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ArribaAbajoGenealogía de Cervantes (§. 1.º)

24. Las noticias de la familia y de los parientes de Miguel de Cervantes Saavedra han sido tan escasas y vagas hasta ahora, que para facilitar la inteligencia de muchos hechos que referimos en la vida, y para desvanecer la inexacta idea que se ha tenido de su calidad y naturaleza, hemos estimado conveniente reunir aquí cuanto se ha podido averiguar en este asunto.

25. Cuando escribió Mayans la vida de Cervantes por los años de 1736 se ignoraba su patria, la época de su nacimiento, el nombre y la calidad de sus padres y hermanos; y si bien las investigaciones   -pág. 233-   de muchos y muy diligentes literatos lograron después esclarecer algunos de aquellos hechos o circunstancias, no consiguieron con todo variar el concepto, generalmente recibido, de ser a lo más un simple hidalgo, y no persona de la más alta y calificada nobleza: a lo que naturalmente inducía el considerarle solo como un simple soldado en el servicio militar, y después como un ciudadano sin empleo conocido, y como un escritor pobre y desatendido de sus coetáneos: llegando esta idea a preocupar de tal modo a los mismos que debían honrarse con su parentesco y conexión, que parece se desdeñaban de ello, sin cuidar de averiguar su origen, ni de ilustrar su memoria como correspondía a su eminente mérito y al esplendor de un linaje tan fecundo en hombres grandes por las letras y por las armas. Nuestras diligencias y meditaciones para esclarecer este punto nos proporcionaron descubrir algunas noticias del padre, el empleo del abuelo, y su prosapia de un modo suficiente para dar a la opinión de Don Nicolás Antonio, que le hacía por lo menos oriundo de las ilustres familias sevillanas de su apellido68, y a las indicaciones de Rodrigo Méndez de Silva, que escribió sus genealogías69, todo el peso y fundamento necesario para derivar a nuestro célebre escritor de una de las casas más distinguidas de España.

26. Todos nuestros genealogistas desde Juan de Mena, que fue cronista del rey D. Juan II, contestan que el linaje de Cervantes proviene de los antiguos ricos-hombres de León y de Castilla, llamados Muñoz y Aldefonso, que siendo gallegos de naturaleza, y derivándose de los reyes godos enlazados o emparentados con los de León, yacen sepultados en Sahagún y en Celanova70. De aquí salió Tello Murielliz, rico-hombre: de Castilla,   -pág. 234-   que vivió por los años de 988, y fue padre de Oveco Téllez, abuelo de Gonzalo Ovequiz, bisabuelo de Adefonso González, tercer abuelo del conde Munio Adefonso, y cuarto abuelo de Adefonso Munio, caballero de Galicia que en la conquista de Toledo, año 1085, acompañó el rey Don Alonso VI, quien en premio de sus esclarecidos servicios le concedió la villa de Ajofrín. Este caballero tuvo, entre otros hijos, al famoso Nuño Alfonso, alcaide de la imperial ciudad de Toledo, y príncipe de su milicia, rico-hombre de Castilla, que nació en Galicia, y probablemente en Celanova, año 1090; y después de tantas memorables hazañas como se refieren en nuestras historias, y que recopiló el citado Méndez de Silva, murió peleando valerosamente con los moros el día 1.º de agosto año 1143, a los cincuenta y tres de su edad, con tanto sentimiento del emperador D. Alonso como indica La Toledana, que se escribió en su tiempo71. Estuvo casado este caballero en primeras nupcias con Doña Fronilde, de quien tuvo un hijo llamado Pelay Munio, y una hija del nombre de la madre; y en segundas con Doña Teresa Barroso, de ilustre linaje, y de quien, a más de cinco hijos, tuvo también algunas hijas, siendo una de ellas Doña Gimena Muñiz, que casada con el conde D. Pedro Gutiérrez de Toledo, vino a ser progenitora de reinas y reyes de España y otras potencias, entre quienes el emperador Carlos V estaba en grado de su decimoséptimo nieto, y de decimoctavos el rey Felipe II72 y el vencedor de Lepanto, príncipes coetáneos y al mismo tiempo consanguíneos del desvalido y simple soldado de sus banderas Miguel de Cervantes Saavedra; porque este descendía, según veremos, de Alfonso Munio Cervatos, que era el tercero de aquellos cinco hermanos de   -pág. 235-   Doña Gimena, y se apellidó Cervatos por ser señor del lugar y torre de este nombre que le dejó su padre en testamento. Alcanzó los tiempos de D. Alfonso VIII, D. Sancho III y Alonso IX, y se halló en la conquista de Cuenca año 1177, y la población de Plasencia el de 1180. Tuvo dos hijos, que fueron Pedro Alfonso Cervatos, que acompañó a D. Alonso VIII en la batalla de las Navas de Tolosa año 1212, y vivió hasta el tiempo de San Fernando, y de quien se deriva el linaje de Cervatos; y Gonzalo de Cervantes, que tomó este apellido y varió algo su escudo de armas73 para diferenciarse de su hermano, y en memoria también del castillo de San Cervantes, cerca de Toledo, a cuya edificación asistió su bisabuelo con D. Alonso VI año de 108974: denominando entonces a esta fortaleza de San Servando, insigne mártir español; cuyo nombre alterado y corrompido por la sucesión y rudeza de aquellos tiempos vino a llamarse de San Cervantes, y de aquí tomó el apellido esta familia; entre cuyos sucesores hubo alguno que tornando a Galicia fundó o pobló en tierra de Sanabria la villa que apellidó de Cervantes, así como otro de la rama de Cervatos pobló y llamó con este nombre a un lugar en la provincia de Palencia75.

27. Descúbrese claramente en esta genealogía la separación de ambas familias, y la causa de haber afirmado algunos escritores que el linaje de Cervantes descendía del de Cervatos76, y así debe mirarse a este Gonzalo de Cervantes como el primero o cabeza de esta nueva rama. Fue caballero de la meznada de San Fernando, y le acompañó en la conquista de Andalucía, particularmente de Sevilla, por cuyos servicios fue uno de los doscientos comprendidos en el repartimiento de aquella ciudad año 125377; y como de él se derivan   -pág. 236-   y provienen las familias que han conservado aquel apellido, indicaremos su sucesión y genealogía hasta los tiempos de Miguel de Cervantes, refiriéndonos al árbol genealógico en cuanto al origen de las ramas transversales que enlazadas con otras casas de la primera nobleza se han propagado por muchas provincias de España y de América.

28. Hijo de Gonzalo fue Juan Alfonso de Cervantes, comendador de Malagón en la orden de Calatrava, y a este sucedió Alonso Gómez Tequetiques de Cervantes, que casó con Doña Berenguela Osorio, rama de la casa de los marqueses de Astorga. De este matrimonio nació Diego Gómez de Cervantes, que fue el primero que asentó su casa en Andalucía, y casó con Doña María García de Cabrera y Sotomayor. Ambos consortes reedificaron la capilla mayor de Santa María en la villa de Lora, donde yacen sepultados, y donde se conserva actualmente su generosa sucesión. Entre los hijos que tuvieron fue uno Fr. D. Rui Gómez de Cervantes, gran prior de la orden de San Juan78, que dejó una larga posteridad; pero quien continuó la casa directamente fue Gonzalo Gómez de Cervantes, que casó con Doña Beatriz López de Bocanegra, hija del almirante de Castilla Micer Ambrosio de Bocanegra, señor de Palma. Fundaron estos la capilla de Jesús en la parroquia de Todos-Santos de Sevilla año 1416, y en ella el sepulcro en que descansan. Tuvieron, entre otros hijos, al cardenal D. Juan de Cervantes, que fue arzobispo de Sevilla, donde murió a 25 e noviembre de 145379; a Fr. D. Diego Gómez de Cervantes, gran prior de la orden de San Juan, y a Rodrigo de Cervantes el sordo, que casó con Doña María Gutiérrez Tello, de ilustre alcurnia, y propagó la línea directa por medio de Juan de Cervantes su hijo, veinticuatro de Sevilla   -pág. 237-   y guarda mayor del rey D. Juan II, que casó con Aldonza de Toledo, cuyos padres Alfonso Álvarez de Toledo y Doña Catalina Núñez de Toledo, fundaron el monasterio de Santa Clara de Madrid80. Parece que este Juan de Cervantes renunció la renta que tenía de por vida en sus hijos, según una carta que escribió al mismo rey D. Juan en Sevilla a 12 de marzo de 145281. Hijo mayor de este matrimonio fue Diego de Cervantes, comendador en la orden de Santiago, que casó con Doña Juana Avellaneda, hija de D. Juan Arias de Saavedra, llamado el Famoso, segundo señor de Castellar y del Viso, y de su mujer Doña Juana de Avellanada, rama ilustre de la casa de los condes de Castrillo. Por este enlace se descubre el origen de haber usado muchos de la familia de Cervantes del apellido Saavedra juntamente. Entre los varios hijos de estos consortes se cuenta a Gonzalo Gómez de Cervantes, corregidor de Jerez de la Frontera, proveedor de armadas en 150182, que casó con Doña Francisca de las Casas y propagó la línea directa que luego pasó a Nueva-España; y a Juan de Cervantes, que según nuestras conjeturas es el abuelo de Miguel de Cervantes, y corregidor de Osuna por nombramiento del conde de Ureña después del año 1531. Siendo esto así, por las razones que manifestaremos, se sigue a Juan de Cervantes su hijo Rodrigo de Cervantes, que casó con Doña Leonor de Cortinas: y estos tuvieron cuatro hijos, Rodrigo, Miguel, Doña Andrea y Doña Luisa, de quienes daremos luego noticias más individuales.

