Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




Capítulo XI

En que se dice la salida que hice de Madrid para Flandes y sucesos de la muerte del Rey de Francia


Salí de Madrid y encaminéme á Agreda, donde llegué en poquitos días. Fuíme á una posada y supo todo el lugar estaba allí, que se holgaron infinito de verme, y más con las honradas cédulas que llevaba del Rey.

Estuve allí cinco días, y luego me partí para San Sebastián, adonde llegué con salud, y me embarqué en un navío de Dunquerque para Flandes, que llegué en ocho días. Desembarquéme y fuí á Bruselas; presenté al Archiduque mis despachos, hízome mucha merced, y mandóme sentar el sueldo, y que en la primera   —221→   ocasión me daría una Compañía. Hícelo sentando la plaza en la Compañía del capitán Andrés de Prada, que era deudo del Secretario de Estado, en el tercio del Maestre de Campo D. Juan de tileneses, que estaba en Cambray de guarnición.

No hubo ocasión en más de dos años de salir á campaña ni de darme compañía, hasta que se revolvió lo de la Princesa de Condé que el Rey de Francia, Enrique Cuarto, la quería en todo caso; él sabe para qué; la cual se había venido á favorecer de la Señora Infanta y la tenía en su poder en Bruselas, y á su marido también, que es el Príncipe de Condé, jurado en Francia por tal Príncipe y heredero ligítimo de aquella corona, si el mucho valor de Enrique IV no se la hubiera quitado; que se me ofrece tratar de él un prodigio de que soy testigo, y aún tengo dicho mi dicho delante del Magistrado de Cambray sobre el caso.

Es á saber: que el Rey de Francia tenía hecha su liga con los potentados de Alemania y Italia, que ya tendrá el lector noticia Bella, que fue la del año 1610, y aún creo que dura hoy.

Trató de irse á San Deonís á jurar la Reina, que la dejaba en su lugar, y aquel día que lo había hecho se vino á París, que son dos leguas de una calzada, y entrando en la ciudad, en una calle angosta donde la guarda no pudo ir cerca de la carroza donde iba el Rey, se arrojó un hombre y con un cuchillo jifero le tiró una puñalada, y visto que el Rey habló diciendo que no le a tué, que quiere decir no le mateis, se arrojó de segunda vez y le dió otra, con que mató al más valiente Rey que ha habido de ducientos años á esta parte, y prendieron á este hombre, al cual dieron infinitos tormentos para matarle, dándole cada día su género de tormento, y lo más que dijo siempre: Mon Dio de paradi (sic), que quiere decir, Dios mío del Paraíso; y más que preguntándole que quién se lo había mandado hacer, decía que nadie, que él lo había hecho porque no padeciesen los cristianos, y que había venido de su tierra otras dos veces á hacer este caso, y no había tenido ocasión de hacerlo, y gastándose lo que traía, se volvía.

Este se llamaba Francisco de Rubillar (sic), natural de Angulema. Era maestro de niños. Angulema está en Bretaña. Sucedió esto á 14 de Mayo de 1610, á las cuatro de la tarde. Todo esto es relación verdadera, que como estuve en Cambray, que está cerca,   —222→   me certifiqué de todo; pero lo que ví diré agora, á que tengo citado.

Como he dicho, estaba de guarnición en Cambray con mi tercio, al cual se le había dado orden que se aprestase para salir á campaña, y nosotros los soldados deseábamoslo como la salvación.

Sucedió que habiéndome nombrado de ronda á la muralla con otro alférez mallorquín, que se llamaba Juan Jul, porque estaba nuestra compañía de guarda, subimos á la muralla, donde hay muchas garitas, y llegando sobre la puerta de Perona oimos una corneta de correo que nos alegró: es á saber, que los maestros de postas dejan fuera de la ciudad seis caballos para los correos que pasan, los cuales no puede dar si no lleva el boletín del Gobernador, que se le da en una cajeta que está con unos cordeles desde la tierra á la otra parte del foso; y allí llegan los correos y dan voces á la guarda, y luego dicen ¿de dónde vienen? y si traen cartas las echan en la cajeta y con ellas van en casa del Gobernador, donde se le da el boletín y lo lleva y echa en la caja; y tirando la cuerda la toma el correo y la da al maestro de postas y le da caballos.

El correo llamó y le respondimos, ¿qué de dónde venía?; dijo que de España, que es aquel el camino. Dijímosle: ¿trae cartas para el Gobernador? Dijo no; despáchenme luego; con lo cual le preguntamos: ¿qué hay de nuevo? Respondió: esta tarde mataron al Rey de Francia con un cuchillo y le dieron dos puñaladas. Con esto resolvimos que fuese yo á dar aviso al Gobernador, por ser más ligero. Llegué, que estaba acostado, y cuando le dije la nueva se espantó, porque sabía el estado y riesgo que tenían las cosas.

Dióme el boletín y fuí á la muralla, y echamos en la cajeta y el correo le tomó, que estaba á pie, y no traía más de un caballo, y se fué con él de diestro camino del maestre de postas, que estaba de allí un tiro de mosquete.

Nosotros seguimos nuestra ronda, dando aviso de lo pasado en los cuerpos de guarda, que todos se espantaban. Amaneció; y de todo aquel Cambrasi, que son muchos lugares, se venían, retirando en carros la ropa para meterla en Cambray, porque decían   —223→   que la gente levantada iba á saquearlos por la muerte del Rey. Con que fué mentira la muerte del Rey que se ha contado y á mí me daban la vaya. Pasó esto así que se ha oído, y al cabo de nueve días naturales vino un criado del Embajador D. Íñigo de Cárdenas, que lo era por el Rey en París, corriendo la posta, y contó la muerte como está contada, sin discrepar un punto; y como quedaba la casa del Embajador con dos compañías de salvaguardia que mandó poner la Reina porque no matasen al Embajador y á su gente, pensando era la causa.

Admiráronse del caso, y mandando llamar al maestro de postas para que dijese si había dado los caballos tal noche, dijo que no, por lo cual mandaron dijésemos nuestros dichos como lo dijimos, y se creyó que aquel correo había sido algún diablo ó algún angel.

Nosotros salimos á campaña y estuvimos en ella hasta Septiembre, que nos retiramos, y pedí licencia al Archiduque, por saber que en Malta había Capítulo general, donde pretendía tener algún fruto de mis trabajos, como lo tuve.

Dióme licencia, y por no tener caudal con que ir en un caballo con un criado ú solo, me vestí en hábito de pelegrino84 á lo frances, que hablaba bien la lengua. Metí en el cordón una espada y mis papeles en un zurrón, y comencé á caminar; pasé por una villa que llaman Creu, que está entre Amiens y París, donde estaba el Príncipe de Condé con la Princesa, que ya se había retirado sin miedo. Pedíle me hiciese merced de una carta para el Maestre de Malta; diómela, que era tan larga y angosta como un dedo, y más trescientos reales. Pasé mi camino, entré en Borgoña y llegué á una ciudad que se llama Jalón y pasa un río por las murallas. Estaba cerrada la puerta del camino por do venía yo y fué menester ir costeando el río para entrar por otra, y como curioso iba embebecido mirando la fortificación. Repararon en ello, y al entrar por la puerta cogiéronme. Yo, como no había hecho nada, no quería soltar el bordón, forcejeando, y ellos diciendo: el bugre español, espión, que no podemos encubrirnos anque más hagamos. Con la fuerza que hacíamos se desencajó el bordón y vieron la espada, con que acabaron de creer era espía. Lleváronme á la cárcel, donde trataron de darme tormento, y hubo pareceres me   —224→   ahorcasen, pues me cogían con las armas encubiertas. ¿que qué más prueba? Yo mostraba mis papeles y licencia del Archiduque; ni por esas; tanto que un español que estaba allí casado por no poder estar en los estados del Rey á causa de ser de los amotinados de Flandes que fueron dados por traidores, doliéndose de mí por español, vino y me dijo: Señor, vmd. no esté descuidado, que éstos le quieren ahorcar: mire, si quiere que yo haga algo: pensé que se burlaba, hasta que vi era de veras, y volvíame loco viniese á morir tan seco y sin llover. Díjele: Señor, aquí tengo una carta de favor que me dió el Príncipe de Condé para el Gran Maestre de Malta, en que verán que voy mi camino y no soy espía. Dijo: démela vmd. ¡Cuerpo de Dios! Era tan chiquilla que casi no la hallaba, y tomóla y llevó al Magistrado. Yo quedé tan desconsolado como se deja pensar, y de allí á una hora oí gran tropel en la cárcel, que pensé venían por mí para ejecutar su crueldad, y irás que sentía una voz en que decía: ¿Du eté lo español?, que quiere decir: ¿dónde está el español?; llamadlo. Yo fuí y estaba todo el Magistrado; y me dijeron en francés: venid con nosotros; y me llevaron á una hostería, donde mandaron me regalasen bien. Hízolo el huésped, que no era más hereje que Calvino. A otro día me dieron dos caballos ligeros para que me acompañasen hasta León de Francia y otro caballo para mí, que no gasté blanca hasta llegar allí, comiendo bien.

