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Vida del escudero Marcos de Obregón

Vicente Espinel




ArribaAbajoVicente Espinel y su obra


ArribaAbajo- I -

La nueva edición de las Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón, del maestro VICENTE ESPINEL, que, ilustrada por el lápiz de Pellicer y el buril de París. Martín, Carretero y Pannemáker, ofrece hoy al público curioso la empresa que saca a luz en Barcelona la Biblioteca apellidada ARTES Y LETRAS, ocupa el número onceno en el orden cronológico de las que de esta obra, también inmortal española se han hecho hasta ahora en castellano desde los felices días de su ingenioso autor. La primera, la más clásica de todas por el lujo y tono de sus formas tipográficas, fue la de Juan de la Cuesta, dada en Madrid a la estampa a principios de 1618. Es libro tan perfecto que ni una sola errata halla en sus páginas el más prolijo corrector. Juan de la Cuesta, al final de la Segunda parte de las comedias, de Lope de Vega Carpio, publicada en el mismo año, y en nota relativa al auto del Consejo de Castilla, prohibiendo introducir en el reino las ediciones fraudulentas de los libros castellanos que. al punto que en Madrid aparecían, eran reimpresos en la capital de Cataluña, en la de Aragón y aun en Navarra, hizo constar que por esta sola licencia había dado al autor cien escudos de oro: precio por aquel tiempo desconocido para una obra de imaginación. El acuerdo del Consejo no evitó que en el mismo ano se hicieran en Barcelona otras dos ediciones del libro de autor a la sazón tan famoso; las de Jerónimo Margarit y Sebastián de Cormellas: patentizando del mismo modo la inmensa reputación literaria que ESPINEL, disfrutaba por Europa la traducción francesa que Vital de Audiguier, señor de la Menor, en Povergue, se apresuró a arrojar en París a las prensas de Petitpas, el mismo año de 1618, según Brunet1. No terminó el siglo XVII sin otras dos distintas ediciones castellanas: la cuarta, que Pedro Gómez de Pastrana costeó en Sevilla en 1641, y la quinta, dedicada en Madrid por el impresor Gregorio Rodríguez en 1657, al Sr. D. Juan Bautista Berardo, Tesorero general del Real Consejo de las Indias.

Rivera Valenzuela en los Diálogos de memorias eruditas para la historia de Ronda, no sólo manifestó que en su concepto se habían agotado ya hasta su tiempo doce ediciones españolas del Marcos de Obregón, sino recordó haber oído a su padre D. Bartolomé, cuya vida corrió de 1685 a 1746, que en su primera edad todos los niños llevaban este libro a las escuelas2. Confieso no haber sido tan feliz como el autor referido en el numeroso hallazgo de tan profusas ediciones; y aunque a la segunda parte de lo que Rivera afirma, conspira a dar cierta probabilidad de certeza la circunstancia de ser muchos los ejemplares antiguos, principalmente de la edición de Juan de la Cuesta, encontrados con rótulos manuscritos que acreditan haber pertenecido a personas que al poseerlos se hallaban recibiendo alguna instrucción, con todo ni las tiradas por aquel tiempo eran tan abundantes, ni las ediciones tan repetidas, que se brindasen a aceptar lo propuesto por Rivera Valenzuela como artículo de fe. En la Biblioteca Nacional de Madrid consta un ejemplar que, después de haber pertenecido a Jerónimo de Salazar en el siglo XVII, era en 29 de noviembre de 1743 propiedad de Enrique Ruiz paje de S. M. Otro que posee en su rica colección el librero Murillo, en esta corte, lleva también el reclamo manuscrito de su dueño, del mismo oficio que el anterior. No obstante manténgome en mi opinión, en la cual me corrobora el hecho de que durante todo el siglo XVIII, el Marcos de Obregón no fue reimpreso sino una sola vez, en Madrid, en 17443.

Desde la séptima edición inclusive, todas las restantes son del presente siglo. Abrió la marcha en 1804 la salida en Madrid de las oficinas de D. Mateo Repullés, cuando con motivo de las Observaciones sobre el Gil Blas presentadas a la Academia francesa por el español Llorente4, discutiose con cierto calor por toda Europa y aun por el lado de la América del Norte5 acerca de la originalidad de la obra de Mr. Lesage y de los plagios hechos por el escritor transpirenaico a las de ESPINEL. Sobre esta edición, que circuló mucho por aquel tiempo, se empeñó el Sargento Mayor Algernon Langton en su traducción inglesa, publicada en Londres en 18166, y el erudito Ludwig Tieck en la alemana, que apareció en Breslau en 1827. La octava española es la de 1851 y está contenida en el tomo XVIII de la Biblioteca de Autores Españoles de D. Manuel Rivadeneyra, habiendo sido en él coleccionada por el diligente académico D. Cayetano Rosell juntamente con el Quijote de Avellaneda, El Español Gerardo y la Fortuna varia del soldado Píndaro, de Céspedes y Meneses, Los tres maridos burlados, de Tirso de Molina, y El donado hablador de Jerónimo de Alcalá. Finalmente los editores de las Obras, en prosa, festivas y satíricas de los más eminentes ingenios españoles, publicaron en las máquinas de Narciso Ramírez, en Barcelona, en 1863, otra vez más la producción de VICENTE ESPINEL, y aun otra últimamente en Madrid, en 1868, la empresa de la Biblioteca escogida, titulada Tesoro de autores españoles, con prólogo y biografía de D. Juan Cuesta Ckerner. -Tales son las diez ediciones españolas de las Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón, y aun las tres extranjeras, que conozco y preceden a la actual.




ArribaAbajo- II -

Los elogios de este libro han sido siempre idénticos; pues cuantos antes y después, y dentro y fuera de España se han ocupado de él, le han reconocido una misma importancia en nuestra bella literatura del siglo de oro bajo el cetro de los Austrias. Los primeros en encomiarlo fueron los contemporáneos del autor, aunque el Marcos de Obregón fue de las pocas producciones literarias que se dieron a luz en el siglo XVII sin precedencias de versos laudatorios, como entonces estaba al uso, sin duda para que los prosélitos de ultratumba que aun dos años después de su muerte conservara Cervantes, el cual se había mofado en las entradas del Quijotes de aquella obsequiosa costumbre de ESPINEL bastábase a sí misma para su propio crédito. No obstante, al censurarla de oficio, si el abad de San Bernardo, observando que tenía doctrina moral y pintaba con deleite, auguraba sería libro de mucho provecho y gusto, y el vicario y moralidad y entretenimiento, Fray Hortensio Félix Paravicino, que también la graduó po orden del Consejo, no titubeó en declarar explícitamente que «de los libros de este género, que parece de entretenimiento común, el Marcos de Obregón, es el que con más razón debe ser impreso, por tener el provecho tan cerca del deleite, que sin perjudicar enseña y sin divertir entretiene.» En cuanto al estilo, la invención, el gusto de las cosas y la moralidad que deduce de ellas, el reverendo fraile trinitario calzado, natural de Madrid, aunque hijo del milanés D. Mucio, tesorero general de aquel Estado, entendía argüir bien la pluma que los había escrito «tan justamente celebrada en todas las naciones.» A mí, a lo menos, de los libros de este argumento me parece la mejor cosa que nuestra lengua tendrá.»7

Bien que en el Índice expurgatorio de 1667 se mandas tachar y se tachara, en efecto, un breve pasaje perteneciente a la Relación tercera, Descanso quince, del Marcos de Obregón8, la opinión sobre las excelencia de la obra de VICENTE ESPINEL perseveró conforme durante todo el siglo XVII. En ella insistió, entre otros, el canónigo magistral de la santa Iglesia de Barcelona D. Luis Pujol, cuando el obispo de aquella diócesis, D. Luis Sanz, le dio comisión de examinarla de nuevo para las reimpresiones de Margarit y de Cormellas. A Pujol pareció este libro «lleno de mucha gravedad de sentencias, con apacibles cuentos para un honesto y provechoso entretenimiento.» La escrupulosa estrechez de miras de la comisión eclesiástica encargada del Índice expurgatorio nos es hoy, bien conocida, y a ningún autor ha dañado a la larga el peso de sus censuras. A Miguel de Cervantes se le mandó borrar del capítulo XXXVI de la segunda parte del Quijote, la sencilla proposición de que, las «las obras de caridad que se hacen flojamente, no tienen mérito, ni vales nada». En el Índice 1667 aparecen prohibidas las ediciones del Lazarillo de Tormes, anteriores a 1573, la Letanía Moral de Andrés de Claramonte, la Cárcel de amor de Diego de San Pedro, todas las obras de Fernán Pérez de la Oliva la traducción castellana de los Triunfos de Petrarca, toda la edición de la Historia Pontificial de Gonzalo de Illescas, hecha en 1573, el libro de la Veneración de Miser Gaspar Gil Polo, las novelas de Boccaccio, el tratado manuscrito del P. Juan de Mariana titulado De regimine societatis, el Ramillete de flores divinas de Fray Pedro de Padilla y otras obras semejantes; a más del inmenso catálogo de las que se acordó cercenar. Por último en el ejemplar de las Rimas de ESPINEL, que, habiendo pertenecido al erudito Bölh de Faber, poseyó la Biblioteca Nacional de Madrid, donde fue por mí examinado hacia 1865, y que ha desaparecido después, se encontraba al fól. 105 una nota manuscrita, letra de últimos del siglo XVI, en que a la cabeza de la epístola al marqués de Peñafiel, se leía: «Vedado por la Inquisición y descomunión a quien lo leyere». Y sin embargo, examinada aquella poesía, nada se encuentra en ella, como no se encuentra nada en el pasaje del Obregón que fue tachado, que repugne a la religión, y a las costumbres, ni que veje la fama del poeta.

El editor anónimo de Marcos de Obregón, en 1804, se propuso un doble objeto con la reproducción que llevó a cabo, procurando a la vez refrigerar en nuestro público la afición y el gusto hacia las obras de lo que podemos llamar en la literatura española nuestra antigüedad clásica. Nuestra literatura venía estando plagada, desde hacia un siglo, de traducciones francesas. Volver por los fueros del idioma patrio, tan humillado y maltrecho después de tanto tiempo en que la esterilidad y el vasallaje literario nacional habían reducido nuestra capacidad a la mera tarea de importar al castellano todos los productos, buenos o malos, de otra literatura exótica, aunque a la sazón tan en boga, y detener el torrente de las ideas ahora frívolas, ahora depravadas, o cuando menos peligrosas, que por este medio se nos ingerían, pervirtiendo así los sentimientos puros y las costumbres sanas, como la imaginación por la inercia aletargada y, el habla por los extranjerismos corrompida, eran los dos dignos móviles de aquella publicación. «Reúne este libro en mi entender, -el editor a este respecto decía, -las circunstancias del precepto de Horacio, que es mezclar dulzura con utilidad, y además de contener graves sentencias de la mejor doctrina, expresadas con gracia y elegancia y con aquella pureza de lenguaje y castidad de conceptos, que él mismo recomienda, es un dechado de la vida humana para todas las situaciones en que podamos hallarnos con ejemplos curiosos de sus propios sucesos y de sus contemporáneos.»

La crítica sobre la obra de ESPINEL, aunque sin salir nunca del terreno de la retórica y de la moral, no ha dejado de tener sus progresos, como lo testifican las consideraciones hechas sobre el Marcos de Obregón por el Sr. Rosell en la edición de Rivadeneyra y, aun por el Sr. Cuesta Ckerner en la de 1868. Rosell compara el plan del Obregón, con el Lazarillo de Tormes y el del Guzmán de Alfarache, y encuentra su acción más completa que la del primero y más nutrida y rápida que la del segundo. Sin embargo, para este analista el mayor mérito está en que, corriendo la narración de la fábula inventada por ESPINEL sobre los sucesos de su propia vida, hasta el punto de que los más la confunden con una autobiografía, pudiera hacer abundar en ella los brillantes recursos de la imaginación y del ingenio, y lograra revestir con los insinuantes atractivos de la poesía la materialidad prosaica de una existencia real. Por otra parte Rosell conviene con todos los críticos en que «el Escudero Marcos de Obregón es una obra magistralmente escrita, llena de sabias máximas y advertencias morales, que aunque muy repetidas, gracias a su oportunidad y, a la manera ingeniosa con que están amenizadas, se reciben y escuchan con agrado. El lenguaje, añade el académico analista, es puro y sencillo, y en las escenas que se describen no se advierte, como en otros escritores, el empeño de apurar ciertas situaciones peligrosas: lo cual, unido a un plan hábilmente dispuesto, y a una acción animada. que camina sin entorpecimiento justifica los elogios que en todos tiempos se han hecho de esta composición.»

