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Vida del Padre Maestro Juan de Ávila y las partes que ha de tener un predicador del Evangelio

Luis de Granada



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Dedicatoria

A Don Juan de Ribera, arzobispo de Valencia y patriarca de Antioquía.

     Cuán anejo sea a los perlados el oficio de la predicación, ya lo tendrá V. S. notado en lo que los Apóstoles hicieron, pues no quisieron ocuparse por sí en el cuidado de las viudas y de los pobres, porque esta ocupación, aunque santa y necesaria, no les fuese impedimento de otras más importantes, que era la predicación de la palabra de Dios. Y así, encomendando este cargo a otros, tomaron para sí el oficio de la predicación y oración.

     Y conforme a este decreto apostólico, leemos en el Concilio Cartaginense IV, ordenado que el obispo encomiende a alguna de las principales personas eclesiásticas el cuidado de los pobres, y que él se ocupe en las mismas dos cosas que los Apóstoles tomaron para sí; añadiendo a éstas la tercera, que es la lección de las Santas Escrituras, para que ellas le den materia de lo que ha de predicar; de la cual no tenían los Apóstoles necesidad, pues tenían al Espíritu Santo por maestro.

     Duró esta observancia mucho tiempo en la Iglesia. Porque en tiempos de san Agustín era estilo en la Iglesia occidental que nadie predicase donde estaba el obispo; mas dispensó en esto el santo obispo Valerio, el cual, contra este estilo, hizo que san Agustín predicase en la iglesia, no haciendo caso de los dichos de los murmuradores, viendo que san Agustín hacía este oficio más perfectamente que él.

     Esto, señor, se usaba en aquellos tiempos; en los cuales los Sumos Pontífices predicaban, como lo hacía san Gregorio, y san León, papa, y otros tales. Mas como con los tiempos se mudan las cosas humanas, así ésta en parte se ha mudado. Porque muchos perlados, contentos con administrar justicia en sus tribunales, cometen este oficio a otros ministros; siendo cierto que mucho más huelgan y reconocen las ovejas la voz de su legítimo pastor, y mucho más fruto hace en ellas que las de todos los otros.

     Mas, con todo esto, no tiene Nuestro Señor tan desamparada la Iglesia, que no haya muchos perlados que, acordándose de aquellos dichosos tiempos de la primitiva Iglesia, y de la obligación de su oficio, no trabajen por imitar aquellos Pontífices antiguos, dando por sus mismas personas pasto saludable de dotrina a sus ovejas. Y en este número no puedo dejar de contar a V. S., pues, habiendo tantos años que tiene oficio de pastor, siempre procuró que por su mano recibiesen este pasto sus ovejas; y esto con tanta instancia y tan a la continua, que muchas veces se levantaba del confesionario y se subía al púlpito a predicar, no teniendo por cosa indigna de su autoridad hacer el oficio que el Hijo de Dios hizo en la tierra, cuyos vicarios son todos los predicadores.

     Por tanto, habiendo escrito esta vida del padre Maestro Juan de Ávila, en la cual se nos representa una perfecta imagen del Predicador evangélico, no se me ofreció a quién con más razón la pudiese ofrecer que a quien tantos años ha que ejercita este oficio, no con espíritu humano, sino con entrañable deseo de la salvación de los hombres, y de apartarlos de los pecados. El cual deseo manifestaba V.S. en sus sermones, diciendo algunas veces con grande afecto estas palabras: «Hermanos, no pequemos ahora, por amor de Dios». Las cuales palabras, salidas de lo íntimo del corazón, herían más los corazones de los oyentes que cualesquier otras más sutiles razones, que para esto se pudieran traer. Porque cierto es que no hay palabra que más hiera los corazones que la que sale del corazón; porque las que solamente salen de la boca no llegan más que a los oídos.

     De estas palabras hallará V. S. muchas en la dotrina de este siervo de Dios, que aquí se escriben; y junto con esto verá una perfectísima imagen y figura de las partes y virtudes y espíritu que ha de tener el Predicador evangélico. Y aunque hay cosas de mucha edificación y provecho en esta historia, una de las que yo tengo por muy principal son los conceptos que este varón de Dios tenía de todas las cosas espirituales, explicadas y declaradas en las cartas suyas que andan impresas. Porque la lumbre del Espíritu Santo, que lo escogió para ministro del Evangelio, le dio el conocimiento del valor y dignidad de las cosas espirituales, las cuales él estimaba y pesaba, no con el peso engañoso de Canaán, que es el juicio falso del mundo, sino con el peso del Santuario, que nos declara el precio verdadero de estas cosas.

