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ArribaAbajoResidencia de Cervantes en Valladolid (§§. 95, 99 y 112 a 118)

167. En diciembre de 1600 decretó e hizo publicar Felipe III la traslación de su corte a Valladolid, y la efectuó por enero siguiente, permaneciendo allí hasta febrero de 1606, en que se restituyó a Madrid338. Un autor de aquel siglo refiere este suceso con estas palabras: «luego entrado el año 1601 tornó el Rey al Escorial con determinación de caminar desde allí a Valladolid, donde tenía ya dispuesto mudar la corte, a persuasión del duque de Lerma su valido, cuyo dictamen en esto pudo ser bueno; pero no correspondió al dictamen el suceso, pues este descubrió evidentes daños para las dos Castillas; con que hubo de restituirse bien presto a su prístino estado la corte, dejando para adelante memoria de lo que son mudanzas en cosas de tanta monta»339.

168. Cervantes dijo en la Adjunta al Parnaso: «estando yo en Valladolid llevaron una carta a   -pág. 455-   mi casa para mí, con un real de porte... y venía en ella un soneto malo, desmayado, sin garbo ni agudeza alguna, diciendo mal del D. Quijote». En este pasaje no solo afirma que residía allí, sino indica también que era recién publicado el Quijote. Varios lugares de las novelas, especialmente de las del Casamiento engañoso y Coloquio de los Perros, y el romance que insertó en La Gitanilla aludiendo al nacimiento de Felipe IV y salida de la Reina a misa de parida, prueban que Cervantes estaba por entonces en aquella ciudad; donde ya se hallaba a principios del año 1603, como se deduce de estar escritas por él las cuentas presentadas por su hermana Doña Andrea de la labor que había hecho para el marqués de Villafranca (§. 95, parte I), y de que el recibo que esta escribió y firmó en una de ellas dice: fecha a 8 de febrero de 1603 años; pues aunque omitió el lugar, debe inferirse que fue en Valladolid, adonde llegó el marqués en enero anterior de vuelta de la expedición de Argel.

169. En 26 de setiembre de 1604 obtuvo en aquella ciudad la licencia del Rey para la impresión de la primera parte del Quijote; y aunque su sobrina Doña Constanza de Ovando declaró en 30 de junio de 1605 que llevaba un año de residencia en ella, esto no destruye la prueba de que su tío y su madre estuviesen allí con antelación; puesto que pudo Doña Constanza no haber ido a incorporarse con ellos hasta mucho tiempo después.

170. La real licencia para que se imprimiese el Quijote en Portugal se dio en la misma ciudad a 9 de febrero de 1605, aunque la obra estaba ya impresa y tasada en 20 de diciembre anterior; de aquí se infiere que su publicación fue en la primavera del mismo año.

  -pág. 456-  

171. En la Relación de la jornada del excelentísimo condestable de Castilla a las paces entre España y Inglaterra, que se concluyeron y juraron en Londres por el mes de agosto de MDCIIII, impresa en Anveres en la Imprenta Plantiniana, por Juan Moreto, el mismo año, se refieren los magníficos obsequios que aquella corte hizo al condestable, según hemos indicado en el §. 113, parte I. Y el soneto irónico de Góngora que prueba haber sido Cervantes el autor de la otra relación que en él citamos es el siguiente:


Parió la Reina: el luterano vino
   Con seiscientos hereges y heregías:
   Gastamos un millón en quince días
   En darles joyas, hospedage y vino:
Hicimos un alarde o desatino,
   Y unas fiestas, que fueron tropelías,
   Al ánglico legado y sus espías
   Del que juró la paz sobre Calvino:
Bautizamos al niño Dominico,
   Que nació para serlo en las Españas:
   Hicimos un sarao de encantamento:
Quedamos pobres, fue Lutero rico:
   Mandáronse escribir estas hazañas
   A Don Quijote, a Sancho y su jumento.



La obra a que se hace alusión en este soneto está dedicada al conde de Miranda por Antonio Coello en Valladolid a 8 de octubre de 1605, y se intitula: Relación de lo sucedido en la ciudad de Valladolid desde el punto del felicísimo nacimiento del príncipe D. Felipe Dominico Víctor nuestro Señor, hasta que se acabaron las demostraciones de alegría que por él se hicieron.=Al conde de Miranda.=Año 1605.=Con licencia. En Valladolid. Por Juan Godínez de Millis.

172. Pero la prueba más auténtica de que Cervantes permanecía este año en Valladolid es el proceso   -pág. 457-   que se formó con motivo de la muerte de Don Gaspar de Ezpeleta, y que existe original en el archivo de la real academia Española. Hemos dado en los respectivos §§. una idea de lo que contiene, y omitirnos darla más extensa por haber publicado el Sr. Pellicer las declaraciones y confesiones de Cervantes y de sus parientes, sacando de ellas cuantas noticias tenían relación con su vida o con nuestra historia literaria. Las diligencias que hemos promovido en Valladolid nada han adelantado en este asunto. La casa en que vivía Cervantes, y está enfrente del Rastro, se halla aún comprendida en la feligresía de San Ildefonso: habíala hecho fabricar por entonces Juan de Navas, hombre de mucho caudal y de gran opinión con los individuos del ayuntamiento, que algunos años le hicieron su apoderado para cuidar de los abastos de carnes y otros géneros.




ArribaAbajoBuena correspondencia entre Cervantes y Lope de Vega (§§. 111 y 142 y sig.)

173. La supuesta contienda y emulación entre Cervantes y Lope de Vega, a cuya sombra se acogió el fingido Avellaneda, se ha intentado sostener en nuestros días por algunos escritores inconsiderados, que con el pretexto de hacer de Lope una apología que no necesita por ser tan universal y reconocido su mérito, han vituperado a Cervantes, queriendo oscurecer y amancillar su opinión y su crédito literario. Y si bien D. Juan Pablo Forner en sus Reflexiones de Tomé Cecial, D. Plácido Guerrero en su Tentativa de aprovechamiento crítico, y otros doctos y buenos patricios le defendieron, demostrando las imposturas de sus émulos, todavía nos ha parecido conveniente añadir a las razones que manifestaron,   -pág. 458-   algunas otras en honor de la buena memoria de dos tan célebres escritores, y probar que habiendo sido Cervantes el primer panegirista de Lope, supo este corresponderle con ánimo tan desinteresado, como distante de las pasiones viles y aun criminales que temerariamente se le han imputado.

174. Aún no llegaba Lope de Vega a los veintidós años de su edad cuando Cervantes publicó su Galatea en 1584; y en el Canto de Calíope encareció el mérito de aquel joven poeta con tales alabanzas, que parece presagiaba la dilatada fama y universal aplauso que debía captarle su florido ingenio.

175. En 1598 dio Lope a luz su Dragontea, de la cual se hicieron en aquel año dos ediciones, y otra en 1602, en cuyo principio se halla en loor de la obra y de su autor este hermoso soneto




De Miguel Cervantes


Yace en la parte que es mejor de España
   Una apacible y siempre verde Vega,
   A quien Apolo su favor no niega,
   Pues con las aguas de Helicón la baña.
Júpiter, labrador por grande hazaña,
   Su ciencia toda en cultivarla entrega;
   Cilenio alegre en ella se sosiega;
   Minerva eternamente la acompaña.
Las Musas su Parnaso en ella han hecho;
   Venus honesta, en ella aumenta y cría
   La santa multitud de los amores;
Y así con gusto y general provecho
   Nuevos frutos ofrece cada día
   De ángeles, de armas, santos y pastores.



