa el Peñón de Gibraltar, y no habiendo más que una lengua estrecha de tierra pantanosa para llegar a la puerta, como queda dicho, era absolutamente imposible intentar ningún ataque por aquella parte, y así sólo contaba Darson en su proyecto con ella para incomodar a los enemigos   —406→   que disparasen desde las murallas contra las flotantes, cogiéndolos por el flanco con el fuego de las 22 piezas de cañón que había en la trinchera, la cual cogía todo el frente del monte, de un mar a otro. El proyecto era hacer un fuego violento durante quince días de estas baterías, a razón de 50 tiros por cañón en las veinticuatro horas, que hubieran sido 55.000 tiros al día y 165.000 en los quince en que debía continuarse esta salva. Pasado este término, debían acoderarse las baterías flotantes, para batir el muelle y la punta de Europa. Al mismo tiempo debían hacer fuego los navíos y 20 barcas cañoneras y bombarderas, acoderadas a este fin de la otra parte del monte, para que por todos lados lloviese fuego sobre él. Luego que callase el de las baterías de la plaza, como lo suponían, debían acercarse las flotantes para batir en brecha la cortina que da a la parte del muelle, a fin de emprender por allá el asalto. En consecuencia de este proyecto, empezó la línea su fuego el día 9 de Septiembre, y el 13, a las siete de la mañana, levantaron ya el áncora las baterías flotantes, pasando a acoderarse enfrente del muelle y del campo que tenían los enemigos hacia la punta de Europa. Marchaba a la cabeza de la columna la batería La Pastora, mandada por D. Ventura Moreno, al cual seguía el Príncipe de Nassau dirigiendo la segunda   —407→   batería, denominada la Tallapiedra. No obstante el vivo fuego de los enemigos, lograron acoderarse a 40 toesas de la plaza, y lo mismo hicieron las otras baterías que las seguían. Empezó el fuego de la trinchera con toda fuerza; pero lo recio del tiempo y otras circunstancias impidieron que los navíos, bombarderas y cañoneras ejecutasen lo que debían por la otra parte de la Punta de Europa, con arreglo al proyecto, sobre lo cual apoyaron mucho su defensa los que estaban interesados en sostener el proyecto, aun después de quemadas las baterías. Después de un fuego recíproco sumamente vivo, suspendió el suyo la plaza; pero, empezándole de nuevo Elliot, con un gran número de balas rojas, logró que éstas pegasen fuego a la batería que mandaba el Príncipe de Nassau, que, aunque lo apagó varias veces, viendo, no era ya posible salvarla de las llamas, después de haber aguantado por más de ocho horas el fuego de bala roja de la plaza, se ocupó en retirar los heridos, no abandonando los restos de su desgraciado buque hasta las doce de la noche. Lo mismo hicieron D. Ventura Moreno y demás comandantes, que se volaron todos, excepto tres, que se quemaron hasta la quilla. Sin los socorros que prestó inmediatamente la grande escuadra de Córdoba, que estaba anclada a la vista de Gibraltar, en la bahía de Algeciras,   —408→   es probable no hubiera vuelto un solo hombre de los que iban en las baterías flotantes; pero Córdoba envió inmediatamente todas las chalupas y cuantos buques le fue posible para socorrer aquellos valerosos guerreros, habiendo salido también muchos de la plaza, que hicieron unos 500 prisioneros, la mayor parte de ellos heridos. Las relaciones inglesas dijeron pasaban de 2.000 el número de los muertos entre los sitiadores. La Gaceta de Madrid disminuyó mucho este número, que prudentemente puede calcularse entre 1.100 y 1.200 hombres. Iban a bordo de estas baterías 5.012 personas y 212 cañones de bronce escogidos, que se perdieron con ellas.

Luego que suspendió un poco el fuego la plaza, como queda dicho, envió Crillon un oficial en posta, para dar a S. M. esta agradable noticia, que sólo sirvió de hacer ver su ligereza y de agravar el gran pesar que causó el aviso que llegó pocas horas después, de una desgracia que no sorprendió a los que habían considerado el proyecto desinteresadamente y a sangre fría.