En León me entregaron al gobernador. Hizo lo mesmo; que después de regalado en una hostería me sacaron otros dos caballos ligeros hasta ponerme en tierras del Duque de Saboya, que fué Chamberí. Pasé mi camino y de allí tomé la derrota de Génova, donde me embarqué para Nápoles y de ahí para Palermo donde estaba por Virrey el Duque de Osuna á quien hablé y mando darme cien ducados de ayuda de costa, porque vió traía licencia. No faltó quien me dijo que me había mandado prender por las muertes pasadas, y sin saber si era verdad, como no lo fué, me embarqué y fui á Malta, donde fui muy bien recebido, y al punto me enviaron adelante en una fragata á tomar lengua, mientras nuestra armada iba á los Querquenes en Berbería, que fué el año de 1611.

Tercera jornada.-Hice mi viaje y truje relación verdadera   —225→   Túvose Capítulo general en el cual me recibieron en el Priorato de Castilla85, sin tener obligación de hacer las pruebas necesarias para ello, sin haber voto en contrario de todo el Capítulo, con ser más de 200. Hice mi año de noviciado y acabado me dieron el hábito, aunque me contradecían algunos caballeros que tenía dos homicidios públicos, y no obstante hice profesión, porque el Gran Maestre lo ordenó. En el año de noviciado tuve una pendencia on un caballero temerario, en condición italiano. Fué por volver por otro que me había hecho bien. Tiráronme dos pistoletazos y no me hicieron mal. Pedí licencia para España. Vine en las galeras de la Religión hasta Cartagena sin gastar en comer nada, en compañía del caballero por quien reñí la pendencia, que decir toas las circunstancias sucedidas no habría papel en Génova.

Llevóme hasta Madrid este caballero, donde me dejó y yo quedé con mi hábito puesto, que todos me daban el parabién, unos de envidia, otros de amor.

Pedí en el Consejo una compañía y enviáronme á servir á la armada Real, donde estuve en las ocasiones que hubo hasta que volví á la Corte con licencia; y en este tiempo me aficioné de una mujer casada, que fuimos amigos algunos días; y otra á quien yo conocía, también casada, traíame en cuentos de celos, tanto que me obligó á hacer una ruindad, que por tal la tengo. Y es que fuí á su casa delante de su marido con resolución de cortalla la ira; saqué la daga para hacello; ella que me vió resuelto tapola bajó la cabeza metiéndola entre las piernas. Yo me ví mohíno y alcéle las faldas, que estaba á propósito, y dila en las asentaderas dos rabanadas como en un melón. El marido tomó la espada y salió tras mí, que era en la tienda donde trabajaba, que era oficial, y como hay tanta justicia en Madrid, luego cargó á prenderme. Yo me metí en una casa, donde me hice fuerte á la puerta y no dejaba entrar alma sino era por la punta de la espada. Había justicia de la villa y Corte, y mientras más tardamos más venía, tanto que llamaron uno de los señores Alcaldes de Corte que era D. Fulano Fariñas y llegado con gran tropa de alguaciles me dijo quitándose el sombrero: suplico á vmd. meta la espada en la   —226→   cinta. Repondile: pídemelo vmd. con tanta cortesía, que aunque me hubieran de cortar la cabeza lo haré; como lo hice, y dijo: jure vmd. sobre esa cruz de no hacer fuga y venirse conmigo. Respondí: quien ha hecho lo que vmd. le ha mandado no ha menester; guíe vmd. donde fuera servido; y yéndonos mano á mano llegamos á la carcel de Corte y dijo: Vmd. quedará depositado hasta que se dé parte á la Asamblea y á su alteza el Príncipe Gran Prior; ¡ola! decí que se le dé un aposento, el mejor que hubiese, y quédese con Dios, que esta noche vendré á ver á vmd.

El alcaide me dijo: si vmd. quiere estar con unos caballeros ginoveses en su aposento86, estará con compañía. Dije que si y subió y se lo dijo, que lo hicieron de buena gana.

Yo avisé al punto al secretario de mi Asamblea, anque ello; sabían ya. Los ginoveses me dieron de cenar y mandaron hacer una cama en el suelo, no mala, y á las doce de la noche vino el caldo á dar tormento á un ladrón y de camino me tomó la confesión, á cual le respondí que bien sabía su merced que el día que había tomado el hábito y hecho profesión, me había despojado mi libertad y que así no la tenía para pisar delante su merced; que antes le suplicaba me remitiese al Príncipe Gran Prior como mi juez. Dijo: dígalo con apercibimiento de no sé qué, y dije: lo que he dicho, digo y lo firmo de mi nombre. Esta fué mi confesión, con que el señor Alcalde se fué, y yo acostar.

A la mañana vino el Alcalde con mucha prisa á que me vistiese, que toda la sala me aguardaba. Respondí que los señores no eran mis jueces y que así no quería ir. Fuélo á decir y mandaron subiesen ocho galeotes y me trujesen con cama y todo á la sala, que al punto se ejecutó, y plantáronme en ella como estaba en mi aposento. Comenzaron á decir lo que suelen en aquel tribunal; yo respondí una palabra que les obligó á mandar que me llevasen á un calabozo, y al pasar por los corredores encontré con dos caballeros de mi hábito y el fiscal que venían con orden de la Asamblea á pedirme. Entraron en la sala y cerrados todos ordenaron fuese un Alcalde á hacer relación al Consejo. Fué uno que se llama Fulano de Valenzuela y subió al Rey y volviendo á las doce del día, que no visitaron á nadie, trujo un decreto que tengo yo el tanto dél.

  —227→  

Dice: «Remítase el Alférez Alonso de Contreras al Príncipe Gran Prior mi sobrino, con todo lo que hubiese escrito original, advirtiendo primero que se sepa si es profeso, y siéndolo quede un tanto de la carta de profesión en poder de los Alcaldes.» Con esto vino y me llamaron, que ya estaba yo vestido y preguntaron por la carta de profesión. Envié por ella y registrándola me entregaron á los caballeros y llevaron á la cárcel de la Corona, donde estuve hasta que la Asamblea me desterró por dos años, y me fuí á servir á la armada y estuve hasta que torné á pedir licencia para la Corte á pretender una compañía.

Salió una elección de 40 capitanes y no me tocó la suerte. Salí de Madrid con resulución de irme á Malta, que me parecía que allí podría medrar. Topé un caballero que iba á Malta y venímonos juntos. Llegamos á Barcelona y embarcámonos para Génova y despues de llegados á aquella ciudad nos partimos para Roma por tierra, que llegamos en breve tiempo. Aquí me sucedió un trabajillo y fué que yo andaba malo de unas tercianas y aunque las pasaba en pié un día fuime en casa de unas mujeres españolas á entretener el tiempo. Llegaron dos gentiles hombres italianos y subieron arriba, porque les abrió la criada sin que yo ni las amas lo supiesen, y entrados en la sala me preguntaron qué hacía allí. Respondí que hablando con aquellas señoras de la tierra, que éramos paisanos. Dijéronme secamente: anda, vete. Parecióme que era menoscabo el irme de aquella manera y no me dí por entendido, hablando con la una de ellas. Tornáronme á decir: aguarda que le echemos por la escalera abajo; yo ya no podía sufrir más y levanté la espada que traía en las manos como enfermo y dí sobre ellos, que todos dos rodaron las escaleras y uno mal descalabrado; á las voces cargaron los esbirros, que en aquella ciudad hay muchos, y metiéndonos á todos en una carroza nos llevaron en casa del Gobernador, donde contado el caso, las mujeres y ellos mesmos me mandaron les diese la mano y con esto nos fuimos cada uno á su casa.