29. Que este Juan de Cervantes sea el corregidor de Osuna, padre de Rodrigo de Cervantes, y abuelo del célebre escritor del Quijote, lo persuade no solo la conveniencia y oportunidad de la cronología o del tiempo en que vivió, sino   -pág. 238-   la notable sucesión de Juanes y Rodrigos entre sus ascendientes; siendo constante que en todas las familias hay cierta preferencia, o sea devoción, para adoptar y transmitir a las generaciones venideras aquellos nombres que la religiosidad de los antepasados, los patronatos o fundaciones de las casas, o el respeto a las virtudes o hazañas de los predecesores han consagrado sucesivamente para recuerdo de honrosas memorias y para acrecentar con ellas el esplendor de los linajes. El árbol genealógico de la familia de Cervantes nos presenta un Juan, comendador de Malagón en la orden de Calatrava, otro cardenal y arzobispo de Sevilla, otro veinticuatro de la misma ciudad, y guarda mayor del rey D. Juan II, sin otros varios en las líneas trasversales. También ofrece el nombre de Rui o Rodrigo en un gran prior de la orden de San Juan y en muchos de su sucesión, en otro que llamaron el Sordo, y propagó la línea directa de la casa, y en algunos de las ramas laterales. A esto se agrega que siendo la bisabuela de Cervantes, Doña Juana de Avellaneda, hija de D. Juan Arias de Saavedra, llamado el Famoso, se descubre en este enlace el origen del apellido Saavedra, de que usó comúnmente nuestro autor con tanto aprecio y estimación, como lo acreditó llamando Doña Isabel de Saavedra a su hija natural, y haciendo memoria de sí mismo en la novela El Cautivo, diciendo que solo había librado bien de las crueldades de Azan Agá un soldado español llamado tal de Saavedra83: costumbre muy común en aquellos tiempos, en que se tomaban o usaban promiscuamente los apellidos de los padres, abuelos o parientes a quienes se debía la educación o la subsistencia, o de quienes se quería conservar la memoria por sus notables hechos y proezas. Así sucedió a la   -pág. 239-   misma Doña Juana, que conservó el apellido Avellaneda de la madre, y no el de Arias de Saavedra del padre, y a los hijos de esta, que unos tomaron el de Cervantes que les correspondía, otro se llamó Hernando Arias de Saavedra como el abuelo materno, y una hija de Doña Luisa de Avellaneda como la madre y la abuela. Semejante irregularidad se nota en la mujer del mismo Cervantes, que siendo hija de Fernando de Salazar y Vozmediano, y de Catalina de Palacios, unas veces se llamó y firmó como la madre, y otras como el padre84, y hemos visto también que en la hija natural de Cervantes se prefirió el apellidarla Saavedra, y no Cervantes, como era más regular. Así queda manifiesto el origen de haber tomado nuestro escritor aquel apellido, y que por no descubrirse en su partida de bautismo ni en otros documentos de Alcalá de Henares en que se citan o nombran sus padres, era una razón que alegaban los manchegos para hacerle natural de Alcázar de San Juan, donde no solo en los libros bautismales se expresaba el apellido Saavedra, sino que siempre se había conservado unido al de Cervantes en la familia avecindada en aquel pueblo. El Sr. Ríos, para satisfacer a esta objeción, conjeturó atinadamente que lo Saavedra sería sobrenombre de alguno de sus abuelos o de otro pariente inmediato que le criase o dejase alguna herencia, según la costumbre que entonces era general en Castilla85.

30. A estas razones parece que sirven de apoyo algunas otras conjeturas. Mientras que Gonzalo Gómez de Cervantes, que propagó la línea directa, era corregidor de Jerez de la Frontera, lo fue su hermano Juan de la villa de Osuna en el mismo reino de Andalucía: aquel fue proveedor de armadas, y Miguel de Cervantes se acomodó   -pág. 240-   después a servir en la misma oficina y carrera de provisiones, confiado tal vez para sus progresos en los servicios que en ella habían contraído sus antepasados. Perseguido de su mala suerte, y no habiendo logrado el premio a que era acreedor por sus méritos y recomendaciones, abandonó entonces la corte y sus tareas literarias para colocarse en Sevilla al abrigo de sus parientes, que habían vivido allí con tanto decoro y honorífica reputación, y solicitó varios oficios o empleos en la América septentrional, sin duda porque se prometía prosperar más y mejorar de fortuna bajo el amparo de sus deudos, que trasladando a aquel nuevo mundo el tronco o rama principal de la familia, se habían extendido y dilatado felizmente, logrando ilustres enlaces, decorosos empleos, y ricos repartimientos y posesiones en premio de sus servicios, como conquistadores y primeros pobladores de tan opulentos países. Si estas conjeturas prueban poco, tomadas aisladamente o cada una de por sí, sirven todas juntas de mucho peso y de mayor apoyo a las razones anteriores y a la autoridad de D. Nicolás Antonio y de Rodrigo Méndez de Silva.

31. Comprueban igualmente la ilustre calidad de Cervantes algunas noticias fidedignas que nos han quedado de su persona. Cuando el P. Haedo, que escribía viviendo aún Cervantes, le nombra en su Topografía de Argel, dice expresamente que era un hidalgo principal de Alcalá de Henares86: y Ménez de Silva, que a mediados del siglo XVII compuso y publicó la genealogía de esta familia, habla también de él con referencia a lo que dice Haedo, llamándole noble caballero castellano87; y aunque creía que así este varón insigne como otros varios que cita pertenecían a la generosa estirpe de que había tratado en la descendencia   -pág. 241-   de Nuño Alfonso, todavía hablaba de ella con poca seguridad, por carecer de los documentos que necesitaba para completar la noticia de las ascendencias y sucesiones de estas familias que procedían de líneas transversales e indirectas. También hizo mención de la hidalguía de Cervantes el licenciado Márquez Torres, pues refiriendo en su aprobación de la segunda parte del Quijote las preguntas que, según hemos visto en el párrafo 170, le hicieron sobre Cervantes los caballeros franceses que vinieron en la comitiva del embajador comisionado a tratar los casamientos de los príncipes de las casas de España y Francia en 1615, dice que se vio obligado a contestarles que era viejo, soldado, hidalgo y pobre. Si examinamos con atención el memorial presentado por Cervantes en 1590, y las informaciones judiciales de 1578 y de 1580, formaremos siempre el concepto más ventajoso de la calidad de su familia. Cuando después de más de veinte años de servicios muy distinguidos solicitaba un empleo en América, manifestaba su deseo de continuar siempre sirviendo a S. M., y acabar su vida como lo han hecho sus antepasados. En la información de 1578 todos los testigos contestaron la hidalguía de Rodrigo de Cervantes, padre de nuestro escritor; pero en la de 1580 hay sobre este particular circunstancias tan notables que no podemos omitirlas. La tercera pregunta del interrogatorio recaía sobre si Cervantes era cristiano viejo, hijo-dalgo, y en tal tenido e comúnmente reputado y tratado de todos; y contestando a ella el alférez Diego Castellano, natural de Toledo, que conocía a Cervantes muchos años hacía, dijo que le tenía por tal persona como la pregunta dice, porque conoce deudos suyos que son tenidos por muy buenos hijos-dalgo, y por tales son tratados de todos.   -pág. 242-   Hernando de la Vega, maestredaxa, natural de Cádiz, y cautivo del mismo amo que tuvo Cervantes, dijo: «que por ser el dicho Miguel de Cervantes persona principal y lustrosa, demás de ser muy discreto y de buenas propiedades y costumbres, todos se holgaban y huelgan tratar y comunicar con él; admitiéndole por amigo, por ser tal persona como la pregunta dice, así los muy reverendos padres Fr. Jorge de Olivar, redentor de la corona de Aragón, como el Sr. Fr. Juan Gil, de la corona de Castilla, como los demás cristianos así caballeros, capitanes, religiosos, soldados; y es tal persona que no obstante que es querido, amado y estimado de todos los que dicho tiene; pero las demás gentes de comunidad lo quieren y aman y desean, por ser de su cosecha amigable y noble y llano con todo el mundo; y por tal es habido y tenido etc.». Juan de Valcázar, natural de Málaga, y esclavo juntamente con Cervantes de Arnaute Mamí, dijo que: «conoce a Miguel de Cervantes, así en tierra de cristianos como en Argel, y le vido tratarse y tratarlo como tal caballero hijo-dalgo y cristiano viejo, y que este testigo vido en Italia que el Sr. D. Juan de Austria, que está en gloria, y el duque de Sesa y los demás caballeros capitanes le tenían en mucha reputación y por muy buen soldado y principal». Cristóbal de Villalón, natural de Valbuena junto a Valladolid, afirmó que tenía a Cervantes por tal persona como la pregunta decía, «respecto de que ha procurado saber de su descendencia, y le han dicho a este testigo como es de buena prole el dicho Miguel de Cervantes, y especialmente por su trato y proceder se demuestra lo que la pregunta dice». Don Diego de Benavides, natural de Baeza, declaró   -pág. 243-   que habiendo llegado a Argel, y preguntando qué personas principales y caballeros había con quienes se pudiese comunicar, le señalaron especialmente uno muy cabal, noble y virtuoso, de muy buena condición y amigo de otros caballeros, que era Miguel de Cervantes, y así lo verificó y comprobó después este testigo tratándole amistosa y familiarmente. El alférez Luis de Pedrosa, natural de Osuna, contestando sobre la nobleza y calidad de Cervantes, dijo le constaba que en aquella villa fue corregidor Juan de Cervantes, tenido por un principal y honrado caballero, a quien conoció con motivo de ser amigo de su padre; y sabiendo por lo mismo que era abuelo de Miguel de Cervantes, tenía a este por muy principal hijo-dalgo y persona limpio y bien nascido. El Dr. Antonio de Sosa confirmó el contenido de la pregunta, «porque le he visto (dice hablando de Cervantes) siempre ser tractado y reputado de todos por tal, y en sus obras y costumbres no he visto o notado cosa en contrario alguna, antes he visto muchas en que mostraba ser tal como en este artículo se dice». Tan clásicos y fidedignos testimonios bastan a comprobar la nobleza de Cervantes, y a persuadir que descendiese de la ilustre rama que se fijó en Andalucía al tiempo de la conquista de Sevilla, la cual se derivaba del famoso Nuño Alfonso y de los conquistadores de Toledo, como lo dejamos demostrado.

32. Todavía se ofrecen algunas otras reflexiones en apoyo de esta opinión. Cuando en la fe o partida de bautismo de Miguel de Cervantes en el año de 1547 se hace mención de su madre, se la nombra Doña Leonor, y en las partidas de rescate de los años de 1579 y 1580 se la llama igualmente Doña Leonor de Cortinas; y en la   -pág. 244-   primera, Doña Andrea de Cervantes a su hermana: lo cual comprueba la distinción de estas familias en un tiempo en que el tratamiento del Don era mucho menos común que ahora, y solo se daba a personas muy principales. Éralo igualmente, por la misma consideración, Doña Catalina de Palacios y Salazar, con quien casó Cervantes en Esquivias, pues no solo en la partida de matrimonio de 1584, y en la carta de dote en 1586 se la llama Doña Catalina de Palacios, sino en otros muchos instrumentos públicos que se conservan; y no parece natural que siendo esta señora de tanta distinción y lustre, como lo era en realidad, hubiese enlazado con persona que no fuese su igual por la nobleza y esplendor de su linaje.