La Europa estaba en espectativa de este gran suceso, pues, a la verdad, no hay memoria en la historia de una empresa más grande ni mas atrevida. Todos los militares saben que un asalto de una brecha y un desembarco son, cada uno de por sí, las dos acciones más arduas del   —409→   arte de la guerra. Ahora, pues, el pensar reunirlas en un punto era un atrevimiento reservado sólo a una imaginación francesa.

Conociendo la situación de Gibraltar, donde había estado varias veces, miré siempre el todo del proyecto como imposible de ejecutar, aun cuando hubiese cesado el fuego de las baterías de la plaza y abiértose en la muralla una brecha muy accesible. En las arenas rojas que están enfrente de donde ésta debía verificarse, tenía Elliot oculta una batería a barbeta de 100 cañones. Esta hubiera callado hasta verificarse el desembarco; pero, ¿qué recurso quedaba a los que le hubiesen hecho cuando, descubriéndola, hubiese roto sobre ellos su fuego a metralla, casi a boca de jarro? ¿Cómo podrían defender entonces su tropa con sus fuegos los buques españoles sin tirar sobre ella misma? ¿Cómo se hubiera efectuado en aquella situación una retirada? Nunca he creído en la posibilidad del proyecto de las flotantes, ni en la del asalto, aun concediendo como una hipótesis llegase el caso de un desembarco. He oído a los mismos ingleses que Elliot estaba admirado de ver el arrojo y el denuedo con que marcharon y se apostaron nuestras baterías flotantes, y que decía que, no pudiendo dejar de conocer los que las conducían la ninguna posibilidad del suceso, daban un ejemplo de valor y de subordinación   —410→   sin segundo. Es cierto que si Elliot mereció con razón los justos elogios que recibió por la constancia de su defensa, no son menos acreedores a ellos los pobres españoles que con tanto tesón le atacaron por tanto tiempo. Elliot puede contar tantas victorias como días, pues en cada uno lograba su intento, que era la conservación de la plaza; pero el continuar en atacarla diariamente durante tres años y medio, viendo que nunca se adelantaba una pulgada hacía el fin, es una prueba de subordinación y constancia, de que, creo que la historia no nos ofrece otro ejemplo, y que más que nadie conocían y sentían los mismos soldados. Por esto iba cantando un día un pobre fusilero catalán, a quien en la trinchera habían cortado una pierna: Uno a uno, no quedará ninguno. ¡Qué dolor ver sacrificar así semejantes soldados sin fruto!

Después de esta desgracia, el General Crillon continuó en estrechar la plaza, diciendo siempre, como lo dice en el día, la hubiera tomado, sin la conclusión de la paz, por medio de una mina que había empezado a hacer en el monte de la parte de Levante, y por la cual pretendía se hubiera introducido y sorprendido al enemigo. Este proyecto me parece hermano del de Darson, contra el cual empezó a declamar luego que vio no le salió bien, diciendo a voces, aun a los soldados, para no perder su crédito   —411→   con ellos, que él no lo había aprobado nunca, que la Corte se había empeñado en que se hiciese, y cosas semejantes, que aun cuando fueran, no parece debieran salir de su boca en estos términos. Yo creo que estos nuevos proyectos del General no inquietarían mucho al Gobernador Elliot, que había sabido desvanecer otros más terribles, de que creo no ha habido aún ejemplo. Como quiera, Crillon sostiene siempre hubiera tomado la plaza por su mina, y como ya en su edad es probable, y de desear, no se vuelva a ver en el caso de tomarla, hace bien en conservar este consuelo para sí, aunque nadie le crea.