Estos hombres no tiniendo ánimo de matarme se aunaron con mi huesped y dijeron que me dijese si quería sanar de aquellas tercianas87, había un médico que en cuatro días lo haría sin llevar inero hasta sanarme. Yo, deseoso de la salud, dije que le trujese   —228→   y á otro día entró el huesped y dijo que allí estaba. Entró; era un hombre vestido de clérigo y visitóme preguntándome del mal. Díjeselo y respondió: en cuatro días daré sano á vmd. y quédese con Dios que mañana volveré; no se levante de la carpa. Fuese y díjome el huésped: es el mejor médico de Roma y lo es del Cardenal de Joyosa. Aguardé á otro día que vino el buen médico ó diablo y sacó una redomica de vino tinto y un papel con unos polvos y pidiendo un vaso echó muchos de ellos dentro y vino de la redoma y revolviéndolo me dijo: bébaselo v.ª s.ª Hícelo y acabado de beber me dijo que me arropase, que ya quedaba sano. Fuese y dentro de medio cuarto de hora se me comenzaron á ligar los dientes y las entrañas, que reventaba, pidiendo confesión y echando por arriba cuanto tenía, y por abajo tinta negra. Mi camarada el caballero fué corriendo en casa del Embajador de España y llamó al Doctor, que era un portugués que vino al punto, y contado lo sucedido y visto lo echado por arriba y por abajo ordenó remedios con que atajó, aunque con trabajo, tanto mal; que después dijo que para que se viese la gran robustez de mi estómago quería dar ahora á una mula tanto como cabía en una cáscara de nuez y que había de reventar en una hora, y á mí me habían dado una cucharada de plata colmada.

Continuó hasta dejarme bueno y queriendo prender [al médico] el huésped dijo que no le conocía sino que él había venido á casa á ofrecerse y decir que era doctor del Cardenal de Joyosa y que lo había hecho por mi bien, que nunca pareció ni volvió tal médico, con que creí había sido enviado de los dos que rodaron la escalera; con lo cual lo dejamos y estando bueno me partí para Nápoles con mi camarada y de allí á Mesina y de allí á Malta.




Capítulo XII

Cómo llegado á Malta volvi á España y fui capitán de infantería española y otros sucesos


Donde hallé unas cartas de España y eran del Rey: la una para el Gran Maestre, en que le mandaba me diese licencia para ir á levantar una compañía de infantería española que me había   —229→   tocado en una leva de ocho capitanes que se habían proveído. La otra era para mí del Sr. Bartolomé de Anaya, que lo era de la Guerra, avisándome de la provisión. Tratóse de mi partida, que fué dentro de quince días, y de camino me encomendó el Maestre pasara por Marsella á dar aviso á dos galeras de la Religión para que pasasen con todo secreto á Cartagena, á embarcar docientos mil ducados de la Religión de sus despolios.

Pasé á Barcelona y á Madrid, todo en 27 días desde Malta, y cuando llegué ya habían salido las Compañías á levantar, y la mía había ido á Osuna á levantarla un primo mío alférez de Flandes, que no habiéndole tocado compañía quería levantar la mía en mi nombre con título de Alférez, y que si no viniese á tiempo de la embarcación, por estar tan lejos se quedase con ella. Hízolo el Consejo; pero yo me dí tan buena maña que llegué antes de la embarcación más de cuatro meses, que era para las islas Filipinas. Partime de Madrid para Osuna, donde entré por la posta con mis despachos que me dieron en Madrid, y cuando me vió el primo se quedó muerto, que se tenía por capitán.

Hablámonos; yo ofrecile todo lo que de un buen amigo y deudo; dijo que quería ir la jornada: yo lo estimé, más no sabía su intención dañada, pues engañó á un pajecillo de jineta que tenía y redució á que me diese solimán para matarme88. Y la primera vez me lo echó en dos huevos pasados por agua sin cáscara y los polvoreó de solimán y azúcar; yo los migué con pan como era sólito y comí. Ya que había pasado una hora comencé á basquear, que me moría; comencé á trocar; llamaron los médicos, mandaron confesarme al punto y pensaron me moría aquella noche, que daba lástima á todo el lugar.

A media noche me dieron un cordial rico y en él me echó el muchacho que fué por él diez maravedís de solimán, conque al beberlo me hizo en la garganta cuatro llagas y no lo pude acabar. Los médicos se volvían locos y fueron á la botica á preguntar qué habían echado: dijo que lo recetado. Diéronme con qué trocar, pero no era menester, que la naturaleza lo hacía sin remedios, que fueron los verdaderos remedios. Amaneció y vino el Gobernador á verme y lo mejor del lugar y mandó me hiciesen la comida en su casa y mandó prender á una mujer que estaba en casa   —230→   sin que yo lo supiera. Llegó la hora de comer y fué el muchacho por la comida y echó dentro otro papel de solimán.

Comí y luego me dieron las bascas ordinarias, que pensaban eran de lo atrás, y troqué toda la comida, que no estaba un punto en el cuerpo.

Había un soldado que se llamaba Fulano Nieto, que me quitaba las moscas, que era por Agosto, y estaba algo malillo de las partes bajas y dijo: den eso que ha sobrado á Nieto, que bien lo puede comer aunque sea viernes; el pobre se lo comió y á las cinco de la tarde ya estaba muerto.

A todo esto no había entrado á verme mi pariente el alférez y el chiquillo fué en casa de un alcalde, á quien había yo dejado el desapropiamiento de la ropa que tenía, que es como testamento, y tenía la llave del baul y dijo: Señor, dice mi amo que me dé vmd. la llave para sacar una cuenta de perdones que hay dentro, y era verdad. Diósela el alcalde y sacó seiscientos reales y una cruz de Malta grande que pesaba 250 [¿quilates?] y mediase ligas y bandas, y no pareció en todo aquel día hasta que vino el alcalde á verme y dijo cómo me sentía.

Preguntó por la cuenta para saber las indulgencias que tenía. Dije: ¿qué cuenta? Respondió: vmd., ¿no envió por la llave del baul al paje para sacarla? Dije, no señor. Pues yo se la dí, dijo. Fuéronle á buscar y halláronle en casa de un arriero que tenía concertado para irse á Sevilla. Trujéronle delante de mí y preguntando por la llave del baul, la sacó y abriéndole hallaron menos lo referido. Preguntéle dóndo tenía lo que faltaba de allí, dijo que escondido. Fueron con él y trújose todo menos 26 reales; que dije yo, búsquenle esas fraldiqueras; y haciéndolo le hallaron un papel con solimán y abriéndole dijo la huéspeda, ¡ay, señores!, que esto es el rejalgar que daban al señor Capitán; y reconocido que era solimán le dije: ¡traidor!, ¿qué te había hecho yo que me has querido matar con este solimán? Respondió ese papel me le hallé en la calle; yo dije al alcalde: Señor, envíe vm. por el verdugo; que éste dirá la verdad. Respondió el alcalde: más vale que lo llevemos á la cárcel y que jurídicamente se haga proceso y dé tormento y sabremos quién es la causa. Parecióme muy   —231→   bien y llamé al alférez, que no le había visto en dos días, y mandé que con cuatro soldados llevase á la cárcel aquel muchacho y estuviese porque temía. Hízolo, y como era la causa del mal, llevóle por la iglesia de Santo Domingo y aconsejó se metiese dentro, como lo hizo, y aconsejó á los frailes no lo entregasen porque lo ahorcaría luego el capitán. Los frailes lo hicieron y enviaron aquella noche á Sevilla.

Como faltó la causa del solimán fuíme curando, que quiso Dios guardarme para lo que él sabe. Sané y levantéme con gusto del pueblo y determinéme el ir á Sevilla con seis soldados; y en ella hice deligencia de buscar al muchacho, que con facilidad lo hallé y truje á Osuna, que lo deseaban para darle un castigo ejemplar. Hízose la causa, púsose á quistión de tormento. Confesó haberlo hecho por orden del alférez, ofreciéndole grandes dádivas. Quisieron ahorcarlo pero no le hallaron con edad y así le dieron cien azotes en la cárcel á un poste y cortaron los dos dedos de cada mano con que polvoreaba el solimán.

En la confesión que yo hice en el artículo de muerte ofrecí á Dios delante el confesor de perdonar á quien hubiera sido la causa de mi muerte, que la tal palabra me le pedía el confesor sabiendo que era el alférez, á quien el Gobernador quiso prender, mas no lo consentí yo, y así le envié á llamar al punto que el muchacho confesó y dije: vmd. se vaya con Dios y no pregunte la causa y si ha menester algo dígalo, que se lo daré. Quedóse muerto y fuese dentro de una hora pareciéndole no me arrepintiese. Supe después se había ido á las Indias, que nunca más ha parecido en España. Con todo quedé por más de dos años casi tullido de los dedos de los pies y manos, que siempre me hormigueaban, además de haberme quitado la fuerza que tenía.

Dijeron los médicos que el no haberme muerto fué el estar el estómago habituado del veneno que me dieron en Roma tan poco tiempo había.

Vino el comisario: tomó muestra á mi compañía y marchamos la vuelta de Saulúcar donde estaba la armada aprestada que había de ir á Filipinas. Tocóme embarcar en el galeón la Concepción por cabo de tres compañías que iban dentro.