33. El mismo Cervantes hizo alguna vez mención de su hidalguía, y especialmente cuando el maligno Avellaneda le echó en cara que era tan viejo como el castillo de San Cervantes88, con alusión sin duda a su ilustre ascendencia, que asombrada y oscurecida en su persona por la pobreza y estrechez, y amparada por la caridad del arzobispo de Toledo, como refugio de los hombres virtuosos, dio también que murmurar y zaherir a su infame detractor, a quien en su modesta contestación le dijo entre otras cosas: «la honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso: la pobreza puede anublar a la nobleza, pero no escurecerla del todo. Pero como la virtud dé alguna luz de sí, aunque sea por los inconvenientes y resquicios de la estrechez, viene a ser estimada de los altos y nobles espíritus, y por el consiguiente favorecida»89: doctrina que ya había estampado en el capítulo VI de la segunda parte del Quijote que iba a publicar. Después de haber tratado allí con suma discreción de la   -pág. 245-   vicisitud y alternativa de los linajes, y de cuál debe ser el fundamento o la esencia de la verdadera nobleza añade: «al caballero pobre no le queda otro camino para mostrar que es caballero sino el de la virtud, siendo afable, bien criado, cortés, y comedido y oficioso; no soberbio, no arrogante, no murmurador, y sobre todo caritativo». Lección sublime y oportunísima, que dejando corrido y avergonzado a su maldiciente rival, acreditaba la elevación de su espíritu, contrastando con la urbanidad la grosería, con la nobleza la ruindad, con la moderación la insolencia, con la filosofía la ignorancia, y con la santa moral evangélica la envidia, la detractación y el encono.

34. Así es como Cervantes supo conservar en medio de las persecuciones, de la pobreza y del abandono de los suyos las calidades eminentes de la verdadera nobleza y de aquel lustroso origen que adquirió todo su decoro y esplendor por las virtudes y hazañas de sus progenitores: dando motivo a que muchos escritores como Juan de Mena y el marqués de Mondéjar encareciesen y sublimasen este linaje como uno de los más esclarecidos de Europa; añadiendo el último, que parecía milagroso premio de su virtud la dicha que conseguía viéndose dilatado en estos reinos y en los del Nuevo-mundo, y esculpidas sus armas en varios parajes de Sevilla, en Baeza, en Trujillo, Talavera, Antequera, Tarragona, el Pedroso, Lora, Yepes, Alcalá de Guadaira, Alcázar de San Juan y en otros pueblos de la Mancha, así como en Méjico, Puebla de los Ángeles y otros varios de la América septentrional90.

35. Probada de este modo la nobleza de Cervantes y el esclarecido origen de su familia, pasaremos a dar algunas noticias más circunstanciadas   -pág. 246-   de su abuelo, padres, mujer, hija y hermanos.

36. Del abuelo, que se llamó Juan de Cervantes, nos dejó noticia el alférez Luis de Pedrosa, en la información hecha en Argel a 14 de octubre de 158091; pues contestando a la tercera pregunta del interrogatorio dice: «porque demás de lo que se contiene en esta dicha pregunta tocante a el dicho Miguel de Cervantes, a su nobleza y calidad, este testigo tiene noticia y sabe que pasó por realidad de verdad que en la villa de Osuna, de donde este dicho testigo tiene declarado ser natural, donde tuvo en ella a sus padres, sabe este testigo que en ella fue corregidor Juan de Cervantes, el cual tenían y tuvieron por un principal y honrado caballero, y así teniendo estos méritos trajo y le dieron la vara de corregidor por orden y merced del conde de Ureña92, padre del duque de Osuna, cuya es agora la dicha villa93, e quel padre de este dicho testigo tuvo estrecha y ordinaria amistad con el dicho Juan de Cervantes, el cual este testigo ha sabido por cosa muy cierta quel dicho Miguel de Cervantes es nieto del susodicho».

37. Hijo de Juan de Cervantes fue por consecuencia Rodrigo, padre de nuestro escritor, a quien, como al mismo tiempo vivían otros de igual nombre y apellido94, han equivocado algunos con el Rodrigo de Cervantes que se halló en la conquista de la Goleta de Túnez con el emperador Carlos V. Apoyaban en cierto modo esta opinión aquellas palabras de la novela El Amante liberal, alusivas al padre de Ricardo, interlocutor de ella, y bajo cuyo nombre entienden que Miguel de Cervantes refirió sucesos de sí mismo. «Acuérdame, amigo Mahamut (dice), de un cuento que me contó mi padre, que ya sabes   -pág. 247-   cuan curioso fue, y oíste cuanta honra le hizo el emperador Carlos V, a quien siempre sirvió en honrosos cargos de la guerra; digo que me contó, que cuando el emperador estuvo sobre Túnez, y la tomó con la fuerza de la Goleta, estando un día en la campaña y en su tienda, le trujeron a presentar una mora, por cosa singular en belleza...» La conjetura que han creído hallar en estas expresiones podría tener también a su favor la semejanza entre la rúbrica de Rodrigo de la Goleta y la de Miguel de Cervantes, que parece imitada de aquella con muy leve diferencia. Pero tenemos documentos y noticias fehacientes que desvanecen tal opinión de un modo incontestable. El año 1535 nombró al emperador para contador de la Goleta a un Rodrigo de Cervantes: no consta que este faltase de allí hasta 1544, en el que se le mandó venir a dar cuenta a Felipe II del estado de aquel fuerte, y si verificó el viaje hubo de ser muy poca su detención, pues todas las cuentas, sin intermisión de alguna, están intervenidas por él desde el 535 hasta el 556: salió por último de la Goleta a principios de 1557 con real licencia para volver a España por seis meses; y ya había fallecido antes del 27 de noviembre del mismo año, en cuya fecha decía el alcaide y gobernador de dicha fortaleza D. Alonso de la Cueva95 al secretario de la guerra Francisco Ledesma: «del fallecimiento del contador Cervantes me ha pesado, porque cierto era buen hombre, y hacía bien su oficio, y así se parescía en los oficiales que tenía». El padre de Miguel de Cervantes tuvo su primer hijo en Alcalá de Henares en diciembre de 1543; las dos hijas en 1544 y 1546, y a Miguel en 1547, todos en la misma ciudad: vino de ella a Madrid en abril de 1578 a solicitar se le recibiese información   -pág. 248-   de los servicios de este; y si nos atuviésemos a la partida de entierro que existe en la parroquia de San Justo de esta corte, y que hemos examinado personalmente96, diríamos que vivió hasta 13 de junio de 1585; pero es evidente el anacronismo, porque sin duda había muerto seis o siete años antes, según la nota de los trescientos ducados que la madre y la hermana de Miguel entregaron para su rescate a los PP. redentores en 31 de julio de 1579, en la cual se nombra a Doña Leonor de Cortinas, viuda, mujer que fue de Rodrigo de Cervantes97; y la gracia que con el propio fin concedió el Rey en 17 de enero siguiente, en virtud de aquella información y de la certificación que la acompaña del duque de Sesa, para que se pudiesen enviar de Valencia a Argel dos mil ducados en mercaderías no prohibidas, fue a la Doña Leonor, y no a su marido, como era regular lo fuese, si viviera, habiendo comenzado él y bajo su nombre las diligencias98.

31. De Doña Leonor de Cortinas, madre de Miguel de Cervantes, son más escasas las noticias que tenemos. D. Juan Antonio Pellicer sospechó que nuestro autor tenía por su línea materna algún parentesco con Doña Isabel de Urbina, primera mujer de Lope de Vega99. Fundábase en que Doña Magdalena de Cortinas y Salcedo, natural del lugar de Barajas, que murió en Madrid a 8 de octubre de 1612 viviendo en la calle del Príncipe100 estuvo casada con el regidor Diego de Urbina, rey de armas de Felipe II, persona muy instruida en todo género de letras101: de cuyo matrimonio tuvieron a la expresada Doña Isabel y a Francisco de Urbina, que compuso un epitafio a Cervantes, y se imprimió al principio del Persiles, llamándole insigne y cristiano ingenio de nuestros tiempos. La proximidad del lugar   -pág. 249-   de Barajas, que solo dista cuatro leguas escasas de Alcalá de Henares, donde estaba avecindado Rodrigo de Cervantes, da margen a sospechar que Doña Leonor de Cortinas fuese también del mismo pueblo y familia que Doña Magdalena; en cuyo caso resultaría evidente la conexión de parentesco entre dos genios tan superiores como Cervantes y Lope de Vega. Con menos fundamento asegura el Sr. Pellicer que Doña Leonor de Cortinas casó en segundas nupcias con D. N. Sotomayor102; a lo cual le indujo el ver en la causa formada en Valladolid en 1605 con motivo de la muerte de D. Gaspar de Ezpeleta, que Doña Magdalena de Sotomayor, beata, se llama hermana de Miguel de Cervantes103, y vivía con él y su familia en la misma casa; pero si hubiera advertido que en la primera declaración que hizo a 29 de junio de aquel año expresó tenía de edad más de cuarenta años104, se habría convencido que nació a lo menos en 1565, es decir, trece o catorce años antes que enviudase Doña Leonor. Más posible parece que fuese alguna cuñada o parienta de las que por costumbre o cariño suelen tratarse con título o confianza fraternal. Por su medio, y en 20 de setiembre de 1595, entregó Cervantes en tesorería general ciento cuarenta y nueve mil seiscientos maravedís, a cuenta de lo que había recaudado de las rentas del reino de Granada, a cuya exacción fue comisionado. Cuando D. Gaspar de Ezpeleta falleció a 29 de junio de 1605 en casa de Doña Luisa de Montoya, viuda de Esteban de Garibay, dejó de manda en su testamento un vestido de seda para Doña Magdalena por el amor que la tenía; y como esta por su profesión de beata vistiese de jerga, dio motivo a que el juez de la causa sospechase que aquel vestido era para otra persona cuyo nombre no   -pág. 250-   convenía que sonase. Reconvenida sobre esto la beata, dijo que aunque ignoraba la razón que tuvo D. Gaspar para hacerle dicha manda, creía pudiera ser por haberle asistido con caridad cuando estuvo herido mortalmente en casa de Doña Luisa; y esta, confirmando lo mismo, añadió, que entendía que por ser pobre Doña Magdalena le había hecho D. Gaspar aquella expresión por pura caridad, respecto a que ella tenía a Doña Magdalena por una gran sierva de Dios por la buena vida que hacía. Estas son las únicas noticias que hay de esta hermana, la cual no aparece en los documentos hallados en Madrid referentes a los años sucesivos.