176. Publicó Cervantes en 1605 su parte I del Quijote, y tratando en el cap. 48 de las tragedias   -pág. 459-   y comedias que guardando los preceptos del arte parecieron bien y agradaron a todo el mundo cuando se representaron, cita entre otras La Ingratitud vengada de Lope de Vega, sin darse por entendido de los defectos que la afean, y que nota con mucho juicio el Sr. Pellicer. Para comprobar el ingenioso modo con que Cervantes disculpó a los poetas de los errores de sus comedias, atribuyéndolos al depravado gusto del vulgo, y la delicadeza con que habló de Lope de Vega elogiando su mérito, compárense las palabras que hemos copiado en el §. 143, parte I, con lo que Lope había dicho de sí mismo en su Arte nuevo de hacer comedias. Confesaba que sabía los preceptos y leyes poéticas desde antes de cumplir los diez años de edad: que muchos bárbaros habían estragado el gusto del vulgo acostumbrándole a sus rudezas; que el que escribía con arte moría sin fama y sin premio; que la costumbre tenía mayor imperio que la razón; que el vulgo acudía solo a ver los monstruos llenos de apariencias; que aunque él había escrito algunas veces con sujeción a las reglas (que conocían pocos), aquel aplauso popular le hacía volver a la costumbre bárbara, y olvidar los preceptos y el ejemplo de Plauto y Terencio que le acusaban de su abandono, y prosigue diciendo:


   Y escribo por el arte que inventaron
Los que el vulgar aplauso pretendieron,
Porque como las paga el vulgo, es justo
Hablarle en necio para darle gusto.
[...]
   Mas ninguno de todas llamar puedo
Más bárbaro que yo, pues contra el arte
Me atrevo a dar preceptos, y me dejo
Llevar de la vulgar corriente, adonde
Me llaman ignorante Italia y Francia.
-pág. 460-
   Pero ¿qué puedo hacer, si tengo escritas,
Con una que he acabado esta semana,
Cuatrocientas y ochenta y tres comedias?
Porque fuera de seis, las demás todas
Pecaron contra el arte gravemente.
   Sustento en fin lo que escribí, y conozco
Que aunque fueran mejor de otra manera,
No tuvieran el gusto que han tenido:
Porque a veces lo que es contra lo justo,
Por la misma razón deleita el gusto.



Expresiones todas que en boca de otro podían ser injuriosas a la fama de Lope; pero que Cervantes moderó con tal delicadeza y urbanidad, que más parecen una disculpa que una reconvención. Este manifestó por ejemplo, que los extranjeros, que con mucha puntualidad guardan las leyes de la comedia, nos tienen por bárbaros e ignorantes, viendo los absurdos y disparates de las que hacemos; pero no dijo que Lope era más bárbaro que todos, ni que por dejarse llevar de la corriente del vulgo le llamarían ignorante en Italia y Francia; en lo cual declaraba tácitamente el mismo Lope que el teatro de aquellas naciones era más arreglado, pues que había discernimiento para conocer y censurar los disparates de nuestras comedias. Alaba Cervantes la elegancia, la gala, el donaire, la elocución, el estilo, las razones y sentencias de las comedias de Lope; y añade, como para excusarle de los defectos, que por querer acomodarse al gusto de los representantes, no llegaron todas al punto de perfección a que habían llegado otras; y Lope, conforme en todo con este sentir, dice que solo fueron seis las comedias suyas que tenían esta perfección, por estar arregladas a las leyes dramáticas, y que todas las demás pecaron gravemente contra ellas. Es ciertamente muy digno de   -pág. 461-   admiración que un pasaje, donde resalta más que en ningún otro el juicio, la elegancia, la cortesanía y circunspección de Cervantes, se haya entendido o interpretado tan siniestramente, no solo por su émulo Avellaneda, sido por algunos literatos de nuestros tiempos. El mismo Lope en el prólogo que puso al Peregrino en su patria, impreso la primera vez en Madrid el año 1604, dijo a este propósito: «y adviertan los extrangeros de camino, que las comedias en España no guardan el arte, y que yo las proseguí en el estado que las hallé, sin atreverme a guardar los preceptos; porque con aquel rigor, de ninguna manera fueran oídas de los españoles». Esta satisfacción que da Lope a los extranjeros indica que estos guardaban mejor las reglas del arte, como lo dice Cervantes en el Quijote, y confirma que la poesía había sido más cultivada y protegida fuera de España. Muchos años antes había dicho Cervantes en su Galatea, que creían los extranjeros eran pocos los españoles que se aventajaban en la poesía, siendo tan al contrario, que cada uno de los que había nombrado en el Canto de Calíope era superior al más agudo de ellos; y que de ser así darían muestras si en esta nuestra España se estimase en tanto la poesía como en otras provincias se estima, porque aquí hacen poca estimación dellos (de los poetas) los príncipes y el vulgo. Cervantes, que acababa de residir en Italia, hablaba como testigo ocular del aprecio que allí se hacía de la poesía y de los eminentes ingenios que la cultivaban, y veía cuanto habían aprovechado muchos españoles con su ejemplo y con su doctrina.

177. Si en esto iban conformes las opiniones de Lope y de Cervantes, se advierte también la moderación del último, comparando su censura   -pág. 462-   con la de otros escritores contemporáneos: Cristóbal de Mesa en el prólogo de sus Rimas impresas en 1611 se quejaba de que la poesía fuera oficio mecánico, según la hacen los que venden tantas comedias, introduciendo en ellas reyes, y en las tragedias personas vulgares: y en sus epístolas, ya satirizaba la multitud y desarreglo de las comedias que escribía Lope y le daban tanta fama como ganancia; ya se quejaba también de que mientras se enriquecía el poeta cómico, pereciesen de hambre el trágico y el épico; ya en fin ridiculizaba el estilo prosaico, los chistes de los lacayos, los desdenes de las damas, y las riñas de los rufianes y fregonas, que era lo que únicamente daba dinero y crédito de gran poeta; aludiendo en esto al papel del Gracioso o la figura del donaire que Lope introdujo la primera vez en su comedia La Francesilla, como lo asegura en su dedicatoria al Dr. Montalván; y aunque algunos creen que imitó en esto a las compañías de comediantes italianos que venían a Madrid, y solían divertir al pueblo introduciendo siempre un personaje burlesco, nos parece que más bien intentó copiar en este papel a los truhanes o enanos que tenían los grandes señores en su tiempo, y con quienes se divertían con excesiva familiaridad.

178. El Dr. Suárez de Figueroa decía en 1617 (El Pasajero, fol. 103 v.) que el arte no tenía lugar en aquel siglo, y que «Plauto y Terencio fueran, si vivieran hoy, la burla de los teatros y el escarnio de la plebe, por haber introducido quien presume saber más, cierto género de farsa menos culta que gananciosa». Trata después de los preceptos con que deben escribirse las buenas comedias; censura las de santos que se componían con tantas impropiedades; las chocarrerías   -pág. 463-   del gracioso; y concluye dando reglas sobre las costumbres y diciendo, con referencia a Lope, que no hay modelos en las nuestras, ni en las de no sé quien, según las que se representan en esos teatros, de quien casi todas son hechas contra razón, contra naturaleza y arte.

179. También alude Cervantes en la aventura de maese Pedro (parte II, cap. 26) a este interés y granjería que los poetas hacían de sus comedias, las cuales, aunque llenas de impropiedades y disparates, se escuchaban no solo con aplauso, sino con admiración y todo.

180. Es preciso confesar que no todas estas comedias eran de Lope, porque había muchos que al abrigo de su nombre y celebridad las imprimían, fingiendo ser suyas, de lo cual se queja él con justa razón (pról. al Peregrino, año 1604). «Mas ¿quién teme (dice) tales enemigos? Ya para mí lo son los que en mi nombre imprimen agenas obras. Ahora han salido algunas comedias que impresas en Castilla dicen que en Lisboa, y así quiero advertir a los que leen mis escritos con afición... que no crean que aquellas son mis comedias aunque tengan mi nombre». Y la misma queja manifiesta en su égloga a Claudio.

181. Por este tiempo censuraba también las comedias de Lope D. Esteban Manuel de Villegas, ya cuando dirigía a D. Lorenzo Ramírez de Prado el Hipólito, tragedia imitada de Eurípides, y se queja del influjo y mal gusto del vulgo, y del desprecio que los recitantes hacían de los que no les vendían sus composiciones; ya con arrogante severidad en la epístola VII cuando cita la comedia de Lope intitulada Urson y Valentín, y se burla del método o arte de este autor comparándolo con el de los antiguos.

182. Pero aun veremos nuevos y repetidos   -pág. 464-   testimonios del aprecio que Cervantes hacía de Lope. Compuso aquel el Viaje al Parnaso, y le imprimió en 1614, y entre los excelentes poetas que finge fueron a conquistarlo comprende a Lope en estos términos:


   Llovió otra nube al gran Lope de Vega,
Poeta insigne, a cuyo verso o prosa
Ninguno le aventaja ni aun le llega.