Salimos de Sanlúcar la vuelta de Cádiz para de allí hacer la   —232→   partencia á Felipinas. En este tiempo vino orden del Rey para que no fuésemos sino que nos incorporásemos con la armada Real y los galeones de la plata y todas las galeras de España y fuésemos á Gibraltar, adonde decían iba á posar una armada de Holanda. Iba el Príncipe Feliberto por General de todo.

A la entrada de Cádiz hay un escollo debajo del agua catorce palmos, que llaman el Diamante, en el cual se han perdido muchos navíos y yo como más desgraciado topé con él y perdime á vista de toda la escuadra. No se ahogó nadie porque me socorrieron todas las chalupas de la armada y el Sr. Marqués de Santa Cruz con su capitana.

Mandó el Príncipe que me prendiesen; lleváronme al galeón en que anduve embarcado toda aquella jornada, aunque no saltaba en tierra, hasta que en el Consejo de Guerra me libraron viendo no tenía yo culpa. Anduvimos de Gibraltar á cabo Espartel con algunos navíos de la armada en aquel estrecho, más de tres meses, aguardando la armada que jamás vimos. Esto fué por Enero de 1616 y por Marzo y Abril vino orden de que se deshiciese aquella armada, como se hizo, y en particular la que había de ir á Filipinas donde era harto menester. Mandóse que los seis galeones se agregasen á la armada Real y que la infantería, que era la mejor del mundo, pasase á Lombardía á cargo de D. Carlos de Ibarra que la llevó. Era Maestro de Campo de estos dos mil y quinientos hombres D. Pedro Esteban de Avila y yo quedé en España con otro capitán, por venir la orden en esta forma en un capitulo de carta escrita al Marqués de Santa Cruz, del Rey.

Por cuanto conviene á España reforzar los tercios de Lombardía, será bien que pase el de D. Pedro Esteban de Avila que había de ir á Felipinas, no dejando los docientos hombres que nos había parecido con los capitanes práticos de la navegación, que son Contreras y Cornejo, que pueden quedarse para levantar gente de nuevo para ese efeto.

Con esto nos quedamos y fuimos á la Corte con orden del ylarqués, donde nos detuvieron más de seis meses, hasta que se me ordenó que fuese por la Junta de guerra de Indias á Sevilla luego, que en el camino me alcanzaría orden de lo que había de hacer. Llamóme el Presidente D. Fernando Carrillo, que lo era   —233→   de aquel Consejo, y mandándome dar quinientos escudos, aquella tarde tomé mulas para Sevilla, donde partí.

En Córdoba me alcanzó un pliego en que se me ordenaba me viese con el Presidente de la contratación de Sevilla; hicelo en legando, el cual me mandó que me partiese á Sanlúcar, que el duque de Medina me daría la orden. Víme con su Excelencia y de secreto me ordenó pasase á Cádiz con una orden al Gobernador de aquella ciudad, y que á las nueve de la mañana estarían allí dos galeras para embarcar la infantería.

Víme con el Gobernador de Cádiz al cual se le ordenaba que tocase cajas para socorrer las Compañías que tenía allí de las flotas, y que en estando en la casa del Rey recogidas embarcase número de docientos hombres á mi satisfacción en las dos galeras y me los entregase sin oficiales nengunos mayores, digo el capitán, alférez y sargento. Hízose con el secreto que se requería por que no se embarcara uno tan solo, porque estos soldados de este presidio y flotas son los rufianes de la Andalucía madrigados.

Partíme para Sanlúcar donde tenía prevenidos el Duque dos galeones de 400 toneladas, con su artillería y bastimentos necesarios, además de los pertrechos que se llevaba de pólvora y cuerda y plomo para la plaza que se iba á socorrer.

Llegué á Sanlúcar, mandóme el Duque embarcar la infantería en los galeones, hícelo metiendo en cada uno ciento, que se vieron como asaltados sin saber lo que les había sucedido.

Llegó el otro capitán de la Corte para el otro galeón y embarcámonos para hacer nuestro viaje que era ir á socorrer á Puerto Rico en las Indias, que se decía estaba sitiado de holandeses. Estuve aguardando el tiempo en los Pozuelos que llaman junto á la Barra, y los soldados, como todos eran forzados y dejaban las amigas de tantos años y eran los oficiales de la muerte de la Andalucia, casi hacían burla de mí porque diciendo: ea, señores, abajo que es ya noche, respondían: ¿somos gallinas que nos hemos de acostar con día? aquiétese su ánima. Yo me veía atribulado y no dormía pensando cómo se había de hacer este viaje, porque sino eran quince marineros y seis artilleros no tenía de mi parte otra gente, que todos los cien soldados eran enemigos, y así me valí de la industria, y poniendo los ojos en uno de los   —234→   que me parecía más valiente y á quien ellos tenían respeto, que también entre ellos hay á quien obedezcan los valientes, y llamándole dije: ah señor Juan Gómez, venga acá, y metíle en la cámara de popa y dije: ¿Cuánto há que sirve al Rey? Dijo, habrá cinco años, en Cádiz y en Larache, de donde me huí, y un viaje de flota. Respondí: cierto que le he cobrado afición y que me pesa no tener una bandera que le dar: quedó muy pagado de esto y dijo: otros lo hicieran peor que no yo. Yo le dije, pues si quiere ser sargento de esta Compañía váyase á tierra y siente la plaza, y sino tiene dinero para comprar una alabarda, yo se lo daré. Dijo: aún tengo cincuenta pesos ya que vmd. me honra; es á saber que había hombre que por que le dejasen ir á tierra daba docientos reales de á ocho. Díle un papel para el contador y dije: vaya vmd. que escalón es para ser alférez, y mire que me fío de vmd. Embarcóse en la barca y fué á tierra y sentó la plaza y volvió al punto con su alabarda. Cuando los valientes le vieron sargento dieron su negocio por acabado, y ejecutando lo que tenían determinado y llamando al sargento en la cámara le dije: ya vmd. es otro de lo que era, porque siendo oficial cualquier delito es traición lo que no es en el soldado. Dígame por vida del Sargento quien de estos son los más perniciosos y valientes. Dijo, calle vmd., que son unos pobretes: sólo Calderón y Montañés son casi hombres de bien. Dije, pues á la noche, cuando los mandemos recoger, hállese ahí con su espada desnuda. ¿Para qué, señor? que, ¡voto á Cristo! con un garrote basta. No, dije yo, que á los soldados no se les castigan con palo sino con espada cuando son desvergonzados. Vino la noche y dije como era sólito: ea, señores, abajo que es ya hora. Respondieron con la insolencia ordinaria: aquiétese su ánima. Yo que estaba cerca de Calderón alcé y díle tan gran cuchillada que se veían los sesos y dije: ¡Ah, pícaros insolentes! ¡Abajo! En un punto estaba cada uno en su rancho como unas ovejas. Decíanme, señor Capitán, que se muere Calderón; confiésenlo, y échenlo á la mar decía yo; y por otra parte, que le curasen. Hice al punto echar en el cepo al Montañés, con que quedó esta gente tan sujeta que aun echar, ¡voto á Cristo! no se echó en todo el viaje, porque el que le echaba, le hacía estar en pié una hora con un morrión fuerte que   —235→   pesaba treinta libras, en la cabeza, y con un peto que pesaba treinta.

Avisé al otro capitán hiciese lo mismo, aunque como supieron lo sucedido en mi galeón se deshizo el consejo que tenían, que era saliendo del puerto embestir en tierra en Arenas Gordas y huirse todos, y si se lo impidiera yo, matarme.




Capítulo XIII

En que cuenta el viaje que hice á las Indias y los sucesos dél


Salí del puerto y navegué cuarenta y seis días sin ver más tierra que las Canarias. Llegué á las islas de Matalino, hice agua allí, donde vi algunos indios salvajes, aunque con la comunicación de las flotas se aseguran á bajar; pero ninguno de los nuestros no, porque han cogido algunos y se los comen. Pasé la vuelta de mi viaje disminuyendo altura y llegué á las Vírgenes Gordas que son otras islas deshabitadas. Fuime la vuelta del pasaje de Puerto Rico que es un canal angosto donde ordinario están cosarios ingleses y holandeses y franceses. Llegué de noche y fuí en persona á reconocerle con una barca bien armada, dejando los galeones fuera del canal, que es corto y en el hay dos puertos muy buenos. No hallé bajel nenguno y atravesé amaneciendo casi á la boca de Puerto Rico y arbolando mis banderas entré que fuí muy bien recibido de D. Felipe de Biamonte y Navarra gobernador de aquella isla.