39. De Rodrigo de Cervantes, hermano mayor de nuestro escritor, nada se sabía hasta que los documentos encontrados en Sevilla y Simancas nos han dado algunas noticias sobre sus destinos y ocupaciones. Nació en Alcalá de Henares, y fue bautizado con el nombre de Andrés en 12 de diciembre de 1543. Tal vez por respeto a su padre y antepasados varió después el nombre; pues siendo mayor que su hermano Miguel, y no constando de otros hermanos en los libros de bautismo de las parroquias de aquella ciudad, no debe quedar duda de ser el mismo Rodrigo que sirvió en las campañas de levante y África; que estuvo algún tiempo cautivo en Argel; que se halló en la conquista de Portugal y reducción de las Terceras; que fue promovido a alférez en 1584, y que seis años después continuaba en esta clase en los ejércitos de Flandes, de cuyos hechos hemos dado noticia en los §§. 24, 27, 28, 59, 61, 62 y 77 de la primera parte.

40. Doña Andrea de Cervantes nació también en Alcalá de Henares, y fue bautizada a 24 de noviembre de 1544. En la causa de Valladolid confesó   -pág. 251-   que primero había estado desposada con Nicolás de Ovando, y a la sazón era viuda de Sanctes Ambrosio o Ambrosi, florentín105, de cuya viudez se hace mención en la partida de entierro106 como indicando que este había sido el último marido, y no es posible conciliar con esto lo que se expresa en la partida de su toma de hábito en la Orden tercera cuatro meses antes de su fallecimiento, donde se la llama viuda del general Álvaro Mendaño, como lo hemos asegurado en el §. 122 de la parte primera, apoyados en este documento; pues en el caso de ser cierto este matrimonio debió haberse contraído después de 1605, en que declaró los anteriores con Ovando y Ambrosi, mucho más cuando no tenemos noticia de este general, y solo sí de Álvaro de Mendaña, célebre en la historia de nuestra marina por sus viajes en la mar del sur en los años 1567 y 1595, y por el descubrimiento de las islas de Salomón; el cual consta que murió de cincuenta y cuatro de edad a 18 de octubre del mismo año 1595 en una isla de negros que llamó de Santa Cruz y está situada junto a la Nueva-Guinea; y que su viuda Doña Isabel Barreto, partiendo luego de allí para Manila, donde casó en segundas nupcias con D. Fernando de Castro, regresó a Nueva-España al siguiente año 1596107. Cabrera en la Historia de Felipe II108, tratando del descubrimiento de dichas islas de Salomón, le llama Mendaño; pero sin duda es error, porque hemos visto su firma original que dice Mendaña. Del primer enlace con Nicolás de Ovando tuvo Doña Andrea una hija que se llamó Doña Constanza de Ovando, la cual, según declaró en Valladolid año 1605, tenía entonces veintiocho años109, y había nacido por consecuencia en 1577. Esta fue la sobrina de Cervantes, que viviendo con él en aquella   -pág. 252-   ciudad, recibió y pagó el porte de una carta que venía de su tío, y traía dentro un mal soneto contra el Quijote, como lo refiere en la Adjunta al Parnaso110; y al fin murió soltera en Madrid en la calle del Amor de Dios a 22 de setiembre de 1624111. Aunque Doña Andrea era vecina de Alcalá en 1579, se hallaba en Madrid a 31 de julio de aquel año, en que se presentó a los PP. redentores que iban a Argel, y les entregó cincuenta ducados por su parte para ayuda del rescate de su hermano112. Después vivió siempre con él mientras permaneció viuda, ocupándose en las labores propias de su sexo para poder mantenerse, como consta de algunas cuentas y recibos de cantidades que percibió de casa del marqués de Villafranca D. Pedro de Toledo por el trabajo que hizo en su ropa y equipaje en el año 1603113. Hallándose en Madrid recibió el hábito de la Orden tercera, juntamente con su cuñada Doña Catalina de Salazar, a 8 de junio de 1609114; y falleció el 9 de octubre del mismo año, habiéndose enterrado en la parroquia de San Sebastián a expensas de su hermano115.

41. Luisa de Cervantes, segunda de las hijas de Rodrigo y Doña Leonor, nació igualmente en Alcalá, y se bautizó en 25 de agosto de 1546. Fundado en una noticia que trae el doctor Portilla en la historia de aquella ciudad, infiere el Sr. Pellicer, con mucha probabilidad, que esta Luisa de Cervantes entró religiosa carmelita descalza en 11 de febrero de 1565, aunque el hábito con bendiciones no se le dieron hasta el 17 del mismo mes116. En el año décimo de la fundación de aquel convento, que era el 1572, había quince religiosas, y entre ellas se expresa en el núm. 10 a Luisa de Belén, de veinticinco años de edad, la cual era vecina de Alcalá cuando tomó el hábito;   -pág. 253-   cuya conformidad de nombre, edad y pueblo de residencia se ajusta bien a esta hermana de Cervantes.

42. El último de los hijos de Rodrigo y de Doña Leonor fue Miguel de Cervantes, cuya vida, que dejamos escrita, ha dado margen a estas investigaciones.

43. La primera noticia que se tuvo pocos años ha de la existencia de Doña Isabel de Saavedra, hija natural de Cervantes, resultó de la causa formada en Valladolid. En ella Doña Magdalena de Sotomayor dijo en segunda declaración: «que posaba con su hermano Miguel de Cervantes e Doña Andrea su hermana, y que allí están las dichas Doña Isabel, que es hija natural del dicho su hermano, y Doña Constanza, hija legítima de dicha Doña Andrea». La misma Doña Isabel en su confesión hecha a 30 de junio de 1605 dijo se llamaba Doña Isabel de Saavedra, hija de Miguel de Cervantes, y es doncella, y de edad de veinte años: añadió que posaba en casa de Miguel de Cervantes su padre, en compañía de Doña Andrea e Doña Magdalena sus tías, e Doña Constanza su prima; y finalmente manifestó que no sabía firmar.

44. Para tener entonces esta joven la edad de veinte años debería haber nacido a mediados de 1585, cuando ya llevaba su padre más de seis meses de casado con Doña Catalina de Salazar. Por consiguiente no podía llamarse hija natural como la llama Doña Magdalena, ni era regular que Doña Catalina la permitiese vivir a su lado si fuese habida de otra mujer durante su matrimonio. Y como por otra parte es tan común en las mujeres (especialmente en las solteras) el aparentar menos edad, o decirla al poco más o menos, hemos creído que Cervantes durante su residencia   -pág. 254-   en Portugal se apasionó y fue correspondido de alguna dama portuguesa, de cuyo trato resultó esta hija, llamándola Isabel por ser nombre tan predilecto y de tanta devoción en aquel reino, a causa de contar a Santa Isabel en el catálogo de sus reinas: conjetura que se confirma con las expresiones y elogios que hizo siempre de Portugal, y particularmente de Lisboa, y del amor y hermosura de sus mujeres. Habiendo pues residido allí Cervantes en los años 1581, 82 y parte del 83, podría su hija tener a mediados de 1605 la edad de veintitrés o veinticuatro. Esto parece más verosímil que el haber sido fruto de otros amores con alguna mora en Argel, como se ha sospechado por los que refiere del cautivo con Zoraida en el Quijote, o de Zara con D. Lope, uno de los cautivos del baño, en la comedia El Trato de Argel.

45. Parece que recién fundado en Madrid el convento de trinitarias descalzas entró en él de religiosa; porque en 1614 profesó en este monasterio una Isabel, habiendo ratificado su profesión en 1618, después de un litigio sobre invalidación o ilegalidad de la primera; sin expresarse en su asiento (que no firmó) el apellido, edad, ni lugar de su naturaleza, ni tampoco la fecha en que murió, cuyas supresiones, que no hay en los asientos de las demás, indican cierta cautela de parte de la comunidad, como para evitar la nota que supuso se la podía seguir de haberla admitido procediendo de ilegítimo concepto: circunstancias todas, que unidas a la de no saber firmar, como también lo dijo Doña Isabel de Saavedra en la causa de Valladolid, hacen indudable que esta era aquella monja Isabel, apoyándolo además la tradición constante en la comunidad, de que lo fue en dicho convento la hija de Cervantes, igualmente, que su   -pág. 255-   madre natural, aunque de esta ignoramos todavía el nombre y las circunstancias.

46. De Doña Catalina de Palacios y Salzar, mujer de Miguel de Cervantes, hemos dado algunas noticias en los párrafos 68, 71, 72, 115, 121 y 194; y solo resta añadir que cumplido el año de su entrada en la tercera Orden de San Francisco, hizo su profesión en 27 de junio de 1610, nombrándola en los asientos o partidas de uno y otro acto Doña Catalina de Salazar Vozmediano, y firmando ella del mismo modo117: que murió en Madrid calle de los Desamparados, a 31 de octubre de 1626, habiendo sobrevivido a su marido poco más de diez años y medio: se enterró en el convento de las trinitarias: testó ante Alonso de Valencia el 20 del propio mes: mandó se la aplicasen trescientas misas de alma, y fundó una memoria; nombrando por uno de sus albaceas a Francisco de Palacios, que vivía en la misma casa, y sin duda era alguno de sus parientes118.

47. En La Galatea, y bajo el nombre de esta pastora tan discreta y principal, retrató Cervantes a la Doña Catalina, fijando en las orillas del Tajo e inmediaciones de Esquivias el teatro de los sucesos de esta novela, y haciendo honorífica mención del mismo pueblo, famoso, según dice, por sus ilustres linajes y por sus ilustrísimos vinos: expresiones que si por una parte indican sus enlaces con aquellas nobles familias, manifiestan por otra la riqueza y celebridad de sus frutos, y el extendido comercio que se hacía de ellos119.


Asistir a oír a Lope de Rueda (§. 2 y 3)

48. Hemos dicho que Cervantes concurrió siendo muchacho a las representaciones de Lope   -pág. 256-   de Rueda y que algunos, como D. Nicolás Antonio, creyeron haber sido en Sevilla, infiriendo de aquí que había nacido en aquella ciudad. Fundaba este docto bibliógrafo tal suposición en el pasaje, tan mal interpretado por él, del prólogo de las comedias de Cervantes, donde dice: «los días pasados me hallé en una conversación de amigos, donde se trató de comedias, y de las cosas a ellas concernientes... Tratose también de quién fue el primero que en España las sacó de mantillas, y las puso en toldo y vistió de gala y apariencia. Yo, como el más viejo que allí estaba, dije que me acordaba de haber visto representar al gran Lope de Rueda, varón insigne en la representación y en el entendimiento. Fue natural de Sevilla, y de oficio batihoja, que quiere decir de los que hacen panes de oro. Fue admirable en la poesía pastoril; y en este modo, ni entonces ni después acá, ninguno le ha llevado ventaja: y aunque por ser muchacho yo entonces, no podía hacer juicio firme de la bondad de sus versos, por algunos que me quedaron en la memoria, vistos agora en la edad madura que tengo, hallo ser verdad lo que he dicho». Cuyas palabras prueban que Lope de Rueda era sevillano, y Cervantes muy joven cuando le oyó representar; pero no dicen que le oyese en Sevilla, como supone D. Nicolás Antonio120, persuadido tal vez de que Lope no anduvo con sus farsas más que por Andalucía, pues de esta misma opinión era pocos años ha el Sr. Bruna121, la cual queda desvanecida con la siguiente autoridad.