La opinión de los comentaristas de ESPINEL, sobre el mérito del Marcos de Obregón, casi es menos importante que la de los que estudiándole en horizonte más amplio, en el del desenvolvimiento histórico de la literatura nacional, y relacionando con éste al autor y su obra, han tenido que darles dentro del vasto cuadro el verdadero término y relieve que a uno y a otra corresponde. Puede a la cabeza de estos ponerse el discreto Gil y Zárate, el cual colocando la obra de VICENTE ESPINEL entre las novelas picarescas y de costumbres, no encontró otra de este género que se le adelantase en mérito, sino el Lazarillo de Tormes, siendo muy superior a esta misma y a todas las demás, en que el Obregón ofrece menos truhanadas de las que constituyen la especialidad característica de este linaje de libros; en que abunda en buena moral, y en que a veces el autor introduce a su público en una sociedad más escogida que la que presta su escenario al mismo Lazarillo, al Guzmán de Alfarache al Gran Tacaño y las demás producciones de esta índole. Gil y Zárate halla además amenizada la narración del Marcos de Obregón con cuentos y novelitas agradables, siendo su estilo puro, natural, fácil y correcto, sin resabios de afectación ni mal gusto, por lo que aprecia a ESPINEL por uno de nuestros primeros prosistas9. El norte-americano Ticknor dedicó también al autor y a la obra noticia bastante individual, tanto por el mérito de uno y otra, cuanto por la grande atención que confiesa llamó a los contemporáneos de ESPINEL la aparición de su escrito. La síntesis de su juicio puede, sin embargo, condensarse en los siguientes conceptos: -«Contiene el Obregón, dice, bastantes reflexiones morales, cansadas y fastidiosas, aunque bien escritas, lo cual hace que la narración de los engaños, maldades y picardías del héroe resalte más: pero aunque inferior al Guzmán de Alfarache y al Lazarillo en dicción y estilo, les aventaja en acción y movimiento; los sucesos marchan con mayor rapidez y terminan de un modo más regular y acertado10.» En otra historia literaria de España, su autor, Eugenio Baret, profesor de literaturas extranjeras en la facultad de letras de Clermont-Ferrand. considera las Relaciones de la vida y aventuras del escudero Marcos de Obregón como obra superior a las de Hurtado de Mendoza, Alemán y Vélez de Guevara en el género picaresco, pues halla en las de ESPINEL más plan, más arte, mayor decencia y mayor decencia y mayor gusto literario que en las de sus competidores11. Por último los escritores alemanes, que habían seguido las impresiones de Pouterweck12, habiendo modificado sus juicios después de los trabajos de Tieck, de Malsburg y otros, han rectificado algunos de los errores en que hasta llegó a incurrir en su Lexicon el sabio y concienzudo Ebert, y haciendo justicia al mérito del autor español, han proclamado el Marcos de Obregón por una de las más bellas producciones de la literatura española, aunque se hayan señalado algunos de sus lunares. Entran en este número la forma desigual con que, en sentir de Tieck, la obra está escrita; la conclusión que no corresponde a las esperanzas que el principio suscita, y finalmente el prurito que el autor muestra en convertir cada episodio de su novela en artículo de moral, a fin de evitar que le público crea que el escritor no se cuida sino de divertir a las gentes.




ArribaAbajo- III -

Los defectos de que trata la crítica alemana, principalmente el último, nacían de la propia condición de toda nuestra literatura de aquel siglo. Bajo el cetro de Felipe II en que floreció el genio, todo en la sociedad española estaba predispuesto al orden, bajo el rudo principio de la disciplina, que es el carácter más relevante del progreso y de la educación pública de la autoridad y de la subordinación, que estrechan los vínculos de la nacionalidad. Dominaba en la literatura Horacio, que era la autoridad clásica, la autoridad tradicional, la autoridad de los antiguos; para las investigaciones de la moral y de la metafísica, reinaba la autoridad de los textos sagrados, de la Escritura y de los Santos Padres; para la política, el rey. No era solamente la Inquisición la que imponía trabas a las licencias de la imaginación y del pensamiento, sino el sentido público, las costumbres generales que prohibían a la mente humana dilatarse en aquellos asuntos que no se podrán nunca examinar sin peligro. Sin embargo, no promovían quejas semejantes limitaciones, que se respetaban sin esfuerzos, tanto más cuanto que no por eso faltaba a la fantasía y aun a la reflexión seria y madura, extenso campo donde vaciar sus obras, como lo justifican las de nuestros filósofos y místicos, juristas e historiadores, médicos y matemáticos, novelistas y poetas. ¿No es, por ventura, completo en todas sus partes el cuadro de nuestro movimiento intelectual en la monarquía de Felipe II? Aquella literatura, diametralmente opuesta en sus tendencias y caracteres a la del día, era propia de una sociedad sana y tranquila y de unos escritores probos e ingenuos, que no proponiéndose por tema constante de sus producciones hacer la felicidad pública, ni dirigir los gobiernos y los pueblo, como hoy acontece en el libro, en el teatro, en la cátedra, en el foro, se contentaba únicamente con deleitar sin corromper. ¿Llena este objeto la donosa narración de las Aventuras del escudero Marcos de Obregón? La opinión unánime de los críticos, que dejó apuntada, elocuentemente lo acredita.

Pellicer en la Vida de Cervantes ha querido encontrar el origen del Marcos de Obregón en un movimiento de emulación del anciano maestro hacia el genio divino del autor inmortal del Quijote. Preciso es confesar que el diligente biógrafo no ha dado pruebas bastantes de lo que aseveraba, sino meras conjeturas que bien pudieran estrellarse en la noción que tenemos de la amistad y el respeto recíproco que envida uno y otro se profesaban. En el Canto de Calíope, en el Viaje y en la Adjunta al Farnaso no sólo había Cervantes celebrado el raro estilo en que ESPINEL llevaba el cetro, y su envidiable capacidad y a con la pluma, ya con la lira, sino que haciendo mérito de los viejos afectos que con él le unían, en la Adjunta cariñoso exclamaba: -«Al famoso ESPINEL dará vuesa merced mis encomiendas, como a uno de los más antiguos y verdaderos amigos que yo tengo.» -A su vez VICENTE ESPINEL en la Casa de la Memoria, le había rendido análogo tributo. reconociendo que ni la desgracia, ni el mar, ni el cautiverio pudieron evitar al vuelo colosal de Cervantes tocar las altas cimas de la gloria. Por otra parte. en las realidades de la vida, los dos simultáneamente confluían a la protección misericordiosa del cardenal arzobispo de Toledo, D. Bernardo de Sandoval y Rojas, de quien Salas Barbadillo en la dedicatoria de La Estafeta del dios Momo descubrió recibían uno y otro pensión continua «para que pasasen su vejez con menos incomodidad.» ¿Es presumible siquiera que ESPINEL pretendiera aquel favor por el camino de una envidiosa rivalidad, como Pellicer deja entrever en la alusión a los escuderos pedigüeños y habladores de que en la dedicatoria al prelado hablaba cuando decía: -«No será Marcos de Obregón el primer escudero hablador que ha visto V. S. Ilma., ni el primero que con humildad se ha postrado a besar el pie de quien tan bien sabe dar la mano para levantar caídos?» Por Zoilo que ESPINEL fuese, y en que CERVANTES lo estimara, lícito es creer que, Pellicer necesitó una gran fuerza de sutil suspicacia para notar la malicia en las palabras apuntadas, y mucho más para sorprender una alusión del escudero Marcos de Obregón al escudero Sancho Panza. ¡Eran muy distintos escuderos! Además cuando ESPINEL ponía su dedicatoria a los pies del cardenal Sandoval, hacía tiempo que acerca de lo de Zoilo inválido, Lope de Vega ya había escrito al Duque de Sesa, su Mecenas: -«Merece ESPINEL que V. E. le honre por hombre ingenioso en el verso latino y castellano, fuera de haber sido único en la música; que su condición ya no será áspera, pues la que más lo ha sido en el mundo, se templa con los años o se disminuye con la flaqueza.»

ESPINEL fue el primero en descubrir lealmente el fin que se había propuesto para escribir su Obregón: «-El intento mío, dice, fue ver si acertaría escribir en prosa algo que aprovechase a mi república, deleitando y enseñando siguiendo aquel consejo de mi maestro Horacio; porque han salido algunos libros de hombres doctísimos en letras y opinión, que la abrazan tanto con sola la doctrina que no dejan lugar por donde pueda el ingenio alentarse y recibir gusto, y otros tan enfrascados en parecerles que deleitan con burlas y cuentos entremesiles, que después de haberlos leído, revuelto, aechado y aun cernido, son tan fútiles y vanos, que no dejan otra cosa de sustancia ni provecho para el lector, ni de fama y opinión para sus autores.» Por si esto no es bastante, ESPINEL añade: -«Yo querría en lo que he escrito que nadie se contentare con leer la corteza, porque no hay en todo mi escudero hoja que no lleve objeto particular, fuera de lo que suena.» -Difícil es apreciar, con tres-siglos de distancia por medio y una absoluta carencia de toda historia literaria, todo lo que mediante esta advertencia haya en el Marcos de Obregón de circunstancial, local y adecuado a la época en que se dio a la estampa. La crítica no puede ya apreciarlo, desprovista de los necesarios antecedentes, sino en lo que la obra de ESPINEL, tiene de universal, de perenne, de eterno. Reducirla al estrecho círculo de las circunstancias en que apareció, no es ya posible, cuando con bizarro empuje ha logrado dominar los límites del tiempo, abrirse paso en a atención de otras generaciones, y difundirse hasta romper las barreras de los idiomas extraños. Es preciso, pues, considerarla, y así los analistas precedentes la han considerado, como monumento de una literatura universal.

¿Y quien duda que llena todas sus condiciones de una manera brillante? No es el Marcos de Obregón una novela moderna que analiza, sino una narración por exceso subjetiva, en que el autor haciendo el protagonista, aunque con supuesto nombre, desarrolla la trama indeclinable de una existencia real luchando con la naturaleza, con la sociedad y los obstáculos civiles. En vano será buscar en ella esa variedad de caracteres que el arte agrupa con maña, no como los produce la naturaleza; en vano las agitaciones de la pasión que la musa trágica del drama exalta y acumula para producir los cuadros de negra tristeza que dan a la vida un tinte patético de desesperación y romanticismo: ni siquiera el autor se propone sistematizar la desgracia de manera que persiguiendo sin descanso y bajo todas las formas a una misma víctima, resulte la existencia sometida al despótico yugo de una ley fatal eterna e inexorable. El escudero Marcos de Obregón es un tipo común, que en medio de la sociedad tradicional antigua se adelanta a la figura del hombre de nuestras democracias modernas, donde los triunfos sobre las adversidades contingentes de la vida real se gradúan por los triunfos que sobre cada individuo alcanza su propia voluntad, su propio albedrío, sin necesidad de sacarle de otra escena que de la ordinaria en que la existencia se desenvuelve, ni de hacerle remontar con plumas de Ícaro a las cimas de mitológicos heroísmos. Gira. pues el interés de la obra entre la observación constante de la vida y la lección fecunda de la experiencia: no estudia al hombre como debe estudiarle quien se propone dictar preceptos; tiende en su fondo y en su forma a una continua perfección, hasta hacer desear la paz de una existencia laboriosa, modesta y solitaria; de este modo, siendo una narración, aunque ingeniosa, siempre sencilla, hallándose sus episodios todos solícitamente sometidos a la enérgica ley de la realidad, pasma y asombra la portentosa flexibilidad de un talento que ha sabido bordar de pensamientos profundos las fruslerías pueriles del estudiante sin libros, las trivialidades inocentes del calavera sin aventuras, las empresas solitarias del soldado sin batallas y los egoísmos sin objeto del corazón sin hogar y del espíritu sin familia. ESPINEL quiso en el Marcos de Obregón realizar una obra superior a los ensayos brillantes de su juventud, y no puede negársele la categoría de un talento original. Por eso cuando algunos creyeron pudiera incurrir en el hastío de tantas insípidas producciones, como diariamente acometían los serviles imitadores del Lazarillo de Tormes y del Guzmán de Alfarache, viósole elevarse con propio vuelo sobre el nivel de sus rivales, y la crítica de su siglo, representada por la voz pujante del reverendo Padre Maestro Fray Hortensio Félix Paravicino, declaró, como antes he consignado, que de los libros de este argumento, las Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón son la mejor cosa que nuestra lengua tendrá. Esta opinión persevera insistente después de tres siglos, y en ella estriba la secreta razón de por qué se ha propagado por uno y otro continente, se ha traducido al francés, al inglés, al alemán y se han multiplicado hasta aquí y aun se multiplican hoy día sus ediciones.