Díjome era milagroso no haber encontrado con Guatarral89, cosario inglés que andaba por allí con cinco navíos, tres grandes y dos chicos, y que cada día le molestaba. Desembarqué la pólvora que dijo era menester y cuerda y plomo y algunas armas de fuego, con que el buen gobernador quedó contento. Pidióme cuarenta soldados que le dejase para reforzar el presidio, que en mi vida me vi en más confusión, porque no quería quedar nenguno y todos casi lloraban en quedar allí, y tenían razón, porque era quedar   —236→   esclavos eternos. Yo les dije, hijos, esto es forzoso el dejar aquí 40 soldados, pero vmds. se han de condenar á sí mismos, que yo no he de señalar á naide ni á un criado que traigo, que si le toca ha de quedar.

Hice tantas boletas como soldados y entre ellas cuarenta negras, y metiéndolas en un cántaro juntas y revueltas iba llamando por las listas y decía: vmd. meta la mano y si saca negra se habrá de quedar. Fuéronlo haciendo así y era de ver que cuando sacaban negra, como se quedaban últimamente, viendo la justificación y que era forzoso se consolaron y más viendo que le tocó á un criado mío que me servía de barbero, el cual quedó el primero.

En este puerto había dos bajeles que habían de ir á Santo Domingo, que es la corte de las islas españolas, donde hay Presidente y Oidores y la tierra primera que pisaron españoles. Eran los navíos españoles; habían de cargar cueros de toros y gengibre que hay en cantidad y fuéronse conmigo. Llegué al puerto de Santo Domingo, que fui bien recibido, y comencé á poner en ejecución un fuertecillo que llevaba orden de hacer á la entrada del río.

De allí á dos días vino nueva como Guatarral estaba dado fondo con sus cinco bajeles cerca de allí. Traté con el Presidente de ir á buscallos y parecióle bien, aunque los dueños de los navíos se protestaban que si se perdiesen se los habían de pagar. Armé los dos que truje de Puerto Rico y otro que había venido de Cabo Verde cargado de negros, y con los míos salí del puerto como que éramos bajeles de mercaduría, camino de donde estaban, y como el enemigo nos vió, hice que tomásemos la vuelta como que huíamos. Cargaron velas los enemigos sobre nosotros que de industria no huíamos y en poco rato estubimos juntos. Volviles la proa y arbolé mis estandartes y comenzamos á dalles y ellos á nosotros· Eran mejores bajeles á la vela que nosotros y así cuando querían alcanzar ó huir lo hacían, que fué causa no se me quedase alguno en las uñas. Peleóse y tocóle al almirante dellos el morir de un balazo y conocieron éramos bajeles de armada, y no mercantes, que andábamos en su busca, con lo cual se fueron y yo volví á Santo Domingo, donde acabó la fortificación y me partí á Cuba, donde hice otro reductillo en cuatro días; quedaron diez soldados.

  —237→  

En Santo Domingo había dejado cincuenta soldados y los tres bajeles, que ya no traía más que el uno; pero bien armado. Cuba es un lugar en la isla de Cuba que es la en que está fabricada la Habana y el Bayamo y otros lugares que no me acuerdo.

Salí de Santiago de Cuba y en la isla de Pinos topé un bajel dado fondo. Peleé con él muy poco; era inglés, de los cinco de Guatarral. Díjome como se había ido y desembocado la canal de Bahama y que le había muerto á su hijo que era Almirante y otras trece personas, y que de temor se había ido á Inglaterra con algunas presas que llevaba. Avisé al Presidente dello y al Gobernador de Puerto Rico porque no estuviesen con cuidado. Tenía este bajel palo del Brasil dentro y alguna azúcar que había tomado. Eran veintiún ingleses; trújelos á la Habana donde estuvieron hasta que llegó la flota y los llevó á España.

Entregué los pertrechos que me habían quedado y la infantería á Sancho de Alquiza, Capitán general que era de aquella isla y todos los lugares della, y en la flota que vino á España me vine con D. Carlos de Ibarra que era General della el año de 1618. Fui y vine el de 19.

Llegué Sanlucar y pasé á Sevilla, donde topé enfermo al señor Juan Ruíz de Contreras que estaba despachando una armada para Felipinas y luego al punto que llegué, me dijo tenía orden del Rey para que le asistiese; hícelo y enviome al punto á Borgo, que es donde se aprestaban seis galeones grandes y dos pataches. Trabajé conforme la orden que me dió hasta que los bajé abajo á Sanlucar fuera de carenas, que es decir despalmados; metiéronse bastimentos y la artillería necesaria y la infantería, que eran más de mil hombres, harto buenos, sin el marinaje y artilleros. Era General de esta armada D. Fulano Çoaçola del hábito de Santiago, que iba de mala gana como toda la demás gente, y así tuvieron el fin, porque á trece días después de partidos con buen tiempo de el puerto de Cádiz les dió una tormenta que vinieron á perderse á seis leguas de donde salieron. Díjose, por cierto, que fue causa el Almirante, que no era marinero ni había entrado en la mar jamás. Llamábase Fulano Figueroa y después para enmendallo le hicieron Almirante de una flota por sustentar el yerro primero.

  —238→  

Embistió en tierra la Capitana y Almiranta en un mismo paraje y de la Capitana no se salvó una astilla con ser un galeón que era de más de 800 toneladas y cuarenta piezas de bronce gruesas. Ahogóse el General y toda la gente, que no se salvó más de cuatro personas. Del Almiranta se salvaron casi todos y el galeón no se deshizo tan presto porque dió en más fondo: los otros corrieron al estrecho y se perdió otro en Tarifa y otro en Gibraltar y otro en cabo de Gata. Los dos pataches se salvaron. Este fin tuvo esta armada, y para aderezallo, como si yo tuviese la culpa me enviaron con dos tartanas á Tarifa ó su playa por treinta piezas de bronce que habían sacado del galeón que se perdió, y se supo estaban dos galeones de Argel para querer embarcar la artillería; mas la gente de tierra no se lo consentía, y llegado con mis dos tartanas embarqué las piezas; y llevaba orden que si los enemigos me apretasen á que me rindiese, si llegaban á pelear conmigo, me fuese á fondo con toda la artillería, porque no se aprovechasen de ella, y ordenase á la otra tartana hiciese lo mesmo. Yo me vine tierra á tierra y los enemigos á la mar, con que no pudieron hacerme mal y truje la artillería en salvamento.

De allí á pocos días llegó á Cádiz nueva como la Mámora quedaba sitiada por mar y por tierra, con treinta mil moros por tierra, y que la habían dado tres asaltos, y por la mar había veintiocho galeones de guerra para estorbar el socorro de turcos y holandeses.

Mandó el Duque de Medina Sidonia se proveyese luego socorro y el Sr. D. Fadrique de Toledo se aprestó al punto con los galeones de su armada, pero no tuvo tiempo para hacer el viaje y así aprestaron dos tartanas con pólvora, cuerda y balas, que era de lo que carecían, pues habían quemado hasta las cuerdas con que sacaban agua de los pozos ó cisternas y las con que tenían los catres, que son las camas en que duermen los soldados; y habiendo visto yo como se habían de enviar aquellas tartanas y que á los capitanes del presidio les habían mandado escoger alguna gente de la más granada de sus campañas y no había ninguno ofrecídose, llegué al Duque y dije, señor, suplico á V. E.ª me dé este viaje y por esta merced póngame en el rostro una ese y un clavo. Estimolo y mandó que fuese. Como vieron los capitanes del presidio   —239→   que se me había dado á mi fueron al Duque y dijeron que aquello tocaba á un capitán de ellos por estar á orden de Su Excel.ª y no á mí que no lo estaba y que estaba allí al apresto de la armada de Filipinas. Súpelo yo y dije públicamente que aquello se me había dado á mí habiéndolo pedido después que les avisaron á ellos para que aprestasen alguna gente de sus compañías, y que no habiendo quien lo pidiese lo pedí yo: que capitán era de infantería y más antiguo que algunos: que al que le pareciese otra cosa lo aguardaba en Santa Catalina para matarme con él; y caminando hacia el puesto señalado vino un ayudante de parte del Duque, que me llamaba. Volví y mandóme trujese una licencia del Sr. Juan Ruíz de Contreras á cuya orden estaba, y traída me dieron la orden de lo que había de hacer, y en particular, que con mi buena fortuna, Dios mediante, metiese aquel socorro ó me dejase hacer pedazos.