     Reciba, pues, V. S. este pequeño presente con la caridad y rostro que suele recebir las cosas de este su siervo. Y por medio de V. S. recebirán mucha consolación todas las personas que aprovecharon con la dotrina de este padre; entre las cuales no puedo dejar de contar a la señora Condesa de Feria, que tanto aprovechó con su dotrina; la cual deseó mucho que yo tomase a cargo esta historia; a cuya santidad y méritos esto y mucho más se debía.

     Y more siempre Nuestro Señor en el ánima de V. S. y la enriquezca con la abundancia de su gracia y dones del Espíritu Santo.

Siervo y capellán de V. S.,

Fray Luis de Granada



Al cristiano lector

     Por algunas personas devotas he sido muchas veces importunado, que conocieron al padre Maestro Juan de Ávila y se aprovecharon de su dotrina, quisiese escribir algo de su vida, como persona que lo trató y conversó mucho tiempo. Y con ser esta petición muy justa, y entender yo que resultaría de aquí mucha edificación a sus devotos, todavía me pareció cosa que sobrepujaba a la facultad de mis fuerzas. Porque, después que me puse a considerar con atención la alteza de sus virtudes, parecióme cierto que ninguno podría competentemente escribir su vida, sino quien tuviese el mismo espíritu que él tuvo. Porque sus virtudes son tan altas que claramente confieso que las pierdo de vista; y como me hallo insuficiente para alcanzarlas, así también para escribirlas. Mayormente que para esto tengo de desviar los ojos de las comunes virtudes que agora vemos en nuestros tiempos, y subir a otra clase más alta de otros nuevos hombres, en quien, por estar la carne muy mortificada, reina el espíritu de Dios más enteramente; el cual hace los hombres semejantes a sí, y diferentes de los otros que de la alteza de este espíritu carecen.

     Y para decir algo de lo que siento, leyendo la vida de los santos pasados y mirando la de este siervo de Dios, que Él quiso enviar en nuestros tiempos al mundo, aunque confieso que en ellos habría más altas virtudes, pues están puestos por un perfetísimo dechado de ellas en la Iglesia, me parece que trató de imitarlos con todas sus fuerzas. Porque vi en él una profundísima humildad, una encendidísima caridad, una sed insaciable de la salvación de las ánimas, un estudio continuo y trabajo para adquirirlas, con otras virtudes suyas que adelante se verán.

     Pues, por exceder esta materia tanto mis fuerzas, quisiera, como dije, excusarme, mas venció la caridad y el deseo de aprovechar a los hermanos, y especialmente a los que están dedicados al oficio de la predicación. Porque en este Predicador evangélico verán claramente, como en un espejo limpio, las propiedades y condiciones del que este oficio ha de ejercitar.

     Y porque la principal cosa que en las historias se requiere es la verdad, diré luego de qué fuente cogí todo lo que aquí escribiré. Primeramente aprovechéme de los memoriales que me dieron dos padres sacerdotes, discípulos muy familiares suyos, que hoy día son vivos, que fueron el padre Juan Díaz y el padre Juan de Villarás, que perseveró dieciséis años en su compañía hasta la muerte; cuyas palabras, que pasó con el dicho padre, me será necesario referir aquí algunas veces cuando la historia lo pidiere.

     Ayudarme he también de lo que yo supiere, por haber tratado muy familiarmente con este padre, como dije, donde nos acaeció usar algún tiempo de una misma casa y mesa; y así pude más cerca notar sus virtudes y el estilo y manera de su vida.

     También ayudarán para lo mismo sus escrituras, las cuales estos padres susodichos sacaron a luz, mayormente sus cartas, en las cuales descubre el espíritu y celo que tenía de la salvación de las ánimas. Y como sean muy diferentes las materias que en ellas se tratan, así descubre él más la luz y experiencia que en todas ellas tenía. Y porque no todos tendrán estas cartas, me será necesario engerir aquí algo de lo que en ellas sirviere para nuestro propósito.

     También me pareció no escribir esta historia desnuda, sino acompañada con alguna dotrina, no traída de fuera, sino nacida de la misma historia. Ca no es de todos los ingenios saber ponderar las cosas que leen, y sacar de ellas la dotrina que sirve para la edificación de sus almas; en lo cual es razón que provea el historiador, pues es deudor a todos los hombres, sabios y ignorantes.

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