Al año siguiente publicó las ocho comedias y ocho entremeses, y después de referir en el prólogo el origen de la comedia española, los progresos que hicieron en ella Lope de Rueda y Naharro, y el aplauso con que se habían representado en Madrid sus Tratos de Argel, La Numancia y La Batalla naval, añade: «entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzose con la monarquía cómica: avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes: llenó el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas; y tantas, que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos, y todas (que es una de las mayores cosas que puede decirse) las ha visto representar, u oído decir (por lo menos) que se han representado: y si algunos (que hay muchos) han querido entrar a la parte y gloria de sus trabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito a la mitad de lo que él solo». Cuanto Cervantes asegura aquí en elogio de Lope lo confirma Montalván en la Fama póstuma; pues dice, que habiendo buscado el amparo de D. Gerónimo Manrique, obispo de Ávila, por los años de 1590, le agradó sumamente con unas églogas que escribió y con la comedia La Pastoral de Jacinto, que fue la primera que hizo de tres jornadas, porque hasta entonces la comedia consistía solo en un diálogo de cuatro personas que no pasaba de tres pliegos,   -pág. 465-   y de estas escribió Lope de Vega muchas, hasta que introdujo la novedad de las otras, que por captarle los aplausos de las gentes le obligaron a proseguirlas con tan feliz abundancia, que en muchos años no se vio estampado en los carteles de las esquinas otro nombre que el suyo: y más adelante dice, que las comedias representadas llegaban a mil y ochocientas, y los autos sacramentales pasaban de cuatrocientos, pagándose entonces las primeras a quinientos reales: cuya aserción confirma cuanto dice Cervantes de la admirable fecundidad de Lope, del prodigioso número de sus comedias, y del aplauso con que eran recibidas del público y de los representantes.

183. Para que se conozca que no fue exagerado lo que dijo Cervantes y confirmó el amigo y discípulo de Lope, añadiremos lo que dijeron otros escritores coetáneos. Francisco Pacheco en el elogio que puso al retrato que hizo de Lope dice: «Él ha traducido en España a método, orden y policía las comedias, y puedo asegurar que en dos días acababa algunas veces las que admiraba después el mundo y enriquecían a los autores». En el año 1630 publicó D. Josef Pellicer de Salas El Fénix, y en la diatribe 1.ª, fol. 14 v. dice: «En nuestro siglo se intitula en la frente de sus libros El Fénix de España el grande, el famoso, el único, Lope Félix de Vega Carpio, honor, gloria, laurel de nuestra nación, uno de los dos polos de las musas, a cuyos versos en lo cómico, lírico y heroico ceden doctrina, erudición y elegancia los antiguos. Hoy vive después de haber dado a los teatros españoles mil y quinientas comedias, seiscientos autos sagrados, y a la estampa más de cuarenta y cuatro libros». Y Quevedo en su aprobación a la comedia Eufrosina, impresa en Madrid año 1631, dice: «Con grande   -pág. 466-   gloria de la virtud y buen ejemplo se han escrito en España con nombre de comedias, fuera de las fábulas, historias y vidas que a la virtud y al valor enseñan con unas fuerza que otra alguna cosa: como se ve con admiración en las de Lope de Vega Carpio, tan dignas de alabanza en el estilo y dulzura, afectos y sentencias, como de espanto por el número, demasiado para un siglo de ingenios, cuanto más para uno solo, a quiera en esto siguen dichosamente muchos que hoy escriben». Véase aquí alabado por Quevedo el estilo y dulzura, afectos y sentencias de las comedias de Lope, según Cervantes lo había expresado mas de veinticinco años antes (parte I, c. 48); y véase igualmente la admiración de uno y otro por el excesivo número de comedias que aquel fecundísimo ingenio había escrito hasta entonces, y que refería él mismo en su égloga a Claudio.

184. Entre los entremeses que publicó Cervantes con sus comedias se halla el de La Guarda cuidadosa, en el cual para alabar y encarecer una glosa dice: «A mí poco se me entiende de trobas; pero estas me han sonado tan bien, que me parecen de Lope, como lo son todas las cosas que son o parecen buenas». Aludía Cervantes en esta expresión al proverbio que se había hecho general de tomar el nombre de Lope como medida y encarecimiento de alguna cosa, buena, perfecta o excelente; y así decía de él Montalván: «Alcanzó por sus aciertos un modo de alabanza, que aún no pudo imaginarse de hombre mortal: pues creció tanto la opinión de que era bueno cuanto escribía, que se hizo adagio común para alabar una cosa de buena decir que era de Lope; de suerte que las joyas, los diamantes, las pinturas, las galas, las telas, las flores, las   -pág. 467-   frutas, las comidas y los pescados, y cuantas cosas hay criadas, se encarecían de buenas solamente con decir que eran suyas, porque su nombre las calificaba: elogio admirado de todos, y merecido de ninguno». Confirma esto Quevedo en la aprobación de las obras de Burguillos dada en Madrid a 27 de agosto de 1634, diciendo que fue Lope autor de un estilo no solo decente, sino raro, que solamente ha florecido sin espinas, habiendo merecido su nombre ser universalmente proverbio de todo lo bueno: prerogativa que no ha concedido la fama a otro nombre. Pinelo en sus Anales de Madrid mss. año 1635, y D. Francisco Manuel de Melo en sus Apologos Dialogaes impresos en 1657 (§. 335), refieren y apoyan lo mismo, con la admiración que debía causar un aplauso y concepto tan extraordinario.

185. Inmediatamente después de las comedias salió a luz la parte II del Quijote, en cuyo prólogo procuró Cervantes contestar con tanta templanza y urbanidad como gracia y donaire a su antagonista Avellaneda; y como este, para cubrir su dañada intención, supuso que Cervantes había ofendido a Lope por pura envidia, le responde en estos términos: «He sentido también que me llame invidioso, y que como a ignorante me describa qué cosa sea la invidia, que en realidad de verdad, de dos que hay, yo no conozco sino a la santa, a la noble y bien intencionada: y siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del santo oficio: y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañose de todo en todo, porque del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa». No puede darse un elogio más noble y desinteresado, y una satisfacción mas ingenua y sencilla.   -pág. 468-   Lope en efecto era ya sacerdote a lo menos desde 1608, y al año siguiente entró de cofrade en la congregación de esclavos del santísimo Sacramento del oratorio del Caballero de Gracia, donde celebró la misa de la festividad de Primer domingo de mes en agosto de 1609, según consta de un acuerdo que firmado de él existe en su archivo. En 24 de enero de 1610 entró también en la del oratorio de la calle del Olivar; y en la orden tercera de S. Francisco en 17 de setiembre, habiendo profesado en ella en 26 de igual mes de 1611. Su asistencia continua a los hospitales, las obras de caridad en que se ejercitaba, y su devoción y cristiana conducta desde aquella época, califican de justa y verdadera la admiración de Cervantes por la ocupación continua y virtuosa de Lope.

186. Al fin del cap. 1.° de la parte II del Quijote, tratando de Angélica, y de que sin embargo de haber el Ariosto cantado su belleza, parece que todavía pronosticó que otros poetas la celebrarían con mejor plectro, añade: «Véase esta verdad clara, porque después acá un famoso poeta andaluz lloró y cantó sus Lágrimas; y otro famoso y único poeta castellano cantó su Hermosura». Es bien sabido que Luis Barahona de Soto, natural de Lucena, publicó en Granada en 1586 un poema intitulado Primera parte de la Angélica, o Las Lágrimas de Angélica, del cual hizo gran elogio Cervantes (Quijote, parte I, cap. 6); y que Lope de Vega, que es a quien llama famoso y único poeta castellano, dio a luz en Madrid el año 1604 en un tomo en 12.° La Hermosura de Angélica, poema en veinte cantos, continuando lo que había omitido Ariosto en su Orlando, como para ejercitar otros ingenios poéticos (prólogo a la Angélica). También aludió con mucha estimación a La Arcadia de Lope en el cap. 58, parte   -pág. 469-   II del Quijote, y con más expresión en El Coloquio de los perros, donde tratando de la vida pastoril, y de lo que de ella dicen los libros, añade en boca de Berganza: «Deteníame a oírla leer (a la dama), y leía como el pastor de Anfriso cantaba extremada y divinamente, alabando a la sin par Belisarda, sin haber en todos los montes de Arcadia árbol en cuyo tronco no se hubiese sentado a cantar desde que salía el sol en las brazos del Aurora hasta que se ponía en los de Tetis; y aun después de haber tendido la negra noche por la faz de la tierra sus negras y escuras alas, él no cesaba de sus bien cantadas y mejor lloradas quejas». Así hablaba con referencia a Lope, mientras que con su misma Galatea y con la Diana de Montemayor no estuvo tan indulgente, tratando de ellas en el mismo lugar de este coloquio.