ArribaAbajo- IV -

Bajo otro aspecto ha sido considerado también este libro, cuya importancia no declina como probable autobiografía de ESPINEL, sobre le cual la biografía hasta ahora no ha prodigado sino atroces temeridades. Los primeros errores que se cometieron en este punto los inspiró el celo excesivo del buen deseo. Casi a fines del siglo último la vida de ESPINEL era absolutamente desconocida hasta por sus más entusiastas admiradores. No se tenía ningún dato seguro sobre el lugar ni la fecha de su nacimiento. Se ignoraba dónde, en qué año, de qué edad, en cuál grado de la fortuna había muerto; todo el resto de su vida se ocultaba en el misterio. Una frase de Lope de Vega en el Laurel de Apolo le hizo concebir nonagenario y pobre. Un rondeño distinguido, Cristóbal de Salazar Mardones, secretario del Consejo de Italia en la sección de Sicilia, no había podido hacerse en 1642 de un ejemplar de las Rimas, impresas en 1591. Nicolás Antonio, en su Bibliotheca Hispana nova, equivocó en diez años la fecha de su fallecimiento. Otro rondeño antes citado, Rivera y Valenzuela, en 1766, fue cómplice de don Cristóbal de Medina Conde en retrasar otros seis años la de su venida al mundo, y a la vez propagó una porción de datos no menos inciertos, que sin embargo se tomaron después por base de la biografía. Tratando de trazarla López de Sedano en 1770, en el tercer tomo del Parnaso Español, poco dijo, y eso poco plagado de inexactitudes, por osar deducir ad libitum los datos históricos de ESPINEL de la lectura poco meditada de sus obras poéticas. Mas crasos errores, y con no menos buena intención divulgó de 1787 a 1799 López de la Torre Ayllon y Gallo, primero en su correspondencia con el presbítero de Fonda, don Jacinto José de Cabrera y Rivas, y después con el bosquejo biográfico que insertó en la Colección de españoles ilustres, pretendiendo formar también el pedestal de la figura del escritor sobre las revelaciones literales del Marcos de Obregón, de donde surgió y se arraigó la idea de que esta era la auto-biografía antedicha. Entre tanto los historiadores y los críticos así propios como extraños tomando por puntuales las noticias autorizadas desde publicaciones casi oficiales, extendieron la fábula como noción de la verdad tocante a la vida del poeta, y fábula es cuanto acerca de ellas se lee en Sedano y Burgos, Quintana y Gil y Zárate, Silvela y Castro, entre los nacionales, y en Sismondi, Buvterweck, Ticknor, Tieck, Algernon Bangton, Baret, Michaud, Weiss, Bouillet, Höffer y por último en todos los Diccionarios biográficos, entre los extranjeros.

No puedo hacer aquí in extenso el trabajo documental que reservo para más propicias circunstancias: permítaseme, sin embargo, diseñar un simple bosquejo de la vida del maestro VICENTE ESPINEL sobre la fe de mis investigaciones de veinte años y de los documentos reunidos por mi constancia y diligencia. El nombre del lugar de su nacimiento Ronda, él lo acreditó en las portadas de sus libros, en las canciones a su patria y en las referencias directas del Obregón a su persona. En el libro II de bautismos de la parroquial de Santa Cecilia, al folio 36 vuelto, consta la fe de su bautismo en 28 de diciembre de 1550, siendo sus padres Francisco Gómez y Juana Martín. Jacinto Espinel Adorno, en El premio de la constancia o pastores de Sierra Bermeja, testifica que esta fue de familia de conquistadores. El mismo VICENTE ESPINEL hace al primero oriundo de las montañas de las Asturias de Santillana, y añade que aunque con alguna hacienda la perdió en negocios infortunados. También dice él mismo que su primera instrucción la recibió en Ronda, en las aulas del bachiller de la gramática Juan Cansino. el cual le enseñó a traducir no mal un epigrama latino y a componer otro y con esto un poco de música y saber callar ya estuvo dispuesto en las primeras mocedades para que su padre, tratando de sacar fruto del talento que precozmente revelara pusiérale al cinto una espada de Bilbao, en la maleta un ferreruelo de ventidoceno de veinte ducados, y con su bendición y lo que pudo, que no debió de ser mucho, enviárale con un arriero a Salamanca, donde se hiciera famoso en los estudios. La salida de ESPINEL, de Ronda para la Universidad maestra, coincidió con el segundo levantamiento de los moriscos de la sierra de Istan y los alistamientos y la leva de hombres, desde los 18 hasta los 30 años, que juntó para calmarlo el duque de Arcos, don Rodrigo Ponce de León; de este deber sólo estaban exentas las gentes de iglesia y los estudiantes.

La aparición del nuevo escolar en Salamanca la acreditan los libros de matrícula correspondientes a los cursos de 1570 a 1571 y de 1571 a 1572, en los cuales se registra inscrito en la facultad de Artes. Las notas que obtuviera se han perdido con los libros de pruebas en donde constasen. En los de grados no se encuentra su nombre. En las inscripciones de matrículas se le nombra: VICENTE MARTÍNEZ ESPINEL, natural de Ronda, diócesis de Málaga. En el Obregón no se da ciertamente ESPINEL, aires de opulento ni aun de adelantado en sus estudios en la Universidad. Acerca de estos él mismo dice en el descanso XII de su primer relación:-«Yo confieso de mí, que la inquietud natural mía, junta con la poca ayuda que tuve, me quebraron las fuerzas de la voluntad para trabajar tanto como fuera razón.» Respecto a los medios de su vida, añade en el mismo lugar: «Estábamos después de esto, tres compañeros en el barrio de San Vicente, tan abundantes de necesidad, que el menos desamparado de las armas reales era yo, por ciertas lecciones de cantar que yo daba; y aun las daba. porque se pagaban tan mal que antes eran dadas que pagadas. y aun dadas al diablo.» Aun así tuvo en 1572 que interrumpir los estudios, a consecuencia de haber cerrado y dispersado la Universidad el corregidor don Enrique de Bolaños, por los disturbios y encuentros de estudiantes que promovieron los bandos formados a causa de la prisión y proceso del sabio maestro Fray Luis de León. Tenía a la sazón ESPINEL veintidos años, y emprendió a la apostólica, como él mismo dice, aquella peregrinación hacia Ronda, su patria, visitando y deteniéndose en Madrid y en Toledo, recibiendo en Ciudad Real los regalos y socorros de la monja doña Ana Carrillo, señora muy principal de los Villaseñores de Murcia y de los Maldonados de Salamanca, y tocando y descansando en varios lugares ricos en Andalucía.

Pocos meses después de la llegada de ESPINEL al hogar paterno, unos parientes de estos, algo hacendados, Bartolomé Martínez Labrasola y Catalina Martínez, cónyuges, y la última hermana de Juana Martín, se resolvieron a fundar capellanía de una parte de sus bienes, «nombrando por primer capellán a su sobrino VICENTE MARTÍNEZ ESPINEL, hijo de Francisco Gómez, porque es mancebo virtuoso que la servirá muy bien,» según textualmente reza la escritura de fundación, cuya copia tengo a la vista, y que fue otorgada ante el escribano público Juan Gil Acedo en 3 de agosto de 1572. Consistían los bienes de esta fundación en unas casas que los Martínez Labrasolas poseían en Ronda, barrio del Mercadillo, arrabal de la Puente y calle de las Peñas, con expresión de ser once moradas lindando unas con otras y en unas viñas de cuatro aranzadas del pago del mismo Mercadillo, cerca de la torrecilla de la dehesa. Tenían estos bienes un gravamen censual de 30.000 maravedís de principal en favor de don Pedro Ponce de León, de la casa ducal de Arcos, y después de imponer al capellán ciertas obligaciones de su ministerio, se determinó el orden de la sucesión en ellos, debiendo recaer en el convento y religiosos de la Merced, cuando concluyeran estos llamamientos, como en efecto se acabaron en 1666. Influyó en 1572 en todas estas disposiciones un religioso de la redención de cautivos, montañés de origen, como el padre de ESPINEL, hombre en su siglo de sumos respetos así por sus grandes dotes personales, como por su mucho influjo y el de sus parientes en la corte de Felipe II, y que frecuentemente hacía largas residencias en el convento de Ronda, situado a la sazón en el lugar aún llamado la cruz de San Jorge, bien próximo por cierto a las moradas en donde ESPINEL debió nacer y su familia habitar. Llamábase este religioso Fray Rodrigo de Arce, y ESPINEL en sus Rimas le dedicó luego una de sus más bellas canciones. En las redenciones de África tenía una inmensa reputación, y a Ronda trajo convertido desde Argel al hijo de Bocazan-bey, que tomó en la pila el nombre de don Diego de Arce, y que disfrutó de por vida una pensión que le señaló el rey Felipe II, según refieren Fray Alonso Remon y Bernardo de Vargas, cronistas de la orden a que Fray Rodrigo perteneció.

Tal vez el favor de éste colmó de valiosas recomendaciones a ESPINEL en su segunda expedición a Salamanca. Aunque el poeta declara que esta vez pasó tres o cuatro anos (sólo fueron dos) en esta ciudad, y de que se le dio una plaza en los verdes de San Pelayo, hallándose de escolares en este colegio el que luego fue obispo de Valladolid, don Juan Vigil de Quiñones, y el consejero de la Inquisición don Juan de Llanos y Valdés, la circunstancia de no aparecer más el nombre del poeta ni en las matrículas de la Universidad ni en los registros de San Pelayo, hace sospechar sobre la condición de la plaza que en este coleio se le dio, de seguro más humilde que la posesión de una beca. Sin embargo, si hemos de creer a Lope de Vega en el Papel sobre la nueva poesía, de esta época datan las relaciones de amistad y compañerismo que ESPINEL mantuvo toda su vida con el marqués de Tarifa. primogénito del duque de Alcalá de los Gazules, con otros títulos y grandes, como los Alba y los Girones, con Pedro de Padilla, caballero del hábito de Santiago, con Luis Gálvez de Montalvo, que lo era de la orden de San Juan de Jerusalén, con don Luis de Vargas Manrique, con los Argensolas, con Pedro Liñán de Riaza, con Pedro Lainez, con Marco Antonio de la Vega, con el doctor Garay y últimamente con el joven don Luis de Góngora y Argote, recién llegado de Córdoba. De estos, los que no presumían de caballeros, tenianse por hidalgos de renta y caudal, aunque estudiantes y poetas todos. ¿Fue que con ellos solamente lo introdujo su superioridad en la poesía, o su habilidad, que Lope llamó repetidas veces única, en la música y el canto? Estas facultades le abrieron la casa de doña Agustina de Torres, en la cual, un López Maldonado, en la Elegía de su muerte, se reunían los más famosos músicos de la ciudad, el gran Matute, el celebrado Lara, el divino Julio, Castilla y otros.




ArribaAbajo- V -

La ambición y el amor sacáronle de Salamanca a vida más activa. Por orden del rey Felipe II formábase en el otoño de 1574 armada de más de trescientas velas y veinte mil hombres en el puerto de Santander. Por capitán general de ella iba el más intrépido marino que a la sazón tenía España. Pero Menéndez de Avilés, el famoso adelantado de la Florida. Su misión permanecía secreta y reservada; bien que todo el mundo creyera fuese la primera invencible de Felipe II contra Isabel de Inglaterra. Era el almirante don Diego Maldonado, caballero de bonísimo gusto, de los de esta casa en Salamanca y algo pariente de linda moza que acaso a la sazón ESPINEL platónicamente cortejaba. Por todos estos merecimientos diose al novel estudiante alférez la bandera del segundo capitán. Mas aquella escuadra portentosa no llegó a cumplir su destino. La peste la asedió en el mismo puerto, destruyéndola sus hombre, y entre otros cabos que murieron, hizo la muerte presa también del bizarro caudillo que había de mandarla. Un viento de dispersión sopló por los escasos restos de los que habían quedado, y ESPINEL, aunque convaleciente de unas fiebres malignas, cedió a la inquieta condición de su carácter, no tornando la vuelta hacia Salamanca, sino escapando por Laredo y Portugalete a la capital de Vizcaya; desde Bilbao a Vitoria, donde lo hospedó y mimó, un gran caballero y amigo suyo, don Felipe de Lezcano; desde Álava a Navarra, por visitar al condestable de la casa de Alba, de la cual ya comenzaba a recibir protección, de allí a Zaragoza, donde le obsequiaron los Argensolas y otros ingenios amigos, durante su larga estancia en la capital de Aragón, y después de haber trafagado toda la Rioja, y visitado a Burgos, vino a recaer en Valladolid y en el escuderaje del egregio conde de Lemos, don Pedro de Castro, gran amigo de la gente alegre de bizarro ingenio.

Cerca de cuatro años consumiéronse, en esta vida, que a aquel robusto amparo tal vez se hubiera prolongado, sin la ocasión de la infortunada empresa del rey D. Sebastián de Portugal a África, adonde fueron 5000 españoles en las 50 galeras con que le auxilió el rey Felipe II a quien Lemos a su llamamiento acudió presuroso para servirle. «Víneme de Valladolid a Madrid dice el mismo ESPINEL y siguiendo la variedad de mi condición y la opinión de todos, fuime a Sevilla con intención de pasar a Italia ya que no pudiese llegar a tiempo de embarcarme para África.» En efecto, no llegó; quedóse en Sevilla al abrigo de ilustres camaradas, y en el largo año que residió en la ciudad del Guadalquivir hizo de su vida una continua tempestad de desvanecimientos juveniles. Arrastró su musa por el lodo de la obscenidad y del sarcasmo; su vivo ingenio y sus músicas habilidades disipáronse entre los lupanares de Baco y Venus, púsose espada al flanco; echole de valiente; suscitó pendencias; anduvo a cuchilladas y al ojo de la justicia y, como él mismo dice, comenzó a alear más de lo que le estaba bien, y aun tanto que el marqués de la Algaba, D. Luis de Guzmán que le amparaba, llegó a mostrarse reacio en su refugio, viéndole empeñado en tales causas que tuvo que tomar sagrado tal vez para evitar mayores inconsideraciones. No por eso faltáronle amigos: por tal se le declaró un joven príncipe, tan gallardo de presencia, como amable de carácter, que vino por aquel tiempo a Sevilla a visitar a su tío el arzobispo D. Cristóbal de Rojas y Sandoval: llamábase él D. Francisco Gómez de Sandoval: llevaba por título el de marqués de Denia, y estaba destinado a representar en la política y el gobierno de España el papel más importante, bajo el de Duque de Lerma con el que reconoce la historia al poderosa valido del rey Felipe III. Influía en la borrascosa conducta de ESPINEL por aquel tiempo la fiebre del despecho a causa del desengaño sufrido en aquellos amores puros, juveniles, risueños que comenzara, en salamanca, y Denia descendió a mitigar aquel violento estado, favoreciendo a ESPINEL en sus necesidades y allanándole los obstáculos para alejarle del lugar de los combates de su espíritu, haciendo descubrir ante su mente aventurera los poéticos horizontes de Italia, sonrosados con la compañía y el favor inmediato del Duque de Medina-Sidonia, D. Alonso Pérez de Guzmán, a quien acababa de darse el gobierno de Milán, para donde él ya disponía el envío de ajuares y criados en un galeón arragocés13, que se hacía a la vela para el golfo de Génova.