En 1765, en que Crillon estaba de Comandante general del campo de Gibraltar, un horrible huracán echó abajo la cortina del muelle de la plaza. Inmediatamente envió un correo a la Corte, proponiendo atacarlo por allí con sólo mi regimiento que se hallaba allí de guarnición; pero el Rey le desaprobó, y le mandó que, al contrario, les diese todos los socorros posibles y debidos en aquel momento de desastre. Esta hubiera sido siempre la respuesta del Rey Carlos, análoga a su modo de pensar; pero dos años después de una paz como la de 63, en que la España y la Francia habían perdido tanto, hubiera sido un disparate, aun en política (prescindiendo de la felonía), dar motivo a una nueva guerra cuando apenas se hablan empezado   —412→   a reparar las pérdidas de la precedente. Pero el buen Crillon ha sido, es y será mientras viva brave comme un Crillon y étourdi comme un jeune françois. S. M. le hizo retirar de aquel mando para dar aun a entender más a la Inglaterra cuán desagradable le había sido una proposición que no podrían ignorar, no obstante que la moderación y justicia del Rey Carlos o les permitiese hablar nunca de ella.

El día 11 de Octubre hubo un huracán tan terrible, que la escuadra combinada, que se mantenía siempre anclada en Algeciras, esperando impedir la entrada de los socorros que escoltaba con la suya el Almirante Howe, padeció infinito, y el navío San Miguel, de 70 cañones, fue a dar contra la misma plaza, y cayó en poder de los ingleses con su Comandante D. Juan Moreno y 600 hombres de tripulación.

Hallábase ya en ruta para Gibraltar la escuadra inglesa de Howe, compuesta de 36 navíos menos que la combinada que la esperaba. Había yo tenido fletados en Lisboa y otros puertos de Portugal durante toda la guerra, a veces hasta 10 barcos portugueses que, con varios pretextos, pero con el mayor secreto de su verdadero objeto, cruzaban continuamente sobre la costa para llevar avisos a Gibraltar y darlos a los buques nuestros que cruzaban, y con los cuales yo estaba de seguida en correspondencia.   —413→   Pasó en esta ocasión toda mi escuadra ligera en la mayor actividad, como lo exigía el caso, pues, no obstante la gran desgracia de las baterías flotantes, la falta de refrescos tenía reducida la guarnición a muy mal estado, y si el socorro no hubiera entrado y la guerra hubiese durado, era más probable se hubiese rendido la plaza por este medio que por la famosa mina, en que el Duque hizo trabajar constantemente hasta el último día. Creíase pues, que el mayor servicio del día era retardar este socorro, y así, yo no dejé de emplear cuantos medios me fueron posibles para pasar los avisos puntuales al General Córdoba y al Duque de Crillon. Así es que cuando Howe entró en el Estrecho, había anclados en Algeciras tres o cuatro de mis pequeños buques, que habían ido llegando sucesivamente desde que se presentó en la altura de Oporto, para dar noticia de su movimiento, y dos correos en San Roque, que había yo enviado a Crillon para duplicarle con seguridad estas mismas noticias por tierra. Había yo dado orden a mis buques ligeros de que a todo navío inglés que encontrasen le dijesen se había ya rendido Gibraltar, y que la escuadra combinada, que efectivamente constaba de 46 navíos, se hallaba anclada en el puerto. Mi ánimo era retardar los socorros por este medio, pues como se trataba de estar reducidos a un   —414→   último extremo, uno o dos días de retardo podía decidir la rendición y producir en la incertidumbre del mar alguna mutación de tiempo que alejase o perdiese la flota, o a lo menos su convoy, que era el punto más esencial. Efectivamente, tuve después la satisfacción de saber que mis emisarios se habían conducido con arreglo a mis órdenes, y que la misma escuadra inglesa estuvo indecisa y cruzando en el Cabo de San Vicente, por haber tenido repetidas noticias conformes a las que yo quería la llegasen. Así lo dijo en Lisboa un oficial que vino dos o tres años después, y que se quejaba de los dos buques portugueses que les hablan dado aquellas noticias uniformes, y que vi eran mis emisarios.

El temporal, que yo esperaba viniese a nuestro socorro por este medio, deteniendo el convoy inglés, vino efectivamente, pero fue para favorecerle.