187. Contra estos testimonios tan públicos, tan repetidos y tan terminantes solo se alega la autoridad del desconocido Avellaneda, ya desvanecida y contestada por Cervantes, y un soneto que se conservó inédito entre los mss. de la biblioteca Real hasta que Pellicer le dio a luz en 1778, y reimprimió en 1797, habiéndole publicado también en 1795 D. Vicente García de la Huerta: en el cual, haciendo una reseña de todas las obras de Lope, se censuran con suma acritud, descubriendo el ningún aprecio que de ellas hacía el autor de crítica tan mordaz. También existe en el mismo códice otro soneto que se atribuye a Lope, y en el que contestando al anterior, que supone ser de Cervantes, le injuria con sarcasmos tan impudentes como malignos; pero tan ajeno todo del comedimiento y dulzura de Lope, que los mismos que le han publicado juzgan sea de alguno de sus apasionados. ¿Y por qué no les ha merecido igual duda y consideración el que se achaca a Cervantes,   -pág. 470-   siquiera por ser, como es, tan opuesto al juicio que este tenía formado de las obras de Lope? El estar escrito con los versos cortados en los finales, de que parece fue inventor Cervantes en los que puso al principio de la parte I del Quijote, ¿será bastante razón para atribuírselo? ¿no imitaron otros inmediatamente este estilo, entre ellos el autor de la Pícara Justina? Estas y otras poderosas razones hicieron presumir a hombres inteligentes y juiciosos que el soneto imputado a Cervantes podría más bien ser de Góngora, poeta conocido por su mordacidad y genio satírico, y que, según un autor de su vida, tal vez salpicó la tinta de su pluma las personas; y guiados con tales sospechas del deseo de aclarar la verdad, reconocimos los dos códices de la biblioteca Real en que se halla el tal soneto, y encontramos que en ambos se indica sobradamente ser de D. Luis de Góngora. En el códice 8.° (est. M, fol. 94 v.) dice el epígrafe:

Al dicho Lope de Vega satirizándole en los libros que escribió.- Del dicho D. Luis: Hermano Lope, bórrame el sone- etc.



Y en el códice 1.º (est. M, fol. 2) que se intitula Poesías satíricas y burlescas de D. Luis de Góngora, dice así:

Contra los escritos de Lope de Vega.
Soneto
Hermano Lope, bórrame el sone- etc.



Descubriéndose pues tan claramente que fue Góngora el verdadero autor, queda Cervantes vindicado de la impostura de haber escrito contra Lope. No era necesario tanto para discernir que era de Góngora, y no de Cervantes, pues bastaría conocer el estilo y carácter de ambos, y saber que Góngora se había explicado ya contra Lope en muchas sátiras,   -pág. 471-   como se ve en los versos que publicó en defensa de sus Soledades; en el soneto a que dio ocasión el libro de La Arcadia; en otro en que motejó su estilo de fácil, llano y sin artificio, y en varias composiciones, de las cuales se dio Lope por entendido, y aun contestó a algunas con indicios de mucho resentimiento, haciéndole perder aquel carácter apacible, indulgente y comedido que pinta él mismo cuando dice: Realmente (y consta de mis escritos) más se aplica este corto ingenio mío a la alabanza que a la reprensión; y como lo comprueba su Discurso sobre la nueva poesía, donde al mismo tiempo que desaprobaba el estilo hinchado, oscuro y afectado que iba introduciendo Góngora, hablaba con tal respeto y elogio de su ingenio, que decía era el más raro y peregrino que había conocido en Andalucía; y yo (añade) le he de estimar y amar, tomando de él lo que entendiere con humildad, y admirando lo que no entendiere con veneración; testificando la ingenuidad de estas palabras tres hermosos sonetos que se leen en sus obras en alabanza del inexorable Góngora, de quien no hallamos composición alguna en que de propósito correspondiese con su gratitud al mérito de su apologista; y si la hubiera, no la habría omitido Montalván en Fama póstuma.

188. Teniendo pues tantas pruebas de que Góngora escribía contra Lope, y de que este se daba por entendido contestándole, y no constando que Lope se manifestase jamás resentido de Cervantes, ni que este diese sino testimonios de aprecio por las obras de Lope, ¿no era ligereza o malignidad imputar a Cervantes unas sátiras tan ajenas por otra parte de su excesiva indulgencia con los poetas y literatos de su tiempo? Nunca su pluma declinó a la sátira, dijo en el Viaje al Parnaso (cap. 4.º): la poesía no ha de correr en torpes sátiras,   -pág. 472-   aconseja en el cap. 16, parte II del Quijote; y con todo eso, y de quien así pensaba, ha llegado a asegurarse que miraba con envidia a Lope y sus producciones, escribiendo contra él y ellas invectivas injustas y denigrativas sátiras.

189. No solo no consta que Lope se hubiese resentido ni mostrado quejoso de Cervantes, como lo manifestó respecto de otros, sino que en varias de sus obras acreditó el aprecio con que le miraba. En la Dorotea hizo dos veces honrosa mención de él, ya contándole entre los grandes poetas de aquella edad, ya indicando que su Galatea no era una dama ideal e imaginaria, como tampoco lo habían sido la Diana de Montemayor, la Fílida de Montalvo, la Camila de Garcilaso, la Violante de Camoes etc. En la dedicatoria de su primera novela dice Lope: También hay (en España) libros de novelas, dellas traducidas de italianos y dellas propias, en que no faltó gracia y estilo a Miguel de Cervantes. Y finalmente en El Laurel de Apolo, publicado en 1630, catorce años después de haber muerto este célebre escritor, hizo de él el siguiente elogio:


En la batalla donde el rayo Austrino,
Hijo inmortal del Águila famosa,
Ganó las hojas del laurel divino
Al rey del Asia en la campaña undosa,
La fortuna envidiosa
Hirió la mano de Miguel Cervantes;
Pero su ingenio en versos de diamantes
Los del plomo volvió con tanta gloria,
Que por dulces, sonoros y elegantes
Dieron eternidad a su memoria:
Porque se diga que una mano herida
Pudo dar a su dueño eterna vida.



Tenemos además noticia de otras relaciones de amistad, trato y parentesco entre ambos escritores.   -pág. 473-   Queda ya insinuada (parte II, §. 38) la connotación que a nuestro parecer hubo entre Cervantes y Doña Isabel de Urbina, primera mujer de Lope de Vega, y nos consta que uno y otro fueron congregantes en el oratorio de la calle del Olivar, habiendo motivo de presumir que también fueron compañeros en el del Caballero de Gracia y en la orden tercera de S. Francisco; en cuyas concurrencias y ejercicios era preciso se viesen de continuo, y así apreciasen mutuamente sus ocupaciones virtuosas, y los frutos de su ingenio y laboriosidad.

190. Pero no porque se tratasen con recíproca consideración dejaron de tener otros enemigos envidiosos y calumniadores. Bien manifiesta es la persecución que intentó Avellaneda contra Cervantes, quien con alusión a esto decía en boca de Mercurio (Viaje al Parnaso, cap. 1.º):


Tus obras los rincones de la tierra
(Llevándolas en grupa Rocinante)
Descubren, y a la envidia mueven guerra.



El mismo Cervantes habló del soneto malo, desmayado y sin garbo que le dirigieron en Valladolid contra el Quijote; y el que se atribuye a Lope, y es sin duda de algún apasionado suyo, acredita en sus indecorosas expresiones cuánto les picaba el universal aplauso con que había sido recibida esta obra. Pero cuando más se exaltó la envidia fue al verle protegido y amparado por el cardenal de Toledo y el conde de Lemos, como lo manifiesta Alonso de Salas Barbadillo en la dedicatoria de la Estafeta del dios Momo. Después de referir que aquel ilustre purpurado recibió sin escrúpulo el libro del Escudero Marcos de Obregón, y premió al autor (Vicente Espinel) mandando que se le señalase un tanto cada día para que se pasase su vejez con menos incomodidad,   -pág. 474-   añade: «La misma piedad ejercitó con Miguel de Cervantes, porque le parecía que el socorrer a los hombres virtuosamente ocupados era limosna digna del primado de las Españas. No lo ignoran estos que más lo fiscalizan; sino que todo aquello que no pueden hacer, cuanto interiormente lo envidian, en lo exterior lo desprecian; de modo que de lo que en ellos es insuficiencia nace el delito de los que tienen más ingenio. En todos tiempos fue culpa el saber más para aquellos que (intentando saber) hallan que cada día saben menos».