Surge, durante esta navegación, una cuestión histórica, que hasta ahora ningún biógrafo se ha atrevido a abordar para darle una explicación definitiva. ESPINEL, refiriendo los azares de aquel viaje, dice que habiéndose refugiado el galeón a la isla Cabrera y habiendo saltado alguna gente a tierra en busca de agua, fue con otros sorprendido por unos piratas africanos que los llevaron cautivos a Argel: narra luego prolijamente la vida y las vicisitudes del cautiverio, y por último, después de mil lances novelescos la manera como preso el galeón de su amo cerca de las aguas de Mallorca por las galeras de Génova que gobernaba el Sr. Marcelo Doria, fue primero maltratado teniéndole por renegado también, luego reconocido por Francisco de la Peña, uno de los músicos de a bordo, presentado al general más tarde, y remediado y conducido a Génova, a casa del embajador Julio Espínola, que él había tratado como amigo en Valladolid, y que juntamente con Marcelo Doria, le proveyó de dinero y cabalgadura par que se trasladase a Milán. O hay que aceptar como cierto en el Marcos de Obregón este episodio autobiográfico de ESPINEL, o hay que negarlos todos. En ninguno el autor pone entre él y el lector mayor número de testimonios vivos: él cita las personas con abundancia, y es uno de los pasajes en que casi descubre que el nombre de Marcos de Obregón, adoptado para el protagonista de su obra, no es sino el pseudónimo bajo el que oculta el suyo verdadero. La glosa de las octavas cantadas a bordo y a cuya música suspiró, son de las más conocidas de sus canciones; él dice además: cantaron unas octavas mías. Peña lo denunció después al general como autor de la letra y de la sonata. Y cuando el general le preguntó: ¿Cómo os llamáis? Y él le respondió: Marcos de Obregón; Peña se apresuró a rectificar diciendo: -FULANO (es decir ESPINEL) es su verdadero nombre, que por venir tan mal parado debe de disfrazarlo.

Cotejando los hechos en que ESPINEL refiere haber intervenido con las fechas de estos acontecimientos históricos, preciso es confesar que existe una perfecta, absoluta correspondencia sin que jamás se le sorprenda en el menor desliz: de modo que lo que narra lo cuenta. no como el contemporáneo que recuerda lo que ha oído, sino como el testigo que tiene presente y muy presente hasta el menor detalle de lo que ha visto a fines de 1578, en efecto, desembarcó en Génova; por Alejandría de la Palla, de donde era gobernador D. Rodrigo de Toledo pasó a Milán, donde esta ve no se detuvo, continuando su marcha a Flandes, y yendo a parar al ejército que mandado por Alejandro Farnesio, príncipe de Parma, desde la muerte de D. Juan de Austria, disponíase a dar el asalto general de Maestrich, uno de los hechos de armas más grandiosos de aquella época militar. Allí encontró a D. Hernando de Toledo, el tío, y a D. Pedro de Toledo, marqués de Villafranca, en quienes, como en todos los de la casa de Alba, la amistad a ESPINEL era cosa como del hogar o de la sangre; allí al ingenuo caballero D. Alonso Martínez de Leiva, a quien el mar de Irlanda en 1588 abrió la tumba, al más dulce prodigio de las musas; allí, por último, a aquel bizarro príncipe Octavio de Gonzaga, casado con D.ª Sicilia de Médicis, en cuya morada en Milán y Mántua el poeta de Ronda habría de hallar luego la hospitalidad más noble y la protección más espléndida. Con solo repasar el libro de las Rimas se viene en conocimiento de lo que fueron estos príncipes para ESPINEL. A D. Hernando de Toledo, el tío, dedicada está aquella Égloga sublime, resumen de la historia de sus amores con doña Antonia de Calatayud14, en Salamanca y Sevilla; en las dos Canciones a los jóvenes consortes Gonzaga y Médicis, de la casa ducal de Mantua, se expresa la abundante felicidad que aquellos ilustres magnates derramaron con su favor en el alma de ESPINEL. Desde la rendida fortaleza del Brabante el poeta siguió a Octavio de Gonzaga en la vuelta para Milán, y aquí el generoso príncipe, con ocasión de la muerte y los funerales de la reina doña Ana de Austria, que en la capital de Lombardía se lloró con soberbias exequias, colmole de honor, haciendo que a ESPINEL se le designase para las leyendas en verso castellano y latino que habían de adornar el túmulo levantado en la incomparable catedral para la fúnebre solemnidad en que él mismo celebró después haber oído la palabra inspirada del santo arzobispo, Carlos Borromeo, en el elogio póstumo de tal reina. También los versos castellanos que entonces ESPINEL compuso forman parte de sus Rimas desde el folio 100 al 103.

Aunque en los tres años, próximamente, que residió el poeta en Lombardía, quéjase de no haber disfrutado salud, ni de haber hecho en ellos cosa alguna literaria de importancia «por lo poco que entre soldados se ejecutan los actos del ingenio,» casi todas las composiciones que escogió después para coleccionarlas, fueron escritas en Italia. Concurrieron allí diversas naciones de franceses, alemanes, italianos y españoles, él mismo confiesa que hubo de escoger el latín para entenderse. Por último, en el Descanso V, de la Relación III, dice que en Milán concurría a casa de D. Antonio de Londoño, presidente de aquel magistrado15, muy sabio en las artes filarmónicas, en cuya morada había siempre junta así de excelentísimos músicos, como de voces y habilidades, donde se hacía mención de todos los hombres eminentes de la facultad. «Tañían, añade ESPINEL, vihuelas de arco con grande destreza, tecla, arpa, vihuela de mano por excelentísimos varones en toda clase de instrumentos.» Todo estos revela que la permanencia de VICENTE ESPINEL en Italia, lejos de ser perdida, fuele muy provechosa, pues allí pudo perfeccionarse y perfeccionó de hecho sus facultades, como se notará más adelante, cuando en ellas veámosle encontrar el más sólido refugio de su vida. No dejó de luchar, sobre todo con la escasez, que fue el torcedor perpetuo de sus gustos mientras vivió; y en su propio testamento, hecho cerca de medio siglo más tarde, todavía debía acordarse de los apuros que pasó en Milán, cuando dictaba al escribano Juan Serrano: -«Item, declaró que debo en la ciudad de Milán, en Lombardía, veinte ducados a un mercader que se llama Ludovico Mato de Recto, de un ferreruelo de gorgueran que me vendió habrá tiempo de treinta y seis años, los cuales quiero que se le paguen, y si fuese muerto a sus herederos, y caso que no los haya el señor Maestro Franco se los diga de misas para sus almas.»

Cansado de la vida militar, puesta la vista en el porvenir y viéndose en el promedio de la vida sin puerto de salvación para la vejez, trató de regresar a España, mas no sin visitar a Pavía, Turín, Venecia y otras ciudades italianas de gran fama. D. Hernando de Toledo, el tío, le tomó luego muy alegremente en Saona en sus galeras hasta desembarcarle en Barcelona. Pasó a Madrid, donde muchos le conocieron en 1584 y a poco tomó la resolución de volver a Andalucía, decidido ya a echar la llave al ardor juvenil y a recogerse al amparo de aquella carrera en la que todavía le brindaba algún descanso la próvida fundación de 1572.




ArribaAbajo- VI -

Todos los actos eficaces de la vida del hombre y del poeta comienzan desde esta época. De sus mal pergeñados apuntes y papeles, y del rico arsenal de su memoria, procuró entresacar aquellas obrillas líricas de la juventud, que formaban el bello ramillete del ingenio y del corazón en la risueña edad de sus alegres mocedades. Enviándolas a la censura de D. Alonso de Ercilla, que confesaba ser de los mejores versos líricos que el había visto16, desde la primera página declaró ESPINEL el objeto que se proponía al intentar publicarlos, con aquel bello soneto, que le sirvió de introducción y es sin duda uno de los mejores que hay escritos en castellano.

Dice así:


   Estas son las reliquias, fuego y hielo,
con que lloré y can é mi pena y gloria,
que pudieran ¡oh España! la memoria
levantar de tus hechos hasta el cielo.
    Llevóme un juvenil, furioso vuelo
por una senda de mi mal notoria,
hasta que, puesto en medio de la historia,
abrí la vista, y ví mi amargo duelo.
   Mas retiréme a tiempo del funesto
y estrecho paso, dó se llora y arde,
ya casi en medio de las llamas puesto:
   Que, aunque me llame la ocasión cobarde,
más vale, errando, arrepentirse presto,
que conocer los desengaños tarde.



Tal vez a su regreso de Italia, ESPINEL había ya perdido sus padres en Ronda. Ello es que al volver a Andalucía no se dirigió desde luego a la ciudad que le vio nacer, sino a Málaga, a echarse en brazos de su antiguo amigo y camarada don Francisco Pacheco de Córdoba, que desde 1575 ocupaba la mitra de esta diócesis y desde Málaga por la costa de Marbella, a la Sauceda de Ronda en una de cuyas pequeñas poblaciones de la propiedad del duque de Arcos, Casares, a la orilla derecha del Guadiaro. residía aquel Pedro Ximenez de Espinel hermano de Juana Martín, madre del poeta de quien éste hace la descripcion, presentándolo como el hombre perfecto de la filosofía natural en la sencillez de su trato, en la templanza de sus costumbres, en la prudencia de su consejo y, en la modestia y rectitud de su sano discurso. Ciertamente aquellas dos visitas fueron para nuestro protagonista del mayor interés, pues por los hechos posteriores resulta como indudable que si con la primera se allanó el camino para su ingreso al sacerdocio, con la segunda debieron removerse cualesquiera clase de obstáculos que para el disfrute de la desamparada capellanía hubieran surgido desde 1572. No obstante es de presumir que, conocidas sus intenciones en Ronda por las emulaciones y envidias que en el país natal levanta siempre toda capacidad que sabe elevarse sobre el nivel común, se trató de suscitarle inconvenientes, cuyas asperezas ESPINEL procuró limar mediante aquella Cancion a su patria, unos de los poemas más ardientes que brotaron de su lira, y en que humilde, modesto, postrado, pidió a su cuna nuevo amoroso regazo y a sus compatricios benevolencia y protección. También se duda de que nunca las obtuviera, pues por aquel tiempo dirigió a su nuevo Mecenas, el obispo de Málaga, Pacheco de Córdoba, la enérgica Epístola, donde sin declinar nada de las licencias de su juventud, apostrofaba a sus enemigos y condenaba la ruindad de las pasiones que contra él concitaban, con el vigor y la elocuencia propias de su pluma varonil abandonada a los arrebatos de su altivo corazón. He aquí algunos de estos robustos tercetos:


   Bien sé, que yendo la razón delante,
de virtuoso no merezco el nombre,
mas que de docto y sabio un ignorante;
    Bien sé que no soy ángel, sino un hombre,
y no quizá de inclinación tan buena
que de Florencia y de Turín se asombre.
    Tuve en la juventud, de abrojos llena,
virtudes pocas, abundantes vicios,
que me amenazan con ardiente pena.
    De la templanza traspasé los quicios:
de Baco y Ceres ocupé el regazo;
y en Chipre hice alegres sacrificios.
    De mal sufrido tuve mi pedazo;
y al maldecir de la figura muda
levanté contra el cielo rostro y brazo.
    Acostumbré con libertad desnuda,
decir mi parecer al más pintado
en torpe estilo o con razon aguda;
    Algo fui maldiciente y confiado;
juez severo; en alabar remiso;
a todos los extremos inclinado;
    Tal vez Gorgonio fui, tal vez Narciso;
y para no cansaros ni cansarme,
dejé el humor correr por donde quiso.
    Yo lo confieso: pueden condenarme
por mi dicho, mejor que por mi dicha.
Que ni quiero, ni quieren perdonarme...