49. El historiador de Segovia Diego de Colmenares, refiriendo en el cap. XLI de su Historia las solemnes fiestas que se hicieron por la traslación del culto a la nueva catedral el día 15 de   -pág. 257-   agosto de 1558 y durante toda la octava de la Asunción de nuestra Señora, dice al §. 4.º El aparato de fiestas fue grande, y el concurso de gente casi de toda España. Añade en el 7.º que estaban las calles vistosamente aderezadas... y sobre todo llenas del mayor concurso de gente que vio Castilla. Y después de expresar las procesiones, iluminaciones y festejos públicos del primer día, continúa en el §. 8.º: «a la tarde, celebradas solemnes vísperas, en un teatro que estaba entre los coros, el maestro Valle, preceptor de gramática, y sus repetidores, hicieron a sus estudiantes recitar muchos versos latinos y castellanos en loa de la fiesta y prelado que había propuesto grandes premios a los mejores. Luego la compañía de Lope de Rueda, famoso comediante de aquella edad, representó una gustosa comedia; y acabada anduvo la procesión por el claustro, que estaba vistosamente adornado». Vemos pues a Lope de Rueda representando con su compañía en Segovia cuando Cervantes tenía once años de edad, y no sería extraño que residiendo sus padres en Alcalá hubiesen ido con sus hijos a ver unas funciones que de tal modo atrajeron gente de toda Castilla.

50. En vista de esto es de inferir que Lope continuase sus representaciones por las principales ciudades comarcanas, como Toledo, Alcalá, y especialmente Madrid, donde se fijó la corte hacia el año 1560122, y donde probablemente concurrió a oírle el famoso Antonio Pérez, como se infiere de dos lugares de sus cartas que explicó el Sr. Ríos, aunque equivocando la época123, porque si Lope había ya muerto en 1567, según lo indica el soneto que escribió y publicó en dicho año Juan de Timoneda124, y Antonio Pérez no fue secretario de estado de Felipe II sino   -pág. 258-   por muerte de Francisco de Eraso en 1570125, es claro que no pudo concurrir a las representaciones de Lope cuando tenía este empleo y con el aparato y ostentación que después se le acriminó. En una de aquellas cartas, dirigida a un amigo, se explica en estos términos: «Tres años he vivido en una casa enfrente del hostel de Borgoña, que llaman aquí en París, donde se representan las comedias, y de otro lado el hostel de Mendoza (no busqué tal posada por la vecindad de tal nombre), que así se llama, donde un volteador de maroma hacía sus habilidades (y donde se perdió otro sin voltear) raras, cierto y espantables al oído, y mucho más a la vista. Tal era aquel personaje, que a la vista y trato espantaba más que al oído. Nunca he entrado a ver lo uno ni lo otro, con ver entrar príncipes y damas, y de todos estados. La causa, porque he visto muchas comedias originales de representantes grandes, haciendo yo mi personaje en lo más alto del teatro»126. Y porque no se entienda que solo habla con alusión a sus desgracias, léase lo que en otra carta escribe a su mujer Doña Juana Coello: «Gracioso cuento, cierto, y que a solas, en medio de toda mi melancolía, le he reído tan seguidamente como pudiera reír en otro tiempo en una comedia algún paso extraordinario de aquellos de Lope de Rueda, o de Ganasa»127; cuyos pasajes se comprueban mucho más con varias declaraciones recibidas en el proceso que se le formó. Entre ellas es notable la de D. Fernando de Solís, que manifestando lo que otros en cuanto al fausto de Antonio Pérez, añadió: «que todo el hibierno pasado de 1581 tuvo un aposento en las comedias, aderezado con tapices y sillas, que le costaba cada día treinta reales, por donde le parece   -pág. 259-   que procede como hombre fuera de juicio y no como ministro»128: y el marqués de la Fabara Lorenzo Téllez de Silva juró y dijo: «que oyó que se notaban las entradas de Antonio Pérez en casa de la princesa de Éboli, y vio que la llevaba a las comedias»129. Lo cual confirma las indicaciones de sus cartas sobre su afición y concurrencia al teatro, donde obsequiaba públicamente a aquella dama con el lujo y magnificencia que tanto dio que decir y murmurar; pero no comprueba que fuese entonces Lope de Rueda el representante, a cuyas farsas solo pudo asistir en su juventud y antes de su casamiento, para poder después celebrar los pasos graciosos que eran tan aplaudidos, por el bello estilo con que Lope los escribía, y por el donaire y gracejo con que los representaba.

51. Merece también tenerse en consideración que cuando falleció Lope de Rueda en 1567 tenía Cervantes veinte años de edad, y dieciocho Antonio Pérez130; y que no consta que uno ni otro residiesen o se educasen en Andalucía: antes bien hay razones de presumir que el primero se crio en Castilla y estudió en Madrid, y se sabe que el segundo acompañó desde niño a su padre en los viajes que hizo fuera de España131, y que recibió su enseñanza en Alcalá132, Padua y Salamanca, proporcionándose así, y con el favor de la corte, al empleo de secretario de cámara y estado del consejo de Italia133, que ya tenía cuando se casó en 3 de enero de 1567 con Doña Juana Coello y Vozmediano134. Por consiguiente ambos debieron concurrir a las representaciones de Lope de Rueda en Madrid o en algún otro pueblo de Castilla.

52. No solo encareció mucho Cervantes los versos bucólicos de Lope de Rueda, y conservó   -pág. 260-   algunos como muestra en la jornada tercera de su comedia Los Baños de Argel135, sino que manifestó los progresos que le debía al teatro, y la excelencia y propiedad con que representaba varios papeles. Juan de la Cueva, Lope de Vega y Agustín de Rojas hicieron también distinguida memoria de aquel discreto representante y poeta136; a quien por hombre excelente y famoso le enterraron en la iglesia mayor de Córdoba (donde murió) entre los dos coros. Esta noticia que nos dejó Cervantes137, la confirma Francisco de Ledesma en un soneto que se halla al principio de una de las antiguas ediciones de Lope, y que por ser raro lo trasladamos en este lugar:




Soneto de Francisco Ledesma a la muerte de Lope de Rueda


    Oh tú, que vas tu vía caminando,
Detén un poco el paso presuroso,
Llora el acerbo caso y doloroso
Que va por nuestra España resonando.
   Aquí, bajo esta piedra, reposando
Está Lope de Rueda, tan famoso:
En Córdoba murió; y tiene reposo
Su alma allá en el cielo contemplando:
   Dos grandezas verás en un sujeto:
Lo muy alto, encogido y abreviado;
Y en chico vaso un mar muy excelente:
   La muerte nos descubre este secreto,
Con ver tal hombre muerto y sepultado,
Y al que es mortal vivir perpetuamente.






Estudió la gramática, con el M. Juan López (§§. 4 y 5)

53. Cuando D. Blas Nasarre publicó reimpresas en el año 1749 las comedias de Cervantes,   -pág. 261-   las ilustró con un difuso y erudito prólogo, en el que por incidencia apuntó algunas noticias, desconocidas hasta entonces, relativas a la vida de este escritor. Una de ellas fue que tuvo por maestro de humanidad y buenas letras en Madrid a Juan López, catedrático del estudio de esta villa; y compuso en latín y en vulgar los versos que se leen en la historia y relación del tránsito y exequias de la reina Doña Isabel de Valois, impresa en Madrid en 1569138. La ligereza o poca reflexión con que Nasarre hojeó este libro, le hicieron incurrir en la equivocación de atribuir a Cervantes los versos latinos y castellanos que se leen en él, siendo así que aunque entre las letras y epitafios hay varias composiciones de los discípulos del M. Juan López, como lo dice en el fol. 142 v., y probablemente de Cervantes, solo se hace expresa mención de este en tres partes. En un soneto y redondilla que se halla al 145, y se indica de este modo en la tabla de cosas notables: primer epitafio en soneto con una copla castellana que hizo Miguel de Cervantes, mi amado discípulo... fol. 45; de cuyos versos no hicieron mención Ríos ni Pellicer. En otros que hay al 147 (aunque por error se lee 138), donde se expresa que estas cuatro redondillas castellanas a la muerte de S. M., en las cuales, como en ellas parece, se usa de colores retóricos, y en la última se habla con S. M., son con una elegía que aquí va, de Miguel de Cervantes, nuestro caro y amado discípulo. Y en la elegía que se cita en este lugar, y se halla al fol. 157 con este epígrafe: la elegía que en nombre de todo el estudio el sobredicho compuso, dirigida al ilustrísimo y reverendísimo cardenal D. Diego de Espinosa, en la cual con bien elegante estilo se ponen cosas dignas de memoria; de cuya composición se hace   -pág. 262-   referencia también en la tabla de cosas notables en estos términos: Elegía de Miguel de Cervantes en verso castellano al cardenal en la muerte de la reina: trátanse en ella cosas harto curiosas con delicados conceptos. Estas son las únicas composiciones de Cervantes publicadas con su nombre en este libro, siendo las demás probablemente de sus condiscípulos y maestro, a excepción de un epitafio y epigrama latinos que compuso el famoso Diego Gracián, secretario del Rey, quien (como dice el M. López) tan aventajadamente en letras griegas y latinas tiene tanta erudición139. Como las cuatro redondillas y la elegía las incluyó Ríos en los números 2 y 5 de las pruebas de la vida de Cervantes, y son tan conocidas del público, omitimos repetirlas aquí, insertando en su lugar el epitafio y la redondilla de que no hicieron mención aquel escritor ni Pellicer.




Epitafio


Aquí el valor de la española tierra,
   Aquí la flor de la francesa gente;
   Aquí quien concordó lo diferente,
   De oliva coronando aquella guerra:
Aquí en pequeño espacio veis se encierra
   Nuestro claro lucero de occidente:
   Aquí yace enterrada la excelente
   Causa que nuestro bien todo destierra.
Mirad quien es el mundo y su pujanza,
   Y como de la más alegre vida
   La muerte lleva siempre la victoria.
También mirad la bienaventuranza
   Que goza nuestra reina esclarecida
   En el eterno reino de la gloria.