Hallábase Howe a la boca del Estrecho el día 11 de Octubre, y la tempestad, de que arriba se ha hecho mención, fue favorable para que cuatro navíos de los 31 que componían el convoy pudiesen entrar a toda vela en Gibraltar. La escuadra combinada había padecido tanto, que no le era posible levantar el áncora para oponerse al enemigo. Este, forzado por el viento, tuvo que pasar al Mediterráneo, y entonces favoreció   —415→   la entrada del resto del convoy. Parecía no había qué desear, viendo a los enemigos forzados a pasar el Peñón. La escuadra combinada, reparadas lo mejor que se pudo las averías, corrió sobre la inglesa; pero una densa niebla, y la mutación del viento al Este, hizo que ésta pudiese tomar la delantera a la combinada, que pasó el Estrecho para perseguirla y la avistó el 19. Empezaron a cañonearse las dos escuadras; pero la inglesa, aunque superior entonces, porque 12 navíos de la combinada habían quedado atrás, huyó a fuerza de vela, y se batió en plena retirada, por más que el General Howe dijese en la relación que envió a Inglaterra queja escuadra combinada había disminuido sus velas, rehusando empeñar el combate. En primer lugar, el objeto del Almirante inglés no era dar un combate en aquellos mares, logrado su fin, cuando tenía consigo todo el resto de las fuerzas británicas. En ello hubiera hecho una falta militar y política muy crasa en aquellas circunstancias, aun cuando por fortuna hubiese ganado el combate, pues ésta es caprichosa e incierta, y la conducta de un General debe ser reflexionada, combinada y tan prudente como atrevida, según las ocasiones. En segundo lugar, puesto que el cañoneo se empezó al anochecer y duró hasta las once de la noche, ¿quién le impidió a él mismo esperar la línea de batalla para el día   —416→   siguiente en vez de continuar toda la noche a fuerza de vela, de modo que al amanecer, como más veleros, se hallaron a cuatro leguas largas de la escuadra combinada, sin que ésta, que la siguió con tesón, pudiese alcanzarla? A más de esto, la separación precipitada de la retaguardia inglesa, que se fue a la isla de la Madera, denota más una huida a uña de caballo9, como suele decirse, cada cual por donde pueda, que una disposición de un combate no verificado por rehusarlo el enemigo. El comodoro Johnston lo dijo así bien claro en el Parlamento, y Howe, no obstante su relación, no se atrevió a contradecir el hecho. Esta relación de Howe y la dada por Parcker después del combate de los holandeses en Bogger-Banck se hicieron más para conservar en el público, y sobre todo en la nación, la idea de su superioridad e invencibilidad en todos los mares, que para dar como militares una noticia exacta de lo que efectivamente pasó en estos dos encuentros. Decía el gran Rey de Prusia que las acciones militares de los ingleses se calculaban por los partidos del Parlamento.

Así escaparon Gibraltar y la escuadra, favorecidos por los elementos, de una ruina que, sin ellos, parecía inevitable, sobre todo la de la escuadra   —417→   metida en el Mediterráneo a vista de fuerzas tan superiores. La Inglaterra conocía bien a todo lo que se exponía, pues desde principios de Septiembre estuvo Howe indeciso, sin atreverse a salir de la Mancha, cruzando con varios pretextos ya en los mares de Holanda, ya en los de Irlanda.

La escuadra de Córdoba había apresado y enviado a Brest en 26 de junio 18 navíos de comercio del convoy inglés de Quebeck, y esto, y la acción de Gibraltar, fueron los dos principales sucesos de este último año de la guerra en los mares de Europa.

Reforzada de municiones y víveres la plaza de Gibraltar, debían ya mirarse como ilusorias todas las esperanzas que daba el Duque de Crillon, fundadas en sus nuevos proyectos, y pareció deber renunciarse al sitio formal de esta plaza, que es ya el decimotercio que ha padecido.






 
 
FIN DEL TOMO I