Tras esta confesion leal e ingenua, aunque valiente, el poeta revuelve, como quien de su superioridad tenía tan hecha la conciencia, contra sus detractores, y así los apostrofa:


   ¿De qué le sirve aquel andar compuesto
al virtuoso, trafagando el mundo,
a mil peligros y borrascas puesto;
    andar surcando el ancho mar profundo,
seis dedos de la muerte, en pino y brea,
sujeto al soplo de Eolo furibundo;
    atravesar de la biforme y fea
Scila y Caribdis el estrecho seno,
por ver el monte dó llegar desea;
    si un torreznero, de malicias lleno,
y de cecina y nabo el tosco pancho,
de ciencia falto y de virtud ajeno,
    se ha de poner repantigado y ancho
a escudriñar las cosas reservadas
en su estrecha pocilga y bajo rancho?
    Oscuras sabandijas levantadas
del polvo de la paja, y de la escoria
de las putrefacciones engendradas!
    ¿Podréis meter la mar en una noria
tener el viento en un costal atado;
cubrir el sol, privarnos de su gloria?
    Ni más ni menos estará encerrado
en vuestro pecho aquel profundo abismo
de la virtud, a pocos reservado.
    Entre la discreción y el barbarismo
¿qué parentesco dais? ¿Qué descendencia
entre la ciencia y vuestro ingenio mismo?
    Entre la necedad y la prudencia
¿qué símbolos halláis: que a tanto llega
de un atrevido pecho la insolencia?
    ¡Oh carcoma infernal! ¡Oh envidia ciega,
rabioso cáncer que en el alma imprime
gota coral que al corazón se pega!
    Envidia es ocasión que no se estime
al virtuoso, y que le den de codo,
y que, olvidado, a la pared se arrime.
    Envidia es ocasión, en cierto modo,
que no esté puesto en el lugar más alto,
quien vos sabeis, y sabe el mundo todo...



En medio de estas adversidades, tal vez inesperadas, ESPINEL completó sus estudios de moral en Ronda, y llegó de una en otra a todas las órdenes del sacerdocio en Málaga. Es lástima que en los archivos de aquella mitra el desorden y el saqueo hayan hecho total estrago de muchos papeles interesantes para la historia, pues contra la desaparición absoluta de todos los que conciernen al registro de ordenes de aquel tienipo han tenido que estrellarse los esfuerzos de mi querido hermano el licenciado don Leonardo Pérez de Guzmán, mi colaborador asiduo con su inteligencia, su saber y sus recursos en las investigaciones sobre ESPINEL, y a quien yo di el encargo de buscar el modo de puntualizar las fechas que a esta parte de la vida de nuestro protagonista corresponden. Este silencio de los documentos textuales por fortuna no se prolonga; pues el Archivo general de Simancas, ya desde 1587 nos suministra nuevos instrumentos diplomáticos desde el primer cargo eclesiástico que desemepeñó ESPINEL. Fue éste un medio beneficio en Ronda el cual hasta aquí se había atribuido también el favor del obispo Pacheco, cuando este prelado se hallaba ya en posesión de la sede de Córdoba, estando vacante la de Málaga como se advierte por el siguiente documento que traslado íntegro. Dice así:

A SU MAGESTAD

Del Dean y cabildo de la Yglesia de Malága: 4 de Mayo 1587.

Nominacion de medio beneficio de Ronda,

a VIZENTE SPINEL.

«Señor: en la yglesia de la çiudad de Ronda está vaco vn medio benefiçio, por ascension que dél hizo a vn beneficio entero en la misma yglesia el bachiller Joan Reynaldos; para el qual se pusieron edictos, y de las personas que se oppusieron al dicho beneficio se hizo exámen de la çiençia, vida y costumbres y limpieça, como V. Mag.d por sus çedulas tiene ordenado y mandado, y juntos en nuestro cabildo, sede vacante, llamados para la eleccion del dicho beneficio: en el primer lugar, por la mayor parte, salió nombrado VICENTE ESPINEL, vezino de dicha ciudad de Ronda: es clérigo presuítero, buen latino y buen cantor de canto llano y de canto e órgano. -En el segundo lugar salió nombrado, por la mayor parte de los Capitulares, GONÇALO GIL GINETE, beneficiado del burgo, vezino asimisino de la dicha ciudad de Ronda: es clérigo, presuítero; dió buena quenta de la gramática y de sacramentos; canta con buena voz. -En el Tercero lugar salió nombrado, por la mayor parte de los Capitulares, BARTOLOMÉ XIMENEZ, clérigo presuítero, vezino asimismo de la dicha çiudad de Ronda y benefiçiado de Villaluenga: Tiene Tres cursos de Cánones; canta medianamente. -Todos estos tres así nombrados tienen buena opinión de vida y costumbres y son limpios christianos viejos. Vuestra Magestad hará mercéd á aquella su Yglesia que con breuedad se prouea este beneficio por la falta que en ella ay de ministros. Dios guarde la cathólica persona de Vuestra Magestad, de Málaga a quatro de Mayo de 1587 años. -EL LICENCIADO DON BARTOLOMÉ ABRIO, dean. -Su rúbrica. -DIEGO FERNÁNDEZ, racionero. -Su rúbrica. -Por el Dean y Cabildo de la Santa yglesia de Málaga, FRANCISCO PIÑOSO BARRANTES, secretario. -Su rúbrica. -Al márgen hay un decreto que dice: -Dese al primero. -Hay una rúbrica.»17



Insoportable debió ser para ESPINEL la monótona vida de Ronda, bien que por aquel tiempo se hubieran calmado algo las tempestades que la envidia le levantó a su vuelta. Así al menos lo corroboran la Epístola, dedicatoria de sus Rimas a su joven alumno don Antonio Álvarez de Beaumont y Toledo, duque de Alba y de Huéscar, su amigo y su Mecenas; otra Epístola que desde Granada escribió también a su no menos estrecho camarada don Juan Tellez Girón, marqués de Peñafiel, primogénito de don Pedro Girón, tercer duque de Osuna tan afecto a poetas como el anterior, y a quien Juan de la Cueva de Gazoza, Luis Barahona de Soto y otros ingenios, dedicaron obras inmortales. Por último hay, otra tercera carta de ESPINEL, en tercetos al doctor Luis de Castilla, mayordomo del joven duque de Alba, en el mismo sentido que las dirigidas a los dos mencionados egregios magnates. ESPINEL probablemente pasó a Granada a fines del año de 1589, con ánimo de tomar el grado de bachiller en artes, que desde entonces va junto a su nombre en algunos documentos públicos. En su Epístola al marqués de Peñafiel describe con minuciosidad pasmosa de brillantes detalles el incendio de la casa de un polvorista en Granada, junto a la iglesia de San Pedro y San Pablo y cuyo fuego propagándose en breve llevó su horrible estrago hasta el palacio árabe, cuyos destrozos reconoció en 18 de febrero de 1590, de orden del alcaide de la Alhambra don Miguel Ponce de León, el aparejador de las obras reales del alcázar. Juan de Vega.

Todas estas tres cartas están llenas de desaliento y de tristeza, y sobre todo del hastío del suelo patrio. A Peñafiel ESPINEL le escribía:


   La destemplanza de este invierno frío,
y entre estos riscos el levante y cierzo
encogerán al más lozano brío.
    Estoy cual sapo o soterrado escuerzo,
cual el lagarto o rígida culebra
la cerviz corva, sin valor, ni esfuerzo.
    Voy a escribir y el brazo se me quiebra:
si quiero asir el hilo antiguo roto,
tiembla la mano al enhilar la hebra.
    Ya, gallardo marqués, estoy remoto
de mí: que la inclemencia de este cielo
tiene el ingenio remontado y boto.
    Dicen algunos que antes este suelo
por la extrañeza de estos altos riscos
dará ocasión bastante al dios de Delo.
    ¡Mirad qué gusto ofrecerán lentiscos,
chaparros y torcidas cornicabras
entre enconosos, fieros basiliscos!
    Que aquí todo el lenguaje y las palabras
es cochinos, bellota, ovejas, roña;
cultivar huertas y ordeñar las cabras;
    si crece el pan; si el alcacel retoña;
si Abbu-Hassen promete viento o lluvia
y todo el resto es vértigo y ponzoña...



Entretanto, procurando mejorar de posición. y habiendo quedado vacante en Santa María la Mayor un beneficio de los enteros, por muerte del bachiller Alonso Gómez, su último poseedor, aspiró a él presentándose en Coin a las oposiciones ante el obispo de Málaga, D. García de Haro, que sucedió a su favorecedor Pacheco. A 4 de agosto de 1591 se elevó la propuesta del prelado a la resolución del Rey. Ocupaba el primer lugar en la terna Alonso Domínguez, bachiller en cánones por Osuna y beneficiado de Marbella, el cual antes había sido durante once años cura y vicario de Ronda. Otro beneficiado de Santa Cecilia que también había desempeñado los curatos de Júzcar, Farajan Cortes, Jimera. y el del Espíritu Santo en la ciudad natal. Juan Pérez iba en el segundo, y en el tercero ESPINEL, sin más títulos que el de bachiller en artes, el de su medio beneficio en la iglesia de Santa María, su conocimiento en el latín y en el contrapunto y su destreza en canto, ansi llano, como de órgano. Esta vez el bachiller Domínguez fue más afortunado, y ESPINEL, que acababa de publicar sus Rimas no se detuvo desde Málaga hasta Madrid. No fue estéril su viaje. Había en Ronda un Hospital Real llamado de Santa Bárbara fundado y dotado desde el tiempo de la reconquista por los señores Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel. Disfrutaba pingüe renta con los acrecentamientos que después se le habían ido agregando, y tenía un capellan de nombramiento real y con consignación no escasa para los ministerios espirituales. El licenciado Francisco Díaz Gil había sido el primero en este oficio que sirvió por espacio de más de treinta años desde 1520, en que el emperador Carlos V organizó aquella fundación. Sucedióle hasta edad muy avanzada el licenciado Pedro Díaz Cansino, y a su muerte ocurrida en la primavera de 1591 la ciudad nombró capellán interino entretanto que S. M. resolvía. No se allanó a aprobar esto el obispo de Málaga, y en tal disputa ESPINEL presentándose en Madrid, obtuvo que en él se resolviese la cuestión. Mal sentó en la ciudad su nombramiento; pero él quiso salvar el conflicto quedándose personalmente en Madrid a caza de pretensiones mas ventajosas y nombró para el Hospital Real de Ronda sustituto en el licenciado Gabriel Espinosa de los Mossos, beneficiado de la Mavor y Comisario del Santo Oficio. Desde entonces comenzó en Ronda una nueva y cruda guerra contra ESPINEL, de quien se pretendía nada menos que renunciara el cargo. En 12 de enero de 1594 la ciudad elevó un papel al Rey, en el cual le exponía que el Hospital se hallaba abandonado, que el beneficiado VICENTE ESPINEL, a quien dio el Rey su capellanía, «está en essa corte y no la a ydo ni ha a servir de que a auido algunos ynconvenientes» y por último solicitaba mandase «al dicho UIÇENTE ESPINEL la baya a seruir dentro de vn mes, donde no que V. mag.d mande nombrar otro capellán, pues no es justo que los pobres padezcan por no querer y a cabo de tanto tiempo.» Por cédula de S. M. mandose a ESPINEL fuera a residir su destino: pero él halló medio de excusarlo presentando en 28 de abril instancia acompañada de una información de médicos hecha ante el vicario de Madrid, Alonso Serrano, canónigo de Toledo en la cual el doctor Maximiliano de Céspedes y el licenciado Baltasar de León declararon que, a causa del mal de orina y carnosidad que ESPINEL padecía a ponerse en camino sin curarse, quedaba su vida en peligro. A pesar de todo, no fue posible prolongar mucho tiempo este estado y al cabo, en la primavera de 1595, hizo el poeta su cuarta y último expedición a su patria,

¿Volvió verdaderamente en ella a los desenfrenos de su juventud? ¿Fueron todo armas de enemistad y venganza contra él? En 1596 por gestiones de Ronda se le quitó el medio beneficio de Santa y luego se redactó en su daño una información sobre su vida y costumbres desarregladas que el corregidor de Ronda, Alonso de Espinosa Calderón, elevó al Rey en 24 de octubre de 1597. Habiendo sido remitida de orden de Felipe II al vicario de aquella ciudad se ha perdido este documento y no consta por lo tanto en la copiosa colección diplomática de Simancas. Sería curioso verlo. Lo que consta en cambio son ciertas cartas del corregidor citado y de la ciudad en pleno, fechas de 24 de octubre de 1597 y de 18 y 27 de enero de 1598, con las sentidas quejas que las produjeron. Espinosa Calderón acusó a ESPINEL de que con la renta del Hospital «lo pasa muy bien, sin que en ninguna cosa se ocupe en el servicio de V. mag.d como fundador dél, ni en munchas cosas a questá obligado del seruicio de dios, nuestro senor;... y apurando al capellan lo haga, se escusa con dezir no está obligado ni á otra cosa alguna, ni lo haze mas de tirar la rrenta.» No tuvo efecto este aviso, y entonces se escribió otro en que se agravaban los cargos y, se decía: -«a el presente sirue el dicho ospital VIÇENTE ESPINEL. Este capellan es hombre de tales costumbres, trato y manera de bibir, que paresce por la ynformacion que va con esta por sus vicios y culpas y excessos y neglixençias y cobdiçia, conviene al seruicio de dios. nuestro señor, y de Vuestra Mag.d que se sirua Vuestra mag.d de mandar proueer rremedio, mandando nombrar otro capellan qual convenga, porque con rreprehencion ni castigo entendemos no podrá auer rremedio contra lo ques condiçion propia y costumbres antiguas.» A esta representación, además de la del corregidor, acompañaban las firmas de los caballeros regidores Diego Ximenez Bustos, Don Bartolomé de Villalón, Rodrigo Espinosa de la Rua, Martín González Gil, D. Gutierre de Escalante y D. Gaspar Vázquez de Mondragón. No obstante el castigo para ESPINEL no debió ser muy duro pues se satisfizo con nombrar un nuevo sustituto, que lo fue hasta su muerte en la persona del beneficiado José Ruiz Parra. Y en volverse él a la corte a su vida brillante de las letras y del arte que profesaba.