«Bajo deste en un festón bien iluminado pusimos esta redondilla castellana, en la cual se representa   -pág. 263-   la velocidad y presteza con que la muerte arrebató a su Majestad»:


Cuando dejaba la guerra
   Libre nuestro hispano suelo,
   Con un repentino vuelo
   La mejor flor de la tierra
   Fue trasplantada en el cielo;
Y al cortarla de su rama
   El mortífero accidente,
   Fue tan oculto a la gente
   Como el que no ve la llama
   Hasta que quemar se siente.



54. Son notables las expresiones con que el M. Juan López anunció estos opúsculos, porque acreditan el aprecio con que miraba a su autor, complaciéndose de haber sido su maestro, llamándole repetidamente su caro y amado discípulo, y manifiesta también la preferencia que le merecía sobre los demás, cuando le encargaba una composición en nombre de todo el estudio, con un motivo tan solemne, y para dirigirla a un personaje tan autorizado como lo era el cardenal; a que se agrega el favorable juicio que anticipó de ambos escritos, ya porque en el uno se usaba de colores retóricos y se apostrofaba a la reina, ya porque en el otro se ponían con bien elegante estilo cosas dignas de memoria o harto curiosas con delicados conceptos.

55. No por esto debe formarse un juicio muy ventajoso de estos versos, porque jamás fue este el camino de la gloria de Cervantes, a pesar de su ciega afición a la poesía y de su continuo ejercicio en versificar; pero con respecto a su edad y a su maestro, tampoco debe tenerse absolutamente por temeraria la calificación con que este pretendió recomendar las primicias literarias o primeros frutos de su enseñanza, ya porque los   -pág. 264-   maestros miran justamente como propia la buena reputación de sus excelentes discípulos, ya porque haciendo poco tiempo que el M. López regentaba su cátedra, se veía obligado a dar muestras públicas de su doctrina y de su celo por la instrucción de la juventud en desempeño del cargo que le había confiado la villa de Madrid.

56. Esta tenía y costeaba entonces con tan laudable fin un estudio público en la calle que todavía se llama del Estudio, a la bajada desde la parroquia de Santa María a la calle nueva de Segovia a espalda de la casa de los consejos; de cuyo establecimiento hizo honorífica mención el M. Pedro de Medina en sus Grandezas de España140, habiendo permanecido hasta que los jesuitas fijaron los nuevos estudios en el colegio imperial141. La cátedra de latinidad y letras humanas había estado regida desde tiempo de los reyes Católicos por hombres tan eminentes y eruditos como lo fueron Francisco de Gomara, el M. Cedillo, Alejo de Venegas el Lic. Gerónimo Ramiro, que después de algunos años se despidió en 14 de octubre de 1566, continuando en servirla interinamente el Lic. Francisco del Bayo hasta que, convocada la oposición que hicieron el M. Juan López y Hernando de Arce, y después de haber oído a los examinadores, salió electo el primero por unanimidad de votos en 29 de enero de 1568, con el salario acostumbrado de veinticinco mil maravedís (que a fin de aquel año se le amplió a treinta mil), dos reales cada mes por cada uno de los estudiantes, un cahíz anual de trigo, y la casa del estudio para su habitación142. Como la muerte de la reina acaeció ocho meses después, en 3 de octubre siguiente, celebrándose en 24 del mismo las exequias por acuerdo de la villa, y esto dio motivo a las composiciones   -pág. 265-   de Cervantes, que ya contaba entonces veintiún años de edad, ha parecido justamente que aquel periodo o espacio de tiempo era muy corto e insuficiente para que el M. Juan López lograse con su enseñanza un discípulo tan aventajado, y que la edad de este era impropia para hacer unos estudios que debía tener concluidos algunos años antes; sin embargo de que la expresión de haber compuesto la elegía en nombre de todo el estudio denota con sobrada claridad que concurría a él todavía a fines del año 1568. Estas reflexiones hicieron con todo vacilar la opinión que sentaron afirmativamente Nasarre y Ríos de haber sido en Madrid donde Cervantes concurrió a los estudios con el M. Juan López143, y el mismo Pellicer, que en 1778 era de igual dictamen, creía ya en 1797 que realmente había fundamento para dudar de él, después de averiguada la época en que obtuvo la cátedra aquel erudito humanista; concluyendo con que antes debería creerse que Cervantes las estudió (las letras humanas) en la universidad de Alcalá, donde acaso estaría enseñándolas el M. Hoyos que vendría a la oposición de la cátedra de Madrid, traído del amor a su patria; y hallándose con él su discípulo con motivo de las funciones reales o con otro, escribió los referidos versos en nombre de todo el estudio144. Esta conjetura de Pellicer, que pareció tan natural, ha quedado desvanecida después de nuestras investigaciones para darla mayor apoyo y autoridad, porque contestándonos el Sr. D. Manuel de Lardizábal a esta pregunta en carta escrita en Alcalá a 10 de marzo de 1806, nos dijo lo siguiente: «las matrículas y libros de la universidad los he visto por mí mismo, y se puede asegurar que Miguel de Cervantes no cursó en esta universidad, ni   -pág. 266-   el M. Juan López de Hoyos fue catedrático en ella, pues no se halla en las matrículas ni en los libros de salarios de los catedráticos, lo que no podía ser si en la realidad lo hubiese sido»; cuya exposición comprobaba el Sr. Lardizábal con una certificación del secretario de la misma universidad: en vista de lo cual resulta más propia y natural la sospecha de que el M. López antes de obtener la cátedra pública de la villa tuviese estudio particular en su propia casa, como sucede ahora y ha sucedido siempre, especialmente en la enseñanza de las primeras letras, de la gramática y humanidades.

57. Fue el M. Juan López de Hoyos natural de Madrid, hijo de Alonso López y de Juana de Santiago. Cuando se ordenó le dieron sus padres una casa en la Cava de Puerta-cerrada, hoy de San Miguel, que lindaba entre otras con la muralla: con cuya casa y otros bienes parece que fundó un vínculo, que recayó después en Gabriel López de Hoyos su sobrino. Empleó toda su vida y tiempo en enseñar las buenas letras en su estudio, y en declarar la moral cristiana del evangelio en los púlpitos, como dice él mismo en la carta dedicatoria del libro de las Exequias. El crédito y la buena reputación de su virtud y doctrina le proporcionó en 1568 la cátedra de gramática por entera conformidad de votos, según hemos visto, y que el consejo se valiese de sus luces para la censura de varias obras literarias. Una de ellas fue la traducción en verso castellano de las de Ausias March, hecha por Jorge Montemayor, cuya aprobación está firmada por el M. López a 21 de agosto de 1578; y otra el Romancero de Pedro de Padilla, que aunque impreso en Madrid el año 1583, lo había aprobado antes del 22 de setiembre de 1582, en que se expidió   -pág. 267-   la licencia del Rey para su impresión. Dos años después obtuvo por nombramiento del cardenal de Toledo el curato de la iglesia parroquial de San Andrés, habiendo el ayuntamiento suplicado al cardenal en 8 de marzo de 1580 no permitiese que por razón de este nuevo destino dejase la cátedra de la villa, pues de lo contrario padecería notable daño así esta como sus hijos; mucho más cuando el M. López tenía suficiencia para desempeñar bien ambos encargos. Sin embargo de esta suplica y de tan digna confianza, acordó la villa en 14 de abril del año siguiente que dos regidores visitasen el estudio para saber si el catedrático cumplía con su obligación. Sirvió su curato con sumo celo y edificación hasta mediados de 1583, en que parece falleció145. D. Nicolás Antonio encareció mucho su vasta erudición, sin embargo de que no citó algunas obrillas inéditas que había trabajado; como una apología en estilo latino de la literatura española para desengaño de los extranjeros que tenían a nuestra nobleza por bárbara e ignorante; trabajo que tenía concluido en 1569, y ofrecía publicar en breve146. Escribió además dos relaciones, una sobre el nacimiento del príncipe D. Fernando con las letras que se hicieron para celebrar su bautizo; y la otra de la solemnidad con que se celebró la batalla de Lepanto, cuya obra había presentado al cardenal, según él mismo declara en otra obrita suya147. El poeta flamenco Enrique Coquo, vecino de Madrid, haciendo en 1584 una descripción de esta villa en verso hexámetro latino, dedicada al cardenal Granvela, hizo del M. Juan López el siguiente elogio, que nos ha parecido el más oportuno para dar fin a esta breve noticia de su vida:

  -pág. 268-  

Utuntur lectore Ioanne Lupecio ab Hoyos,
   Doctrina insigni, quem pagina sacra magistrum
   Fecit, et in populo spargit pia dogmata Christi;
   Nobilium prolem Theatinus ubique locorum,
   Si modo non fallor, doctrina et moribus ornat.148