Capítulo XIV

Cómo socorrí la fuerza de la Mámora y otros sucesos


Partí y medí el tiempo, que hay 42 leguas, de suerte que me amaneció en medio de los 28 bajeles. Tuve tan buen tiempo, de suerte que como lo pensé me sucedió. Juzgué que la armada del enemigo había de estar dada fondo por lo menos una legua á la mar por estar largos de la artillería y porque aquella barra es brava y levanta tantos golpes de mar, que á la legua que yo digo comienzan á hacer escala; y hallándome yo al amanecer en medio de ellos iba mi camino hacia dentro, que las escalas de los golpes de mar me iban entrando, y si alguno se determinaba á seguirme era fuerza que entrase tras mí en el río ó diese á través en la playa; pues fué como lo he dicho, que cuando me vieron ya no pudieron remediarlo sino fué tirarme algunos mosquetazos y cañonazos que fueron pocos, porque el tiempo fué tan breve que no pudieron hacer mal.

Entré, que fuí la paloma de el diluvio: diéronme mil abrazos el buen viejo Lechuga que era gobernador de aquella plaza y la había defendido como tan valeroso.

Comenzóse á desembarcar los pertrechos y los navíos á zarpar,   —240→   pareciéndoles que la armada Real estaría con ellos presto; y pensaban bien, que estuvo á otro día en la tarde allí. Yo me fuí á comer con el gobernador y estándolo haciendo tocaron arma, y avisado lo que era dijeron que seis matasietes que venían de paz. Mandó los abriesen y llevasen á la casa de un judío que hay allí intrépete, que era sólito el ir allí y les daban de comer y tabaco en humo, que así los hallé yo. Estos matasiete son sus nombres así por ser caballeros, y lo parecían, porque les vi muy lindos tahalíes bordados y muy lindos borceguíes y buenas aljubas y bonetes de Fez diferente que los trajes de aquellos moros. Ordenó el Maestro de Campo Lechuga fuesen subiendo toda la pólvora y cuerda por delante de la casa donde estaban los moros, y así mismo los soldados que truje, que estaban con buenos vestidos y los de allí en cueros.

Fuimos á la casa de los moros, levantáronse y saludámonos; tornáronse á sentar y brindáronnos y bebimos, que lo beben tan bién como los ganapanes de Madrid. Comenzó á pasar los pertrechos que lo vieron bien y á los soldados.

Dijeron que venían á pedir licencia al Gobernador para irse aquella tarde siete mil de estos matasiete y que todos los de demás se irían aquella noche, que le querían por amigo y que le enviarían quinientos carneros y treinta vacas á vender, que se los comprase. Dijo que sí haría: dióles mucho tabaco que es el mayor regalo que se les puede hacer y no pueden vivir sin la Mámora; porque todo cuanto hurtan lo traen á vender allí y lo que no hurtan; dan un carnero como un buey por cuatro reales y una vaca por diez y seis y una hanega de trigo por tres reales y una gallina por medio real. Con esto se partieron y yo me apresté para partirme. Esta la Mámora es un río que á la boca de él hay la barra dicha, pero entran navíos gruesos dentro, y si los enemigos le tuvieran hicieran gran daño á España, porque 10 está más de 42 leguas de Cádiz, y como las flotas entran y salen en aquel puerto ó en Sanlúcar, con facilidad podían hacer gran daño tomando los bajeles y en un día volverse á su casa sin tener necesidad de hacer navegación larga de ir á Argel y Túnez, además del riesgo que tienen de pasar el estrecho de Gibraltar. Sube este río hasta Tremecén treinta leguas arriba y es fondable   —241→   por todas partes, y con la comodidad de los bastimentos tan baratos podían aprestar armada muy buena allí; que por eso los holandeses estaban tan golosos dél.

Para que se vea el mal que nos podían hacer de esta manera por ser tan fondable y lo dicho para entrar galeones gruesos, tres leguas en la mesma costa hay un lugar que llaman Çalé, con una fortaleza muy buena, que son della dueños los moriscos andaluces, y hay un riachuelo que no caben sino bajelillos chicos como tartanas y pataches y con ellos nos destruyen la costa de España y no hay año que no entren en este Çalé más de quinientos esclavos tomados en bajeles de la costa nuestra que vienen de las Indias y de las Terceras y Canarias y de el Brasil y Fernanbuco, y en acabando de hacer la presa en una noche están en casa, y la hacen en la costa de Portugal en día y noche. Dirán que salgo del cuento de mi vida y meto en historia; pues á fe que pudiera meterme.

Salí aquella noche de la barra de la Mámora y amanecí en Cádiz, digo, entré antes de medio día. Fuí á Conil donde estaba el Duque; convidóme á comer y sobrecomida, leyó la carta de creencia que traía del Gobernador para el Rey, que se holgó en verla y dijo no perdiese tiempo en ir á Madrid. Dióme una carta para el Rey y una certificación honrada, que la estimo mucho, y en un bolsillo cien doblones, que decían los criados que era la mayor hazaña que había hecho en su vida. Fuí al Puerto de Santa María, donde el proveedor de las fronteras me dió ciento y cincuenta escudos para que corriese la posta, que en tres días y medio me puse en Madrid, de manera que en nueve días entré en Madrid, saliendo de España y yendo á Berbería, volviendo de Berbería á España y de allí á la Corte, que hay ciento y ocho leguas de tierra desde Cádiz. Fuime apear á Palacio y subí en cuerpo al cuarto del Rey, donde salió el Sr. D. Baltasar de Zúñiga, que esté en el cielo, y le di razón de todo y luego entré con Su Ex.ª delante del Rey, é hincando la rodilla le di las dos cartas; la de creencia y la del Duque. Dióselas al Sr. D. Baltasar. Comenzóme á preguntar él Rey las cosas de la Mámora. Dijo el Sr. D. Baltasar: á él se remite Lechuga por su carta. Informé de todo que Su Majestad gustaba, y tanto, que del cordón que tenía   —242→   pendiente el hábito me le asió, y dando con él vueltas me preguntaba y yo respondía; y de allí á un poco dijo el Sr. D. Baltasar: váyase á reposar que vendrá cansado. Bajé por los patios y estaba el portero del Consejo de Estado, que era día dél, aguardándome, y llevóme adentro que los Señores estaban todos en pie. Preguntáronme el estado de las cosas, informé, quedaron satisfechos; con que me fuí y puse á caballo en mis postas camino de casa de un tío que tengo en aquella Corte, correo mayor de Portugal. Reposé, que lo había menester.

A otro día vino un alabardero á mi posada de parte del Señor D. Baltasar á llamarme. Fuí muy contento, y aunque estaba con mucha gente que le quería hablar hicieron lugar. Sentóse en una silla y mandóme sentar en otra y preguntándome qué puestos había ocupado, porque quería Su Magestad hacerme merced, dije que había sido capitán de infantería española y que al presente estaba en el apresto de la armada de Filipinas y recogiendo los destrozos de ella, con cincuenta escudos de sueldo al mes más había de dos años.

Preguntó á qué me inclinaba y tenía puestos los ojos; dije: Señor, yo no soy soberbio por mis servicios; el Consejo me ha consultado en una plaza de almirante de una flota. Dijo: ¡Jesús, Sr. Capitán!, darásele á vmd. al punto con una ayudilla de costa. Yo le besé la mano por ello y dijo que acudiese al secretario Juan de Ynsástigui, que él me daría el despacho. Fuime contento á mi casa y á otro día entré á buscar al Ynsástigui en la covachuela y topé con el Sr. D. Baltasar, el que me dijo: ¿cómo va?; tome vmd. ese despacho y ese billete y tenga paciencia, que Su Magestad al presente no puede más en materia de maravedís. Yo dije: Señor, no he menester dinero si hay tanta falta; reputación busco que no dinero; y volviéndole el billete no quiso que lo dejase, estimando en mucho mi liberalidad, como lo dijo. El billete era de trecientos ducados en plata doble, y el otro ua decreto para D. Fernando Carrillo, Presidente de Indias.

Llevéle al Presidente y me recibió con cara de hereje, que no tenía otra, y me despidió secamente; que á su tiempo se haría lo que Su Majestad mandaba.