ArribaAbajo- VII -

A 13 de septiembre de aquel año de 1598 murió en el Escorial el rey Felipe II y no fue antes llegar a Ronda la noticia. que disponer su vuelta a la corte el inquieto capellán de Santa Bárbara. Al principio de 1590 entró en Madrid y para mayo del mismo año ya se le había dado colocación permanente en uno de los cargos que más podían halagar la idea que él mismo tenía de sus propias habilidades. La facultad y los conocimientos musicales de ESPINEL, y su invención de la quinta cuerda de la guitarra española, más bien han sido considerados hasta aquí, como adorno de su persona y perfección de su ingenio, que como progresos positivos en una profesión, que a él le valió en vida tanta dignidad como el sacerdocio. El papel que en el arte divino ha representado siempre la guitarra no ha sido por otra parte, el más adecuado para conceder importancia a los adelantos reflejados sobre este instrumento. Sin embargo en el acto I, escena 8.ª de la Dorotea hace Lope de Vega decir a Gerarda: -«A peso de oro avíades vos de comprar un hombrón de hecho y de pelo en pecho, que la desapasionase de estsos sonetos y de estas nuevas décimas o espinelas que se usan; perdóneselo Dios a VICENTE ESPINEL, que nos trujo esta novedad y las cinco cuerdas de la guitarra con que ya se van olvidando los instrumentos nobles

El doctor Cristóbal Suarez de Figueroa en su Plaza universal de todas las ciencias en 1615, llamó a ESPINEL, autor de las sonadas y cantar de sala, al tratar de los tañedores insignes de guitarra como Benavente, Palomares, Juan Blas de Castro y otros. El portugués Nicolas Doyzi de Velasco, músico de S. M. y del Sr. Infante Cardenal D. Fernando, en su Nuevo modo de cifra para tañer la guitarra que publicó en 1630 en Nápoles, hallándose al servicio del virrey duque de Medina de las Torres, dijo que en Italia, en Francia y las demás naciones llevaba la guitarra el nombre de española, desde que ESPINEL, a quien conoció en Madrid, la aumentó la quinta cuerda, a que llamamos prima, con lo que quedó tan perfecta como el órgano, el clavicordio, el arpa, el laúd o la tiorba, y aun más abundante que estos instrumentos. De la misma invención de ESPINEL dedujo la perfección que la otorga el licenciado Gaspar Sanz en su Instrucción de música sobre la guitarra española, que publicó en 1674 en Zaragoza y dedicó a D. Juan José de Austria, el bastardo de Felipe IV. El mismo Lope de Vega, apenas nombra una sola vez a ESPINEL en alguna de sus obras, y lo nombra en muchas, sin celebrar al músico tanto como al poeta. En su dedicatoria de El caballero de Illescas dice a ESPINEL que el bello arte no olvidará jamás, en los instrumentos el arte y dulzura de «vuesa merced.» En la dedicatoria de La viuda valenciana, a D.ª Marta de Nevares. haciendo encomios de las bellas prendas que adornaban a esta señora, dijo Lope de Vega también: «si toma en las manos un instrumento, a su divina voz e incomparable destreza el padre de la música, VICENTE ESPINEL, se suspendiera atónito.» Que esta era opinión común entre los contemporáneos no es preciso acreditarlo con los pasajes del Marcos de Obregón que a ello se refieren: basta registrar los libros dogmáticos o rituales de la música de aquel tiempo, y muchos son los que entre sus precedencias contienen la autorizada firma de ESPINEL, en el catálogo de sus censuras. Sabido es que estas no se confiaban sino a personas competentes en lo que habían de examinar. Sirvan de ejemplo los Tres cuerpos de música, compuestos por Juan Gil de Esquivel Barahona racionero y maestro de capilla de la catedral de Ciudad Rodrigo, los cuales son misas, magnificat, himnos, salmos y motetes y otras cosas tocantes al culto divino todo conforme al rezo nuevo que por mandado del Sr. D. Martín de Córdoba, presidente del Consejo de la santa Cruzada aprobó ESPINEL en diciembre de 1611 hallando en ellos «muy apacible consonancia y gentil artificio y música de muy buena casta así en lo práctico, como en lo teórico.»

Sería un error creer que ESPINEL no sacara el debido provecho de esta tan educada capacidad que poseía: así se le vio en 1599, salir de Madrid para Alcalá de Henares en cuya Universidad se graduó aquel año de Maestro en artes, y desde la regia academia fundada por el cardenal Ximenez de Cisneros, dirigirse a la Capilla del obispo de Plasencia, cuyo protector D. Fadrique de Vargas Manrique le tenía reservado una plaza de capellán con 30.000 mrs. Anuales de emolumentos y 12.000 más como Maestro de la linda capilla de música de que estaba dotada aquella fundación y por enseñar a los seizes. Nada más curioso que registrar en los libros de cuentas de aquel tiempo las partidas otorgadas a ESPINEL por gastos de su ministerio en la capilla del obispo. En el libro II de dichas cuentas, a la primera vista que por ellas se pasa en las de 1599, al fól. 29 vto. se tropieza con esta partida: «Item, dá por descargo (el capellán mayor licenciado Alonso Hernandez) 46 rs. que pagó por un libro de las Magníficas, para la dicha capilla, como pareció por certificación del maestro de capilla ESPINEL.» -En las de 1601, al fól. 45 vto. También se le aprobó al mayordomo y capellán, Juan de Arganda, el siguiente capítulo: «Item: se le reciben y pasan en cuenta 3 rs. de una mano de papel que dio al Maestro ESPINEL para los villancicos.» En la capilla del obispo VICENTE ESPINEL perseveró hasta el término de sus días, y aunque algunos meses antes de su muerte ascendió por antigüedad al cargo de capellán mayor, que era el último grado de los que en ella se obtenían, nunca dejó el de maestro de la de música, pues todavía en las cuentas de 1622 y de 1623, se hallan capítulos como los siguientes: -1622- «Recíbense en cuenta al dicho mayordomo (Gabriel del Espinar) 8000 mrs. por tantos que pagó al maestro ESPINEL, maestro de capilla, de su salario de ocho meses.» -1623- «Mas se le pasan en cuenta al dicho 4000 mrs. por tantos que pagó al maestro ESPINEL, «maestro de capilla, del salario de cuatro meses.» -¿No son estas noticias tan auténticas, un solemne mentís contra los que hasta aquí han venido sosteniendo que, pobre e imbele pasó ESPINEL el resto de sus días, recogido en el asilo eclesiástico de santa Catalina de los Donados, que no era sino un Hospicio? Pero con esta ligereza está sostenido en España por los hombres más serios y de reputacion más voluminosa, todo lo que hasta aquí está escrito en materia de biografía y de historia.

La época más brillante de la vida de ESPINEL, es la que corre por todo este tiempo hasta el término de sus días. Cervantes le llamaba amigo; Lope de Vega maestro, como en nuestro siglo Espronceda, Ventura de la Vega, Pezuela, Pardo, Escosura daban este mismo nombre al venerable Lista. Apenas había solemnidad literaria que ESPINEL no graduara con su presencia, ni producción de ingenio de aquella edad que no se ufanara con su censura. Cuando al estilo de Italia se importaron a España las Academias Poéticas bajo la proteccion de los Príncipes y Grandes, la de Madrid y su protector D. Félix Arias Girón, de la casa condal de Puñonrostro, según Lope de Vega en su Laurel de Apolo, laurearon con grande aplauso de señores e ingenios a VICENTE ESPINEL, único poeta latino y castellano de estos tiempos. Fundóse en 1608 bajo la protección del duque de Lerma, el poderoso favorito de Felipe III, la Esclavonia del Santísimo Sacramento, que no era sino una gran comunidad de grandes y gentes de letras, parecida a lo que ahora es un partido político, y en la que Lerma se apoyaba para sostenerse en el poder, y a ella fue la autoridad de nombre de VICENTE ESPINEL, entre los de la flor de la aristocracia de la sangre y de las letras por aquel tiempo. Se canonizó san Isidro, patrón de Madrid, cuyo suceso fue un gran acto de la política de aquel tiempo, y a sus justas y certámenes llevó ESPINEL el óbolo de sus versos, no por la codicia del premio, sino por tributo de altos respetos. Toda Sevilla leyó en 1609 en manos de Rodrigo Caro una carta de Juan Melio de Sandoval en que le decía: -«El discurso de vuesa merced sobre la definición de la poesía tiene el señor conde de Lemos con noticia de su dueño, y ha parecido muy bien; como al maestro VICENTE ESPINEL la Canción a las ruinas de Itálica, que yo se la mostré en la calle Mayor de Madrid, y leyéndola dijo, antes que le dijéramos cuya era: -Este es ingenio andaluz. -Díjele que sí y el nombre. ¡Bien puede vuesa merced creer es buena, pues ha sido graduada por tan gran censurante.»

No prodigó ESPINEL entonces, ni nunca, los elogios de su pluma, para las precedencias de libros, aunque tampoco por esto debe creerse fue tacaño de su ingenio en las aras de la amistad. El primer libro que en 1586 se autorizó con sus versos laudatorios, fue el Cancionero de López Maldonado. Después escribió en 1599 un epigrama latino para la primera edición del Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán. En 1599 también, habiendo hallado en Madrid un antiguo camarada de las mocedades de Sevilla, D. Antonio de Saavedra Guzmán, que a la sazón imprimía su Peregrino Indiano, diole unos sonetos de alabanza. Con otra poesía para las precedencias del Modo de pelear a la gineta, obsequió en 1605 a D. Simón de Villalobos y Benavides, su amigo en Bélgica. y con otra, en 1610, al capitán Gaspar de Villagrá, que entonces publicó su Historia de Nueva Méjico. Favores idénticos hizo en 1616, 1619 y 1622 respectivamente, a Céspedes y Meneses para su Español Gerardo, al padre Fray Hernando Camargo, fraile agustino, para su Muerte de Dios por vida del hombre y a Gabriel Pérez de Barrio Angulo para el Secretario de Señores. Gabriel Laso de la Vega, cuando publicó en 1601 en Zaragoza los Elogios en loor de los tres famosos varones: D. Jaime de Aragón, D. Fernando Cortés y D. Álvaro de Bazán, no pidió nuevas obras al númen de ESPINEL, pero tomó de su poema titulado Casa de la Memoria los elogios que el poeta había hecho de Bazán y Cortés. Si el antequerano Pedro de Espinosa proyectaba sus Flores de Poetas ilustres de España, tributario hacía a su casi paisano de su interesante Antología: del mismo modo que Fray Diego de san José cuando en 1615 describió las fiestas a la beatificación de santa Teresa de Jesus. y el licenciado D. Pedro de Herrera al celebrar la reedificación del santo Sagrario de Toledo por el cardenal arzobispo Sandoval y Rojas, cuyas fiestas y regocijos se celebraron con tan espléndido aparato.

Lo mismo se solicitaban sus censuras y aprobaciones. El primero en reclamarlas era el mismo Lope de Vega. En 1615 apareció la Sexta parte de sus Comedias, y ESPINEL en su aprobación un año antes, decía solamente que aquel libro era muy digno de imprimirse, para que todos gozaran de sus excelentísimos versos y conceptos. Vino en 1617 la parte séptima, y aquí fue ya más expresivo. contestando puntualmente a los tres extremos que la censura debía abrazar. -«Cuanto a lo primero, decía, no hallo mal sonante ni cosa que ofenda a la religión y buenas costumbres. Cuanto a lo segundo tienen lenguaje muy cortesano puro y honesto: las personas guardan la propiedad del arte; de manera que ni el señor se humilla al modo inferior del criado, ni la matrona a la condición de la sierva, y todo con pensamientos y conceptos ajustados a la materia de que se trata. Cuanto a lo tercero, si pueden imprimirse, digo, que si hay permisión y es lícito representarse con los adornos, palabras y talle de una mujer hermosa y de un galán bien puesto y mejor hablado; ¿por qué no lo será que cada uno en su rincón pueda leerlas, donde solo el pensamiento es el juez, sin los movimientos y acciones que alegran a los oyentes? ¿Dónde es más poderosa la vista que el oído? Signia irritant animos demissa per aures: quam quae sunt oculis subjecta fidelibus.» Otra vez en 1617 volvió el Consejo Real a encomendarle el exámen de la Docena parte de las Comedias de Lope, y otra vez él las elogiaba, en lugar de censurarlas, y escribía: --«y porque en esta obra campea la elocuencia española y el vuelo grande de la retórica y poesía de su insigne autor, la cual ya acompañada con mucha erudición de lectura y varia, es bien que se imprima, para que los venideros escritores tengan que imitar y los presentes que aprender.» Para poner cima a la opinión que ESPINEL tenía de Lope, hay que leer todavía la censura del primero a la Décima quinta parte de las Comedias del segundo, en 1620. He aquí las palabras de ESPINEL: --«Deleita y suspende, dice con la elegancia, suavidad y pureza del verso; enseña y regala con la abundancia de sentencias morales, edifica con la honestidad y admira con la multitud nunca vista. Es mi parecer, y de toda la república, que será bien recibido que se imprima esto y cuanto de sus manos saliere.» De 1620 a 1622 todavía ESPINEL tuvo del Consejo la comisión de examinar cuatro partes más de estas comedias, desde la décima sexta a la décima nona inclusive. Y por si esto no fuera bastante, también en 1622 se le encargaron las de don Juan Ruiz de Alarcón de las que aplaudió el gentil estilo y los conceptos honestos y agudos.