58. Si la noticia de este docto humanista debe ser agradable a los aficionados a nuestra historia literaria, no lo será menos la idea que vamos a dar del estudio público que fundó la villa de Madrid en el siglo XV, y mantenía a sus expensas para proporcionar a sus hijos y naturales la instrucción de la gramática y letras humanas de que antes carecían. Las primeras noticias de tan útil establecimiento se encuentran en los libros de acuerdos del ayuntamiento correspondientes al año 1483 con motivo de una carta dirigida al cardenal de Toledo para que socorriese al catedrático como lo hacía con el de Guadalajara: lo cual supone que le había desde tiempo anterior. Recibíanse los bachilleres o profesores por el tiempo que la villa estimaba conveniente, o por el término de un año (que solía prorrogarse) según se concertaba con ellos; pero notando desde 1495 que por haber enseñanza gratuita en el convento de San Francisco no concurrían discípulos al estudio de la villa, mandó esta por público pregón en 22 de octubre de 1512 que no se concurriese a otro que al que tenía asalariado pena de dos mil maravedís, y a fin de mejorarle se citó a oposición enviando cédulas o carteles a Alcalá, y repartiéndose la enseñanza entre dos bachilleres que habían de partir entre sí el estipendio de los estudiantes. Mas la poca o ninguna observancia de estos mandatos y disposiciones obligaron a que la villa representase al gobierno en 23 de noviembre de 1513 sobre este punto, obteniendo de resultas una provisión real para que ningún vecino   -pág. 269-   pusiese sus hijos a estudiar gramática sino en el estudio público del pueblo: acordando sus capitulares el cumplimiento en 21 de mayo de 1515, cuya providencia repitieron SS. MM. en 16 de noviembre de 1521, prohibiendo que se leyese gramática en otro estudio que en el de la villa. Los exámenes de oposición a la cátedra se hicieron fuera del ayuntamiento hasta el año 1517; pero en 14 de setiembre de este año acordó que se hiciesen en él; y en 19 de agosto de 1530 se resolvió buscar casa o sitio para hacer el estudio en paraje competente y acomodado; y entonces probablemente se situó en la calle del Estudio. Faltan los libros de acuerdos de los años 1553 a 56, en cuyo intervalo ejerció la cátedra el M. Venegas, de quien se hace mención en el año 1560: época en que, establecidos ya los jesuitas, procuraron reunir en sí la educación general del reino. Así fue que en 2 de abril de 1566 comisionó el ayuntamiento a dos regidores para tratar con el rector de la compañía sobre la cátedra del estudio público; y el día 6 dieron cuenta de haberles contestado y propuesto que por servir a esta villa tendría perpetuamente dos catedráticos que leyesen gramática, dándoles de limosna en cada un año los veinte y cinco mil maravedís que se daban al bachiller del estudio: que tendría los generales junto a la iglesia de su casa, no llevando estipendio alguno a los estudiantes; y que la villa arreglase el concierto para la perpetuidad, quedando a cargo de la compañía solicitar la confirmación de su general. No parece que pudo concluirse por entonces este convenio, según se quejaron los mismos jesuitas de las muchas contradicciones que sufrieron en Madrid para poner los estudios y doctrinar a los niños; porque como la obra era nueva (dice el P. Rivadeneira), y no conocida   -pág. 270-   en Madrid, y tenía muchos contrarios, levantaron gran polvareda149. Pero al fin lograron poco a poco captarse el aplauso público y la voluntad de los vecinos principales para reunir en su mano la enseñanza general; porque viendo el ayuntamiento el poco fruto que sacaba de su estudio, al cual solo concurría la gente perdida que no quería sujetarse a la buena doctrina y costumbres de los jesuitas, acordó suprimirle en 2 de setiembre de 1619, y despedir al preceptor, considerando también que cuando se fundó no había otro alguno en el pueblo, y que resultaba un ahorro anual de cuarenta mil maravedís y un cahíz de trigo, y el producto de la casa, que se vendió para atender a otras urgencias. De esta manera pasó al colegio imperial la cátedra de gramática y humanidades que había mantenido la villa por más de siglo y medio, como ya se había verificado poco antes con la de matemáticas que estaba en el palacio del Rey, cuya renta y dotación lograron también los jesuitas que se les consignase. Reunidas por estos medios tan diversas enseñanzas, fue fácil ordenar el plan general de instrucción pública que estableció Felipe IV fundando en aquel colegio unos estudios reales, y obligándose por una solemne escritura en 23 de enero de 1625 a pagar diez mil ducados de renta anual sobre juros para el mantenimiento de veintitrés catedráticos, de dos prefectos de estudios, y de los pasantes y estudiantes de la misma compañía. En esta forma continuaron los jesuitas hasta que por su expulsión restableció el Sr. D. Carlos III el año 1770 estos reales estudios bajo un plan digno de las luces de aquel tiempo; y ahora recientemente ha vuelto la compañía a tomar a su cargo la dirección y magisterio de estas enseñanzas como propias de su instituto.



  -pág. 271-  
Cervantes estudió dos años en Salamanca (§. 5.º)

El Sr. Tomás González, catedrático que fue en aquella universidad, nos asegura haber visto entre los apuntamientos de sus antiguas matrículas el asiento de Miguel de Cervantes para el curso de filosofía durante dos años consecutivos, con expresión de que vivía en la calle Moros. La separación del Sr. González de su antigua cátedra por haber sido provisto para un canonicato en Plasencia, y comisionado después por S. M. para arreglar el archivo de Simancas, nos ha privado de la proporción que hubiera tenido para facilitar un documento fehaciente de noticia tan honorífica a la misma universidad; pero no la hallará infundada quien reconozca la exactitud con que Cervantes habla de aquellos estudios, del número y costumbres de sus escolares, y de otras circunstancias del país, especialmente en las obras que citamos en este lugar.




Reflexiones sobre el mérito poético de Cervantes (§. 6)

60. Como la poesía es generalmente el fruto del vigor y lozanía de la imaginación y de la vivacidad y energía de las pasiones, y estas facultades se manifiestan y ejercitan en el hombre antes que la razón, de ahí nace aquella propensión imperiosa que le conduce en los primeros años de su vida a expresar los afectos de su corazón, y las dulzuras del amor con una armonía y delicadeza que deleita y conmueve al mismo tiempo. En apoyo de esta verdad se nos presenta el ejemplo de tantos poetas, que antes de cultivar su ingenio con el conocimiento de las ciencias, y aun con los   -pág. 272-   principios elementales de la literatura, se entregaron a componer los versos que les dictaba su fantasía o su corazón apasionado. Ovidio, Lope de Vega y Cervantes fueron de este número: casi desde la cuna empezaron a versificar; y por lo respectivo al último fue tan anticipada su inclinación a este estéril, aunque encantador ejercicio, que queriendo disculparse en el prólogo de La Galatea de haber escrito esta novela, y de atreverse a publicarla, se explica así: para lo cual puedo alegar por mi parte la inclinación que a la poesía siempre he tenido, y la edad, que habiendo apenas salido de los límites de la juventud, parece que da licencia a semejantes ocupaciones; y muchos años después, suponiendo que hablaba con Apolo en el capítulo IV del Viaje al Parnaso, le dice:


Desde mis tiernos años amé el arte
   Dulce de la agradable poesía,
   Y en ella procuré siempre agradarte150.



Estaba unida esta afición a una extremada curiosidad por leer toda suerte de libros y papeles, como lo indicó en el capítulo IX de la parte I del Quijote, donde tratando de los que llevó en Toledo cierto muchacho a vender a un sedero, añadió: y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado de esta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía. Cónstanos igualmente por su propia confesión su asistencia al teatro en edad tan tierna, que aún no podía formar juicio seguro de la bondad de los versos de Lope de Rueda151, sin embargo de que los conservaba en su memoria, y los recitaba y repetía después, como lo hizo en una de sus comedias152. Todas estas causas reunidas, y el aplauso y celebridad con que se leían en aquel tiempo los romanceros y poesías y novelas   -pág. 273-   amatorias arrastraron el ánimo de Cervantes, haciéndole preferir el atractivo y gracia de las musas a otros estudios que le hubieran proporcionado una subsistencia más cómoda y segura.

61. Además de los versos que publicó su maestro Juan López de Hoyos, compuso otras varias poesías sueltas, según asegura en el expresado Viaje:


Yo he compuesto romances infinitos,
   Y el de los celos es aquel que estimo
   Entre otros que los tengo por malditos.
[...]
Yo en pensamientos castos y sotiles,
   Dispuestos en sonetos de a docena,
   He honrado tres sujetos fregoniles.
También al par de Filis mi Filena
   Resonó por las selvas, que escucharon
   Más de una y otra alegre cantinela.
Y en dulces varias rimas se llevaron
   Mis esperanzas los ligeros vientos,
   Que en ellos y en la arena se sembraron153.



62. Aún entre las cadenas y penalidades de su cautiverio en Argel halló Cervantes un lenitivo y consuelo verdaderamente filosófico, ocupando su imaginación en sublimes ideas poéticas, y escribiendo composiciones ya místicas ya profanas, que consultaba con sus amigos. Dícelo expresamente el Dr. Antonio de Sosa, tratando de las buenas costumbres de nuestro escritor en estos términos: «y sé que se ocupaba muchas veces en componer versos en alabanza de nuestro Señor y de su bendita Madre, y del Santísimo Sacramento, y otras cosas sanctas y devotas; algunas de las cuales comunicó particularmente conmigo, y me las envió que las viese»154. También hay razones para presumir (como advirtió el Sr. Pellicer155) que compuso entonces algunas de sus comedias, especialmente   -pág. 274-   las dos que andaban impresas sobre el trato que se daba en Argel a los esclavos, y algunos de los romances infinitos, de que hace mención en el Viaje al Parnaso, para que se recitasen por los cautivos en los baños: siendo muy natural prefiriesen para esto aquellas composiciones de sus mismos compañeros, que reunían la oportunidad de los lances a las circunstancias del tiempo que más podían lisonjear sus esperanzas o consolar sus aflicciones. Pero todos o la mayor parte de estos ocios de su juventud, y otras obras, (como decía él mismo156) que andan por ahí descarriadas, y quizá sin el nombre de su dueño, se han extraviado u oscurecido entre la multitud de versos anónimos que se han conservado de aquellos tiempos. No han faltado con todo literatos que han creído descubrir en las antiguas colecciones de romances algunos de Cervantes. Mayans dice157 que entre ellos habrá muchos correspondientes a la grandeza de su ingenio;

y yo,


añade, aunque por conjetura, pudiera señalar algunos, y especialmente el que empieza: En la corte está Cortes, que me agrada mucho. Otros curiosos han presumido modernamente que el de los celos, que tanto estimaba su autor, es uno que principia: Yace donde el sol se pone, que se halla reimpreso en uno de nuestros romanceros158. Durole este furor poético lo que el ardor de la juventud; y ya fuese que la edad calmase estas pasiones y moderase esta afición, o que el juicio de los amigos y del público desengañase a Cervantes del corto mérito de sus versos comparado con el de su prosa, lo cierto es que habiendo sido pródigo y ostentoso de ellos en su Galatea, como novela amatoria, y compuesta todavía en sus años juveniles, usó de mayor templanza y moderación bajo este respecto en los demás escritos publicados posteriormente.   -pág. 275-   Porque si el Quijote, en las novelas y en el Persiles introdujeron algunas poesías, fueron en menor número, y más castigadas y correctas que las anteriores, como ya lo observó D. Vicente de los Ríos159. Esta circunspección, que realza mucho el mérito de Cervantes, denota también que supo posponer su inclinación al dictamen ajeno, y adquirir un conocimiento más seguro del mérito respectivo de su talento y de sus obras, no sin sacrificio y mortificación del amor propio, como se manifiesta en el lance del librero Juan Villaroel, que hemos referido en el §. 157 de la parte I. Este y otros semejantes desengaños le hicieron hablar en el Viaje al Parnaso con esta laudable ingenuidad:


Yo que siempre trabajo y me desvelo
   Por parecer que tengo de poeta
   La gracia que no quiso darme el cielo160.



Y más adelante, tratando de las causas que impiden a los poetas llegar a rico y honroso estado, dice:


   Vayan pues los leyentes con lectura,
   Cual dice el vulgo mal limado y bronco,
   Que yo soy un poeta desta hechura:
Cisne en las canas, y en la voz un ronco
   Y negro cuervo, sin que el tiempo pueda
   Desbaratar de mi ingenio el duro tronco161.