191. los émulos de Lope fueron todavía en mayor número, como que era más popular el aplauso que le merecían sus composiciones, y con las cuales, al mismo tiempo que se granjeaba Mecenas y apasionados, ganaba suficiente renta para excitar la envidia, según indicó Cristóbal de Mesa. Eran tantos los que escribían contra Lope, y tal ya la frescura con que lo tomaba, que según él mismo significó en una epístola a Gaspar de Barrionuevo (Rimas humanas, parte II):


No se tiene por hombre el que primero
No escribe contra Lope sonetadas,
Como quien tira al blanco de terrero.
[...]
Piensa esta pobre y mísera caterva
Que leo yo sus sátiras: ¡qué engaño!
Bien sé el aljaba sin tocar la yerba.



Tratando en el prólogo del Peregrino de que no faltaban lectores que leían sus escritos con afición, dice: Algunos hay, si no en mi patria, en Italia, Francia y en la Indias, donde no se atrevió a pasar la envidia. Y su amigo Montalván dijo a este propósito: «Mientras vivió (Lope de Vega) a vuelta de los honores que por otras partes granjeaba, siempre estaba padeciendo sátiras de los maldicientes, detracciones de los ignorantes,   -pág. 475-   libelos de los enemigos, notas de los mal intencionados, correcciones de los melindrosos, y invectivas de los bachilleres; con tanto extremo, que solo su muerte pudo ser asilo de su seguridad, haciendo la lástima lo que no pudo recabar el mérito; pues muchos de los que le lloraron muerto, fueron los mismos que le murmuraron vivo».

192. Tal fue la varia suerte de estos fecundos e ingeniosos escritores mientras vivieron. La obstinada lucha entre los censores y los apologistas de Lope hizo que unos y otros intentasen atraer a su parcialidad a los literatos de mayor reputación; y de aquí pudo provenir que los primeros contasen a Cervantes en su partido por leves indicios o conjeturas, sacadas de las censuras generales que publicó en sus obras, y aun que le achacasen algunas sátiras o críticas más libres que corrían manuscritas, como sucedió con el soneto de Góngora. Pero el examen que acabamos de hacer desvanece este concepto, y prueba más bien que ambos escritores reconocían mutuamente su mérito distinguido, y tuvieron la generosidad de aplaudirlo sin desconocer sus faltas, que también supieron disculpar con discreción.




ArribaAbajoCasas donde vivió Cervantes en Madrid (§. 119)

193. Por los documentos que publicó Pellicer (V. de C. pág. CCXIII a CCXVI) consta que en 8 de junio de 1609 vivía Cervantes en la calle de la Magdalena a las espaldas de la duquesa de Pastrana: poco después a las espaldas de Elorito, que quiere decir, detrás del colegio de nuestra Señora de Loreto: en 9 de octubre, otra vez en la calle de la Magdalena, frontero de Francisco Daza, maestro de hacer coches: en 27 de   -pág. 476-   junio de 1610, en la calle del León, frontero de Castillo, panadero de corte, en la casa que según conjetura Pellicer (p. CXCVIII) puede ser la núm. 9, manzana 226: en 1614, en la calle de las Huertas frontero de las casas donde solía vivir el príncipe de Marruecos, como decía el sobrescrito de la carta de que habla en la Adjunta al Parnaso. Que moró en la calle del duque de Alba, cerca de la del Estudio de San Isidro, se sabe por el proceso de desahucio que existía en la escribanía de D. Juan Antonio Zamácola. Y Pellicer averiguó que la casa donde murió Cervantes en la calle del León, y pertenecía al clérigo D. Francisco Martínez Marcilla, estaba en la esquina de la calle de Francos, por la cual tiene ahora la entrada, y es el núm. 20, manzana 228.


Cervantes se alistó en algunas congregaciones piadosas (§. 121)

194. Las guerras de religión acaecidas en Francia e Inglaterra desde mediados del siglo XVI, que produjeron en aquellos países tantas persecuciones y escándalos, no alcanzaron afortunadamente a España, porque la piedad y el celo de sus monarcas lograron preservarla de tan graves males. Con este fin protegieron y fomentaron las instituciones piadosas para mayor veneración y culto de los divinos misterios, en especial el de la sagrada Eucaristía; en cuyo honor y reverencia, y para desagravio de los desacatos cometidos en Londres en 1607, se multiplicaron las hermandades, que ya se habían fundado en el mismo siglo con motivo de la archicofradía que con este objeto erigió en Roma el papa Paulo III.

195. De esta clase fueron las congregaciones que ahora existen en Madrid en el oratorio del   -pág. 477-   Caballero de Gracia y en el de la calle del Olivar o de Cañizares; cuyos individuos, en contraposición de la impiedad y soberbia de los herejes, se apellidaron indignos esclavos del santísimo Sacramento. Fundose la primera en la iglesia de monjas franciscanas de aquel mismo nombre por el venerable sacerdote Jacobo de Gracia, caballero del hábito de Cristo, que había sido en Roma hijo espiritual de San Felipe Neri: trasladose después a dicho oratorio: aprobó sus constituciones el cardenal arzobispo de Toledo D. Bernardo de Sandoval y Rojas en 13 de noviembre de 1609; las cuales confirmaron los sumos pontífices Paulo V y Urbano VIII, y desde el principio fue muy favorecida de los reyes, de los papas y de los prelados diocesanos, que se alistaron por congregantes; como lo hicieron Felipe III, la reina su esposa, el papa Paulo V, y muchas personas de alta jerarquía y de gran reputación, así eclesiásticas como seglares. Entre ellas se contó Lope de Vega, como ya lo dijo Montalván (Fama Póst. p. 34) y consta por los libros de la congregación; siendo de presumir que también lo fuese Cervantes, aunque no haya documento que lo asegure.

196. La fundación de la del oratorio de la calle del Olivar se firmó en 28 de noviembre de 1608 por Fr. Alonso de la Purificación, trinitario descalzo, y D. Antonio Robles y Guzmán, gentil-hombre del rey, y su aposentador; y en 7 de diciembre se celebró la primera fiesta en el convento de los mismos trinitarios descalzos, donde permaneció la congregación hasta abril de 1615, en que se trasladó al de clérigos menores del Espíritu-Santo. De este pasó en 2 de junio de 1617 al de monjas agustinas de la Magdalena; y D. Manuel Aguiar Enríquez, que en 1638 publicó un sumario de su fundación, constituciones y ejercicios,   -pág. 478-   y que fue su restaurador, sosteniéndola con su celo y hacienda en los apuros que ya experimentaba, logró ponerla en oratorio propio, que es el en que subsiste, y en él se dijo la primera misa el día 1.° de noviembre de 1646, aunque por no estar concluido del todo no se hizo la dedicación hasta 21 de noviembre de 1656340.

197. Las primeras constituciones se aprobaron por el arzobispo en 23 de marzo de 1610: las segundas en 17 de marzo de 1622: otras en 10 de diciembre de 1630; y las vigentes en 27 de setiembre de 1779 por el consejo Real, y en 19 de noviembre inmediato por aquel prelado. El papa Paulo V concedió a esta congregación por bula de 1.º de noviembre de 1609 varias gracias e indulgencias, y Gregorio XV las confirmó por otra de 6 de mayo de 1621.