Otras obras de diversa índole antes y aun después, hasta 1621. vinieron con este objeto a sus manos; mas por no parecer cansado, solamente citaré la Patrona de Madrid restituida, poema de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, impreso en la misma Historia de la Nueva Méjico del capitán Gaspar de Villagrá, en 1610; La Filomena de Lope de Vega, de 1621; las Prosas y versos del Pastor de Cleonarda, de Miguel Botello de Carvalho, y El mejor príncipe Trajano Augusto del licenciado don Francisco de Barreda, de 1622, y finalmente las Novelas amorosas, de José de Camerino y las Divinas y humanas flores, de Faria y Sousa, de 1623. Ni es probable que sus dolencias, cada vez más agudas, por la gota que padecía, le dejaran ya en lo corto que le quedó de vida volver a emplearse en ningun género de tareas del ingenio, del juicio o de la erudición. Céspedes y Meneses en la introducción a la Fortuna varia del soldado Píndaro, dice: «era el rigor del más airado y proceloso invierno que vio nuestro siglo en España, últimos y primeros días de los años de 1623 y 1624: memorias prodigiosas a la posteridad, pues nunca rodearon nuestra península tan continuas perdurables nieves.» Si la edad y los padecimientos no vencieran ya por esta época a ESPINEL, ellas bastaran para agotar la salud, en una naturaleza, toda fogosa, a quien dañaban extremadamente las humedades y los fríos. ESPINEL no pudo resistir la crudeza de aquel invierno. Rodeado en su lecho de muerte por perennes amigos, el primero de febrero de 1024. Otorgó su testamento ante Juan Serrano, hallándose presente el padre Fray Felipe de Madrigal, de la orden de Santo Domingo, Juan Ruiz Aragonés, Francisco Sotomayor, Custodio Sohotes y Martín López. Dejó por albaceas y testamentarios al maestro Franco Alonso, cura de San Andrés y al licenciado Jerónimo Martínez, capellán de la capilla del obispo de Plasencia de que ESPINEL era presidente. Instituyó su heredero a su sobrino Jacinto Espinel Adorno, que residía en Ronda. Entregóse después a los cuidados del alma, y el día 4 del mismo mes de febrero de 1624 entregó al Criador su espíritu en su habitacion de la mencionada capilla, siendo enterrado el cuerpo en la bóveda de San Andrés, para cuya fábrica de sepultura consignó en el testamento cuatro ducados.




ArribaAbajo- VIII -

¿Termina verdaderamente con la muerte la biografía de VICENTE ESPINEL? No hay escritor español sobre cuyas obras más se haya discutido. Todo el siglo XVII permaneció ESPINEL en el más profundo olvido, sobre todo desde que con la muerte de Lope de Vega Carpio y de don Francisco Gomez de Quevedo desaparecieron también sus dos últimos amigos. Desde el primer tercio del siglo XVIII volvió a estar otra vez ESPINEL en moda, pero de la manera más desagradable que pueden ponerse a la polémica del día las obras y el ingenio de un autor. Además de la invención de la quinta cuerda de la guitarra, debiase a nuestro poeta la de una nueva combinación métrica y rítmica en nuestra poesía, combinación de tal llaneza y flexibilidad de estructura, que muy luego fue aceptada por todos nuestros poetas, inundando el Parnaso con las composiciones escritas en el nuevo metro. Llamóse este, décima o espinela, de su inventor ESPINEL, como los versos sáficos de Safo18. Aunque esta verdad no admitía réplica y todo el mundo la sabia, la erudición pedante, esa que no se entretiene sino en fatuas fruslerías y que no se para en deslustrar glorias, con tal de hacer entender que el que hace de ella su profesión posee la quinta esencia de la más sutil sabiduría, trato de arrebatar este pareo honor a la memoria del poeta pretendiendo sostener que las estrofas de diez versos octosílabos eran conocidas y usadas desde mucho antes que ESPINEL viniese al mundo. No era así enteramente: antes de ESPINEL se componían estas estrofas con la reunión de dos quintillas completamente distintas entre sí, en la segunda de las cuales se pareaban indeclinablemente los consonantes de los dos primeros versos. Cualquiera de los poetas de casi todo el siglo XVI nos ofrece abundantes ejemplos de este género de composicion. El mismo Miguel de Cervantes Saavedra coetáneo de ESPINEL, la prodigó bastante antes de conocer la invención de su docto amigo; y he aquí cómo las construía, según se encuentran entre los versos laudatorios que preceden al antes referido Canncionero de López Maldonado.


   Bien donado sale al mundo
este libro, dó se encierra
la paz de amor y la guerra
y aquel fruto sin segundo
de la castellana tierra,
que, aunque la dá Maldonado,
va tan rico y bien donado
de ciencia y de discrecion;
Que me afirmo en la razon
de decir que es bien-donado.
    El sentimiento amoroso
del pecho más encendido
en fuego de amor, y herido
de su dardo ponzoñoso
y en la lid suya cogido
el temor y la esperanza
con que el bien y el mal se alcanza
en las empresas de amor
aquí muestra su valor,
su buena o su mala andanza...



Cito la composición que conozco más perfecta y que más se acerca a la estructura de la décima inventada por ESPINEL, por lo mismo que la diferencia que entre una y otra combinación métrica existe, es tan fácil de observar. La décima de ESPINEL constituye una composición tan perfecta como el soneto, sin sus pretensiones heroicas, por cuya razón ha sido siempre preferida a éste para expresar un pensamiento completo, aunque más sencillo que el que al soneto corresponde. La décima se compone de dos estrofas de cuatro versos octosílabos cada una conconsonantes del primero con cuarto, y del segundo con tercero, entre las que se introducen otros dos versos octosílabos auxiliares del pensamiento para ligar entre sí la tesis y la conclusión: los consonantes de estos dos auxiliares se ligan el primero con el cuarto y el segundo con el séptimo. La tesis de la composición, en la décima, se presenta y desenvuelve en la primera redondilla; el silogismo para la prueba del pensamiento se establece en los dos versos posteriores. y la segunda cuarteta completa con perfección el raciocinio poético. Esto no era lo conocido ni practicado antes de ESPINEL, aparte del elemento armónico en la rima de su nueva composición. ESPINEL sólo nos dejó un modelo de su obra: aquellos versos que comienzan así:


   No hay bien que del mal me guarde
temeroso y encogido,
de sin razon ofendido,
y de ofendido cobarde.
Y aunque mi queja ya es tarde,
y razon me la defiende,
más en mi daño se enciende:
Que voy contra quien me agravia,
como el perro, que con rábia
a su propio dueño ofende.
Ya esta suerte que empeora,
se vió tan en las estrellas,
que formó de mi querellas,
de quien yo las formo ahora.
Y es tal la falta, señora,
de este bien, que de pensallo
confuso y triste me hallo,
que si por vos me preguntan
los que mi daño barruntan
de pura vergüenza callo...



¡Lástima grande que un nombre tan ilustre como el de D. Gregorio Mayans y Ciscar fuese el que se distinguiera más en esta clase de acérrima oposición al mérito de esta invención!

No había de estar, sin embargo, solo entre los impugnadores de las obras del infortunado poeta de Ronda. Al fin de las Rimas, impresas en 1591, ESPINEL, que presumía de gran latino y de buen discípulo de Horacio, había publicado una traducción de la Epístola a los Pisones, dedicada a D. Pedro Manrique de Castilla, de la casa de los Vargas, que fueron siempre tan favorecedores suyos Era la primera traducción del Arte Poética de Horacio que se hacía en castellano y una también de las primeras en las lenguas neolatinas. Comentaristas del preceptista del Lacio los había a centenares dentro y fuera de España; pero estos comentarios estaban escritos en latín bárbaro moderno y abundaban más en audacias pedantescas que en sabia doctrina para la mejor inteligencia del texto. Por último, todos los datos que resultan del examen de la traduccion de ESPINEL y sobre todo el de su defectuosa versificación castellana, inducen a sospechar que esta fue ensayo de sus primeros aleteos poéticos, probablemente practicado en las mismas escuelas rondeñas de Juan Cansino, antes de visitar por vez primera las celebradas aulas de Salamanca. Ni en bien ni en mal se había ocupado la crítica de esta producción, ciertamente la menos pretenciosa de ESPINEL, cuando proyectando D. Juan José López Sedano comenzar la publicación de su Parnaso Español en 1768, ocurriósele encabezar su obra con la producción poética del Arte de Horacio, hecha por nuestro poeta. Verdaderamente ningún editor que publica un libro, empieza por desacreditarlo; antes bien lo encomia y prepara a fin de que obtenga el favor del público. Esto hizo López Sedano con aquella obrilla, y esto bastó para alborotar los nervios al famoso D. Tomás Iriarte, que no tardó en abrir en las Gacetas de la época la polémica más descomunal contra la traducción, contra el editor, contra ESPINEL y contra el Parnaso. El secreto de esta contienda estaba en que Iriarte, valiéndose de un inmenso catálogo de traductores y comentaristas, principalmente franceses, posteriores al poeta de Ronda, los más modernos y aun casi modernísimos, había emprendido una nueva traducción del Arte poética en verso castellano, y él como apasionado autor, la creía la mejor cosa que se había hecho en el mundo. Por otra parte con la discusión arrebatada, casi escandalosa, lograba llamar y aun interesar la opinión hacia su nueva obra.

La traducción de Iriarte no oscureció la de ESPINEL, aunque el nombre de éste fue objeto de toda dase de irreverencias, y el migajón de la disputa se contiene en varios folletos de la época, de estéril y cansada lectura. La primera impugnación de Iriarte se halla en el tomo IV de la Colección de obras en verso y Prosa de D. Tomás Iriarte, (Madrid: impr. de Benito Cano: 1777). Contestó López de Sedano en las Notas al tomo IX y último del Parnaso Español, (Madrid: impr. de D. Antonio de Sancha: 1778, pág. xlvj a liv). Replicó nuevamente Iriarte en el tomo VI de sus obras (1783) con un largo folleto titulado: «Donde las dan las toman, diálogo joco-serio sobre la traducción del Arte Poética de Horacio y sobre la impugnación que de aquella obra publicó D. Juan José López de Sedano al fin del tomo IX del Parnaso Español, «y finalmente en dos volúmenes en octavo y bajo el pseudónimo del doctor D. Juan María Chavero y Eslava, vecino de la ciudad de Ronda, dio López de Sedano en 1785 a las prensas de D. Félix de Casas y Martínez, en Málaga sus «Coloquios de la Espina entre D. Tirso Espinosa, natural de la ciudad de Ronda y un amanuense natural de la villa del Espinar, sobre la traducción de la Poética de Horacio hecha por el licenciado VICENTE ESPINEL y otras espinas y flores del Parnaso Español. «La disputa fue cansada, larga y fatigosa, y aquí no queda más espacio que para dar la noticia ya apuntada.

Lo mismo casi tengo que hacer con la cuestion más importante que suscita el nombre de ESPINEL, después de la larga y honda polémica de carácter nacional a que han dado ocasión los raptos verificados en sus obras por el novelista francés Mr. Alain Rene Le Sage y la publicación del Gil Blas de Santillana. Dos acusaciones casi simultáneas cayeron en el siglo último sobre el autor francés poco escrupuloso, que ha usurpado a la fama española una de esas reputaciones, que en la esfera intelectual los frívolos escritores de Francia deben con suma frecuencia a los robos que practican sobre las literaturas extranjeras. La primera de estas denuncias se hizo en la misma Francia, por uno de los hombres de más verdadero mérito propio que aquel país ha producido: por el mismo Mr. Voltaire, el cual describiendo el siglo de Luis XIV, al llegar a la figura, poco noble por sus escritos de Mr. Le Sage, y al referirse a su novela del Gil Blas, que por aquel tiempo alborotaba a la opinión dentro y fuera de su país, decía textualmente: -«il est entiérement pris du roman espagnol intitulé LA VIDAD DEL ESCUDIERO DOM MARCOS D' OBREGO19 Cuidaron los franceses, solícitos guardadores del honor patrio, de tener velada esta acusación de Voltaire la cual no demuestra ciertamente la ligereza que le han atribuido después en su juicio los escritores que por defender el prestigio de la literatura nacional se han puesto del lado del plagiario, sino por el contrario, que aunque Voltaire no se había detenido en hacer un prolijo cotejo capítulo por capítulo entre la obra de ESPINEL, y la de LE SAGE, ni una ni otra le eran desconocidas, aun que guardaba bien frescas y puntuales reminiscencias de las dos.