Confesión propia de su carácter franco, pero que no le privaba del discernimiento necesario para graduar y conocer la fecundidad de su ingenio, calificando justamente la invención como el requisito más esencial de un poeta; porque a la verdad los versos deben contemplarse los adornos y colores que se emplean en la pintura, los cuales, aunque necesarios y recomendables, no forman el alma y la esencia de las obras maestras de aquel arte, como sucede con la invención y composición, que son las que realzan el mérito de los eminentes   -pág. 276-   artistas; y así decía Lope de Vega que la invención es la parte principal del poeta, si no el todo162; y nuestro sabio filósofo Juan Huarte en su Examen de ingenios163 opinaba que a los que carecen de invención no había de consentir la república que escribiesen libros ni dejárselos imprimir. Por estas consideraciones se juzgaba Cervantes acreedor a entrar en el número de los poetas dignos de ocupar un asiento distinguido en el Parnaso, y así se lo representa a Apolo, diciendo:


Yo soy aquel que en la invención excede
   A muchos, y el que falta en esta parte
   Es fuerza que su fama falta quede164.



En el mismo concepto habló Mercurio a Cervantes cuando encontrándose con él luego que desembarcó para desempeñar la comisión que traía de Apolo, le dijo entre otras cosas:


Y sé que aquel instinto sobrehumano
   Que de raro inventor tu pecho encierra
   No te le ha dado el padre Apolo en vano.
   [...]
Pasa, raro inventor, pasa adelante
   Con tu sotil desinio, y presta ayuda
   A Apolo, que la tuya es importante165.



63. Es indisputable este mérito y esta originalidad de Cervantes; pero su fecunda y amena imaginación en las obras prosaicas prueba con evidencia cuan difícilmente se sujetaba a las trabas de la rima y de la versificación, perdiendo en ello aquella libertad y desenfado que le hacen tan magnífico y admirable en sus pinturas y descripciones, tan natural, oportuno y gracioso en sus discursos y aun en sus coloquios rústicos y familiares. No de otro modo Milton, a quien miran los ingleses como a un poeta divino, era un mal escritor en prosa166: naciendo de este mismo   -pág. 277-   principio la opinión general que calificaba a Cervantes, como dijo D. Francisco Manuel de Melo167, de poeta tan infecundo cuanto de felicísimo prosista.

64. Sin embargo, nosotros juzgamos que deben distinguirse dos tiempos de la vida de Cervantes para calificar con precisión e imparcialidad el mérito de sus obras poéticas, compárandolas a las de otros escritores de la misma época. A mediados del siglo XVI, que fue la de su nacimiento y educación, se hallaban todavía las musas castellanas en su infancia, como lo indicó Lope de Vega cuando trató de alabar a su padre Félix de Vega, a Pedro de Padilla y a otros poetas en su Laurel de Apolo168. La mayor parte de los asuntos que estos escogían eran pastoriles o bucólicos: Lope de Rueda en sus comedias y coloquios, y Montemayor, Gil Polo y otros en sus novelas, todos buscaban la gracia y naturalidad, el amor y las musas entre las cabañas rústicas, entre las floridas praderías y frondosos bosques, y entre el candor y sencillez de los pastores y zagales: todavía se vituperaba y zahería agriamente a los padres de nuestra poesía por haber introducido en ella el metro italiano; y es necesario confesar que la versificación de estos mismos innovadores (si exceptuamos la de Garcilaso) era dura y escabrosa, como se nota en Boscán, D. Diego Hurtado de Mendoza y Hernando de Acuña, pues con frecuencia asonantaban una copia o estrofa, concluían sus versos en acento agudo, o no elegían las palabras más sonoras y corrientes, haciendo áspera la pronunciación con repetidas diéresis y sinalefas, sin percibir cuánta armonía y rotundidad perdían sus versos por semejantes omisiones y negligencias.

65. Acaso intentó corregir estos defectos Gregorio   -pág. 278-   Silvestre, que murió año 1570; y sin embargo de haberse educado al lado de Garci Sánchez de Badajoz y de Bartolomé de Torres Naharro, imitándolos en las rimas españolas y en despreciar los versos italianos, luego que vio el aplauso que consiguieron, no solo los compuso con acierto, sino que trabajó para poner medida en ellos como lo había procurado en Italia el cardenal Bembo. Según Pedro de Cáceres, que escribió la vida de Silvestre antes del año 1592, el mismo Castillejo ignoró la medida española de arte mayor que por entonces se descubrió en España, y Silvestre la dio a conocer en Granada, con lo cual se perfeccionó la versificación haciéndose por yambos la medida de los endecasílabos.

66. En tal estado y circunstancias no era extraño que el M. Juan López de Hoyos, docto humanista y poeta, elogiase las composiciones de su discípulo escritas a los veintiún años de edad, ni que por este medio hubiese adquirido Cervantes la reputación de buen poeta, que ya tenía antes de su cautiverio, entre otros clásicos de la nación. Uno de estos era Luis Gálvez de Montalvo, gentilhombre cortesano, que teniendo concluido su Pastor de Fílida a principios de 1581, le publicó al año siguiente, haciendo en esta obra varias alusiones a Cervantes, según el sentir de D. Juan Antonio Mayans169, y dedicando poco después un soneto en elogio de La Galatea, que se publicó al frente de esta obra en 1584, y que por ser muy a nuestro propósito lo trasladamos aquí:


Mientras del yugo sarracino anduvo
   Tu cuello preso y tu cerviz domada,
   Y allí tu alma al de la fe amarrada
   A más rigor, mayor firmeza tuvo,
-pág. 279-
Gozose el cielo; mas la tierra estuvo
   Casi viuda sin ti, y desamparada
   De nuestras musas la real morada
   Tristeza, llanto, soledad mantuvo.
Pero después me diste el patrio suelo
   Tu alma sana y tu garganta suelta
   Dentre las fuerzas bárbaras confusas,
Descubre claro tu valor el cielo,
   Gózase el mundo en tu felice vuelta,
   Y cobra España las perdidas musas.



No era menos célebre a la sazón Pedro de Padilla por sus obras ya conocidas del público: y habiendo compuesto una canción a San Francisco, y suplicado a varios amigos escribiesen otras composiciones en loor del mismo santo, las incluyó todas en su Jardín espiritual impreso en 1584, manifestando eran de algunos de los famosos poetas de Castilla, en cuyo número contaba a Cervantes a la par del Dr. Campuzano, de Pedro Laínez, de López de Maldonado, de Lope de Vega y de Gonzalo Gómez de Luque170. Este voto era de mucho peso, y de gran estima y consideración en aquellos tiempos.

67. Merecíala también, y con mucha razón, el M. Vicente Espinel, que aunque no publicó sus rimas hasta el año 1591, las tenía escritas y presentadas al consejo para su impresión a fines de 1586, pues en 7 de enero del siguiente las aprobó con grandes elogios D. Alonso de Ercilla171: y como en este libro incluyese su poema de la Casa de la memoria, en honor de los claros varones de la nación, dijo en él, alabando a Cervantes, y con alusión a su cautiverio, lo siguiente:


No pudo el hado inexorable avaro,
   Por más que usó de condición proterva,
   Arrojándote al mar sin propio amparo
   Entre la mora desleal caterva,
-pág. 280-
   Hacer, Cervantes, que tu ingenio raro,
   Del furor inspirado de Minerva,
   Dejase de subir a la alta cumbre
   Dando altas muestras de divina lumbre172.



Lope de Vega en su Dorotea173, que aunque impresa con mucha corrección y mejoras en 1632, fue fruto de sus primeros años, y cuando comenzaba a darse a conocer poco antes de 1590, coloca a Cervantes entre los grandes poetas de aquella edad citando La Galatea como publicada recientemente.

68. Pudiéranse agregar a estas autoridades las declaraciones de algunos de los testigos examinados en Argel, ya como la del Dr. Sosa, de que hemos hecho mención, ya como la del alférez Luis de Pedrosa cuando decía de Cervantes que en extremo tiene especial gracia en todo, porque es tan discreto y avisado, que pocos hay que le lleguen174; comprobando esto no solo su constante afición a la poesía y a la composición de los versos, sino el buen concepto que le granjeaba su ingenio entre los que le trataban y podían juzgar con acierto. Así fue que sus primeras comedias representadas en los teatros de Madrid antes de 1590 fueron bien recibidas del público, y como él dice, corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas, y sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos, ni de otra cosa arrojadiza175. Pero como después abandonó el teatro y la pluma por algunos años, y entretanto se levantó Lope de Vega y otros varios poetas cómicos que perfeccionaron la poesía, y en particular esta clase de representaciones, resultó que cuando Cervantes quiso tornar a su antigua ocupación, se encontró muy atrasado en la carrera, y vio despreciadas sus obras por los mismos que anteriormente las habían celebrado y aplaudido. Esta fue   -pág. 281-   la verdadera causa de su descrédito, como poeta, en los últimos años de su vida.

69. Si en tan corto espacio perdieron tanto de su valor las poesías de Cervantes, ¿qué será si las juzgamos ahora después de dos siglos, y en tiempo en que el buen gusto y la crítica han adquirido tantos grados de ilustración y de refinamiento? Sin embargo, la prudencia dicta que entremos en las consideraciones ya insinuadas, para no incurrir en la precipitación de calificar el mérito de un poeta del siglo XVI por las reglas con que pudiéramos juzgar a los del XIX, bastando para excitar nuestra admiración la enorme desigualdad que se nota en las composiciones del mismo Cervantes, pues parece imposible que quien pintó con tal donaire y propiedad las costumbres de los valentones sevillanos en el soneto a las honras de Felipe II; y quien supo escribir una canción tan sentida y noble como la de Grisóstomo, y otras no menos ingeniosas y delicadas que incluyó en su Galatea, incurriese en conceptos tan vanos, en retruécanos tan pueriles, en equívocos tan fríos, y en versos tan prosaicos y vulgares cuando elogiaba a Pedro de Padilla y a López Maldonado, cuando aspiraba a los premios de un certamen o justa literaria como la celebrada en Zaragoza en la canonización de San Jacinto, y cuando escribía otras poesías serias que publicó con su nombre. Tal es la debilidad del espíritu humano, y tal el influjo de las situaciones o circunstancias de la vida de los hombres. Milton, poeta épico inglés de tanta celebridad, componía mejor en una estación que en otra; y su numen e imaginación, que se enardecía y exaltaba a la mayor sublimidad y grandeza desde setiembre hasta el equinoccio de la primavera, se amortiguaba y abatía en el resto del año hasta   -pág. 282-   quedar al nivel de los hombres más comunes y ordinarios. A esto se atribuye la desigualdad que se nota en sus obras176. Si tanto influyen en esto las causas físicas, ¿cuánto más no deberán influir las morales? La vida de Miguel de Cervantes pudiera ser una demostración de esta verdad.