198. La decidida protección que desde su origen mereció a Felipe III; el particular encargo que este piadoso monarca hizo al duque de Lerma y al cardenal de Toledo para que la favoreciesen y fomentasen; y su frecuente asistencia y de la reina, príncipes e infantes a sus solemnidades y ejercicios, no solo dieron a estos actos mayor pompa, sino que fueron estímulo para que las personas más notables y distinguidas aumentasen el número de congregantes. Las fiestas y procesiones, especialmente en la octava del Corpus, se hicieron con toda ostentación y magnificencia desde el año 1609. Celebrábanse con certámenes poéticos, distribuyendo premios a los ingenios más aventajados; con suntuosos altares adornados de jeroglíficos y alegorías; con autos sacramentales, y con vistosas iluminaciones, fuegos artificiales, músicas y otros regocijos: todos los cuales costeaban a competencia los primeros y más altos personajes de la corte, incluso el duque de Lerma, que fue nombrado   -pág. 479-   primer protector de la congregación desde 1613 hasta 1617, en que le sustituyó el cardenal arzobispo341. De las personas que se alistaron en ella, según consta en el libro primero o más antiguo de recepciones que hemos visto, citaremos solo aquellas que por su mérito literario o artístico son dignas de particular memoria. La partida de Cervantes, que es la segunda al fol. 12 v. dice así: Recibiose en esta santa hermandad por esclavo del Santísimo Sacramento a Miguel de Cervantes, y dijo que guardaría sus santas constituciones, y lo firmó en Madrid a 17 de abril de 1609.=Esclavo del Santísimo Sacramento: Miguel de Cervantes.-Alonso Gerónimo de Salas Barbadillo fue recibido en 31 de mayo del mismo año: fol. 14. El M. Vicente Espinel en 5 de julio: fol. 18 v. D. Francisco Gómez de Quevedo (fol. 19 v.) no expresa la fecha; pero su partida está después de algunas de 3 de agosto y antes de otra del 12. El M. Fr. Hortensio Félix Paravicino, en 7 de setiembre: fol. 21 v. Lope de Vega en 24 de enero de 1610: fol. 24 v. El Dr. D. Juan del Castillo y Sotomayor, que era de la audiencia de Galicia, en 10 de abril: fol. 30. El Lic. Miguel de Silveira, autor del Macabeo, en 10 de agosto de 1612: fol. 50. Vincencio Carducho, insigne pintor, en 4 de junio de 1617: fol. 72 v. D. Jusepe González de Salas en 21 de julio: fol. 100 v. El príncipe de Esquilache D. Francisco de Borja en 9 le febrero de 1622: fol. 103 v. Y el Dr. D. Juan de Solórzano Pereira, del consejo de las Indas, en 5 de octubre de 1632 (fol. 113), cuyo asiento es todo de su letra, y en él nombra a su mujer Doña Clara Paniagua de Loaisa y Trejo, y a D. Fernando, D. Jusepe, D. Gabriel y Doña Leonor sus hijos.- Concluye el libro con tuna partida de 19 de marzo de 1643 al fol. 116.- También   -pág. 480-   fueron de esta congregación, según la lista que publicó Grimaldo al principio de su obra citada en la nota 339, el M. Josef de Valdivieso, D. Josef Pellicer y Tovar y D. Gabriel Bocángel.

199. Como no todos se alistaban en estas cofradías con un mismo espíritu, se quejaba ya el Dr. Suárez de Figueroa en 1617 (El Pasajero, alivio IX, p. 399) de que los narcisos o petimetres de su tiempo eran solícitos y cuidadosos en asistir a las fiestas y procesiones muy engalanados y con exquisitos adornos, llevando en estas algún cetro u otra insignia, y recorriéndolas, aunque no fuese necesario, como para ordenarlas, todo con el fin de hacerse mirar de la muchedumbre; y entraban en las congregaciones con el afán de ser mayordomos a consiliarios y a lucir sus oficios. El Lic. D. Pedro Fernández de Navarrete decía también poco después (Conservac. de Monarq. disc. XIII) que con tanto número de cofradías andaban los artesanos la mitad del año atendiendo más a las emulaciones y disputas que a la devoción.

200. En 2 de julio de 1613 entró también Cervantes en la orden tercera de San Francisco, estando en Alcalá342, y profesó en Madrid a 2 de abril de 1616, en la casa que habitaba en la calle del León, por hallarse a la sazón gravemente enfermo. No solo los grandes señores, como el famoso condestable de Castilla D. Juan Fernández de Velasco, sino los más insignes poetas, como Lope de Vega, entraban en esta venerable orden, asistiendo a sus ejercicios, y llevando descubierto el hábito, con el cual se honraban tanto, que el condestable usaba de su color desde las cintas de los zapatos hasta el sombrero, y todo su vestido interior y exterior, según refiere Fr. Lope Páez al fol. 150 de la Regla... de la tercera orden imp. en Madrid en 1676. Cuando murió Cervantes fue   -pág. 481-   llevado a enterrar por los terceros con la cara descubierta, a lo cual aludió el insípido epitafio que en una décima castellana se imprimió al principio del Persiles, y escribió D. Francisco de Urbina, cuñado de Lope de Vega. Por el mismo título de tercero dio lugar a Cervantes Fr. Juan de San Antonio en su Biblioteca franciscana.




D. Diego Hurtado de Mendoza (§. 123)

201. El claro espejo de la poesía le llama Luis Gálvez de Montalvo en su Pastor de Fílida, que publicó siete años después de haber muerto aquel ilustre literato (pág. 155, edic. de 1792; y Mayans en su pról. p. LIII). Cervantes, que casi al mismo tiempo componía su Galatea, le introdujo en esta novela bajo el nombre de Meliso para honrar su memoria y sus prendas. Dejó D. Diego inéditas casi todas sus obras, como lo advierte con respecto a la Historia de Granada su primer editor el Lic. Luis Tribaldos de Toledo. De sus poesías, dijo al publicarlas Juan Díaz Hidalgo, que era imposible que flores que habían pasado por tantas manos dejasen de estar algo marchitas: la impresión de ellas se hizo en Madrid el año 1609 en un tomo en 4.°, aunque según la portada no se publicaron hasta 1610; y al principio se halla el siguiente elogio:




Miguel de Cervantes a D. Diego de Mendoza y a su fama
Soneto



En la memoria vive de las gentes
   ¡Varón famoso! siglos infinitos:
   Premio que le merecen tus escritos
   Por graves, puros, castos y excelentes.
-pág. 482-
Las ansias en honesta llama ardientes,
   Los etnas, los estigios, los cozitos
   Que en ellos suavemente van descritos,
   Mira si es bien ¡o Fama! que los cuentes,
Y aun que los llevas en ligero vuelo
   Por cuanto ciñe el mar y el sol rodea,
   Y en láminas de bronce los esculpas:
Que así el suelo sabrá que sabe el cielo
   Que el renombre inmortal, que se desea,
   Tal vez le alcanza amorosas culpas.






Academia llamada Selvage (§. 129)

202. El Lic. Pedro Soto de Rojas al fol. 181 de su obrita intitulada Desengaño de amor, impresa en Madrid año 1623, nos dejó la siguiente noticia de esta academia: «En el año 1612 en Madrid se abrió la academia Selvage, así llamada porque se hizo en casas de D. Francisco de Silva343, aquel lúcido ingenio, aquel ánimo generoso, calidad de la casa de Pastrana, lustre de las musas, mayor trofeo de Marte, que parece movió toda aquella guerra, solo para contrastar aquel valor. Asistieron en esta academia los mayores ingenios de España, que al presente estaban en Madrid: y entre ellos el fertilísimo, abundante, siempre lleno, y siempre vertiente Lope de Vega Carpio. Tuve por nombre el Ardiente: comenzose la primera sesión con ese discurso en prosa». En efecto se halla al principio del libro este Discurso sobre la poética escrito en el abrirse la academia Selvage, por el Ardiente; y Lope de Vega en un elogio que hace al autor dice también: «Habrá doce años que juntó estas rimas, y este mismo tiempo que las conquisto yo con ánimo de honrar y acrecentar nuestra lengua de tantas locuciones y frasis, y deleitar y aprovechar los   -pág. 483-   ingenios en tanta hermosura y variedad de concetos. Llamábase en nuestra academia el Ardiente, nombre que tomó para sí el excelente portugués Luis de Camoes cuando dijo:


Evas Tagides minhas, pois criado
Tendes en mi hum novo engenho Ardente.



Y vino bien este título a su ingenio, que en la lengua latina Ardiente es ingenioso, y como dijo Cicerón a Celio: Ardor mentis ad gloriam. En ella escribió el discurso de la poética y perfecta medida del verso castellano, imitando al Taso en una oración que hizo en la academia de Ferrara».

203. Antes de la fundación de esta academia, y a principios del mismo siglo parece hubo alguna otra, que por las desavenencias y demasías de sus individuos fue necesario mandarla disolver; a lo cual alude Cristóbal de Mesa en una epístola al canónigo de Santiago D. Pedro Fernández de Navarrete, impresa al fin del poema intitulado El Patrón de España el año 1611, pág. 218, donde quejándose de la falta de protección de los grandes a los literatos dice:


   Que el príncipe que más os precia y nombra,
Ni os favorece, ni las obras premia,
Aunque dellas parezca que sea sombra.
   Si alguno dellos hace una academia,
Hay setas, competencias y porfías
Más que en Ingalaterra o en Bohemia.
   Algunas hemos visto en nuestros días
Que mandádoles han poner silencio
Como si escuelas fueran de heregías.