En 1787 apareció en Madrid bajo el pseudónimo de D. Joaquín Federico Is~salps anagrama del nombre del P. Jesuita José Francisco de Isla, una traducción española de la obra de Le Sage, que ya había recorrido el mundo, hallando por todas partes aplausos e imitadores, con el título de Aventuras de Gil Blas de Santillana, robadas a España, y adoptadas en Francia por Mr. Le Sige: restituidas a su Patria y a su lengua nativa por un español celoso que no sufre se burlen de su nación. En su Conversación preliminar el P. Isla no atribuía a ESPINEL la paternidad de la obra; pero sostenía que había sido sacada de original español. Por último, sin tener conocimiento de las obras, ni mucho menos de los juicios de Voltaire, el diligente vicario de Ronda, secretario que había sido del obispo de Málaga, D. Jacinto José de Cabrera y Rivas, hombre frenéticamente entusiasta del autor de Marcos de Obregón, mantuvo de 1793 hasta 1819 frecuente trato literario con Don José Lopez de la Torre Ayllon y Gallo, con el que sostenía que el autor verdadero del Gil Blas era VICENTE ESPINEL, en corroboración de lo cual le trasladaba repetidos pasajes de aquella obra y su correspondencia idéntica con otros del Marcos de Obregón, para que se viera la verdad de lo que aseveraba. No había dejado de causar impresión por Europa las indicaciones del P. Isla a las que se unieron otros trabajos publicados en París por el escritor español don Juan Antonio Llorente. Entonces a titulo de abogado defensor de la nación francesa, como él mismo se decía, salió a la palestra el conde Francisco de Neufchateau, miembro del instituto de Francia y, Ministro del Interior que había sido, ante cuyo adversario elevando Llorente nuevas Observaciones críticas al seno de la misma Academia francesa, generalizó la erudita discusión, logrando tomaran parte en ella los literatos de todas las naciones. En esta cuestión, aunque literaria, del mismo modo que en todas cuantas afectan a España, harto visiblemente se han dibujado en el campo de la contienda las simpatías históricas y tradicionales. Quiso hacer la crítica británica alianza con la de Francia, y Walter Scott, hallándose en la cima d e su crédito, declaró sin examen, que Le Sage era un escritor completamente original; M. Everet norte-americano aspiró a poner la cuestión en la balanza de la justicia; el alemán Ludwig Tieck aplicó a su censura todos los recursos de un análisis concienzudo y demostró que en el Gil Blas todo eran raptos de la literatura española, a excepción del estilo ligero, irónico y gracioso del escritor francés. Después de la defensa de Llorente, España no ha vuelto a decir una palabra, y en tal estado se hallaría el asunto si los escritores franceses viéndose horriblemente cogidos en el doble lazo del análisis y de la crítica, no se hubieran resuelto espontáneamente a transigir. Todos los pasajes hurtados a la novela y a la comedia española por Mr. Le Sage, están, ya perfectamente deslindados. Gran parte de ellos, en efecto, corresponden a las Relaciones de la vida del Escudero Marcos de Obregón del maestro VICENTE ESPINEL, como Voltaire con gran firmeza de penetración y de criterio aseveró: de modo que la ligereza sólo ha estado en aquellos escritores que sin examen negaran lo que tan fácilmente había de corroborar después el más leve trabajo de comparación. Mr Baret en estudios especiales sobre este asunto fija en diez los lugares del Gil Blas en que el Marcos de Obregón fue traducido por Le Sage; pero en esto no ha hecho sino seguir servilmente lo apuntado por el alemán Tieck el cual declara en el prólogo de su traducción de la obra de ESPINEL, que por la pérdida de algunos papeles donde conservaba sus apuntes, no ha podido puntualizar todas sus observaciones de la manera que lo había hecho en la idea del prefacio de Gil Blas donde se ha tomado la anécdota de los estudiantes de la introducción del Marcos de Obregón en la historia del barbero Diego de la Fuente, en la aventura de la cortesana Camila; en la de la casa de los ladrones; en la de los amores del barbero con D.ª Margelina, etc. Con esto se ha dado por concluido el pleito.

Ciertamente se me tachará de dejar aquí la cuestión incompleta, cuando ningún lugar parece más oportuno para dilucidarla. No puede ser así, sin embargo; trabajos de esta índole para ser completos demandan el auxilio de largos textos, y necesitaría para un cómodo desenvolvimiento de los estudios que tengo practicados, un tomo de mayores proporciones que la suma de todo el actual. No es, sin embargo, obligación que declino, y me reservo llenarla, como antes dije, en coyuntura mejor. Entre tanto no puedo menos de sentirme lisonjeado en haber sido el primero en bosquejar aquí, como ya queda bosquejado, el rápido cuadro de una vida bastante ignorada hasta ahora por nuestros hombres de letras, y que de todas maneras resulta siempre interesante. Autores que como VICENTE ESPINEL, tienen la honra de que sus obras periódicamente se reproduzcan y frecuentemente promuevan polémicas como las que dejo reseñadas, son siempre primeras figuras en el vasto teatro de la literatura brillante de su nación. Sus producciones nunca palidecen: y en todo momento en que se impriman de nuevo, su aparición será oportuna. Las ediciones del Gil Blas de Santillana no podrían fácilmente enumerarse. Todos los idiomas cultos del mundo han vertido del trances esta novela, y el lápiz y el buril harto se han ensayado en trazar los pintorescos cuadros de sus variados episodios. Nunca alcanzará, sin embargo, esta obra francesa el rango de la inmortal española de MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA. La razón es obvia: el brillante ingenio español del siglo de Felipe II fue el creador sublime de un libro que perpetuamente hablará al corazón y a la mente de todas las generaciones, de todos los hombres, de todos los pueblos. El Gil Blas de Santillana, aunque en círculo más estrecho, pues esta desprovisto de idealidad, será también un libro universal; pero no su pretendido autor, pues suprimidos diversos ingenios españoles, de quienes tomó las diversas partes de su obra, y muy principalmente VICENTE ESPINEL que en el Marcos de Obregón le proporcionó los mejores materiales, queda de todo punto suprimido, como Voltaire pretendía, el carácter buscón y plagiario del decantado Le Sage.

Juan Pérez de Guzmán.

Madrid 5 de Mayo de 1881.






ArribaAbajoPrólogo

Muchos días, y algunos meses y años estuve dudoso si echaría en el corro a este pobre Escudero, desnudo de partes y lleno de trabajos, que la confianza y la desconfianza me hacían una muy trabada e interior guerra. La confianza llena de errores, la desconfianza encogida de terrores; aquella muy presuntuosa, y estotra muy abatida; aquella desvaneciendo el celebro, y ésta desjarretando las fuerzas; y así me determiné de poner por medio a la humildad, que no solamente es tan acepta a los ojos de Dios, pero a los de los más ásperos jueces del mundo. Comuniquélas con el Licenciado Tribaldos de Toledo, muy gran poeta latino y español, docto en la lengua griega y latina, y, en las ordinarias hombre de consumada verdad; y con el maestro fray Hortensio Félix Paravesin, doctísimo en letras divinas y humanas, muy gran poeta y orador; y alguna parte de ello con el Padre Juan Luis de la Cerda, cuyas letras, virtud y verdad están muy conocidas y loadas; y con el divino ingenio de Lope de Vega, que como él se rindió a sujetar sus versos a mi corrección en su mocedad, yo en mi vejez me rendí a pasar por su censura y parecer; con Domingo Ortiz, secretario del Supremo Consejo de Aragón, hombre de excelente ingenio y notable juicio; con Pedro Mantuano, mozo de mucha virtud, y versado en mucha lección de autores graves que me pusieron más ánimo que yo tenia; y no sólo me sujeté a su censura, pero a la de todos cuantos encontraren alguna cosa digna de reprehensión, suplico me adviertan de ella, que seré humilde en recibilla. El intento mío fué ver si acertaría a escribir en prosa algo que aprovechase a mi república, deleitando y enseñando, siguiendo aquel consejo de mi maestro Horacio, porque han salido algunos libros de hombres doctísimos en letras y en opinión, que le abrazan tanto con sola la doctrina, que no dejan lugar donde pueda el ingenio alentarse y recibir gusto: y otros tan enfrascados en parecerles que deleitan con burlas y cuentos entremesiles, que después de haberlos leído, revuelto, aechado y aún cernido, son tan fútiles y vanos, que no dejan cosa de sustancia ni provecho para el lector, ni de fama y opinión para sus autores. El padre maestro Fonseca escribió divinamente del amor de Dios, y con ser materia tan alta, tiene muchas cosas donde puede el ingenio espaciarse y vagarse con deleite y gusto, que ni siempre se ha de ir con el rigor de la doctrina, ni siempre se ha de caminar con la flojedad del entretenimiento: lugar tiene la moralidad para el deleite, y, espacio el deleite para la doctrina; que la virtud (mirada cerca) tiene grandes gustos para quien la quiere; y el deleite y entretenimiento dan mucha ocasión para considerar el fin de las cosas.

En tanto que no tuve determinación (así por la persecución de la gota, como por la desconfianza mía) para sacar al teatro público mi Escudero, un caballero amigo me pidió unos cuadernillos de él, y llegando a la noticia de cierto gentilhombre (á quien yo no conozco) aquella novela de la tumba de San Ginés, pareciéndole que no había de salir a luz, la contó por suya, diciendo y afirmando que a él le había sucedido; que hay algunos espíritus tan fuera de la estimación suya, que se arrojan a entretener a quien los oye, con lo que se ha de averiguar no ser suyo.

Si a alguno se le asentare bien tratar de personas vivas, y, alegar con sujetos conocidos y presentes, digo que yo he alcanzado la monarquía de España tan llena y abundante de gallardos espíritus en armas y letras, que no creo que la Romana los tuvo mayores, y me arrojo a decir que ni tantos ni tan grandes. Y no quiero tratar de las cosas que los españoles han hecho en Flandes tan superiores a las antiguas, como escribió Luis de Cabrera en su Perfecto Príncipe, sino de los que nuestros ojos han visto cada día y nuestras manos han tocado, como los que hizo Don Pedro Enríquez, conde de Fuentes, con tan increíble ánimo; la toma y saco de Amiens, que escribió en sus Comentarios don Diego de Villalobos, donde fue valeroso Capitán de lanzas e infantería, que con un carro de heno y, un costal de nueces, seis capitanes tomaron una ciudad tan grande, plataforma y amparo de toda Francia; la felicidad y determinación con que acuden al servicio de su rey los españoles, poniendo sus vidas a peligro de perderlas, como se vio ahora en lo de la Mamora, que anduvieron nadando toda la noche, no hallando bajel ni tierra donde ampararse, sobrepujando con valor a su fortuna, cosas que no se vieron en la Monarquía romana. ¿Qué autores antiguos excedieron a los que ha engendrado España en los pocos años que ha estado libre de guerras? ¿Qué oradores fueron mayores que Don Fernando Carrillo, Don Francisco de la Cueva, el Licenciado Berrio, y otros que con excelentísimos y levantados conceptos persuaden a la verdad de sus partes? De no leer los autores muertos, ni advertir los vivos los secretos que llevan encerrados en lo que profesan, nace no darles el aplauso que merecen; que no es sólo la corteza lo que se debe mirar, sino pasar con los ojos de la consideración más adentro. Ni por ser los autores más antiguos son mejores, ni por ser más modernos son de menos provecho y estimación. Quien se contenta con sola la corteza, no, saca fruto del trabajo del autor; mas quien lo advierte con los ojos del alma, saca milagroso fruto.

Dos estudiantes iban a Salamanca desde Antequera, uno muy descuidado, otro muy curioso: uno muy enemigo de trabajar y saber, y otro muy vigilante escudriñador de la lengua latina; y aunque muy diferentes en todas las cosas, en una eran iguales, que ambos eran pobres. Caminando una tarde de verano por aquellos llanos y vegas, pereciendo de sed, llegaron a un pozo, donde habiendo refrescado, vieron una pequeña piedra, escrita en letras góticas ya medio borradas por la antigüedad, y por los pies de las bestias, que pasaban y bebían, que decían dos veces: Conditur unio, conditur unio. El que sabía poco, dijo: ¿Para qué esculpió dos veces una cosa este borracho? (que es de ignorantes ser arrojadizos). El otro calló, que no se contentó con la corteza, y dijo: Cansado estoy, y temo la sed; no quiero cansarme más esta tarde. Pues quedaos como poltrón, dijo el otro. Quedóse, y habiendo visto las letras, después de haber limpiado la piedra, y descortezado el entendimiento, dijo: Unio quiere decir unión, y unio quiere decir perla preciosísima; quiero ver qué secreto hay aquí, y apalancando lo mejor que pudo, alzó la piedra, donde halló la unión del amor de los dos enamorados de Antequera, y en el cuello de ella una perla más gruesa que una nuez, con un collar que le valió 4,000 escudos: tornó a poner la piedra y echó por otro camino.

Algo prolijo, pero importante es el cuento, para que sepan cómo se han de leer los autores, porque ni los tiempos son unos, ni las edades están firmes. Yo querría en lo que he escrito que nadie se contentase con leer la corteza, porque no hay en todo mi Escudero hoja que no lleve objeto particular, fuera de lo que suena. Y no solamente ahora lo hago; sino por inclinación natural en los derramamientos de la juventud lo hice en burlas y veras; edad que me pesa en el alma que haya pasado por mí, y plegue a Dios, que lleguen los arrepentimientos a las culpas.



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