Pasó uno y dos meses y no consultaba la plaza. Acudí al   —243→   Sr. D. Baltasar, dióme un billete en que le mandaba anticipase la consulta, porque el Rey deseaba hacerme merced. Llevéle y el buen hereje debía de estar prendado por alguno, que consultó la plaza dejándome fuera, que luego lo supe y sin más dilación me fuí á la audiencia del Rey, que entonces buscaban en los corredores quien le quisiese hablar, y dije: Señor, yo he servido á V. M. 25 años en muchas partes, como parece por este memorial y por el servicio último de haber metido el socorro en la Mamora; V.ª M.d me hizo merced de un decreto para que me diesen la plaza de Almirante de una flota, que por mis servicios he estado consultado en ella otras veces, y agora, mandándomela dar Vuesa Majestad, aún no me ha consultado el Presidente. Cogió el memorial, arrebatándomele de las manos, y volviendo las espaldas se fué y nos dejó á todos confusos, porque era recién heredado. Fuime á consolar con el Sr. D. Baltasar y á darle mi queja como á mi Jefe, y estando aguardando hora llegó el Presidente con su cara dicha, que alguna píldora traía ó le habían enviado de arriba; y entrando me entré con él, aunque no me dejaba el portero ó un gentilhombre que estaba allí. Dije: déjeme vmd. que vengo á lo que el Sr. Presidente. Entré y estaba el Sr. D. Baltasar con el Conde de Monterrey, mi Señor, y un fraile dominico hijo del Conde de Benavente, y el Sr. D. Baltasar en medio de la sala en pié con el Presidente. Me arrimé y dije: Suplico á V.ª Ex.ª pregunte al Sr. Presidente si tiene satisfacción de mi persona. Respondió con las manos abiertas: Señor, que es muy honrado soldado y le enviamos á Puerto Rico y lo hizo muy bien. A esto le dije yo: pues si soy tan honrado, ¿por qué V.ª S.ª no me consultó habiéndolo mandado el Rey, y entervenido su Exª con otro papel?; dijo: otra vez Señor; ya está todo hecho; y dije yo entonces: no le crea V.ª Ex.ª que le está engañando como me engañó á mí. Entonces dió una gran voz: hombre, ya está todo hecho. Respondió el Sr. D. Baltasar: mire V.ª S.ª que el Rey desea hacer merced al capitán. No pudo hablar, que se le añudó el garguero y salió de allí; pero antes que llegase á la calle cayó sin sentido, metiéronle en el coche por muerto y dieron garrotes en los brazos y piernas para que volviese en sí. Dios le volvió su juicio y confesó y murió. ¡Dios le perdone el mal que me hizo! que él se   —244→   quedó sin vida y yo sin almirantazgo, porque el Sr. D. Baltasar, que era mi Jefe, decía que no era razón que me hiciese merced por haber muerto un ministro, como si yo le hubiera dado algún arcabuzazo; ¡no tuviera más culpa algún papel que debió de venir de arriba, que yo he oido que aquel debió de darle la muerte!

Con esto me retiré de Palacio y no entraba en él. Pasaron más de seis meses cuando un día, estando descuidado, entró á buscarme un alabardero de parte del Sr. Conde de Olivares. Fuí con cuidado á ver lo que me quería, y entrando por la sala donde estaba, lo primero que me dijo: Sr. Capitán Contreras, no me dé quejas, que bien veo las tiene. El Rey ha resuelto el hacer una armada para guardar el estrecho de Gibraltar y yo soy el General de ella y en la Junta de armadas se han nombrado 16 capitanes traídos de diferentes partes, práticos y de experiencia; y de los dos que se han escogido de los que están en esta Corte, es el uno el Maese de Campo D. Pedro Osorio, y vmd. el otro; estímelo. Yo agradecí la merced que Su Ex.ª me hacía y díjele: Señor, yo me hallo con 50 escudos de sueldo y he sido capitán dos veces; no se compate agora tornar á tomar compañía y dejar los 50 escudos que tengo en la armada. Y díjome: no hay que tratar, que sus acrecentamientos corren por mi cuenta. Con que le dije: pues sírvase V.ª Ex.ª que esta compañía la levante en esta Corte. Dijo que jamás se había hecho, pero que por contentarme lo trataría con Su Magestad; y lo consiguió, que levantamos los dos, el Maestre de Campo y yo, siendo los primeros capitanes que estando presente la Corte hayan levantado gente y enarbolado banderas.




Capítulo XV

De que levanté otra compañía de infantería en Madrid en Antón Martín y otros sucesos


La mía se enarboló en Antón Martín, y en veintisiete días levanté 312 soldados, que salí con ellos á los ojos de toda la Corte, en orden y yo delante, que este consuelo tuvo mi buena madre, de muchos pesares que ha tenido en este mundo de mis trabajos.

Al segundo día que salí de la Corte hubo en ella nueva que me   —245→   habían muerto en Getafe, cosa que se sintió en Madrid como si yo fuera un gran señor, y de esto pongo por testigo á quien se halló allí. Dicen que en el juego de la pelota lo dijo el Marqués de Barcarrota, que no tuvo otro origen, para lo cual despachó el señor D. Francisco de Contreras, Presidente de Castilla, correos á saber la verdad, para el castigo si acaso hubiera sucedido como lo dijeron. Yo despaché cómo estaba bueno, que se holgaron en la Corte; tanto importa el estar bien quisto.

Saqué de esta muerte falsa que me dijeron algunas buenas personas más de quinientas misas en el Buen Suceso. Supe fueron más de trecientas las que se dieron limosna para decir. Súpelo después del mayordomo del hospital, estando pretendiendo, que se llamaba Don Diego de Córdoba. Pasé á Cádiz con mi compañía y entré con más de trecientos soldados. Embarcámonos y fuimos al Estrecho, que era nuestro sitio. Iba esta armada á orden de D. Juan Fajardo, General de ella. Embarquéme en el galeón Almiranta de Nápoles, que en esta escuadra había seis bajeles famosos de que era General Francisco de Ribera, que lucía toda esta armada con sus bajeles y su valor. Eran de los que tenía en Nápoles el señor Duque de Osuna, y pluguiera á Dios fuera General de toda esta armada el buen Ribera, que diferentemente hubiera sido servido Su Majestad y nosotros ganado reputación. Toda esta armada tenía veintidós galeones gruesos y tres pataches. Salíamos de Gibraltar algunos navíos que señalaban á encontrar algunos de turcos que pasaban por el Estrecho costeando la Africa, aunque no hay de distancia en este estrecho de España á Berbería más de tres leguas, en que se hicieron algunas presas.

Al cabo de muchos días, á 6 de Octubre 1624, encontramos con la armada de Holanda, que traía ochenta y dos velas, aunque no eran todas de guerra. Fuimos á encontrarlos sobre Málaga, á la mar quince leguas. Lo que sé decir que el galeón capitana de Ribera y el mío que era su almiranta, llegamos á pelear á las cuatro de la tarde con los enemigos; el galeón de Ribera y la capitana de D. Juan Fajardo y la almiranta en que iba yo. Lo que sucedió no se puede decir, más que los enemigos se fueron riendo; que si á la capitana de Ribera no la hubieran dado un cañonazo entre dos aguas, que fué menester dar un bote para podello remediar, sabe   —246→   Dios cómo les hubiera ido á los enemigos. Este cañonazo le dieron no siendo la bala cristiana ni de los bajeles del enemigo. Pasemos adelante, que anocheció, y aquella noche se fueron á pasar el Estrecho sin que naide les diera pesadumbre, lo que jamás ellos pensaron, y dieran por partido el haber perdido la cuarta parte de sus bajeles, como se dijo después. Volvímonos á Gibraltar y allí se quedó D. Juan Fajardo, y con Ribera fuímos en busca de los galeones de la plata, que la topamos y trujimos á Sanlúcar, además de dos navíos que tomamos de turcos en el camino y una presa que llevaban de azúcar.

Volvimos á invernar á Gibraltar y caí malo. Dióme veinte días de licencia para ir á convalecer á Sevilla, y porque espiró me proveyó la compañía D. Juan Fajardo. Fuíme á la Corte, quejéme y hízome Su Majestad merced del gobierno de 500 de infantería que habían de ir á servir en cuatro compañías á las galeras de Génova. Levanté la infantería, y estando para marchar me dieron orden fuese con ella á Lisboa para embarcarme en una armada que se había fabricado para resistir á la de Ingalaterra, á cargo de Tomás de Larraspur.

Estuvimos aguardando en Cascaes y en Belén más de dos meses, porque se tenía nueva no iba á ninguna parte, sino á Lisboa, llamados de los judíos; y visto la preparación dieron en Cádiz; y aunque se supo, vino orden no desamparásemos aquel puerto, donde estuvimos hasta que se supo se había retirado á Ingalaterra.

El Marqués de la Hinojosa, que estaba por General de mar y tierra, comenzó á reformar donde entré yo con los de mi tropa, que volvimos á Madrid á que se nos diese orden para ir á nuestras galeras; ya se había enfriado porque dicen había guerra en Lombardía, y no debió de ser sino que los ginoveses son poderosos; y aunque el Duque de Tarsis lo ayudaba, por tener sus galeras guarnecidas con españoles, no pudo conseguir que por ahora se pusiese en ejecución, con lo cual nos quedamos pobres pretendientes en la Corte; aunque yo no libré mal, porque Lope de Vega, sin haberle hablado en mi vida, me llevó á su casa diciendo: Señor capitán, con hombres como vmd. se ha de partir la capa; y me tuvo por su camarada más de ocho meses, dándome de comer y   —247→   cenar, y aun vestido me dió. ¡Dios se lo pague! Y no contento con eso, sino que me dedicó una comedia en la veinte parte, del Rey sin reino, á imitación del testimonio que me levantaron con los moriscos.