A este mismo suceso alude también Cristóbal Suárez de Figueroa cuando en su Plaza universal de todas las ciencias y artes impresa en 1615, hablando en el discurso XIV, pág. 63 del origen de las academias de Atenas, del establecimiento de las de Italia, y de la importancia de que las   -pág. 484-   hubiese en España, dice: «En esta conformidad descubrieron los años pasados algunos ingenios de Madrid semejantes impulsos (de establecer una academia) juntándose con este intento en algunas casas de señores; mas no consiguieron el fin. Fue la causa quizá porque, olvidados de lo principal, frecuentaban solamente los versos aplicados a diferentes asuntos. Nacieron de las censuras, fiscalías y emulaciones no pocas voces y diferencias, pasando tan adelante las presunciones, arrogancias y arrojamientos, que por instantes no solo ocasionaron menosprecios y demasías, sino también peligrosos enojos y pendencias, siendo causa de que cesasen tales juntas con toda brevedad».

204. Como los escritos de los académicos no solo se leían, sino que se examinaban en estas academias; si llegaba el caso de que se diesen a luz, iban siempre acompañados de muchos versos que en elogio de la obra y del autor escribían sus compañeros. Entre los que se imprimieron al principio de la obra intitulada Secretario de señores se hallan los siguientes de Miguel de Cervantes al secretario Gabriel Pérez del Barrio Angulo.


   Tal secretario formáis,
Gabriel, en vuestros escritos,
Que por siglos infinitos
En él os eternizáis.
   De la ignorancia sacáis
La pluma, y en presto vuelo
De lo más bajo del suelo
Al cielo la levantáis.
   Desde hoy más la discreción
Quedará puesta en su punto,
Y el hablar y escribir junto
En su mayor perfección.
   Que en esta nueva ocasión
Nos muestra en breve distancia
-pág. 485-
Demóstenes su elegancia,
Y su estilo Cicerón.
   España os está obligada,
Y con ella el mundo todo,
Por la sutileza y modo
De pluma tan bien cortada.
   La adulación defraudada
Queda, y la lisonja en ella;
La mentira se atropella,
Y es la verdad levantada.
   Vuestro libro nos informa:
Que solo vos habéis dado
A la materia de Estado
Hermosa y cristiana forma.
   Con la razón se conforma
De tal suerte, que en él veo
Que, contentando al deseo,
Al que es más libre, reforma.



De otra academia habla Lope de Vega en su dedicatoria del Laurel de Apolo al almirante de Castilla, fecha a 31 de enero de 1630, diciendo: «La academia de Madrid y su protector D. Félix Arias Girón laurearon con grande aplauso de señores y ingenios a Vicente Espinel, único poeta latino y castellano de aquellos tiempos». Tal vez fue esta la misma academia a quien dirigió el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, que había escrito por su mandato, y publicó en Madrid el año 1602. Bien se ve que estas academias fundadas y sostenidas por el precario favor y protección de algunos magnates, no podían tener la solidez, autoridad y permanencia necesaria para dar frutos capaces de adelantar los conocimientos humanos y el lustre y gloria de la nación.



  -pág. 486-  
Concurrió Cervantes con una canción en los certámenes de la beatificación de Santa Teresa (§. 162)

205. A instancias del rey D. Felipe III, de los arzobispos, obispos, universidades y otros cuerpos y personas respetables de España beatificó el papa Paulo V a la V. Religiosa Teresa de Jesús, expidiendo su breve el 24 de abril de 1614, que se publicó en Roma el día siguiente con toda solemnidad. Luego que esta noticia llegó a España se celebró con públicos regocijos en casi todos los pueblos de consideración; de cuyas relaciones formó Fr. Diego de San Josef el Compendio de que hacemos mención en dicho §.

206. Para la fiesta que se preparaba en Madrid, y que según se deduce debió principiar en el domingo 12 de octubre de aquel año, se propuso un certamen poético en latín y castellano en alabanza de la V. carmelita, del papa, y del rey por el fervor con que había promovido la beatificación. El jueves infraoctavo se colocó a los pies de la imagen en la capilla mayor el tribunal que había de calificar el mérito de las poesías, compuesto de los señores D. Rodrigo de Castro, hijo del conde de Lemos, del consejo de la general inquisición, D. Melchor de Moscoso, hijo del de Altamira, D. Francisco Chacón, hijo del de Casarrubios, arcediano de Toledo, y Lope de Vega Carpio. Leyó este las composiciones presentadas, habiendo perorado largo rato en verso para apertura del certamen, como dejamos dicho en el §. citado; y aunque el concurso fue tan numeroso que se llenó la iglesia hasta el pórtico, hubo tanta atención y silencio que todo se oyó perfectamente, sin perderse sílaba de cuanto recitó Lope.

  -pág. 487-  

207. Entre los asuntos propuestos era el tercero: «Al que con más gracia, erudición y elegante estilo, guardando el rigor lírico, hiciere una canción castellana en la medida de aquella de Garcilaso El dulce lamentar de dos pastores, a los divinos éxtasis que tuvo nuestra Santa Madre, que no exceda de siete estancias, se le dará un jarro de plata: al segundo ocho varas de chamelote; y al tercero unas medias de seda». Y al fol. 52 de la primera parte de dicho Compendio se halla la siguiente:




De Miguel de Cervantes
A los Éxtasis de nuestra B. M. Teresa de Jesús



Canción

   Virgen fecunda, Madre venturosa,
Cuyos hijos, criados a tus pechos,
Sobre sus fuerzas la virtud alzando,
Pisan ahora los dorados techos
De la dulce región maravillosa,
Que está la Gloria de su Dios mostrando:
Tú que ganaste obrando
Un nombre en todo el mundo
Y un grado sin segundo;
Ahora estés ante tu Dios postrada,
En rogar por tus hijos ocupada,
O en cosas dignas de tu intento santo;
Oye mi voz cansada,
Y es fuerza ¡o Madre! el desmayado canto.
   Luego que de la cuna y las mantillas
Sacó Dios tu niñez, diste señales
Que Dios para ser suya te guardaba,
Mostrando los impulsos celestiales
En ti (con ordinarias maravillas)
-pág. 488-
Que a tu edad tu deseo aventajaba.
Y si se descuidaba
De lo que hacer debía,
Tal vez luego volvía
Mejorado, mostrando codicioso
Que el haber parecido perezoso
Era un volver atrás para dar salto,
Con curso más brioso,
Desde la tierra al cielo, que es más alto.
   Creciste, y fue creciendo en ti la gana
De obrar en proporción de los favores
Con que te regaló la mano eterna:
Tales que al parecer se alzó a mayores
Contigo alegre Dios, en la mañana
De tu florida edad, humilde y tierna.
Y así tu ser gobierna,
Que poco a poco subes
Sobre las densas nubes
De la suerte mortal; y así levantas
Tu cuerpo al cielo, sin fijar las plantas,
Que ligero tras sí el alma lleva
A las regiones santas
Con nueva suspensión, con virtud nueva.
   Allí su humildad te muestra santa,
Acullá se desposa Dios contigo,
Aquí misterios altos te revela:
Tierno amante se muestra, dulce amigo.
Y siendo tu maestro te levanta
Al cielo, que señala por tu escuela.
Parece se desvela
En hacerte mercedes;
Rompe rejas y redes
Para buscarte el Mágico Divino,
Tan tú llegado siempre y tan contino,
Que si algún afligido a Dios buscara,
Acortando camino,
En tu pecho o en tu celda le hallara
-pág. 489-
   Aunque naciste en Ávila, se puede
Decir que en alba fue donde naciste;
Pues allí nace donde muere el justo.
Desde Alba ¡o Madre! al cielo te partiste:
Alba pura hermosa, a quien sucede
El claro día del inmenso gusto.
Que le gozes es justo
En éxtasis divinos,
Por todos los caminos
Por donde Dios llevar a un alma sabe,
Para darle de sí cuanto ella cabe,
Y aun la ensancha, dilata y engrandece,
Y con amor süave
A sí y de sí la junta y enriquece.
   Como las circunstancias convenibles,
Que acreditan los éxtasis, que suelen
Indicios ser de santidad notoria,
En los tuyos se hallaron; nos impelen
A creer la verdad de los visibles
Que nos decribe tu discreta historia:
Y al quedar con victoria,
Honroso triunfo y palma
Del infierno, y tu alma
Más humilde, más sabia y obediente
Al fin de tus arrobos; fue evidente
Señal que todos fueron admirables
Y sobrehumanamente
Nuevos, continuos, sacros, inefables.
   Ahora pues que al cielo te retiras,
Menospreciando la mortal riqueza
En la inmortalidad que siempre dura,
Y el Visorrey de Dios nos da certeza
Que sin enigma y sin espejo miras
De Dios la incomparable hermosura;
Colma nuestra ventura,
Oye devota y pía
Los balidos que envía
-pág. 490-
El rebaño infinito que criaste
Cuando del suelo al cielo el vuelo alzaste:
Que no porque dejaste nuestra vida,
La caridad dejaste,
Que en los cielos está más extendida.
   Canción, de ser humilde has de preciarte
Cuando quieras al cielo levantarte:
Que tiene la humildad naturaleza
De ser el todo y parte
De alzar al cielo la mortal bajeza.



No dice el Compendio las poesías y autores que llevaron los premios, sino que se leyeron de ellas las que hubo lugar, concluyendo aquel acto la sentencia y aplicación de los premios; pero no sin lástima de que no hubiese tantos cuantos fueron los papeles que los merecían.




Epopeya trágica... Los Amantes de Teruel (§. 163)

208. Juan Yagüe de Salas, ciudadano y secretario de la ciudad de Teruel, imprimió en Valencia el año 1616 su poema Los Amantes de Teruel, epopeya trágica: con la restauración de España por la parte de Sobrarbe, y conquista del reino de Valencia. Consta de veintiséis cantos en verso suelto, aunque las estrofas o períodos concluyen siempre con dos pareados en consonante; y deseoso su autor de perfeccionar esta obra: «He procurado (dice en el prólogo) la viesen y corrigiesen una y mil veces no solo los que en la poesía española, con dicha del cielo y muestras de trabajos a luz sacados, tienen nombre de poetas, sino aun los que he conocido que en alguna facultad, arte o ministerio de que trato en ella podían tener alguna particular noticia». Es natural que estos poetas sean los mismos que   -pág. 491-   en número de dieciséis elogian la obra con los versos colocados al principio y al fin del libro, entre los cuales se halla de Cervantes el siguiente




Soneto


De Turia el cisne más famoso hoy canta,
   Y no para acabar la dulce vida
   Que en sus divinas obras escondida
   A los tiempos y edades se adelanta.
Queda por él canonizada y santa
   Teruel; vivos Marcilla y su homicida;
   Su pluma por heroica conocida,
   En quien se admira el cielo, el suelo espanta.
Su doctrina, su voz, su estilo raro,
   Que por tuyos ¡o Apolo! reconoces,
   Según el vuelo de sus bellas alas,
   Grabadas por la Fama en mármol Paro
   Y en láminas de bronce, harán que goces
   Siglos de eternidad, Yagüe de Salas.






El licenciado Márquez... aprobó la parte II del Quijote (§. 170)

209. D. Gregorio Mayans (V. de C. §§. 57 y 58) pensó que esta aprobación dada por el Lic. Márquez a la parte II del Quijote la escribió el mismo Cervantes, suponiendo que ambos eran amigos, y fundado en que el estilo es en todo parecido al de este escritor, puro, natural y cortesano, cuando el de Márquez es metafórico, afectado y pedantesco, como lo manifiestan los Discursos consolatorios que escribió al duque de Uceda en la muerte de su hijo. Ríos y Pellicer despreciaron esta cavilación de Mayans; porque ciertamente es inverosímil que el Lic. Márquez, que tenía opinión de literato, prestase él mismo su   -pág. 492-   nombre para que otro le escribiese la aprobación de una obra, cuya censura le había encargado el vicario eclesiástico de Madrid; y mucho más que hiciese tan excesiva confianza en el autor de la censurada, cuando trataba de encarecer su mérito y de pintar con tan vivos colores su desgraciada situación y el aprecio con que era mirado de los extranjeros. La diferencia en el estilo nada prueba, porque los Discursos se publicaron en 1626, once años después de la aprobación; y es bien sabido cuan rápidamente cundió por este tiempo el culteranismo, la afectación y la pedantería, aun en escritos muy apreciables por otras circunstancias, como se nota en la Conservación de monarquías del Lic. D. Pedro Fernández de Navarrete, impresa en el mismo año 1626, y en otros de aquel tiempo. El Dr. Suárez de Figueroa decía en 1617 (El Pasajero, alivio II, f. 84 v.): «Sin duda se levanta en España nueva torre de Babel, pues comienza a reinar tanto la confusión entre los arquitectos y peones de la pluma... Mienten, según los presentes dogmas, los preceptos retóricos en excluir de la oración demasiadas metáforas, como opuestas derechamente a la gala natural del decir». Y Lope de Vega hablando hacia el año 1616 del nuevo estilo y poesía de Góngora dice que «no contento con haber hallado en aquella blandura y suavidad el último grado de la fama, quiso... enriquecer el arte, y aun la lengua con tales exornaciones y figuras, cuales nunca fueron imaginadas, ni hasta su tiempo vistas». (Col. de sus obras, t. IV, p. 461.) Estos testimonios de dos escritores coetáneos tan autorizados señalan la época y principio de la corrupción del estilo castellano, y cómo se fue olvidando el de Granada, Ribadeneira, Sigüenza y otros. El mismo Sr. Mayans (§. 14) advirtió que el de Cervantes   -pág. 493-   en La Galatea, escrita en su juventud, es algo afectado, por tener la colocación perturbada, la cual es mucho más natural en las obras que publicó después. Esto quiere decir que Cervantes se corrigió con el estudio y ejemplo de los buenos autores, y que el Lic. Márquez se dejó llevar de la corriente de los escritores del mal gusto que triunfó después de la muerte de Cervantes. Por otra parte el caso de que certifica el Lic. Márquez es personal; lo refería a los dos días de haber acaecido, y cuando existían en Madrid los sujetos que mediaron en él; cuyas circunstancias si dan plena autenticidad a un hecho tan público, autorizan también su narración, no pudiendo dejar de ser propia del mismo que fue actor tan principal y testigo de cuanto refiere.

210. La llegada del embajador a Madrid en febrero de 1615 también es cierta; porque aunque desde el año 1610 se había negociado entre las casas reales de España y Francia el casamiento del rey Luis XIII con nuestra infanta Doña Ana de Austria, y del Príncipe de Asturias (después Felipe IV) con Doña Isabel de Borbón, hermana del rey de Francia, cuyas capitulaciones se ajustaron en 1612, con poderes respectivos, por el duque de Umena en Madrid, y por el de Pastrana en París, se reservaron y difirieron las bodas para tres años después, porque ni el uno ni el otro príncipe tenían entonces la edad competente. Llegado ya el año 1615 se trató de realizar ambos enlaces, y para esto envió el rey de Francia una embajada, como consta de la noticia que daba un corresponsal de Madrid, con fecha de 18 de febrero de aquel año, al conde de Gondomar, que se hallaba de embajador en Londres, y existe original en poder de nuestro amigo D. Josef López Aillón, en estos términos: «A los 15 al anochecer entró aquí Mr. de Silier,   -pág. 494-   hermano del gran canciller de Francia, que viene con embajada particular de aquel rey a esta reina, y a pedirle apresure su ida. Salió el Sr. embajador de Francia a encontrarle en coches de S. M., y le trujo a su casa, donde le tenían aderezada la cena para él y otros Mrs., y esta dicha noche vino el Sr. duque de Pastrana a visitarle de parte de la serenísima reina de Francia y a darle la bienvenida. En cenando los llevaron a la casa que de orden de S. M. le tienen apercebida, que es de Fermín López, secretario del condestable de Castilla, que es St. Francisco, donde quedan, y S. M. les hace el plato: están ahora descansando. Dicen un día de estos tendrá Mr. de Silier el audiencia, que de lo que hubiese en ella se contará por menudo. También dicen viene de camino a pedir a S. M. de parte de aquellas magestades Cristianísimas se acomode con el duque de Saboya». Habiendo llegado el 15 de febrero a Madrid, parece muy conforme que después de la audiencia del rey y de tratar los negocios de que venía encargado, le pagase la visita el cardenal arzobispo de Toledo el día 25 del mismo mes, según certifica el Lic. Márquez que le acompañó. No cabe pues un testimonio más público, más solemne, ni más autorizado.