Parecióme vergüenza estar en la Corte, mas no teniendo con qué sustentar, que allí parecen mal los soldados aunque lo tengan; y así traté de venirme á Malta por ver en qué estado estaba lo de mi hábito, y cuando me hab ía de tocar algo que comer por él; pedí en el Consejo que me diese algún sueldo para Sicilia, que está cerca de Malta, y diéronme treinta escudos de entretenimiento, cinco más de los que dan agora á los capitanes. Con que tomé la derrota á Barcelona, y de allí me embarqué para Génova y Nápoles y Sicilia. Presenté mi cédula, asentóseme el sueldo, y de allí á un mes que quería ir á Malta con licencia, me hizo merced el Duque de Alburquerque, Virrey de aquel reino, del gobierno de la Pantanalea (Pantalaria), una isla que está casi en Berbería. Tiene una tierra y un castillo con 120 soldados españoles. Pasé por Malta á la ida y hallé que no tenía caravana hecha ni residencia para poder encomendar; además, que las encomiendas que hay en el estado de freiles sirvientes, son pocas y chicas, que la mayor no tiene seiscientos ducados.

Estuve en este gobierno diez y seis meses, teniendo algunos encuentrillos de los que allí vienen pira hacer carne y agua, y así mismo traté de que una iglesia en que tenemos la cofradía de Nuestra Señora del Rosario, era como una venta cubierta con cañas y paja; envié por madera á Sicilia, y por un pintor y colores; reedifiqué esta iglesia cubriéndola con buenas tablas y vigas; hice seis arcos de piedra, una tribuna y una sacristía; pinté toda la iglesia, el techo y capilla mayor con los cuatro evangelistas á los lados, y el altar de Nuestra Señora hice pintar en tablas, que después hice un arco con un Dios Padre encima, y el arco eran los quince misterios, retratado cada misterio.

Doté renta perpetua para lo siguiente: que todos los años por Carnestolendas, el jueves de compadres se dijese una misa cantada con diácono y subdiácono y túmbolo con sus paños negros y cera y más doce misas rezadas, y la víspera el oficio de difuntos con su túmbolo y cera; todo esto por las ánimas del purgatorio.   —248→   Item, dejé renta para que en sabiendo que yo sea fallecido tengan obligación de decirme docientas misas de alma. Más, dejé con que cada dos años limpien la pintura y blanqueen la iglesia; más, dejé cada mes una misa rezada por mi alma, en lo mejor y más bien parado de toda la isla.

Quedó adornada lo mejor que pude; con que pedí licencia al señor Duque de Alburquerque para ir á Roma con él. Diómela de mala gana por cuatro meses. Vine á Palermo y de allí embarqué para Nápoles y de allí vine á Roma.

Traté de que se me diese un Breve para suplirme las caravanas y residencia que tenía obligación de hacer en la religión para encomendar, y habiéndoselo propuesto á Su Santidad no lo quiso hacer, con lo cual me resolví de hablarle, y dándome audiencia le hice relación de mis servicios, y dije que el tesoro de la iglesia era para hombres como yo que estaban hartos de servir en defensa de la fe católica; lo cual, considerando Su Santidad estos trabajos con su cristiandad, no sólo me concedió el Breve facultativo, mas me lo concedió gracioso, y más con otro en que ordena á la Religión que en consideración á los servicios me reciban en grado de freile caballero, gozando de mi ancianidad, y poder caber en todas las encomiendas y dignidades que los caballeros de justicia gozan; y más, me concedió un altar privilegiado perpetuo para la isla de la Pantanalea, en mi iglesia, con no haber más de tres misas que son menester, hecho para el altar por siete años, con que quedé contento; pero faltaba lo mejor, que era el despachar estas cosas con los ministros monseñores, que les pareció eran muchas gracias y nunca vistas, como es verdad, y ansina me las coartaban con mil cláusulas; pero todo esto lo allanó el Conde de Monterrey, mi señor, y mi señora la Condesa, su mujer, con recados y billetes que escribieron á los ministros, que era imposible si no fuera por Sus Excelencias el podello conseguir. Eran Sus Excelencias al presente Embajadores en Roma extraordinario, y habiéndome despachado quise ir á Malta y Palermo, donde tenía mi sueldo, y pidiéndole licencia á Su Excelencia me ordenó por algunas causas que se ofrecieron no me partiese de Roma. Hícelo y estimélo, mandando que me diesen mis treinta escudos al mes á su tesorero, que lo ha hecho con mucha puntualidad.

  —249→  

Pedí licencia á Su Excelencia, después de pasados seis meses, para presentar los Breves. Diómela por dos meses y que volviese dentro dellos. Partí de Roma y fuí á Nápoles y Sicilia y de allí á Malta, donde presenté los Breves con las cartas de Su Excelencia, y al punto fueron obedecidos, con lo cual me armaron Caballero con todas las solemnidades que se requieren, y dieron una Bula que la estimo más que si hubiera nacido del Infante Carlos, en que dicen que por mis notables hechos y hazañas me arman Caballero, gozando todas las encomiendas y dignidades que hay en la Religión y gozan todos los Caballeros de justicia. Hubo aquel día sopa doble en un gran banquete. Partí de Malta para volver á Roma y vine en poco tiempo, porque en ir y estar, negociar y volver á Roma, fué en treinta y cuatro días, habiendo de camino casi trecientas leguas.

Llegué á Roma y besé la mano al Conde mi señor y mi señora la Condesa. Holgáronse de mi buen despacho y vuelta tan presto.

A ocho días después de llegado á Roma me mandó el Conde mi señor fuese con dos carrozas de campaña suyas, de á seis caballos cada una, á traer los señores Cardenales Sandoval y Espínola y Albornoz que venían de España y habían de desembarcar en Puerto de Palo, veinte millas de Roma, y asimismo me ordenó los convidase de su parte para que viniesen á alojar en su casa, donde les tenía hecho un gran alojamiento.

Llegué á Palo donde estaban sus Eminencias en el castillo. Hice mi embajada; estimáronlo mucho, pero respondieron no pensaban entrar en Roma por ser tiempo de mutaciones, sino irse á algunas partes cerca della; y ya tomada esta resulución les supliqué lo mirasen bien, anteponiendo el servicio del Rey, con lo cual se aventuraron á perder su salud, y á dos horas antes de noche mandaron poner las carrozas en orden, que había ya diez y siete de campaña.

Metiéronse los señores tres Cardenales en la carroza del Conde mi señor y los camareros suyos en la otra y yo. Comenzaron á picar las unas y las otras porque no les diese el sol, pero dime tan buena maña que entré en Roma al amanecer con solas las dos carrozas del Conde mi señor, sin que pudiese seguir nenguna   —250→   de las diez y siete, y con ellas los truje á casa muy trempano (sic), día de San Pedro, cuando se presenta la hacanea al Papa.

Fueron alojados en casa del Conde mi señor, cada uno en su cuarto, con la ostentación y regalo que se puede creer, con sus camareros y otros criados.

Estuvieron allí hasta que tomaron casas, que debió ser un mes, y allí fueron visitados de todo el Colegio de los Cardenales, y regalados del Conde mi señor; y yo me volví á mi posada donde estoy y estaré hasta que su Excelencia me mande otra cosa, que no deseo sino servirle. Una cosa digo que es milagro: que entraron estos señores en Roma, día de San Pedro, cuando las mutaciones están en su punto y de toda la familia que traían estos señores, que son más de trescientas personas, no se murió ninguno, y á sus Eminencias no les ha dolido la cabeza, con lo cual digo que es chanza lo de las mutaciones; es verdad que yo les dije á todos en Palo que se guardasen del sol y entrando en Roma de hincar, que con esto no habría mutación. Esto ha sucedido hasta hoy que son 11 de Octubre de 1630; y si hubiera de escribir menudencias sería cansar á quien lo leyere; además, que cierto que se me olvidan muchas cosas, porque en once días no se puede recopilar la memoria y hechos y sucesos de treinta y tres años. Ello va seco y sin llover, como Dios lo crió y como á mí se me alcanza, sin retóricas ni discreterías, no más que al hecho de la verdad.

Alabado sea Cristo.



Anterior Indice Siguiente